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Juan Carlos Onetti.

Decálogo más uno

11/09/2015ffmicolacalanda 0

En numerosas ocasiones he mencionado al uruguayo Juan Carlos Onetti. No puedo encubrir mi


supina admiración por el, sin duda, más grande y genial autor del siglo XX. Quizá pueda resultar
exagerada tal consideración, pero aun a riesgo de pecar por el mayor extremo, prefiero
arriesgarme luego de haber leído, releído y estudiado su obra durante más de veinte
años. Confieso que siempre digo lo mismo: «quien no ha leído a Onetti jamás podrá ser amigo o
amiga mía». Reprobaba que le llamaran maestro, es curioso, pero lo ha sido para todos los autores
y lectores que a bien tienen bucear en su inmensa trayectoria narrativa.

Onetti tuvo pocos amigos; era persona muy reservada, hosco, hirsuto y siempre huía de la fama
como de una dolorosa enfermedad. En 1981, pese a su sincera indiferencia, le fue concedido el
Premio Miguel de Cervantes por su trayectoria como escritor de gran y trascendental relevancia.
En su discurso durante la ceremonia, para asombro de todos los presentes, incluido Vicente
Aleixandre, dijo textualmente que le importaba un cuerno la gloria literaria. De manera que
agradeció la cuantiosa suma (su cinismo era propio de un genio) y no volvió a aparecer en ningún
medio de divulgación.

Entrar en perfiles psicológicos acerca del gran autor uruguayo no es cometido de este artículo, sin
olvidar que, como bien dijo Robert Schumann: «Quién sabe si para hacerse cargo del genio hace
falta serlo también». Mantuvo una honesta amistad con Julio Cortázar, siendo éste de los muy
pocos que cada cuando se reunía con Onetti para conversar de esquemas narrativos, técnicas y
otros procedimientos que nunca nos fueron revelados.

Así y todo, cuando se lo pedían sin previos halagos o solicitud de autógrafos que jamás concedía,
pues aquello le parecía más que absurdo, no dudaba en dar consejos a escritores, tanto jóvenes
como ya curtidos, con o sin registro de esta profesión en el pasaporte. Y lo hacía, sí, siempre con
su hábil ironía y oficio que lo separaban del pedantismo y el boato docente.
Intuitivo para presagiar el mal aire de las bibliotecas climatizadas en nuestros días, el contexto
editorial que hoy sufren los autores (su fidelidad le llevó a confeccionar la linotipia de sus Cuentos
Completos en la humilde pero prestigiosa firma El Corregidor) y otros inconvenientes de los
lectores con ambiciones de escribir, resumió la esencia de sus «lecciones» en once consejos
breves y tenaces.

Solía decir: «No pregunte si puede abordar un cuento. Hágalo». O también: «Si va a escribir, deje
de buscar excusas para no hacerlo». Contundente y lacónico, ya digo que ceñudo y adusto,
animaba a todos los que sentían la inquietud literaria, no sólo en prosa, sino también para el
drama y la poesía.
Son muchos los consejos que nos llegan de talleres literarios, de filólogos que apenas saben
escribir una carta y si acaso han realizado algún mal bosquejo de relato que nunca concluye,
incluso de sillones ocupados en la RAE sin más acierto que sus repugnantes influencias políticas,
porque, inexplicablemente, suelen hablar y sugerir aquellos que no deberían tener ni boca.

Con su carácter inviolable y honesto, Onetti nos lega once consejos que nadie puede ignorar ni
discutir. Lo llamó, literalmente: Decálogo más uno, para escritores principiantes.

1. No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de


serlo.

2. No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Éste sólo se asusta cuando le amenazan


el bolsillo.

3. No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda.

4. No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o


esposa. Ni siquiera en el lector hipotético.

5. No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre


para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.

6. No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo.

7. No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando
asomaron la nariz, hoy son genios.

8. No olviden la frase, justamente famosa: Dos más dos son cuatro; pero ¿y si fueran cinco?

9. No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario.

10. Mientan siempre.

11. No olviden que Hemingway escribió: «Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mis
novelas, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer».

Es cierto que este Decálogo más uno lo transmite un sublime maestro (con perdón) de la prosa,
pero conviene reflexionar cada punto ya que obtendremos una visión muy amplia y dinámica a la
hora de emprender una creación narrativa, poética o dramatúrgica.
Por la subyacente afinidad de Onetti con Lázaro Carreter (ambos se carteaban con frecuencia y
tuvieron varias reuniones en Madrid), el Arte de Escribir, que fue nexo de los libros de
texto: Literatura 1º, Literatura Española 2 Bachillerato, Literatura Española 3 BUP, cuando
imperaba el bachiller de BUP y COU, editado por Anaya y conjuntamente escrito por el magistral
Vicente Tusón, resulta muy recomendable para todos los que amamos la literatura. Por fortuna,
aún podemos adquirir estos manuales de segunda mano y a buen precio. De igual modo, El dardo
en la palabra y El nuevo dardo en la palabra (Lázaro Carreter) deben ser textos de obligatorio
estudio para los amantes de las letras.

¿Aún no ha leído usted a Onetti? Bueno. (Más vale tarde que nunca). Pues está perdiendo el
tiempo, y de seguro el dinero.

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