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1. Sobrecarga
La demanda del servicio, más el entusiasmo al ver que las cosas se mueven, son
factores adversos para que dispongamos de tiempo. Con frecuencia solemos atascarnos
con trabajos que se acumulan más y más, y a ninguno queremos decir que no. El resultado
es cansancio y a menudo irritabilidad. Las cosas comienzan a no moverse bien, y el hogar
nota la ausencia del padre.
En otras circunstancias ocurre que, como notamos que Dios está bendiciendo, nos
sentimos indispensables y nos transformamos en el centro del círculo. Bien sabemos la
tentación que le sobrevino a Elías, cuando por unas tres veces repitió: “Yo solo he
quedado” (1 Reyes 18:22; 19:10–14). Fue su modo de autocompadecerse, porque en su
desaliento le pareció que experimentaba la “ausencia de Dios”; pero cada vez que lo dijo
se encontró con El, incluso para anunciarle quién sería su reemplazo (1 Reyes 19:16).
En nuestro caso, por una parte hemos de tener el aplauso de algunas ovejas y por otra,
dedicarnos a delegar trabajo.
2. Desánimo
Varios factores suelen componer este modo de pensar. Nos desalentamos porque la
rutina unida a la pérdida de los objetivos abate a todo el rebaño y las ovejas comienzan a
dispersarse. Aumenta el desapego y las críticas, y el enemigo comienza a intensificar sus
ataques.
Como esta situación es grave, dedicaremos espacio a buscar caminos hacia la solución:
A. Sujetar todos los pensamientos al Señor:
“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).
El hombre del mundo suele emplear mecanismos rápidos para aliviarse; si se halla en
mala situación económica, suele pedir prestado o hipotecar su casa; si se siente
desanimado fuma abundantemente; si está triste, frecuenta el cine; si no duerme o siente
tristeza, recurre al médico o psiquiatra, etcétera. Cree tener la solución a sus males y
disponer de esa solución; pero no es así. Se hunde más y más. El método de poner todo a
disposición del Señor es el bíblicamente válido: “Mejor es el que se enseñorea de su
espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). Una parte importante de
nuestros desequilibrios se producen por el conflicto interior generado al querer hacer
frente a las dificultades, y saber que no podemos. Se engendran, entonces, formas de
defensa, para prevenir el reconocimiento real de lo que sucede. Se produce la “imagen de
papel” que presenta afuera un ser fuerte, aconsejador infalible, que triunfa siempre y que
tiene las soluciones que cualquiera de las ovejas necesita. Para adentro, en cambio, está el
ser desgastado, impotente que ensaya caminos sin respuesta a sus muchas frustraciones.
Es probable que lo que nos ocurra sea producto de decisiones mal tomadas, o de falta
de conciencia de la importancia de las distintas esferas de la vida, incluida la espiritual—
Biblia, oración, comunión con los hermanos, etcétera. Todo esto crea ansiedades internas
que necesitamos compartir con otro siervo del Señor que no solamente nos escuche, sino
que tenga las pautas del camino hacia la solución. Salomón creía que en el consejo había
seguridad (Proverbios 11:14) y también victoria (Proverbios 24:6).
3. Sufrimiento
En la Biblia encontramos con frecuencia que las labores del liderazgo han producido
intensos dolores, producto de la oposición, de los errores o de un prueba divina. El mismo
hecho de que Dios nos haya separado para el liderazgo nos aisla, y muchas veces vivimos
un ambiente de soledad (Jeremías 37:14–21).
En el Salmo 119:67 leemos: “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas
ahora guardo tu palabra”. El dolor al cual se refiere David era un correctivo de Dios. Fue
una necesidad para que reaccionara a sus privilegios, y como bien lo dijo después:
“Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos” (v. 71).
Pablo creía que sus sufrimientos eran el modo para comprender mejor el sentido de
identificación con Cristo (Filipenses 3:8–13); para prepararlo mejor para un ministerio
más arriesgado (Filipenses 4:12). Es decir, que al descubrir el objetivo del dolor;
cambiamos nuestra actitud y comenzamos a aprender las lecciones tal como Dios las
imparte.
Estos textos demuestran que la fuerza de la oración radicaba en el modo en que David
veía a Dios. Sus dolores espirituales fueron los vehículos que lo acercaron más y más a él
en confianza y seguridad. Muchos líderes pasan por momentos extraños de sufrimiento, y
necesitan que el Señor les oiga pronto y les responda (Salmo 102).
No porque sientan que está lejos de ellos, sino porque la situación les apremia, y
solamente él tiene la solución.
Noé recibió una promesa que también podemos hacer nuestra: “Mientras la tierra
permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno,
el día y la noche” (Génesis 8:22). Dios asienta sus promesas sobre sus pactos para darnos
confianza en nuestra inseguridad.
4. Pérdida de objetivos
Las consideraciones que formulamos más arriba, añadidas a las innumerables
estrategias que el diablo pone delante, podrían deteriorar nuestro rumbo y hacernos perder
el objetivo; que es una de las situaciones más graves en las que nos podríamos encontrar.
Es similar a encontrarnos en medio del mar remando con un solo remo, que además no
está ubicado convenientemente. El botecito se mueve, pero está siempre en el mismo
lugar. “Hay que hacer algo”, puede ser un lema que agrande nuestro bote que se puede
convertir en un buque, pero es lo mismo.
El problema radica en la pérdida del rumbo y no en el aumento de los trabajos. Cuando
ocurre así, no tenemos que mejorar planes, sino rectificar los errores o estar dispuestos o
perderlo todo.
Una de las maneras más rápidas para que nos apartemos de los propósitos es
transformar la actividad en activismo. En este “hacer por hacer” algunas ovejas, muy
preocupadas por lo que sucede, comenzarán a reclamar el retorno a las prioridades, y
querrán volver a la dependencia de Dios; otras se sumirán en la indiferencia y otras se
esforzaran para colaborar con “el botecito” sin temas y sin rumbo.
Recapacitar y analizar con cuidado lo que sucede nos exigirá tomar un tiempo de
quietud para repasar algunos temas principales, como por ejemplo:
A. La importancia de la misión.
B. El recuerdo de la visión.
Ya nos hemos referido a la visión que como líderes debemos tener. No se trata de la
experiencia que especialmente tenían los profetas del Antiguo Testamento, sino de ese
llamado especial de Dios para ejecutar algo específico en su obra.
Uno de los mecanismos usados por Hageo, en el ejemplo que dimos más arriba, fue
buscar, entre los presentes, ancianos que recordaran la gloria del primer templo, para que
relataran cómo era el plan inicial. Así leemos: “¿Quién ha quedado entre vosotros que
haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la véis ahora? ¿No es ella como nada
delante de vuestros ojos”? (Hageo 2:3) (comp. Esdras 3:12).
El templo edificado por Salomón era un monumento a la esplendidez y magnificencia
que muchos desconocían. Aquellos líderes necesitaron volver a tener una nueva visión de
los proyectos y esfuerzos del pasado, para conocer el propósito de Dios y volver a tomar
el entusiasmo para seguir.
Volver a glorificar su nombre por lo que hizo es reabastecer nuestra alma para
continuar en el futuro, es volver a recordar los propósitos suyos en el llamamiento al
liderazgo y refrescar los triunfos sobre el enemigo, que gana si nos hace marchar de
espaldas a Dios.