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Se calcula que más de 2 millones de niños en el mundo padecen del Síndrome de Déficit
Atencional (SDA), cifra que lo convierte en la alteración neuro-conductual más común de
la infancia. La enfermedad, que afecta a aproximadamente a un 7% de los niños entre 6
y 11 años, se manifiesta por un nivel inusualmente elevado y crónico de falta de
atención, impulsividad e hiperactividad, entre otros síntomas.

"El niño puede llegar a sufrir alteraciones en áreas cruciales de su vida, como tener
dificultades para relacionarse en el ambiente familiar, escolar y en el trabajo", explica la
doctora Andrea Chávez, neuróloga de la Universidad de Chile, especialista del Centro
Clínico del Estrés y el Dolor, y docente de la Escuela Internacional de Medicina y Cultura
Oriental.

Hoy se le considera un problema de salud serio, debido a su prevalencia, al deterioro que


provoca en el desempeño escolar y en la socialización del niño, a su carácter crónico y a
la limitada eficacia que ofrecen las terapias actuales, sobre todo cuando se piensa en el
largo plazo.

Al respecto, la doctora Andrea Chávez confirma que muchas de las estrategias


terapéuticas utilizadas actualmente no son las ideales, porque a su juicio, sólo ofrecen
alivio limitado y están asociadas además con efectos adversos importantes. "Si bien el
tratamiento farmacológico es eficaz en la mayoría de estos pacientes, hay otros que no
responden o no lo toleran por sus efectos secundarios", precisa esta profesional.

Independientemente del tratamiento por el que opten los padres, Andrea Chávez
sostiene que medidas como la exposición a medio ambientes naturales y un mayor
contacto con la naturaleza, además de ciertas modificaciones en la dieta, contribuyen en
forma muy positiva a mejorar las conductas de los niños con este síndrome y, en general,
las de cualquier pequeño. "Basta pensar en que los niños de hoy carecen de espacios
amplios, como los de antes, para correr y liberar energías. Hoy viven en casas o
departamentos con espacios reducidos y pasan largas horas sentados en las salas de
clases. Tienen poca actividad física y, en cambio, muchos estímulos -como la televisión y
los video-juegos- que los hacen estar más ansiosos y fomentan la agresividad", apunta
esta especialista.

Cuidado con lo que come


El segundo aspecto -no menos importante- que esta neuróloga llama a tener en cuenta a
la hora de tratar a un menor con SDA es su alimentación. "Es evidente que hay ciertas
comidas que ayudan a estos niños y otras que, por el contrario, empeoran su condición",
enfatiza la profesional.

Entre los alimentos que acentúan las características de un SDA, se encuentran las
golosinas y los alimentos ricos en azúcar, la comida chatarra, la cafeína, las bebidas
artificiales y la mayoría de los productos que contienen colorantes, preservantes y
saborizantes.
"Luego de unos minutos de haber consumido dulces, los niños comienzan a bajar sus
niveles de concentración y se sienten más adormilados", sostiene esta especialista. Y es
que, además de las calorías y de la grasa que contienen, las golosinas y los famosos
snacks superan ampliamente la cantidad de azúcar refinada que el cuerpo humano está
preparado para metabolizar.

Como consecuencia de esta sobreingesta, en el organismo se produce una hiperglicemia


o exceso de azúcar en la sangre, que obliga al páncreas a secretar más insulina (hormona
encargada de metabolizar la glucosa, grasas y carbohidratos consumidos). Tras su acción,
la hormona provoca el efecto inverso, esto es, una hipoglicemia que provoca cansancio,
fatiga y, por lo tanto, dificultad para concentrarse, junto con una tendencia a las
conductas impulsivas.

La doctora Chávez agrega que, además, hay que tener en cuenta que hoy en día muchos
de los alimentos que consumimos -enlatados, refrigerados e incluso algunas verduras- son
cultivados utilizando agentes artificiales y elementos potencialmente dañinos para el
organismo. Por eso, lo ideal sería que los menores consuman alimentos de origen
orgánico, es decir, cultivados sin la utilización de sustancias sintéticas o tóxicas.

La recomendación general apunta a conseguir y mantener un estilo de vida más natural,


con una nutrición a base de alimentos frescos preparados en el hogar, evitando los
productos empaquetados, enlatados o envasados que puedan contener aditivos químicos.
Para esta especialista, además, es necesario enfrentar el SDA en forma integral, con una
terapia que busque mejorar la calidad de vida del menor, pues muchas veces estos
cuadros se ven acentuados cuando hay problemas familiares, discusiones entre los padres
o por el mismo estrés que les genera sentirse etiquetados como "el niño problemático del
curso".

"Aquí en la Escuela Internacional de Medicina y Cultura Oriental, los tratamos con


distintas terapias complementarias, que están especialmente destinadas a aquellos niños
que no logran resultados positivos con los fármacos convencionales". Así, por ejemplo,
señala se le apoya con Flores de Bach o reflexología, terapia que se basa en la
estimulación -a través de masajes manuales- de ciertas zonas del pie con el objetivo de
equilibrar el funcionamiento de los diferentes órganos del cuerpo y a la vez tratar y
prevenir trastornos o enfermedades.

"De hecho, a las mamas les enseñamos esta disciplina para que la practiquen con sus
hijos en casa. Así ellas encuentran una forma práctica de aliviar a sus niños y, de paso
realizan una actividad que les permite estrechar los lazos afectivos, los que muchas
veces están deteriorados por el estrés y la angustia que genera en la familia enfrentar un
cuadro como el SDA", afirma.

Más y más pruebas


Existen varios estudios que vinculan la hiperactividad y el déficit atencional con la
ingesta de ciertos aditivos alimentarios. Uno de los más recientes, efectuado en
noviembre del año pasado por la Universidad de Southampton (Reino Unido), fue un poco
más allá y estableció una estrecha relación entre la mezcla de ciertos colorantes y
conservantes alimentarios y el aumento progresivo de niños diagnosticados con el SDA.

Los resultados parecen ser tan concluyentes que la Agencia de Seguridad Alimentaria del
Reino Unido -institución que encargó el estudio- consideró necesario advertir
públicamente a los padres acerca del daño que provoca la ingesta sostenida de aditivos
como el conservante benzoato sódico y la tartrazina o amarillo crepúsculo, un colorante
de origen artificial usado en la mayoría de los alimentos y golosinas destinados
especialmente a niños.

Estudios anteriores han señalado que la tartrazina afecta directamente la conducta de


los niños. Despierta una reacción pseudo-alérgica en el organismo, lo que provoca la
liberación de histamina, desencadenando cambios anímicos como irritabilidad, insomnio
y ansiedad. Simultáneamente, actúa en el cerebro alterando los espacios sinápticos,
provocando falta de concentración, somnolencia e hiperactividad. Es decir, todo el
cuadro de un síndrome de déficit atencional.

Basta ser un consumidor habitual, por ejemplo de jugos artificiales, para que estos
síntomas se hagan presentes.
Y

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