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LO POLÍTICO EN EL TRABAJO.

SUSPENSOS DE LA AUTOPOIESIS1

Miguel Urrutia Fernández & Pablo Seguel Gutiérrez2

1. Carácter político de la reorganización del trabajo

Defendiendo el potencial político de lo que Franco Berardi (2003) denominó cognitariado,


el autor buscó diferenciar su argumento de aquella ‘horrenda y fantástica, pavorosa y
divertida, deprimente y alegre, Funky Village’3; no obstante, hay un punto que el famoso
autor autonomista (también conocido como Bifo) concedió a los mentores de la figura
recién referida:

El poder reside en todas partes en el sentido de que el código semiótico del capital
ha invadido todo espacio mental, y obliga a la mente a trabajar de modo
unidireccional. Pero es también cierto que cada uno de nosotros tiene el poder de
experimentar una vía independiente.
La realidad económica de nuestra época implica que toda empresa puede competir
con otra. Todos competimos en el ámbito internacional. Las personas compiten en
el ámbito internacional. Las empresas compiten en el ámbito internacional. No hay
hacia dónde correr y en dónde esconderse. Ni para usted. Ni para la FIAT. Ni para
U2. Ni para Ricky Lake. Ni para Robert de Niro. Ni para Meg Ryan. Ni para Augusto
Pinochet.4 (Berardi, 2003: 183, destacados nuestros)

Bien sabemos en Chile que de los personajes listados en la cita hay a lo menos uno para el
que habría sido razonable la situación sin escapatoria allí descrita, pero también sabemos
que por sus aportes al Semiocapitalismo (nomenclatura de Berardi), la historia concedió a
Pinochet una confortable y fastuosa vejez.

Berardi (Bifo) y el último autonomismo italiano han padecido un agudo problema para
tratar en términos efectivamente materialistas con la historia del trabajo (De la Garza,
2002). Para aproximársele en sus vértigos recientes se han obligado a hacerlo bajo la
imagen de un mundo virado en sí mismo, inabordable desde cualquier praxis anterior a esa

1
Esta es una versión en proceso de ampliación de un texto que la Universidad del Valle, Colombia, ha
incluido como capítulo del último libro (en prensa) de su colección Nuevo Pensamiento Administrativo.
2 Pablo Seguel es historiador y licenciado en sociología por la Universidad de Chile, estudiante del Magíster
en Historia de la Universidad de Santiago de Chile, becario CONICYT Magíster Nacional 2018, folio Nº
22180599, contacto: bseguelg@gmail.com. Miguel Urrutia es Dr. en Sociología por la Universidad de
Lovaina, Bélgica, académico del Dpto. de Sociología de la Universidad de Chile y profesor del Doctorado en
Ciencias Sociales de la misma institución, contacto: murrutiaf@u.uchile.cl.
3 El texto que hemos utilizado es una reducción no literal del que a su vez cita Berardi: Ridderstrale, Jonas y
Nordström, Kjell (2000). Funky Business, Madrid, Pearson Educación, p. 41.
4
En letra normal: Berardi, 2003: 183. En letra más pequeña: cita textual hecha por Berardi de la página 34
del texto de Ridderstrale y Nordström mencionado en nota anterior.
1
“nueva fase de la organización del trabajo y la sociedad tras el taylorismo, el fordismo y el
keynesianismo” (Negri, 1993). Llama poderosamente la atención este modo de designar
una novedad radical mediante una noción tan lineal como la de “fase”.

Se ha dicho que el recién citado Negri perdió el rumbo autonomista trazado por Panzieri y
Tronti cuando su exilio en París (1983-1997) lo expuso al “posmodernismo” de Foucualt,
Guattari y Deleuze. Para ponderar esto, haremos un brevísimo paréntesis.

El aprecio de Deleuze por la vida – a veces presentado como mero vitalismo– respondió en
parte a la fragilidad de la suya5. Fue entonces un político de intención revolucionaria que
buscó descodificarse en primer lugar de su propio organismo distinguiéndolo del cuerpo
como colectividad. Así, hizo cuerpo con un activo militante y discípulo dilecto de Lacan,
Félix Guattari (Dosse, 2009). Negri, un académico combatiente condenado en tribunales
Italianos por ‘adoctrinar a la juventud en la subversión contra el Estado’, impactó sobre
Guattari más bien que al revés. De todos modos Negri anexó a su lenguaje algunas de las
nociones más delicadas del materialismo que Deleuze desarrollaba ya antes de su
encuentro con Guattari.

Hablamos en rigor de una anexión de lenguaje pues cuestiones deleuzianas fundamentales,


como el vínculo entra radicalidad política y prudencia del pensamiento, jamás calzaron con
la posición de un intelectual a la ofensiva como Negri; menos aun permitirse debilidades
como las del “tartamudeo” propuesto por Deleuze y Guattari para hablar desde la
academia con la política de los movimientos obrero-populares:

Una de las raras diversiones de esa izquierda lúgubre, agobiada por los
remordimientos, las derrotas y la ausencia de imaginación ha sido [debatir
sobre] lo que parecía evidente para la mayoría de la gente dotada de buen
sentido (la informatización de lo social, la automatización en las fábricas, el
trabajo difuso, la hegemonía creciente del trabajo inmaterial, etc.) No se
quería admitir a ningún precio que todo había cambiado después de 1968 y
por tanto durante los últimos veinte años, y que, en particular, el rechazo del
trabajo expresado por la clase obrera, combinándose con la innovación
tecnológica que le siguió (precisamente los fenómenos de inmaterialización
del trabajo a gran escala), había determinado una situación nueva e
irreversible, tanto en la organización del trabajo como en la del Estado, y
que obligatoriamente tenía que derivarse una emancipación total del
movimiento obrero frente a toda su tradición, y la invención de formas de
lucha y organización adecuadas.

5
La guerra le trajo la dolorosísima pérdida de su único hermano y las mismas marcas físicas que a casi toda
la población europea, entre ellas, una rebelde tuberculosis que acabó haciéndolo vivir con un solo pulmón
durante 27 años. Ya muy enfermo, en 1995 Deleuze elevó una demanda judicial de eutanasia, rechazada
ésta, se suicidó.
2
Nadie ha probado aun que exista contraposición necesaria entre la investigación social y la
des-determinación de lo real. No obstante, intentando escapar de los determinismos
reformistas, el tardoautonomismo italiano supuso una relación natural entre saber y
política, reemplazando la implicación científica en una realidad intensiva por unas
“imágenes de mundo” (Villalobos-Ruminnot, 2001) tan extensivas que ni los propios datos
de su inconsistencia logran revertir la imágenes creadas

la cibercultura de los años noventa idealizaba el mercado al presentarlo


como una dimensión pura [allí] el trabajo hallaba los medios para
autovalorizarse y hacerse empresa (…) Este modelo, teorizado por autores
como Kevin Kelly y transformado por la revista Wired en una especie de
visión del mundo digital liberal, altanera y triunfalista, ha quedado en
entredicho en los dos primeros años del nuevo milenio, junto con la new
economy y gran parte del ejército de autoempresarios cognitivos que
animaron el mundo de las dotcom. (Berardi, 2003: 12)
Para vencer la batalla por el poder político, la batalla que durante todo el
siglo XX ha opuesto a obreros y capital, éste ha tenido que liberarse de su
forma industrial y reducirse a su esencia de código abstracto, capaz de
modelar por la vía puramente semiótica los procesos concretos de
elaboración y producción. (Berardi, 2003: 124)6

En algunas investigaciones realizadas para el caso chileno se hace reconocible que la


reorganización del trabajo en las últimas cuatro décadas - desde el outsourcing hasta la
industria 4.0 – ha derivado sus contenidos, orientaciones y efectos técnicos, directamente
de su carácter político. Algo que la Teoría de Procesos de Trabajo ha nombrado con una
parsimonia en las antípodas de Negri o Berardi: “la organización/movilización del trabajo, el
proceso de trabajo y las relaciones de empleo son dominios sobrepuestos no aislados unos
de los otros” (Thompson, 2016).

Pero la apreciación del carácter eminentemente político en la reorganización técnica del


trabajo requiere ante todo de esa historicidad perdida en el autonomismo de la cosa
digital. No cabe entonces idear una complejidad distinta a la de los procesos socio-
materiales, o sea, esa cualidad que permite a las formas históricas variar manteniéndose
inmanentes a la historicidad, algo que ocurre sin el protagonismo ̶ pero tampoco la
prescindencia ̶ de acciones subjetivamente fundadas.

6
El texto de Berardi es un extraño ir y venir entre la crítica a la New Economy y la aceptación de la imagen-
mundo que esta propone. Algunos alcances políticos de dicha imagen pueden apreciarse en:
https://www.theguardian.com/news/2018/jan/19/post-work-the-radical-idea-of-a-world-without-
jobs?CMP=share_btn_tw ; http://sites.bu.edu/tpri/2017/07/06/why-isnt-automation-creating-
unemployment/ ;
https://newrepublic.com/article/146924/silicon-valleys-origin-story ; https://medium.com/@Vitolae/why-
taylorism-cannot-apply-to-the-cleaning-craft-864293bafabf ;
https://gavinkellyblog.com/new-shocks-and-old-sins-economic-adjustment-in-the-age-of-automation-and-
brexit-b2886cc47bbb .
3
Lejos de las grandes imágenes del mundo, esa cualidad que recién hemos mencionado, ha
sido reconocida desde hace algunas décadas en la vida celular y nombrada con el lirismo
autopoiesis (Maturana y Varela, 2013). Sin embargo, su utilidad en un nuevo análisis
materialista histórico de la centralidad política del trabajo7 implica suspender tres
tratamientos que la teoría de sistemas sociales ha dado a ese concepto (Luhmann, 1997 y
1998a; Correa y Gibert-Galassi, 2001; Mascareño, 20168).

Lo que cabría suspender son algunas reontologizaciones que pasamos a enumerar en


orden inverso a la lógica de la propia teoría: a) la observación de observaciones u
observación de segundo orden; b) el principio de diferenciación sistémica, pero solo en
cuanto conduce a la consideración obligada de un policentrismo de los sistemas sociales,
ajena al mundo real del capital en el que seguimos viviendo, tanto más en un lugar como
Alemania; c) la unidad de la diferencia sistema/entorno que funda el sentido de la
comunicación (Luhmann, 1998 a y b). Usamos este orden contra-lógico para concluir con
este último elemento del cual ha carecido el materialismo histórico: una unidad mínima
para el análisis correspondiente con su teoría, así como la interacción para Durkheim, el
sentido mentado de la acción para Weber, el acto común unitario para Parsons, y lo que
acabamos de indicar en la letra “c” para Luhmann9. Ahora bien, la propia deriva del último
autonomismo italiano muestra que lo requerido por el materialismo histórico, al no
tratarse solo de una sociología, es la “unidad real mínima”, y…

La unidad real mínima no es la palabra, ni la idea o el concepto, ni tampoco


el significante. La unidad real mínima es el agenciamiento. Siempre es un
agenciamiento el que produce los enunciados. (Deleuze & Parnet, 1980: 61).
No hay enunciado individual, jamás lo hubo. Todo enunciado es el producto
de un agenciamiento maquínico, es decir, de agentes colectivos de
enunciación (…) El nombre propio no designa un individuo: al contrario, un
individuo sólo adquiere su verdadero nombre propio cuando se abre a las
multiplicidades que lo atraviesan totalmente, tras el más severo ejercicio de
despersonalización. El nombre propio es la aprehensión instantánea de una
multiplicidad (Deleuze y Guattari, 1997: 43. Destacado nuestro).
Todos estamos incluidos en un agenciamiento de ese tipo, reproducimos el
enunciado cuando creemos hablar en nombre propio, o más bien hablamos
en nombre propio cuando producimos el enunciado. (Deleuze y Guattari,
1997: 42. Destacado nuestro)

7 Tema que abordamos en un libro de próxima edición.


8 Seguimos particularmente los contrapuntos y complementos de estos dos últimos trabajos, por supuesto
sin comprometerlos en nuestros eventuales errores de formulación.
9 No consideramos que la “Acción comunicativa” en Habermas, ni menos “el reconocimiento” en Honneth,
busquen operar como tal mínima unidad de análisis social. Por eso no incluimos sus tan relevantes teorías
en el listado anterior. Respecto de Bourdieu, es literalmente la sociología recomendada por Deleuze y
Guattari, aunque en la teoría de habitus y campo no apreciamos aproximación a la “unidad real mínima”,
menos aún en la ontología analítica del llamado realismo crítico (Archer, 2009).
4
2. Teoría de los agenciamientos para un análisis del ataque a los salarios

La noción de agenciamiento se aparta de toda forma de estructuralismo y, por lo tanto, de


ese figura imprecisa que se ha dado en llamar, postestructuralismo (Bogard, 1998). En
ambas, finalmente el sentido (o, lingüísticamente, el enunciado) es comprendido como el
resultado del sistema de diferencias interior al lenguaje o, más radicalmente, como el
efecto de un significante amo en torno de cuya carencia constante o espectralidad se
organiza el deseo colectivo, de manera que, en el concepto estructuralista, no son los
sujetos quienes usan el lenguaje para hablar, sino el lenguaje el que hace hablar a los
sujetos ordenados por el significante-falo o significante-amo10.

Al tampoco considerar el sentido como una emanación de acciones subjetivas (Deleuze,


1994), la teoría de los agenciamientos descubre (o más bien des-encubre) el sentido como
enunciación gregaria, colectiva. Tampoco es – como en ese inventado posestructuralismo -
la sociedad o la historia la que habla a través de nosotros, los sujetos. Simplemente ocurre
que reducidos a individualidades, rigurosamente no podemos hablar (entendiendo por tal,
participar del sentido), ni actuar. Pero sabemos que una vida (la vida) no puede sostenerse
de ese modo, por enormes que sean las máquinas o dispositivos sociales individualizantes.
Aunque sea prácticamente imperceptible para las ciencias lineales (empiristas o
trascendentales), los sujetos hablamos, actuamos, imaginamos y, en definitiva,
producimos, a través de lo colectivo, como colectivo

y esto lo revela la gran industria [disminuyendo] el tiempo de trabajo


necesario, para aumentarlo en la forma del trabajo excedente (…) Las
fuerzas productivas y las relaciones sociales ̶ unas y otras aspectos diversos
del desarrollo del individuo social ̶ se le aparecen al capital únicamente
como medios (…) In fact, empero, constituyen las condiciones materiales
para hacer saltar a esa base por los aires. [Se] revela hasta qué punto el
conocimiento o knowledge social general se ha convertido en fuerza
productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del
proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general
intellect y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas
productivas sociales son producidas no sólo en la forma del conocimiento,
sino como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso vital real.
(Marx, 2007: 229-230. Destacados nuestros)

Que el materialismo histórico careciera en el siglo XIX de una formalización acerca de la


unidad real mínima no impidió, en los hechos, el análisis de agenciamientos como el de la
gran industria. Tampoco impidió mostrar que, aunque nada es esencialmente libertario u

10 Es vital no concebir esta caracterización como una crítica a Jacques Lacan, cuya obra es usada (o abusada)
en la producción de este estructuralismo (Stavarakakis, 2010). Algo similar ha ocurrido con el trabajo de
Jacques Derrida.
5
opresor, en un agenciamiento, solo el reconocimiento de su variabilidad nos acerca, de un
modo indefectiblemente político, a sus intensidades opresoras o libertarias. Así se hace
reconocible que la llamada reorganización técnica del trabajo desde el último cuarto del
siglo XX ha sido pieza fundamental de un agenciamiento donde el salario funciona real y
efectivamente como “variable de ajuste del cuadro macroeconómico general” (Álvarez et.
al., 2009: 243).

Los agenciamientos consisten en multiplicidades o composiciones variables de fuerzas


heterogéneas (marcos legales, infraestructuras urbano-rurales, lenguajes, aparatos
policiales, tecnologías, pensamientos, prácticas) que, sin carecer de sujetos activamente
beneficiados y de sujetos eficazmente resistentes, revelan el carácter no lineal de la
historicidad (Benjamin, 2010) como ser genérico de dichos sujetos (Deleuze, 2002). Los
agenciamientos expresan el atributo de procesos históricos que configuran propiedades no
contenidas previamente en la individualidad de ninguno de sus elementos, partes, o
componentes11 (De Landa, 2012). Solo este apego irrenunciable y profundo a la
historicidad, permite mostrar sin contradicción al agenciamiento como multiplicidad que es
unidad real mínima

Pensar y ser están, pues, diferenciados y, al mismo tiempo, en unidad el uno


con el otro. La muerte parece ser una dura victoria del género sobre el
individuo y contradecir la unidad de ambos; pero el individuo determinado es
sólo un ser genérico determinado y, en cuanto tal, mortal [su realización] no
ha de ser concebida sólo en el sentido del goce inmediato, exclusivo, en el
sentido de la posesión, del tener [sino que] apropia su esencia universal de
forma universal, es decir, como hombre total (…) es, por esto, tan
polifacética como múltiples son las determinaciones esenciales y las
actividades del hombre (…) La superación de la propiedad privada es por ello,
la emancipación plena de todos los sentidos y cualidades humanos (…)
Necesidad y goce han perdido con ello su naturaleza egoísta y la naturaleza
ha perdido su pura utilidad (Marx, 2001: 149-150. Destacados nuestros)

Desenmascarador entonces de la individualidad como irreal, la unidad de un agenciamiento


está dada por la duración de los procesos que lo componen (Bennett, 2010), de manera
que un agenciamiento puede ser algo casi instantáneo como la transformación de un
contrato laboral a plazo fijo en uno indefinido, o algo relativamente rápido como la
ejecución de un plan de despidos, o algo más duradero, como el agenciamiento de ataque
a los salarios que estamos analizando y al que ya podemos llamar neoliberal sin por ello
recortar su complejidad ni ceder al subjetivismo.

Para establecer estas duraciones se debe atender dos ejes de variación. El eje que varía
entre: (a) los signos o expresiones (palabras) y (b) los contenidos o estados corporales

11 Usamos estas tres palabras como sinónimos, mera iteración con fines comprensivos.
6
(cosas). Tal variación se realiza mediante meras “formalizaciones (…) en estado de
equilibrio inestable” (Deleuze y Guattari, 1997: 72). En este punto resulta vital para el
realismo materialista advertir la imposible correspondencia entre palabras y cosas. Una
teoría puede promover tal correspondencia, pero entonces es una teoría normativa y no
una teoría política o de lo real. Si reducimos lo que la teoría de los agenciamientos designa
como “expresiones, signos o palabras” a aquello que decimos, y por otra parte reducimos
lo que esta teoría designa como “contenidos, estados de cuerpos o cosas” a aquello que
hacemos, por supuesto que la congruencia resulta deseable y hasta indicativa de
emancipación. Pero cuidado con esto. La política en el agenciamiento de ataque a los
salarios no se caracteriza por aquello de que “nadie hace lo que dice”. Los muy políticos
ministros de hacienda, por ejemplo, hablan abiertamente de ajustes con sacrificios para la
población y es justamente lo que hacen sin que les tiemble la mano. Por otra parte, si de
verdad observamos las luchas contra el neoliberalismo como una unidad real, solo
aportando al régimen policial se les podría pedir que digan todo lo que hacen (Urrutia,
2002).

Ahora bien, a falta de un criterio interno para aprovechar el equilibrio inestable de esas
formalizaciones e intervenirlas libertariamente, cabe considerar el segundo eje de los
agenciamientos. En este eje se verifica la variación entre dos formas, tan materiales, que al
principio resultan enigmáticas: territorialización y desterritorialización. Su comprensión
requiere resumir el centro de este materialismo histórico desplegado en la teoría de los
agenciamientos. Es de honestidad mencionar el encuentro con la teoría de la diferenciación
sistémica (aunque sin su policentrismo obligado) y más específicamente con el principio de
co-evolución sistema-entorno (Luhmann, 2007; Mascareño, 2016), el cual posee, a nuestro
juicio, el valor enorme de haber demostrado que la recursividad en las formas sociales no
configura de suyo habituación reproductora, ni acontecimiento revolucionario.

En la forma que toma la materia se constatan procesos evolutivos que, en modo alguno,
son lineales o progresivos (Guattari, 1996; De Landa, 2012), tanto en el sentido
spenceriano de unas sociedades más aptas que otras, como en el sentido hegeliano y en
general idealista de un avance al encuentro con el Espíritu; sentidos ambos que no cabe
imputarle a la modernidad, entre otras cosas, porque dicho concepto remite a una
totalidad histórica descomplejizada e irreal.

La materia cobra formas y estas evolucionan autopoiéticamente de acuerdo a códigos


(Guattari, 1996; Deleuze y Guattari, 1997; Bennett, 2010). Por ejemplo, la propia forma de
la tierra (planeta) obedece, entre muchos otros códigos, al de la gravedad. Así, algunos
materiales “han caído hacia el centro” más velozmente que otros formando estratos,
subestratos y varias otras formas que los geólogos han descrito admirablemente, pero la
distribución de estas formas no responde a una suma de códigos. Incuso, aunque
eventualmente, la complejidad de los procesos geológicos permite que estratos y/o
subestratos se descodifiquen, por ejemplo, del código gravitatorio. Afloran materiales

7
pesados hasta los estratos y subestratos superficiales e incluso la liviana atmósfera puede
hacer llover ácidos sobre los estratos.

Yendo incluso más atrás en la historia de la materia, se reconoce la formación de tres


grandes estratos en su interior: el inorgánico, el orgánico o viviente que incluye los
animales no humanos, y el estrato antropomórfico (Deleuze y Guattari, 1997). A este
último también se le llama aloplástico por la capacidad de crear sus códigos y de afectar
con ellos a los otros estratos (por ejemplo el código de la producción mercantil basada en
energías fósiles).

En medio de toda esta variedad de formas estratificadas, surgen territorios, no definidos


meramente por geometría, sino por nuevas formas materiales no estratificadas que se
interpenetran con los códigos de los estratos circundantes, generando de descodificaciones
y sobrecodificaciones.

Desde el punto de vista de la materia humana y sus formas de vida, también se reconoce la
formación de estratos por procesos de codificación social (no única ni principalmente los
llamados estratos socioeconómicos que corresponden a producciones estadísticas). Las
grandes instituciones de una sociedad son un tipo de estrato, pero también lo son por
ejemplo la forma ciudad y, sobre todo, la poderosa forma sustracción de valor-trabajo por
parte del capital. Las colectividades humanas desarrollan sus formas de vida entre medio de
estos estratos, se hacen un territorio manejando los códigos circundantes. Se territorializan
en una zona de confort relativo y de equilibrios inestables. “Todo agenciamiento es en
primer lugar territorial. La primera regla concreta de los agenciamientos es descubrir la
territorialidad que engloban” (Deleuze y Guattari, 1997: 413), a partir de ella pueden
medirse coeficientes de desterritorialización ligados al primer eje del agenciamiento. Estos
coeficientes pueden definir el paso de un agenciamiento a otro.

Entonces, todo agenciamiento parte de un territorio que compone un eje que sirve de
coeficiente para las variaciones del otro eje. Es decir, las variaciones entre los enunciados
lingüísticos y los estados de cuerpos pueden ser medidas a la luz de los grados de
desterritorialización con los que se asocian. En estos dos ejes se analizan los
agenciamientos, descargando relativamente al primero de la pregunta libertaria y
dirigiéndola más al segundo, pero sin dejar de reconocer que este eje está atravesado a su
vez por las variaciones del primero. Lo que diga y haga, por ejemplo, un partido político de
intención proletaria, o una central sindical, podrá juzgarse por su cruce en el eje
territorialización/desterritorialización, pues la emancipación se ayuda de nuevos partidos y
sindicatos revitalizados, pero concretamente se mide por desterritorializar al trabajo de la
explotación y por reterritorializar la producción, reproducción y cuidado material de la vida,
en la cooperación mancomunada. Muy diferente a la neokantiana tarea de inventar un
pueblo, un agenciamiento libertario consiste en producir una nueva tierra desde “la vida
productiva misma [que hoy] aparece ante el hombre sólo como un medio. La vida
productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida que crea vida.” (Marx, 2001: 62)

8
3. Desterritorializaciones relativas de lo político

Los agenciamientos permiten entonces no solo recuperar las explicaciones de lo social por
lo social, sino también analizar las tramas materiales de las que emerge la separación entre
“eso social” y “eso otro”, nombrado habitualmente como político.

En el caso chileno, las complejidades autopoiéticas del agenciamiento de ataque a los


salarios han sido involuntariamente ocultadas por las concepciones diversas de un “Modelo
Neoliberal”, que habría sido decidido en los inicios de la dictadura, entre 1973 y 1975
(Gárate, 2012). A partir de entonces, una categoría de sujetos habría fundado una
determinada racionalidad para compartir el sentido de sus acciones y transformarse en un
actor social dominante (Lechner, 1990 y 2002; Touraine, 1995).

Al advenir la democracia en 1990, las nuevas (y al mismo tiempo antiguas) elites


gobernantes no pudieron concebir que sus políticas fuesen señaladas como pertenecientes
al ámbito de un Modelo Neoliberal. Parte de esta elite (Foxley, 1987) tampoco reparó en
que, ni siquiera durante el periodo propiamente friedmaniano de la dictadura (1975-1982),
su política económica había sido nombrada como neoliberal12. De hecho, desde 1983 hasta
hoy, sin exaltación, pero con unanimidad, la corriente política dictatorial ha reivindicado el
nombre de la alemana “Economía Social de Mercado” (Meller, 1998; Urrutia, 2002; Gárate,
2012). De todas formas, para remarcar el cambio cualitativo indudable entre dictadura y
democracia, se propuso el término “Modelo Chileno” (Jaksic y Drake, 1999). Sin embargo,
esta tachadura de la palabra neoliberal como intento de sugerir la llegada de una política
basalmente desafiliada de la dictadura, tendió a diluirse cuando las fuerzas políticas que
habían sostenido a dicha dictadura ganaron las elecciones presidenciales de 2010.

Con todo, ningún enfoque crítico ha creído necesario interrogar la noción misma de
Modelo (Mayol, 2012 a y b; Atria et. al., 2013; Urrea, 2014. Escapando de esta mirada:
Estupiñán, 2016), y en particular su remitencia de la conflictividad a unos sentidos
subjetivos de la acción donde los efectos histórico materiales del ataque a los salarios,
logran ser apartados con evidencia subjetivista ad hoc (Urrutia, 2005). Hemos presenciado
así, una cierta desactivación del análisis social por la vía del subjetivismo, o de lo que
Fernando Robles (2006) denominó “retórica sujetológica”. Con ese horizonte, desde la
segunda mitad de los años 90, una corriente dominante en las ciencias sociales chilenas
puso a girar la cuestión de los malestares sociales (desterritorializaciones negadas en su
materialidad) en el epistémicamente célebre círculo hermenéutico. La misma pauta ha
seguido aplicándose para preguntarse si las fuerzas sociales que irrumpieron en Chile en los

12 Pese a los encuentros Friedman/Pinochet en 1976 y 1981, y a que todo el equipo económico dictatorial
de aquel periodo se había formado al alero de un convenio firmado en 1956 entre las escuelas de economía
de las Universidades de Chicago y Pontificia Católica de Chile (de allí la denominación coloquial “Chicago
boys” (Harvey, 2007b). Algunas facetas de este convenio son cruciales para mostrar la no linealidad de la
historia reciente de Chile.
9
años 2006, 2011 y 2016 han apuntado sus sentidos subjetivos a la corrección o a la
abolición del “modelo” (Garcés, 2012; Salazar, 2012; Atria et. al., 2012). Es un cuadro
paradójico en el que cualquiera de los diagnósticos podría reclamarse confirmado. Desde
los anuncios de estallidos sociales, hasta las advertencias sobre la irreversibilidad de la
modernización capitalista con su costo mercantilizador (o desencantador) de las relaciones
sociales.

Con más o menos sofisticaciones metodológicas, hurgar en los sujetos los sentidos que
atribuyen a sus acciones ha hecho que una parte de esta corriente –-sin tener que apelar a
la célebre sentencia de Thatcher13-- llegue a plantear dudas sobre si existe en la realidad
algo más que los individuos (Martuccelli, 2007). De ahí la relevancia que atribuimos al
estudio de lo político en el agenciamiento reorganizador de las relaciones laborales en
Chile.
Resulta ahora necesario revisar la definición de lo político más en boga actualmente, la del
jurista alemán católico y conservador14, Carl Schmitt. Lo haremos brevemente, no por
minusvalorar esta obra, sino para no perder de vista lo que ya hemos avanzado en la
asociación de lo político y las relaciones laborales como rasgo directo del agenciamiento de
ataque a los salarios.

La autonomía de la obra respecto del autor postulada por Michel Foucault, contribuye a
explicar la creciente acogida de Schmitt entre intelectuales chilenos de una izquierda más
bien radical. Aunque las cuestiones schmittianas tratadas actualmente ya habían sido en
cierto modo planteadas por otro abogado alemán en el siglo XIX (Marx, 1968 solo a modo
de ejemplo), la noción schmittiana de transformaciones en la intensidad de una situación
que hacen emerger Lo Político como atributo que desterritorializa los márgenes de esa
situación, converge y contribuye a describir el agenciamiento neoliberal de ataque a los
salarios.

Lo político puede extraer su fuerza de los ámbitos más diversos de la vida


humana; de antagonismos religiosos, económicos, morales, etc. Por sí
mismo lo político no acota un campo propio de la realidad sino sólo un cierto
grado de intensidad de la asociación o disociación de hombres. Sus motivos
pueden ser de [cualquier] naturaleza (…) La agrupación real en amigos y
enemigos es en el plano el ser algo tan fuerte y decisivo que, en el momento
en que una oposición no política produce una agrupación de esa índole
pasan a un segundo plano los anteriores criterios (…) y dicha agrupación
queda sometida a las condiciones y consecuencias totalmente nuevas y
peculiares de una situación convertida en política (…) En cualquier caso es

13 “there is no such thing as society. There are individual men and women, and there are families.” De:
https://www.brainyquote.com/quotes/margaret_thatcher_165648
14 Apuntamos estos elementos, recordando que nuestro argumento se desliga de las categorizaciones
identitarias. Tampoco la militancia de Schmitt en el nazismo, previa a la guerra, determina completamente
alguna sustancia de sus investigaciones.
10
política siempre toda agrupación que se orienta por referencia al caso
“decisivo”. (Schmitt, 2009: 68)

No es el segmento donde Schmitt define mejor su concepto de lo político, pero están


presentes sus dos componentes canónicos, más una especificación sobre el papel de la
intensidad en el emerger desterritorializante de lo político.

Sobre lo primero. Para Schmitt lo político implica: a) la distinción amigo/enemigo que


coloca al antagonismo como condición elemental, separando con claridad el ámbito de
otras distinciones como las del bien y el mal o la de lo feo y lo bello, que en su concepto no
pertenecen al campo de lo político, sino al de la moral y la estética respectivamente; b) la
decisión que alguien toma para declarar amistad o enemistad con fuerza vinculante, es
decir, que para el surgimiento de lo político alguien debe tomar una decisión que se hace
jurídicamente obligatoria a toda la comunidad concernida (obligación que necesariamente
implica violencia). Ese tomador de la decisión con fuerza vinculante, es el soberano ̶ no es
el pueblo, no es el Estado ̶ que funda un derecho suspendiendo el anterior. Otros trabajos
de Schmitt consultados (2002, 2005, 2013) presentan el carácter contingente de lo político,
es decir, su inmanencia a los procesos sociales. Aunque su acento en la toma de una
decisión insinúa subjetivismo, el carácter vinculante que hace política a esa decisión,
interroga la articulación sujetos/sociedades. Schmitt no niega ninguna de las posibilidades,
solo indica que en las articulaciones entre sujetos y sociedades es donde está puesto en
juego el que haya o no política.

No obstante su contribución, lo que se escapa en esta noción de lo político es la


historicidad designada por los agenciamientos, o sea, su complejidad atravesada por el
tiempo. La historicidad abarca esa condición de la complejidad que permite el emerger de
propiedades no contenidas en las instancias precursoras de un determinado conjunto de
procesos, pero además especifica umbrales para nuevos estados de cosas antes
improbables. La historicidad es, precisamente, apertura a lo improbable y ruptura de
linealidades (De Landa, 2012). Tales rupturas están referidas a las filosofías de la historia
que operan en los relatos, no implican posmodernamente promover el patchwork en las
ciencias humanas ni celebrar la fragmentación; antes bien, y como se verá, tales rupturas
con lo lineal buscan descubrir las reales condiciones de posibilidad y las soluciones de
continuidad que hacen actual al agenciamiento de ataque a los salarios. Ubicamos dichas
condiciones, primeramente, en la fase de gran crecimiento capitalista entre fines de la
Segunda Guerra y aproximadamente el año 1973, mundialmente recordado, entre otras
fatalidades, por el estallido de la llamada crisis de los petrodólares. Fueron cerca de treinta
años en que las organizaciones productivas del capitalismo avanzado crecieron de manera
vertiginosa y, sobre todo, segura (Hobsbawm, 1998; Wallerstein, 2005 y 2010). El ciclo de
crisis cesó durante esos 30 años en los centros capitalistas hasta que regiones inicialmente
subdesarrolladas entraron en la competencia por los mercados internacionales.

11
En medio de aquel crecimiento magnífico, una desterritorialización del propio capital había
estado operando.

Por su parte, instituciones como el Fondo Monetario Internacional, la Organización


Mundial de Comercio o el Banco Mundial, expandieron el agenciamiento mediante un
riguroso protocolo de despolitización. Programas de ajuste perfectamente neoclásicos,
neoliberales y monetaristas, fueron violentamente impuestos por estas Instituciones
Financieras Internacionales (en adelante IFI) únicamente a título de la objetividad científica
de la economía (Negri, 2002 y 2006; Wallerstein, 2005). Con estas condiciones de ajustes
ya avanzadas, los capitales fluyeron aún más raudos a regiones de bajos salarios. Una
operación de esta magnitud corrigió profundamente las tesis, tanto críticas como liberales,
sobre el estancamiento del capitalismo por la formación de monopolios.

Se debe en todo caso considerar que la desterritorialización relativa del agenciamiento


neoliberal no consistió en su mundialización inmediata, sino en la decisión de realizar
inversiones gigantescas solo para el traslado de la producción, mientras que las rebajas de
costos salariales eran una mera posibilidad colocada detrás de un horizonte de riesgo. Una
vez más, este despliegue del agenciamiento no puede ser explicado económicamente sino
como parte sustancial de la política en la última parte del siglo XX. Esto significa que el
ataque a los salarios no se efectuó para financiar estas gigantescas inversiones y
recomponer las tasas de ganancia (Neffa, 1993), sino que las gigantescas y riesgosas
inversiones fueron decididas como corazón del ataque a los salarios. Los ejes doblemente
articulados en este ataque fueron el de lo propiamente político por una parte, y el de la
competencia intracapitalista por la otra.

El capital tuvo tanto que llevar la competencia intracapitalista al interior de su lucha contra
los salarios (lo político), como introducir su lucha contra los salarios en la competencia
intracapitalista. Puesto que “no se puede establecer un corte radical entre los regímenes
de signos y sus objetos” (Deleuze y Guattari, 1997: 13), se comprende que el
agenciamiento neoliberal no decidió soberanamente la globalización del capital para
contener las presiones salariales (acusadas de ser extra-económicas). No fue la simple
presión obrera sobre las rentas del capital lo que reterritorializó su agenciamiento en el
modo de la globalización.

Ya desde los años cincuenta, las prácticas políticas del salariado “volvieron” a plantearse en
términos de poder y no solo de presión. Más aun, presionando salarialmente las rentas del
capital, las clases trabajadoras avanzaron hacia una política de realización de la democracia
(Negri, 1992 y 2004). El capital pudo notarlo incluso por la pérdida de injerencia en los
movimientos obreros de la antidemocrática Internacional Comunista de mediados del siglo
XX (Hobsbawm, 2011). Eso explica también por qué, en plena guerra fría, las derrotas
bélicas del imperialismo capitalista derivaron en cercos precisos a toda posibilidad de
realización de la democracia como política del trabajo, asumiendo incluso como un costo,
el empujar a los pueblos vencedores hacia el comunismo de la época (Chomsky, 1983).

12
Frente a la amenaza de la democracia realizada por el trabajo, el comunismo
hegemonizado por la URSS, resultaba para el capital un mal menor. Un enemigo diferible al
que más tarde podría enfrentar decisivamente en un terreno común: la subordinación del
trabajo a un productivismo destructivo.

4. Una democracia, mil agenciamientos

En los capitalismos centrales, la política obrera de realización de la democracia ha sido


presentada solo como cuestionamientos directos e indirectos a las disciplinas de fábrica.
Los cuestionamientos directos se habrían traducido en conflictividad laboral ascendente y
políticamente articulada. Los cuestionamientos indirectos se habrían expresado en
decisiones familiares de enviar a los hijos a la universidad para evitarles trabajar bajo las
disciplinas tayloriano-fordistas. Las principales teorías de la acción colectiva, desde Elster
(1995), Olson (1992) y Hirschman (1977), hasta Touraine (1995 y 1997), Tarrow (2004) y
Melucci (2002), se han abrevado de estas interpretaciones, asumiéndolas como parte de la
llamada sociedad post -industrial (Bell, 1991). Los cuestionamientos antes indirectos se
habrían transformado en directos al encarnarse en Nuevos Movimientos Sociales (en
adelante NMS), que partiendo por los estudiantes universitarios, incluyeron más posiciones
no asalariadas, desde pacientes psiquiátricos, hasta luchas antinucleares de evidente
composición interclasista. Todo esto habría desplazado a la conflictividad obrera de una
centralidad que, en nuestra mirada histórica, siempre estuvo y está agenciándose en el
seno de todas las luchas sociales que chocan contra el carácter destructivo de la
acumulación capitalista (Urrutia, 2012).

Ya en la traducción de las teorías de NMS a posiciones políticas socialdemócratas, se


interpretó que los conflictos laborales de la época habían sido encausados de manera
incluso ejemplar, con justicia social, protección y resguardo de la equidad por parte de
Estados neutrales frente al capital y el trabajo.

No obstante, desde el análisis del agenciamiento, nos ponemos en condiciones de hacer


una afirmación fuerte y sustantivamente diferenciadora. Tanto el periodo keynesiano del
capitalismo central, como el paralelo periodo Nacional Popular de América Latina, revelan
una profunda y compleja solución de continuidad con el agenciamiento neoliberal. Las
condiciones materiales indispensables para el agenciamiento neoliberal emergieron
plausiblemente de los periodos o agenciamientos mencionados. De acuerdo a la teoría ya
argumentada, estos no son hipótesis, postulados, ni supuestos, sino lo históricamente real,
de modo que es susceptible de ser especificado en los dos ejes de las unidades reales
mínimas, o agenciamientos.

El primer eje es el del papel jugado por el fabuloso crecimiento económico capitalista en los
30 primeros años de la postguerra. Desde un campo crítico del neoliberalismo suele
apuntarse que aquel fabuloso crecimiento económico estuvo basado en un pacto social con
garantía de los estados soberanos para regular, “embridar” (Harvey, 2007b), al capital y

13
conseguir aumentos de la demanda agregada acordes al crecimiento. En efecto, los salarios
aumentaron como nunca antes y mejoraron plausiblemente su participación en las rentas
nacionales. Necesario resulta indicar que, en este marco, se mira retrospectivamente a la
teoría de la dependencia15, bien como refutada, o bien como un amasijo de tesis
revolucionarias ineficaces, pero catalizadoras de la difusión y redistribución del fabuloso
crecimiento económico keynesiano (Meller, 1998; Jaksic y Drake, 1999).

Sabemos que el neoliberalismo culpa a los salarios de la larga fase descendente en las tasas
de crecimiento iniciada a mediados de los setenta (Norberg, 2003). De ahí obviamente su
agenciamiento. Pero las explicaciones del campo crítico sobre el paso al neoliberalismo
refieren a desajustes (expresados en la política) entre la redistribución demandada por los
trabajadores y la ambición, egoísmo y codicia que desbordó a las clases capitalistas (Piketty,
2013).

Hecha ya nuestra crítica a este tipo de reducciones subjetivistas, planteamos que el


crecimiento económico del periodo keynesiano atravesó un umbral de magnitud que hizo
irrelevantes las cuentas proporcionales de participación en las rentas, fue en los montos
netos en los que se creó una diferencia nunca antes vista en la historia, entre los volúmenes
de capital acumulado y el patrimonio económico de las familias obreras. De esa manera se
configuraron los diferenciales de poder económico que articularon concretamente y desde
su arranque al agenciamiento neoliberal. La magnitud inéditamente inmensa de la
acumulación capitalista keynesiana --independientemente de la proporción representada
en la renta-- permitió las atrevidamente gigantes inversiones implicadas en la
desterritorialización del capital como base del ataque a los salarios. Desde esta
consideración de una historia no lineal, advertimos que las bases más complejas para
sostener la desigualdad profunda del neoliberalismo actual fueron concretamente sentadas
por los agenciamientos keynesiano y desarrollista en los países ricos y en América Latina
respectivamente.

Nuestro segundo eje es el político. Se ha sostenido que el avance del neoliberalismo le ha


conllevado, entre otras tareas, la de revertir las tendencias fundamentales de todas las
democracias modernas. Así lo indicaría el hecho de que en América Latina el neoliberalismo
solo se implantó durante o después del último ciclo de dictaduras (Lechner, 1990 y 2002;
Negri y Cocco, 2002). La historia no lineal de los agenciamientos, de manera
contraintuitiva, desmiente lo anterior y muestra que hay un plexo constitutivo de las
democracias modernas, del que emergieron condiciones indispensables para el
agenciamiento neoliberal. Elementalmente dicho plexo consiste en que, con o sin
interrupciones, tanto las democracias latinoamericanas, como las de todo el mundo,
permanecen rigurosamente irrealizadas (Negri 1994 y 2004; Salazar 2011 y 2012;
Villalobos-Ruminott, 2013).

15 Si se carece de referencias sobre la teoría de la dependencia, recomendamos como una introducción


completa e historizada a Salazar (1982).
14
Lo anterior se aprecia en que nunca han coincidido los segmentos sociales movilizados en
demandas de democracia con los segmentos sociales que han definido y operado las
formas institucionales pretendidamente correspondientes a tales demandas
(evidentemente señalamos esta falta de coincidencia en un nivel sociológico, sin siquiera
fijar algún carácter de la democracia, como el de directa o el de participativa). El conflicto
social propio de esta “no coincidencia” ha sido controlado mediante un vasto
agenciamiento de máxima variabilidad conocido como clientelismo. Las democracias
occidentales le aportaron y le aportan al agenciamiento neoliberal, entonces, un
componente sin el cual sería imposible imaginarlo: clientes.

Desde el punto de vista rigurosamente político, es decir, de la toma de decisiones


con fuerza vinculante, la democracia es una forma en continua aproximación a los
umbrales de su emerger16. La única intensidad sensible que la democracia presenta es de
carácter jurídico. Vale decir, se reconoce a las democracias por tender a una menor
arbitrariedad en el uso de la violencia (no nos referimos solo a la violencia legítima
monopolizada por el Estado, pues las democracias también “hacen uso” de violencias
provenientes de la sociedad). No obstante, este grado menor de arbitrariedad solo puede
establecerse en relación a la no democracia, o dictadura. Ergo, si las democracias se
definen por ser no-dictaduras (cuestión en absoluto banal, al menos para quienes hemos
vivido una dictadura), entonces dictadura y democracia se presuponen recíprocamente.
Hecho que resulta palpable al revisar las condiciones que sostienen el clientelismo. La
desfidelización constante de sus clientelas sufrida por la democracia se ha resuelto
operacionalmente con las dictaduras.

Al plantear que todo esto no se explica por sentidos subjetivos de la acción, sino por
agenciamientos, no estamos prescindiendo de los sujetos, ni descargándolos de
responsabilidad, solo estamos describiendo una realidad recursiva, en la que sujetos
demócratas devienen dictatoriales, sin que al mirarse en un espejo, ellos vean a un traidor
de la democracia. Cabe recordar, entonces, que en estas breves páginas hemos
identificado el umbral de un agenciamiento libertario, antagónico al del ataque al salario.
Umbral que se abre o se cierra, se acerca o se aleja, de acuerdo a la intensidad de otra
presuposición recíproca, la de las clases trabajadoras y sus democracias (Seguel, 2016;
Pérez P., 2013; Pérez S., 2013; Campusano et. al. 2017a y b).

Textos citados.

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16 A través del título de uno de sus libros escritos en dictadura, Norbert Lechner (1984) desarrolló un
predicado muy similar (sin duda del todo superior literariamente), sin embargo, no lo refirió –por sus
propios compromisos/convicciones socialdemócratas- a la democracia, sino a la Política, esa “conflictiva y
nunca abada construcción del orden deseado”.
15
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