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La Ciudad

00:00 hs. Martes 23 de Agosto de 2016

Hepatitis B: 5 mil rosarinos ya se


vacunaron
En las últimas tres semanas, las campañas se realizaron en los distritos, la plaza Pringles y
todos los efectores
Prevención. La vacuna es gratuita y obligatoria.

El Ministerio de Salud provincial detalló ayer que ya fueron inoculados 10 mil


santafesinos contra la hepatitis B en el territorio provincial, de los cuales 6.500
residen en la Región 4, y de este número 5.000 en Rosario.

La directora provincial de Promoción y Prevención de la Salud, Andrea Uboldi,


sostuvo que en las últimas tres semanas "se aplicaron cinco mil dosis de vacuna
contra esta enfermedad en diferentes jornadas de vacunación que se llevaron a
cabo en los seis centros municipales de distrito (CMD), en plaza Pringles, y en
todos los efectores de salud pública de Rosario".

"En los centros de salud municipales y en la plaza Pringles, además, se efectuaron


controles de peso, talla, tensión arterial y se realizaron más de 200 extracciones
voluntarias y gratuitas para determinar cuatro patologías: hepatitis B y C, VIH y
Sífilis", precisó.
La funcionaria detalló además que "la vacuna contra la hepatitis B está incluida en
el calendario nacional de inmunizaciones, y es gratuita y obligatoria, estando
disponible para su aplicación en todos los hospitales y centros de salud de la
ciudad, durante todo el año. El esquema completo comprende 3 dosis, y no
necesita refuerzos", puntualizó.

Los tipos. Existen varios virus de la hepatitis (A, B, C, D y E), que pueden causar
infección e inflamación aguda, grave o crónica del hígado, pudiendo a largo plazo
llevar a la cirrosis y cáncer del hígado.

La hepatitis A y la E son causadas generalmente por la ingestión de agua o


alimentos contaminados.

La hepatitis B, C y D se producen por el contacto con líquidos corporales (saliva,


sangre, semen) infectados.

Las formas de transmisión son por contacto sexual sin protección, transfusión de
sangre o productos sanguíneos infectados, los procedimientos médicos invasivos
con equipos contaminados y la transmisión de la madre durante el parto.

La hepatitis A se presenta en forma aguda y en general se resuelve, sólo un


porcentaje pequeño de los casos puede complicarse y desarrollar una forma
fulminante.

La infección aguda puede acompañarse de pocos síntomas o de ninguno; también


puede producir manifestaciones como coloración amarillenta de la piel, orina
oscura, fatiga intensa, náuseas, vómitos y dolor abdominal.

En particular, los tipos B y C ocasionan una afección crónica y en conjunto son la


causa más común de cirrosis hepática y cáncer del hígado, en tanto que en el
caso de la hepatitis C más del 90 por ciento de los pacientes no tiene síntomas
cuando contrae la enfermedad y ésta se suele descubrir de forma casual en un
análisis o cuando comienza a dar síntomas, porque ha producido una hepatitis
crónica o una cirrosis.
Finalmente, entre un 50 y un 70 por ciento de los pacientes infectados desarrolla
una hepatitis crónica. Estos pacientes tienen la enfermedad y además la pueden
contagiar a los demás.

Según se destacó desde el Ministerio de Salud, las campañas de vacunación


están arrojando resultados muy positivos, ya que cada vez son más los rosarinos
que se inoculan contra la hepatitis B.

Epidemias en el siglo XXI


POR EMILIO ARTEAGA
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Martes 23 de agosto de 2016, 02:00h

El brote epidémico de fiebre amarilla que está afectando a Angola y a la República


Democrática del Congo (antes Zaire), amenaza con convertirse en un nuevo
problema sanitario regional en el África Central y potencialmente incluso en una
emergencia mundial. El hecho de que haya llegado a Kinshasa, la capital del
Congo, una ciudad con unos once millones de habitantes, con una infraestructura
sanitaria precaria, en la que solo el 10 % de la población está vacunado y de que
esté a punto de llegar la temporada de lluvias, que multiplica la concentración de
mosquitos, constituye un riesgo enorme de propagación, agravado por el hecho de
que la OMS solo dispone de unos siete millones de dosis de vacunas, que son
insuficientes.

Para proteger a las personas en riesgo y no agotar la reserva de vacunas, la OMS


se propone vacunar a unos ocho millones con un cuarto de la dosis habitual, lo
que conferiría protección por un periodo de uno a dos años y permitiría mantener
unos seis millones de dosis de vacunas para posibles nuevas emergencias,
mientras se producen nuevos lotes de la vacuna, que tarda unos nueve meses en
fabricarse.

La fiebre amarilla, también conocida antes como “vómito negro”, es una


enfermedad hemorrágica grave, endémica de África y Sudamérica, que provoca
brotes epidémicos esporádicos. Se transmite por los mismos mosquitos que el
zika y el dengue e históricamente ha provocado epidemias con elevada
mortalidad, también en Europa, sobre todo en la zona mediterránea.

Después de la epidemia de ébola que acabó hace solo unos meses y del brote
actual de zika, que está en pleno auge en Sud y Centroamérica y que ha llegado a
la mismísima Miami Beach en Florida, poniendo en riesgo su industria turística,
este brote de fiebre amarilla supone un nuevo peligro de diseminación
internacional de una enfermedad infecciosa grave, para la que no tenemos
tratamiento pero sí vacuna, aunque en cantidad totalmente insuficiente si no se
consigue contener y se propaga a más países y a territorios de gran densidad de
población, sobre todo a zonas urbanas.

Todos estos episodios de aparición de epidemias por enfermedades nuevas o


emergentes, o clásicas que nos acompañan desde hace milenios, responden al
profundo desequilibrio ambiental y social a que estamos sometiendo al planeta y a
nuestra propia especie. El calentamiento global proporciona a muchos agentes
infecciosos condiciones adecuadas para su expansión global, pudiendo llegar a
muchos más individuos y a muchas más especies que antes.

Por otro lado, los desplazamientos masivos de personas, por viajes o por
migraciones provocadas por guerras, sequías, hambrunas o catástrofes naturales,
las condiciones de vida precarias de cientos de millones de seres humanos, con
malnutrición, deshidratación, falta de agua potable, deficiente saneamiento,
hacinamiento, carencia de asistencia sanitaria, falta de vacunas y medicamentos,
la tendencia imparable de la especie humana a concentrarse en megalópolis,
donde los microorganismos encuentran millones de víctimas potenciales en muy
poco espacio, a diferencia de las poblaciones rurales, muy extendidas por el
territorio, así como el transporte global de mercancías y la contaminación
ambiental brutal, provocan la diseminación de patógenos y sus vectores, la
introducción de especies exóticas que compiten y desplazan a las autóctonas.

Todo ello está desestabilizando las relaciones entra las especies establecidas a lo
largo de milenios con consecuencias catastróficas. Además de las epidemias
mencionadas, ha habido brotes de paludismo en Europa, de hecho hace unos
meses la OMS volvió a declarar la zona geográfica europea libre de paludismo,
cuando ya lo había hecho hace unas décadas, pero había vuelto y, ahora mismo,
hay un alerta en diversas zonas de Grecia, por casos importados, pero entre los
que podría haber también alguna transmisión local.

Las abejas melíferas están despareciendo, y ello podría poner en peligro incluso
nuestra propia supervivencia, ya que son las responsables de la polinización de
muchas de las plantas que cultivamos para nuestra alimentación y la de nuestra
cabaña ganadera. Y están desapareciendo por una infección parasitaria y la
contaminación con determinados pesticidas.

Los olmos europeos se han casi extinguido por una combinación de una infección
por un oomiceto (organismos parecidos a los hongos) y un escarabajo. Los
cangrejos de río autóctonos europeos están en grave peligro por la infección por
un hongo introducido junto con los cangrejos de río americanos y por la
depredación de esos mismos parientes americanos, más agresivos. Los salmones
salvajes desaparecen de las zonas donde hay piscifactorías, porque se infectan
con gérmenes procedentes de sus hermanos criados en cautividad. Las focas, las
nutrias marinas y también algunas especies de delfines y ballenas, hace años que
vienen presentando infecciones por gérmenes propios de animales terrestres,
infecciones favorecidas por las nuevas condiciones ambientales causadas por el
calentamiento del agua marina.

Nosotros mismos nos vemos afectados por este desequilibrio global. El virus del
SIDA procede, con toda probabilidad, de un virus similar de los monos, que saltó
la barrera entre especies y nos contagió. El virus del Ébola parece ser propio de
murciélagos y la infección humana sería excepcional, pero debido a la alta
contagiosidad entre personas, cuando afecta territorios con gran densidad de
población se producen epidemias con miles de afectados y muertos. Hemos
eliminado el virus de la viruela, pero de vez en cuando aparecen en África casos
de personas contagiadas con el virus de la viruela de los monos.

En los próximos años este problema no hará sino empeorar. Solo si cambiamos
radicalmente nuestra relación con el entorno y con nosotros mismos podremos
empezar a solucionarlo, en caso contrario, cada vez tendremos epidemias más
extensas y más graves, de enfermedades nuevas y de enfermedades antiguas. El
tifus exantemático, la peste bubónica, el cólera, la lepra, siguen existiendo, están
agazapados, pero nada impediría que pudieran volver si se dan las condiciones
adecuadas. La tuberculosis sigue entre nosotros, y con la amenaza de la
resistencia a los antibióticos puede convertirse en una emergencia sanitaria
mundial. Y el SIDA, el paludismo, las filariasis linfáticas, la esquistosomiasis, el
sarampión, la tosferina, el tétanos, la difteria y tantas otras siguen dispuestas a
volver en cuanto les demos la más mínima oportunidad.

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