Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Desde México
Ricardo Próspero
CRISTIANISMO
NELLO CIPRIANI: ¿Sabes que esta frase desencadenó una reacción durísima por parte
de Pelagio cuando por primera vez la escuchó en un círculo de Roma donde se leían
las Confesiones de Agustín? Era hacia el año 405 y en la misma estaban Pelagio, un
obispo amigo de Agustín y otros. Se leía el libro X de las Confesiones donde Agustín
(como él mismo recuerda en el De dono perseverantiae 20, 53), repitió varias veces: Da
quod iubes et iube quod vis. Frente a esta invocación, Pelagio se levantó enfurecido,
porque la consideraba una ofensa a Dios. Según Pelagio, esta frase ponía en manos de
Dios, lo que, para él, es tarea del hombre: Dios ordena y el hombre ha de obedecer. ¿Da
quod iubes? No, sostiene Pelagio, no es Dios quien debe dar, porque si no la culpa, en el
caso de que el hombre no cumpla lo que Dios manda, caería sobre el propio Dios. En
esta circunstancia sale a relucir toda la distancia que separa a Agustín de Pelagio. Se
trata de dos concepciones opuestas de la vida cristiana. Mientras Agustín hace derivar
todas las obras buenas del don que Dios mismo hace del Espíritu Santo, principio de la
oración y de una vida nueva, para Pelagio es el hombre quien, instruido por Cristo con
la enseñanza, con el ejemplo y la gracia entendida solo como iluminación de la
inteligencia, decide luego por sí mismo si hacer el bien o el mal. No hay más ayuda por
parte de Dios. Para Agustín, en cambio, repito, es el Espíritu Santo quien nos hace
gemir (como dice san Pablo en el capítulo VIII de la Carta a los Romanos), quien nos
inspira el deseo santo, quien nos inspira los sentimientos de cariño filial hacia Dios con
que nosotros nos dirigimos a Él como Padre, que nos inspira la oración. Para Pelagio no
existe esta inspiración ulterior, este cariño interior debido al Espíritu Santo.
Se podría decir que al fin y al cabo la oposición entre Pelagio y Agustín gira
entorno a la oración. En la concepción pelagiana la oración se convierte en algo
superfluo, o, en todo caso, en algo no absolutamente necesario.
CIPRIANI: Es exactamente así. Toda la insistencia de Agustín en la necesidad de la
oración depende de su concepción de la vida cristiana, que tiene como centro al Espíritu
Santo, que habita en quien cree. Se habla incluso demasiado de cristocentrismo
agustiniano y no se habla casi nunca del Espíritu Santo en Agustín, hasta el punto de
que algunos llegan incluso a negar este perfil. En realidad, también el Espíritu Santo
está en el centro. La doctrina de la gracia va ligada estrechamente a esta fe, es decir, que
el Espíritu Santo nos ha sido dado para renovarnos, para hacernos hijos de Dios, para
convertir el corazón de piedra del hombre en un corazón de carne, para hacer del
hombre un hijo capaz de amar al Padre y capaz de amar todo lo que es justo y bueno
según Su voluntad. Pelagio no considera en absoluto toda esta acción interior del
Espíritu Santo. Podemos constatar que Pelagio no le daba ninguna importancia a la
oración leyendo un texto sin duda alguna suyo, la Carta a Demetriada, una muchacha
de la nobleza romana que se había consagrado a Dios. Pelagio compuso esta carta como
escrito de formación espiritual. Pues bien, en esta carta alude al Espíritu Santo y a la
oración solo una vez. Y no a la oración de súplica, es decir, para que Dios ayude a la
joven a mantenerse fiel a su consagración, sino solo a la oración entendida como
meditación sobre la Ley. La idea de que se ha de pedir a Dios ayuda para hacer el bien
es completamente extraña a Pelagio. Lo dice explícitamente en la Carta a Demetriada:
tú, siendo de noble familia, posees muchas riquezas, muchos honores, pero estos bienes,
pese a que te pertenecen, no son verdaderamente tuyos, porque los has heredados; la
virtud, en cambio, es un bien solo tuyo, porque solo tú la puedes alcanzar, está solo en
tus manos. Por lo tanto exhorta sin hacer ninguna referencia a la súplica, a la invocación
de ayuda a Dios, subrayando que todo depende de ella. Por el contrario, Agustín exhorta
continuamente a sus cristianos a rezar.
La colecta de la santa misa dominical de hace algunas semanas nos hacía decir:
«Que nos preceda y nos acompañe siempre tu gracia, Señor, para que respaldados
por tu paternal ayuda estemos dispuestos a obrar siempre el bien». La liturgia ha
recibido extensamente la enseñanza de Agustín.
CIPRIANI: Sin duda la liturgia refleja muy bien esta enseñanza de Agustín sobre la
gracia y la necesidad de la oración. De todos modos, hay que observar que todo lo que
dice san Agustín sobre la oración lo tomó de la Escritura, y ante todo del Padre nuestro.
La oración, en otras palabras, no va ligada solo al Espíritu Santo, sino también al
Evangelio. No podemos pedir nada rectamente si no es conforme con la oración que nos
enseñó Jesús. También es importante subrayar esto, es decir, que para Agustín, que
tanto se apoya en el Espíritu Santo, es igualmente imprescindible la enseñanza de
Jesucristo. Hasta el punto de que en el Padre nuestro pone muy de relieve la segunda
parte que sigue a la petición «perdónanos nuestras ofensas», es decir, «como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden». E insiste contra Pelagio también en «no
nos dejes caer en la tentación», precisamente porque está en la oración que nos enseñó
el Señor y que es para nosotros la regla en la que hemos de inspirar nuestra oración.
Pelagio, que no le pide a Dios que no nos deje caer en la tentación porque considera que
todo es tarea del hombre, se coloca contra la enseñanza del Señor. Al principio del libro
II del De peccatorum meritis Agustín escribe «que no consigue expresar con palabras lo
dañino, peligroso y contrario a nuestra salvación (pues está en Cristo), lo opuesto a
nuestra propia religión que hemos abrazado y a la piedad con que honramos a Dios, que
es no rezar al Señor para conseguir el beneficio de no ser vencidos por la tentación, y
considerar que es vana la invocación “no nos dejes caer en la tentación” contenida en la
oración del Señor» (II, 2, 2). San Agustín lo repetía siempre a los pelagianos: ¿qué valor
tiene esta oración que nos ha enseñado el Señor mismo si todo depende de nosotros?
Sostiene que también los apóstoles tenían que rezar cada día para no caer en la tentación
y quedar libres del mal.
La presentación en el Templo, Beato Angélico en el Convento de San Marcos, Florencia