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Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras

16.12.08 | 04:43. Archivado en Teólogos y Teología, Ricardo Próspero

Todos sabemos que es muy importante pedirle a


Dios las cosas que necesitamos. De hecho, cuando
hablamos de los tipos de oración, siempre
distinguimos en los distintos tipos que existen. A
saber: De petición, de alabanza, de acción de
gracias, oral, meditada, estructurada y espontánea.
Siempre desde chicos nos animan a pedir todas
aquellas cosas que necesitamos pues finalmente,
argumentando y apoyándonos en la Sagrada
Escritura, “Pidan y se les dará”.

En ocasiones, cuando estamos en momentos de angustia, de presión, de estrés, nos


sentimos tan agobiados y tan desconcertados que se nos hace difícil no solo ver las
cosas con claridad, sino también, se nos dificulta saber y entender que cosa quiere Dios
de nosotros. Cuando la angustia se vuelve intensa, volvemos a Dios, a veces
desconcertados, a veces pidiendo clemencia y justicia y a veces simplemente nos
acercamos a El, pidiéndole que nos auxilie en nuestros problemas
¿Qué hacer? ¿Cómo pedirle a Dios?

San Agustín tiene una frase hermosa acerca de esto.


La frase reza del siguiente modo: “Da quod iubes et iube quod vis” que podríamos
interpretarle en castellano como: “Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”
Dios, Tú nos pides muchas cosas, y sabes exactamente que es lo que necesitamos.
Danos lo que nos pides, te pedimos que nos des lo que nos estás pidiendo, que
finalmente nuestra disposición es darte eso.
Danos lo que nos pides, y entonces sí, con un gran gozo y tranquilidad de espíritu,
pídenos lo que quieras, que estamos prestos para dártelo.
Muchas personas han encontrado en esta hermosa frase de San Agustín consuelo, apoyo
y paz. La paz de Dios.
San Agustín sin duda, fue brillante, pues al concebir una frase de tal magnitud, está
dando también una luz del conocimiento de Dios. Pidámosle, con confianza y presteza,
estemos listos, con la responsabilidad de conlleva, a entregar eso por medio de nuestro
prójimo.

Desde México
Ricardo Próspero

CRISTIANISMO

Sacado del n. 09 - 2009

«Concede lo que mandas»

Esta invocación desencadenó la durísima reacción de Pelagio cuando la escuchó en


Roma mientras se leía el libro X de las Confesiones, en el cual Agustín repite varias
veces: «Da quod iubes et iube quod vis»: una oración que hace depender de Dios lo que,
según Pelagio, es tarea solo del hombre. Entrevista con Nello Cipriani, profesor
ordinario en el Instituto Patrístico “Augustinianum”

Entrevista a Nello Cipriani por Lorenzo Cappelletti

Las portadas de las ediciones en francés, español e inglés de 30Días, n. 8, 2009

Como siempre, encontramos al padre Cipriani trabajando.Y es que a lo que, a veces


enfáticamente, se llama “trabajo intelectual”, se le ha de aplicar el mismo método que al
trabajo manual de obreros y artesanos. Es decir, que se ha de disponer de un taller donde
se ejerza con cotidiana asiduidad. El último fruto del taller de trabajo del padre Cipriani
es un volumen recién salido en la editorial Città Nuova: Molti e uno solo in Cristo. La
spiritualità di Agostino, el cual nos pone en bandeja la posibilidad de dialogar
brevemente con él sobre la oración en Agustín, a partir de la frase del santo obispo de
Hipona que el papa Benedicto XVI colocó en la clausura de la homilía que dirigía a sus
ex alumnos el pasado verano (cfr. 30Días , n. 8, 2009): Da quod iubes et iube quod
vis (Concede lo que mandas y luego manda lo que quieras).

NELLO CIPRIANI: ¿Sabes que esta frase desencadenó una reacción durísima por parte
de Pelagio cuando por primera vez la escuchó en un círculo de Roma donde se leían
las Confesiones de Agustín? Era hacia el año 405 y en la misma estaban Pelagio, un
obispo amigo de Agustín y otros. Se leía el libro X de las Confesiones donde Agustín
(como él mismo recuerda en el De dono perseverantiae 20, 53), repitió varias veces: Da
quod iubes et iube quod vis. Frente a esta invocación, Pelagio se levantó enfurecido,
porque la consideraba una ofensa a Dios. Según Pelagio, esta frase ponía en manos de
Dios, lo que, para él, es tarea del hombre: Dios ordena y el hombre ha de obedecer. ¿Da
quod iubes? No, sostiene Pelagio, no es Dios quien debe dar, porque si no la culpa, en el
caso de que el hombre no cumpla lo que Dios manda, caería sobre el propio Dios. En
esta circunstancia sale a relucir toda la distancia que separa a Agustín de Pelagio. Se
trata de dos concepciones opuestas de la vida cristiana. Mientras Agustín hace derivar
todas las obras buenas del don que Dios mismo hace del Espíritu Santo, principio de la
oración y de una vida nueva, para Pelagio es el hombre quien, instruido por Cristo con
la enseñanza, con el ejemplo y la gracia entendida solo como iluminación de la
inteligencia, decide luego por sí mismo si hacer el bien o el mal. No hay más ayuda por
parte de Dios. Para Agustín, en cambio, repito, es el Espíritu Santo quien nos hace
gemir (como dice san Pablo en el capítulo VIII de la Carta a los Romanos), quien nos
inspira el deseo santo, quien nos inspira los sentimientos de cariño filial hacia Dios con
que nosotros nos dirigimos a Él como Padre, que nos inspira la oración. Para Pelagio no
existe esta inspiración ulterior, este cariño interior debido al Espíritu Santo.
Se podría decir que al fin y al cabo la oposición entre Pelagio y Agustín gira
entorno a la oración. En la concepción pelagiana la oración se convierte en algo
superfluo, o, en todo caso, en algo no absolutamente necesario.
CIPRIANI: Es exactamente así. Toda la insistencia de Agustín en la necesidad de la
oración depende de su concepción de la vida cristiana, que tiene como centro al Espíritu
Santo, que habita en quien cree. Se habla incluso demasiado de cristocentrismo
agustiniano y no se habla casi nunca del Espíritu Santo en Agustín, hasta el punto de
que algunos llegan incluso a negar este perfil. En realidad, también el Espíritu Santo
está en el centro. La doctrina de la gracia va ligada estrechamente a esta fe, es decir, que
el Espíritu Santo nos ha sido dado para renovarnos, para hacernos hijos de Dios, para
convertir el corazón de piedra del hombre en un corazón de carne, para hacer del
hombre un hijo capaz de amar al Padre y capaz de amar todo lo que es justo y bueno
según Su voluntad. Pelagio no considera en absoluto toda esta acción interior del
Espíritu Santo. Podemos constatar que Pelagio no le daba ninguna importancia a la
oración leyendo un texto sin duda alguna suyo, la Carta a Demetriada, una muchacha
de la nobleza romana que se había consagrado a Dios. Pelagio compuso esta carta como
escrito de formación espiritual. Pues bien, en esta carta alude al Espíritu Santo y a la
oración solo una vez. Y no a la oración de súplica, es decir, para que Dios ayude a la
joven a mantenerse fiel a su consagración, sino solo a la oración entendida como
meditación sobre la Ley. La idea de que se ha de pedir a Dios ayuda para hacer el bien
es completamente extraña a Pelagio. Lo dice explícitamente en la Carta a Demetriada:
tú, siendo de noble familia, posees muchas riquezas, muchos honores, pero estos bienes,
pese a que te pertenecen, no son verdaderamente tuyos, porque los has heredados; la
virtud, en cambio, es un bien solo tuyo, porque solo tú la puedes alcanzar, está solo en
tus manos. Por lo tanto exhorta sin hacer ninguna referencia a la súplica, a la invocación
de ayuda a Dios, subrayando que todo depende de ella. Por el contrario, Agustín exhorta
continuamente a sus cristianos a rezar.
La colecta de la santa misa dominical de hace algunas semanas nos hacía decir:
«Que nos preceda y nos acompañe siempre tu gracia, Señor, para que respaldados
por tu paternal ayuda estemos dispuestos a obrar siempre el bien». La liturgia ha
recibido extensamente la enseñanza de Agustín.
CIPRIANI: Sin duda la liturgia refleja muy bien esta enseñanza de Agustín sobre la
gracia y la necesidad de la oración. De todos modos, hay que observar que todo lo que
dice san Agustín sobre la oración lo tomó de la Escritura, y ante todo del Padre nuestro.
La oración, en otras palabras, no va ligada solo al Espíritu Santo, sino también al
Evangelio. No podemos pedir nada rectamente si no es conforme con la oración que nos
enseñó Jesús. También es importante subrayar esto, es decir, que para Agustín, que
tanto se apoya en el Espíritu Santo, es igualmente imprescindible la enseñanza de
Jesucristo. Hasta el punto de que en el Padre nuestro pone muy de relieve la segunda
parte que sigue a la petición «perdónanos nuestras ofensas», es decir, «como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden». E insiste contra Pelagio también en «no
nos dejes caer en la tentación», precisamente porque está en la oración que nos enseñó
el Señor y que es para nosotros la regla en la que hemos de inspirar nuestra oración.
Pelagio, que no le pide a Dios que no nos deje caer en la tentación porque considera que
todo es tarea del hombre, se coloca contra la enseñanza del Señor. Al principio del libro
II del De peccatorum meritis Agustín escribe «que no consigue expresar con palabras lo
dañino, peligroso y contrario a nuestra salvación (pues está en Cristo), lo opuesto a
nuestra propia religión que hemos abrazado y a la piedad con que honramos a Dios, que
es no rezar al Señor para conseguir el beneficio de no ser vencidos por la tentación, y
considerar que es vana la invocación “no nos dejes caer en la tentación” contenida en la
oración del Señor» (II, 2, 2). San Agustín lo repetía siempre a los pelagianos: ¿qué valor
tiene esta oración que nos ha enseñado el Señor mismo si todo depende de nosotros?
Sostiene que también los apóstoles tenían que rezar cada día para no caer en la tentación
y quedar libres del mal.
La presentación en el Templo, Beato Angélico en el Convento de San Marcos, Florencia

¿El Padre nuestro es la única auctoritas de la Escritura en la que se apoya


Agustín?
CIPRIANI: Además de el Padre nuestro Agustín acude a los salmos para fundamentar
el Da quod iubes et iube quod vis. Los salmos no son más que una invocación de ayuda
a Dios para cumplir lo que manda. Poco más adelante, también en el De peccatorum
meritis (II, 5, 5), después de decir que Dios da su ayuda no solo a quien se dirige a él,
sino también a quienes no lo hacen para que se dirijan a él, motiva el Da quod
iubes precisamente con las palabras de los salmos: «Cuando nos manda: “Convertíos a
mí y yo me convertiré a vosotros”, y nosotros le decimos: “Conviértenos, oh Dios,
salvación nuestra” [Sal 84, 5] y “Conviértenos, Dios de los ejércitos” [Sal 79, 8], ¿qué
otra cosa le decimos sino “Concede lo que mandas”? Cuando manda: “Entended, oh
insensatos del pueblo”, y nosotros le decimos: “Dame la inteligencia para que
comprenda tu Ley” [Sal 118, 73], ¿que otra cosa le decimos sino “Concede lo que
mandas”?, y así sucesivamente. Las mismas Confesiones las escribió san Agustín
inspirándose en los salmos. Las Confesiones no son solo confesiones de los pecados,
sino alabanzas y gracias a Dios, y muchas veces invocaciones, como cuando repite Da
quod iubes et iube quod vis. Esta frase citada por el Papa es precisamente la expresión
más significativa de la concepción cristiana.
Tu referencia a los salmos me ha hecho recordar que la Regla de San Benito en
gran medida no es más que la detallada indicación de los salmos de rezar en las
distintas horas del día, y que también la oración de san Francisco –lo confirman
estudios muy recientes– estaba inspirada enteramente en los salmos. Dicho de otro
modo, me refiero a que también la tradición de la santidad cristiana ha hecho suya
continuamente esta inspiración fundamental.
CIPRIANI: El auténtico espíritu de la liturgia que estos santos habían asimilado está
basado enteramente en los salmos. Las propias Confesiones de Agustín comienzan
precisamente con dos versículos de los salmos: «”Eres grande, oh Señor, y digno de
toda alabanza” [Sal 146, 5]». Y también el estilo de las Confesiones está inspirado en el
de los salmos, casi cada línea cita palabras y expresiones. Agustín, que había aprendido
precisamente en los salmos que Dios actúa en el mundo para la salvación de los
hombres, lo alaba y le da gracias. Por eso las Confesiones son realmente un libro muy
original. No son una autobiografía. Agustín afirma que las escribió para alabar a Dios
justo, tanto por los bienes que le había dado como por los males que hizo que evitara, y
para implicar a los lectores en la alabanza de Dios. Este es el objetivo de
las Confesiones , que reafirman la idea a la que me refería al principio, es decir, que
toda la vida del creyente está animada por el Espíritu de Dios, por lo que todo lo bueno
que el hombre realiza es un don de Dios. Antes ha de pedir ayuda a Dios, para poder
hacer el bien, y luego lo ha de alabar y ha de darle gracias. La oración de súplica y de
agradecimiento son complementarias, no pueden estar la una sin la otra:
las Confesiones son una y otra cosa. Quisiera añadir algo más.
Adelante.
CIPRIANI: Agustín está siempre buscando y reza continuamente, y no solo a Dios...
Quiero decir que le pide ayuda también a los lectores. Esto es lo interesante de la
teología de Agustín. Ningún teólogo moderno lo hace. Lee cualquier libro de cualquier
teólogo. ¿Alguna vez has leído que se pongan a pedir que recen por él o que se le
critique? Agustín es un hombre realmente fascinante precisamente porque no solo es
plenamente consciente de su inteligencia, sino también de sus límites, y por lo tanto
vive en un diálogo continuo con Dios y con los hermanos, y espera la ayuda de todos
para avanzar algo. Es un pensador no encerrado en sí mismo, u orgulloso de su
inteligencia. Está siempre rezando pidiéndole a Dios la luz; pero no se la pide solo a
Dios, sino que se la pide también a sus lectores.

MIÉRCOLES, 5 DE MARZO DE 2008

TODA MI ESPERANZA DECANSA


EN TU GRAN MISERICORDIA

Cuando yo me adhiera a Tí, Señor,


con todo mi ser,
nada me causará dolor o fatiga;
y mi vida estará viva, toda llena de Tí.

Pero ahora, como tú alivias al que llenas,


porque yo no estoy lleno de Tí,
soy una pesada carga para mí mismo.

Luchan mis alegrías, que debería llorar,


con mis tristezas, que deberían alegrarme;
y no sé de que parte está la victoria.

¡Ten misericordia de mí, Señor,


ya que no te oculto mis llagas!
Tú eres el médico, y yo un enfermo;
tú eres misericordioso, y yo miserable.

Toda mi esperanza descansa


en tu gran misericordia.
¡Dame Señor lo que mandas,
y manda lo que quieras!

(Confesiones Libro X, cap. XXVIII-XXIX)

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