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Marco conceptual
Si observamos los fenómenos de nuestro entorno, poca discusión puede haber sobre el hecho de
que al lanzar una piedra al aire ésta caerá al suelo por la gravedad, o si metemos la mano en agua
caliente nos quemaremos debido al intercambio de calor, pues ambos sucesos están regidos por
las leyes de la naturaleza, que son imperativas y no varían en virtud del lugar y de la época. Por
tanto, si adoptáramos las leyes de la Naturaleza conocidas y explicadas por la Ciencia (Física,
Química y Biología) y las estrategias utilizadas por ella (adaptación, diversidad, selección,
cooperación, competencia, trabajo útil, etc.) como sistema referencial, de forma que los modelos
explicativos de la conducta creados por el hombre se basaran en ellas, nos permitiría percibir y
entender la conducta humana tal y como es, sin connotaciones culturales, ideológicas, políticas o
religiosas que distorsionan en su propio provecho la realidad y constituyen el germen de las
perturbaciones psicológicas que surgen en nuestra vida cotidiana.
Uno de estos modelos es el Enfoque Sistémico Interaccional, que surge al amparo de las palabras
de Newton: "Las páginas de la Naturaleza están abiertas para el que tenga la suficiente inteligencia
para leerlas", y que utiliza el Modelo Funcional de la Mente como herramienta básica para explicar
la conducta humana.
El enfoque sistémico interaccional
La pieza fundamental del enfoque sistémico interaccional es que considera al ser humano como
un sistema biológico complejo íntimamente unido al entorno formando el supersistema ser
humano-entorno (SH-E) con el que intercambia materia, energía e información. En este
supersistema tienen lugar infinidad de interacciones entre sus distintos componentes (personas,
otros seres vivos, objetos, ecosistemas, etc.). Asimismo, en el contexto del sistema biológico
humano, existen igualmente numerosas interacciones entre los múltiples subsistemas que lo
componen (nervioso, endocrino, inmunitario, etc.).
Las interacciones en el supersistema SH-E están reguladas por instrucciones que se agrupan y
ordenan en distintos programas de actuación específicos para cada tipo de interacción: leyes
físicas, normas sociales, costumbres, modas, etc. en las interacciones SH-E, y programas mentales
de actuación en el sistema cerebral humano.
En la vida cotidiana de las personas dentro del supersistema SH-E, el intercambio de materia
(bienes y servicios), energía (alimentación) e información (conocimientos) son los elementos
básicos que sostienen las interacciones, pero, aunque todas ellas actúan conjuntamente y se
complementan, este enfoque se centra únicamente en el intercambio de información, esto es, en
el análisis de la información que se desprende de los hechos y situaciones generadas por las
interacciones persona-persona y persona-entorno (pueden concurrir varias: una principal y otras
secundarias) y que, al ser procesada a través de las distintas estructuras cerebrales (mediante los
programas mentales correspondientes) pueden llegar a ser calificadas de “nocivas” y generar
perturbaciones psicológicas que afectan negativamente a la persona en su vida diaria.
Las características a destacar de este enfoque en su relación con las perturbaciones psicológicas
son:
En una interacción es necesario distinguir entre el hecho o situación que se produce como
resultado de ésta (la realidad) y la representación mental de ella que se genera en la persona al
interpretarla y confeccionar un significado y una valoración a la misma, pues la alteración
psicológica emerge de esta representación mental, no del hecho mismo; por tanto, puede decirse
que el estímulo perturbador tiene una naturaleza psicológica (subjetiva) y no física (objetiva), y es
esta subjetividad la que justifica que un mismo estímulo cause perturbación a una persona y no lo
haga a otra.
Las interacciones crean vínculos de naturaleza cognitiva y emocional con el resto de componentes
del entorno, y el miedo a perderlos si son beneficiosos o el deseo incontrolado de conseguirlos si
no se tienen, constituye una de las fuentes más importantes de perturbación de la existencia
cotidiana.
La aplicación del MFM se centra básicamente en las alteraciones del equilibrio psicológico que
tienen su origen en deficiencias o anomalías del procesamiento de la información por los sistemas
cognitivo y emocional del cerebro, sin que existan necesariamente (aunque pueden existir) daños
orgánicos o estructurales y actuando correctamente los procesos biológicos subyacentes. Aunque
se apoya en gran medida en estos procesos, debe resaltarse que el objeto principal son los
fenómenos mentales que emergen como resultado de tales procesos a partir del procesamiento
de la información en estructuras cerebrales bien definidas: pensamiento, emoción, memoria,
conciencia, introspección, etc.
Averiguar por qué una determinada información procedente de un estímulo externo (el hecho o
situación que resulta de la interacción) se transforma, al ser procesada a través de estos
programas mentales, en un estímulo interno (un pensamiento, una idea, un deseo, una emoción,
etc.) capaz de generar una `perturbación psicológica, También se incluyen igualmente a los
estímulos internos generados mediante estos programas mentales por sí mismos, sin intervenir
estímulos externos y utilizando únicamente informaciones guardadas en la memoria (recuerdos de
hechos).
Definir la estrategia a seguir para elegir la información adecuada para sustituir a la que ha
generado la perturbación y la forma de introducirla en el sistema cerebral de procesamiento (a
través de una idea, un suceso, una conducta, un símbolo, etc.), para intentar modificar las
instrucciones del programa mental vinculado a la perturbación y recuperar el equilibrio
psicológico.
Dado que las interacciones tienen lugar entre dos elementos: la persona y el entorno, el modelo
analiza la información procedente de ambos componentes, teniendo en cuenta como ejes básicos
las características psicológicas de la persona que interviene en la perturbación (rasgos de
personalidad, distorsiones cognitivas, sesgos emocionales, patrones de interpretación y conducta,
etc.) y el contexto espacio-temporal-cultural en que tiene lugar la interacción (este último incluye
el ámbito social, normativo, moral, etc.).
Puede ocurrir que el procesamiento de la información sea correcto, pero que por las
características del estímulo (situación de duelo, pérdida de algo valioso, conflicto interpersonal,
etc.) la persona sufra una alteración del estado emocional y perciba las sensaciones corporales
desagradables y molestas que la acompañan, afectando también al sistema cognitivo: falta de
concentración, turbación mental, dificultad para el razonamiento, etc. Igualmente, también puede
activarse de forma involuntaria cuando surge en la mente el recuerdo de un hecho del pasado
perturbador, o cuando aparece un pensamiento sobre algún suceso perjudicial que podría darse
en el futuro.
Sin que se den “anomalías” en las funciones cognitivas y/o emocionales. La persona suele ser
consciente de que su conducta no es adecuada (adicciones, ritos, manías o hábitos inapropiados,
impulsos incontrolados, etc.) pero no es capaz de controlarla, pues la conducta se ve reforzada al
obtener con ella una sensación agradable (placer, alivio, sosiego, etc.), aunque sabe que a medio o
largo plazo puede reportarle perjuicios y sufrimientos.
Uno de los elementos clave del MFM son los programas mentales que hacen posible el
procesamiento de la información y que se agrupan en:
El programa de la percepción tiene como misión recoger toda la información posible sobre el
estímulo (un hecho o situación determinados) para confeccionar con ella una realidad, es decir,
obtener, agrupar y ordenar de forma coherente y lógica la información necesaria para obtener una
representación mental lo más real posible de lo que se está percibiendo y de la posición de la
persona frente a ella. Los procesos básicos de este programa son la atención, que selecciona los
elementos del entorno a percibir, y la comparación, que los relaciona con la información archivada
en la memoria para obtener una representación de éste (es necesaria para reconocer y
“comprender” el estímulo).
El programa de interpretación y elección de respuesta (el SOM) se encarga, por una parte, de
interpretar el estímulo para darle un significado y predecir sus posibles consecuencias, y por otra,
elegir una respuesta a este estímulo. Su operativa es:
a) “Si se percibe esto, significa tal cosa, y ello trae estas consecuencias”
La primera parte se refiere a la percepción e interpretación del estímulo, de forma que, a partir de
lo que percibe la persona (y que, en ocasiones, puede no corresponder con la auténtica realidad
objetiva) el programa genera una interpretación del acontecimiento y le asigna un significado (que
por naturaleza es neutro) al que califica como nocivo (perjudicial, amenazador, peligroso, etc.) al
atribuirle unas previsibles consecuencias negativas, dando lugar a la perturbación emocional y
provocando la activación del sistema de alarma fisiológica con sus síntomas físicos molestos y
desagradables característicos. La segunda parte se refiere a la elección de la respuesta al estímulo
perturbador, pues, incluso cuando la interpretación y sus consecuencias resultan ser correctas, la
respuesta elegida puede no serlo y dar un resultado inesperado que lleve a la frustración o a un
empeoramiento de la situación. Si el hecho perturbador se repite con habitualidad, puede generar
un patrón de interpretación y de conducta que se repiten igualmente.
En este programa el proceso más relevante es el razonamiento lógico (entendiendo éste como el
procesamiento de la información de forma coherente, esto es, realizar una inferencia de una
conclusión a partir de un conjunto de premisas) que interpreta el estímulo, generando un
significado y atribuyéndole unas consecuencias y, en virtud de éstas, elige una respuesta
determinada y da impulso a la fase conductual que la pone en práctica de forma voluntaria y
premeditada. Sin embargo, existen respuestas conductuales en las que la fase cognitiva está muy
limitada.
El fenómeno de la convicción es una propiedad emergente de la mente que surge cuando el nivel
de correspondencia y afinidad de la información que se está procesando respecto a la almacenada
en la memoria (conocimientos, emociones, vivencias, objetivos y motivación) alcanza un cierto
umbral de coherencia, surgiendo espontáneamente la convicción de que la conclusión a la que se
ha llegado en el procesamiento de la información es la correcta.