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Bogotá D. C.

Noviembre 3 de 2016
María José Galindo Bernal Ana Lorena Ortíz Ramírez
Alejandra Garzón Amador Laura Jimena Ramírez Cabrales
Juliana Pico Rodriguez
Antropología - Sexto Semestre

LA POLITIZACIÓN DE LA CULTURA - SUSAN WRIGHT

Para lograr ubicar el ejercicio en cuestión, es importante realizar primero que todo una
contextualización del escrito al que se hace alusión. Esta es la traducción de un artículo,
publicado originalmente en la revista Anthropology Today en febrero de 1998, realizada por
la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona. Según los profesores
asociados, que son sus autores, en el capítulo tres (que es donde aparece el artículo) y los
dos anteriores se muestra el desarrollo de las vertientes teóricas principales en la
antropología (al capítulo tres, es decir al lugar que corresponde al artículo, pertenece al
neomarxismo) con el fin de explicar cómo es que se construye la otredad, y en este sentido,
descubren tres formas claves: la diferencia, la diversidad y la desigualdad (Boivin, Rosato, &
Arribas, 2004: 5).

Ya entrando en materia del texto, desde el principio la autora anuncia que su artículo
encarará la tarea de hablar sobre los aportes de la antropología a la ciencia del hombre, y
que por motivo tal, decidió llevar la discusión en torno al concepto de “cultura”. Con la
aparición de los estudios culturales en antropología en Estados Unidos, a cultura tuvo un
auge importantísimo cuando ya se creía inoperante en la escuela británica; el objetivo del
artículo en sí es, entonces, entender esta dispersión del concepto “cultura” como un hecho
cultural propiamente. No obstante, este análisis sobre la dispersión del concepto no se limita
a los antropólogos sino que alcanza lo que Wright llama tomadores de decisiones y
comentaristas de medios. En este contexto, Susan Wright se pregunta cómo es que se está
dando una politización de la (el concepto) cultura desde estos varios lugares, y cómo las
herramientas teóricas de la antropología en ese entonces podrían ayudar a revelar los
efectos de esos usos politizados.

En este sentido, el análisis de Wright inicia repensando los sentidos viejos (o clásicos) de la
cultura. Señala que si bien Taylor inició con una definición que se prestó para varias
discusiones, que seguirían Boas y posteriormente Malinowski, todas estas nociones
clásicas operaban bajo la lógica de entender al mundo como contenedor de ‘pueblos’ al que
cada uno le correspondería una ‘cultura’ o forma de vida coherente. Pero posteriormente
esta idea de la cultura sería enormemente criticada, pues la pretensión de ver la cultura
como un todo autocontenido, ahistórico, de sujetos inmutables y que compartían unos
símbolos, y con unas características definidas era reflejo de una mentalidad colonialista,
transmutada ahora en los estado-nación neoliberales y agencias extranjeras. Y lo que es
más aún, según afirma Wright, a pesar del avance teórico sobre las formas de entender la
“cultura”, estas nociones clásicas siguen subyaciendo en los discursos antropológicos,
políticos y públicos que utilizan el término.

Una vez especificadas las características principales de las “viejas” definiciones del término
“cultura”, la autora entra en la discusión de cómo se ha entendido el concepto en la
actualidad generando “nuevas” formas de comprender y apropiar el término a propósito de
las problemáticas que histórica y socialmente ubican el interés de los antropólogos en los
finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Así, como resultado, la cadena de
variaciones generadas a nivel mundial en función del de-colonialismo europeo y el
crecimiento del capitalismo (dinámicas globales de producción-consumo, comunicación e
interconexión de sistemas financieros) generó la preocupación por nuevas formas de
expresión social, ajenas a los pueblos “exóticos” de las antropologías pasadas, e
identificadas en los procesos presentes al interior de las comunidades propias.

En este sentido, la definición del concepto de cultura se empieza a enfocar en dar cuenta de
estos fenómenos de globalización -si se quiere- que no permiten ver a los individuos o los
“pequeños grupos étnicos” como entidades puras y atemporales. Por lo tanto, es necesario
reconocer en ellos la intervención de los procesos globales que modifican sus concepciones
del mundo y de sí mismos, generando -en muchos casos- lo que la autora llama
“etnicidades hibridizadas e historias deslocalizadas”. La cultura entonces entra a entenderse
como construcciones que “no son inherentes, definidas o estáticas: son dinámicas, fluidas, y
construidas situacionalmente, en lugares y tiempos particulares.” (Wright, 2004: 130:131);
sin embargo, esta fluidez del conjunto supone una dificultad en tanto el trabajo de definir el
concepto no cae en manos de unos agentes “autorizados”, sino de varios sujetos envueltos
por relaciones de poder y dominación.

Entender la cultura como un producto que no está naturalmente determinado y que, por el
contrario, depende de condiciones sociales, políticas y económicas lleva el concepto a
ubicarse alrededor de un nivel de negociación que involucra a sujetos concretos; todos en
pugna por la definición de un concepto clave -un proceso de lucha ideológica. Empero, esta
lucha a la que se hace referencia vuelve la mirada sobre los procesos de colonización y la
vieja concepción de la cultura como una entidad auténtica y un discurso autorizado pues, si
bien el conflicto se genera alrededor de un término clave, la construcción o modificación de
su significado cae sobre aquellos que tienen los medios para influir, desde un nivel
institucional, en dicha construcción. Como resultado, la disputa por la significación que
implica el proceso de construcción de la cultura, se genera en un conflicto de poderes,
implicando que ideologías (comprensiones del mundo) se vuelvan hegemónicas y,
finalmente, al difundir estas ideas en el nivel de la vida cotidiana, conjuntos dados que,
además de dar la apariencia de inmodificables, entran a conformar un especie de “sentido
común” políticamente determinado.

En un contexto diferente, Wright analiza la manera a partir de la cual la “cultura” se ha


configurado de tal forma que lleva a la implementación de políticas públicas con el fin de
reafirmar un modelo político y de identidad de los partidos de derecha. Es así, como la
Nueva Derecha, partido político que llevó a Margaret Thatcher a ser Primera Ministra del
Reino Unido, utilizó el concepto de cultura partiendo de un lenguaje antiracista que
configuraba una concepción relativista y esencialista de la alteridad. Se debían respetar las
diferencias culturales, pero se reafirmaban los límites de las diferencias. Así, ser inglés era
el modelo hegemónico desde el cual se definía históricamente el sujeto, para reforzar una
lealtad y exclusividad a quienes a sí mismos se afirmaban como ingleses.

La autora nombra este tipo de configuración política y cultural como “racismo cultural”. No
se parte de una marcación de alteridad desde el hecho de la “naturaleza” o “nacer así”,
como en antiguas campañas sí se realizó. El racismo se redefine a partir de la existencia, se
reforzaron prácticas afines desde expresiones de un anhelo de nación homogénea que
concuerda con una visión del “nosotros” como blanco, cristiano, con criterios de clase y
género: prácticas, hábitos, festividades, etc.

Como lo dice Wright citando a Gramsci, la ideología no sólo se convierte en hegemonía a


partir de la toma de poder y las instituciones del Estado. La ideología se filtra por las “áreas
de la vida cotidiana” (Wright, 2004: 132) y es a partir de allí que se convierte en un modo de
vida, como lo afirmaría Wallerstein, a través de la difusión del liberalismo y la modernidad
después de la Revolución Francesa. De esta forma, el racismo concebido como una marca
de alteridad se propagó desde una versión legitimante del Estado, se reforzó la exclusión
manipulando el lenguaje y utilizando la “cultura” como bandera eufemística.

Ahora, teniendo en cuenta que para la autora los nuevos significados que se le otorgan a
las palabras se centra principalmente en la construcción, o si se quiere negociación, de los
conceptos por actores específicos en un contexto (pero no es una negociación en términos
de discusión y aceptación de todos los miembros, sino que más bien podría decirse que es
seleccionada por la persona o ente que tenga mayor poder); plantea como fundamental el
surgimiento del término “cultura corporativa”. La cultura corporativa se ubica en este marco
de nuevos significados, pues es interesante la manera en la que franquicias, empresas e
industrias llegan a determinar lo que para cada una es considerado como cultura, además
de las variaciones que presentan entre ellas según la organización, el rol y sobretodo el
poder que desempeñan los actores en su interior. La cultura se plantea desde su principio
de formas de organización: las empresas tienen una cultura y a partir de allí se emplea un
discurso gerencial aplicado a los empleados que los ubican en formas adaptativas de
ejercer su trabajo.

“Se prevé que en este mundo plural, las naciones-estado, más que tratar de crear una
homogeneidad cultural nacional, debieran alentar a los diversos grupos étnicos al interior de
sus propias fronteras para que contribuyan a la comunidad cívica con valores compartidos.”
(P. 137) Lo que representaría una mayor participación y representación de las diferentes
comunidades en todos los ámbitos que conciernen a dicha nación. La autora prosigue por
criticar los derechos humanos promovidos por la UNESCO en los que en su intento por
respetar a todos por igual terminan por presentarse diferentes juicios de valor acerca de la
diversidad aceptable e inaceptable puesto que no todo lo que está bien para unos lo es
para otros y viceversa. Esto mismo sucede durante el trabajo del antropólogo, pues este va
a estudiar una ‘cultura’ indígena desde su propio significado de cultura y no desde el que
tiene la comunidad investigada y en el texto esto se muestra bajo el ejemplo que da Turner
para explicar que la cultura puede usarse para efectos diferentes dependiendo del
significado que se le otorgue, sobre los Kayapó que fueron visitados por antropólogos que
eran inocentes de las repercusiones políticas de su investigación mientras que los líderes
Kayapó fueron plenamente conscientes de la construcción de cultura y la utilizaron para la
formación del poder, “Definieron la ‘cultura’ para sí mismos y la usaron para establecer los
términos de sus relaciones con el ‘mundo exterior’”(P. 138)

Referencias
Boivin, M., Rosato, A., & Arribas, V. (2004). Prólogo a la tercera edición. En ​Constructores
de Otredad. Una introducción a la antropología social y cultural (pág. 5). Buenos
Aires: Antropofagia.
Wright, S. (2004). La politización de la"cultura". En M. Boivin, A. Rosato, & V. Arribas,
Constructores de Otredad. Una introducción a la antropología social y cultural (pág.
141). Buenos Aires: Antropofagia.

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