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sion y de influencia, el sujeto es personal y colectiva. Otros, final opuestas, definen al individuo p ante todo una reivindicacién de la libertad mente, situados entre estas dos concepciones it or sus papeles sociales, especialmente por su papel en la produccién y lo consideran, pues, con Marx, como un ser “so- cial”. Los liberales han reducido lo mas posible al individuo la biisqueda ta- cional de su interés; la importancia que doy a los movimientos sociales y espe- cialmente a los que he llamado después de 1968 los “nuevos movimientos sociales” me ha inclinado hacia el segundo sentido otorgado al individuo, en tanto que el marxismo —y muchas otras escuelas sociolégicas— han puesto el acento en el tercer sentido. Si me resisto a emplear el primer sentido y el terce- ro es debido a que nada es menos individual, nada es mas previsible estadisti- camente que las decisiones racionales, en tanto que la teoria critica ha mostra- do hasta qué punto el sistema y sus categorias de funcionamiento obraban sobre el individuo, categorfas que son impuestas por los poseedores del poder o estan dirigidas a fortalecer el dominio del todo sobre sus partes. Pero si se reemplaza el concepto de individuo, cargado de demasiados sentidos diferen- tes, por el de sujeto, que esté mejor definido, ya no es posible identificar ente- ramente la modernidad con el nacimiento del sujeto, y esto me ha Ilevado a definirla atendiendo a la separacion y a la tensién creciente entre Ia racionali- zaciOn y la subjetivacion. LA DISOLUCION DEL EGO El pensamiento racionalista es el pensamiento mas francamente antiindividua- lista, pues no se puede al mismo tiempo apelar a un principio universal, el de la verdad demostrada por el pensamiento racional, y defender el individualis- 262 CRITICA DE LA MODERNIDAD mo, salvo que se lo haga para defender la libertad que cada uno tiene de bus. car y exponer la verdad, lo cual dio al pensamiento racional una gran fuerr, de resistencia a la opresin intelectual y politica. El tema del individualismo del que trato de mostrar su confusién y hasta su inexistencia, oculta la gran. deza de los pensamientos racionalistas que piden a los seres humanos que se sometan a un principio, la verdad, la cual los eleva por encima de la disper. sién de las diversiones y los impulsos de las pasiones. Tampoco se puede llamar individualismo al descubrimiento del ello real. zado por Nietzsche y Freud, 0, mas concretamente, la importancia dada a la sexualidad por la cultura contempordnea y los pensamientos nacidos de las fj- losofias de la vida. También aqui se realiza lo contrario de la liberacién indi- vidualista, pues se lleva a cabo la disolucién del ego, reducido a ser sélo el lu- gar de equilibrio inestable y conflictivo entre el ello y el supery6. Agreguemos por fin que la cultura del consumo se manifiesta también ella, contrariamente a la imagen que se complace en dar de sf misma, como una de las armas des- tructivas del ego y que de esta manera puede considerarse como una de las grandes acciones de la modernidad. El ego, que fue la presencia del alma, es decir de Dios, en el individuo, se convirtié en un conjunto de papeles sociales. Ese yo no triunf6, pues, sino en los comienzos de la modernidad, cuando aparecia como un principio de orden asociado al triunfo de la razén sobre las pasiones y asociado a la utilidad so- cial. El esplendor del retrato pictérico corresponde a la primera modernidad, sobre todo al centro de la civilizacin moderna, Flandes y Holanda pero tam- bién las ciudades italianas. El retrato, que ya habia aparecido en Roma, sefiala la correspondencia de un individuo y un papel social: se trata del emperador, el mercader o el donante pero como personaje individualizado; el placer del espectador estriba en adivinar la violencia, la avaricia o la sensualidad debajo de los uniformes de la burguesia, la aristocracia o el clero. Pero lo que se im- pone es el papel social, primero porque es el que explica la existencia del re- trato encargado por algiin dignatario y luego porque el éxito del retrato prue- ba que ese papel social es asimilable no sélo a un rango o a una funci6n, como en la sociedad premoderna, sino también a una actividad que implica fuerza e imaginacién, que moviliza la ambicién o la fe. Es en ese momento, em el comienzo de la modernidad, cuando triunfa el individualismo con el espiti- tu burgués. Pero nuestra cultura, después de un largo siglo de critica de la mo- dernidad racionalista, ha hecho estallar el retrato, ha hecho aparecer el dese impersonal, el lenguaje del inconsciente, los efectos que la organizacién tiene sobre la personalidad individual, de suerte que la referencia al ego se vacia de su sentido. Si el sujeto nace s6lo cuando desaparece la correspondencia de! ego ¥ ¢! mundo, el sujeto no puede ser personaje novelesco ni tema para un pintor. Lé escritura del sujeto se desarrolla con la descomposicién de la novela a partif de Proust y Joyce y con el final de la pintura representativa se produce la s* ESEGO 263 cin de un lenguajepictérico que construye objets y un lenguajeexpre sionista que trata Ge ee are ‘© Para quien contempla la tela. Soulages dice: “a pintura no es un medio de comunicaci. Quiero decir que no transmit un sentido, sino que ella misma Uene sentido. Tiene sentido para el especta- dor, segin lo que éste es” (Le Monde, 8-9 de setiembre de 1991). El hombre creador ya no se identifica con sus obras; éstas han cobrado tanta autonomia que el creador también necesita tomar distancias. Dios estaba en el mundo que habia creado y el hombre desde el comienzo de la modernidad quiso imi- tarlo y ocupar su lugar. Asi cae presa de una trampa a causa de ese orgullo y se deja aprisionar en nombre de la libertad, lo cual lo obliga a retornar a la se- paracion de la objetividad y la subjetividad y sobre todo a hacer uso de su li- bertad sdlo en la fluctuaci6n del compromiso y la liberacién. Esta crisis del ego aleja cada vez mas el si mismo [self] del yo. El si mismo es la imagen que el individuo adquiere de él mismo a través de sus intercam- bios lingidisticos con otros en el seno de una colectividad. Lo decisivo aqui es la relacion con los demas, una relacién socialmente determinada, que consti- tuye la definicion misma del papel y de lo que se espera del papel. “Uno es un si mismo solo en medio de otros si mismos. Un si mismo nunca puede descri- birse sin referencia a quienes lo rodean”, dice Charles Taylor (p. 33) retoman- do el principio de Wittgenstein de que todo lenguaje supone una comunidad lingitistica. El si mismo se situa, pues, en el universo de la comunicacién, en tanto que el sujeto, el yo, se encuentra en el centro del universo de la accién, es decir, de la modificacién del ambiente material y social. George Herbert Mead ha dado la expresién mas elaborada de esta con- cepcién de la personalidad vista como interiorizacién de los modelos de reia- ciones sociales. De ahi la dificultad que este autor tiene para distinguir el sf mismo del ego. Este es “el conjunto organizado de las actitudes de los demas que uno mismo asume” (p. 147), en tanto que el si mismo se constituye por el reconocimiento complementario del otro como aquel ante el cual va a reaccio- nar el yo. El conjunto del ego y del si mismo forma la personalidad, y la tesis central de Mead es que “el contenido del espiritu s6lo es el desarrollo y el pro- ducto de una interaccién social” (p. 163). El yo se distingue del ego por su li- bertad de reaccionar positivamente o negativamente a las normas sociales in- teriorizadas por el ego. Pero las razones de la resistencia a las exhortaciones de un “otro generalizado” no son claras; parece que la simple existencia de la individualidad explica los frecuentes desfases entre un actor particular y las normas generales. Mead habla de la accién creadora y transformadora, de los hombres de genio, pero est4 sumamente alejado de la idea de sujeto, tal como la presento aqui. El hombre tiene personalidad sdlo “porque pertenece a una comunidad, porque asume las instituciones de esa comunidad en su propia conducta” (p. 138); mds precisamente, “el individuo es capaz de realizarse como si mismo en la medida en que tome la actitud del otro” (p. 165). De manera que Mead no esté muy lejos de la concepcién clasica del personaje de-

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