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- MARCO REFERENCIAL
Descripción
Según Perls, el hombre necesita cortar, rasgar su alimento por completo para
poderlo digerir apropiadamente. El morder se identifica como hacer o recibir daño,
cuanto hemos inhibido esta necesidad más temeremos el ser heridos, el morder es
una forma de dar salida a nuestra agresión (Perls, 1975, pp. 140-141).
Los diferentes estadios del desarrollo del instinto del hambre pueden clasificarse
como: prenatal, pre dental, incisivo y molar. Muchos adultos tragan el alimento
sólido “como si” fuera líquido, algo que se debe pasar a tragos. A esta gente la
caracteriza siempre la impaciencia, exigen la satisfacción inmediata de su hambre
–no han desarrollado interés por destruir el alimento sólido-. Su impaciencia se
combina con voracidad e incapacidad para lograr satisfacción (p. 142). Cuando los
adultos tienen mucha sed se comportan en forma parecida sin ver nada malo en
ello. Pero la gente que engulle alimentos sólidos confunde lo sólido con lo líquido,
el resultado es que ni desarrollan la capacidad para masticar, para hacer un trabajo
completo, ni la capacidad para permanecer en suspenso. Permanece sin
gratificación la tendencia destructora, que debería tener su salida biológica natural
en el empleo de los dientes. La función destructora, aunque en si no es un instinto,
sino un instrumento muy poderoso del instinto de hambre, es “sublimada” –apartada
del objeto “alimento sólido”. Se manifiesta en forma nociva: matar, hacer guerra,
crueldad, etc. O por medio de retroflexión, como auto tortura y hasta
autodestrucción. En las neurosis obsesivas y en otras se puede, por ejemplo,
advertir que un deseo de hacer algo prohibido es tratado y castigado por la
conciencia de una forma similar a como las autoridades legales castigan la mala
acción real (p. 143). En la psicosis la confluencia de imaginación y realidad con
frecuencia conduce al paciente no solo a esperar, sino a infligir castigo real por
acciones imaginarias. El hambre de alimento mental y emocional se comporta como
el hambre física. K. Horney observa atinadamente que el neurótico vive
permanentemente ávido de afecto, pero que su avidez nunca se ve satisfecha. Un
factor decisivo en este comportamiento del neurótico es que no asimila el afecto que
se le ofrece. O se niega a aceptarlo o lo implora, de tal forma que le resulta molesto
o sin valor en cuanto lo ha obtenido (Perls, 1975, pp. 144).
La concentración en la comida
Como la ingestión física y mental obedece a las mismas leyes, su actitud hacia el
alimento mental cambiará al progresar en los ejercicios de concentración. Una frase
bien masticada y asimilada tiene más valor que todo un libro simplemente
introyectado (Perls 1975, pp. 257-258).
Emociones y obesidad
La psicología cibernética ha mostrado que todo sistema con vida es regulado por la
realimentación, un flujo inverso de información que permite que los sistemas
funcionales realicen adecuadamente sus acciones y alcancen sus metas. Al
equilibrio que se llega en los sistemas psicofuncionales se le denomina
homeostasis, estado que permite la realización biológica y psicológica del sistema
estudiado. Al hacer referencia a la obesidad o aumento de peso anormal deben
considerarse varios sistemas o subsistemas que concurren en la regulación entre el
metabolismo, las necesidades energéticas y la reposición de la materia-energía que
consume el organismo. Así, los mecanismos homeostáticos modularán la pérdida y
la reposición de energía como costo funcional de la vida, la reposición de la materia-
energía mediante el hambre y la saciedad, y los elementos de cambios metabólicos
que influyen en la ganancia de energía metabólica y anabólica y la pérdida
catabólica. El equilibrio anabolismo-catabolismo permite que el organismo se
encuentre en el estado de salud, que cambia de acuerdo con la actividad orgánica
y las necesidades impuestas por la edad.
La falta de sueño y/o de la calidad de sueño, así como otras adicciones, como el
tabaquismo, el alcoholismo, también genera el aumento de peso en una primera
etapa y pueden transformarse en el origen de una obesidad crónica cuando la
alimentación normal y necesaria sustituye una adicción original. Considerar a la
obesidad como una forma de adicción ha dado resultados positivos al sustentar la
terapéutica en la reconstitución y el reforzamiento de vínculos socio afectivos que
modifican la auto imagen y contienen las intensas ansiedades, mediante grupos
terapéuticos altamente cohesivos y estables, como los de alcohólicos anónimos.
(Ibid., p. 20).
A un gran número de mujeres se les dificulta tolerar las emociones intensas que
experimentan, lo que se produce en un gran malestar y se sienten impulsadas a
hacer algo, lo que sea con tal de no sentirse así. Pueden gritar, pelear, inclusive
llegar a golpear o aventar objetos para descargar la ira. También es común
culpabilizar, dramatizar o insultar de manera agresiva-pasiva. O bien, pueden elegir
conductas de evitación para no sentir la soledad, ansiedad, tristeza, ira o culpa, tales
como comer, tomar alcohol, drogarse, fumar, comprar compulsivamente, ser infiel o
pasar horas en internet. Ante emociones dolorosas, las mujeres por lo general
comen compulsivamente, en menor proporción toman alcohol o recurren a las
drogas ilegales, a diferencia de los hombres…. las adicciones. Sobre todo, las
calificadas como propias del siglo XXI, internet, ciber sexo, teléfonos inteligentes, o
video juegos, tienen su origen en un intento desesperado por sofocar el dolor, los
sentimientos de soledad y falta de sentido, producto de la era del vacío (Lipovetsky,
2010) que prevalece en la sociedad actual. Existe una gran diferencia entre afrontar
de manera eficaz las situaciones problemáticas y evitar las sensaciones
desagradables de las emociones intensas mediante el uso de estupefacientes,
actos violentos o internet. El bienestar emocional depende de hacer frente a las
emociones de manera apropiada y no de evitarlas. Darles vuelta o evadir los
problemas es muy común, pero esto solo disminuye la ansiedad a corto plazo,
porque a la larga traerá mayores consecuencias negativas a la salud psicológica, y
muy probablemente en la física (Ibid., pág. 24).
Los avances de la neurociencia han arrojado hallazgos interesantes que nos ayudan
a comprender mejor la relación de las emociones con nuestro cuerpo. Desde hace
mucho tiempo, los médicos saben que el sistema endocrino actúa con el sistema
nervioso para coordinar las actividades de nuestro organismo y así mantenerlo en
funcionamiento. Ambos sistemas son fundamentales para asegurar nuestra salud
física y psicológica. Se comunican entre sí a través de mensajeros químicos, los
neurotransmisores, que corresponden al sistema nervioso y las hormonas del
sistema endocrino (Vasconcelos, 2013, pp. 28).
Varios estudios muestran como las personas obesas utilizan la comida como refugio
para compensar sus frustraciones, tristezas, necesidades y temores (Cabello,
2010). Otros han hecho alusión a los efectos de la burla acerca del cuerpo obeso y
cuentan de la insatisfacción por la imagen corporal y algunos desórdenes
alimenticios (Fabián y Thompson 1989; Lunner et al. 2000). Se ha documentado
también que valores familiares, tales como vínculos de relación adecuados y
expectativas positivas de los padres, se constituyen en “factores de protección” para
las personas obesas y se establecen a la vez como un soporte emocional
fundamental para hacerle frente a los discursos negativos de la obesidad que
generalmente predominan en el contexto social. El propósito final fue entender el
contexto particular en el cual estos eventos ocurren y anticipar qué pensamientos,
ideas o sentimientos se manifiestan en lo participantes en relación con el estatus de
peso. Siguiendo con este enfoque teórico, el principio de cambiar el significado
personal para reducir la aflicción por una determinada problemática, se aplica a los
estados emocionales como ansiedad, culpa, vergüenza y depresión, que son
emociones presentes en la imagen negativa de la obesidad, no obstante, existen
otras emociones hacia su cuerpo de auto aceptación, siendo personas alegres,
positivas, que gozan y disfrutan de la comida: así las ideas, emociones y
comportamientos que surgen alrededor de la obesidad, pueden ser ambivalentes y
paradójicas de acuerdo a las construcciones sociales que de manera individual y
social se presenten en una cultura determinada.
Según Guzmán, Del Castillo & García (2010), la atención de las características
psicológicas es de fundamental importancia, de lo contrario la persona difícilmente
será capaz de comprometerse adecuadamente con el tratamiento, y por
consecuencia, tendrá mayor dificultad para bajar de peso y/o mantenerlo.
Ante tales razones el presente capítulo tiene como objetivo principal profundizar en
el análisis de los principales factores psicológicos relacionados con la obesidad: sin
pretender “psicologizar” el problema, por lo que no minimiza ni deja de considerar
como concomitantes los factores genéticos, constitucionales, metabólicos,
ambientales y sociales que la generan.
Trastornos psicológicos
La existencia de atracones en pacientes obesos fue identificada por primera vez por
Stunkard en 1959 como patrón distintivo de esta población. Describió consumos
episódicos de grandes cantidades de comida seguidos de sentimientos de culpa,
malestar e intentos para hacer dieta, todo ello sin conductas compensatorias
(vómitos, laxantes, diuréticos, ejercicio físico)… de manera general, el trastorno por
atracón se caracteriza por: a) episodios recurrentes de atracones (ingesta en un
corto periodo de tiempo, de una cantidad de comida superior a la que la mayoría de
las personas consumen; además de la sensación de pérdida de control sobre la
ingesta durante el episodio) b) los episodios de atracón se asocian a tres o más de
los siguientes síntomas: ingesta mucho más rápida de lo normal, comer hasta
sentirse desagradablemente lleno, ingerir grandes cantidades de comida a pesar de
no tener hambre, comer a solas para esconder su voracidad, sentirse a disgusto
con uno mismo, depresión, o gran culpabilidad después del atracón, c) profundo
malestar al recordar el atracón, d) los atracones tienen lugar al menos dos días a la
semana durante seis meses, e) el atracón no se asocia a estrategias
compensatorias inadecuadas (ayuno, purgas, ejercicio excesivo) y no aparecen
exclusivamente en el transcurso de una anorexia nerviosa o bulimia nerviosa (Ibid.,
p. 214).
Transición epidemiológica-nutricional
Otros factores asociados con la adopción de estilos de vida poco saludables son los
acelerados procesos de urbanización en los últimos años, coincidiendo con
modificaciones con el perfil epidemiológico y de los patrones alimentarios;
advirtiéndose que el incremento de la obesidad tiende a desplazarse hacia los
grupos con nivel socioeconómico bajo. El acelerado proceso de urbanización queda
de manifiesto al considerar que a mediados del siglo XX la población rural
(localidades de menos de 2500 habitantes) del país era del 56.8 por ciento del total;
para 2005 ese tipo de población sólo representaba el 23.5 por ciento del total
nacional (Anzaldo C y Barrón EA, 2010) y según los resultados preliminares del
censo 2010 ha disminuido a 23.1 por ciento (INEGI, 2010). El caso de Jalisco es
todavía más marcado, ya que en 1950 se tenía que el 52 por ciento de los habitantes
vivían en localidades rurales, (Gutiérrez Pulido et al, 2008), para 2010 se calcula
que sólo el 13.5 por ciento de los habitantes del estado vivían en zonas rurales y,
por ende, lejos de la industrialización (INEGI 2010).
Ansiedad
La ansiedad puede adoptar diversas formas, pero aquella más relacionada con la
obesidad es la ansiedad generalizada, es decir aquella que está presente a niveles
no muy elevados, pero es casi permanente. Este tipo de ansiedad al no ser muy
elevada, consigue un porcentaje de reducción importante con el acto de comer. Al
ser constante su presencia y su reducción con el comer provocan aun aumento de
peso. Al respecto, un grupo del Centro para el Control y Prevención de
Enfermedades de los Estados Unidos ha evaluado la asociación entre obesidad,
ansiedad y depresión en un grupo de 200 mil personas aproximadamente. Además
de incluir a un gran número de sujetos, el estudio considera las posibles
enfermedades asociadas a la obesidad (diabetes o dolor articular), así como
factores relacionados con el estilo de vida (hábito de fumar, consumo de alcohol,
actividad física) y factores psicosociales (apoyo de la familia). Los resultados del
estudio demuestran que existe una relación entre la ansiedad, depresión y obesidad
independientemente de los factores acompañantes, ya sean enfermedades, hábitos
de estilo de vida o factores psicosociales. Esta asociación no es igual en hombres
y en mujeres. En los varones, es la obesidad grave (aquella con un índice de masa
corporal superior a 40 kg/m2) la que se asocia a ansiedad y depresión. Sin embargo,
en las mujeres este aumento se observa ya a partir del diagnóstico de sobrepeso
(IMC superior a 25 kg/m2). Este estudio no permite establecer una relación de
causalidad entre obesidad y trastorno emocionales; sin embargo, plantea una
relación bidireccional, en donde la ansiedad y la depresión pueden distorsionar la
conducta alimentaria y facilitar un patrón de sedentarismo. Ambas conductas
favorecen que se gane peso. Así mismo, en diversos estudios con muestras
clínicas, se ha observado un incremento de la ansiedad y la depresión en pacientes
con obesidad, comparado con iguales con normo-peso. Los síntomas de ansiedad
en jóvenes con obesidad están relacionados con una disminución de la actividad
física y un aumento de la ingesta como respuesta al estrés (Ibid., pp.214-215).
La ansiedad, no solo aparece por peligros eternos y objetivos, sino también por otros
de carácter interno y subjetivo, e incluso por miedos inconscientes. Pero si la
reacción de ansiedad es muy intensa, bien porque la amenaza realmente sea
enorme o bien porque nuestro mecanismo de respuesta ante los peligros esté
desajustado, entonces la reacción física y psicológica que supone, lejos de
ayudarnos a hacer frente a la amenaza, solo va a suponer un peligro añadido.
Cañamares (2002, p.95). Si ante la amenaza de un coche que no respeta el paso
de peatones, nuestra reacción, más que de afortunada y útil ansiedad, es de pánico,
y empezamos a movernos de un lado para otro, sin coherencia, lo más probable es
que el coche termine por atropellarnos,… La alarma interna que supone la ansiedad,
no debe alcanzar unos niveles excesivamente elevados; si así lo hace es urgente
reducirla. Esta necesidad se debe a dos razones: una, a que como todas las
personas han experimentado alguna vez, el mantenimiento de la ansiedad es
profundamente aversivo, desagradable, y otra, a que nos deja agarrotados y por
tanto más indefensos. Además, está comprobado que la salud de una persona
habitualmente ansiosa se resiente, por ejemplo, a nivel cardiovascular… La
ansiedad supone una preparación para la acción ya sea para huir o para atacar.
Pues bien, comer, o más exactamente masticar, al suponer un gasto de energía, y
al implicar una forma de desgarrar y triturar, es decir, una actividad un tanto
agresiva, se constituye en una forma de reducir la ansiedad. Una forma ligera y
pasajera, pero siempre a nuestro alcance. Si una persona está, por el motivo que
sea, ansiosa de manera habitual, y utiliza como forma “anti ansiedad” el comer,
naturalmente que con el tiempo engorda. Es más, puede establecerse en algunas
personas, un círculo vicioso, cual es que reduce su ansiedad comiendo, luego
engorda, y estos kilos sobrantes le suponen un motivo de alarma, de preocupación,
por lo que nuevamente se pone ansioso y vuelve a comer (Cañamares, 2002, p.
96).
La identificación con un obeso en otra acepción, quizá más difícil de entender, y que
produce obesidades más resistentes a los regímenes. La identificación con otra
persona es estudiada en psicología como un mecanismo de defensa, es decir, como
una especie de “truco” que una persona puede hacerse a sí misma, con el objetivo
de soportar mejor la ansiedad, el miedo, la angustia, el malestar que le sobreviene
con ocasión de una fuerte carencia o de una grave pérdida (Ibid., p. 110).
El estado de ansiedad
Registro de emociones
Será básico y contundente, poder identificar con frecuencia las emociones, los
sentimientos con los que convivimos al despertar, al dormir, al leer, los que nos
despiertan ciertas personas, situaciones, momentos, etc. Las emociones son un
canal fluido para conocernos al instante e ir descubriéndonos durante la vida.
Obesidad y emoción
Aunque no existe un prototipo que defina a todas las personas que padecen
obesidad, sí es cierto que pueden compartir algunos rasgos de personalidad.
Existen numerosos artículos publicados sobre las cirugías, las dietas, el ejercicio o
los fármacos para el tratamiento de la obesidad, sin embargo, son escasos aquéllos
que tratan sobre los aspectos psicológicos que influyen en dicha patología y su
tratamiento. La finalidad de esta revisión es evaluar aquellos rasgos psicológicos y
de comportamiento que caracterizan a las personas con obesidad (Ruiz, Fernández
y Bolaños, 2010 p.5).
Aspectos psicológicos
Rasgos de personalidad
Junto a un bajo nivel de autoestima las personas con obesidad tienen una
percepción de su imagen corporal negativa y evitan situaciones sociales en las que
exista comparación de la figura corporal. Aunque el aumento de la insatisfacción
corporal aparece fundamentalmente en adolescentes de sexo femenino, dicho
aumento también puede deberse a la existencia de algún trastorno del
comportamiento alimentario, síntomas depresivos, perfeccionismo o restricción
dietética crónica, especialmente en mujeres. Se puede comprobar que la
satisfacción corporal aumenta con operaciones estéticas que mejoran la figura
corporal o con algún cambio corporal que la sociedad califique como positivo, sin
embargo, este aumento es pasajero, de modo que reaparece con el tiempo.
Las personas con obesidad son menos felices consigo mismas, un 40% de ellas no
se aceptan y no se consideran autónomas ni integradas en la sociedad. A esta
percepción de sí mismos afecta negativamente el grado de obesidad, la existencia
de síntomas depresivos y la asistencia a determinados eventos sociales. Sin
embargo, ayuda a mejorar la autoimagen global de las personas con obesidad la
disminución de peso y el apoyo familiar (Ruiz., Fernández y Bolaños, 2010).
.
Según la Dra. Myriam Muñoz-Polit (Julio, 2012), en el documento, una hipótesis
humanista sobre la emoción:
LA VIVENCIA EMOCIONAL
Se solía creer que la experiencia emocional era algo individual donde poco tenía
que ver con el entorno, y era, en mayor medida, producto de nuestra propia
experiencia pasada. Aunque, en ese sentido, es verdad que la vivencia emocional
en una parte va a depender de nuestras experiencias anteriores, siempre que
sentimos algo, está relacionado de alguna manera con el entorno. En los momentos
en que recordamos algo, es el entorno presente el que dispara ese recuerdo.
Sentimos al relacionarnos con el entorno, no existe ninguna emoción que no esté
en relación con el ambiente. En este sentido, la vivencia emocional es siempre una
co-creación entre el entorno y la persona.
2. Cuando otro siente algo en donde hemos estado involucrados somos co-
responsables de su sentimiento.
Por lo tanto, no soy totalmente responsable de lo que siento y soy de alguna forma
responsable de lo que el otro siente en mi presencia. No hay una experiencia
emocional individual propiamente dicha. Por supuesto que esto no quita
responsabilidad, sino que nos hace conscientes de la importancia de la relación con
el otro en nuestro vivir cotidiano. Siempre está puesto lo mío, pero también siempre
está puesto lo del otro en lo que estoy sintiendo (Ibid., pág.11).
Me parece que durante mucho tiempo la emoción fue vista como un estorbo y como
algo que había que reducir o quitar para responder más adecuadamente, más
fríamente. Esta visión era un reflejo de la idea tan fragmentada y desconfiada que
se tenía sobre el ser humano, que fue cuestionada con el surgimiento de distintas
corrientes de pensamiento y que, en el ámbito de la psicología, surge con la
aparición de la Psicología Humanista.
En la Psicología Humanista se valora todo lo que el ser humano es y hace: Aun las
conductas más destructivas son un intento de dar la mejor respuesta posible dadas
las circunstancias ambientales y las posibilidades personales. El ser humano tiene,
de manera innata, una tendencia a lo constructivo, a buscar lo que percibe como
adecuado y como mejor. Dicha tendencia es la que Carl Rogers llama “tendencia
actualizante”, que se manifiesta en una parte importante, a través de nuestras
sensaciones y nuestros sentimientos. En general, los humanistas afirmamos que
entre más sensible se es, más posibilidades de desarrollo se tienen (Ibid., pág.12).
1. Informan sobre el estado del campo organismo/entorno. Nos señalan cómo está
siendo vivenciada la relación entre el individuo y su entorno. Son evaluaciones,
automáticas o reflexivas, sobre el significado de las situaciones con respecto a
nuestro bienestar.
2. Proveen orientación en el campo. Nos permiten saber, con más o menos buen
criterio, cómo responder a los acontecimientos, a las situaciones que estamos
experimentando. Este criterio va siendo más certero conforme la persona tiene un
mejor nivel de madurez y de experiencia. Nos informan tanto de lo amenazante,
tóxico y destructivo, como de lo que es atractivo, nutricio y constructivo.
3. Nos señalan la presencia de una necesidad. Así, cuando surge el miedo, nos está
avisando que debemos protegernos; cuando emerge el enojo nos dice que hay que
defendernos; cuando se trata de sentimientos más complejos nos están avisando
de necesidades también más complejas.
4. Nos informan de aquello que nos es significativo, de aquello que nos interesa.
5. Nos organizan para la acción. Nos capacitan para responder con rapidez ante
hechos que nos parecen importantes y que tienen que ver con nuestra
supervivencia -como cuando escuchamos un estruendo, en forma rápida buscamos
alejarnos y protegernos-. Pero aun en sentimientos que no requieren de una
respuesta tan rápida nos permiten encaminarnos a acciones consecuentes con
ellos. Por ejemplo, sentirnos amorosos nos facilita la colaboración y el
acercamiento.
6. Nos motivan. Las sensaciones, las emociones y lo sentimientos nos mueven, nos
disponen a hacer cosas con respecto a lo que sentimos. Nos esforzamos
constantemente para sentirnos mejor o para alargar los estados placenteros. Nos
impulsan a ir hacia aquello que nos hace sentir bien y alejarnos de lo que nos hace
sentir mal.
En los escritos sobre el tema de la emoción hay una gran confusión en el uso de
tres términos que la mayoría de los autores utilizan indistintamente y que colaboran
a generar confusión; es por ello indispensable que se definan y describan cada uno
de estos constructos para partir de una diferenciación semántica sobre ellos. Estos
constructos son: sensación, emoción y sentimiento.
Sensación
En este sentido, las sensaciones básicas son placer y displacer, que se pueden ir
describiendo en términos más concretos y específicos.
Cuadro 1.las sensaciones básicas son placer y displacer. Dra. Myriam Muñoz-Polit (Julio, 2012,
p15),
Emoción
Hay una enorme confusión en cuanto al manejo lingüístico de las palabras emoción
y sentimiento. Muchos autores no hacen ninguna diferencia entre ellas, le llaman a
toda vivencia emocional, “emoción” o “sentimiento” indistintamente. Esto quizás se
deba a que hasta hace unos 30 años el estudio de la vida emocional en la psicología
era muy precario. Ahora hay abundante material al respecto y es muy importante
que los que se llaman “expertos” en estos asuntos se pongan de acuerdo y usen un
lenguaje unificado. A continuación, se sintetizan las nociones de este concepto y
del concepto de sentimiento, que tanto Antonio Damásio (1999, 2001, 2006 y 2010)
como José Antonio Marina (1996 y 2002) han aportado al estudio de la vida
emocional del ser humano (Ibid., p.15).
Según Muñoz-Polit (p. 16), diversos autores señalan que estas son algunas de las
emociones
La siguiente pregunta es entonces, si esas son las emociones básicas en todos los
seres humanos, ¿para qué nos fueron dadas genéticamente?, o sea, ¿Cómo sirven
a la supervivencia?, la respuesta es, cada una de esas emociones tiene como
propósito que la persona busque sobrevivir en un ambiente que puede ser más o
menos hostil y no ponga en riesgo la vida.
Sentimientos
Es la elaboración y representación cognitiva de cualquiera de las siguientes
experiencias: la sensación, la emoción, las percepciones, los recuerdos y los
pensamientos.
Los sentimientos son una elaboración humana que se ha hecho para facilitar el
descubrimiento de necesidades psicológicas y necesidades de trascendencia.
Promueven el desarrollo, implican un proceso más sofisticado que la emoción.
Miedo Protección
Afecto Vinculación
Enojo Defensa
Alegría Vivificación
EL PROCESO EMOCIONAL
En el proceso emocional está implicada la persona total como una unidad
indisoluble; por lo mismo, al sentir lo hacemos holísticamente: corporal, psicológica,
cognitiva y espiritualmente, siempre co-construyendo la experiencia con el entorno.
El proceso organísmico.
Compartimos con los mamíferos las emociones, pero los seres humanos nos
distinguimos de ellos por nuestra capacidad de significar las emociones, a partir de
la capacidad de simbolizarlas mediante el lenguaje verbal, o sea, de convertir las
emociones en sentimientos. El siguiente cuadro muestra sus fases:
Cuadro 4. Muñoz-Polit (p. 26)
Hay un proceso emocional que nos es natural y que llamaremos “organísmico”, para
el cual venimos equipados, aunque puede sufrir interrupciones y convertirse en
“disfuncional”, debido al cúmulo de influencias que hemos tenido en el transitar de
nuestra existencia. Podemos sintetizar esto en tres fuentes donde se produce la
interrupción o “flexión” del proceso natural de sentir: introyectos, experiencias
obsoletas y asuntos inconclusos.
El proceso disfuncional
Está generado por bloqueos o flexiones que surgen ante la amenaza de vivirlos y
por sus consecuencias en su propia experiencia. En grandes rasgos toman tres
formas:
Introyectos
Son mensajes explícitos o implícitos con respecto a la persona misma, la vida y los
demás. Son ideas verbales y no verbales que la persona se “tragó sin masticar”,
generalmente buscando la aceptación de aquellos que le eran significativos, ya que
estas ideas no tienen fundamento en la propia experiencia y se asumen para buscar
aprobación y afecto. Por esto mismo, se convierten en creencias que se viven como
si fueran propias, aunque en algún momento generan conflictos internos cuando la
experiencia de la persona prueba que dichas creencias no eran propias y se
produce una crisis en donde hay confusión e indecisión con respecto a lo que
realmente se quiere. Por ejemplo, me dijeron que no era adecuado odiar y siento un
profundo odio que no puedo controlar. Generalmente, la mayoría de nuestros
introyectos los incorporamos en la niñez temprana, pero podemos seguir
introyectado toda la vida.
Experiencia obsoleta
Es una conducta, una actitud o una postura existencial que fue útil en otra época,
pero que se quedó como un patrón rígido de respuesta. Está fundamentada en la
propia experiencia, pero quedó descontextualizada al pasar del tiempo,
manteniéndose como una respuesta rígida y automática.
Por ejemplo, fue muy bueno que una niña que vivió en un ambiente de violencia y
abuso haya aprendido a “hacerse invisible” pero en la actualidad está en otro
contexto en donde no necesita constantemente “desaparecer”, sin embargo, no
puede “hacerse visible” con la resultante de no ser vista por quien quisiera serlo. La
experiencia obsoleta en algún momento satisfizo una necesidad, pero ya no lo hace.
Asuntos inconclusos
Son asuntos o situaciones relacionales que tienen que ver con una necesidad que
se quedó pendiente. En sentido estricto, han quedado fijas y rígidas la necesidad y
el satisfactor. Interfieren en las relaciones actuales, porque se va al encuentro de
los recuerdos en las relaciones, más que hacia ellas tal y como son ahora. La
persona con asuntos inconclusos se relaciona con la nueva situación con base en
relaciones anteriores. Cualquiera de estas tres fuentes de bloqueos puede generar
obsesiones, anhelos, perfeccionismo, devaluación y, en general, reacciones
emocionales desproporcionadas (Ibid., Págs.28-29).
Según Herman & Polivy (1975) citados por Elizabeth Peña y Lucy Reidi (2015), en
la literatura sobre conducta alimentaria, se han detallado tres componentes
individuales que afectan la elección de los alimentos: cognitivo, conductual y
afectivo. En lo referente al componente afectivo, la relación entre emociones y
alimentación no es simple: los estados emocionales y de ánimo pueden influir en la
conducta alimentaria, y a su vez la alimentación puede modificar las emociones y
estados de ánimo (Gibson, 2006 c.p. por ibid.).
En la psicología, las emociones que más se han estudiado son las emociones
negativas, llamadas así porque generan una experiencia desagradable. Las más
importantes son la ansiedad (ante situaciones de amenaza), la ira o enfado (ante un
daño o perjuicio), la tristeza (precursora de la depresión, se produce ante
situaciones de pérdida).
La ansiedad es una reacción emocional que surge ante las situaciones de alarma,
ambiguas, o de resultado incierto. En la conducta observamos inquietud motora,
aumento del consumo de comida, bebida, tabaco, evitaciones, etc. (Cano-Vindel,
2002). Nuestra actividad cognitiva está relacionada con la activación fisiológica. Al
evaluar las consecuencias de una situación, se produce incremento de activación
fisiológica, cognitiva y conductual.
Entre los desórdenes físicos que cursan con niveles altos de ansiedad encontramos
algunos trastornos cardiovasculares, como la hipertensión o las arritmias
funcionales, algunos digestivos (gastritis, síndrome de colon irritable),
dermatológicos, respiratorios, musculares, contracturas, dolor, infertilidad,
depresión, también está relacionada con otros trastornos físicos como, trastornos
del sistema inmune (enfermedades infecciosas, cáncer, artritis reumatoide, etc.) y
en algunas dolencias crónicas. A su vez, la ansiedad también está ligada a otros
desórdenes mentales, como los trastornos por consumo de sustancias (adicciones),
trastornos de alimentación, trastornos del sueño y muchos trastornos sexuales.