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El pueblo que le pertenece a Dios

INTRODUCCIÓN:
¿Cómo podemos asegurar que somos pueblo de Dios? Al leer la Biblia, el concepto de “Pueblo
de Dios”, comienza con Abraham, patriarca del pueblo de Israel, quien es llamado por Dios para
dejar todo lo que lo mantenía en Ur de los caldeos. Y a él es dada la promesa: “Y haré de ti una
nación grande, y te bendeciré…” (Gn 12:2). Nace así la historia de un pueblo, el cual sería
llamado: “pueblo de Dios”, cuyo linaje es de Abraham y cuyo nombre específico es, Israel.

Si nos quedamos en este punto, podríamos decir entonces que la Biblia, sobre todo el AT, nos
dice que el Dios que nosotros ahora adoramos es un Dios nacional, y que nada de especial tiene
en comparación con los dioses que tuvieron todos y cada uno de los pueblos en su tiempo;
¿puede entonces, el Dios de Israel ser el Dios del todas las naciones? Y lo que es más importante,
¿podemos nosotros llamarnos su pueblo? Dios, escogió a Israel, como un pueblo para guardara
su ley y sirviera para su propósito redentor: que todas las naciones conocieran a Dios
revelándose en el pueblo de Israel. Pero las constantes infidelidades de este pueblo, hacían
parecer que el objetivo divino jamás se lograría. Y realmente Dios, llegado el tiempo, se reveló
para todas las naciones en Israel: Jesucristo el Salvador, llegó al mundo para “buscar y salvar lo
que se había perdido” (Lc 19:11). Hasta antes de la venida de Jesús, se podría haber pensado
que para Dios no importaba más que Israel; no obstante, en Jesucristo se demostró el amor
pleno de Dios para toda la raza humana de toda lengua y nación… ¡Gloria a Dios! Jesucristo no
vino solamente para redimir a Israel, sino a toda la humanidad: “De tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas
tenga vida eterna” (Jn 3:16)

La única manera de llegar a ser pueblo de Dios es poniendo nuestra fe en Jesucristo, quien por
medio del sacrificio en la cruz nos reconcilió con Dios, redimiéndonos del pecado en el cual
estábamos esclavos y por consecuencia, separados de Dios… muy, muy lejos de él. Pero ahora
podemos decir que gracias a Cristo nosotros hemos pasado a formar parte del pueblo de Dios,
no de una nación, ni tampoco de los judíos, sino del pueblo que Jesucristo el Hijo de Dios compró
con su sangre preciosa derramada en la cruz del calvario, ¡Aleluya!

A todo esto, usted se estará preguntando, ¿cómo puedo saber si soy parte del pueblo de Dios?
O mejor, ¿cómo puedo llegar a ser parte del pueblo de Dios?

PRIMERAMENTE, tenemos que reconocer que hay un solo Dios, ¿lo reconoce usted? La Biblia
nos dice en el Salmo 144:15, “Bienaventurado el pueblo que tiene esto: Bienaventurado el
pueblo cuyo Dios es Jehová”. Dios no se limita a un pueblo solamente por su origen étnico, pues
la Biblia misma nos dice, “que toda la tierra está llena de su gloria”. Si Dios se limitara solo a un
pueblo, ¿cómo podría llamarse Dios del universo? Y es a través de Cristo Jesús que ahora somos
un pueblo cuyo Dios es el Padre Celestial.

Mucha gente dice que pertenece al pueblo de Dios, pero no le reconocen como tal en sus vidas.
Viven creando dioses y falsos idolillos con sus manos, producto de su artesanía, pero el Dios que
tenemos que reconocer no lo hicimos nosotros, sino que él nos hizo a nosotros: “Reconoced que
Jehová es Dios; El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos, pueblo suyo somos y ovejas de su
prado” (Salmo 100:3). Dios es Dios de todos aquellos que le reconocen como tal; de modo que
todos aquellos que le reconocen pueden ser llamados “pueblo de Dios”.
Nosotros hemos reconocido que hay un solo Dios: El Dios de Jesucristo y es por medio de él que
hemos sido recibidos en la presencia misma de Dios el Padre: “Yo soy el camino, la verdad y la
vida; y nadie viene al Padre sino es por mí” (Jn 14:6).

EN SEGUNDO LUGAR, el pueblo de Dios se identifica porque invoca su nombre, leemos en 2


Crónicas 7:14, “si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren y
buscaren mi rostro…” Muchas personas aseguran que son hijos de Dios: dicen, “yo creo en Dios”;
pero nunca le buscan. Dicen creer en Dios, pero acuden a los hechiceros; en lugar de leer su
Palabra, leen los horóscopos; en lugar de adorarlo a El, se arrodillan delante de las imágenes;
¿cómo puede la gente decir que cree en Dios cuando no lo buscan? Aún hay gentes en las iglesias
que dicen ser hijos de Dios, pero viven dando lástima: no confían en Dios; dicen creer en Dios
pero no le creen a Dios. Buscan respuesta por todos lados, pero de Dios ni se acuerdan.

Una persona que es hijo de Dios, busca a Dios primeramente y sabe que lo demás vendrá por
añadidura. El hijo de Dios reconoce que tiene un Padre celestial, que es justo, que es bueno y
que nos ama. Dios mismo nos invita a buscarle: ¿qué dice Salmo 50:15? “Invócame” ¿sabe usted
quien hace esta invitación? ¡Dios, por su puesto! A ver lea Jeremías 33:3, ¿qué dice Dios? “Clama
a mí y yo te responderé” Dios anhela que su pueblo le busque, que su pueblo invoque su
nombre, ¿se imagina usted que ocurriría si todos los que estamos hoy reunidos invocáramos el
nombre de nuestro Dios? No se puede ser del pueblo de Dios cuando lo último que hacemos es
buscarlo. Digo esto, porque creo que los que forman parte del pueblo de Dios, lo tienen a él
como primer lugar en sus vidas. Así lo cree el salmista cuando dice: “Mi corazón ha dicho de ti:
“Buscad mi rostro”; tu rostro buscaré, oh Señor, no me dejes ni me desampares Dios de mi
salvación” ¡Amén! Todos aquellos que reconocen a Dios, por lógica, le buscarán. Por eso me
atrevo a decir que si usted no busca a Dios, usted ni le reconoce ni tampoco cree en él.

POR ÚLTIMO, para ser pueblo de Dios tenemos que ser llamados por él. No es que usted se auto
nombra y dice: “yo me hago del pueblo de Dios; aquí está mi credencial”. La Biblia dice que él
llama a su pueblo: “linaje escogido” ¿quién lo escogió? ¡Dios! El nos escogió en Cristo Jesús antes
de la fundación del mundo; “pueblo adquirido por Dios” ¿quién lo adquirió? ¡Dios también!
Nosotros no tenemos la capacidad para acercarnos a Dios porque el pecado nos estorba, pero
Jesucristo es nuestro abogado y su sangre nos limpia de todo mal, brindándonos la posibilidad
de que tu y yo podamos formar parte del pueblo redimido por Dios, ¡Gloria a Dios! En Juan
15:16, Jesús nos dice: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis
al Padre en mi nombre, él os lo dé”.

Dios nos llama a ser su pueblo: ¿le reconocemos como nuestro Dios? ¿invocamos su nombre?
¿hemos sido llamados por él? El apóstol Pedro nos dice, “vosotros que en otro tiempo no erais
pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios”.

Estar dentro del pueblo de Dios es gozar de privilegios que solo Él puede dar a los que le
reconocen, a los que le invocan, a los que aceptan su llamado. La Biblia nos dice que “fuimos
llamados para heredar bendición” (1 Pedro 3:9).

Yo no le elegí, él me eligió a mí, ¡qué gozo es saberlo! No necesité nacer de una familia judía
para llegar a formar parte de su pueblo: ¡Yo he nacido nuevo y puedo entrar en el reino de Dios!
(Jn 3:3) ¡Yo he nacido del agua y del espíritu! (Jn 3:5) “Todo aquel que quiera, puede” nos dice
un canto, ¿quieres tú ser parte del pueblo de Dios? Aquí está la respuesta: “Todo aquel que cree
que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5:1). Pecador, ven a Cristo Jesús Y feliz para
siempre serás; Que si tu le quisieres tener, Al divino Señor hallarás.

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