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El entendimiento y el lenguaje hacen del hombre un ser sociable por esencia, siendo la
del hombre y la mujer, así como la del amo y siervo, los primeros tipos de sociedad
existentes.
Locke se pregunta por qué el pacto conyugal, una vez cumplidas sus finalidades, no
puede ser cancelado, como sucede en otros casos, afirmando que pactos de este tipo no
están regulados por ley positiva que ordene que deban ser perpetuos. Por eso, si bien
reconoce que hombre y mujer tienen derecho a separarse, sin embargo piensa que, en
caso de separación, el gobierno, en lo referente a sus intereses y propiedades, debe
concederse al hombre, por ser éste el más capaz y el más fuerte, aunque ello no le da
poder sobre otros aspectos ni sobre la custodia de los hijos, que corresponderá a uno o
otra, según lo determine el contrato entre ambos.
Ese poder que radica en la sociedad política o civil es el que da origen al Estado, al cual
corresponde el poder de hacer las leyes, es decir, el poder legislativo, y
consecuentemente el poder ejecutivo, y por ello la posibilidad de hacer la guerra y la paz.
De aquí que la monarquía absoluta, equiparable al estado de naturaleza, sea,
ciertamente, incompatible con la sociedad civil, excluyendo todo tipo de gobierno civil, al
no existir la posibilidad de apelación a una autoridad común justa e imparcial.
Todos los hombres son libres por naturaleza, iguales e independientes, por lo que
ninguno puede ser sacado de esa condición y puesto bajo el poder político de otro sin su
consentimiento.
Cuando un grupo de hombres ha consentido formar una comunidad o gobierno, quedan
con ello incorporados en un cuerpo político en el que la mayoría tiene el derecho de
actuar y decidir en nombre de todos.
A pesar de la libertad de que goza el hombre en estado de naturaleza, éste decide, sin
embargo, someterse, voluntariamente, a la voluntad y al gobierno de la mayoría, como
forma de conseguir seguridad en la defensa de su vida, sus libertades y sus posesiones,
ya que en el estado de naturaleza faltan los elementos que hacen posible esa seguridad:
una ley establecida, fija y conocida; un juez público e imparcial; un poder que respalde el
cumplimiento de las sentencias justas. En definitiva, el fin de la sociedad política y del
gobierno no es otro que el de lograr la paz, la seguridad y el bien del pueblo.