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Lynn Kurland
** Pensando en ti**
(The Very Thought of You) —1998
Capitulo 1
fuego. Alex cruzó el gran salón, preparado para dar al más joven de la
camada una segunda parte de la bronca que le había dado antes. No quería
que ningún otro sábado empezara como éste, sin agua caliente y grasas
saturadas.
Zachary levantó la mirada de su libro, echó un vistazo a Alex, y
empezó a reír.
—Gggrrr, —dijo Alex, preguntándose si estrangular a su hermano sería
la mitad de satisfactorio que pensar en ello.
—Dios mío, —boqueó Zachary entre carcajadas. —¿Qué te ha pasado,
un encuentro con el Moco?
Alex apretó los dientes.
—¿Qué tal te sentaría a ti un encuentro con mis puños?
—Eeee, —dijo Zachary con un estremecimiento. —Quizás después de
que te hayas limpiado.
—Como si pudiera, —gruñó Alex.
—¿Cuál es tu problema? Yo tuve un montón de agua caliente.
—¡Lo sé!
Zachary sólo parpadeó inocentemente. Entonces se frotó su barriga
repugnantemente bien alimentada.
—No queda nada en el refrigerador, ¿sabes?, —dijo él.
—¿Y de quién crees que es la culpa? —, exigió Alex.
Zach suspiró otra vez, el triste suspiro de un hombre abandonado solo
en casa sin nada que comer.
—Hombre, odio cuando Jamie y Elizabeth abandonan la ciudad. Lo
menos que podían haber hecho era dejar a Patrick o a Joshua aquí. Josh hace
unos postres estupendos.—Dirigió a Alex una mirada oblicua.
—¿Por qué me he tenido que quedar atrapado contigo? Ni siquiera eres
capaz de mantener la nevera llena.
Alex revivió brevemente en su mente alguna de las mejores
experiencias que había tenido al golpear con los puños al bebito de su
hermano. Su irritación se aplacó momentáneamente con esos recuerdos
cálidos y borrosos, por lo que logró hablar serenamente.
—¿Y qué te pasa a ti que no puedes ir al supermercado?
Zach se acomodó aun más en su silla y acercó más los pies al fuego.
—Estoy demasiado ocupado. Tienes que ir tú. Y compra algo bueno. No
esa basura de comida sana.
Alex contó mentalmente hasta diez. Cuando eso no funcionó pensó en
un número más alto.
—Oh, ¿Alex? Yo iría primero a la ducha si fuera tú.—Miró a Alex y
empezó a sonreír de nuevo.
—En serio. Creo que es lo que deberías hacer.
Alex quería más que nada retorcer el cuello de su hermano como pago
por haber arruinado su mañana de sábado y para detener las risitas del
mocoso. Desafortunadamente, su camisa estaba comenzando a solidificarse
y empezaba a picarle todo.
—Iré a la tienda más tarde, —gruñó, contentándose con dirigir una
mirada asesina a Zachary y con darle un tironcillo de orejas camino a la
escalera. Con un poco de suerte ahora tendría agua caliente.
Rebuscó en el armario para encontrar ropa limpia, y se dirigió al baño.
Justo cuando estaba acercándose a la ducha para abrir el grifo sonó el
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libro; había sido rápido. Había salvado a todos los débiles echando a los
peces gordos.
Había sido un éxito aplastante.
Se le había subido a la cabeza.
Se había despertado siete años más tarde. Había sido la misteriosa
desaparición de su hermana lo que le había hecho dar un vistazo a lo que
estaba haciendo con su vida; no le había gustado lo que había visto. Se había
convertido en un pirata, uno muy rico pero aun así pirata. Los chicos débiles
se habían perdido en la confusión. Alex hacía incursiones por mero deporte, y
por el dinero. Su idea inicial había sido salvar el mundo de la injusticia; en
lugar de eso había terminado siendo la causa de más injusticias de las que
podía soportar.
Así que se había alejado. Lejos de Nueva York y Londres y de todos los
sitios donde había izado la negra bandera y su calavera. Había que
reconocerle a Tony el no haberse tomado en serio su agresivo y ofensivo
retiro.
—Necesito un cambio de escenario,—le dijo a los contenidos del
estudio de Jamie. —A algún lugar soleado, como las Bahamas.
Quizá Jamie tuviera algún libro de viajes en la estantería sobre su
escritorio. Alex postergó su ducha unos pocos minutos más para fijarse en la
biblioteca privada de Jamie. Seguramente habría algún destino detallado allí
que le interesara. Tenía tiempo para unas vacaciones. Ciertamente
necesitaba unas.
Pasó un dedo a lo largo del lomo de cada libro que estaba encima del
escritorio de Jamie, revisando mentalmente los que había leído.
Entonces se detuvo.
«Huellas a través del Tiempo». Mira, ese era nuevo. Alex cogió el libro
y lo abrió. Leyó la cubierta interior.
—En «Huellas a través del Tiempo» al autor Stephen McAfee lleva al
lector a un maravilloso viaje por las carreteras de Bretaña, desde la época
romana hasta nuestros días.
Interesante. Alex hojeó las páginas, y paró cuando algo escapó del
libro y aterrizó sobre el escritorio con un suave plop. Alex dejó el libro y cogió
el trozo de papel plegado. Estaba muy usado, como si lo hubieran plegado y
desplegado docenas de veces. Cautelosamente lo desdobló, luego lo miró
con asombro. Era un mapa del tesoro. Teniendo en cuenta el día que estaba
teniendo, estaba claramente impresionado con su habilidad para reconocerlo.
No es que debiera estar sorprendido. Después de todo, había sido un
Águila cuando fue Boy Scout, y uno famoso por sus habilidades cartográficas.
Añádase a eso las habilidades de abordaje y saqueo que había adquirido
después de salir de la escuela de leyes y tendría la categoría de pirata
totalmente ganada. Este era, sin embargo, uno de los mapas más extraños
que Alex había visto en su larga e ilustre carrera.
Había las cosas normales, desde luego: las requeridas flechas
direccionales, abundantes marcas. De hecho, los puntos de referencia,
sospechosamente se parecían a los alrededores del campo. Sí, las montañas
de Jamie estaban allí al norte. El castillo descansaba destacadamente en el
medio del mapa, con el prado en el sur. Había el bosque al oeste y otra parte
de bosque hacia el sur. Y ese garabato de allí tenía que ser el arroyo que
alimentaba el estanque que se encontraba no muy lejos del jardín. Alex lo
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Pero ya que había llegado hasta allí, no tenía sentido volverse ahora.
Continuó su camino bajo las ramas del serbal. El silencio era tangible. Un
escalofrío recorrió su espalda. Alex se cerró más el cuello y se dio una
sacudida mental.
Al mismo tiempo, se preguntaba como habría descubierto Jamie todas
estas cosas sobre esas pequeñas puertas.
Probablemente fuera mejor no saberlo.
Los árboles clarearon y de repente llegó a un amigable claro. El suelo
del bosque estaba alfombrado con musgo y trébol y un gran círculo de
plantas. Elizabeth lo llamó un aro de hadas. Alex lo miró estrechamente.
¿Esto era la puerta? ¿Era posible? Agitó la cabeza. No podía ser nada más
que un sencillo anillo en la hierba.
¿En serio?
Alex extrajo su infusión de repuesto de chocolate y manteca de cerdo
y comió ruidosa y pensativamente. Había viajado de vuelta al siglo quince a
través del bosque de Jamie, pero no recordaba haber sentido esta clase de
vibración en el aire. Aunque en ese momento había estado demasiado
preocupado por mantener la cabeza encima de los hombros para pensar
demasiado en la mecánica del proceso.
Alex miró a la bola de papel de plata que estaba en su mano y sonrió
débilmente. Podía ser su versión de las miguitas de pan. Lo lanzó fuera del
anillo, entonces palmeó el cuello de su caballo castrado.
—Bueno, Beast, estamos aquí, así que podemos intentarlo. Nos
sentaremos aquí durante unos minutos, haremos de cuenta que estamos
paseando sobre playas de arena blanca al lado de un mar bien azul, luego
volveremos a casa y veremos qué podemos hacer para sacar a Zach del
juego. Iré yo mismo al mercado e intentaré algo. Quizá Fiona solo necesita
saber que estoy interesado. Y si por algún milagro aparecemos en la playa,
quizá Jamie vea nuestro sendero de Ding—Dong y venga a rescatarnos. Pero
no inmediatamente, —añadió él, moviendo a Beast hacia delante hasta que
estuvieron en medio del círculo. —Realmente me vendría muy bien un poco
de luz solar.
Algo silbó cerca de su oído y Beast manoteó. Alex luchó por
permanecer en la montura pero era una batalla que no podía ganar. Cayó al
suelo, sintiendo un agudo dolor en la parte de atrás de su cabeza. Entonces
vio estrellas, montones de ellas. Apretó los dientes mientras luchaba por
permanecer consciente. Debería haberle dicho a Zach dónde iba. Bueno, al
menos su hermano se daría cuenta de que Beast estaba faltando. Quizás el
mocoso tendría el buen sentido de venir detrás de él antes de que se
ahogara en la lluvia.
A través de la neblina que nublaba su visión, podría haber jurado que
había visto una flecha estremeciéndose en un árbol por encima de él.
Esa no era una buena señal.
Sintió el claro golpe de un pie en su costado. Un pie dentro de una
bota. Un pie muy poco amable.
Intentó enfocarse, pero el dolor en su cabeza era cegador. Entonces
sintió la presión de un frío acero en su mejilla. Ahora supo que se estaba
volviendo loco.
—Habéis entrado en mis tierras, —gruñó agriamente una voz ronca. —
Dadme vuestro nombre y motivo.
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Capitulo 2
Lady Falconberg,
Vuestro servidor,
Ralf de Brackwald
—¿Mi señora?
Margaret miró a su capitán.
—Ha ido a Juan, —dijo sin emoción.
Sir George hizo un ruido similar a un gruñido. Margaret no estaba
segura de cómo lo hacía, pero de alguna manera se las arreglaba para
comunicar sin palabras su opinión sobre ella y su situación.
Desafortunadamente, sabía exactamente lo que él pensaba, pues se lo había
dicho a menudo.
Cada vez que sostenía una espada en sus manos, sabía que él pensaba
que más bien debería estar sosteniendo una aguja. Cada vez que ella
planeaba una estratagema, sabía que pensaba que tendría que limitarse a
planear las comidas. Creía que su lugar estaba sentada junto al marco de un
tapiz, no en un consejo de guerra, sin importar que la hubiera visto aprender
las artes de la guerra todo el tiempo con sus hermanos, y sin importar que
hubiera asumido el control de la propiedad después de que sus hermanos,
todos sin excepción, hubieran perecido y su padre hubiera caído enfermo.
Pero, a pesar de sus pensamientos, ni una sola vez había dejado de
estar detrás de ella. Cuando su padre había muerto, se había vuelto hacia
ella sin un parpadeo, doblándose sobre una rodilla chirriante y alzando el
puño de su espada hacia ella. Hacia ella, una muchacha de quince años que
no tenía espuelas. Ella nunca lo había dicho, pero ese acto de fe le había
dado la confianza que necesitaba a lo largo de los años para seguir el camino
que había elegido.
Y en el que seguiría. Por la lealtad de Sir George y a pesar de sus
gruñidos.
—Maldición, —dijo ella, mirando fijamente sobre los campos. —El
miserable no tiene el coraje de venir a mí abiertamente. ¡Cómo se atreve a ir
a ver al príncipe a espaldas mías!
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Baldric lo consideró.
—Mi corazón se quiebra por no haber oído el comienzo de vuestra
canción.
—Humm, —dijo él, sonando ligeramente apaciguado. —Muy bien,
entonces. —Aclaró su garganta, tosió secamente, y entonces escupió sobre
su hombro en el fuego.
Margaret resistió la urgencia de esconder la cara entre las manos y
gemir. El porqué ninguno de sus hermanos se había llevado a Baldric a las
Cruzadas era un misterio. No solo había heredado las propiedades de su
padre, también había heredado a su trovador, que estaba tan chiflado como
una cabra. Hacía mucho tiempo que había dejado de tener sentido. Sólo los
cielos sabían de qué fuente de locura extraía sus versos, pues no eran como
nada que ella hubiera escuchado. Pero él crearía esos versos, así les matara
a todos escucharlos.
—Ejem, —repitió Baldric, mirándola agudamente.
Quizás él no fuera tan chiflado como parecía, pensó Margaret con un
respingo.
Capitulo 3
hiciera un niño. Ella no era un niño; esto era algo muy insignificante como
para que le causara alguna preocupación.
La habitación estaba sin pasador. Margaret alzó una oración al cielo.
No era imposible entrar en una habitación con pasador, solo difícil. Cuanto
menos ruido hiciera, mejor.
Se deslizó dentro de la recámara y cerró la puerta con delicadeza
detrás de ella. Las juntas del techo estaban tan mal selladas que la luz de las
velas del cuarto de arriba entraba en la habitación como si fuera la luz del
sol. No tuvo problema en divisar la forma larga y obviamente masculina
estirada descuidadamente sobre el jergón.
Ella desenvainó su espada y se acercó a la cama.
Capitulo 4
Capitulo 5
Alex apartó la vista de la bacinilla con ansia. Aquí estaba justo una
razón más por la que debería haber ido a Barbados. Al menos si hubiera sido
capturado, él habría estado desnudo —que seguramente habría solucionado
su problema actual.
La puerta se abrió lentamente. Alex alzó la vista, queriendo darle a
Margaret de Falconberg una muy larga conferencia sobre derechos humanos.
Solo que esta no era Margaret. Era un viejo guerrero canoso cuya expresión
crispada era lo bastante intimidante como para hacer que Alex retrocediera
un paso. Si pudiera haber retrocedido un paso. Lo intentó de todos modos y
terminó por sentarse sobre la cama de golpe y sin gracia.
El hombre cerró la puerta detrás de él suavemente, y Alex se preguntó
si hasta él le conseguiría esa última comida. No estaba listo para encontrar a
su Hacedor aún. Fiona MacAllister lo necesitaba. No había comenzado a
imaginarse que pasaría si Zachary estuviera en su casa demasiado tiempo
con todos los juguetes de Alex. Su nueva Range Rover estaría en la basura en
una semana.
—Maldición, —dijo el hombre, acariciando su barbilla barbuda. —Ella
estaba en lo cierto a cerca de esto.
—¿Perdón? —dijo Alex.
—Vos ciertamente no sois Edward de Brackwald.
—No, señor
Alex no llamaba a demasiadas personas —señor—. Algunos hombres
solo parecían exigirlo. Como el hombre que en ese momento estaba viendo.
Alex se sentía de dieciséis años, y a punto de ser castigado por quebrar su
toque de queda. Tenía el más ridículo impulso de dar una lista de motivos
plausibles en cuanto a por qué se encontraba actualmente holgazaneando en
la Inglaterra medieval.
—¿Vuestro nombre, joven?
—Alexander, —Alex contestó puntualmente. —Señor—, él agregó,
suprimiendo el impulso también de saludar. No que hubiera sido capaz. Él
echó otra mirada de anhelo a la bacinilla.
—¿Alexander de donde? ¿Quien es vuestro padre? ¿De quien sois
hombre? —Las preguntas se dirigieron a él como el fuego de una
ametralladora. Los militares no habían cambiado, así parecía.
—Ah, —Alex se detuvo, preguntándose por donde comenzar, —esa es
una larga historia.
—Y yo no tengo nada más que tiempo. —El hombre cruzó sus brazos
sobre su pecho y esperó.
Bien, tenía que hacerlo. Alex sabía que él tendría que arreglar algo,
obviamente. ¿Qué tipo de recepción recibiría un escocés de todos modos? Se
atormentó los sesos intentando solamente recordar como habían estado las
relaciones durante los días de Ricardo. William Wallace no había aparecido en
escena aún, tal vez los Británicos solamente consideraban a los escoceses
como sus primos bárbaros del norte. Esto podría ser peor.
—Mi padre, —dijo él, decidiendo decir toda la verdad, —es de Seattle.
—¿Seattle? —El hombre sacudió su cabeza. —Eso no es familiar.
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La miró a la cara otra vez. ¿Para qué necesitaba una lanza cuando
podría derribar hombres tan solo con su belleza? Se preguntaba si ella tenía
idea de cuan apetecible era. Sus ojos eran oscuros, sus labios llenos, sus
pómulos maravillosamente esculpidos. Si ella no se viera tan increíblemente
irritada, él estaría a sus pies, la tomaría en sus brazos y la besaría con cada
partícula de pasión de su alma de pirata sin principios.
—¿Ya habéis terminado? —preguntó ella de manera cortante.
Alex no podía hacer menos que reír.
—A decir verdad, podría mirarla todo el día.
Ella se erizó. Alex no creía que podría parecer más ofendida, o
molesta.
—Si vos tuvierais que defender este lugar, también os vestiríais como
yo, —rechinó los dientes con furia.
Bueno, desde luego. Alex abrió su boca para decir algo, pero él no fue
lo bastante rápido.
—¡No seré despreciada por un preso! —Ella exclamó. —No me
preocupa nada lo que vos pensáis. Mirad vuestra pinta, idiota, y burlaos si
podéis. Seré lo último que veáis antes de que os envíe al infierno.
Ella agitó su espada de manera amenazante ante él. Alex la miró
fijamente, sospechas crecieron y florecieron en su mente. Bueno,
definitivamente había en Margaret más de lo que él había pensado. Dio
vueltas a sus palabras en su mente. Rápidamente. Ella no se movía aún, pero
sus dedos estaban tensos. Claro, pensaba que se estaba burlando de ella.
¿Era eso lo qué ella obtenía de su propia casa? ¿Por qué debería preocuparse
ella?
Alex tenía la sensación que debajo de toda aquella armadura y
bravuconería había una joven muy asustada, muy sola. Una joven quien muy
posiblemente necesitaba la ayuda.
Maldición. Allí estaba su caballerosidad otra vez, creciendo en su fea
cabeza.
Un cuerpo no puede regresar a casa hasta que su tarea en el pasado
esté terminada.
Bien, tal vez esto era por lo qué se había encontrado en la Inglaterra
medieval. Tal vez no era nada más que una posibilidad para ayudar a alguien
quien justo no tenía a nadie más a quien recurrir. Él le dirigió a Margaret su
mejor sonrisa cuéntame—todos tus—secretos de abogado y acarició la cama
al lado de él.
—Venga y siéntese. Vamos a hablar.
Ella jadeó ante el ultraje.
—¿Por que clase de tonta me tomáis?
—Ate mis manos si eso la hace sentir un poco mejor. Solamente quiero
averiguar contra que se enfrenta. Tal vez pueda ayudar.
—¿Cómo? ¿Traicionándome con Brackwald?
—Ya le dije no tengo ningún lazo con Brackwald. Edward me encontró
justo antes de que cortara mi garganta y me ayudó llevándome a su casa.
Tengo tan poco trato con el hermano de él como usted.
Ella vaciló. Alex podía ver los pensamientos girando. Y luego su
espada bajó hasta que descansó la punta sobre el suelo.
Alex se deslizó hacia atrás en la cama y se sentó con las piernas
cruzadas con sus manos descansando a simple vista sobre sus rodillas.
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Capitulo 6
Ah, pero sentarse y hablar. Qué noción tan asombrosa. Dejar a un lado
sus obligaciones durante una hora, tener una conversación con alguien quien
no dependiera de ella para su protección y su sustento. Solamente ser
Margaret y no Lady Falconberg. Qué placer embriagador sería.
—¿Mi señora?
Ella se paró en los escalones que conducían hasta el gran salón se giró,
y miró a Sir Henry, segundo en jerarquía de George. El jóven era su caballero
más fino. Incluso tanto, que ella nunca había estado cómoda cerca de él. Los
dos eran de la misma edad, y probablemente deberían haber tenido algo en
común. Aún cuando él nunca la miraba a los ojos.
No como Alex.
—Si, —dijo finalmente, comprendiendo que Sir Henry la miraba
fijamente.
—El mensajero de Brackwald todavía espera tras las puertas.
¿Contestamos, o vos lo haréis esperar más tiempo?
Margaret lo consideró. Ella podría decir al hombre que regresara en la
mañana, pero sólo el cielo sabía que estrago él podría ejecutar en sus tierras.
Por otra parte, ella no era de dar una respuesta precipitada hasta que
hubiera aprendido la verdad sobre el asunto ante ella. Ralf había enviado
palabra, exigiendo la liberación de su —querido Lord Alexander—. O Alex era
un mentiroso, o Ralf quería preparar otro cuento para correr al Príncipe Juan
con eso. Margaret sabía que ella mal podría permitirse un movimiento en
falso ahora.
—Traedlo adentro y ponedlo en la torre de guardia. Vigiladlo bien,
pero mantenedlo bajo custodia. Él volverá completo a Brackwald. ¿Está eso
entendido?
Sir Henry se inclinó y se alejó, no habiendo encontrado sus ojos ni en
un solo momento. ¿Era ella tan difícil de mirar?
¿Santos, qué le pasaba? Hace una semana no se hubiera preocupado
porque no la miraran. El tener a Alex en su casa la había hecho perder la
poca sensatez que todavía poseía.
Entró por el pasillo y lentamente pasó por los hogares, considerando
la misiva de Ralf. ¿Alex le había mentido? ¿En verdad era un querido amigo
de Ralf?
Casi había pasado una semana desde que ella había escapado de su
presencia, hasta no había tenido el coraje para volver para hablar con él.
Alex, sin embargo, no había hecho nada adverso a ninguno de los criados que
ella había enviado para llevarle sus comidas. Incluso George había desafiado
la guarida del león repetidamente, surgiendo para anunciar que él
encontraba que Alex era —un joven fino con una brillante cabeza para la
estrategia. —Aquel joven fino no había exigido ser liberado, aunque ella
hubiera oído que él se hacía cada vez más molestado por la limitación.
No podía culparlo. Ella se hubiera vuelta loca al primer día.
Ella subió los escalones. Después de vacilar durante sólo un momento
ante la recámara de su padre donde Alex estaba, siguió su camino hacia la
suya. Se detuvo ante su mesa y miró hacia la misiva que yacía allí. ¿Debería
llevársela y enfrentarlo con ella? ¿Y si ella lo enfrentaba, podría soportar oír
que le había mentido?
Estuvo de pie y estuvo nerviosa por otro cuarto de hora antes de
comprender que estaba haciendo. ¡Por todos los santos, nunca en su vida
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Él se encogió de hombros.
—Tal vez lo sea. Pero no estoy ciego.
Tenía que marcharse antes que los últimos fragmentos que le
quedaban de cordura se escabulleran. Santos, este era un peligro que nunca
había previsto. Ningún hombre jamás la había mirado de esa manera. O
quizás si, y ella no había estado lo bastante interesada como para notarlo.
Obviamente Alex no era un hombre que se le ignorara muy a menudo.
—Si no tenéis nada mejor para decir más que vacías palabras, —dijo
ella, anhelando tener algo para decir, —entonces le abandonaré.
Él se levantó de pronto.
—Vamos a caminar. Pienso mejor cuando estoy caminando.
Antes de que ella hasta pudiera abrir su boca para aceptar, ya que ella
también, pensaba mejor en movimiento, la había jalado y la remolcaba hacia
la puerta.
—¿Hacia donde es la salida? —preguntó él.
—Izquierda. Bajando las escaleras.
Ella se encontró siguiéndolo —probablemente porque él la tenía asida
de su mano y parecía decidido a no dejarla ir. Margaret estaba bastante
abrumada por la sensación que lo dejó conducir a donde el deseaba. Su
mano era cálida y segura alrededor de la suya. Mientras andaba a su lado a
través del gran salón, ella sintió por primera vez en años que no podía ser
desgarbada. Alex era al menos una mano más alto que ella. Esto era una
cosa asombrosa, la de tener que mirar hacia arriba para encontrar sus ojos.
También era más ancho que ella, sin contar que ella tenía su armadura
puesta. Era la cosa más ridícula que jamás hubiera experimentado, pero en
realidad se sentía frágil. Protegida. ¡Por todos los santos, que sentimiento tan
agradable! Sentirse como si en realidad pudiera dejar a un lado la carga de
ser la defensora, aunque fuera durante unos pocos momentos.
—¿Fuera de las puertas?
Ella alzó la vista hacia él.
—Perdonadme. ¿Decíais?—¿Qué le había estado diciendo? ¿Había
estado hablando durante todo el tiempo?
Y de nuevo aparecía aquella sonrisa burlona que la enfurecía. Margaret
frunció el ceño hacia él, pero él sólo se rió.
—Pero si que estamos distraídos, —dijo él.
—Tengo una piedra en mi bota.
—Le ayudaré a sacarla.
—Eso no os concierne, —dijo ella, distanciándose de él. No se alejó
demasiado puesto que él no le soltaría su mano.
Él rió.
—Pregunté si podemos andar fuera de las puertas. ¿Es su espada
suficiente, o debería pedirle otro guardia?
—Podría hacer que trajeran una espada para vos. —Seguramente con
brazos así, él podría manejar una espada con facilidad.
Él sacudió su cabeza.
—Ninguna espada para mí, Lady Doncella Acorazada.
—¿Entonces vos no podéis manejar una?
—Puedo, pero no quiero. Es una larga historia. ¿Ahora, vamos?
—Tengo tiempo para oír la historia, —dijo ella, clavando sus talones.
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Ella sintió una extraña sensación de alivio al saber que había logrado
engañar al resto de Inglaterra por tanto tiempo. Y con aquella sensación de
alivio había otra, el deseo más extraño de informar a Alex desde cuando
había estado al mando solamente para ver como reaccionaría. ¿Se
impresionaría? Había sólo un modo de saberlo.
—Mi padre murió hace diez años.
La mandíbula se aflojó.
—Usted está bromeando.
Margaret alzó la vista hacia él y frunció el ceño.
—¿Estar bromeando?
Él la miró atontado.
—Esto significa de chanza. Usted no puede decirlo en serio. ¿Usted ha
mantenido esto funcionando por diez años? ¿Sola?
—¿Quien más lo haría?
—Ah, Margaret, querida, —dijo él, apretando su mano. La miró y
sacudió su cabeza. —Lo siento tanto, —dijo él con cuidado. —No puedo
imaginarme por todo lo que ha pasado. Debe de haber sido muy difícil.
Sonaba tan apenado por ella que se encontró sintiéndose de la misma
manera. Por los santos, esto había sido difícil. Raras veces pensaba
extensamente de cuan peligroso había sido lo que había hecho. Si la corona
alguna vez supiera de su engaño, probablemente la ahorcarían por ello.
Por primera vez, sintió lágrimas que comenzaban a salir, las lágrimas
de miedo y el dolor. Santos del cielo, no había llorado cuando su familia había
muerto. Y seguramente nunca había llorado por la carga que había llevado.
¿Pero hacerlo ahora, casi diez años más tarde? Era una locura.
La próxima cosa que supo, es que estaba apretada contra un pecho
sólido y rodeada por los fuertes brazos de Alex. Eso lo podía soportar. Pero
cuando sintió la mano de él que pasaba sobre su cabello, se le escapó la
razón y lloró en serio. Se adhirió a él y lloró como un niño. Lloró por su padre,
quien había hecho todo lo posible para criar a una pequeña que no sabía
como manejar. Lloró por su madre quien había muerto al darle vida. Lloró por
sus hermanos con los que había jugado y que la habían amado.
Y lloró por ella. Por la niñez que no había tenido. Por el marido que
nunca tendría. Por el tan maravilloso abrazo consolador que recibía en ese
momento, pero que sabía que no podría conservar. ¡Santos del cielo, si
hubiera tenido idea que su tonto plan de secuestrar a Edward de Brackwald
iba a salir mal, hace meses habría estado de acuerdo a casarse con Ralf!
Se separó. Esta bondad la mataba, pero sabía que no podía
permanecer. Arrastró su manga a través de su cara y dio vuelta. No había
sentido continuar la humillación de que Alex la viera en ese estado.
—Perdonadme, —dijo ella en voz ahogada. —Ha sido un día muy difícil.
Ella sintió sus manos sobre sus hombros. Alex la giró de nuevo y, a
pesar de ella, se lo permitió. Ella alzó la vista a sus ojos y casi comenzó a
llorar otra vez. Y no lo haría. Ella enderezó su columna.
—¿Si? —Ella preguntó, intentando parecer cortante.
Él sólo sonrió y le quitó sus lágrimas restantes con sus pulgares.
—Usted ha tenido que hacerlo todo por usted misma por mucho
tiempo, —él dijo con cuidado. —¿Me dejará ayudar? ¿Solamente esta vez?
—¿Qué podéis hacer vos? —susurró ella.
SAGAS Y SERIES
Capitulo 7
sus compañeros para que tiraran más duro de los remos para que entonces
pudieran llegar a tierra y conquistar mucho más rápido.
Dio vuelta sobre la última esquina y suspiró de alivio por estar en el
gran salón lejos de aquellos incómodos escalones. Un hombre no estaba
preparado para pisarlos usando botas de escalar. Bueno, tal vez los colegas
de Margaret tenían pies más pequeños.
El pasillo estaba vacío excepto por un anciano que arrastraba un
taburete hacia el hogar. Él no se parecía a nadie de la cocina, y por eso Alex
no le prestó mucha atención. Lo que el quería era desayunar, y lo más pronto
mejor.
Caminó por la parte de atrás del salón y se detuvo en una abertura en
la pared. Parecía conducir a un corto pasaje hacia otro cuarto. Alex cerró sus
ojos y olió profundamente. Sí, definitivamente era la cocina. Comenzó a
descender, ya salivando por el olor. Tal vez solo tenía que acercar un
taburete a la mesa y probar un poquito de todo. Vaciló, preguntándose si
podría ofrecerle algo a la cocinera de Margaret. A un hombre no le podía ir
mal con un ramo de flores.
Alex tropezó de repente, gracias a un empujón. Estiró su mano para
sostenerse de la pared.
—Que demo...—él comenzó.
—Os pido perdón, mi señor, —dijo entrecortadamente un muchacho,
pasando por delante de él y largándose para la cocina. —¡Debo decírselo a
los demás!
—¿Decirles qué? —Alex preguntó con el ceño fruncido. Se apartó de la
pared. Tal vez el niño sabía algo… como que la última llamada para
desayunar había sido dada. Alex estaba listo para pegarse un tiro.
Entró en la cocina sólo para encontrar a todos yendo a la dirección
equivocada —lejos de los potes y calderas. Muchachos jóvenes y muchachas,
que parecían ser los ayudantes de cocina por como se veían sus camisas
manchadas de alimento, se escabulleron delante de él. Sin embargo, lo que
le preocupaba aun más era ver a la cocinera de Margaret aproximarse a él.
—Buena mujer, —comenzó con su mejor sonrisa, —si usted fuera tan
amable...
—No hay tiempo, mi señor, —dijo la cocinera, apartándolo de su
camino.
—Pero…
—No ahora, —dijo ella, dejándolo de lado y apresurando el paso. —¡Las
tapicerías deben ser salvadas!
—¿Las tapicerías? —Alex repitió. ¿Qué posible desgracia de las
tapicerías podría ser más importante que la realización de un deber culinario,
especialmente cuando él se sentía tan mareado del hambre? Hizo una pausa
y olió con cuidado en dirección al pasillo. El olor de humo no era más
penetrante de lo que había sido cuando había estado allí hace un momento, y
seguramente no había visto ninguna de las colgaduras de la pared con fuego.
Bueno, lo que la cocinera y sus ayudantes habían ido a comprobar no
podía necesitar más mano de obra de lo que ellos podían proveer por si solos.
Alex miró la cocina, luego se encogió de hombros. Si no había nadie aquí
para ayudarlo, él solo se serviría. Se deslizó alrededor de las mesas, luego
tomó un par de manzanas, un trozo del pan, y queso que comenzaba a estar
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Había un silencio sepulcral. Alex miró alrededor, pero cada uno parecía
esperar por algo que el no sabía. Sintiendo como si alguien debiera hacer
algo, comenzó a aplaudir.
—¡Sshh! —Margaret siseó, girando hacia él.—¡No ha terminado!
—Suena como si hubiese terminado ¡Hey! Baldric, ¿ha terminado? —Le
preguntó.
Baldric bajó su nariz hacia Alex.
—¡Desde luego que he terminado!
—Es lo que pensé, —dijo Alex, aplaudiendo en forma significativa.
El resto de casa de Margaret aplaudía también, aunque probablemente
con menos entusiasmo de lo que Baldric hubiera querido. Alex miró como
Margaret ayudaba al anciano a bajar de su taburete, le condujo a la mesa
principal, y pidieron dulces de la cocina. Por un momento Alex se entretuvo
con la idea de que algo azucarado podía estar oculto en un rincón sin
investigar, entonces dirigió su vista a un plato lleno de carnes dulces y
bruscamente perdió el apetito. No había casi nada que le hiciera perder el
apetito, pero sesos cocidos al vapor estaban definitivamente en la corta lista.
Se volteó para alejarse antes de que su débil estómago del siglo veinte lo
traicionara.
Margaret venía hacia él, sujetando su capa en su garganta.
—Ahora que parece ocupado, podemos alejarnos.
—Baldric tiene un sentido interesante de la métrica, —notó Alex.
Margaret giró sus ojos.
—Empeora con cada poema que compone. Al menos hoy encontró la
última rima. Por lo general esa es la que elude. —Ella miró infinitamente
aliviada. —Debo admitir que no estaba como para ayudarlo esta mañana.
—El tema era fascinante. ¿Por lo general habla de ogros?
—Esta es de sus opciones menos ofensivas. Generalmente da su
opinión sobre Brackwald y el olor de sus habitantes, o sobre mi búsqueda por
un marido.
Alex rió.
—Le debe gustar eso.
—Como dije, los ogros están siempre entre los temas menos ofensivos.
Ahora, —dijo ella con bríos, —tengo caballos que nos esperan en el patio. Le
presentaré a Sir Henry, y luego nos iremos.
Alex se mordió la lengua. No había forma de hablar con Edgard para
que la cortejara si se sentaba allí. Sin duda alguna lo mataría. Tan solo le
daría las noticias cuando estuviera a punto de irse y se encargaría de la
inevitable erupción en ese momento.
Sir George estaba de pie con otro joven caballero.
—No creo que nos hayan presentado, —dijo Alex, mirando al niño.
—Henry de Blythe, —dijo el joven, con una pequeña inclinación.
—Genial. ¿Conoce usted el lugar donde debemos encontrarnos con
Edward?
—Si, mi señor, lo sé.
SAGAS Y SERIES
—También yo.
—Si Ricardo ha de enterarse sobre lo que Ralf ha hecho, esto tendrá
que ser pronto. —Alex miró a Edward. —Estaba pensando que tal vez el no
esté demasiado impaciente por casar a Margaret con Ralf cuando se entere
de todo el daño que Ralf le está causando a sus tierras.
—Hay verdad en esto, amigo mío. Su tierra es muy productiva. —Él
miró a Alex estrechamente. —Parece que habéis sobrevivido la estadía.
Ninguna contusión que os haya causado.
Alex sonrió.
—Ninguna contusión.
Edward esperó.
—¿Qué? ¿Tan solo eso? —Rió.
—Vamos, Alex, regaladme con historias de vuestra permanencia en la
guarida de la leona.
Bueno, esta era la apertura que había estado esperando. Ahora era el
momento para cebar el anzuelo y dejarlo caer en la corriente.
Entonces, ¿por qué se encontraba de repente poco dispuesto a contar
algo?
—Ella no es para nada como te la imaginas, —dijo Alex de mala gana.
—Para nada.
Edward lo miró con expectación.
—Ella es hermosa, —gruñó Alex.—¿Esta bien? Es hermosa, inteligente,
deseable y cualquier hombre sería un idiota de no quererla.
La mirada curiosamente cortés de Edward se convirtió en algo más.
—Por supuesto, —él dijo, sonando demasiado interesado. —Decidme
más.
Alex sabía que tenía que hacerlo. Demonios, el infierno era
probablemente justo lo que tendría que atravesar para volver a casa. No
tenía opción mas que de imaginarse a Margaret bajo una atractiva luz,
dotarla con cada virtud existente, hacerla tan irresistible que a Edward se le
haría agua la boca.
Al demonio, de todos modos.
—¿Por dónde empezar? —Alex gruñó. Muy bien, lo haría. Pero haría
que Edward le pidiera cada trozo de información.
—Empecemos por su cabeza y seguiremos bajando, —dijo Edward, con
una sonrisa burlona. —Y viajad despacio, mi amigo. No querríais omitir
ninguna señal importante.
Alex tenía el gran impulso de lanzar su puño contra la cara de Edward.
—Tendrás que descubrir aquellas señales por ti mismo, —dijo Alex de
manera cortante.
—¿De verdad es hermosa?
—Bastante.
—¿No parece enojada?
—Ah, puede parecer enfadada, —dijo Alex, —pero tan solo es su fuego.
Es un fuego que calentaría al hombre indicado, —dijo él de forma
significativa, —en su vejez.
Edward levantó una ceja.
—No estoy en contra de chamuscarme de vez en cuando. ¿Ahora, qué
hay debajo de aquella armadura?
—No lo sabría.
SAGAS Y SERIES
Capítulo 8
Margaret se sentó junto a el, y se movió hasta que por fin llegó la
comida que distraía a Alex. Una vez su mirada la dejó y pasó a la linda torta
de carne de la cocinera, Margaret por fin sintió que su rubor comenzaba a
desaparecer. Santos, pero el hombre la descontrolaba.
Ella lo molestó sobre su encuentro con Edward, pero era difícil
competir contra la torta de la cocinera. Entre gruñidos, y respuestas de dos
palabras, supo que se había hablado con Edward, que pronto habría de
hablar con el rey, y que su vida sería un poco menos difícil de lo que había
sido en el pasado.
—¿Y estáis seguro de que Edward hará esto? —Ella preguntó.
—Mmmm, —dijo, masticando con muchas ganas el nabo asado.
—Al menos Edward tiene más sentido que su hermano.
—Um—hum.
—¿Será un mejor vecino una vez el rey obligue a Ralf a entregar sus
tierras?
Alex frunció el ceño y tragó.
—Edward es lo suficientemente gentil, creo.
—¿No os importa?
Alex volvió a fruncir el ceño.
—Lo que yo crea no importa, Creo que te gustará bastante. Margaret
encogió los hombres. —No veré mucho de él. Espero.
—Puede que veas más de él de lo que crees. —dijo, casi como un
gruñido. Llevó una de sus manos por su pelo. —Al menos tus problemas con
Ralf llegan a su fin. He hecho lo que tenía que hacer.
—¿Hecho lo que debíais hacer?—ella preguntó.
El asintió, luego alcanzó su vino y tragó.
Margaret sintió una gran frialdad abrumarla. Tenía la sensación que
sus próximas palabras serían algo como y ahora me iré. Miró hacia un lado
mientras aun podía respirar normalmente.
Ella torturó sus uñas mientras tocaba su daga y cortaba su pan en
pequeños pedacitos. Eso le tomó bastante tiempo, pero aun así, estaba
mirando a un montón de migajas que ya no le daban apetito.
Alex no se había movido. Margaret por fin reunió el coraje suficiente y
lo miró. La estaba mirando de la forma en que había miraba su comida hacia
unos momentos. Luego, aparentemente de mala gana, comenzó a sonreír. Su
primer instinto fue pensar que reía por que encontraba algo gracioso en ella,
o en su apariencia. Con un gran esfuerzo, mantuvo sus sospechas hasta que
supiera por que la miraba de esa manera.
—Por que me miráis de esa forma?—Ella preguntó. Estaba muy
orgullosa de si misma. Ni una pizca de insinuación acerca de lo que ella en
verdad estaba pensando.
—Tan solo por que no lo puedo evitar.
Ella frunció el ceño.
—No estoy segura de si eso es bueno o malo.
—Estoy seguro de que es malo, —dijo el, aun sonriendo esa sonrisa
suya. —Muy malo.
—Entonces, parad.
—No puedo.
—Haz un mayor esfuerzo.
—No quiero.
SAGAS Y SERIES
miró a sus ojos con esos ojos suyos de color tormenta, estaba mareada y
convencida de que jamás se recuperaría.
—Ve a la cama. —le ordenó.
Ella asintió la cabeza, muda.
El tomó su cabeza con ambas manos.
—Eres la mujer más hermosa y pasional que he conocido en toda mi
vida. No dejes que nadie te convenza de lo contrario.
Antes de que ella pudiera encontrar su voz para responderle, ya se
había ido. Caminó a su cama y se sentó, anonadada. Jamás se le había
pasado por la cabeza que dichos sentimientos fueran posibles tener. Su
cuerpo estaba a punto de explotar por la fiebre y su cabeza era un remolino
de puro vértigo.
¿Era esto amor? ¿El tipo de amor que aparecía en las historias de
Baldric?, ¿el tipo de amor que llevaba a los hombres a tomar una espada en
defensa de su señora?, ¿el tipo de amor que volvía a las doncellas tontas al
mirar sus tapices mientras soñaban con sus campeones?
Se recostó lentamente y cerró los ojos. Una pena que Alex no fuera
Lord de Brackwald. Se casaría con el y estaría contenta. Y entonces sus
sueños serían por fin felices.
Ella parpadeó. ¿Podía casarse ella con él? De seguro tenía tierras en
Seattle, aunque ella nunca le había preguntado, estaba segura de que debía
ser un Lord de algún tipo, a pesar de que no tenía espuelas y espada. ¿Pero
estaría el de acuerdo en canjear su feudo para volverse el lord de las de ella?
¿O en verdad sentía que ya había hecho lo que tenía que hacer y ahora
se iría?
Se volteo con un gruñido y enterró su cara en su edredón. Tan solo la
perturbaría si seguía pensando en ello. Si la oportunidad se presentaba, le
hablaría de ello en la mañana. Por ahora, lo único que quería era contentarse
con la memoria de su beso.
Se durmió con una sonrisa, y una cara bastante sonrojada.
SAGAS Y SERIES
Capitulo 9
consuelo. Esperó hasta que no pudo oír más a los caballeros, luego se
mantuvo sin hacer ningún movimiento por otro cuarto de hora. Lo único que
le faltaba era ser emboscado por tres hombres vestidos con cota de malla.
Tenía que ver si alguien había sobrevivido. Se puso de pie y se
encaminó a través del bosque hacia donde había escuchado los sonidos.
Luego se le ocurrió que esta quizás no era exactamente una vista que
encajaba con el niño en sus brazos. Hizo una pausa y escuchó. No había
ningún sonido, ni siquiera el de los pájaros. Las probabilidades de que alguien
hubiese sobrevivido eran realmente pocas. A lo mejor lo mejor que podía
hacer era volver hacia Falconberg y hacer que Margaret enviara a sus
hombres de regreso para que echaran un vistazo.
Alex regresó hacia donde estaba Beast y montó con un ágil
movimiento. Se giró camino a Falconberg. Al menos el niño en sus brazos
había tenido el sentido común de correr.
¿Acaso los campesinos les enseñaban a sus hijos a hacer sólo eso? El
pobre chico. Huérfano y aterrorizado. ¿Qué clase de mundo era este?
Era un mundo en el que ahora estaba varado.
Al menos tenía algo en qué concentrarse además de su propio y
aplastante pánico. Soltó la boca del niño y lo envolvió de forma más segura
con su abrigo. El niño estaba sollozando silenciosamente, y el corazón de
Alex se encogió al ver aquello. Suavemente le corrió el oscuro y rizado
cabello del rostro.
—Está bien, pequeño—dijo suavemente. —Te llevaremos a casa y te
darás un lindo y caliente baño. Te gustará Meg. Creo que tú también le
gustarás a ella. ¿Cuál es tu nombre? No, no importa. Sabremos eso después.
—Alex ignoró el terrorífico hedor que sintió directamente en las narices. Sólo
unos minutos más y el niño estaría limpio y seco. Con algo de suerte, el
pequeño sería lo suficientemente joven como para olvidar el horror
rápidamente.
Los guardias de la entrada se sorprendieron de verlo. El puente se hizo
bajar de inmediato, y él escuchó su presencia siendo anunciada hasta llegar
al torreón. Perfecto. Margaret probablemente trabaría la puerta antes de que
el, siquiera, llegara allí.
George estaba esperando por el en las escaleras. Alex desmontó con el
niño todavía entre sus brazos. Un muchacho del establo se llevó a Beast.
George miró a Alex con una sonrisa de alivio.
—¿Cambiaste de opinión, verdad?
—No, no lo hice. —dijo Alex. Incluso decirlo lo confundía hasta la
coronilla. —No pude irme.
—Ah, —dijo George con un asentimiento de cabeza, —no pudiste
dejarla a ella.
—No dije eso. No pude llegar a casa. Fue físicamente imposible. No me
pidas que te explique porque no me creerías si te lo dijera. Por ahora, sólo
necesito un lugar donde quedarme hasta que decida que hacer. ¿Margaret
me dejará quedarme?
—No lo sé. Todavía no ha salido de su habitación.
—¡Santo cielo, George!—exclamó Alex —¿Te has fijado si esta bien?
—Tan joven y tan arrogante, muchacho. —Murmuró George, —¿Crees
que lloraría tanto por ti?
—Yo lloraría tanto por ella.
SAGAS Y SERIES
Alex sintió un cierto alivio. Eso tenía que ser. Había salvado a Margaret y
ahora había salvado a uno de sus siervos. Whew.
Alex sonrió.
—Bueno amiguito, a ver te saco de esa bañera. Creo que es hora de
que tengas una pequeña siesta. Me quedaré por unos cuantos días y me
aseguraré de que estés en buenas manos. Una buena noche de sueño
ayudará. Las cosas serán mejores en la mañana. Mi mamá siempre decía que
eso era cierto.—lavó al chico con agua limpia y luego lo secó con una toalla
suave. —Creo que no tienes que ir al baño, así que solo te arroparé.—Buscó
en el baúl de William hasta que encontró una túnica suave. Era
inmensamente larga pero se le vía muy tierna al chico de cabello oscuro y
ojos pálidos. Alex lo abrazó de nuevo. —¿Como es tu nombre, pequeño?
—Amery.
Alex lo apartó sorprendido.
—¿Amery?
Amery puso su pulgar en la boca y comenzó a chupar.
—Bueno, Amery, yo soy Alex. Un placer en conocerte. No te preocupes
por Meg. Ella cuidará de ti. —Lo recogió y lo llevó a la cama. El chico gritó
cuando Alex lo depositó en la cama. Esto parecía ser más difícil de lo que
Alex anticipó. Arropó a Amery, luego se sentó hasta que el pequeño se quedó
dormido.
Luego se recostó en su silla y cerró sus ojos.
Que infierno de día.
Tenía el presentimiento que los próximos días no iban a ser mejores.
Capítulo 10
pequeñas piernas se lo permitían, seguido por una niña de cómo unos doce
años que se veía completamente exhausta. Alex levantó al pequeño y hizo
una cara de dolor al ver el abrazo tan apretado que le dio Amery.
—Aweks, Aweks, Aweks!—Alex gritó y gritó.
Era suficiente ponerle los ojos a un hombre mayor aguados. Alex
escondió su rostro en el recién lavado cabello de Amery y respiró
profundamente. Esto era una buena señal. Vivir en la edad media sería algo
bueno. Podía adoptar a Amery.
¿Y por que no? No dañaría la línea de tiempo. Si Alex no hubiera estado
allí para rescatarlo, Amery hubiera muerto. Podía adoptar al chico, casarse
con Margaret y vivir feliz para siempre.
Bueno, se preocuparía por esto mas tarde. Ahora atenía que
preocuparse por convencer a Margaret de dejarlo quedar. Y tenía que
convencerse a si mismo de que la mejor idea era mantener sus manos y boca
para el solo era la mejor opción antes de demostrarle que podía volver a
confiar en el.
—¿Donde esta Margaret?—Alex le preguntó a George, frotando la
espalda de Amery.
—Arreglando unos problemas.
La mano de Alex se congeló por voluntad propia.
—¿Ella sola?
—No. Se llevó unos cuantos muchachos.
—Dios santo, por que no la detuviste?
Una de las cejas de George se levantó.
—Mirad nada más la preocupación que mostráis, mi señor.
—Mira, nunca dije que no me importara. Tan solo dije que no me podía
quedar y casarme con ella.
—Y aquí estáis.
Alex gruñó frustrado.
—¡La podrían matar!
—Ella es muy buena cuidando de si misma.
—Bueno, yo no creo que este muy bien por estos días, —Alex
murmuró. —¿Tienes alguna idea a donde ha ido?
—Si. Ha ido a patrullar las fronteras. No se ha ido por bastante tiempo.
La encontraremos.—El asintió a los hombres que estaban montando cerca de
los establos. —Pensé que quisierais ir a mirar, así que mandé a preparar a los
muchachos una vez que os vimos regresar a casa.
Alex miró a la joven chica que estaba parada cerca, si que se le notaba
que le vendría bien una siesta.
—¿Cual es tu nombre?
—Frances, mi señor. —dijo
—Estas de nuevo con tu asignación, Frances. Amery, tengo que irme,
pero te prometo que volveré. —No sabía cuanto inglés entendía, Alex no
podría decirlo, pero era de seguro que si entendía el tono de la voz de Alex
por que comenzó a aullar. Alex besó a amery en el cachete, luego logró
salirse con dificultad del agarre de Amery. Frances tomó la carga que gritaba;
afortunadamente parecía ser más fuerte de lo que parecía. Alex montó su
caballo.
—Volveré,—dijo, ceca de ser un grito para que pudiera ser entendido
por sobre los gritos de Amery. —¡Amery, regresaré!
SAGAS Y SERIES
Bueno, para mucho que servía la lógica. Alex volteó a Beast hacia el
portón y lo instó hacia delante. Lo más pronto que Alex se asegurara de que
Margaret no estaba loca, mas le gustaría.
SAGAS Y SERIES
Capitulo 11
que había tomado prestada, pero sus codos se arqueaban en formas que no
estaban diseñados para hacer. Alex sintió frío, un temor tan grande que
jamás había experimentado en su vida.
Voy a morir en la medieval Inglaterra. Su mente le gritaba que buscara
una forma de escapar, pero él sabía que no había ninguna. Otros segundos
más y sus brazos cederían paso y esa espada vendría rasgándose por su
lado. El hombre que lo atacaba estaba sonriendo como loco. Y entonces, muy
de repente, una mirada de asombro apareció en el rostro del hombre
La presión contra la espada de Alex disminuyó y el hombre comenzó a
inclinarse a un lado. Siguió inclinándose hasta que tocó el piso. Alex miró al
suelo con asombro. Un cuchillo sobresalía de su espalda.
Margaret no perdió el tiempo con bromas. Ella tiró de su cuchillo
liberándolo de la espalda del hombre, luego agarró a Alex y lo hizo girar.
—Espalda con espalda, —ella gritó. —Haz lo mejor que puedas.
—¿Lo mejor que pueda?—Alex balbuceo. —El no me tenía. Estaba
apunto de...
El codo de Margaret chocó con su riñón y Alex cerró su boca
abruptamente. Él sostuvo su espalda, agradecido de que aún estuviera con
vida para hacerlo y miró a su alrededor para buscar más enemigos.
Pero la batalla había terminado. George estaba poniendo un par de
caballeros amarrados de Brackwald en caballos.
—Heridos primero, sepultar de último, —Margaret dijo apartándose,
Alex casi pierde su equilibrio. Margaret lo volteó y puso su mano en su
hombro. Al retirar su mano sus dejos estaban ensangrentados. Alex comenzó
a levantar su manga, pero ella lo detuvo. Entonces cortó ambas mangas y las
amarró en la peor de sus heridas. Alex puso su mano en el brazo de ella.
—Gracias.
Ella se apartó.
Alex la agarró por el brazo y trató de traerla ante si. Ella se volteó y
aquella mirada que le dio por poco lo hace querer arrodillarse, era tan fría.
Como si el no significara nada para ella.
Y fue ahí cuando se dio cuenta de cuanto exactamente ella significaba
para él.
¿Porque había intentado volver a casa? Se había estado engañando a
si mismo. Jamás en todos sus días había conocido a una mujer como
Margaret de Falconberg. Él habría pasado el resto del siglo veinte y una
buena parte del veintiuno buscando a alguien como ella y él jamás habría
estado satisfecho.
Y ahora el había escogido quedarse en la medieval Inglaterra con esta
mujer.
Que no podía soportar siquiera verlo.
Bueno este era el primer obstáculo a superar. Talvez si pudiera poner
sus brazos alrededor de ella el tiempo suficiente, ella podría perdonarlo por
haberla abandonado. Y mientras el la tuviera en sus brazos, él le diría todos
aquellos detalles que había dejado de lado y talvez eso ablandaría si corazón.
Y una vez que lo perdonara, pensaría seriamente en como tener un futuro
con ella. Por que él sabía demasiadamente bien que no podía imaginarse un
futuro sin ella.
Bueno no había nada como el presente para empezar.
SAGAS Y SERIES
Capitulo 12
Capitulo 13
Un poco de luz abrió pasó por las cortinas que cubrían la ventana.
Margaret parpadeó. Quizás había dejado de llover. Usualmente, la lluvia no la
molestaba, pero cuatro días de esta maldita cosa, implacable e incesante,
era suficiente para llevar a la mujer de más fuerte temple a la locura.
Ella se desperezó, gimiendo a la vez. Cada músculo de su cuerpo
gritaba por el abuso al que ella lo había expuesto los últimos interminables,
agotadores, aterradores días. Había pasado la mayor parte de su tiempo
preguntándose si Alex viviría o moriría.
—Margaret.
Ella saltó al escuchar esa voz ronca. Se tiró inmediatamente sobre sus
rodillas al lado de la cama. Ella puso su mano en la frente de Alex.
—La fiebre aún es mínima.—Ella dijo, aliviada.
—¿Cuanto tiempo he estado inconsciente?—dijo roncamente.
—Cinco días.
El gimió.
—¿Aún estoy completo?
—Si. Estáis todo intacto.
Él abrió los ojos y la miró.
—¿Has estado aquí todo el tiempo?
Ella juntó los labios. Ela podía mentir, desde luego, pero algún otro
tonto le diría la verdad del asunto. Pero la última cosa que ella quería que
Alex supiera era que había estado a su lado por voluntad propia. Sin importar
cuanto tiempo había estado de rodillas rezando para que él sobreviviera. Eso
no significaba que ella lo perdonaría por haberla lastimado.
El tomó su mano.
—Yo creo que has estado aquí,—Es susurró. —No hice más que soñar
contigo.
Dios, el hombre era más fácil de manejar cuando estaba inconsciente y
babeando. Ella le frunció el ceño.
—No tenías que,—él dijo. —Cuidar de mi, quiero decir.
—No, no tenía,—ella dijo. Lo que ella debería estar haciendo era
escapar de su mano que la agarraba y escapar a un lugar seguro. De alguna
manera, ella no podía encontrar la manera de moverse.
—¿Entonces por que lo hiciste?
Ella recogió el poco ingenio que le quedaba para buscar la respuesta
apropiada. Como no llegaba a nada, tan solo le frunció el ceño.
Alex sonrió.
—¿Podría esto significar que estas teniendo sentimientos tiernos por
mí?
—Mi brazo estaba muy adolorido para permitirme entrenar. Estuve en
esta habitación porque el, um...—ella buscó algo apropiado para decir, —el
sol es más cálido aquí y pensé que sería bueno para broncearme.
—Con las cortinas cerradas.
Margaret estaba de pie antes de que la imagen tomara forma en su
mente.
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Alex sostuvo su mano, y ella tuvo que admitir que él era fuerte aún
estando enfermo. Cuando ella intentó retirarla, él la sostuvo con ambas
manos. Ella contempló los meritos de arrastrarlo fuera de la cama y por el
suelo para probar su punto, luego se dio cuenta que dicho movimiento haría
que sus cobijas se cayeran, y los santos sabían que ella ya lo había visto
desnudo más de lo que era suficiente para su paz mental.
Así que se quedó de pie, inmóvil, y en cambio le dio a Alex su más
formidable mirada.
Y el tan solo le dio una mirada de arrepentimiento.
—Soy un hombre muy enfermo, Margaret,—él dijo humildemente. —Tu
presencia radiante es lo único que me curará. No me quites eso.
—Habéis estado escuchando demasiado a las bobadas de Baldric.
—Él no estaba aquí mientras dormía, ¿verdad?
—Si, el me concedió la gracia de uno o dos versos.
Alex gimió.
—Lo sabía. Ya estaba yo soñando con sátiras espantosas y malévolas
—no es que supiera que era eso aunque lo mordiera en el trasero.
—¡Alex!
—Tienes que admitir que no es bastante consistente.
Margaret estaba de acuerdo, pero ella moriría antes de decirlo.
—Él tiene un sentido único del ritmo y de la rima. Generalmente es
aceptable. A través de los años ha desarrollado simplemente su propio estilo
y forma.
—‘Había una vez una joven doncella de Falconberg, que se encuentra
al oeste de Brackwald donde habita el hediondo—oloroso, el horrible—
vistoso’… aunque debo estar de acuerdo con lo que dice de Ralf. Creo que
recuerdo algo acerca de trolls y ogros. ¿O acaso lo soñé?
—No,—ella dijo, tratando de retirar la mano de las de él. —Él me
favoreció con una interpretación excepcional de ‘El Ogro y el Troll’
—¿Un pequeño romance entre en bajo y el feo?
—Bajo, feo, y verde, en realidad.
Él rió, pero la risa lo hizo comenzar a toser y esto aparentemente le
jaló el hombro. Él la soltó y se le duplicó el dolor. Margaret lo tomó de los
brazos con cautela y lo hizo recostar.
—Debéis quedaros quieto,—ella le ordenó. —La fiebre ha sido dura con
vos.
—Gracias,—él jadeó. —Puedo sentir eso.
Ella volvió a su asiento.
—Talvez deberías dormir más.
Él meneó la cabeza.
—Tenemos que hablar.
—¿De que?
—Nosotros.
—¿Nosotros?
—Si, nosotros. Tú y yo. Para donde vamos.
—Nosotros no vamos a ningún lado.
El tomó un montón de aire y luego lo soltó despacio.
—Tengo cosas que decirte.
Margaret se encontró de pie con sus brazos alrededor suyo. Ella había
intentado al poner sus brazos en su pecho parecer intimidante. En cambio se
SAGAS Y SERIES
—Ya veremos,
Él sonrió brevemente,
—Estoy seguro de que si,—se frotó la barbilla, luego tomó un poco de
aire. —Muy bien, aquí va,—se detuvo, algo muy dramático como para el
gusto de Margaret, pero ella guardó silencio. —No soy de Inglaterra.
Ella resopló. Como si ella no hubiera podido darse cuenta antes.
—Tampoco soy de Escocia.
Aquí ella si tuvo que fruncir el ceño,
—Entonces, si mentiste.
—No, te dije que recientemente era de Escocia, lo que es cierto. Tres
semanas atrás estaba visitando a mi cuñado, James MacLeod, que vive en las
Tierras Altas de Escocia. Fui a cabalgar como a media milla de su casa y pasé
por un maldito aro de hada, y lo único que supe luego era que me estabas
disparando a mí.
—Era un tiro de advertencia,—ella murmuró. —Me hubiera guardado
mi advertencia.
—Agradezco tu paciencia.
—Ya lo creo. Ahora, ¿como es eso de que en un momento estabais en
las Tierras Altas y luego os encontraste aquí? Esto no lo entiendo.
Esta vez Alex tomó mucho aire. Margaret lo vio sostenerlo y luego
soltarlo lentamente. Quizás pretendía contar una historia igual de fantástica a
las de Baldric.
—La verdad,—ella le recordó.
—La verdad, —él estuvo de acuerdo. —Creo que ese aro de hada es
algo parecido a una puerta. Como tu pasadizo de defensa. Una vez estas en
la parte interior del muro y luego estas fuera de las murallas.
—¿Y?
Él encogió los hombros.
—Eso es. En un instante estaba en Escocia, y al otro estaba en
Inglaterra.
Ella gruñó. Era todo lo que podía hacer. El hombre parecía lo bastante
cuerdo, aun así no hacía ni la mas mínima concordancia.
—Y hay más.
—De alguna forma lo sospechaba.
—Cuando estaba en Escocia, estaba en el año 1998, mil novecientos
noventa y ocho.
—Puedo contar, muchas gracias. —ella dijo, pero su decepción
aumentaba con cada cosa que él decía. Dios, que hombre tan loco.
Alex parpadeó.
—Entonces, ¿me crees?
—¡Claro que no! ¿Que clase de tonta creéis que soy?
Él comenzó a fruncir el ceño, como si a él le hubieran causado daño.
—Es la verdad. ¿No lo puedes ver? Ni siquiera hablo como tu.
Ella encogió los hombros
—Quizás sois el bastardo de un albañil y no tenéis educación.
—¿Acaso parezco el hijo bastardo de un albañil? —él le exigió.
En realidad, se parecía a un noble ultrajado que acababa de tener su
familia menospreciada, pero ella no admitiría eso ni con el dolor mismo de la
muerte. Así que ella encogió los hombros con cautela.
—¿Que más queréis que crea?
SAGAS Y SERIES
Él no dijo más, tan solo se recostó en la pared y la miró con esos ojos
pálidos de él.
—¿Que queréis decir con eso?
—Lo que quiero decir es que no me iré. —él dijo con palabras bien
deliberadas. —Hasta que me digas que me vaya.
Si eso no era una promesa, ella jamás oiría una.
—¿Nunca? —ella preguntó, deseando que la palabra no hubiera salido
en un tono tan ahogado.
—Nunca.
Margaret no podía respirar. No había engaño en su mirada, ningún
cambio en sus ojos, ni estremecimiento en su cuerpo. Él de verdad lo decía
en serio. Ella no estaba segura de si se lanzaría a sus brazos o correría al lado
opuesto.
—Aunque debo admitir, —el dijo con una media sonrisa, —Es una
espada oxidada la que pongo a tus pies.
—Claro. —ella suspiró.
Él sonrió.
—Claro. —él alzó los hombros y el momento había pasado. —Bueno,
ahora sabes todo de mi pasado, —se detuvo y sacudió su cabeza como para
aclararla—sin duda para deshacerse de esas estúpidas nociones de
pertenecer a una patria que no existía aún, —¿a donde iremos desde aquí?
Me puedes contratar para ayudar en el establo.
Margaret se sostuvo de la piedra detrás de su banco para apoyarse.
—Ah, quizás deberíais de pasar un tiempo en las listas.
—Probablemente.
—Y unas pocas horas en la capilla rezando para que no hayáis perdido
toda vuestra habilidad.
—Peleo lo suficientemente bien, —él le aseguró. —Ahora, ¿y que de
nosotros? ¿Adonde iremos?
Ella estuvo tentada a decir ‘a Brackwald para deshacernos de su lord’,
pero quizás Alex debería practicar con la espada por un día o dos antes de
que se aventuraran.
Margaret se petrificó.
El mensajero de Brackwald.
—Oh, ¡por todos los santos!—ella exclamó, levantándose de golpe. Ella
miró abajo a Alex. —¡Esto es todo vuestra culpa!
—¿Huh?
—El mensajero de Brackwald. ¡Lo lancé al calabozo!
—¿Y el problema es…?
—¡Lo dejé ahí hace ya una semana!
Alex se paró y dijo:
—Entonces creo que es ahí a donde iremos primero.
—Vosotros no iréis a ningún lado. —ella lo guió a su cama y lo lanzó a
la cama de un empujón.
—¡Margaret!
Margaret sintió que su cabeza se aclaraba al legar al corredor. Había
algo en ese hombre que no la dejaba pensar bien cuando estaba a su
alrededor.
Bueno, al menos no se había dejado llevar por esas imaginaciones
tontas. Ella sabía que no estaba casado y que había sido un mercenario. La
SAGAS Y SERIES
Capitulo 14
se las arregló para poner su mano pajo el codo del trovador. —¿Que hogar
prefieres?
Baldric asintió hacia uno que quedaba a través de la entrada de la
cocina, haciendo señas majestuosas hacia su taburete. Alex lo trajo y a otro
mas y se las arregló para llegar junto al fuego con los asientos antes de tener
que sentarse y poner su cabeza entre sus rodillas para no desmayarse.
—¿Creéis que usará un hierro al rojo vivo? —Baldric preguntó.
—Talvez, —Alex jadeó, sin ni siquiera poder ver el piso entre sus
piernas por las estrellas en su cabeza.
—¿Esas pequeñas pinzas que agarran minúsculos pedazos de piel?
Alex no pudo evitar notar un pequeño entusiasmo escondido en la voz
de Baldric.
—Creo que si los tiene a mano, ella probablemente los usará.
Baldric se quedó callado, sin duda considerando las posibilidades
poéticas de los dispositivos con que se había encontrado.
—¿Algo mas allí abajo, creéis vos? —Baldric preguntó.
Quizás el pozo ya se había secado. Alex cuidadosamente levantó la
mirada.
—Bueno, quizás tenga grilletes de hierro para las piernas. —él ofreció.
Baldric levantó su cabeza pensativo.
—Talvez use el tormento de polea—Alex sugirió.
—¿El tormento de polea? —Baldric estudió esa en su cabeza por un
momento o dos. —Suena muy interesante, pero siento que no estoy
familiarizado con ese instrumento. ¿Como funciona?
Alex se rodeo a si mismo con su brazos en sus rodillas para no tocar
los pies de Baldric.
—Bueno, uno estira al prisionero para que quede plano y ata sus
manos y pies a barriles largos y delgados que uno gira con una manivela.
Mientras mas gires, más el preso se estira hasta, pues puedes imaginarte
como sigue desde allí.
—Bueno, —Baldric dijo, viéndose muy impresionado, —Suena como un
maravilloso invento, desde luego.
—¿Acaso Margaret tiene uno?
—No lo creo, —Baldric admitió de mala gana. —Pero serviría para una
buena historia, ¿no creéis?
—Que demonios, úsalo de todas formas.
Baldric comenzó a pasearse. Alex apoyó sus codos en sus rodillas, y
luego su barbilla en sus puños. Satisfecho de que estaba apropiadamente
equilibrado, se relajó y cerró los ojos. Podría soportar el que Baldric
balbuceara, pausando, luego volviendo a retomar su caminada. Alex abrió un
ojo para explorar su alrededor, esperando a ver que Margaret terminará su
asunto y pudiera rescatarlo antes de que se desmayara. Los criados se
cernieron al final del salón, mirando a Baldric con cautela. Talvez estaban
listos para saltar y salvar las colgaduras de la pared. Que el cielo salvara al
resto de Inglaterra si Baldric decidía convertirse en un juglar destrozador de
tapicerías en todo el reino.
—¡Terminé! —Baldric dijo triunfal.
Alex abrió ambos ojos.
—Y muy rápido también. Estoy impresionado.
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Baldric pausó y miró a lo lejos, sin duda tratando de captar mas cosas
que su musa le otorgaba.
—¿Calabozo? —Alex preguntó, esperando retrasar una próxima ronda
de destejer la tapicería. —¿Es lo que de verdad quieres?
Baldric negó con la cabeza, luego pasó a rascarse la barbilla de nuevo.
—Quizás ‘foso’, pero eso rima con mocos...
—Claro, desde luego que si, —Margaret interrumpió. —Quizás ‘hoyo’
servirá, ¿aye?
Baldric pasó y pareció considerarlo. Luego asintió y continuó.
Capitulo 15
—¿Accidente de cacería?
Walter miró a Margaret sin siquiera inmutarse.
—Si. Pasa muy a menudo por estos lados.
Margaret sintió que la habitación le daba vueltas. Desde luego
pensaba que perdería su comida. Aye, ella si que sabía de esos accidentes de
cacería, ¿pues acaso su hermano mayor no había muerto a cause de uno?
Había sido un accidente, ¿no es cierto?
De repente ella se encontró con una gran mano sosteniendo la suya.
Alex no la estaba mirando, pero estaba la estaba presionando bastante fuerte
como para dolerle un poco. Ella se recostó en su silla y dejó escapar su
aliento lentamente, no le daría la satisfacción a Walter de mostrarle cuanto le
habían molestado sus palabras.
—Si que ha sido una mañana bastante interesante,—Alex dijo, —pero
creo que nuestra Lady Margaret necesita descansar. Heridas de nuestra
pelea, usted sabe.
—Una tragedia,—Walter dijo asintiendo con la cabeza. —Ahora, ¿quizás
podríamos discutir como haremos para liberar a Edward?
—Oh, por que no das tus sugerencias,—Alex difirió. —Estoy seguro de
que lo has pensado bastante, desde luego ansiando el bienestar de Edward.
Margaret estudió a Walter mientras este le explicaba su plan a Alex de
distraer a Ralf con un ataque imaginario en su frontera mientras Alex entraba
a Brackwald y rescataba a Edward del calabozo. El parecía preocupado por
Edward y ansioso lo suficiente como para tener la ayuda de Alex, pero de
alguna forma no sonaba para nada cierto.
Él terminó de hablar y la miró con una sonrisa, haciéndola de nuevo
inconfortable. Era una mirada similar a la que Alex le daba de vez en cuando,
pero tal mirada de este hombre le hacía helar la sangre.
—Bueno, pensaré en su idea.—Alex dijo levantándose.
Se recostó en la silla.
—Estoy seguro de que podemos resolver los detalles durante el
transcurso de las próximas semanas.—Él sonrió. —No querríamos que nada
saliera mal.
—Claro que no,—Walter dijo, levantándose a su vez. —Talvez Lady
Margaret y yo podemos discutir mientras vos descansáis. Usted se ve
bastante cansado.
—En realidad, como dije antes, Lady Margaret necesita descansar
también. Le diremos a Sir George que le muestre la salida.—Alex se dirigió
hacia la puerta del jardín obligando a Sir Walter para que lo siguiera. —Déme
dos semanas para reponerme y recuperar mi fuerza, y así comenzaremos las
negociaciones. Quizás le gustaría pasar por las cocinas de Lady Margaret
antes de volver a su casa.
—Pero debemos comenzar a planear,—Walter protestó.
—Oh, lo haremos,—Alex dijo, abriendo la puerta. —Margaret y yo
hablaremos a solas y luego le informaremos nuestra decisión.
—Pero...
—¿Si nos excusa?
El tono de Alex era tan despectivo que hasta Margaret tuvo ganas de
irse.
—¡Aweks!
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Capitulo 16
—¡Ah, milord, aquí esta Sir George para entrenar con vos!—la voz de
Joel sonaba muy emocionada a tal prospecto.
Alex miró al capitán de Margaret y supo que sus días de evitar al
hombre se habían acabado. Había estado aplazando a George por una
semana diciendo que estaría mejor preparado para contar su historia cuando
estuviera en mejor forma.
Sir George se detuvo ante el y colocó su espada con la punta hacia
abajo en el suelo. Se recostó contra el mango y miró a Alex con severidad.
—Creo que tenéis una historia que contarme.
—Okay,—Alex estuvo de acuerdo, levantándose lentamente. —Puedes
tenerla, si estas seguro en quererla.
—Aye, la quiero.
—Tal vez queramos cierta privacidad.
—Las listas están convenientemente vacías, como podéis ver.
Alex vio al último de los hombres dirigirse al gran salón. Demonios, ni
modo de utilizar —hay mucha gente—como excusa.
—Si, bueno, lo veo. Gracias.
Alex siguió a Sir George a las listas y se preparó para una hora o más
de puro tormento. Y eso ni siquiera comenzaba a describir cuan
incómodamente estaría respondiendo las preguntas del hombre. George era
bastante viejo según los estándares de la edad media, pero estaba
definitivamente en buena forma. No habría piedad de su parte.
—¿Donde nacisteis?
La pregunta, y la brillante espada, vinieron hacia el rápidamente sin
ser esperadas. Alex bloqueó el golpe y ofreció la mejor respuesta que podía
dar.
—Seattle.
—No conozco ese lugar
—Estoy seguro de que no, esta en un continente diferente.
La espada continuó abatiendo sin parar.
—¿No, me temo, en el mismo continente en el que están Rouen y
Aquitania?
—Exacto,—Alex dijo, bloqueando su loca embestida. —uno diferente.
George retiro su espada tan rápido que por poco cae de cara al fango
de marzo.
—¿Entonces por que no sabemos de él?
—No ha sido descubierto aún.—Alex hizo una mueca de dolor a la vez
que lo dijo, recordando muy bien el curso que había tomado la conversación
con Margaret.
—Entonces, ¿como sabéis de él?
—Porque,—Alex dijo, tomando un fuerte aliento, —soy de un siglo
diferente.
George parpadeo lentamente.
—El veinte,—Alex añadió.
Vio como George trataba de digerir eso, luego de cómo contaba
furtivamente con sus dedos. Alzó la mirada hacia Alex y parpadeó aún más.
—Bueno,—dijo finalmente. —Que novedad.
Alex solo podía asentir con la cabeza.
—¿Un nuevo continente también?
Alex volvió a asentir.
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—Y es bien grande.
—Mostradme.
—¿Mostrarte?
—Hazme un mapa.
Con dificultad Alex podía cree que George aun estaba ahí con el.
Bueno, talvez no era tan difícil de creer. George había vivido ya bastante
tiempo y seguramente ya había visto algunas cosas increíbles.
—Ok, un mapa,—Alex estuvo de acuerdo. El miró a su alrededor para
asegurarse que no habían moros en la costa, luego escogió el pedazo de
fango mas firme que pudo encontrar.
—Esta es Inglaterra,—dijo el, dibujando el mapa con su espada. —Aquí
esta el continente en donde están Francia y Normandía. Se extiende hacia el
este y se convierte en Rusia. Bueno, solía ser Rusia. De donde yo vengo, es
un mapa totalmente diferente; dividido en estados, pero no nos
preocuparemos por eso en este momento.
George gruñó, pero continuó escuchando atentamente a la clase de
geografía.
—Aquí está Africa y el Medio Oriente. Sabes acerca de Jerusalén y
Egipto, ¿cierto?
George asintió.
—Ok, esto es lo que hay de nuevo. Ese otro continente es llamado las
Ameritas, Norte y Sur.—Alex lo dibujó con varios trazos, esperando mantener
el Océano Atlántico tan grande como debería ser. Se dio por vencido tratando
de dibujar a Groenlandia. —A este lado esta Nueva York,—el excavó un
pequeño agujero, —y en el lado contrario esta Seattle.—Él clavó su espada
marcando el sitio del Space Needle, (restaurante famoso en Seattle) luego
miró hacia arriba al capitán de Margaret. —En un principio, de allá soy.
—Hmm,—George dijo, mirando pensativamente al mapa. —¿Y luego os
movisteis a esta Nueva York?
Alex emborronó las líneas del mapa con su bota, eliminando todo trazo
de lo que le había acabado de mostrarle al capitán de Margaret.
—Sí. Luego abandoné mi trabajo y me vine a vivir con mi hermana y su
esposo en Escocia.
—Y luego os encontrasteis en Inglaterra…
—Después de que estuviera cabalgando por la mañana,—Alex terminó
— luego deambulé a través de un tipo de portón en la propiedad de mi
cuñado. Un minuto estaba en Escocia y en el otro estaba en Inglaterra.
George se frotó la barbilla pensativamente.
—Algo extraño.
—No es ni la mitad de todo.
—Quiero escucharlo todo ahora.
Alex suspiró. Talvez esto funcionaría mejor de lo que había funcionado
con Margaret.
—Estaba en Escocia en el año 1998. Cuando me encontré en
Inglaterra, el año era 1194.
—1998, —George repitió.
—Te juro que es la verdad.
George lo consideró. Alex podía ver como el pensamiento rodaba en su
mente y pesaba todas las posibilidades. Él miró de cerca de Alex, y luego
consideró aun más. Alex esperaba que se viera honesto y brevemente jugó
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con la posibilidad de poner esa expresión facial que transmitiría eso, pero
tenía la sensación de que no lo ayudaría a su caso. O George le creería, o no.
George frunció el ceño.
—Entonces esta era la razón por la que estabais tan ansioso de iros.
Alex asintió cuidadosamente.
—Necesito ir a casa.
—Al año 1998.
—Sí.
—Pero no fuisteis capaz de abrir este portón.
—No.
—¿Por que no lo destrozaste? ¿Estaba bloqueado?
Alex suspiró.
—No es un portón como el de las murallas exteriores. Era un Aro de
Hadas.
La esquina de la oca de George se movió.
—Un Aro de Hadas.
—Si puedes creerlo.
George rió entre dientes, aunque se veía como si hubiera tratado de
esconderlo lo suficiente.
—Perdonadme, Alex, pero estáis comenzando a sonar como nuestro
buen juglar con sus duendes y trolls escondiéndose bajo flores y cosas así.
—¿Crees que no se esto? ¡Un Aro de Hadas, por todos los cielos! ¿Por
que no pude haber desaparecido en algo mas digno, como un círculo de
piedras?
Ahí si rió George.
—No tengo idea, muchacho. Me atrevo a decir que el destino tiene su
propia forma de bromear, más allá de lo que nuestras pobres mentes pueden
entender.
—Y no me estaba dirigiendo a Inglaterra,—Alex añadió frunciendo el
ceño. —Estaba planeando hacia Barbados.
—¿Barbados?
—Es una isla en una parte muy soleada del mundo. Todo mundo se
acuesta en la playa y bebe ron. Tengo el presentimiento de que las mujeres
no usan mucha ropa. Creo que también no llueve mucho.
George hecho un vistazo al cielo gris, luego miró a Alex.
—Siento que no hayas podido abrir ese portón,—dijo
comprensivamente.
—Tú y yo.
—¿Es en algún lado cerca en donde podamos aventurarnos a través de
él?
—Desafortunadamente ese portón está en la propiedad de mi cuñado.
—Bueno, según se dice Escocia es un lugar bastante extraño.
—Soy la prueba viviente de ello.
George sacudió la cabeza lentamente.
—Es una historia bastante fantástica.
Alex esperó.
George sacudió su cabeza una vez más y luego apenas rió.
—Siempre me pregunté cuanto duraría el mundo. La tierra ya sostiene
bastantes almas.
La plaga se encargaría de eso, pero Alex se abstuvo de decirlo.
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Capitulo 17
Margaret retiró sus ojos de Alex y los puso sobre la figura de Timothy
que se encontraba corriendo a través del campo, meneando un pedazo de
pergamino sobre su cabeza. Se tropezó al frente suyo y le entregó el
pergamino.
—Fue un mensajero de Lord Odo de Tickhill. Estará organizando un
torneo en una semana!
Margaret miró a Alex rápidamente.
—Estas son noticias prometedoras.
—¡Y se dice que el rey mismo atenderá!—Timothy agregó.
Alex tan solo sonrió.
—Te lo dije.
Margaret frunció el ceño.
—Tickhill es un largo trecho al norte de Nottingham. ¿Por que habría
Ricardo, asumiendo que ha vuelto a Inglaterra, de ir hacia allá si su meta es
Nottingham?
Alex encogió los hombros.
—Tal vez necesita pasarla bien por unos días, visitar a sus súbditos,
romper algunas lanzas. Apurémonos con esa nota para Ralf. Veamos quien
llega primero a Tickhill.
Margaret le dio el pergamino a Alex para que lo leyera primero.
—Bien hecho, Timothy. Tendré otra misiva lista para enviar en una
hora.
—Timothy salió corriendo y ella se volteo para ver a Alex.
—Habéis predecido esto muy bien.
Alex le devolvió la nota.
—Creo que debo ir a practicar con el estafermo por unas cuantas
horas, luego trabajar con algunos oponentes que Essen vivos. Si Ralf quiere
arreglar esto al frente del rey, lo haremos en el campo.
—¿Vos?—ella jadeó.
—Claro que yo,—el dijo, mirándola de un modo que la retaba a
contradecirlo.
Y así lo hizo, pues desde luego estaba en lo correcto.
—Yo seré la que pelee con él.
—No, no lo harás.
—Si, desde luego que si.
—Esto es algo de hombres, Margaret. Me ocuparé de eso.
—¡No sois ni siquiera un caballero!
—¿Y tu si?
Ella apretó los dientes, pero no tenía una réplica ante eso.
—Mi padre era un caballero. Dijo al final.
—Lo sé, pero eso no significa nada para ti, o si? Además, hay más en
un caballero que un par de espuelas, las cuales conoces muy bien.
Tampoco podía negar eso. Se apretó el labio y buscó otra forma de
probarle que no estaba preparado totalmente para enfrentarse a Ralf con
lanzas, especialmente si era la vida de ella que estaba en riesgo.
—No estáis listo.—ella indicó finalmente.
—Estoy lo suficientemente listo.
—¡Es mi tierra!
—Y Ralf y yo la queremos,—dijo, —pero Ralf no la obtendrá.
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Capitulo 18
—Genial,—Alex murmuró. —De alguna forma dudo que Sir Walter este
viajando con Edward. Ralf tal vez ya este adentro, hablándole a cualquiera
que lo escuche.
—Sin duda,—ella estuvo de acuerdo. —Quizás debamos reparar el
daño mientras podamos.
Alex respondió el saludo de Sir Walter con una mirada de advertencia,
luego siguió a Margaret al salón.
—¡Sus caballeros asesinaron a mi gente!—Ralf estaba gritando.
Caminaba con furia en frente de la chimenea. —Destrucción de sembrados,
saqueos, masacre de animales! La mujer no parará a ningún… —Vio a
Margaret y cerró su boca de repente. —La muy atrevida,—el gruño.
Margaret caminó apresuradamente. Alex tuvo que trotar para seguir su
paso. Se detuvo al frente de un hombre que estaba reclinado en una silla al
lado del fuego. Sus ropas eran definitivamente mejores que las de Ralf, y no
tenía ni una pizca de migajas en su túnica. Alex de repente le gustó Odo de
Tickhill.
—Mi señor Tickhill,—Margaret dijo, inclinando su cabeza. —Mi entera
gratitud por la invitación al torneo.
Ralf se atragantó.
—No vais a dejarla…
Margaret le dio una mirada bastante fresca a su vecino.
—Sir Alexander, cabalgará por mi, desde luego. ¿Por que creeríais lo
contrario, mi señor?
Ralf gritó por la furia.
—Mirad como esta vestida.—se dirigió a Tickhill. —¡Miradla! ¡Vestida
como un hombre con ropas de batalla!
—Uno nunca sabe que desgracias le pueden pasar a un cuerpo
mientras viaja, o en casa.—Margaret dijo, dando un punto. —Creo que es mas
prudente protegerme de esta forma.
Lord Odo rió. Alex miró al hombre para verlo sonriéndole de manera
cariñosa a Margaret.
—Muy bien, hija mía. Lo pusisteis en su lugar.
—¡No hizo tal cosa!—Ralf gritó estruendosamente. Se adelantó hacia
Margaret, su cara de un color poco atractivo de rojo. —Vos, maldita perra.
Alex se encontró de repente, que su puño había hecho contacto con la
nariz de Ralf. Hubo un muy agradable crujido, y luego un bastante fragante
lord de Brackwald cayendo de manera indigna ante el hogar.
—Si quieres otro, no es mas decirlo,—Alex ofreció educadamente. —Tal
vez, quieras ir afuera para que no molestemos la paz y tranquilidad de Lord
Tickhill.
Ralf se puso de pie, sosteniéndose su nariz.
—Haré que me paguéis, Seattle, el gruñó, la sangre pasaba por sus
dedos. —¡Mirad si no lo hago!
—Hagamos planes, ¿quieres?—Alex dijo. —Te veré en el campo.
—Hecho.—Ralf le lanzó una mirada asesina y luego se fue de forma
abrupta del salón.
—Bueno, bueno.—Lord Odo rió. —Veo que habéis encontrado un
campeón, mi niña. ¿Quien es esta alma valiente?
—Alexander de Seattle.—dijo a regañadientes. —Esta decidido a ser mi
guardián.
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Capitulo 19
lanzada en el calabozo por su error. Solo los santos sabían como esto dañaría
sus planes.
—Vuestro nombre, niña.—la reina le ordenó.
—Margaret de Falconberg.—Margaret logró decir.
—Su Señoría,—Lydia cacareó. —No os preocupéis. Ella no es nadie…
Eleanor levantó su mano. Margaret alcanzo a ver la mirada de puro
odio que Lydia le envió y tragó saliva. Encontró los ojos de Eleanor. La reina
tan solo la estudió en silencio por un momento o dos en el cual Margaret
murió varias muertes de malestar. Por favor, no me detengáis, rogó
silenciosamente. Tenía que estar en las listas ese día.
—Una muchacha muy hermosa.—Eleanor de repente anunció.
Y con eso, soltó el mentón de Margaret, pasó por su lado y continuó su
camino. Margaret bajó su cabeza y luchó contra el deseo de tirarse a llorar
del alivio. Tan fuerte era el impulso que si acaso notó las horribles cosas que
decían las damas de Lydia cuando ya se había ido la reina.
Una vez había recuperado el aliento, saltó poniéndose de pie y corrió a
los establos. No había ni un alma aparte de un mozo de cuadra que estaba
parado cerca de las puertas, obviamente cuidando. Margaret le lanzó una
moneda.
—Alertadme si alguien viene.—ella le ordenó.
—Pero mi señora…—el mozo protestó.
Ella suspiró y le dio otra moneda.
—Y quedaos callado, ¿entendéis? Ya me he ganado bastantes
problemas.
El mozo alzó los hombros y apretó las monedas en su mano. Margaret
corrió al establo de Beast y con apuro se quitó el vestido y se puso su malla.
Sería más fácil con un escudero, pero lo había hecho por tanto tiempo que
logró hacerlo en poco tiempo.
Recogió su escudo, un par de lanzas y su poste, luego abandonó el
establo. Las cubiertas de su cabeza las sostuvo a un lado. Ensilló su propio
caballo, y luego lo sacó de los establos.
Los ojos del muchacho se agrandaron pero ella puso un dedo en sus
labios.
—Acordaos,—ella dijo.—No queréis conocer mi espada, ¿cierto?
Negó con la cabeza vigorosamente. Margaret escondió su sonrisa y
continuó su camino hacia las listas.
Frances y Amery se le habían unido a Baldric en las graderías.
Margaret le dio al juglar su poste y sus cosas de la cabeza.
—¡Pero mi señora!—Frances dijo horrorizada.
—Shh,—Margaret siseó. —Arruinarás mi plan. Cuidad de Amery y
ayuda a Baldric a sostener el poste derecho. Es bastante importante.
—Como queráis.—dijo Frances dubitativamente.
Margaret recogió su montura y equipo ye caminó hasta el final del
campo, sosteniendo su capa cerca de su rostro. Ni modo que la reconocieran
tan rápido.
Dobló sus brazos sobre su pecho y se puso a esperar. El momento de
retar a Ralf llegaría pronto, y entonces habría acabado con el de una vez por
todas.
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estaba visible, pero aun estaba ahí. Muy bien,¿ quien era este idiota que se
aparecía justo ahora para arruinar las cosas?
—Alexander de Seattle fue el primero en retarlo,—un hombre declaró
desde el pabellón del rey. Alex no sabía como llamar a este hombre.
Comentarista de color no le sentaba. Sonrió a pesar de si mismo,
imaginándose como un comentarista del siglo veinte hubiera detallado los
eventos del día.
—Tengamos un poco de historia sobre el impopular Lord de Brackwald,
—Alex se dijo a si mismo. —Abusivo, deshonesto, y punzante. No creo que
tenga una oportunidad en el infierno de tomar el premio, ¿no es así, Bob?
—No, ¡fui yo quien lo retó primero!—El otro caballero dijo
frenéticamente. —¡Fui yo!
—Dejad, muchacho,—Alex dijo, tomando su lugar al final de la valla de
la justa. —Vamos Brackwald. Esto es lo que querías!
Ralf no perdió tiempo. Alex se encontró con que su escudo de madera
fue pinchado por una lanza bastante afilada.
—Hey, ¡estos supuestamente debería estar desafilados!—Alex le gritó
cuando se cruzaron el uno con el otro de vuelta a sus escuderos.
Ralf tan solo le sonrió.
—Bueno, demonios,—Alex dijo, tomando otra lanza de Joel y llevando a
Beast al final de la valla. —Parece que el hombre va bastante en serio.
La otra embestida de Ralf acabó completamente con el escudo de
Alex. Se encontró viendo a una punta bastante afilada muy cerca de su
rostro. Alex arrancó la lanza de la madera solo para ver como se rompía por
la mitad.
Alex regresó a Joel, luego levantó el escudo para que el heraldo
pudiera verlo.
Ricardo levantó su mano.
—¡Otro escudo para el hombre!
Genial. Lo que Alex hubiera querido era que se le multase por utilizar
el tipo equivocado de lanza.
Bueno, parecía que todo dependía de el. No habría ayuda real.
—Estarás tosiendo serias desgravaciones por esto, Ricardo, mi amigo,
—Alex murmuró mientras Joel se esforzaba por levantarle otro escudo.
El último pase de Alex fue un éxito. Supo que le dio fuertemente a Ralf
en el pecho y lo escuchó maldecir mientras caía de su caballo. Fue solo
entonces que se dio cuenta que tan cerca llegó la punta de la lanza de Ralf a
su muñeca a través del escudo.
Aflojó la lanza, cabalgó de vuelta al pabellón del rey, y se la soltó al
heraldo. Luego se volteo para ver lo que quedaba del enemigo de Margaret.
No, su propio enemigo, el hombre que estaba en medio de lo que el quería.
Ralf se había puesto de pie y le estaba haciendo señales para que se
acercara.
—Vamos, Seattle, Terminemos esto,—dijo roncamente. —¡Hasta la
muerte!
—¡No!—el caballero del otro lado del campo gritó. —¡No, no hasta la
muerte!
—Tendrás vuestra oportunidad con el que gane,—anunció el heraldo.
—¿Acepta este reto, Seattle?
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Alex miró al rey, esperando que dijera algo ahora. ¿Luchar a muerte no
estaba en las reglas de justar a finales del siglo doce, cierto? Pero el rey tan
solo se recostó en su silla y miró impasible.
—Genial,—Alex murmuró. Desmontó, sacó su espada y ahuyentó a
Beast para que se alejara. —Hubiera podido ser Barbados,—dijo con un
suspiro.
Pero entonces, hubiera sido Margaret en su lugar, y quien sabe que
hubiera podido pasar. Y Margaret debería ser el premio, no el cadáver.
—Muy bien Brackwald, maricón, veamos que tienes,—Alex dijo,
flexionando su brazo donde tenía la espada. —¿Mas juegos sucios?
Ralf hacia ver al resto de gente como escuderos. Alex se dio cuenta de
esto rápidamente, y no fue un descubrimiento bastante feliz. Había sabido
que Brackwald era despiadado, pero sospechaba que era por su personalidad
podrida. Ese hombre parecía ser tan habilidoso que no parecía justo.
—¿Te estas pasando al lado oscuro de la Fuerza?—Alex preguntó.
—No se que sea eso, pero si significa infierno, si, así es.—Ralf dijo,
entregando una malvada embestida junto con esas palabras.
Alex se quitó del camino y le respondió con un embiste que cualquier
tenista profesional estaría orgulloso.
—Ni siquiera creo que el infierno te querría. Hueles bastante mal.
Y tan malos dientes. La boca de ensueño de cualquier dentista. Que
mal que no hubiera forma de enviar a Ralf al siglo veinte con la única
condición de que se arreglara los dientes. Sin anestesia.
Lo malo era que Ralf probablemente hubiera sido enviado de vuelta
inmediatamente. Cualesquiera fueran sus fallas, el hombre si que tenía
energía. Claro, el no había pasado toda la mañana enfrentándose a sus
contrincantes uno tras otro. Alex sintió que su espada se volvía cada vez mas
pesada en su mano. Apretó los dientes y buscó dentro de si la fuerza
necesaria para terminar esto, y terminarlo pronto. No tenía la energía
suficiente como para un empate.
Y entonces se dio cuenta de repente que la guardia de Ralf había
bajado. Alex vio como su espada atravesó la de el y se enterró fuertemente
en el hombro de Ralf.
—Arrgh, —Ralf dijo, a través de dientes apretados. Se tropezó hacia
atrás, sosteniendo su brazo con el que manejaba la espada. Alex lo forzaba
de regreso, jamás dejando sus embestidas hasta que Ralf cayera al piso
fuertemente. Alex pateó lejos la espada de Ralf, luego le pisó la mano antes
de que pudiese alcanzar una daga en su cinturón. Alex puso su espada fría en
la garganta de Ralf y sonrió despiadadamente.
—¿Morirás?
Los ojos de Ralf estaban llenos de odio.
—No tienes los cojones para matarme.
—¿Que no? Que gracioso, esta mañana pensaba que si.
Alex, levantó su espada luego se detuvo a la vez que se daba cuenta lo
que estaba a punto de hacer.
Asesinato en 1194
Se encontró con que no se podía mover. Estaba apunto de quitar una
vida en 1194. ¿Quien sabía como esto percutiría en el futuro? Sin importar
que había decidido quedarse para arreglar las cosas con Margaret. La verdad
era, que este no era su siglo, y no tenía por que matar a alguien que si
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que admitirse a si mismo que fue hecho de manera bastante artística, mando
a volar la espada de ella. Vio como volteaba en el aire y estaba bastante
impresionado con la velocidad y trayectoria. Luego la vio venir abajo.
Fue entonces que un sentimiento de horror se apoderó de el.
La espada iba en dirección al pabellón del rey.
Cortó el toldo y se clavó en la madera del piso con toda la fuerza de un
misil.
Justo en el medio de las rodillas de Ricardo Corazón de León.
Por suerte para el rey, no había estado sentado con las piernas
cruzadas.
—Merde, —Margaret habló en voz baja.
—Puedes decir eso de nuevo, cariño,—Alex dijo agarrándola del brazo.
Se llevó a el y a su futura errante esposa a través del campo y los puso a
ambos de rodillas al frente del pabellón. No se atrevía a decir nada. Lo único
que esperaba era que la reacción de Ricardo no sería la de llamar para que
trajeran un par de cuerdas que hicieran juego.
—Alexander de Seattle,—el heraldo anunció.
Alex miró cuidadosamente al heraldo. Hizo una mirada furtiva al rey.
Aun estaba mirando boquiabierto a la espada que temblaba.
—¿Si?—Alex aventuró.
El heraldo apuntó al lejos final del campo.
—Hay todavía un oponente.
Alex miró a su izquierda y sintió que sus ojos se ensanchaban antes de
que pudiera detenerse. Madre Santa, ese hombre era inmenso. Su caballo era
inmenso. Estaba vestido totalmente en negro. Hasta desde lejos, Alex podía
ver que se veía bastante descansado y vigoroso.
—Bueno, que demonios.—Como si casi amputar las joyas reales no
hubiera sido suficiente. ¿Ahora esto?
Su día había cambiado obviamente para lo peor.
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Capitulo 20
la malla que cubría sus piernas. Tal vez alguna alimaña había invadido sus
pantalones.
Alex se veía cansado. Margaret cogió su espada, en caso de que
necesitara ayuda, luego se dio cuenta de que su espada aun estaba clavada
en el pabellón del rey. Sacó su daga y dio otros pocos pasos hacia el campo.
El caballero negro estaba luchando demasiado bien, aunque por alguna razón
se veía poco cómodo en su armadura. Margaret vio como daba un paso atrás
y levantaba las manos para dar un alto a la lucha.
—Que fastidio son estas cosas,—dijo el, quitándose el yelmo y
tirándolo al piso. Estaba utilizando una cofia, pero la tenía ladeada. Margaret
vio como también se la quitaba, luego sacudió un montón de cabello oscuro.
A pesar de si misma, encontró la vista del hombre bastante llamativa.
De la misma forma que lo hizo Alex, obviamente, por la forma en que
la punta de su espada hizo contacto abrupto con el piso.
—¿Jamie?—Alex jadeó.
El caballero negro sonrió y le hizo una pequeña venia a Alex.
—Nada menos que en cota de malla,—dijo orgullosamente. —Aunque
no tienes idea cuanto me tomó encontrar un traje que me sirviera. Por las
rodillas de San Miguel, no hay buenos trabajadores de metal en el siglo
veinte! Pero le dije a Beth que no había sentido en venir a buscarte si no
tenía el equipo apropiado para traerte de…
Alex se tiró el yelmo, tiró a un lado su espada, y corrió a abrazar al
hombre que parecía tener en mente su muerte no hacía más que unos
momentos atrás.
—¡No puedo creerlo!—Alex exclamó, golpeando al hombre con
entusiasmo en la espalda. —¡Por fin me encontraste!
El caballero negro devolvió los machaques con unos cuantos duros
golpes propios.
—Si, bueno, Tratamos una o dos puertas antes de encontrarnos con tu
pequeña bola de aluminio ceca del aro en el pasto…
Margaret vio como de repente Alex detuvo los golpes. Se alejó y le
frunció el ceño al otro hombre.
—¿¿¿Tenías que encontrarme hasta ahora??? ¿Tu tiempo oportuno
apesta!
—bueno, nuestro viaje por el portón hacia el futuro tomó mas de lo que
espera…
Margaret vio como la expresión de sorpresa de Alex cambiaba de
fastidio a extremadamente furioso. Con un grandioso empujón hizo caer al
caballero negro, luego saltó a agarrarle el cuello.
—¡Maldito seas, James MacLeod!— Alex gritó.
¿James MacLeod, el cuñado de Alex? Alex tomó un breve momento
para considerar lo que esto significaba, luego se dio cuenta de que Alex
estaba a punto de estrangular al otro hombre. Eso no serviría para nada.
Tenía preguntas que hacerle a este Lord MacLeod, preguntas que aclararían
la sanidad de Alex sobre sus historias.
—¡Deteneos!—ella gritó. —Alex, ¡detened esta idiotez!
—Maldito seas, Jamie, —Alex estaba diciendo. —¿Por que no me dijiste
sobre esas malditas X?
—Yo no pensé… verás el... mapa,—Jamie trataba de respirar,
obviamente luchando para coger aire.
SAGAS Y SERIES
Capitulo 21
—Ni yo. —Ale rió por el solo placer de hacerlo. —Casi no puedo creerlo.
George le dio un codazo clandestinamente.
—Una presentación, mi señor.
Bueno, George obviamente estaba buscando más ‘futuros’ detalles.
Estaba mirando a Jamie y a Alex como cualquier otra persona del futuro
miraría a un extraterrestre. Alex no se demoró en presentar el capitán de
Margaret a su familia.
—Un placer,—George dijo, con los ojos un poco mas abiertos de lo
normal.
—George sabe todo,—Alex explicó. —Y me cree. A diferencia de
Margaret, que piensa que he perdido la cabeza. Y no es que se lo haya
echado de buenas a primeras. ¡Santo cielo, llevaba un mes de conocerme
antes de decirle!
—Okay,—dijo Elizabeth, tomando a su hijo de nuevo en brazos. —Es
hora de que nos cuentes todo. Desde el principio.
—¿Escuché que trajiste munchies?—Alex preguntó con esperanzas.
—Es parte del kit de supervivencia de viaje en el tiempo,—Elizabeth
dijo con una sonrisa seca. —Encontremos algún lugar con privacidad, y
abrimos lo que trajimos. Tal vez cuando te ocupes de tu club de fans, —ella
añadió, asintiendo hacia las graderías.
Alex miró hacia las graderías y pudo ver que aun habían bastantes
almas esperando por el. Baldric estaba allí, viéndose como si estuviera a
punto de comenzar a decir versos, sus dedos ya se estaban flexionando
decididamente. Frances estaba de pie con un Amery que se retorcía en sus
brazos, Y Joel sostenía todo lo que podía con sus brazos la armadura de Alex.
Alex sintió que se le apretaba el pecho. Que grupo que era. Y pensar que
acababa de ganarse el derecho de cuidarlos. Hacía la victoria más dulce aun.
Alex los presentó, luego convenció a George de llevar al pequeño
grupo al salón para que pudiera hablar con su familia en privado. Fue un viaje
corto hacia donde Jamie y Elizabeth habían dejado sus monturas y equipo. En
corto tiempo, Alex se había quitado su malla, ser sentaron debajo de un árbol
y Alex saboreó su primer Twinkie en dos meses.
—Este día tan solo no puede mejorar,—dijo chupándose los dedos.
—Si, si, bueno ya has tenido tu dosis de dulces, —Elizabeth dijo
lanzándole una ramita. —Quiero detalles. Y no creas que te vas a salir con la
tuya con ese montaje que hiciste de querer estrangular a mi marido.
—Obvio,—Dijo Jamie, frotándose la nuca claramente. —Creo que
necesitaré la satisfacción de una larga lucha para quedar mano a mano.
—La historia primero,—Elizabeth le dijo a Jamie. —Lo quiero entero
hasta poder escuchar todo lo que tiene que decir.
Alex no pudo si no sonreír. Su familia y Margaret en un solo día. Era
casi demasiado bueno para ser verdad.
—Bueno,—dijo el, recostándose contra el árbol. —Todo comenzó
cuando Beast tuvo un resfriado y estornudó encima de mí.
—Ah, eso si que es un comienzo favorable.—dijo Elizabeth con una
risa.
—Debí saber que algo estaba pasando. De todas formas, subí las
escaleras para limpiarme y luego tuve que atender el teléfono por que Zach
es incapaz de hacer más que acabar con lo que hay la nevera. Fue entonces
cuando encontré el mapa. —miró a Jamie. —Asumí que tan solo estabas
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garabateando, por que estaba seguro de que no podía significar lo que pensé
que significaba.
—Tu primer error.—Jamie dijo.
—Afortunadamente en este momento no parece ser un error. De todas
formas, decidí que era hora para un cambio de escenario así que pensé ir a
Barbados…
—Te dije que allí querría ir...—Elizabeth le dijo a Jamie pinchándolo en
las costillas.
—…Pero de algún modo terminé muy al norte.—Alex terminó.
—No puedes culparme por eso,—Jamie protestó. Fui bastante
específico en el lugar de las puertas.
—Como querías que supiera que no te lo estabas inventando!—Alex
exclamó.
Jamie apretó los labios.
—Viajar en el tiempo no es para hacer bromas.
—Gracias, lo sé ahora.
—¿Por que no me esperaste?—Jamie le preguntó. Hubiera podido
decirte la verdad del asunto.
—No estabas cerca. Por cierto, ¿que tal esta Barbados por esta época
del año?
Jamie miró a su esposa e hizo una cara de dolor por la mirada que ella
le estaba dando.
—Ah, bueno, quizás no es un lugar vacacional bastante agradable
como uno quisiera. Pero eso es una historia para después.
—Ni creas que sentiré pena por ti. Al menos veías el sol.
Jamie hizo uno dos sonidos de incomodidad, luego le hizo con la mano
para que Alex continuara.
—Puedes tener pena de mí luego de que oigas los detalles, pero te
aseguro de que no los quieres tener ahora. Ni quiero contártelos con tu
hermana sentada aquí para que me regañe de nuevo por levantar uno o dos
petardos. Cuéntanos mejor de tus aventuras.
Jamie se veía tan desesperado por distraer a Elizabeth, que Alex no
pudo evitar sentir pena por el. Se puso mas cómodo contra el árbol, luego
comenzó desde el inicio cuando Margaret le puso su bota en su espalda y
luego su secuestro de Brackwald. Luego contó su plan para poner a Edward
como Lord de Falconberg y sus numerosos intentos de regresar al futuro.
—¿¿‘Llévame a casa, ruta campestre’??—Elizabeth preguntó.
—Estaba desesperado,—Alex gruñó. —Por cierto, ¿como se
regresa?
Jamie alzó los hombros.
—Tan solo lo hacemos. Aunque no tengo mucho que decir sobre el
tiempo de partida y de salida.
—¿Así que Aerolíneas MacLeod, aun no es un medio de transporte
perfeccionado?
—No le des cuerda.—Elizabeth dijo misteriosamente. —Tan solo toma
mi palabra en esto: No se queda imperfecta por falta de intentos.
Alex sospechó que era sabio no preguntar por detalles en ese
momento. La expresión de Jamie se volvía filosófica en exacta proporción a
como se profundizaba el ceño de Elizabeth. Mejor escaparse de esa pelea
mientras podía.
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Capitulo 22
—Yo digo que es él, el que va a escapar, a pesar de la orden del rey.
—Yo haría lo mismo si fuera él, —dijo otra. —Con su aspecto tan
atractivo y fuertes brazos podría escoger una entre varias candidatas para
que fuera su esposa.
—Ay sí, ¡qué facciones tiene! Santos, con sólo verlo me pongo de
espaldas.
De un desmayo, Margaret pensó con desánimo. Sí, ver a Alex es
suficiente para que a cualquier mujer le tiemblen las piernas. Y ella sería de
el.
De sólo pensarlo debería llenarla de alegría. Sin embargo, pensó que
no tendría más estómago para comer nunca nada. Sin importar que le
hubiera dicho que la quería para él, antes de siquiera ir a Tickhill. Por un
momento no quiso ser más que una campesina y que él fuese el hijo
bastardo de un mampostero. De esta manera por lo menos hubiera estado
segura de que se casaba con ella por amor.
Se abrazó a si misma. Fue un gesto voluntario, se había convertido en
algo que hacía con aterradora regularidad. Tampoco sabía el porqué sentía la
necesidad de hacerlo.
Para proteger su corazón.
—¡Uy, uy!—chilló una de las jóvenes. —¡Ahí viene! Escuchen, ¿no
alcanzan a oírlo discutir desde aquí? ¡Qué voz tan melodiosa la que tiene!
—¡Y qué acento tan fascinante el que tiene! ¡Tan extranjero!
Margaret frunció el ceño. Había oído el acento de Alex demasiado
como para pensar que era fascinante. Molesto, era la palabra más adecuada.
Se dio la vuelta en dirección a la puerta y mantuvo el ceño fruncido. Qué le
importaba que él hubiera venido? Quizás sólo había venido a ver qué mujeres
tenía Odo para ofrecerle, ahora que recibiría pronto su título podría muy
probablemente escoger a alguna de las del grupo. Margaret estuvo tentada
de decirles que él no era más que el hijo de un curandero. Se lo merecía el
infeliz y que ella le estropeara las oportunidades que tenía con estas gatas
rencorosas.
—¡No me diga que no!—gritaba Alex. —Si quiero ver a Margaret de
Falconberg, ¡lo haré!
Alex había tomado el tono de un noble indignado. Margaret estaba
empezando a sentir un poco de placer con el hecho de que estuviera
exigiendo verla, entonces vio los rostros incrédulos de las jóvenes a su
alrededor.
—Seguramente está aquí para decirle que no quiere nada con ella, —
murmuró una de ellas.
—Sí, y que desea terminar con esto lo más pronto posible, —añadió
otra. —¿Cómo me veo? ¿Tengo la toca de cabello derecha y cubriendo todo lo
que debería?
Margaret observaba mientras hacían alharaca y sentía que el corazón
se le hundía en el pecho. Tenían razón: Alex seguramente venía a decirle que
no quería nada con ella.
¿Por qué lo querría, si podía elegir cualquier doncella de Inglaterra?
Eso no le importaba a ella. Margaret no le hizo caso a su dolor y miró
fijamente la puerta, esperando que Alex la atravesara. Se encontraría que
ella lo echaría antes de que le pudiera hacer eso.
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comparar con esta criatura. Una cara que jamás había visto en una doncella.
Es mas, Margaret casi no podía soportar mirarla.
—Soy Elizabeth.
Margaret no podía entender sus palabras. Ella asintió tristemente.
—Alex no ha tenido mucho tiempo de contarme sobre ti. Mi esposo
estaba demasiado ocupado justificando sus habilidades de hacer mapas.
—¿Esposo?—Margaret repitió. —¿Quien? ¿Alex?
Elizabeth parecía que hubiera entrado en shock, luego se rió.
—¿Que? no. Mi esposo es Jamie.
—¿Jamie? Pero pensé…
—Alex es mi hermano.
—Ah,—Margaret dijo. Se encontró con que no podía decir nada más sin
entrar a sudar del alivio. Miró a Elizabeth y se preguntó por que no lo había
notado antes. Ella y Alex tenían el mismo color de ojos. —Debí haberlo visto,
—Margaret admitió. —Digo que mi cabeza no es la mejor el día de hoy.
—¿Lord Alex es vuestro hermano?—una voz chilló
—¿En verdad?—otra preguntó.
—¡Ay, ay!—otra chilló, —¡Aquí viene!
Margaret miró hacia la puerta a tiempo de ver a Alex agarrarse del
marco, sus puños sangraban y su cabello estaba todo desarreglado. Volvió a
guardar su espada y caminó con zancadas a través del cuarto. Cada mujer
sostuvo el aliento, menos Elizabeth, claro. Margaret no pudo si no unírseles
en un grito sofocado. Había algo en ese hombre que le convertía los huesos
en miel aunque no lo quisiera.
Las mujeres de Lydia se recuperaron de momento y pronto estaban
rodeándolo como moscas encima de un montón de mierda. Margaret vio
como intentaba escaparse de ellas, pero obviamente no estaba
acostumbrado a esto. Después de varios intentos de escapar del círculo,
cruzó los brazos y les frunció el ceño.
—Coso bastante bien, ¿veis?—Una de las sin cerebro dijo.
—No, mis costuras son mejores,—otra dijo codeando a la otra y
poniéndola a un lado y lanzando la manga de su vestido en la cara de Alex. —
Una esposa debe ser capaz de coserle la ropa a su marido.
Y entonces comenzó una pelea bastante tediosa entre las mujeres
sobre quien podía costurar de forma más derecha, quien tenía más llaves y
quien podía azotar a los criados con más habilidad. Alex se puso aun mas
inquieto y la miró varias veces para que lo ayudara.
Margarte tan solo encogió los hombros. Que el mismo se saliera de
este embrollo.
Finalmente se limpio la garganta con gran fuerza.
—Estoy aquí para ver a Lady Margaret.—el anunció. —Sus habilidades
son fascinantes, desde luego, pero si me disculpan…
—¿Ella?—una de ellas rió. —¿Pero por que? ¡Ella ni siquiera sabe
distinguir una punta de aguja de la otra!
La mano de Alex voló a su hombro en una moción protectora. Margaret
le frunció el ceño. Así que ella no le había cosido la herida bien. Estaba
cerrada, ¿no? Alex miró a las damas.
—Si me disculpan.
—¡Pero si ni siquiera es una mujer!—Una joven particularmente
venenosa escupió. —¡Miradle la ropa de hombre!
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rivalizaba con el viento del norte por frialdad. Pronto vinieron ofrecimientos
para servir de costureras y ayudarla en buscar material. Margaret estaba, en
realidad, asombrada. Tal vez las mujeres temían que Alex viniera tras ellas y
no les iría bastante bien. O era eso, o temían que Elizabeth fuera la que lo
hiciera. Hasta Margaret hubiera cogido una aguja tan solo para evitar esa fría
mirada sobre ella.
—Vamos a caminar al jardín, —Elizabeth dijo, enlazando su brazo con
el de Margaret. —Odio quedarme en el interior.
Y antes de que Margaret pudiera decirle que si o que no, s3 encontró
caminando por el castillo y escapando el gran salón. Una vez afuera, tomó un
gran aliento y vio que tan feliz estaba de estar afuera.
—Mis agradecimientos,—dijo, dándole a Elizabeth una cautelosa
sonrisa. —Siento que no soy bastante buena cuando estoy atrapada en un
cuarto tan pequeño.
—Especialmente con tales acompañantes,—Elizabeth estuvo de
acuerdo, —Pensé que fuiste grandiosamente educada.
—¿Educada? No les dije ni una palabra.
—Pudiste haberlas cortado en pedacitos,—Elizabeth señaló, con una
sonrisa. —Estoy sorprendida con tu paciencia. Alex estaba seguro de que
encontraríamos sangre por todas partes.
—Puede agradecerse a si mismo de que no hubo. No puedo decir que
hubiera hecho si el no hubiera venido.
Elizabeth tan solo sonrió.
—Creo que el sabía eso. Anda, veamos si encontramos un pedazo de
jardín donde sentarnos. No creo que debamos salir por el portón, aunque en
verdad me vendría bien una caminada para aclarar mi cabeza. Odio a
mujeres tan zorras, ¿tu no?
Elizabeth era tan franca, todo lo que podía hacer Margaret era
parpadear sorprendida. Ahora, esto si le hacía pensar si en realidad no
debería viajar a Escocia algún día. Las mujeres allá son hechas
definitivamente de otra cosa.
—Todas las mujeres en Escocia, ¿hablan tan claro?— preguntó
Margaret.
Elizabeth sonrió.
—Creo que si.
Margaret se quedó pensando.
—Creo que debí de haber nacido allá,— meditó. —Tal vez hubiera sido
más aceptada.
—En realidad pareces más de otro tiempo.
—Es verdad,—dijo ella con un suspiro. —Y si que es desconcertante,—
Elizabeth rió, pero fue una risa amable. Margaret se encontró bastante
animada por ella. Obviamente se había perdido de mucho al no tener una
hermana. Tal vez el casarse con Alexander de Seattle sería más tolerable
después de todo.
—En las justas lo haces bastante bien,—Elizabeth dijo a medida que se
sentaba en las hierbas de Lydia. —Has debido de trabajar duro para
perfeccionar esta habilidad.
Margaret asintió.
—Tenía que hacerlo. Mi padre murió hace casi ya diez años y me dejó
al cuidado de sus tierras.
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Margaret pensó en ello un buen rato. Si había dicho que la quería, que
no la dejaría, tal vez lo decía en serio. Su padre y sus hermanos jamás le
habían prometido nada como esto.
Pero obviamente no los había amado de la misma forma que amaba a
este loco hombre de Seattle.
—Confía en el,—Elizabeth dijo. —Ha esperado toda su vida por ti. No
irá a ningún lado.
Margaret asintió. El tiempo lo dirá. Parecía que Elizabeth no tenía
intención alguna de llevarse a su hermano. Tal vez se quedaría de todas
formas. Pero aun había este otro problema para ser resuelto. Margaret miró a
la hermana de su amor.
—No creéis en sus tonterías, ¿cierto?
—¿Sobre el futuro?
—Si, esa tontería. Y el portón en el pasto.
Elizabeth jugó con la hierba, luego sonrió.
—Creo,—dijo lentamente, —Hay mucho más en la vida de solo lo que
podemos ver con los ojos y tocar con nuestras manos.—Tiró a un lado la
hierba. —Las historias sobre hadas deben de venir de algún lado, ¿no crees?
—Hmrump,—Margaret dijo, no queriendo llegar a ese lado. —Pensaré
en ello.
Elizabeth tan solo sonrió y se levantó.
—Veamos a ver tu vestido de novia, ¿quieres?
—Aye,—Margaret dijo con un suspiro a la vez que se ponía de pie. —Si
puedo soportar su rencor.
—Yo me encargo de ellas. Tan solo preocúpate por relajarte y quedarte
de pie para que te puedan medir. Ya te dije cuanto te ama Alex? Deberías ver
su rostro cuando habla sobre ti. Jamás lo había visto de esta forma.
Margaret sabía que Elizabeth trataba de tranquilizarla y se lo agradecía
enormemente. Era bueno tener el coraje bien arriba cuando llegase el
momento de enfrentarse a las gatas rencorosas de Lydia y sus costureras.
Para cuando llegaron al castillo, Margaret comenzaba a creer en las
palabras de Elizabeth. Alex se había visto contento al recibir su titulo, ¿no? Y
ella obviamente venía junto con Falconberg, ¿no? Y no había dicho él que no
le importaba la tierra, ¿sino solo ella?
Se encontró abanicando sus mejillas. Santo cielo, se casaría en la
mañana con el hombre. Eso traería bastantes besos y mucho mas, eso si
sabía.
—Margaret, te ves un poco colorada.
—No es nada,—Margaret dijo con voz ronca. —Cansancio por el día de
hoy, estoy segura.
Elizabeth la miró como si supiera, luego rió.
—Apuesto a que si. Vamos. Creo que tu vestido debería ser verde. Es
el color favorito de Alex.
Y se vería bien con el rojo, el color que tenía en su rostro sería para
toda la vida. Margaret siguió a la hermana de Alex hasta el torreón y rezaba
para poder sobrevivir los próximos dos días.
Boda.
¡Santos, pero hacía ver a un día de pelea parecerse a una mañana
descansando en la pradera!
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Capitulo 23
tentada a pellizcarse para asegurarse que la escena antes de ella era real. El
rey había levantado su espada, le había dado a Alex un decidido golpe al lado
de la cabeza, y le había informado que esa era la última agresión que alguna
vez debía soportar sin contraatacar. Luego le había dado a Alex, la espada de
William de Falconberg y le había instruido para usarla en la defensa del reino,
las viudas y los hijos de la tierra y a aquellos que no podían defenderse.
Jamie entonces había respondido a la llamada y, con gran resolución,
había atado las espuelas de Alex a sus talones. Elizabeth había
intercambiado una rápida mirada y una sonrisa con su hermano y había
sabido exactamente lo que estaba pensando. Esto no era algo que alguna
vez habían imaginado mientras tomaban un café en una cafetería. Los
sueños de Alex incluían a su propio Lear y una bonita casa campestre, y los
de ella habían abarcado una exitosa carrera como escritora. De una forma o
de otra, las espuelas y codearse con la realeza medieval no habían estado en
la lista.
Elizabeth se obligó a volver al presente para encontrarse con que
Jamie había regresado a su lado. Miró como su hermano, arrodillado quieto
en ese frío piso de piedra, colocaba sus manos en las de una leyenda
medieval y comprometía su vida a la de él.
—Yo, Alexander de Falconberg, juro...
—¡Santo cielo, Elizabeth, —murmuró Jamie en su oreja—si tu padre
solamente pudiera ver esto!.
Ella inclinó la cabeza, sonriendo. Su papá siempre le hacía pasar a
Jamie un mal rato acerca de sus afirmaciones de pertenecer a la aristocracia.
Saber que ahora su hijo poseía lo mismo que había dicho habría hecho que se
desplomara. Verdaderamente era un conde y pronto hasta estaría casado con
la hija de un barón medieval. Elizabeth negó con la cabeza con otra sonrisa.
Ella tenía muchísimas dudas de que esto hubiera entrado en las intenciones
de sus padres cuando enviaron a Alex a un distante jardín todos esos años
atrás.
Miró a través de la cúpula y vio la mitad del pie de Margaret dentro de
la luz del sol, y la otra mitad en las sombras. No podía negar que Margaret
era perfecta para él. Y estaba perfectamente claro que le amaba
desesperadamente. Elizabeth no podía desearle más a su hermano. Si esto
era lo que el Destino le tenía previsto, entonces ella ciertamente no
interferiría.
El sacerdote reemplazó al rey en el altar, y Margaret fue llamada hacia
adelante. Alex estuvo inmediatamente de pie, tendiéndole la mano. Elizabeth
sonrió a medida que observó el acercamiento de Margaret. Se veía
maravillosa y desesperadamente feliz, aunque Elizabeth podría decir que
intentaba duramente no mostrarlo.
El verde había sido la elección correcta para su túnica. Eso fue otro de
los proyectos que habían mantenido a Elizabeth toda la noche despierta.
Después de dejarles un par de horas para que descansaran, se había
levantado para ver como Margaret se vestía, aunque su verdadera misión
había sido hacer que Margaret se mostrara segura en lo alto de la capilla. Ella
había pensado que su hermano estaba siendo demasiado mordaz con sus
reiteradas amenazas, pero Margaret había parecido algo animada por ellas.
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El paje, quien sin duda había visto una gran cantidad de cosas, miraba
totalmente estupefacto como Alex lo consideraba.
—Es un grandísimo honor, Mi señor.
Alex miró a Margaret, cuyos ojos estaban igualmente de enormes en
su rostro.
—Wow. ¿Qué piensas?
—¿Me preguntáis mi opinión?
—Por supuesto que te pregunto tu opinión. ¿Partes iguales, recuerdas?
—Bueno, —dijo ella, viéndose un poco sorprendida —apenas asumí que
vos…
—Preguntaría tu opinión en los asuntos que nos interese a ambos —
terminó Alex para ella—¿Qué dices?
Ella sacudió su cabeza con asombro.
—Mi padre se habría desmayado totalmente des solo pensar esto.
Alex miró a su derecha donde Jamie y Elizabeth se sentaban,
—¿Escucharon al tipo?
Jamie inclinó la cabeza.
—Sí. Sería algo para ver, seguramente.
—¿Pueden quedarse durante tanto tiempo?
Elizabeth intercambió una mirada con Jamie, luego asintió hacia Alex.
—Nos encantaría ir.
El paje inclinó la cabeza y salió corriendo. Alex se recostó en su silla y
se permitió hundirse en ella. Vería por segunda vez la coronación de Ricardo
de Inglaterra. Que historia para sus nietos.
—Wow, —dijo él.
—Sí, wow, —estuvo de acuerdo Margaret, tratando de alcanzar su
mano. Lo agarró firmemente con la suya. —Nunca he estado en Londres. ¿Y
tú?
—Sí, pero imagino que habrá cambiado un poco desde que estuve allí.
Margaret lo miró con una débil sorpresa, luego una sonrisa
tremendamente indulgente apareció en su cara.
—Ah, Alex, algún día vuestra mente conseguirá ser totalmente clara.
Estoy completamente segura de ello.—le frotó el brazo, —No debo de
preocuparme, ¿verdad?
Su esposa pensaba que estaba chiflado. Genial.
—Estoy realmente encantado de que seas tan paciente con mi locura
—logró decir.
—¿Y como no serlo? —preguntó ella.
Otro paje tiró fuertemente de la manga de Alex.
—Mi señor Alexander, Lord Odo os envía un aviso.
Parecía ser la tarde de los mensajes. ¿Dónde había un buen asistente
administrativo cuando uno lo necesitaba? Alex adoptó una sonrisa resignada.
—Claro, ¿qué pasa?
—Dice que el rey se dispone a irse dentro de una hora.
—Bien, entonces tal vez nosotros también partiremos de Tickhill al
mismo tiempo —dijo Alex, mirando a Margaret—¿Estás lista para ir a casa, o
no?
Ella asintió con la cabeza,
—Más que lista.
El paje se veía conmocionado.
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gusto de su hermana se dirigía hacia la poesía y las cartas de amor. Alex sólo
podría esperar que Margaret se emocionase con un soneto o dos. La miró y
sonrió.
—Mira que allá esta el más fino vino de Odo… —le recordó a ella.
Ella suspiró el lamento de una mujer condenada a un destino sólo
ligeramente mejor que la muerte.
—Muy bien, entonces.
Jamie comenzó a toser.
Alex golpeó a su cuñado no muy delicadamente en la espalda, luego se
volvió hacia el paje de Lord Odo.
—Informa a vuestro señor que nos sentimos honrados —Y dile que se
apresure antes de que Margaret cambie de idea, agregó silenciosamente.
El paje se fue corriendo y Alex se volvió hacia su novia para tratar de
reconfortarla sólo para encontrarla tragándose afanosamente el segundo
vino más fino de Odo. Alex le quitó la copa.
—Querrás tener la cabeza despejada
—Quiero estar aturdida para el dolor.
—No será tan malo como piensas.
—Es mejor no saberlo.
Alex secundó su anterior decisión para asegurarse de que ella no
escondiera ningún acero cuando él la llevara a cama. Daría cualquier cosa
por un detector de objetos metálicos portátil
Antes de que él pudiera desear algo más, el rey se levantó y un loco
salió a toda prisa para inclinarse de modo respetuoso y saludarlo con una
reverencia que convulsionó a la compañía. Alex estuvo agradecido por la
distracción. Había estado a punto de pensar en los detalles de la noche de
boda, y solamente el hecho de pensar en ello era suficiente para ponerlo
directamente en el límite. Ir sobre el límite tendría que llegar más tarde y
tenía esperanzas de llevar a Margaret directamente junto con él.
Asumiendo que ella no lo apuñalara primero.
Con Margaret de Falconberg, uno simplemente nunca sabía.
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Capitulo 24
—En 1998.
—Ah —dijo Margaret con aprobación. Ella no estaba del todo
convencida que tal lugar, o tiempo, existiera, pero si se hubiera inclinado a
tal suposición, el mismo sabor de esta pasta dulce la podría haber
convencido.
Margaret volvió a poner la tapa con una débil punzada de
arrepentimiento.
—Lo debería guardar, —dijo, colocando la caja en la mesa cerca de la
cama. Luego miró de nuevo a Alex. —Para más adelante.
Él estaba acostado en posición horizontal en la cama, apoyándose
encima de su codo.
—Hay otras cosas que podríamos hacer.
—¿Como qué?
Él le sonrió abiertamente a ella.
—Besarnos.
Ella consideró, luego inclinó la cabeza.
—Me gustaría eso.
—DE igual forma te gustará lo que viene justo después, lo prometo.
Ella sólo negó con la cabeza.
—Es mejor que el chocolate, —prometió él.
Margaret bufó antes de que se pudiera detener.
—No me cabe en la cabeza.
Alex soltó una carcajada.
—Ya verás.
—Ciertamente, lo haré. Muy bien, ¿qué tengo que hacer?
—Acércate.
Ella avanzó lentamente hacia él.
—Ahora, acuéstate.
Ella estaba más que dispuesta a hacer eso. En cierta forma el
chocolate se le había subido a la cabeza y se sentía más bien mareada.
Y luego Alex comenzó a besarla.
A su mareo se le unió una creciente fiebre. Mientras más tiempo él la
besaba, más febril comenzaba a sentirse. Pronto estuvo unido a un
hormigueo que no podía identificar, ni lo uno ni lo otro.
—Podríamos quitarnos algo de ropa —propuso Alex, levantando su
cabeza para coger aire.
—Por supuesto, —dijo Margaret, tratando de alcanzar los lazos de su
túnica. —Me siento enteramente acalorada. Pienso que es el chocolate.
—Podría ser yo, ¿sabes?
Ella consideró eso, luego sacudió su cabeza.
—Creo que no. Éste es un sentimiento totalmente nuevo. Me atrevo a
decir que te he besado bastante en el pasado para conocer la diferencia.
—Margaret, —dijo él, sonando débilmente exasperado—esto no es
simplemente besar. Mis manos vagaban por todo tu cuerpo
Ella tenía la certeza de que estaba equivocado, pero no tenía sentido
no seguirle la corriente. Se despojó de sus ropas sin pensar, luego se dio
cuenta exactamente de lo que había hecho. Se levantó, muy desnuda, al lado
de la cama y clavó los ojos en su también desnudo marido, aparentemente
muy ansioso.
—Aja… —dijo ella débilmente.
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Capitulo 25
Margaret se despertó por la luz del sol que pasaba por su ventana. Ah,
el tiempo sería bueno hoy. Esto era el acompañamiento perfecto a su estado
de ánimo. Quizás el tener intimidad con su marido no había comenzado tan
bien; aunque los resultados finales si habían sido satisfactorios.
Ella cambió de posición y gimió por el dolor en sitios muy
desacostumbrados.
—Puedes decir eso otra vez. —murmuró Alex, levantando su cabeza de
la almohada que estaba a su lado, giró su rostro hacia ella, y sonrió. —
Buenos días, esposa.
—Buen día para vos también, esposo, —dijo ella devolviendo la
sonrisa. Ella levantó su mano y con cuidado tocó su ojo morado. —
Disculpadme.
Él sólo resopló con un poco de risa.
—Sólo doy gracias, que en el momento no tuvieras un cuchillo a tu
disposición. Si que sabes golpear, mi amor.
Su ojo estaba completamente hinchado, cerrado y había empezado a
tener una coloración muy poco atractiva con colores oscuros: negro, azul,
pero sobre todo morado. Aunque la verdad, era, que no tenía a nadie que
culpar sino solo a el mismo. Él le había advertido de una pequeña
incomodidad, pero ella lo había deseado tanto, que no le había prestado
atención. Ella no había esperado ese tan agudo e implacable aguijonazo. Él
había sido afortunado de que ella sólo lo hubiera golpeado en el ojo. Si
hubiera tenido un cuchillo a mano, solo los santos sabían lo que podría haber
ocurrido.
Ella recordó todo en su cabeza. Él había sido bastante cuidadoso con
ella antes de que se retiraran a la cama. Había pensado que él simplemente
estaba tomándose el tiempo necesario para familiarizarse con su cuerpo,
pero ahora podía ver que él había estado esperándose un golpe.
Bueno, no parecía estar tan mal. Ella pasó sus dedos a lo largo de sus
hombros desnudos y se rió ante los sonidos de placer que él emitía.
—¿Queréis ir a desayunar algo? —preguntó ella.
—Tal vez más tarde.
Ella estuvo de acuerdo.
—Si, en eso tengo que estar de acuerdo. No creo tener ganas de
levantarme ahora mismo.
—Yo desde luego que sí.
Margaret se le quedo mirando fijamente al ojo azul verdoso. Si que
había un centelleo decisivo allí.
—Bueno, —dijo ella, preguntándose que era lo que encontraba tan
divertido, —Entonces baja y tráenos algo de comer.
—Eso no es a lo que me refería. —Su mano se deslizó a tientas a
través de la cama hasta que encontró su rodilla, entonces empezó a explorar
un poco más. Él siguió trabajando hasta subir y capturar su mano. Retirando
la sabana.
—Déjame aclararte una serie de cosas.
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que el lo gastara como mejor le pareciera. Ella había asumido que él quizás lo
que querría para comprar una espada para él, u otra montura para acoplarse
a los rigores de lo que es la justa.
Se había equivocado.
De donde había sacado la idea ella no tenía ni idea, pero en algún sitio
en aquel cerebro empañado tendría que estar, él había decidido que tenía
que cortejarla. Sin importar que ya la hubiera ganado.
Apenas sabía como tomarlo.
Todo había comenzado en Londres. El viaje hasta allí había sido
bastante tranquilo, simplemente un viaje sin contrata tiempos, se pasaban
las noches en cómodas posadas o bajo las estrellas. Margaret había estado
contenta simplemente con estar con Alex en cualquier parte donde él
decidiera colocar su cabeza. Jamie y Elizabeth había sido maravillosos
compañeros, llenos de historias sobre la vida del clan, en el pasado y
presente. Margaret hasta había comenzado a creer sus historias de su vida
en el futuro. Eran tan buenas personas, ¿Cómo no podría aceptarlos solo por
que tuvieran un leve defecto mental?
Después de alcanzar Londres, habían tomado un par de recamaras
muy finas y se habían instalado para esperar la coronación del rey. Ella y
Elizabeth habían estado tomando su refrigerio una tarde cuando Alex
irrumpió en la recámara junto con Jamie, ambos portaban en sus brazos una
gran cantidad de telas y los seguían un puñado de costureras. Alex había
traído un par de vestidos ya hechos para ella, los vestidos de un material
maravilloso que ella apenas podía mantener sus manos quietas cuando se los
puso. Casi había conseguido convencerla de que debería vestir de manera
femenina más a menudo.
Pero todo esto no se había detenido allí.
Él se había ocupado de conseguir pantalones y túnicas para los dos.
También se había presentado con extraños perfumes y exóticos productos
alimenticios. Había traído anillos para sus finos dedos y redecillas para su
cabello.
Y, por supuesto, él le había regalado una fina daga nueva.
Si ella no hubiera estado enamorada de él antes de esto, lo habría
estado después de que ella hubiera visto como la luz de la lumbre bailaba a
lo largo de la hoja tan perfectamente formada.
—Acero de Damasco, —indicó con orgullo.
¿Cómo una mujer no podía amar a este hombre?
Y amarlo lo hacía, pero a cada momento que pasaba lo amaba más
todavía. Le gustaba la belleza de su cara y su forma de ser. Le gustaba la
agudeza brillantez de su lógica que tenía a pesar de su cabeza medio
dañada. Le gustaba la luz despiadada que aparecía en su ojo cada vez que
pensaba que alguien estuviera contemplando insultarlo, o que dios se
apiadara, a ella.
Por los santos, era afortunada de que lo hubiera secuestrado a el en
vez de Edward de Brackwald.
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Capitulo 26
el sótano del torreón de Margaret, estaba seguro que Ralf les pisaría los
talones.
Bueno, no había nada más que pudiera hacerse, solo prepararse
mejor por lo que pudiera pasar. Por otro lado, todo lo que podía hacer era
disfrutar ser un recién casado.
Y ponerse a trabajar en aquella bañara para dos.
Ellos montaron a caballo hasta el muro exterior, Alex tan sólo pudo
mirar boquiabierto ante aquella vista.
Era como si el condado entero hubiera decidido permanecer en aquella
planicie. Tiendas de campaña, cobertizos, ramas atadas dignas de una choza
Suiza de la Familia Robinson.
—Todos ellos estaban allí.
Y Sir George permanecía a unos pasos, radiante. Alex miró a
Margaret.
—¿Tienes idea alguna de lo que es esto?
Ella miraba tan atontada como él.
—Creo que quizás todos han venido para que distribuyáis justicia.
Como hacia en su día mi padre.
—Bueno, —dijo Alex, desconcertado. —Parece que las cosas han
estado cocinándose por un tiempo.—Él vio aprensión en su expresión y se
estremeció. —No significa como sonó.
Ella soltó su aliento despacio, entonces se giró y sonrió tristemente.
—Lo sé, Alex. No es vuestra culpa que no acudieran a mí.
Él se deslizó de su montura y sostuvo sus brazos hacia ella.
—Ven acá, esposa,—dijo él, haciéndola caer en sus brazos.
Él la sostuvo fuerte y acercó su cabeza a su oído.
—A veces la vida realmente es una porquería, Margaret.
Ella puso su cara en su cuello y simplemente estuvo de pie dentro de
su abrazo, abrazándolo fuertemente. Alex cerró sus ojos y saboreó el
momento. ¿Qué había hecho él para merecer a esta mujer? Ella nunca
admitiría derrota, nunca admitiría que la herían, nunca admitiría ninguna
debilidad. Pero el hecho, que ella estuviera de pie con sus brazos alrededor
de él significaba bastante para él, que ella aceptaba su consuelo. Y esto era
suficiente.
—Entremos,—dijo él suavemente. —Creo que tenemos bastante
tiempo como para oír algunos de estos casos.
Ella levantó su cabeza y se encontró con su mirada fija.
—¿Tenemos?
—Desde luego, tenemos, —dijo él, poniendo un mechón de cabello
detrás de su oreja.
—¿Qué sé yo de justicia medieval? Llámame ‘Alex cabeza de números’.
Ella negó con su cabeza.
—Ellos no lo aceptarán de mí.
—Bueno, ellos lo aceptarán de nosotros.
—Yo probablemente hasta no debería estar en el salón...
Él la besó para acallar el resto de sus palabras.
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Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Elizabeth rió.
—Probablemente sería mejor no llevarles. Si lo intentas, Jamie te dará
de nuevo el sermón de la fabricación del tiempo.
—Con agujeros y todo.
—Los está pasando por alto.
Él suspiró. Tal vez el tiempo tejía una tela que ninguno de ellos podía
entender ahora mismo. Pero no podía menos que preguntarse que tipo de
desafíos, su pequeño club de fans podría presentar al Tejedor Principal.
—No seremos olvidados, —repitió Baldric, en su tono de juglar. Él sacó
su barbilla, y la rigidez de la barba canosa gris era bastante para advertir que
la resistencia de Alex sería en vano.
Alex miró a Elizabeth.
—Bien, no es como si fuesen a vivir al siglo veinte. Irán solamente de
visita.
Ella se encogió de hombros.
—Es tu decisión.
Alex rió débilmente.
—Esto seguramente dará material nuevo a Baldric.
—Solo eso ya vale la pena. Iré a ver a Jamie. —Ella lo golpeó en el
hombro, luego se fue al salón.
Alex la miró irse, sintiendo una punzada de pena. Él no quiso pensar en
extrañar a su familia. Él hacía las cosas bien. Miró a Margaret y sintió la
seguridad elevarse sobre él otra vez. Ellos se propusieron estar juntos. El
siglo no importaba. Tal vez Jamie regresaría más a menudo de lo que él
pensaba. Alex miró a Joel.
—Llevaré la espada, Joel. El resto puedes llevarlo arriba.
—¡Pero, mi señor!
—Salimos solamente a pasear, niño. No hay necesidad de equipaje
pesado.
—Como vos digáis, mi señor, —dijo Joel dudosamente. Alex miró a Joel
poner la espada en el piso y casualmente una manta la cubrió, pero no antes
de esconder debajo de ella otra cantidad del equipo de Alex, que obviamente
se dio cuenta. Alex no tenía ganas de discutir, así que no dijo nada. En
cambio, fue a ver que tipos de cosas le decía Margaret que debían
tambalearle la cabeza al pobre George.
—… Aseguraos que Sir Richard no tome la guardia nocturna. Siempre
que se duerme y luego se levanta, se encuentra con que se ha cortado con
su espada.
—Margaret, —George dijo con una risa —confiad en mí. Yo veré que las
cosas estén controladas en vuestra ausencia.
Margaret no lo miró muy convencida.
—Quizás podría chequear la lista de la guarnición con vos una vez
más....
Alex rió secamente con el suspiro sufrido de George.
—Mi amor, —dijo, tomándola del brazo y tirando con cuidado, —
George estará bien. Estaremos de vuelta en unos días, no tendrán tiempo de
notar que nos hemos ido.
—Él tiene razón, —dijo George. —Todo estará bien. Vos ya lo veréis.
Margaret suspiró y permitió a Alex abrazarla.
—Él quiere una pelota de béisbol, Alex. Lo que sea que signifique.
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Alex montó y pasó a caballo con Margaret por las puertas. El rastrillo
fue cerrado de golpe en la casa detrás del grupo con un aire de carácter
definitivo.
—¡Maldición, —Alex refunfuñó—, denme un descanso! Todo saldrá
bien!.
—¿Alex?
Alex miró a su esposa, quien claramente había resucitado la idea que
él había perdido todas sus neuronas.
—Tan solo hablaba conmigo mismo, —él explicó.
—Hmmm, —dijo, cabeceando, —Ya veo.
—Lo hago mucho cuando estoy nervioso.
Ella rió brevemente.
—No os atormentaré si no viajamos más lejos que Brackwald. Vos no
tenéis nada que temer de mí. Bueno, —ella agregó, —quizás una pequeña
broma.
—Me siento mejor ahora.
—Pensé que lo harías.
Alex no podía sino reír. Al demonio con sentimientos fastidiosos. Él
tenía todo que necesitaba a su lado. Era sólo que estaba nervioso. Había
tenido sus momentos de mariposas en el estomago cuando estaba en la
corte. Esto era la misma cosa.
Suspiró aliviado. Eso tenía que ser. Él tomaba a cinco personas a un
tiempo que no les era propio, y esto sólo le daba un poco de ansiedad por
cómo funcionaría. ¿Quien podría culparlo? Por todo lo que sabía, Frances se
pondría histérica, y Baldric desenredaría cada trozo de ropa que encontrase a
su alcance y gritaría desnudo corriendo hacia el bar más cercano. Solo el
cielo sabía lo que Margaret haría, probablemente dirigiría su espada hacia él
y lo cortaría en pedacitos.
Cuando ellos habían viajado una milla o más, tenía completamente el
control y había dejado de estar nervioso y había comenzado a pensar en
como iba a manejar los gritos inevitables del grupo. Amery era demasiado
joven para entender lo que vería, pero Frances y Joel sin duda entenderían
muy bien. Él planeó sobornarlos con comida chatarra por su comportamiento.
Baldric era otra cosa, su reacción le era desconocida, pero Alex sospechó
que podría ser distraído con unos cuantos tapetes.
Era Margaret quien lo tenía preocupado. Ella llevaba más armas de las
que él había pensado que tenía. ¿Qué haría la primera vez que viera su
Ranger Rover? ¿Avanzar con la espada desenvainada?
Y luego se encontró con poco tiempo para seguir especulando. Habían
llegado al círculo de las hadas. Miró a Margaret para juzgar su reacción. Su
cara estaba completamente impasible. O estaba ganando la guerra contra
burlarse de el, o estaba asustada profundamente. Se imaginó que era esto
último, y probablemente tenía razón de ser con todo ese sentimiento de
magia en el aire. No había duda en la mente de Jamie de que terminarían en
la tierra de Jamie. No había sentido esta clase de magia en el aire cuando
había venido antes con Beast y sus frases claves.
—Cada uno adentro, —dijo Jamie, esperando hasta que el resto de
ellos estuvo dentro del anillo.
Alex miró a su cuñado y agarró sus riendas fuertemente.
—¿Crees que funcionará?
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—Desde luego, —Jamie dijo con una sonrisa burlona. —Me atrevo a
decir que el aro sabe que estoy muerto por un baño en el Jacuzzi y por unos
brownies.
—¿Nos llevarás al año correcto?
—Podemos esperarlo, —dijo Jamie con otra risa.
—Grandioso, —Alex refunfuñó. —Nuestro ilustre guía de viaje no está
seguro del destino o el año. Tal vez debería haber traído aquella cota de
malla después de todo.
Al menos él tenía el peso consolador de la espada de William de
Falconberg sobre su cadera. ¿Pero quién necesitaba protección? Él estaba
con Jamie y, sin importar lo que había dicho, irían al siglo veinte. Esto tenía
que ser suficiente. Alex tenía que despedirse.
Él miró a su esposa. Ella estaba pálida como la muerte.
—¿Margaret? —Él la llamó suavemente.
Sus ojos estaban pegados al cielo.
—Está comenzando a nevar, —ella susurró. Este parecía ser el caso.
Ellos habían cabalgado bajo cielos azules. Aquellos ahora estaban nublados. Y
el campo circundante estaba cubierto con una buena pulgada de nieve.
Alex miró a su hermana. Su expresión era de un alivio intenso. Ella se
rió de él.
—Parece que funcionó, —ella dijo.
Alex asintió y dio vuelta para encontrar los ojos asustados de su
esposa.
—Dorothy —dijo, —creo que ya no estamos en Kansas.
Margaret sacó su espada.
Alex suspiró.
Tenía el presentimiento de que iba a ser una tarde muy larga.
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Capitulo 30
Capítulo 31
Varias horas, y una distracción o dos más tarde, Alex estaba parado al
lado de su Range Rover con las llaves en la mano, mientras Margaret miraba
fijamente su vehículo con la misma expresión que si hubiera visto un
desagradable insecto encima de uno de sus barriles de harina. Él fue hasta
ella y volvió a registrarla de arriba abajo. Ella le miró ceñuda.
—No he traído nada.
—Tan solo te registraba por el puro placer de hacerlo, mintió él, con la
mirada fija en sus botas. Estaban vacías, se enderezó y le sonrió.—
Investiguemos mas a fondo debajo de blusa...
—Basta, —dijo ella malhumoradamente —Te di mi palabra de que no
metería nada en esta bestia tuya.
—No es que no confíe en ti, pero es que aún no has oído el ruido que
hace.
Alex miró detrás de su esposa y se encontró con el resto de grupo
familiar que los miraban con gran interés. Alex esperaba esfumarse antes de
que Amery advirtiera cualquier cosa que no fuera el camión Tonka que
estaba acariciando. Los demás parecían que no iban a darles problemas.
Baldric parecía estar preparándose para otra competencia con Joshua.
Elizabeth tenía a Frances bajo control, y Jamie intentaba llevarse a Joel
ofreciéndole a cambio una clase de esgrima. Joel no había estado interesado
hasta que Jamie había sacado el Claymore, un arma antigua, de casi metro y
medio que había desenterrado durante la reconstrucción del vestíbulo. Había
montones de cosas como esas que había desenterrado y sabía que podían
interesarle, Jamie intentaba distraer a Joel con ellas una por una. Alex
observó como su escudero seguía el Claymore por el jardín como si fuera una
serpiente encantada.
—Ahora lo pondré en marcha, —dijo Alex —No debes meter nada, y
digo nada, ni dedos ni armas blancas dentro del motor cuando esté en
marcha.
Margaret parecía estar a punto de protestar, así que Alex se lo dijo
directamente.
—El motor te agarrará la mano, la meterá dentro y la aplastará
completamente.
Ella se puso inmediatamente los brazos debajo de la espalda.
—O tu pelo—agregó él, esperando que comprendiera lo peligroso que
era. —Atrapará tu cabeza tan rápidamente que no sabrás lo que está
ocurriendo.
Ella dio un paso hacia atrás y miró al Range Rover con mucho respeto.
Alex puso en marcha el motor y alargó su mano hacia ella.
—Ven. Mira. El ruido es simplemente el rechinamiento de un montón
de metal.
—¿Y los caballos?
—Es con lo que se mide el poder del coche, son caballos de fuerza, lo
que produce la energía del coche. ¿Lo entiendes?
Ella asintió con la cabeza, luego retiró la mano que él aún estaba
sujetándole.
—Es fascinante.
—¿Estás preparada para dar un paseo?
Ella le miró con los ojos muy abiertos.
—¿Que entre dentro de eso?
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—Hay una reina que se sienta en el trono —dijo mirando a Alex. —Creo
que ya he tenido esta conversación antes.
—Si estuviese aquí Jamie amenazaría con la anarquía, sin duda —
agregó Alex.
—Una Reina —dijo Margaret, sonriendo. —Es toda una delicadeza
desde luego.
—Ha habido varias reinas antes que ella—aclaró Roddy.—Y le aseguro
que han sido tan buenos gobernantes como si hubieran sido hombres.
—Por supuesto —dijo Margaret, como si cualquier otra cosa fuese
inconcebible.
Alex sonrió a la vista de su satisfacción. Era la primera noticia del día
que la complacía, debería haberla traído a conocer a Roddy antes.
—Creo que la soberanía de las mujeres comenzó con Eleanor de
Acquitaine —aseguró Roddy —Si bien ella no gobernó sola, fue una mujer de
lo más imponente.
—Sí, realmente me lo pareció la última vez que la vi —afirmó Margaret.
Roddy pareció momentáneamente alarmado, pero luego se encogió de
hombros y comenzó a parlotear sobre los recovecos de la monarquía inglesa.
Alex sólo escuchó a medias. Él no podía quitarle los ojos de encima a su
esposa. Una vez pensó que ella le embriagaba, pero ahora se preguntaba si
esa palabra hacía justicia a lo que sentía por ella. Ella le robaba el aire. Casi
no soportaba mirarla allí sentada oyendo las historias de cosas que ocurrirían
después de que ella hubiera muerto, casi estaba a punto de echar a Roddy
de su propia sala y tomarla allí mismo frente a chimenea.
—Alex, estas sonrojado.
Alex vio que Margaret le miraba con el ceño fruncido.
—¿Estás indispuesto?
—Creo que necesito una siesta —dijo él —Cuando estés preparada
para irnos.
Quizá fuera mejor tomarse la siesta allí mismo, porque la verdad es
que no deseaba perder el tiempo en llegar hasta su casa para eso.
Pero tenía que pensar que tendría a esa mujer para el resto de su vida.
Tal vez no hubiera hecho nada para merecerla, pero el pirata que
había en él no tenía ninguna intención de soltarla por ese pequeño
tecnicismo. Maldita sea, ella era suya.
Y haría lo que fuera por retenerla.
SAGAS Y SERIES
Capitulo 32
pero ella no había hecho más que mentir y decirle que había presionado a
Joel para que lo pusiera allí.
Una vez que había alcanzado el establo, se quitó el suéter de Alex y
detenidamente lo colocó en su alforja. Ella se quitó la suave camisa, y luego
se puso su cota de malla. Una vez que ensilló su caballo, dejó el establo y
montó en el patio de Jamie. Ella dio una última mirada, entonces hincó los
talones a su montura y cabalgó afuera del portón exterior.
Ella no miró atrás.
—No la he visto.
Alex frunció el ceño.
—No está arriba.
—Quizá fue a dar un paseo.
—Sí, —dijo Alex, sintiéndose mas aliviado,— Y con suerte se alejó del
bosque.
—Eso pode os esperar.
Alex comió media docena de cucharadas de avena directamente de la
olla, luego abandonó la cocina para tomar su abrigo y unos zapatos aptos
para una primavera escocesa. Estaba a mitad de camino del vestíbulo
cuando se dio cuenta de algo.
Su espada no estaba.
El miró alrededor y miró fijamente su dormitorio. Su espada se había
ido, junto con la pequeña colección de cuchillos que ella había estado
guardando encima de una mesa. Alex caminó a través de la habitación
lentamente, preguntándose distraídamente en su mente por qué él tenía el
impulso aplastante de vomitar.
Había una nota sobre la mesa. Alex la alcanzó con manos no muy
estables.
Mi amado Alex,
Margaret
Capitulo 33
—Mi Señor, temo que el joven Amery tiene cosas que hacer, —Frances
se aventuró vacilantemente a decir. —Se queja muy violentamente.
Alex había mirado fijamente a Amery y vio que era verdad. El niño
armaba un alboroto terrible. Alex se preguntó por qué no lo había advertido
antes.
—Muy bien, —dijo, mirando fijamente el cielo. —Tan solo no se salgan
del círculo.
SAGAS Y SERIES
Capitulo 34
—Lo haré. Ah, —dijo ella, alcanzando su alforja, —tengo algo para vos.
—Sacó un cubo claro de algún material extraño, plástico lo había llamado
Alex. Se lo entregó a George. —Aquí está. Según lo prometido.
George lo aceptó con la misma admiración que probablemente habría
utilizado si le hubiese entregado la corona de Inglaterra y el cetro.
—Wow,—respiró él, levantándolo para poder mirar la pelota dentro del
cubo de plástico. —Los jugadores han firmado sus nombres. Mira, Margaret.
¡Las firmas de los Mariner abundan sobre ella!
Margaret se preguntó si esos Mariners no deberían haber estado más
tiempo en su barco que jugando esos juegos. ¿Y por qué habían garabateado
sus firmas sobre esa ridícula pelota blanca donde no hacía ningún bien?
Hombres, pensó con un resoplido. ¿Quién podía entenderlos?
Ella tomó el pequeño paño de terciopelo que había acompañado la
pelota de béisbol y lo puso sobre la caja clara para cubrirla.
—Mejor no espantar a los otros con eso, —sugirió ella.
—Ah, sí, —respiró George, frotando la caja reverentemente. —La
mantendré bien segura.
—No tengo ninguna duda de que lo haréis. Ahora, no vayáis a estar tan
seducido por esa ridícula pelota que olvidáis las tareas que debéis ver por
mí.
El movió la cabeza, luego le sonrió seriamente.
—No olvidaré lo que vos has exigido, Meg. ¿Pero le agradecerás a Alex
por esto, lo haréis?
—Sí, lo haré, —dijo, aunque en realidad esperaba que no la
estrangulara cuando volviese. El tenía varias pelotas de béisbol puestas en
un estante, pero ninguna de ellas con los garabatos pequeños y ciertamente
ninguna de ellas en cajas claras. La que había escogido era muy querida
probable para él. Ah, bien, pero era un pequeño precio a pagar por la
felicidad de George.
Ella acomodó su alforja, entonces acudió a George para despedirse.
Ahora que había llegado el momento de decirle adiós, apenas supo cómo
hacerlo. Aquí estaba un hombre que había sido más que sólo el capitán de su
guardia. Había estado junto a ella cuando no había nadie más allí. Había sido
un padre cuando el propio la había dejado sola. Cómo echaría de menos sus
gruñidos, los tirones ocasionales en la punta de su trenza, el destello en sus
ojos cuando había hecho algo excepcionalmente sobresaliente. No, decirle
adiós no era algo que pudiese hacer.
El puso su tesoro a un lado, entonces la cogió y la asió bruscamente en
sus brazos.
—Os echaré de menos, —dijo él, con voz quebrada. Se aclaró la
garganta.—No tendré a nadie a quién mantener en línea.
—Tendrás a Edward,—ella logró decir.
—¿Y que gracia hay en eso? El muchacho no tiene espíritu. —El la besó
en ambas mejillas, después la empujó lejos. —Id, muchacha. Pensad en mí de
vez en cuando.
Margaret lo miró con lágrimas en los ojos.
—¿No vendrás vos?
El sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa.
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Capitulo 35
Se le ablandó la expresión.
—¿Intentaste viajar al pasado?
—¡Claro que lo intenté!
—No tuviste éxito, obviamente.
—Bueno, no fue por falta de intentos! —gruñó él. La volvió a sacudir. —
Estoy muy enfadado contigo.
—Sí, sospeche que lo estarías.
—No puedo creer que me dejaras. Ni tan siquiera puedo creer que el
pensamiento cruzase tu mente.
Ella apretó sus brazos alrededor de él.
—No podía pedirte que dejaras todo esto.
—¿Por qué todos pensamos lo que es mejor para los demás? —Explotó
él, mientras la alejaba a la longitud de su brazo. —¡Podría haberme ocupado
de la Inglaterra del siglo doce! ¡Habría sido un buen conde, maldición!
—Pero la Range Rover…
—Mañana lo vendo —dijo él.—Te acostumbraras a la idea de andar,
pues es la única manera en la que iras a los sitios de hoy en adelante.
—Oh, Alex, no puedes venderlo. Me gusta mucho, —ella lo abrazó de
nuevo y le dio golpecitos en la espalda. —Ciertamente llegas más seco a tu
destino que a caballo.
Bueno, no iba a tardar demasiado en acostumbrarse a la idea de ir en
coche. Alex frunció el ceño contra su cabello. Ella le había causado
muchísima tensión, destrozó su corazón, y ahora discutía tranquilamente
sobre su coche como si no tuviera nada que decir sobre ella.
—Vamos a casa —refunfuñó él. —Tengo un trabajo que hacer.
Ella pestañeó.
—¿Lo tienes?
—Golpes en el trasero, —aclaro él. —Muchos.
—Preferiría que lo arregláramos en las listas, si te da lo mismo.
—No lo es, y no quiero.
—No me golpearás el trasero.
Él le frunció el ceño.
—Soy el conde.
Ella alzo una ceja.
—Y yo la condesa y no me golpearás el trasero —ella chasqueo los
dedos y su caballo trotó acercándose a ella obedientemente.—Vamos a casa,
Alex. No he comido nada desde la última que tome contigo, y estoy
hambrienta.
Antes de que Alex fuese capaz de protestar, ella lo cogió de una mano
y con la otra al caballo y tiro de ellos hasta los establos. Ella lo sentó en un
banco mientras cuidaba de su montura. Alex la miró mientras ella quitaba la
manta y la silla, la miró más intensamente mientras ella cepillaba y
alimentaba a su caballo. Miró largamente, se dio cuenta de lo que se le había
devuelto. Esta gran mujer, valiente, terca era suya. Para siempre. Si
simplemente pudiese mantenerla lejos del círculo de pasto.
—¿No te marcharas de nuevo, cierto? —preguntó calladamente él. Ella
guardó el cepillo, entonces salió del establo. Cerró la puerta y se apoyó
contra ella.
—No, —dijo ella, tan silenciosamente como él.
—Casi me mataste, Meg. No podría soportarlo otra vez.
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Capitulo 36
Les llevó mucho más que unos días dejarlo todo preparado. Fue a
principios de Agosto cuando Margaret tuvo a su marido con el equipaje hecho
y cargado en la Range Rover. Jamie había ofrecido el Jaguar para el viaje,
pero Margaret había visto lo poco que le apetecía separarse de su querido
coche, por lo que ella aseguró que el otro les iría bien. Además, la Range
Rover les serviría para acampar, y ciertamente lo necesitarían.
Margaret se ajustó las oscuras gafas contra la intensa luz de ese día de
agosto soleado y sonrió al ver pasar el paisaje escocés velozmente ante ella.
—¿Este pequeño viaje tiene algún propósito? —preguntó Alex.
Ella escondió una sonrisa y le puso la mano en la pierna.
—Quizá.
—¿Tiene algo que ver con tu pedido de 300,000 libras esterlinas?
—Es posible. Puede ser que de nuevo quisiera ir de compras
solamente. Vestirse es caro en tu época, Alex.
Él miró significativamente sus jeans y la estropeadísima camisa que
llevaba puesta.
La camisa era una de las que había cogido de su armario esa mañana.
—Ya que nunca usas nada que yo no haya usado ya, —dijo secamente,
—debo asumir que estas mintiendo.
Ella puso una feliz sonrisa.
—Una mujer debe tener secretos. Es parte de nuestro misterio.
—Ves demasiado la tele.
—Lo leí en un libro.
SAGAS Y SERIES
felices con la familia de Alex y la suya propia. Las Tierras Altas eran
hermosas, y escabrosas, y caminar a través de ellas durante los últimos
meses había sido una bendición.
Pero ella extrañaba su tierra.
Sin embargo, eso ahora no importaba, y pronto ellos tendrían su propia
familia y pondrían sus vidas en marcha de nuevo. Falconberg era la
respuesta para que ir a menudo a Escocia no fuera un problema. Habían
trabajado rápido para adoptar a Frances, Joel, y Amery. Lógicamente, los
niños desearían ver a su primo Ian a menudo. Jamie y Elizabeth los visitarían
a menudo, cuando no estuvieran vagando por los siglos.
Asumiendo que Alex lo aceptara fácilmente.
¿Pero y si Alex no aceptaba su idea?
Era algo que se había negado a pensar —por supuesto que le gustaría.
A menudo él hablaba de su desilusión por que la corona ya no reconociera su
titulo que hacía que el estuviese por encima de ella. Se alegraría de que
hubiese gastado esa cantidad de dinero en esa causa.
O era lo que ella esperaba.
Si no, habría cometido el mayor error de su vida.
Dos días más tarde Alex estaba deseando que hubieran contratado un
avión y deseando muchísimo que Margaret le hubiera dicho a donde iban.
Había intentado mirar el mapa, pero al instante ella lo había metido dentro
de su camisa, como si eso lo hubiera detenido. Solo el miedo a estropear su
sorpresa lo había mantenido alejado de este.
Y si su nerviosismo servía como indicio, prometía ser una sorpresa
gigantesca.
Él solo podría decir el precio. Había hecho una sola llamada telefónica
y cambiado unos pequeños recursos para tener un cheque para ella, pero se
había preguntado si lo que haría ella merecería esa cantidad de dinero.
—A la izquierda —dijo ella, mientras lo sacaba de sus meditaciones. —
Este es el camino que debemos coger.
Las cosas empezaban a parecerle familiares. Nuevamente, se había
sentido mientras recorría las millas como si estuviera cerca de Falconberg.
Las ardientes colinas, rodantes y las aldeas pequeñas le habían hecho sentir
como si hubiera vuelto al lugar de hacía cien años. Lo extraño, sin embargo,
era el hecho de que lo estuviera viendo por una ventanilla de un coche.
Ciertamente no había tenido mucho tiempo para saborear los paisajes.
Quizás había algo que pudiera ser dicho a favor de viajar a caballo.
Repentinamente se encontró con que había quitado el pie del
acelerador y estaba boquiabierto.
Falconberg.
Podía verlo a lo lejos.
Miró a Margaret asustado.
—¿Es lo que creo que es?
Ella estaba tan blanca como un fantasma. Asintió con la cabeza. Alex
cogió su mano y continúo el camino que llevaba hasta el castillo. Cuanto más
SAGAS Y SERIES
cerca se encontraba del castillo, más cuenta se daba que había algo mal en
la situación.
—Está arreglado —dijo él, mientras pestañeaba sorprendido. Miro a su
esposa.—¿Tú has hecho esto?
Ella movió la cabeza.
—Edward lo hizo. Era parte de la promesa que George le exigió.
Alex sonrió.
—Bien hecho. ¿Y que usaste como chantaje?
—Le dijeron que mi fantasma lo visitaría desde mi muerte si él no
cumplía.
—Y los Brackwalds siempre han sido un manojo de supersticiosos.
—Sí, lo eran.
Alex se rió y le apretó la mano.
—Tú eres algo más.
—Sí, bien… —dijo ella arrastrando las palabras.—No tomes una
decisión aún.
Alex miró el foso. El puente levadizo estaba subido.
—Supongo que podríamos nadar…
El puente levadizo comenzó a bajar.
Alex lo miró sorprendido mientras bajaba por completo, entonces él
abrió la boca al ver que el rastrillo se elevaba. Miró a Margaret.
—¿El actual dueño nos espera?
—Es una forma de decirlo.
—¿Podemos conducir por el puente?
—Sí, me han dicho que aguanta el peso del coche.
Él aceptó su palabra, condujo por el puente y atravesó las puertas.
Paró el coche en la muralla y sencillamente miro fijamente el paisaje que
saludaba a sus ojos. Quizás las dependencias necesitasen algún arreglo. La
capilla se encontraba perfectamente, pero ahora había algunas lapidas
rodeándola. Alex se sentía muy tentado a ir a ver de quienes eran, pero eso
tendría que esperar. Seguramente los dueños no se alegrarían de verlo
merodeando alrededor de las tumbas de sus antepasados.
Las listas estaban en muy buen estado, aunque ahora el camino se
dividía y se convertía en lo que alguna alma oficiosa había convertido en
jardín. Y eso si que era un jardín.
—Apuesto a que han contratado a algún jardinero para que se ocupe
de esas rosas —dijo él señalando con la cabeza el inmenso campo lleno de
plantas de colores vividos.
—Eso creo, —Margaret asintió con una inclinación de cabeza. Salió del
coche y lo esperó.
Alex la siguió, entonces la cogió de la mano.
—Bueno, ¿llamamos a la puerta y vemos si hay alguien en la casa?
Ella asintió. Sus manos estaban frías como el hielo.
—Lo siento —dijo el suavemente.—Debe de ser difícil ver que hay
alguien en la que fue tu casa.
Debía de ser especialmente duro ya que ella no dijo nada, solo camino
más rápido. Cuando llegaron a la puerta de entrada, prácticamente estaban
corriendo. Alex apretó la mano de Margaret y le sonrió.
—Allá vamos —dijo él, y golpeó la puerta.
Nadie contestó.
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asqueroso, pero no era así. También él sintió agobio por el hecho de estar allí
y saber que era suyo.
Suyo.
Él se volvió y enfrentó a su esposa.
—Gracias —dijo él suavemente.
Ella sonrió, una sonrisa tímida que lo hizo sentir un deseo ardiente de
llevarla a algún sitio y hacer que esa sonrisa fuera más intima.
—Estoy feliz de que tú estés contento.
—Estoy muy feliz.
Ella señaló la repisa sobre la chimenea. En ella había una pequeña
caja.
—Mi cuchillo, —dijo ella con una satisfecha sonrisa. —Una herencia
familiar para los Brackwald eran muy renuentes de soltarlo.
—¿Qué les hiciste? —preguntó con vacilación, medio temiendo la
respuesta.
Ella se encogió de hombros.
—El dinero habla.
Él se rió.
—Eres tan mala como yo, —miró alrededor del gran salón y se sintió
como si realmente acabara de llegar a casa. El viaje hasta allí había sido un
infierno, pero para él había merecido la pena. —¿Nuestra alcoba sigue en
buenas condiciones?
Ella agitó la cabeza.
—El torreón es lo suficientemente sólido, pero no se vive aquí hace
mucho tiempo. Los muebles no están muy bien. Estoy segura de que si
George hubiera podido, lo hubiera impedido. Pero claro hay límites.
—Hizo un gran trabajo.
—Allí están las lápidas con nuestros nombres —continuó ella. —Creo
que enterró algunas cosas allí que querremos desenterrar.
Alex se estremeció.
—Eso es un amigo.
—Podrías encontrar tu bola de béisbol allí. Si no la ha metido en su
propia tumba.
Realmente esa sería una vista interesante. Alex contempló la idea de
coger una pala, pero entonces decidió que quizás era mejor dejarlo para otro
momento. Había cosas más interesantes con las que podía ocupar su tiempo
ahora y en su mayoría incluían quitarse las ropas.
—¿Qué te parece una siesta en la Range Rover? —sugirió él.
—¿Por qué pasamos una o dos horas en las listas, para coger de nuevo
las riendas del lugar.
—Mejor me gustaría coger…
—Oh, por todos los santos —dijo ella, riendo. —Tan solo tienes una
cosa en tu cabeza, mi señor.
—Tienes razón —dijo él, alargando su mano para cogerla.
—Una hora, —dijo ella, mientras retrocedía, —A menos que los viejos
huesos de Su Señoría sean demasiado frágiles para una actividad así.
Él le frunció el entrecejo.
—¿No deseas echar una siesta?
—Quiero trabajar para que me de hambre. A menos que temas
hacerlo, —dio ella, suspirando afligidamente.
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