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¡Adorado sea el Santísimo Sacramento! ¡Ave María Purísima!

La vocación del adorador nocturno: “Y llamó a los que Él quiso”


Tema de formación. Agosto de 2018.

"E
n aquél tiempo, Jesús Subió al monte y llamó a los que él quiso; vinieron donde él y los instituyó,
(1) para que estuvieran con él, (2) para enviarlos a predicar y (3) para darles poder de expulsar los
demonios. A Simón a quien puso el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano
de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé,
Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó." (Mc
3, 13-19).

El compromiso que los Adoradores Nocturnos hemos adquirido, tiene su origen en el Señor y sólo él lo conoce.
A este respecto, San Pablo, Como Jeremías da testimonio de esta vocación a la que ha sido predestinado:
"Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar
en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la
sangre" (Gal 1, 15- 16). El llamado de Dios es así de trascendente, él te ha llamado desde que estabas en el
seno materno para que fueses su adorador nocturno. Te ha mirado a los ojos y ha dicho tu nombre. Al mirarte,
como a San Pablo camino a Damasco, te ha cubierto de su luz (Hch 9, 3) y en el fondo de tu corazón has oído
resonar su voz que te dice "¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria del Señor ha amanecido
sobre ti!" (Is 60, 1). Haz sido elegido por el Señor para ser su adorador nocturno, haz sido llamado por el a
través de medios accidentales y diversos, pero él ha querido que fueras tú y no otro. A otros Dios los ha
llamado a otro servicio, a ti te llamó a hacerle compañía, consolando su corazón herido en las horas más
oscuras, en las filas de la Adoración Nocturna Mexicana.

Leyendo detenidamente el texto del Evangelio citado, podemos darnos cuenta de las tres razones por las que
el Señor te eligió:

1. Cristo te ha llamado para “estar con él”. Él nos dice en el Evangelio de San Juan (15, 9) “Los he
amado, permanezcan en mi amor”. La forma de atender este llamado es permaneciendo en el amor
del corazón de Jesús. Por eso el adorador nocturno se hecha a sus pies en las vigilias y, absorto en el
silencio sagrado de la noche, nutre su espíritu en la contemplación mística de su presencia
sacramental, ensancha su corazón alabándole con los salmos y se funde con él en la Sagrada
comunión. Eso es lo que significa “estar con él” y de nada le sirve al adorador ser miembro de la
cofradía y pasar en vela toda la noche si su corazón estuvo ausente, si en su día a día no “está con
él”.
Estar con Jesús no es solamente ir al turno una vez al mes sólo por cumplir y seguir siendo uno más
del mundo el resto de los días. Implica consolidar una vida de oración, lectura devota de la Escritura
y participación constante de la Sagrada Eucaristía.
El que ha aprendido a estar con Jesús, da testimonio de ello, se le nota que muy frecuentemente está
a solas, cara a cara, con el Señor; pues es en ese encuentro íntimo donde Dios nos transforma.
Cuando Moisés (Ex 34, 28-35) bajaba del monte Sinaí, después de 40 días de oración que tuvieron su
culmen en la teofanía magnánima con que el Señor Reveló sus diez mandamientos, "la piel de su
rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con él". De igual forma, al adorador nocturno que
en realidad estuvo con Dios, se le nota de dónde viene.
Muchos adoradores van al turno y están ausentes. Como ya pasó la hora que les tocaba, o todavía
no les toca, se relajan y se pierden en conversaciones del mundo como si la vigilia de turno se tratara
de ir a un encuentro con los compadres y no con Dios. El adorador debe caer en la cuenta de no llegar
a su turno del mes como quien atiende cualquier costumbre superficial, sino que va con el corazón
emocionado a vivir “el encuentro con su señor amado”, de manera que evita toda distracción y evita
desperdiciar el valioso tiempo que se consagra “para estar con Él”. Si no le ha llegado su hora de
¡Adorado sea el Santísimo Sacramento! ¡Ave María Purísima!

turno asignada, o si ya pasó, él sabe que su corazón está a los pies del altar, se conserva favoreciendo
el clima de recogimiento permitiendo envolverse por el silencio sagrado de la vigilia hasta que su
corazón queda totalmente estremecido por la presencia de Dios que se respira por toda la nave del
templo, por los pasillos, las aulas y los patios de la iglesia. No quiere perderse en conversaciones
amistosas cuando su corazón late atento a escuchar la voz del maestro. Por eso los estatutos
prescriben tajantemente las comilonas o las bebidas compartidas o las conversaciones seculares que
en nada edifican la espiritualidad del adorador nocturno, incluso a partir de la media noche, todas
las conversaciones deben callar y los adoradores que no estén en guardia, han de irse a descansar a
los dormitorios o, si no les es posible, se dedicarán a la lectura de libros espirituales.
Volvamos a recordar que la noche del turno es un auténtico encuentro transformante, intimidad con
Dios que te deja absorto, resplandeciente, como a Moisés. Permanecer en el amor de Cristo, esa es
la forma de “estar con Él” en el turno, no haciendo de la vigilia una noche de convivencia con los
amigos en la que se comparten refrigerios y charlas amenas, sino, de verdad “estar con Él”.

2. Para enviarles a predicar. Estar con él es un privilegio del discípulo, un auxilio para el alumno que,
después de clases, se queda con el maestro para que le de asesorías en donde se le dificultan las
cosas. El discípulo es un alumno. Los adoradores nocturnos somos alumnos que en la contemplación
de su rostro, toda la noche, aprendemos a ser como él. Y él nos va transformando, nos hace otros
Cristos y lo hace porque nos va a enviar a dar a conocer su rostro de amor, de perdón, de compasión
y generosidad. “Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes” (Jn 20, 21) “Quien me ve a mí, ve
a mi Padre” (Jn 14, 9). Todo esto lo hemos contemplado en Jesús, y lo hemos recibido a raudales al
celebrar la liturgia del ritual con entrega y devoción. Eso mismo es lo que damos, porque nadie puede
dar de lo que no tiene y nadie tiene lo que no ha recibido.
Pero si no “estamos” con Jesús, no vamos a aprender nada nunca y nuestros criterios seguirán siendo
los criterios del mundo. Es el criterio del Señor el que debe ser nuestro determinante, ese criterio
nos enseña cómo es que se es cristianos, solo así podremos ser “alter christus” (otros cristos).
Toda decisión, servicio, proyecto que tengas, se consulta con el maestro. Él te enseñará cómo hay
que hacerlo. Del coloquio con Jesús, saldrás enviado por él. Ya no a título personal, sino en su
nombre.
Caer en cuenta de esto tiene unas implicaciones tremendas que realmente hacen de nuestra vida
una nueva creación. Es darse cuenta de que nosotros no elegimos la Adoración nocturna, sino de que
Cristo nos eligió antes (Cfr. Jn 15, 16-18), él puso su mirada en ti y en mí. Él nos ha conquistado (Cfr.
Jer 20, 7). ¿Cómo corresponderé yo al amor de Cristo? El precio de seguir a Jesús es dar la vida por
Él. Sacrificarlo todo, renunciar a todo por él, poniendo siempre a Cristo en primer lugar.
3. Para ejercer autoridad. El adorador nocturno ha recibido del Señor, la autoridad de todo bautizado
para anunciar el evangelio, para realizar corrección fraterna, para catequizar, bendecir y acompañar.
Es decir, para hacer todo el bien posible y mediante ello, contribuir a la construcción del reino de
Dios en la tierra, para instaurar todo en Cristo. Pero, además, el adorador nocturno de Jesús
Sacramentado es enviado desde su encuentro personal con Su Divina Majestad, para que con su
oración sin cesar (1 Tes 5, 17), ofreciendo sacrificios espirituales (Cfr. Heb 13, 15. Ap 8, 3-4) siga
suplicando a Dios omnipotente por la liberación del mundo de las fuerzas del mal. No es incidental
que en la página 150, en cada hora de vela, el ritual nos indique proferir la oración a san Miguel
Arcángel.
No debe confundirse este ejercicio de deprecación con la potestad que sólo tienen los Obispos, como
ministros instituidos para realizar el exorcismo con la autoridad de Cristo. El papel de los adoradores
nocturnos es, precisamente, deprecativo. Es decir, dirigir suplicas fervientes ofreciendo la vigilia por
medio del Sacrificio de Cristo para aplacar la ira de Dios justiciero y que se muestre misericordioso
con su pueblo liberándonos de las insidias del enemigo. Es pues un papel intercesor, en comunión
de los Santos, del pueblo sacerdotal al que hemos sido constituidos, pero no por eso despreciable.
¡Adorado sea el Santísimo Sacramento! ¡Ave María Purísima!

Existe tanto mal en nuestro entorno, el misterio de iniquidad parece que crece a pasos agigantados.
Y es nuestro deber no descansar en la intercesión para que Dios nos libre de tantos males que
aquejan a nuestro mundo.
De esta autoridad recibida, Dios nos pedirá cuentas. A cada uno de nosotros en general y en
particular. Te pedirá cuentas a ti de que tanto rezaste o dejaste de hacerlo, como adorador nocturno
para contrarrestar el mal. Porque, recordémoslo, “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra
huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef 6, 12). Y hay un tipo de demonios “que
sólo se combate con ayuno y oración” (Mt 17, 20-21).

Es Dios mismo quien nos ha llamado, quien nos ha escogido y predestinado a ser sus adoradores, soldados de
su guardia real: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado
amigos, porque les he dado a conocer todo” (Jn 15, 15). No fuimos nosotros quienes le elegimos (Cfr. Jn 15,
16). Esto es un don precioso de su misericordia ante el cual un corazón agradecido no puede resistirse y se
arroja vencido por este amor, atento a cumplir con la vocación para la que ha sido creado: “Habla Señor, que
tu siervo te escucha” (1 Sam 3, 10).

¡Más tú, Oh Señor, ten misericordia de nosotros!

Canto: Tú has venido a la orilla.

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