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¿Por qué hablamos de derechos de los niños

—igual que hablamos de derechos de las mujeres, de derechos de los trabajadores,


o de derechos de los discapacitados—
en lugar de hablar simplemente de derechos humanos?
La razón está en que, en la historia de los derechos humanos, solemos distinguir
tres grandes fases.
La primera, la fase declarativa, que se produce a final del siglo XVIII.
A continuación, la fase de positivación,
de incorporación de esos derechos naturales al derecho positivo de cada país,
que se produce a lo largo del siglo XIX.
Y, la tercera, la fase de internacionalización, que se produce en el siglo XX.
Y, la mayoría de los autores añaden una cuarta fase que sería de especificación.
Especificación de los derechos humanos,
bien por el sujeto —mujeres, trabajadores, indígenas o niños—,
o bien por el objeto —derecho a la intimidad, derecho al medio ambiente,
derecho a la protección de datos personales, etc.—.
Ese proceso de especificación, en mi opinión, no es una cuarta fase,
porque en realidad recorre transversalmente el momento de la declaración,
el momento de la positivación y el momento de la internacionalización.
En cualquier caso, la especificación de los derechos tiene un origen común
—sea para las mujeres, los tabajadores, los esclavos o los niños—,
que es la concepción ilustrada de la persona como titular de derechos naturales,
como decían entonces.
Esa concepción ilustrada es una concepción abstracta de la persona humana
cuya dignidad moral deriva de la autonomía de su voluntad.
Ese hombre abstracto, que en la realidad se concreta en el cabeza de familia,
implica que deja al margen, en mayor o menor grado, desde luego a los esclavos
negros,
que eran propiedad de su amo;
también a las mujeres, que dependen de su padre o de su marido;
a los trabajadores del campo, a los siervos que dependen de su amo;
a los trabajadores industriales, que dependen de su patrón y,
por supuesto, a los niños, a los menores de edad, que dependen de sus padres.
Por eso, desde un principio y a lo largo del siglo XIX,
va apareciendo la reivindicación por lo que podríamos llamar la extensión del
sujeto:
la revindicación de la emancipación de los esclavos, de la igualdad de derechos de
las mujeres,
de los derechos de los trabajadores y, finalmente también, de los derechos de los
niños.
En este proceso de extensión del sujeto, de revindicación de los derechos,
los derechos de los niños parecen tener menos predicamento, menos visibilidad,
menos importancia,
que los derechos de los negros, de los trabajadores...
¿Quiere esto decir que los derechos de los niños son menos importantes?
No. La explicación es sencilla.
Mientras la marginación de los negros, de las mujeres, de los trabajadores,
es la marginación de parte de la humanidad, de partes del género humano
—bien por su raza, bien por su género, bien por su situación económica—,
la marginación de los niños no es la marginación de una parte del género humano,
porque los niños no son una parte: los niños son una fase temporal
por la que todas las personas humanas tienen que pasar,
sean negros, sean mujeres, sean trabajadores.
Por esa razón hay que comprender que la marginación de los niños
no afectaba tan directamente al principio de igualdad,
que forma parte de la idea de los derechos humanos.
Porque, al fin y al cabo, parece lógico asumir
que los niños muy pequeños —los infantes—,
no tienen autonomía para tomar sus decisiones.
Incluso los adolescentes tienen una competencia moral todavía en desarrollo, que no
es una autonomía plena.
Por lo tanto, la marginación de los niños parecía y todavía parece algo más
asumible,
más normal, que no choca con el ideal de igualdad.
Esa es la razón de que de los derechos de los niños se hable menos y más tarde.
En realidad, la reivindicación de los derechos de los niños no aparece hasta
principios del siglo XX,
y se debe principalmente a la activista británica Eglantyne Jebb.
Eglantyne Jebb procedía de una familia modesta rural.
Estudió en la Universidad de Oxford y empezó en 1903 a trabajar
en las actividades sociales de la Universidad de Cambridge.
Esta actividad en la Universidad de Cambridge y luego unos viajes por Europa,
la fueron creando una preocupación profunda por la situación de los niños,
y especialmente por la situación de los niños en los procesos bélicos.
De tal forma que, en 1919, junto a su hermana Dorothy,
decidió crear una organización: "Save the Children Fund",
que al año siguiente (1920), se convirtió en la "Unión Internacional Save the
Children".
La propia Eglantyne Jebb redactó de su puño y letra una primera “Declaración de los
Derechos del Niño”,
que publicó en 1923 y que, gracias a su intensa actividad y a su constancia, al año
siguiente (1924)
fue asumida y aprobada formalmente por la Asamblea de la Sociedad de Naciones
con el nombre de “Declaración de Derechos del Niño” o "Declaración de Ginebra".

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