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Creación Literaria
Clásicos de la Literatura: Mito clásico
Xavier Humberto Páez
Juan Camilo Acero
2018-II
La mujer tiene un estrecho vínculo con la vida y por lo tanto con el poder; las generaciones
de antiguos pensadores, historiadores y literatos permiten entrever que esta capacidad
(mental y física) en manos del ser femenino puede ser considerado impuro, corrupto e incluso
contra natura.
Dentro de esta configuración del poder por parte de la esencia del hombre, el rol de la
mujer se ve opacado, tergiversado y hasta mancillado por el afán del varón de poseer esta
totalidad, llegando a actuar como un demiurgo (hombre) ordenador del caos (mujer). Podría
pensarse que estas dos representaciones dicotómicas del bien y el mal, la luz y la oscuridad,
el orden y la confusión, están en cierto modo erróneamente asignadas. En Oriente y en la
mayor parte del continente africano, las deidades femeninas están asociadas al orden, la
fertilidad, la buena suerte, la creación y la pureza, es decir el reflejo ordenador y primigenio
del mundo.
Pero para los griegos, la feminidad y lo que implicaba la mujer era un problema en
constante transformación. Para entender la feminidad como límite entre lo sagrado y lo
profano, es importante darle cierta dimensión a esta capacidad de la mujer de transitar con
mucha destreza por las lindes del deseo, la razón, la astucia y la fuerza que con gran maestría
caracterizan muchos personajes femeninos de la literatura clásica y también del inconsciente
colectivo.
Pandora se considera la primera mujer y pese a que esto es una gran responsabilidad,
lleva, también, consigo una carga gigante: ser portadora de un mal terrible que acosará a los
hombres como retaliación de Zeus por una ofensa hecha por Prometeo. (Hesíodo, pág. 125)
Por otro lado, como bien lo expresa Hesíodo en Los Trabajos y los días, para los
ciudadanos griegos el tener una mujer como compañera acarreaba cierto sentimiento de
pesadumbre y horror, porque era una “gran calamidad para los mortales, con los varones pues
conviven sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad.” (pág. 96)
Más allá de la visión misógina de algunos escritores antiguos y la constante alusión del
mal encarnado en la mujer, se pueden ver otros personajes que tendrán una trascendencia, ya
sea por su maldad, por su belleza, su astucia o por los sentimientos que genera en el hombre.
En este orden de ideas Medea oscila, casi siempre, entre las dos fuerzas como intentando
siempre equilibrar los opuestos. Tiene, por un lado, un carácter divino al poder diferenciar y
entender que la venganza es la única forma de reparar su honor, considerando que debe tomar
una decisión bastante fuerte; “Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser el hazmerreír,
dejando sin castigar a mis enemigos? Tengo que atreverme. ¡Qué cobardía la mía, entregar
mi alma a blandos proyectos! (…) ¡No, corazón mío, no realices este crimen! (…) ¡Ahorra
el sacrificio de tus hijos!” (Hesíodo, verso 1050. Pág. 251) Aquí se devela como la condición
humana, por sí misma, está en un constante limbo entre estas dos fuerzas antagónicas.
Podría decirse que el comportamiento de Medea es profano en la medida que es muy dada
a las cosas del mundo, por haber sido seducida por el muy pobre discurso de Jasón o tal vez,
carecía de un verdadero conocimiento y autoridad frente a su amante; o por el contrario todo
lo que le sucede podría denominarse un castigo por lo que hizo anteriormente (haber matado
su hermano) ¿Podrá ser que toda la tragedia y el constante dolor que gira entorno a la decisión
de asesinar a sus hijos es una forma de justicia divina?
De todas formas, este delgado límite entre lo sagrado y lo profano en la feminidad será
una constante en la mayor parte de la literatura. Otro claro ejemplo, de cómo la mujer es más
propensa a confluir entre estos dos opuestos, es el de Helena.
La vida de Helena gira entorno a su posición casi divina, por ser descendiente directa de
los dioses, y por tener como esposo a Menelao rey de Esparta. La sacralidad que posee Helena
no es sólo su belleza y linaje, es algo más, podría decirse que es un álter ego de Afrodita, una
copia demasiado fiel y aproximada al carácter y personalidad de las divinidades Olímpicas.
Estos seres divinos son la alegoría perfecta para entender ese límite de lo sagrado y lo
profano.
Bibliografía: