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UNIVERSIDAD CENTRAL

FCSHA
Creación Literaria
Clásicos de la Literatura: Mito clásico
Xavier Humberto Páez
Juan Camilo Acero
2018-II

Ensayo: Primer corte.

La feminidad: el límite entre lo sagrado y lo profano

“(…) Enorme desgracia para ti y en particular para los


hombres futuros. Yo a cambio del fuego les daré un mal
con el que todos se alegren de corazón acariciando con
cariño su propia desgracia.”

Hesíodo, Los trabajos y los días.

La mujer tiene un estrecho vínculo con la vida y por lo tanto con el poder; las generaciones
de antiguos pensadores, historiadores y literatos permiten entrever que esta capacidad
(mental y física) en manos del ser femenino puede ser considerado impuro, corrupto e incluso
contra natura.

El derecho y la posesión de este poder, generalmente es un anhelo o una reiteración de


autoridad por parte de la masculinidad. Para poder entender este comportamiento netamente
viril, Rodrigo Parrini hace alusión a un poder falotopo, es decir “conceptos, neologismos,
mecanismos, métodos, representaciones, estratos ocultos y maneras de configuración que se
relacionan directamente con un régimen de representación masculina.” (pág. 27)

Dentro de esta configuración del poder por parte de la esencia del hombre, el rol de la
mujer se ve opacado, tergiversado y hasta mancillado por el afán del varón de poseer esta
totalidad, llegando a actuar como un demiurgo (hombre) ordenador del caos (mujer). Podría
pensarse que estas dos representaciones dicotómicas del bien y el mal, la luz y la oscuridad,
el orden y la confusión, están en cierto modo erróneamente asignadas. En Oriente y en la
mayor parte del continente africano, las deidades femeninas están asociadas al orden, la
fertilidad, la buena suerte, la creación y la pureza, es decir el reflejo ordenador y primigenio
del mundo.

Pero para los griegos, la feminidad y lo que implicaba la mujer era un problema en
constante transformación. Para entender la feminidad como límite entre lo sagrado y lo
profano, es importante darle cierta dimensión a esta capacidad de la mujer de transitar con
mucha destreza por las lindes del deseo, la razón, la astucia y la fuerza que con gran maestría
caracterizan muchos personajes femeninos de la literatura clásica y también del inconsciente
colectivo.

Pandora se considera la primera mujer y pese a que esto es una gran responsabilidad,
lleva, también, consigo una carga gigante: ser portadora de un mal terrible que acosará a los
hombres como retaliación de Zeus por una ofensa hecha por Prometeo. (Hesíodo, pág. 125)

Por otro lado, como bien lo expresa Hesíodo en Los Trabajos y los días, para los
ciudadanos griegos el tener una mujer como compañera acarreaba cierto sentimiento de
pesadumbre y horror, porque era una “gran calamidad para los mortales, con los varones pues
conviven sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad.” (pág. 96)

Con Pandora y la personificación de la maldad o de quién trae lo terrible al mundo,


Hesíodo dará inicio a una larga tradición donde la mujer será vista como un ente nefasto y
devastador que sólo proporciona al mundo desolación, perdida de comodidades y será el
porqué de muchas disputas. Además, será fuente de deseo y ocupará un lugar de mujer-objeto
que cumplirá dos misiones: ser trofeo o generar conflictos.

Más allá de la visión misógina de algunos escritores antiguos y la constante alusión del
mal encarnado en la mujer, se pueden ver otros personajes que tendrán una trascendencia, ya
sea por su maldad, por su belleza, su astucia o por los sentimientos que genera en el hombre.

Medea de Eurípides es un claro ejemplo de cómo la feminidad tiene esta ambivalencia


que raya con el límite entre lo sagrado y lo profano. Lo sagrado según la RAE, es aquello
digno de veneración y respeto por su carácter divino o por estar relacionado con la divinidad,
perteneciente o relativo al culto divino; o que es objeto de culto por su relación con fuerzas
sobrenaturales. Por otro lado, lo profano no es sagrado ni sirve a usos sagrados, sino es
puramente secular, no demuestra el respeto debido a las cosas sagradas, carece de
conocimientos y autoridad en una materia; libertino o muy dado a cosas del mundo,
inmodesto, deshonesto en el atavío o la compostura.

En este orden de ideas Medea oscila, casi siempre, entre las dos fuerzas como intentando
siempre equilibrar los opuestos. Tiene, por un lado, un carácter divino al poder diferenciar y
entender que la venganza es la única forma de reparar su honor, considerando que debe tomar
una decisión bastante fuerte; “Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser el hazmerreír,
dejando sin castigar a mis enemigos? Tengo que atreverme. ¡Qué cobardía la mía, entregar
mi alma a blandos proyectos! (…) ¡No, corazón mío, no realices este crimen! (…) ¡Ahorra
el sacrificio de tus hijos!” (Hesíodo, verso 1050. Pág. 251) Aquí se devela como la condición
humana, por sí misma, está en un constante limbo entre estas dos fuerzas antagónicas.

Podría decirse que el comportamiento de Medea es profano en la medida que es muy dada
a las cosas del mundo, por haber sido seducida por el muy pobre discurso de Jasón o tal vez,
carecía de un verdadero conocimiento y autoridad frente a su amante; o por el contrario todo
lo que le sucede podría denominarse un castigo por lo que hizo anteriormente (haber matado
su hermano) ¿Podrá ser que toda la tragedia y el constante dolor que gira entorno a la decisión
de asesinar a sus hijos es una forma de justicia divina?

De todas formas, este delgado límite entre lo sagrado y lo profano en la feminidad será
una constante en la mayor parte de la literatura. Otro claro ejemplo, de cómo la mujer es más
propensa a confluir entre estos dos opuestos, es el de Helena.

La vida de Helena gira entorno a su posición casi divina, por ser descendiente directa de
los dioses, y por tener como esposo a Menelao rey de Esparta. La sacralidad que posee Helena
no es sólo su belleza y linaje, es algo más, podría decirse que es un álter ego de Afrodita, una
copia demasiado fiel y aproximada al carácter y personalidad de las divinidades Olímpicas.
Estos seres divinos son la alegoría perfecta para entender ese límite de lo sagrado y lo
profano.

El concepto arquetípico de la Gran Madre tiene su origen en la historia de las religiones


donde se manifiesta una presencia de una diosa madre, se asocia a la relación y las múltiples
facetas que la madre nos brinda: la madre y la abuela, personales; la madrastra y la suegra,
cualquier mujer con la que se tiene relación; la matriarca de la familia y la mujer blanca,
diosa especialmente la madre de Dios, la Virgen como madre rejuvenecida; Sofía como
madre amante (Jung, pág. 56). Estas imágenes arquetípicas pueden tener un sentido amplio
negativo o positivo. La mujer y lo femenino poseen un aspecto ambivalente como la diosa
de la fortuna o nefasto como Empusa o Lilit. Los rasgos principales del arquetipo de la madre
son el sentido de la autoridad mágica de lo femenino, el renacer, el instinto, lo que da
fertilidad y sustento.

La feminidad queda entonces cómo un umbral, un pórtico entre lo profano y lo sagrado,


una vía intermitente de lo divino y lo mortal.

Bibliografía:

 Parrini, Fernando. Falotopías: indagaciones en la crueldad y el deseo. Editorial,


Universidad Central. Bogotá: 2016.
 Hesíodo. Obras y fragmentos. Madrid: Gredos, 1978.
 Eurípides. Medea. En: Tragedias I. Madrid: Gredos, 1977.
 Bettini, M y Brillante, C. El mito de Helena: imágenes y relatos de Grecia a nuestros
días. Madrid: Akal, 2008.
 Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Española (22.a ed.). Madrid,
España: 2001.
 Saiz, Jesús; Fernández, Beatriz y Álvaro, José Luis. De Moscovici a Jung: El
arquetipo Femenino y su iconografía. Athenea Digital: 2007.
 Jung, Carl Gustav. Jung, Carl Gustav. Los Arquetipos y lo Inconsciente Colectivo.
Editorial Trotta ( E d. ) . Madrid, España. 2010. Editorial Trotta ( E d. ) . Madrid,
España: 2010

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