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Modelo androcéntrico y feminismo en la modernidad y posmodernidad.

Modelo político androcéntrico en la Antigua Grecia.


Galeno, médico helénico, consideraba a las mujeres como “hombres invertidos”, para él “las mujeres
eran esencialmente hombres en los cuales una falta de calor vital –de perfección- se había traducido
en la retención, en el interior, de las estructuras visibles en el hombre” (Laqueur, 1994: 21)1 Dando así
lugar a un modelo de mujer como hombre, con un eje vertical de jerarquía estando los hombres en la
gradación más alta y las mujeres en el nivel más bajo.
Así mismo, uno de los grandes personajes de la Antigua Grecia, Aristóteles consideraba a las
mujeres como hombres menores, para él “La naturaleza del hombre y de la mujer han sido pre
ordenadas por la voluntad del cielo para que vivan en común. Porque se distinguen en que las
capacidades que poseen no son aplicables a fines idénticos en todos los casos, sino que en algunos
aspectos sus funciones son opuestas entre sí. Un sexo es fuerte y el otro débil, de forma que uno
puede ser precavido y el otro valeroso para defenderse de los ataques, uno puede salir a adquirir
posesiones y el otro permanecer en casa para guardarlas, etcétera. ” (Aristóteles en Laqueur, 1994:
23)
Lo anterior ejemplifica el hecho que ya desde la Grecia clásica, cuna de la democracia, se configuró
un modelo que considera que existen diferencias innatas entre hombres y mujeres, las cuales les dan
a los hombres un carácter de superioridad respecto a las mujeres. Las mujeres eran consideradas
como hombres disminuidos, lo cual a su vez determinará de manera decisiva los roles sociales que
desempeñen cada uno. “La superioridad natural de los hombres sobre las mujeres se debe, a decir
de Aristóteles, a la menor virtud (cualidad/moral/capacidad de razonar) de estas últimas a causa de
su “constitución defectuosa” (Serret, 2004: 11) De este modo, las mujeres eran consideradas en la
antigua Grecia como hombres menores y malogrados. La falta de virtud en las mujeres les
imposibilitaba participar en la esfera pública o polis, quedando fuera de la toma de decisiones
públicas y quedando relegadas al ámbito o privado o doméstico, privadas de derechos políticos. Por
esto resulta paradójico que el concepto de democracia en nuestros días, desde una perspectiva
liberal, se fundamente en la concepción de una democracia parcial, incompleta o incluso mal lograda
como la de los griegos de la antigüedad.
Modelo androcéntrico moderno y feminismo.

1
Con “Estructuras visibles en el hombre”, el autor se refiere a los genitales masculinos. (Cf. Laqueur,
1994:21).
El pensamiento moderno da también muestra de una noción androcéntrica de la política (Serret,
2004). Uno de los mayores representantes del pensamiento político moderno fue Thomas Hobbes,
padre del Iusnaturalismo o doctrina del derecho natural, según la cual lo político se entiende como la
superación de un estado natural en el que no hay ley positiva. Para esta doctrina no existe una fuerza
natural, divina o trascendente que justifique la superioridad o dominación de un hombre sobre otros.
Esta doctrina toma en cuenta algunas de las nociones filosóficas-políticas aristotélicas, sin embargo,
el Iusnaturalismo a diferencia de la idea aristotélica de un espacio público dominado por los hombres
libres y un espacio doméstico destinado a las mujeres, manifestaba la oposición entre un espacio
público regido por leyes controlado por los hombres y el espacio de la naturaleza, “una vez
constituido el orden civil, la congruencia lógica exige ignorar la existencia de un enclave de naturaleza
al interior de ese espacio, donde no rigen las mismas leyes que en el público.” (Serret, 2004: 15)
Debido a diferencias entre hombres y mujeres, las cuales, para Hobbes, se pueden atribuir
posiblemente a la “vulnerabilidad” de las mujeres debida a sus funciones reproductoras (Laqueur,
1994), los hombres al no presentar este tipo de vulnerabilidades y al ser considerados como seres
fuertes física y anatómicamente, pueden ejercer así una dominación sobre las mujeres, lo cual resulta
paradójico, ya que, como se mencionó, en el pensamiento hobessiano existe alguna fuerza enraizada
en un orden trascendente o natural que justifique la autoridad de un hombre sobre otro. Esta
dominación se da tanto en el ámbito doméstico o privado, sobre las mujeres, pero también sobre los
hijos, además de hacerse patente en el ámbito público, siendo ellos quienes tomen las decisiones
sobre las reglas que serán la base de la vida social, son ellos quienes pactan el contrato social, como
señala Laqueur (1994:270), retomando el pensamiento de Hobbes “En definitiva, siempre son los
hombres quienes están al frente de las familias y de las naciones. Son hombres, y no mujeres,
quienes hacen el contrato social”
Ya en el siglo XVIII, el proyecto ilustrado moderno el cual tenía como premisas la universalización, el
uso de la razón, la igualdad y el reconocimiento de la individualidad de los sujetos, mostraría una
constitución androcéntrica.
Con la modernidad emerge una nueva matriz sociocultural estructurada en torno a los
principios de igualdad, libertad y ciudadanía. En ella se reconoce la autonomía y
capacidad (y obligación) de las personas para construir las reglas que organizan su vida
personal y la convivencia social. Esta sociedad está basada en la organización racional y
articulada de múltiples aspectos de la vida social y en el establecimiento de contratos
sociales. Sin embargo, ni todos los espacios de la vida social, ni todas las relaciones
sociales fueron organizadas en torno a estos principios. Los principios de la libertad y de
la igualdad proclamados por el pensamiento y fuerzas sociales que impulsaran la
modernidad no fueron extendidos a todas las personas y grupos sociales. Al contrario y tal
vez de modo paradojal, el modo como se interpretaron, actualizaron e impusieron estos
principios implicaron el desarrollo de nuevas formas de diferenciación social
profundamente marcadas por la desigualdad, la subordinación y la exclusión. (Guzmán,
s/f: 2)

Las supuestas diferencias naturales entre hombres y mujeres y la supuesta inferioridad en “virtudes”
de estas últimas, daría lugar a incongruencias de las ideas ilustradas, ya que sus premisas solo
serían aplicables a los hombres.2 De esta manera solamente los hombres serían considerados como
ciudadanos y detentadores de los derechos políticos y legales, siendo ellos los únicos considerados
como individuos quienes guiarían los asuntos públicos y la toma de decisiones colectivas, mientras
que las mujeres eran relegadas una vez más al ámbito privado, teniendo que aceptar las decisiones
que tomarán los hombres sobre la conducción de la vida pública. “Así, se sentaron las bases de la
política como un ámbito pensado y definido a partir de normas, mecanismos y prácticas consideradas
propiamente masculinas.” (Medina, 2010)
Debido a la inferioridad tanto moral como de raciocinio de las mujeres, a la que apelaba la filosofía de
la ilustración, estas debían ser guiadas o tuteladas por los varones lo cual queda manifiesto en el
pensamiento de uno de los ideólogos de la Ilustración Juan Jacobo Rousseau, específicamente en su
obra Emilio (1762), en la que apela a la existencia de diferencias biológicas esenciales entre hombres
y mujeres que tienen como resultado una diferenciación moral entre estos, estas diferencias eran
prueba, para Rousseau, de que hombres y mujeres no podían recibir la misma educación, de igual
manera era prueba de que hombres y mujeres debían desempeñar roles diferenciados en la sociedad
Esta obra fue considerada en su momento , a decir de Medina (2010:16)“como un tratado de
educación del buen ciudadano que prescribía los modelos de masculinidad (autonomía moral,
independencia de criterio, individualidad, etcétera) y de feminidad (sujeción, dependencia, obediencia,
etcétera)” Al considerar que sólo los hombres poseían las características enlistadas, eran sólo ellos
los que podían tener el derecho de la ciudadanía, esta idea era compartida por más filósofos de la
Ilustración.
“Esta membresía y adscripción limitada de los hombres a la ciudadanía motivó una
visión androcéntrica del mundo, al definirse en términos políticos y filosóficos al hombre
como modelo de sujeto de derechos, En consecuencia, la política se delimitó como un
ámbito masculino, con lo cual se justificó la exclusión de las mujeres bajo el supuesto de
la imposibilidad femenina para concebir y discernir ideas y normas morales necesarias
para orientar su comportamiento (Pateman y Canterla en Medina, 2010: 16)

Al excluirlas del estatus de individuos, se les privó de la participación en el mundo público de la


igualdad, el consenso, la convención y el pacto social. (Pateman, en Medina 2010:16)

2
A algunos de ellos, los cuales tenían que cumplir las siguientes características, ser propietarios,
blancos y heterosexuales. (Canterla en Medina, 2010:16)
Es en este contexto en que el feminismo como corriente filosófica racionalista de la época fungió
como una crítica ético-política al doble discurso de los autores ilustrados canónicos, quienes
pregonaban la libertad e igualdad para todos los individuos pero al mismo tiempo la niegan a las
mujeres y a muchos hombres, señalando así una injusticia en el orden social y en las relaciones de
mando.
De esta manera, la primera expresión social y política del feminismo (o la primera
relevante), se produce en el contexto de la revolución francesa. Las feministas galas
(fundamental, pero no únicamente provenientes de las clases medias y de la alta
burguesía) amparándose en las proclamas ilustradas de igualdad –entendida como
equivalencia y autarquía- y libertad para todos los seres racionales, se movilizaron de las
formas más diversas formas para demandar de los revolucionarios coherencia política
en su trato hacia las mujeres. Con este propósito se abrieron clubes y salones. Se
publicaron gacetas y revistas, se difundieron panfletos y se organizaron mítines. A través
de todos estos medios las feministas procuraron sensibilizar tanto a las clases ilustradas
como a las bases campesinas y obreras sobre lo injusto de la subordinación y exclusión
social de las mujeres, además de subrayar la enorme inconsecuencia de un
pensamiento revolucionario que, explícitamente, excluía a la mitad de la población de
sus ideales universalistas de libertad e igualdad. (Serret,2000: 43)

Feminismo y posmodernidad.
La modernidad se puede caracterizar como una propuesta que apunta al “fin de los grandes
relatos”, es decir de las utopías o mitos que guiaron la construcción del mundo moderno, a
saber la razón y la confianza en el progreso (Piedra, 2003: 46)
El feminismo posmoderno se caracteriza cuestionar las grandes herencias del pensamiento
moderno, tales como por su planteamiento del dominio de la razón y el punto de vista masculino
por lo tanto se caracteriza por una ruptura con el modelo androcéntrico dominante.
En general se puede decir que la corriente feminista posmoderna es una postura, heterogénea
y radical. Plantea la necesidad de crear rupturas centrales y determinantes con el pensamiento
occidental, masculino, moderno, falocéntrico y dominante que ha estado presente en el
desarrollo de la humanidad, en especial de la sociedad occidental (Piedra, 2003: 43-44)
Uno de los aspectos ante los cuales el feminismo posmoderno, a pesar de su heterogeneidad,
ha sido especialmente crítico es al de la construcción de conocimiento desde un punto de vista
androcéntrico. Históricamente se han atribuido características duales correspondientes a lo
masculino y a lo femenino. Lo masculino se relaciona con cultura, público, sujeto, razón,
objetividad. Mientras que lo femenino se relaciona con naturaleza, privado, objeto,
irracionalidad, subjetividad. Estos dualismos supuestamente inherentes a lo masculino y lo
femenino, han tenido entre sus consecuencias el hecho de que las mujeres no sean
consideradas como sujetas de conocimiento, al ser la racionalidad del proyecto moderno parte
inherente de lo masculino, las mujeres han quedado relegadas de la creación de conocimiento
considerado válido.
Es ante lo anterior que el feminismo posmoderno plantea la necesidad de abandonar esta
concepción androcéntrica, que busca la objetividad del conocimiento, incorporando una
perspectiva que incluya la experiencia de vida femenina en la cual en lugar de perseguir la
objetividad del conocimiento, se busque objetivar el conocimiento, esto es situarlo en sus
condiciones sociales de existencia.
De esta forma, el feminismo busca a incorporación de nuevas narrativas, no solo de mujeres,
sino de la diversidad de grupos que han quedado excluidos del proyecto de moderno. Esta
incorporación de nuevas narrativas no sólo debe de darse en el ámbito del conocimiento, sino
también en el político, económico, social, cultural, etc.
Por ello tiene que existir una participación activa de las mujeres contra las fuerzas que
resisten a los cambios necesarios para la superación de la dicotomía de lo privado y lo
público, de las jerarquías de género para la generación de nuevas relaciones entre la
producción y la reproducción. (Guzmán, s/f: 7)

Bibliografía

Guzmán, Virginia (s/f), “Feminismos latinoamericanos y sus aportes en la experiencia moderna”


Ubicado en www.cem.cl/pdf/moderna.doc Consultado el 26/08/16
Laqueur, Thomas (1994). La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud.
Madrid: Cátedra (Feminismos.20)
Medina, Adriana (2010). La participación política de las mujeres. De las cuotas de género a la
paridad. México: Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género, H.
Congreso de la Unión Cámara de Diputados. LXI Legislatura.
Piedra, Nancy (2003). “Feminismo y posmodernidad: entre el ser para sí o el ser para los otros” en
Revista de Ciencias Sociales (Cr) Vol. IV No.102 (Trimestral, 2003), pp, 43-55
Serret, Estela (2000). “El feminismo mexicano de cara al Siglo XXI”, en El Cotidiano Vol.6, No.100
(Marzo. Abril, 2000), pp42-51
Serret, Estela (2004) “Género y Democracia”. México: Instituto Federal Electoral

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