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Trigésimo Cuarta edición octubre-diciembre 2017

ABUSO SEXUAL INFANTIL:


EVALUACIÓN E INTERVENCIÓN
CLÍNICO-FORENSE
2ª Edición actualizada
NOEMÍ PEREDA
Universitat de Barcelona

MILA ARCH MARÍN


Universitat de Barcelona

Curso válido para solicitar ser reconocido como miembro acreditado


de la División de Psicología clínica y de la salud, División de
Psicología Educativa, División de Psicología de Intervención Social,
División de Psicología Jurídica y División de Psicoterapia

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


Abuso sexual infantil: Evaluación e intervención clínico-forense

FICHA 1 ........................................................................................................... 16
Evaluación psicológica forense de menores víctimas de abuso sexual infantil

FICHA 2 ................................................................................................................................. 21
Intervención psicológica con menores víctimas de abuso sexual infantil
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
Abuso sexual infantil: Evaluación e intervención
clínico-forense
El maltrato y el abuso sexual infantil no son problemas recientes, si bien actualmente son múltiples los casos que
aparecen en los medios de comunicación y de los que tenemos conocimiento. En mayor o menor medida, la victimi-
zación infantil es una constante histórica, que se produce en todas las culturas y sociedades y en cualquier estrato so-
cial (Finkelhor, 2008).
El abuso sexual infantil, no obstante, ha sido una de las tipologías de victimización más tardíamente estudiada. La
investigación sobre maltrato infantil se inició focalizándose, casi exclusivamente, en el análisis de los malos tratos de
tipo físico (Arruabarrena y De Paúl, 1999). Sin embargo, cuando se abusa sexualmente de un niño o niña no sólo hay
un daño físico, sino que generalmente existe también una secuela psicológica. Debido a la ausencia, en numerosas
ocasiones, de un daño físico visible, así como a la no existencia de un conjunto de síntomas psicológicos que permi-
tan su detección y diagnóstico unívoco, el abuso sexual infantil ha sido una tipología difícil de estudiar. Por otro lado,
se añaden las dificultades relacionadas con el tabú del sexo y, en especial, al relacionar éste con infancia, así como el
escándalo social que implica su reconocimiento (Díaz, Casado, García, Ruiz y Esteban, 2000).
El descubrimiento del abuso sexual infantil como maltrato frecuente y con importantes y perdurables efectos psicoló-
gicos, tanto a corto como a largo plazo, ha dado lugar en la última década a un notable crecimiento de los estudios
sobre este tema, tanto a nivel nacional como internacional. Si bien en países como Estados Unidos el estudio de esta
problemática se inició hace ya algunos años (véase el trabajo seminal de Kempe, 1978), en nuestro país, el aislamien-
to sociopolítico y el escaso desarrollo de los sistemas de protección social durante el período de la dictadura, han pro-
ducido un retraso en su estudio y, sobre todo, en el conocimiento y la sensibilización social al respecto. No obstante,
durante las últimas décadas han surgido importantes publicaciones que han favorecido el avance del conocimiento
sobre este problema, así como el establecimiento de datos nacionales que han permitido la comparación con el resto
de países occidentales y que muestran que, en España, el abuso sexual infantil es también una realidad (Pereda,
2016).
Como veremos a lo largo de esta unidad, no nos encontramos ante hechos aislados, esporádicos o lejanos, sino ante
un problema universal y complejo, resultante de una interacción de factores individuales, familiares, sociales y cultu-
rales.
Debemos tener en cuenta que a nivel estatal, actualmente tanto la Constitución española como el Código Civil mencio-
nan de forma explícita la protección a la infancia, así como la obligación de comunicar a la autoridad competente aque-
llos casos de posible riesgo o desamparo infantil de los que se tenga conocimiento. Se hace, por tanto, necesario conocer
en profundidad esta tipología de victimización infantil, dado que la falta de conocimientos, o la existencia de conoci-
mientos erróneos, puede tener graves consecuencias en la detección, evaluación y tratamiento de estas víctimas.

DEFINICIÓN Y TIPOLOGÍA
Definición del abuso sexual infantil
Una de las cuestiones más difíciles a la que se enfrentan los profesionales en el estudio del maltrato y, específica-
mente, en el abuso sexual infantil, es su correcta detección, que deriva, en gran parte, de la imposibilidad de estable-
cer una definición unificada y reconocida por parte del colectivo de profesionales implicados (Palacios, Moreno y
Jiménez, 1995).
Existen importantes discrepancias en múltiples criterios como la edad límite del victimario, la edad de la víctima o
las conductas que pueden considerarse abuso sexual. En este sentido, cabe tener en cuenta que la victimización se-
xual en la infancia comporta diferentes conductas sexuales con un menor llevadas a cabo bajo coerción, manipula-

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ción o uso de la violencia, entre las que se incluye el denominado abuso sexual infantil. Si bien es cierto que el abuso
sexual es la forma de victimización sexual más estudiada, no es la única de ellas. Según el sector profesional desde el
que se trate el caso se establecerán definiciones más amplias (profesionales del ámbito social y de la salud) o más res-
trictivas y correspondientes a tipos delictivos específicos (profesionales del ámbito policial y de justicia). Las dificulta-
des, en muchos casos, de demostrar a nivel penal la existencia de este tipo de delitos sexuales a un menor hace que,
frecuentemente, no exista una correspondencia entre el concepto clínico y el jurídico de este problema. Además, des-
de el inicio de su estudio, la definición de abuso sexual ha ido variando y, en muchos casos, ampliándose para añadir
nuevas conductas anteriormente no incluidas. Cabe destacar el efecto de la cultura en la definición de abuso sexual
infantil, especialmente en países que no pertenecen a la corriente de pensamiento occidental (Stainton Rogers, Stain-
ton y Musitu, 1994).
No obstante, encontrar una definición adecuada resulta trascendente, ya que de dicha definición dependerán cues-
tiones de gran implicación clínica como la detección de los casos o las estimaciones estadísticas del problema, entre
otros. En nuestro país, la mayoría de profesionales siguen los criterios propuestos por Finkelhor y Hotaling (1984), y
ratificados por López (1994), como son la coerción y la asimetría de edad.
La coerción se refiere al contacto sexual mantenido con un menor mediante el uso de la fuerza física, la amenaza, la
presión, la autoridad o el engaño, y ha de ser considerada criterio suficiente para etiquetar una conducta de abuso se-
xual, cuando no haya uso de la fuerza ni la violencia, o de agresión sexual, si hay amenazas u otras formas de violen-
cia, independientemente de la edad del agresor. Es importante ser consciente que, en las formas de victimización
sexual contra menores, generalmente no se encuentra presente la violencia física, especialmente cuando al victimario
es un adulto; siendo suficiente una relación de autoridad y/o de confianza entre el victimario y la víctima para que el
abuso sexual ocurra. Por su parte, la asimetría de edad impide la verdadera libertad de decisión del menor e imposibi-
lita una actividad sexual compartida, ya que los participantes tienen experiencias, grado de madurez biológica y ex-
pectativas muy diferentes respecto a la relación sexual (Cantón y Cortés, 2000). Si bien pueden aparecer dificultades
al delimitar cuál es la diferencia de edad entre los participantes de una relación sexual para poder considerar que se
está produciendo un abuso sexual, la mayoría de especialistas, siguiendo las recomendaciones de Finkelhor y Hota-
ling (1984) consideran una diferencia de edad de cinco años cuando el menor tiene 12 años o menos, y de diez años
si éste tiene entre 13 y 16 años (López, 1994).
La adopción de estos criterios facilita la detección de los casos y tiene la ventaja de incluir las conductas de victimi-
zación sexual que cometen unos menores sobre otros y que, en los últimos años, parecen ser un problema que los
profesionales han de afrontar de forma frecuente (Sperry y Gilbert, 2005).

Tipología del abuso sexual infantil


Existen múltiples conductas y situaciones que pueden incluirse dentro de lo que podríamos denominar el espectro
del abuso sexual. Los cambios sociales y tecnológicos dan lugar, a su vez, a nuevas tipologías que los profesionales
deben conocer para su correcta detección, diagnóstico y tratamiento.
Dentro de las tipologías del abuso sexual infantil se incluyen tanto las conductas que implican contacto físico (cari-
cias, masturbación, penetración oral, anal o vaginal), como aquellas que no implican directamente ese contacto (pro-
posiciones verbales explícitas, exhibir los órganos sexuales a un niño o niña con el propósito de obtener excitación o
gratificación sexual, realizar el acto sexual intencionadamente ante la presencia de un menor, masturbarse en presen-
cia de un niño o niña, utilización del menor para la creación de materiales pornográficos). La existencia de abusos
con contacto físico, destacando la penetración oral, anal o vaginal como una de las experiencias con un efecto más
traumático, ha sido constatada como una variable de riesgo para el desarrollo de psicopatología en la víctima (Men-
nen y Meadow, 1995).
Por otro lado, el abuso sexual puede ser intrafamiliar, también denominado incesto, y que se produce cuando "el
contacto físico sexual o el acto sexual es realizado por un pariente de consanguinidad (padre/madre, abuelo/abuela) o
por un hermano/a, tío/a, sobrino/a. Se incluye también el contacto físico sexual con figuras adultas que estén cubrien-
do de manera estable el papel de figuras parentales"; o extrafamiliar, que se da cuando hay contacto sexual con un
menor exceptuando los casos señalados para el incesto (Fischer y McDonald, 1998). Cabe tener en cuenta que la
existencia de una relación estrecha, de intimidad y confianza, entre víctima y victimario antes del abuso y, especial-
mente, que éste sea intrafamiliar, destacando por su elevada frecuencia la figura paterna, es una de las variables que
implica un mayor riesgo de problemas psicológicos posteriores (Faust, Runyon y Kenny, 1995).

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Tendríamos también abusos agudos, que el menor sufre en una única ocasión, habitualmente llevados a cabo por
desconocidos, o crónicos, aquellos que se producen en más de una ocasión, pueden perdurar largos períodos de
tiempo y suelen ser cometidos por personas del entorno cercano del menor (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000).
Cabe tener en cuenta que una mayor frecuencia y duración del abuso incrementan el riesgo de psicopatología en la
víctima (Kendall-Tackett, Meyer y Finkelhor, 1993).
Estudios recientes incluyen una nueva categoría, dentro del abuso sexual sin contacto físico, como es la exposición
involuntaria a material sexual en Internet (Mitchell, Finkelhor y Wolak, 2003). En este caso no existiría un victimario
directo, sino que el menor, por sí solo, al utilizar Internet para chatear, buscar información o jugar, es expuesto de for-
ma involuntaria a un material con escenas sexuales explícitas. Sabina, Wolak y Finkelhor (2008) encontraron que un
93% de los chicos y un 62% de las chicas analizado habían sido expuestos a pornografía en Internet, generalmente
antes de la mayoría de edad. Investigaciones realizadas por estos y otros autores (Ybarra y Mitchell, 2005) confirman
la frecuencia de esta forma de victimización, así como el malestar psicológico que esta exposición involuntaria provo-
ca en los menores.
En este contexto virtual, cabe destacar el denominado on-line grooming o abuso sexual a través de Internet referido
al proceso por el que un individuo entra en contacto con un menor a través de Internet, habitualmente haciéndose pa-
sar por otro menor, o por un personaje conocido del ámbito juvenil, y establece una relación de aparente amistad con
la intención de mantener conductas sexuales en línea o citarse en el mundo real para cometer abusos sexuales (Cra-
ven, Brown y Gilchrist, 2006).
Muy relacionadas, las solicitudes sexuales a través de Internet u online sexual solicitation son proposiciones dirigidas
a implicar a un menor en actividades o conversaciones sexuales o a que proporcione información sexual personal que
son no deseadas o, aunque puedan ser deseadas por la víctima, son incitadas por un adulto (véase, por ejemplo, el
trabajo de Mitchell, Finkelhor y Wolak, 2007).
En esta línea, otros estudios, como el trabajo de Leander, Granhag y Christianson (2005), han analizado las caracte-
rísticas y efectos psicológicos de las llamadas telefónicas obscenas. Esta tipología de abuso sexual sin contacto físico
parece conllevar un importante malestar psicológico en los menores analizados, especialmente cuando se repite en el
tiempo y el menor obedece las órdenes del acosador, así como una tendencia a ocultar esta experiencia por senti-
mientos de incomodidad y vergüenza (Larsen, Leth y Maher, 2000).
También hay que añadir el reciente sexting, compuesto por las palabras en inglés sex y texting, en referencia al uso
de teléfonos móviles con cámaras incorporadas ara producir y distribuir imágenes de uno mismo, o de otros, en una
postura o actitud provocativa que manifiestan una clara intención sexual (Mitchell, Finkelhor, Jones y Wolak, 2012) y
que puede comportar consecuencias graves en el estado emocional y el desarrollo del menor implicado.
Es importante tener en cuenta, por las características y por los efectos específicos que tiene en las víctimas, la explo-
tación sexual infantil (UNICEF, 1996), considerada una de las violaciones más severas de los derechos humanos de ni-
ños, niñas y adolescentes y una forma de esclavitud contemporánea, basada en el abuso sexual del menor y en la
remuneración económica o en especie, para la propia víctima o para terceras personas.
La explotación sexual de niños, niñas y adolescentes puede tomar varias formas que suelen estar muy relacionadas
entre sí y entre las cuales destaca la creación de pornografía infantil y los espectáculos sexuales en que participan ni-
ños, niñas y adolescentes; la explotación de los menores mediante la prostitución o prostitución infantil, que no se
restringe a las relaciones con coito, sino que también incluye cualquier otra forma de relación sexual o actividad eró-
tica (Eastes, 2001); el tráfico de niños, niñas y adolescentes con finalidades de explotación sexual; la explotación se-
xual comercial infantil en los viajes o turismo sexual infantil, referida a la explotación cometida por personas que se
desplazan fuera o dentro de su país con el objetivo de mantener relaciones sexuales con menores de dieciocho años
(ECPAT, 2004); y los matrimonios precoces o forzados, sin consentimiento real del menor, puesto que en muchos ca-
sos los niños y las niñas son obligados o, simplemente, son demasiados jóvenes para tomar una decisión real, con co-
nocimiento de causa, respecto a las implicaciones que comporta este acto (UNICEF, 2001).

EPIDEMIOLOGÍA: LA EXTENSIÓN DEL PROBLEMA


La amplia extensión de la victimización sexual infantil ha sido constatada en los estudios metanalíticos que se han
llevado a cabo, obteniendo cifras que oscilan entre el 8% de los varones y cerca de un 20% de las mujeres y que per-
miten confirmar que la victimización sexual de menores es un grave problema que afecta a todas las sociedades en

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las que se ha estudiado (véanse, por orden de publicación, Pereda, Guilera, Forns y Gómez-Benito, 2009; Stolten-
borgh, van IJzendoorn, Euser y Bakermans-Kranenburg, 2011; Barth, Bermetz, Heim, Trelle y Tonia, 2014).
Cabe tener en cuenta que los estudios que han analizado la extensión de la victimización sexual de menores utili-
zan diferentes metodologías que cabe conocer dado que pueden dar lugar a confusión en la interpretación de los re-
sultados obtenidos y dificultan la correcta comprensión de los mismos.

Estudios basados en el análisis de expedientes de menores


Estos estudios muestran los casos que son conocidos por las autoridades (e.g., hospitales, servicios sociales, policía,
justicia) y que suelen analizarse y hacerse públicos anualmente (Wynkoop, Capps y Priest, 1995).
Pero es importante reconocer que la incidencia no establece, en ningún caso, la ocurrencia real de la victimización
sexual contra la infancia y que jamás debe usarse como indicador de la extensión del problema, sino como ejemplo
de la capacidad de detección profesional de este fenómeno en un determinado contexto (Leventhal, 1998). Factores
como el secretismo que caracteriza la situación, la vergüenza que experimenta la víctima al relatar lo sucedido, las
sanciones criminales que implica la denuncia de estos casos, así como la joven edad y la dependencia del adulto que
caracterizan a estas víctimas, provocan que únicamente un escaso número de menores relaten lo sucedido en el mo-
mento en que ocurre (Goldman y Padayachi, 2000).
Uno de los escasos estudios de incidencia de alcance nacional que ha permitido cuantificar este problema es el rea-
lizado por el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia (Sanmartín, 2002) mediante el análisis de los 32.741
expedientes de los servicios de protección al menor de todas las comunidades autónomas españolas, entre 1997 y
1998. En este trabajo, de un total de 16.189 casos detectados de maltrato infantil a nivel estatal (un 0,71% del total de
la población española menor de 18 años), un 3,6% había sufrido alguna forma de victimización sexual, definida co-
mo cualquier comportamiento en que el menor hubiera sido utilizado como medio para obtener estimulación o grati-
ficación sexual.

Estudios retrospectivos con adultos


Los estudios retrospectivos muestran de forma más real el porcentaje de víctimas de abusos y agresiones sexuales
que existe en la sociedad y refieren al número de individuos que han sido víctimas a lo largo de su infancia, habitual-
mente considerada hasta los 18 años, si bien este criterio puede variar en función del estudio (Runyan, 1998).
En España, López, Carpintero, Hernández, Martín y Fuertes (1995) encuestaron a una muestra representativa de
1.821 ciudadanos adultos de la población española y encontraron que un 15% de los varones y 22% de las mujeres
habrían sido víctimas de abuso sexual antes de los 17 años de edad.
Otros trabajos, llevados a cabo con estudiantes universitarios de diferentes zonas geográficas del país, presentan ci-
fras muy similares. Por ejemplo, en el País Vasco, De Paúl, Milner y Múgica (1995) encontraron que un 9,7% de los
varones y un 14,9% de las mujeres reportaban experiencias de abuso sexual infantil antes de los 18 años. Unos años
más tarde, en Catalunya, Pereda y Forns (2007) encontraron que estas cifras ascendían a un 15,5% de los varones y
un 19% de las mujeres. Finalmente, en Andalucía, Cantón y Justicia (2008) mostraron que un 6,5% de los varones y
un 10% de las mujeres reportaban experiencias de abuso sexual acontecidas antes de los 13 años, ilustrando la grave-
dad de un problema que afecta a un importante porcentaje de la población española.

Estudios con muestras de menores


El análisis de los expedientes de menores y los estudios retrospectivos impiden conocer la verdadera extensión de la
victimización sexual infantil y no permiten analizar el fenómeno en el momento que está sucediendo (Goldman y Pa-
dayachi, 2000). En este sentido, recientemente se ha subrayado la necesidad de preguntar a los propios menores sobre
las experiencias de victimización acontecidas en la infancia, aportando su percepción de la situación y permitiendo,
en algunos casos por primera vez, el reporte de este tipo de casos (Morris, Hegarty y Humphreys, 2012).
Por todo ello, contar con una metodología sólida, que enmarque la investigación con menores, es de suma impor-
tancia. En este sentido, los trabajos que han surgido a partir de la teoría de la victimología del desarrollo (Finkelhor,
2007) han permitido obtener una descripción real de la victimización sexual infantil en diferentes países del mundo y
a partir de los propios reportes de los niños y niñas, con todas las garantías de protección y seguridad requeridas. De
entre los trabajos llevados a cabo desde esta metodología destaca el estudio de Pereda, Guilera y Abad (2014) quie-
nes, tras encuestar a 1.107 jóvenes españoles de entre 12 y 17 años, obtuvieron un porcentaje de victimización sexual

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del 4,1% en los chicos y del 13,9% en las chicas. España es un país pionero en Europa dentro de esta línea de estudio
y cuenta con diversos trabajos que han analizado la victimización sexual en menores atendidos en centros de salud
mental infantojuvenil, chicos y chicos tutelados por los servicios de protección o implicados en el sistema de justicia
juvenil (véase, Pereda, Abad, Guilera y Arch, 2015). La Tabla 1 muestra una comparativa de los porcentajes de preva-
lencia de la victimización sexual en menores españoles en función de su grupo de origen. Como puede verse, las chi-
cas son significativamente más victimizadas que los varones en todos los grupos y formas evaluadas, así como los
chicos y chicas de centros de protección y justicia juvenil, en los que la victimización sexual acontece a 1 de cada 3
menores.

CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS DEL ABUSO SEXUAL


El abuso sexual infantil es un grave problema de salud pública que, en gran parte de los casos, interfiere en el ade-
cuado desarrollo de la víctima que lo sufre y repercute negativamente en su estado físico y psicológico. La experien-
cia de abuso sexual infantil puede considerarse una situación extrema que, tal y como exponen Lazarus y Folkman
(1984), suele resultar en un elevado nivel de estrés y malestar en la gran mayoría de individuos.
Las consecuencias psicológicas que suelen acompañar a la vivencia del abuso sexual infantil son frecuentes y diver-
sas, tanto aquellas que se producen en la infancia como las que, en muchas ocasiones, perduran hasta la edad adulta.
Los estudios constatan consecuencias que afectan a todas las áreas de la vida de la víctima, y que impiden hablar de
un síndrome del abuso sexual infantil. Los trabajos publicados al respecto demuestran la no existencia de un patrón
de síntomas único, así como la presencia de una extensa variedad de síntomas en estas víctimas, e incluso la ausencia
total de síntomas en algunas de ellas, impidiendo establecer un síndrome que defina y englobe los problemas emocio-
nales, cognitivos y sociales que se relacionan con la experiencia de abuso sexual (Kendall-Tackett et al., 1993).
Son diversos los autores que constatan la existencia de víctimas asintomáticas, estableciéndose que entre un 20 y un
30% de las víctimas de abuso sexual infantil permanecerían estables emocionalmente tras esta experiencia (López,
1994). Sin embargo, estas víctimas podrían llegar a presentar problemas posteriormente, configurando los llamados
efectos latentes del abuso sexual infantil.

Consecuencias psicológicas iniciales


Los indicadores psicológicos del abuso sexual infantil o consecuencias iniciales, son aquellos efectos que suelen si-
tuarse en los dos años siguientes al abuso (Browne y Finkelhor, 1986) y que, por tanto, suelen encontrarse presentes
en la infancia y la adolescencia. Si bien muchos de los efectos iniciales del abuso sexual infantil pueden perdurar a lo
largo del ciclo evolutivo (Swanston, Tebutt, O’Toole y Oates, 1997), algunos de ellos se minimizan o desaparecen
(Oates, O’Toole, Lynch, Stern y Cooney, 1994), especialmente al llegar a la edad adulta, e incluso pueden desarrollar-
se exclusivamente en determinados periodos evolutivos (Kendall-Tackett et al., 1993).
Como se obtiene de los estudios presentados seguidamente, el abuso sexual infantil se relaciona con sintomatología
que afecta a distintas área de la vida de la víctima (véase Pereda, 2009).

TABLA 1
PREVALENCIA DE VICTIMIZACIÓN SEXUAL A LO LARGO DE LA VIDA EN MENORES ESPAÑOLES

Victimización sexual Centros educativos Centros de salud mental Centros de protección Centros de justicia

Total Sexo (%) Total Sexo (%) Total Sexo (%) Total Sexo (%)

n (%) V M OR n (%) V M OR n (%) V M ORa n (%) V M OR

Con contacto físico 36 (3,3) 1,5 5,2 3,57* 17 (11,4) 3,8 15,6 4,72* 28 (21,7) 6,3 36,9 8,35* 8 (7,9) 4,9 21,1 5,20*
Sin contacto físico 69 (6,2) 2,9 10,1 3,79* 15 (10,1) 1,9 14,6 8,88* 20 (15,5) 9,4 21,5 2,34 11 (10,9) 6,1 31,6 7,11*
Total 97 (8,8) 4,1 14,2 3,89* 24 (16,1) 5,7 21,9 4,67* 38 (29,5) 14,1 44,6 4,36* 16 (15,8) 9.8 42.1 6.73

*V: varones; M: mujeres


La n total puede ser distinta a la suma de casos debido a que un mismo chico o chica ha podido sufrir más de una forma de victimización.
a
OR corregida por el efecto de la edad mediante el estadístico Cochran-Mantel-Haenszel.
* OR significativa p < 0,05

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Problemas funcionales
Dentro de este grupo se encuentran aquellas consecuencias del abuso sexual infantil que representan dificultades en
las funciones fisiológicas de la víctima. Destacan los problemas de sueño (en un 56% de los casos, según Mannarino
y Cohen, 1986), la pérdida del control de esfínteres (18% de los casos, según Mannarino y Cohen, 1986). Estudios so-
bre víctimas de abuso sexual y problemas de la conducta alimentaria (en un 49% de los casos, según Swanston et al.,
1997) muestran una mayor frecuencia en estos niños y niñas de insatisfacción con su cuerpo, restricción alimentaria,
conductas de purga y atracones (Wonderlich et al., 2000).

Problemas emocionales
Dentro de este apartado se encuentran algunos de los problemas de tipo internalizante, siguiendo la categorización
de Achenbach (1991), más frecuentemente observados en víctimas de abuso sexual infantil. Destaca por su elevada
frecuencia en estos menores la sintomatología postraumática (véase la revisión de Rowan y Foy, 1993 al respecto),
con una prevalencia situada cerca de la mitad de las víctimas (Ackerman, Newton, McPherson, Jones y Dykman,
1998), y tanto para estrés postraumático simple como complejo (Tremblay, Hébert y Piché, 2000). También se obser-
van síntomas de ansiedad y depresión (entre un 4 y un 44% en niños y entre un 9 y un 41% en niñas víctimas de abu-
so sexual infantil, Ackerman et al., 1998); así como baja autoestima, sentimiento de culpa y de estigmatización (en un
41% para Tebutt, Swanston, Oates y O’Toole, 1997).
La ideación y/o la conducta suicida se da en un elevado número de casos como muestran los trabajos de Garnefski y
Diekstra (1997) (un 37,4% de las chicas y un 50% de los chicos) y Martin, Bergen, Richardson, Roeger y Allison
(2004) (un 29% de las chicas y un 50% de los chicos).

Problemas cognitivos y de rendimiento


Entre estos problemas destaca la afectación de la capacidad de atención y concentración vinculada al uso de estrate-
gias de afrontamiento disociativas (Kaplow, Hall, Koenen, Dodge y Amaya-Jackson, 2008), así como un menor rendi-
miento académico (Jones, Trudinger y Crawford, 2004), con una frecuencia de sintomatología hiperactiva que llega al
40% de las víctimas (Ackerman et al., 1998).

Problemas sociales y de relación


Una de las áreas que suele quedar más afectada en víctimas de abuso sexual infantil es la relación social con iguales
y adultos, ya sean pertenecientes a la familia o desconocidos, dada la ruptura que la experiencia de abuso sexual im-
plica en la confianza de la víctima (véase la revisión de Tyler, 2002). Si bien pocos estudios han analizado esta afecta-
ción, destacar el trabajo de Oates, Forrest y Peacock (1985) en el que un 43% de las víctimas de abuso sexual
manifestaron tener pocos amigos, en comparación con el 11% de los menores no víctimas.

Problemas de conducta
Se ha observado una relación entre la experiencia de abuso sexual y la presencia de problemas generales de con-
ducta (véase la revisión de Maniglio, 2014), si bien cabe resaltar algunos de los problemas específicos que las vícti-
mas de abuso sexual presentan en este área.

Conducta sexualizada
La presencia de conductas sexualizadas, también denominadas comportamientos erotizados, es uno de los proble-
mas más frecuentes en víctimas de abuso sexual infantil, siendo tomada habitualmente como un indicador de marca-
da fiabilidad para su detección. Como ejemplo, en la revisión de Bromberg y Johnson (2001) los autores indican que
la conducta sexualizada es 15 veces más probable en menores víctimas de abuso sexual que en no víctimas. Sin em-
bargo, estas conductas no son exclusivas de las víctimas de abuso sexual y pueden producirse por otros motivos dife-
rentes a la experiencia de abuso que deben tenerse en cuenta.
Por otro lado, algunos autores han confirmado que las conductas sexualizadas en la infancia parecen relacionarse con
conductas promiscuas y embarazos no deseados en la adolescencia (Noll, Shenk y Putnam, 2009), aumentando el riesgo
de revictimización en etapas posteriores. La prostitución en víctimas de abuso sexual infantil menores de edad es tam-
bién uno de los problemas relacionado con el área de la sexualidad encontrado por algunos autores (Cusick, 2002).

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En general destaca, como afirma Barudy (1993), el rápido y prematuro crecimiento con que las víctimas de abuso se-
xual infantil se desarrollan a nivel de su sexualidad, contrastando con las dificultades que presentan para crecer en el
plano psicoafectivo y relacional.

Conformidad compulsiva
Crittenden y DiLalla (1988) propusieron la existencia de un patrón de conducta específico, denominado de confor-
midad compulsiva, utilizado por algunas víctimas de malos tratos, abuso sexual y negligencia para acomodarse a su
situación y poder sobrevivir, física y psicológicamente a ésta. Los autores definen esta estrategia como la presencia de
un comportamiento conformista y vigilante, que reduce el riesgo de comportamientos hostiles y violentos por parte de
sus agresores y aumenta la probabilidad de interacciones agradables con ellos. En el estudio, las víctimas de abuso se-
xual fueron aquellas que presentaban un mayor nivel de conformidad compulsiva. No obstante, si bien los autores ini-
cialmente abogan por el efecto adaptativo de esta estrategia, también alertan del riesgo que implica si se generaliza al
resto de relaciones interpersonales de la víctima, como suele suceder en casos de abuso sexual infantil.

Conducta disruptiva y disocial


En el extremo opuesto, algunos autores han obtenido una elevada frecuencia de conductas de carácter disruptivo y
disocial en víctimas de abuso sexual infantil, incluidas dentro de la denominada sintomatología externalizante según
la categorización de Achenbach (1991), especialmente en víctimas de sexo masculino (Romano y De Luca, 2001). Los
porcentajes pueden llegar al 25,3% en chicas y al 58,4% en varones, según Garnefski y Diekstra (1997).

Consecuencias psicológicas a largo plazo


Las consecuencias psicológicas que se han relacionado con la experiencia de abuso sexual infantil pueden perdurar
a lo largo del ciclo evolutivo y configurar, en la edad adulta, los llamados efectos a largo plazo del abuso sexual. Se
habla de efectos a largo plazo cuando éstos se encuentran a partir de los dos años siguientes a la experiencia de abu-
so (Browne y Finkelhor, 1986). También es posible que la víctima no desarrolle problemas aparentes durante la infan-
cia y que éstos aparezcan como problemas nuevos en la adultez (Pereda, 2010).
Los efectos a largo plazo son, comparativamente, menos frecuentes que las consecuencias iniciales, sin embargo el
abuso sexual infantil constituye un importante factor de riesgo para el desarrollo de una gran diversidad de trastornos
y problemas en la edad adulta (véase la revisión de Maniglio, 2009). La información actualmente disponible tampoco
permite establecer en esta etapa un único síndrome específico, o conjunto de síntomas diferenciados, asociado a la
experiencia de abuso sexual, afectando éste a diferentes áreas de la vida de la víctima; así como no permite confirmar
la existencia de una relación determinística entre la experiencia de abuso sexual infantil y la presencia de problemas
psicológicos en la edad adulta, existiendo múltiples variables que parecen incidir en esta relación (Whiffen y MacIn-
tosh, 2005). Por otro lado, es importante destacar la dificultad que entraña el estudio de estos efectos, principalmente
por su interacción con otro tipo de factores relacionados con el paso del tiempo, si bien estudios rigurosos siguen
constatando una relación directa entre la experiencia de abuso sexual y el posterior desarrollo de problemas psicoló-
gicos (véase por ejemplo, Nelson et al., 2002).
Algunos autores constatan una peor salud mental general en víctimas de abuso sexual infantil, con una mayor pre-
sencia de síntomas y trastornos psiquiátricos (Chen et al., 2010). Otros estudios de revisión confirman una probabili-
dad mayor de desarrollar trastornos de personalidad en estas víctimas que en la población general (Pereda,
Gallardo-Pujol y Jiménez-Padilla, 2010).
Se han agrupado en los apartados siguientes las distintas problemáticas a largo plazo que la bibliografía ha encontra-
do presentes con mayor frecuencia en víctimas de abuso sexual infantil.

Problemas funcionales
Los problemas físicos y fisiológicos que se han asociado con la experiencia de abuso sexual infantil son frecuentes y
muy diversos (véase la revisión de Irish, Kobayashi y Delahanty, 2009). Se han encontrado dolores crónicos y un peor
estado de salud general en estas víctimas (Finestone et al., 2000), así como una mayor frecuencia de trastornos de so-
matización (Paras et al., 2009). También son múltiples los estudios que demuestran la frecuente presencia de trastor-
nos de la conducta alimentaria en víctimas de abuso sexual infantil, especialmente de bulimia nerviosa (Wonderlich,
Brewerton, Jocic, Dansky y Abbott, 1997) y obesidad (Gustafson y Sarwer, 2004).

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Problemas cognitivos y de rendimiento


Muy vinculado con la presencia de trastornos disociativos (Startup, 1999), existen estudios que han encontrado una
relación entre la experiencia de abuso sexual y la presencia de dificultades en el funcionamiento cognitivo de las víc-
timas (Navalta, Polcari, Webster, Boghossian y Teicher, 2006).

Problemas emocionales
Dentro de este apartado destacan, por su presencia en gran parte de las víctimas de abuso sexual infantil, los trastor-
nos afectivos, como la depresión (Maniglio, 2010) y el trastorno bipolar (Maniglio, 2013a); los síntomas y trastornos
de ansiedad, destacando por su elevada frecuencia el trastorno por estrés postraumático (Maniglio, 2013b); el trastor-
no límite de la personalidad (Ball y Links, 2009); así como las conductas autodestructivas (negligencia en las obliga-
ciones, conductas de riesgo, ausencia de autoprotección, entre otras), nuevamente vinculadas a procesos disociativos
(Rodriguez-Srednicki, 2001); las ideas suicidas e intentos de suicidio (Devries et al., 2014) y las conductas autolesivas
(Klonsky y Moyer, 2008).
Cabe tener en cuenta que muchos de estos diagnósticos se encuentran vinculados a lo que algunos autores han de-
nominado trastorno por estrés postraumático complejo (véase el estudio clásico de Herman, 1992), derivado de la ex-
posición prolongada y repetida durante la infancia a un suceso victimizante, como el abuso sexual infantil. En estos
casos, la víctima puede desarrollar múltiples problemas psicológicos que no deben asumirse como trastornos distintos
e independientes, sino como síntomas causados por una compleja experiencia de victimización en la infancia que
afecta a múltiples áreas del desarrollo y de la salud mental.

Problemas de relación
El área de las relaciones interpersonales es una de las que suele quedar más afectada en víctimas de abuso sexual in-
fantil, si bien pocos estudios han analizado este fenómeno (véase la revisión de Davis y Petretic-Jackson, 2000). Des-
taca la presencia de un mayor aislamiento y ansiedad social, menor cantidad de amigos y de interacciones sociales,
así como bajos niveles de participación en actividades comunitarias (por ejemplo, Abdulrehman y De Luca, 2001).
También aparecen dificultades en la crianza de los hijos, con estilos parentales más permisivos en víctimas de abuso
sexual al ser comparados con grupos control, así como un más frecuente uso del castigo físico ante conflictos con los
hijos y una depreciación general del rol maternal (Roberts, O’Connor, Dunn, Golding y ALSPAC, 2004).

Problemas de adaptación social


El denominado ciclo de la violencia, descrito por Widom (1989) describe el factor de riesgo que supone la experien-
cia de abuso y maltrato infantil para el desarrollo de conductas delictivas y violentas en etapas posteriores. Así, me-
diante un estudio longitudinal, Kaufman y Widom (1999) constataron el riesgo de huida del hogar que presentaban
las víctimas de maltrato infantil. A su vez, la conducta de huida del hogar y el haber sufrido abuso sexual infantil in-
crementaban el riesgo de delinquir y de ser arrestado por delitos diversos. Ser víctima de maltrato o abuso durante la
infancia aumentaba la probabilidad de ser arrestado en la adolescencia en un 59%, en la edad adulta en un 28% y
por un delito violento en un 30% (Widom y Maxfield, 2001). A su vez, el abuso sexual parece ser un importante fac-
tor de riesgo para el desarrollo de trastornos vinculados al abuso de substancias, como demuestra la exhaustiva revi-
sión de Maniglio (2011).

Problemas sexuales
Noll, Trickett y Putnam (2003) mediante un estudio prospectivo, defienden que la sexualidad desadaptativa es la
consecuencia más extendida del abuso sexual infantil, encontrando tanto aversión sexual en las víctimas, como con-
ductas ansiosas y ambivalentes ante la sexualidad. Otros estudios también han confirmado la frecuente presencia de
problemas de tipo sexual en víctimas de abuso sexual infantil, como una sexualidad insatisfactoria y disfuncional, una
mayor tendencia al mantenimiento de relaciones sexuales sin protección, a presentar conductas sexuales promiscuas,
un precoz inicio de la sexualidad y un mayor número de parejas sexuales y de riesgo de VIH (Senn, Carey, & Vana-
ble, 2008).
En relación con la prostitución, Wilson y Widom (2008) encontraron, en su seguimiento a víctimas de maltrato in-
fantil (físico, sexual, negligencia) durante más de 30 años, que éstas presentaban entre 1,73 y 2,47 veces más probabi-

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lidad de prostituirse a lo largo de la vida. La explicación parece encontrarse en el desarrollo de una identidad de pros-
tituta o prostitute label por la que la víctima realiza un análisis de sus variables personales, del sexo masculino, de la
violencia y del dinero, en el que la prostitución es una opción más cercana que para otros individuos (Phoenix,
2000).

Revictimización y transmisión intergeneracional del abuso sexual


La revictimización, implica la experiencia posterior de violencia física y/o sexual en víctimas de abuso sexual infantil
por victimarios distintos al causante del abuso en la infancia (Maker, Kemmelmeier y Peterson, 2001). Estudios de re-
visión (Messman-Moore y Long, 2003; Roodman y Clum, 2001) y prospectivos (Barnes, Noll, Putnam y Trickett, 2009)
han constatado este riesgo de revictimización que parece afectar a más de la mitad de las víctimas.
Por su parte, los estudios realizados sobre la existencia de una posible transmisión intergeneracional del abuso se-
xual infantil, que supondría repetir el patrón abusivo con los propios hijos e hijas o permitir que otras personas abu-
sen de ellos, han obtenido cifras situadas entre el 20% y el 30% de los casos (Glasser et al., 2001; Oates, Tebutt,
Swanston, Lynch y O’Toole, 1998), lo que supone una minoría substancial.

RESILIENCIA: VARIABLES MEDIADORAS EN VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL


Los conceptos de resiliencia y protección, desarrollados durante décadas, han sido puestos de manifiesto en los últi-
mos años por un nuevo enfoque dentro de las ciencias humanas, denominado Psicología Positiva. Esta perspectiva de
estudio se centra en el bienestar del individuo y en la felicidad como objetivos a desarrollar, considerando que la per-
sona es activa y fuerte, con una capacidad natural de resistir y rehacerse a pesar de las adversidades (Seligman, 2002).
Esta línea de estudio se encuentra relacionada con los conceptos de resistencia, vulnerabilidad, protección y riesgo,
desarrollados principalmente por Rutter (2007). Se habla de mecanismos de riesgo o vulnerabilidad y mecanismos de
protección, compensación o resiliencia, refiriéndose a la interacción entre las características del individuo y de su en-
torno con la situación y dando lugar a un efecto de riesgo o a un efecto protector (Luthar, Cicchetti y Becker, 2000).
Es el proceso o mecanismo de interacción entre el individuo y la situación, no la variable en sí, aquello que conlleva
un riesgo o una protección, constituyéndose en un punto de inflexión o turning point en la vida de éste (Rutter, 1990).
Es en estas situaciones extremas cuando el ser humano tiene la oportunidad de volver a construir su forma de enten-
der la realidad y su sistema de valores, tiene la oportunidad de replantear su concepción del mundo y de modificar
sus creencias, de manera que en esta reconstrucción puede darse un aprendizaje y un crecimiento personal que ha
venido a llamarse por algunos autores crecimiento postraumático (Calhoun y Tedeschi, 1999).
Basándose en esta línea de trabajo, estudios recientes han centrado sus esfuerzos en conocer el porcentaje de vícti-
mas de abuso sexual infantil que parece no presentar secuelas o superarlas en un menor período de tiempo para tratar
de determinar las características que pueden o no favorecer la resiliencia ante este acontecimiento, o capacidad del
individuo de no verse influido por la experiencia adversa, consiguiendo una buena adaptación y no presentando con-
ductas desviadas o psicopatológicas. Así, estudios de revisión han encontrado que, entre un 10 y un 53% de las vícti-
mas de abuso sexual infantil, mantendrían un nivel de funcionamiento normal tras esta experiencia (Domhardt,
Münzer y Fegert, 2015), si bien las variables que parecen conducir a la resiliencia siguen siendo objeto de estudio.

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Ficha 1.
Evaluación psicológica forense de menores víctimas de
abuso sexual infantil
La valoración pericial relacionada con la evaluación de los abusos sexuales a menores es una de las tareas más en-
comendadas a los psicólogos forenses desde el ámbito judicial (Echeburúa & Subijana, 2008; Manzanero & Muñoz,
2011). El peritaje psicológico surge de las necesidades de los jueces que precisan contar con los aportes y conoci-
mientos que son especificidad de otras ciencias o actividades especializadas y que, por tanto, resultan ajenas a su
propio conocimiento. El dictamen pericial emitido recogerá, por tanto, la opinión objetiva e imparcial de un técnico o
especialista, con unos específicos conocimientos científicos, artísticos o prácticos, acerca de la existencia de un he-
cho y la naturaleza del mismo (Mauleón, 1984, cfr. Ibáñez & Avila, 1990, pag. 294).
Tanto desde la disciplina de la psicología (Aguilera & Zaldivar, 2003; Arch, 2008; Grisso, 1986) como desde el ám-
bito jurídico (Montero, 2001; Muñoz, 1996), se ha alertado de la enorme responsabilidad que ostentan los psicólogos
cuando realizan estas intervenciones, especialmente, ante la evidencia de que el dictamen pericial emitido tendrá un
peso decisivo en la toma de decisión de los jueces o magistrados respecto al objeto de litigio. Por ello, el trabajo del
psicólogo forense debe comportar una gran exigencia científica y ética. De hecho, en las Directrices Especializadas
para psicólogos forenses (Sociedad legal americana y división 41 APA, 1994), se especifica, entre otras, la obligación
del psicólogo forense de seguir los estándares éticos más elevados de su profesión y la de mantener actualizados los
conocimientos del desarrollo científico, profesional y legal dentro de su área de competencia.
La valoración que se solicita en casos de supuestos abusos sexuales a menores, entraña mayor responsabilidad para
el técnico que la realiza dado que, en numerosas ocasiones, el relato del menor es la única evidencia de la que se dis-
pone para valorar la ocurrencia del acto abusivo (Garrido & Masip, 2001), pudiendo tener enormes repercusiones tan-
to para el niño o niña como para los adultos implicados en la denuncia (Berliner & Conte, 1993).
El abuso sexual infantil no suele entrañar violencia, por tanto, no suelen existir pruebas físicas que lo corroboren
(Undeutsch, 1989); la agresión suele producirse sin posibles testigos que puedan confirmar su ocurrencia; el acusado
no suele confesar su acción (Dejong, 1992); y, finalmente, la gran variabilidad apreciada en los indicadores conduc-
tuales (e.g. conducta sexualizada, reacciones emocionales, entre otros), conlleva la imposibilidad de determinar en
base a éstos la posible ocurrencia del abuso (Berliner & Conte, 1993; Lamb, Sternberg & Esplin, 1994).
Valoración psicológica de la credibilidad del testimonio del menor en casos de abuso sexual
Aunque se han realizado abordajes con otras técnicas y procedimientos, como por ejemplo, el estudio de las altera-
ciones fisiológicas (Martínez Selva & Riquelme,1999); actualmente, se mantienen tres enfoques básicos para la eva-
luación de la credibilidad del testimonio en casos de abuso sexual infantil: a) protocolos de entrevista y presencia de
indicadores físicos, psicológicos y sexuales, b) análisis de la veracidad de la declaración y c) técnicas basadas en el
juego con muñecos anatómicos y/o dibujos (Echeburrua & Guerricaechevarría, 2000). No obstante, cabe señalar, que
para la realización de la peritación, es necesario contemplar un sistema que permita la evaluación multiárea y multi-
método, comprendiendo, tanto la propia valoración de la credibilidad, como la exploración psicológica del menor y
la información sobre aspectos físicos y sociales que pueda tener interés para la evaluación; con ello, se pretende dotar
de mayores garantías al dictamen resultante de la evaluación (Jiménez & Martín, 2006). En relación a la solidez de las
valoraciones realizadas a través de la exploración con muñecos anatómicos y/o dibujos, cabe señalar las alertas ofre-
cidas por los investigadores (e.g.: Boat & Everson, 1994), tanto por la posibilidad de que la conducta del menor se en-
cuentre influida por el propio material, como por la consideración de escasa utilidad de los resultados obtenidos si
son considerados de forma exclusiva para el diagnóstico (Garb, Wood, & Nezworski, 2000). Existe una alta probabili-
dad de que las conductas que muestra el niño en su juego con los muñecos anatómicos se encuentren mediatizadas
por diversas variables que deberían ser controladas para poder ofrecer solidez a los resultados (Elliot, O’Donohue, &
Nickerson, 1993).

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Un tema controvertido, al que frecuentemente se alude en relación a estas intervenciones profesionales, se encuen-
tra en la posibilidad de que la acusación del menor resulte falsa. Sin embargo, las investigaciones sobre esta cuestión
nos muestran un bajo porcentaje de falsas acusaciones, que oscilarían entre un 2 y un 8% (Everson & Boat, 1989; Jo-
nes & McGraw, 1987; Trocmé & Bala, 2005), además, cuando éstas se producen, suelen ser o ideadas por adultos o
interpretaciones erróneas del relato del menor, más que una invención deliberada de éste (Berliner & Conte, 1993;
Brown, Frederico, Hewitt, & Sheehan, 2001). Por tanto, la consideración general es que cuando un menor revela una
situación de presunto abuso sexual, existe una altísima probabilidad de que haya ocurrido (Dammeyer, 1998), siendo
el riesgo de falsos negativos lo que supone un importante problema en la estimación del abuso sexual infantil (Berli-
ner & Conte, 1995; Oates, Jones, Denson, Sirotnak, Gary, & Krugman, 2000).

El análisis de la credibilidad de la declaración del menor abusado sexualmente


Como indicábamos anteriormente, el análisis de la credibilidad es un procedimiento enormemente complejo que
requiere que el técnico que lo realiza disponga de adecuados conocimientos y experiencia en la materia (Manza-
nero y Muñoz, 2011; Pereda & Arch, 2012). Teniendo en cuenta esta premisa, se describirá brevemente el procedi-
miento recomendado para la realización de este análisis, tomando como referencia las recomendaciones aportadas
por los expertos en la técnica (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2000; Cantón, 2004; Raskin & Esplin, 1991; Ras-
kin & Yuille, 1989; Steller & Koehnken, 1989; Steller & Boychuck, 1992): A) Revisión documental: aunque, como
en otras exploraciones forenses, se ha planteado la conveniencia de usar un procedimiento “ciego” para evitar una
hipotética “contaminación” del técnico (e.g. Underwager, Wakefield, Legrand & Erikson, 1986), los expertos en la
materia (e.g. Grisso, 1986) han señalado repetidamente la inconveniencia de su uso en la práctica forense, avalan-
do la bondad de la revisión documental como herramienta que permita una adecuada contextualización del caso a
evaluar. B) Entrevista al menor: esta técnica resulta especialmente importante en el proceso de evaluación dado
que resulta el medio fundamental en el que se basará el análisis de credibilidad. Sin duda, la forma en que se reali-
ce la entrevista tendrá una enorme influencia en el tipo de información que se obtendrá (Walker, 1993). Es necesa-
rio que se efectúe en un espacio adecuado, evitando presiones y preguntas sugestivas y utilizando un formato
semiestructurado, con preferencia por las preguntas abiertas, que favorezca el discurso libre del menor (Lamb,
Sternberg, & Esplin, 1994); posteriormente, se utilizarán preguntas más cerradas a fin de clarificar algunos aspectos
del relato y obtener mayor detalle de lo referido por el niño o niña. Es muy importante asegurarse que este tipo de
preguntas no resulten sugestivas, es decir, no faciliten una determinada respuesta del menor a consecuencia de su
formulación. Finalmente, la entrevista debe ser registrada, bien de forma audio-visual o sólo en audio, ya que es la
transcripción de esta entrevista la base sobre la que se realizará el posterior análisis de credibilidad. Este sistema,
puede también evitar que el menor tenga que ser nuevamente explorado por otros profesionales, con el riesgo de
revictimización que ello conlleva. C) Exploración psicológica del menor: tanto por su función contextualizadora
(Cantón, 2004) como por la necesidad de determinar el estado clínico del menor y las posibles secuelas a fin de
recomendar la pertinente intervención, es conveniente realizar una exploración psicológica exhaustiva del menor.
Esta fase seguirá la forma y estructura al uso en la evaluación psicológica, recogiendo datos sobre las característi-
cas de los actos abusivos, del contexto psicosocial del menor y de su estado emocional, siendo altamente reco-
mendable el uso de medidas psicométricas que doten de mayor solidez el posible diagnostico (véase Pereda &
Arch, en prensa, para una revisión detallada, a nivel internacional, de los instrumentos de evaluación psicológica
usados en los casos de abuso sexual a menores). D) Evaluación del contenido de la declaración: el análisis de la
declaración del menor se realiza a través de la aplicación del Análisis del Contenido Basado en Criterios (Criterion
Based Content Analysis, CBCA) (Horowitz, 1991; Raskin & Esplin, 1991; Steller & Koehnken, 1989; Steller & Wolf,
1992) a la transcripción verbal de la entrevista. En síntesis, el sistema valora la presencia o ausencia de 19 criterios
estructurados en cinco categorías (véase Tabla 1). La técnica permite valorar cualitativamente si el menor informó
sobre un suceso experimentado. Es necesario tener en cuenta que el peso de cada criterio depende de múltiples
factores que van desde la edad del menor, al paso del tiempo, o al número de veces que la víctima ha relatado el
acontecimiento, aspectos que deben ser considerados por el técnico en su valoración. Asimismo, también es nece-
sario puntualizar que la presencia de criterios fortalece la credibilidad del relato pero la usencia no sugiere la false-
dad del mismo (Cantón, 2004). Es altamente recomendable que la valoración de los criterios sea realizada por dos
técnicos independientes a fin de poder realizar una estimación basada en la concordancia entre jueces y dotar de
mayor solidez y garantía el resultado. E) Comprobación de la lista de validez: una vez realizada la valoración de

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los criterios, se aplican los denominados criterios de validez (véase Tabla 2) cuyo objetivo estriba en constatar que
la entrevista de la que surge el relato se ha realizado de forma correcta, se evalúan ciertas características del menor
que resultan especialmente significativas para la entrevista, la posibilidad de que exista una motivación para mentir
y la consistencia que mantiene el relato respecto a otros anteriores y/o otras pruebas disponibles.
De la valoración global de los criterios y de la lista de validez se extrae la calificación final que los técnicos otorgan
al relato en función de cinco estratos posibles -creíble, probablemente creíble, indeterminado, probablemente increí-
ble y increíble- (Steller, 1989).
En conclusión, la valoración pericial referida a la
credibilidad del relato en casos de supuesto abuso TABLA 1
sexual infantil requiere de una perspectiva global CRITERIOS DEL CBCA (STELLER & KOEHNKEN, 1989, ADAPTADO)
que considere todos los medios disponibles y el Características Generales 1. Estructura lógica
máximo de factores influyentes, a fin de poder rea- 2. Elaboración no estructurada
lizar un dictamen sólido que ayude al sistema judi- 3. Cantidad de detalles

cial en su toma de decisiones.


Contenidos específicos 4. Incardinación en contexto o
Como toda intervención forense, la participación adecuación contextual
en la evaluación pericial del abuso sexual infantil 5. Descripción de interacciones
6. Reproducción de conversaciones
requiere una alta especialización del técnico que
7. Complicaciones inesperadas durante el
debe disponer de conocimientos y experiencia incidente
adecuados que le permitan efectuar una valoración
solida y fundamentada. Peculiaridades del contenido 8. Detalles inusuales
9. Detalles superfluos
10. Detalles descritos con precisión e
REFERENCIAS inadecuadamente interpretados por el
Aguilera, G., & Zaldívar, F. (2003). Opinión de los menor
11. Asociaciones externas relacionadas
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Ficha 2.
Intervención psicológica con menores víctimas de abuso
sexual infantil
Existen diversas modalidades de tratamiento psicológico que han demostrado su eficacia en víctimas de abuso se-
xual, si bien en nuestro país son escasas las publicaciones al respecto.
Pueden encontrarse múltiples tipos de intervención que varían en función de las diferentes variables implicadas, co-
mo son la edad de la víctima, las características del abuso sexual, la modalidad de tratamiento o a quién se dirige és-
te. En relación a la modalidad de tratamiento, la terapia de grupo parece ser un formato muy efectivo puesto que
contrarresta el aislamiento de la víctima y destruye su creencia que sufre un estigma (Habigzang, Hatzenberger, Dala
Corte, Stroeher y Koller, 2006). De todos modos, tal y como se ha constatado en diferentes trabajos, cuando el trata-
miento se focaliza en la experiencia de abuso sexual, se estructura en una serie de módulos y se centra en los sínto-
mas específicos que presenta la víctima, puede contribuir a una reducción significativa de la sintomatología a corto y
largo plazo, en cualquiera de sus modalidades (para una revisión de este tema léase Skowron y Reinemann, 2005).
El modelo de intervención en el que se centrará este apartado está basado en una orientación cognitivo-conductual,
puesto que, de acuerdo con las escasas investigaciones realizadas, ésta es la que ofrece unos pronósticos más positi-
vos en la consecución de los objetivos fijados y los resultados obtenidos están basados en la evidencia (Hetzel-Riggin,
Brausch y Montgomery, 2007; Ramchandani y Jones, 2003). Específicamente, el modelo que más apoyo empírico ha
recibido es la terapia cognitivo conductual focalizada en el trauma (para una mayor comprensión de este programa
véase el manual de Cohen, Mannarino y Deblinger, 2006).
El tratamiento, desde esta perspectiva, debe consistir en la elaboración previa de un programa de intervención indi-
vidualizado, teniendo en cuenta la evaluación inicial y los múltiples problemas que manifiesta ese menor en concreto
(Friedrich, 1996). Ahora bien, existen algunas normas generales a seguir en este tipo de intervenciones. El tratamiento
actúa sobre las distorsiones cognitivas que la víctima ha desarrollado durante el abuso y sobre los síntomas que pre-
senta. Hablar sobre el abuso, por tanto, supone el primer paso para romper el silencio y el sentimiento de aislamiento
que acompaña a la víctima. Recordar y describir lo que se ha vivido sirve para reducir la tendencia a la disociación y
a la negación que presentan muchas víctimas de abuso sexual y que ha servido como estrategia adaptativa mientras el
abuso se ha producido (Macfie, Cicchetti y Toth, 2001). El hecho de volver a experimentar los sentimientos asociados
al abuso es una pieza clave dentro de la terapia, siendo un objetivo prioritario de la intervención en los casos en los
que la víctima presenta trastorno por estrés postraumático complejo. Esta forma del trastorno deriva de experiencias
traumáticas prolongadas y repetidas en la infancia, lo que conduce al niño a utilizar estrategias de afrontamiento diso-
ciativas que le permiten, mientras se encuentra en esta situación de riesgo, continuar con su vida de forma adaptativa
(véase el manual de Ford y Courtois, 2013).
Por otro lado, existen dos criterios previos a considerar sea cual sea la modalidad de tratamiento que se va a seguir y
que deben regir la intervención con víctimas de abuso sexual infantil. El primer criterio a tener en cuenta es que la
víctima no va a olvidar el abuso, si no que debemos ayudarla a elaborarlo e integrarlo en su vida. En segundo lugar, la
intervención con víctimas de abuso sexual debe basarse en la idea que el abuso sexual es una experiencia, no una
condición clínica ni una patología. Teniendo estos criterios en mente, deberemos decidir si el tratamiento psicológico
es realmente necesario. No es adecuado someter a una víctima de abuso sexual a tratamiento psicológico per se,
puesto que el abuso sexual es una experiencia negativa no un trastorno psicológico (Kendall-Tackett, Meyer y Finkel-
hor, 1993). De este modo, la intervención psicológica no siempre será necesaria. O quizás no sea necesaria en ese
momento. Existe una fuerte tendencia social a creer que todas las víctimas presentan consecuencias adversas deriva-
das de su experiencia de victimización. Es lo que se conoce como sesgo del trauma (Hill, 2011). Sin embargo, las in-
vestigaciones indican que muchas de las víctimas de abuso sexual se muestran asintomáticas a pesar de su
experiencia (entre un 20 y un 30% de las víctimas de abuso sexual infantil permanecerían estables emocionalmente
tras esta experiencia según el estudio de López, 1994).

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La intensidad del impacto dependerá de las variables mediadoras que incidan en ese caso particular y que se rela-
cionan con el tipo de abuso, con el agresor, con la víctima, o con la respuesta del entorno de la víctima, entre otras
(Spaccarelli y Kim, 1995). Tomando la perspectiva de la resiliencia, en aquellos casos en los que la víctima no presen-
ta sintomatología que refuerce la necesidad de tratamiento psicológico, intervenir podría representar someterla a una
segunda victimización. La intervención psicológica siempre supone unos efectos en la persona que la recibe y, cuan-
do no es necesaria, estos efectos pueden agravar el estado de la persona intervenida (Bootzin y Bailey, 2005). Son aún
muy necesarios modelos de intervención que expliquen los efectos de la violencia bajo un enfoque no psicopatológi-
co, que integre la perspectiva de la resiliencia y la psicología positiva.

PROGRAMA DE INTERVENCIÓN
El tratamiento psicológico con menores víctimas de abuso sexual desde la terapia cognitivo-conductual focalizada
en el trauma que se propone supone tres fases (a) una fase de seguridad y restablecimiento de la confianza interperso-
nal, (b) una fase educativa-preventiva y (c) una fase terapéutica.

Es muy importante ser conscientes que trabajar con víctimas de la violencia, si bien es similar en algunos aspectos al tra-
tamiento que se puede ofrecer a cualquier otro paciente, requiere de unas particularidades a tener en cuenta. Y una de
ellas es la seguridad de la víctima. No se puede iniciar el proceso terapéutico si la víctima no se encuentra en un contexto
seguro. Y esto supone que el abuso haya finalizado y que podamos empezar a modificar el modo superviviente en el que
la víctima ha actuado hasta el momento como estrategia adaptativa. Para ello, también debe sentirse segura en el espacio
terapéutico y con su terapeuta. Debemos preguntarle si está cómoda, observar si realmente se siente amenazada en nues-
tro despacho o por nuestra presencia. Todo ello se podrá llevar a cabo con éxito si hemos establecido un buen vínculo y la
víctima confianza en nosotros. Cabe tener en cuenta que la confianza interpersonal se ha visto gravemente dañada en un
caso de abuso sexual, puesto que frecuentemente el victimario ha sido alguien con quien la víctima mantenía una relación
de intimidad y confianza. Así que la confianza en el terapeuta es clave para poder finalizar con éxito la intervención y re-
quiere de nuestro interés prioritario, debiendo ir más allá de una, dos o tres sesiones.
En segundo lugar, la fase educativa-preventiva es de gran importancia dado que proporciona a la víctima autonomía,
reduce el sentimiento de indefensión derivado de la experiencia abusiva, facilita la percepción de una mayor sensa-
ción de control y reduce el riesgo de posibles futuras victimizaciones. Engloba, a su vez, diferentes apartados: (a) In-
formación sobre la sexualidad y sobre el abuso sexual, en la que se debe ayudar al menor a comprender su propia
sexualidad de una forma objetiva y adaptada a su edad. Se deberán confrontar las experiencias sexuales vividas con
una sexualidad sana a través del desarrollo de diversos temas, entre los que destacan, los falsos mitos respeto al sexo y
la sexualidad. Tendremos que hablar de la sexualidad de forma positiva, advirtiendo al menor que algunas personas
pueden utilizarla de forma equivocada y dañar a otros. Es muy importante que los niños y niñas vivan la sexualidad
sin relacionarla con el abuso sexual; (b) Detectar un abuso sexual y quiénes pueden cometerlo. Suele ser frecuente
educar a los niños y niñas para que no confíen en los desconocidos. Si bien éste es un importante concepto a tener en
cuenta, no es efectivo por sí solo en la prevención del abuso sexual puesto que, en la mayoría de casos, los menores
son victimizados por personas conocidas y en las que confían. Debemos enseñar también a los menores cómo saber
cuando el comportamiento de un conocido es inadecuado, reconociendo la propiedad del cuerpo, fomentando la pri-
vacidad y el respeto de las partes íntimas, así como ayudando a reconocer tocamientos inadecuados. Estos conoci-
mientos incluyen enseñar a los niños y niñas a conocer los nombres correctos de las partes del cuerpo y su
equivalente en el lenguaje coloquial, ayudándoles a que puedan revelar una situación de posible abuso sexual y a ser
comprendidos; (c) Aprender estrategias de afrontamiento adecuadas para evitar un abuso sexual, incidiendo en la falta
de responsabilidad del menor ante el abuso pero, a su vez, en su capacidad para evitar nuevas situaciones abusivas.
Esto se consigue enseñando al menor a conocer los derechos humanos y, específicamente, los derechos de los niños y
niñas, saber que puede decir “no”, o saber a quién dirigirse en una situación de riesgo.
Finalmente, la fase terapéutica, propiamente, se compone a su vez de diferentes módulos: (a) Describir el abuso y
los sentimientos asociados, ayudando al menor a identificar las propias emociones y a facilitar el desahogo emocio-
nal. Hemos de ayudar a la víctima a reconocer y expresar sus emociones, como sentimientos humanos que son, de
forma positiva, sin que la dañen ni a ella ni a otras personas, con procedimientos constructivos, así como eliminar es-
trategias de afrontamiento inadecuadas (como la disociación o la negación) (Daigneault, Hébert y Tourigny, 2006); (b)
Evaluar la presencia de ideas disfuncionales y distorsiones cognitivas, destacando, por su elevada frecuencia, la culpa.

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Nuestro rol como profesionales es ayudar a la víctima a entender cognitivamente y a aceptar emocionalmente que él
o ella no ha sido responsable del abuso. La víctima debe comprender los motivos que la obligaron a permanecer en
silencio, e insistir en que la responsabilidad es únicamente del agresor. En esta línea, Cohen y Mannarino (2000) ob-
servaron que las atribuciones internas para el abuso sexual se relacionaban de forma significativa con el sentimiento
de culpa y con el desarrollo de sintomatología psicopatológica, influyendo de forma negativa en el pronóstico del tra-
tamiento psicológico aplicado a estas víctimas. En esta línea, también es necesario trabajar la estigmatización que su-
fren los menores víctimas de esta experiencia, siendo habitual que se sientan diferentes, incomprendidos, dada la
experiencia que han vivido y la visión social que existe de este tipo de maltrato. La desconfianza generalizada es otra
de las variables en las que se deberá intervenir. Debemos ser conscientes que cuando el abuso sexual es intrafamiliar
o cometido por una persona del entorno cercano del menor, el impacto de éste en la confianza de la víctima puede
ser devastador, puesto que ha sido un cuidador, que debía ser protector, quien se ha aprovechado de él o ella y ha
violado su confianza. La víctima ha de aprender a discriminar en quien puede confiar, sin llegar a establecer generali-
zaciones erróneas. Nuestro reto como profesionales es reducir el daño que la víctima ha sufrido en su capacidad de
confiar. El autoconcepto negativo o baja autoestima es otra de las variables a desarrollar, siendo nuestra tarea como
terapeutas favorecer la consecución de una imagen personal positiva y no estigmatizada en la víctima. Estudios como
el de Cicchetti, Rogosch, Lynch y Holt (1993) indican que aquellos menores que mantienen un elevado nivel de auto-
estima pese a la experiencia de maltrato infantil, son también aquellos que suelen presentar una mayor resistencia al
estrés, conceptualizándose la autoestima como un factor que promueve la resiliencia. Aquellas intervenciones que
ayudan a los menores que han sufrido abuso sexual a verse como algo más que víctimas, que luchan contra la victi-
mización como rol identitario, suelen ser las más eficaces. Normalizar la situación del menor y favorecer actividades
en las que pueda demostrar sus cualidades, como la escuela, participar en algún deporte o realizar actividades gratifi-
cantes con familia y amigos, pueden ser muy importantes en la recuperación de la víctima; (c) Manejar las consecuen-
cias del abuso sexual, entre las que destacan los síntomas afectivos como los miedos y la ansiedad. La víctima puede
mostrar reacciones fóbicas ante las conductas afectivas, las personas del mismo sexo que el agresor u otros aspectos
relacionados. Debemos fomentar que la víctima narre el episodio de abuso y exprese sus sentimientos asociados, re-
duciendo de este modo su nivel de malestar. El uso de estrategias de relajación también puede ayudar a reducir la an-
siedad de la víctima así como la exposición gradual a las situaciones que teme. Aparecen también con frecuencia
síntomas postraumáticos como las pesadillas, la irritabilidad, la ira o la tristeza que pueden tratarse desde el modelo
teórico del terapeuta (puede consultarse la efectividad de los tratamientos para el estrés postraumático en el manual
de Foa, Keane, Friedman y Cohen, 2009). Entre las alteraciones sexuales destaca la conducta sexualizada ya que es
una de las consecuencias más frecuente en víctimas de abuso sexual al producirse una interferencia en el desarrollo
sexual normal del menor. La masturbación compulsiva, el exhibicionismo o el uso de un vocabulario sexual inade-
cuado para la edad, aparecen en muchas de estas víctimas (Friedrich et al., 2001). Debemos enseñar al menor a auto-
controlarse y educarlo sobre la inadecuación de realizar algunas de estas conductas en público o sin el
consentimiento del otro participante. También es de gran utilidad distraer la atención del menor hacia actividades al-
ternativas más apropiadas para su edad. También suele aparecer confusión respecto a la orientación sexual, vincula-
da, principalmente con el sexo masculino. Los varones víctimas de abuso sexual suelen presentar el temor de que el
haber sido abusados por un agresor de su mismo sexo implique una orientación homosexual permanente, sin tener
posibilidad de elegir libremente una u otra opción sexual (Myers, 1989). La conducta sexual promiscua es una de las
consecuencias más frecuente en víctimas de abusos sexuales crónicos e intrafamiliares cuando llegan a la adolescen-
cia, puesto que se produce una interferencia en el desarrollo sexual normal y la víctima aprende a no dar importancia
ala sexo, a desvincularlo de la parte afectiva y a relacionarse con los demás a través de éste. Deberemos enseñar a la
víctima a autocontrolarse y a vincular el sexo con la parte emocional que lo acompaña, rompiendo procesos de diso-
ciación que, muchas veces se encuentran en la base de estos comportamientos. Otros problemas derivados o incre-
mentados por el abuso sexual son la agresividad, las autolesiones (especialmente cortes y quemaduras), la ideación y
la conducta suicida, las alteraciones del sueño, o los trastornos de la alimentación (para una revisión de esta sintoma-
tología véase Pereda, 2009). Son muy eficaces las intervenciones cortas que consideran estas dificultades como reac-
ciones comunes ante el elevado nivel de estrés al que la víctima ha sido sometida y que la ayudan a identificar las
emociones y cogniciones distorsionadas asociadas. La terapia grupal ha demostrado ser muy eficaz para tratar estas
dificultades puesto que desestigmatiza a la víctima y normaliza los síntomas que presenta dada su situación (Habig-
zang et al., 2006).

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Cabe añadir que un tratamiento eficaz requiere de la participación activa de la familia del menor o de aquellos adul-
tos que lo tengan a su cargo. La familia debe incluirse en la medida en que tenga un papel directo en la etiología y
mantenimiento del problema. Los familiares no agresores, especialmente la madre de la víctima, deben ser parte inte-
gral del proceso terapéutico ya que son las principales fuentes de apoyo del niño o niña (Sinclair y Martínez, 2006).
Para Cyrulnik (2002) “la resiliencia del niño se construye en la relación con el otro… un niño herido y solo no tiene
ninguna oportunidad de convertirse en resiliente”. De este modo, la intervención con el profesional puede ayudar a
que la madre de la víctima sea un importante tutor de resiliencia, figura del adulto guía que favorecerá el desarrollo y
el refuerzo de las capacidades del niño o niña víctima de abuso sexual infantil.

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