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Normas Generales II Apuntes de clase Pedro Velo González, Pbro.

NORMAS GENERALES II

I.- PERSONAS FÍSICAS


Cfr. Lectura del artículo de Luis VELA, vocablo “PERSONA FÍSICA”, en CORRAL-
URTEAGA, Diccionario de Derecho Canónico, editorial TECNOS, págs. 521-525.

El canon 96 dice:
“ Por el bautismo, el hombre se incorpora a la Iglesia de Cristo y se constituye persona
en ella, con los deberes y derechos que son propios de los cristianos, teniendo en
cuenta la condición de cada uno, en cuanto estén en la comunión eclesiástica y no lo
impida una sanción legítimamente impuesta”.

Se nos dice que el hombre, el homo, la persona humana, lo mismo hombre que mujer, al
recibir el bautismo de agua, el sacramental, por el carácter sacramental se constituye persona in
Ecclesia, en la Iglesia, en el ordenamiento jurídico canónico.

Dado que se trata de una acción de Cristo, que como dice el Concilio Vaticano II
“...cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza” (SC 6), tomando la frase de San Agustín, el
concepto de persona en la Iglesia no es otorgado por la autoridad eclesiástica, sino que es por
derecho divino. La autoridad de la Iglesia no concede la personalidad en el derecho canónico.

Podemos decir que este término, la personalidad en la Iglesia es la traducción a una


terminología jurídica lo que supone la regeneración bautismal. De alguna manera se viene a
identificar con esta regeneración, no es que sea una consecuencia, es una identificación. “Son
fieles cristianos quienes se ha incorporado a Cristo por el bautismo, se integra en el pueblo de
Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de
Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios
encomendó cumplir a la Iglesia en este mundo” (canon 204, 1). Por el bautismo se nace a una
Vida Nueva, como se dice en la Sagrada Escritura en el diálogo entre Jesús y Nicodemo: “En
verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Dícele
Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno
de su madre y nacer?» Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de
agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo
nacido del Espíritu es espíritu. No te asombres de que te haya dicho. Tenéis que nacer de lo
alto”. (Jn 3, 1-7).

Esta realidad teológica, esta regeneración por el bautismo, se expresa en término


jurídico con una nueva personalidad, con unos derechos y deberes. Esta personalidad será
definitiva, pues al basarse en el carácter bautismal nunca se pierde, siempre se es cristiano.

Según el canon 96, el hombre en el bautismo sufre una nueva transformación, adquiere
una nueva dignidad, unos derechos y unos deberes, una nueva persona en el orden canónico.
Esta vida nueva por la que el hombre queda elevado al orden sobrenatural, a la vida
trinitaria, no destruye, no borra ni quita nada de la naturaleza humana, principio tologico claro,
sino que la perfecciona. Así pues, el hombre que se incorpora a la Iglesia por el bautismo, es ya
una persona fisca, con su dignidad, con sus derechos y deberes, antes es persona fisica y que el
ordenamiento canónico debe tutelar, proteger y potenciar. Esto es un testimonio que la Iglesia y
el Derecho Canónico debe dar ante el mundo.
El hombre sin bautizar es persona física, lapersonalidad humana, que le bvendr delorden
dela creación, por el bautismo adquiere un personalida jurídica, canonica, AL DARLE EA
PERSONALIDAD NUEVA NO DESTRUYE YA LOQUE TENIA, EL CIC LOS DERECHOS
QUE YA HABIAN NO SE PIERDEN AL CONTRARIOSE VEN MAS FIUERTES
El Derecho Canónico asume todo lo que la persona es en el orden humano, y lo eleva a
la perfección. Deben de ser tutelados, respetados, manifestando así, que la Iglesia es el lugar
querido por Dios para la realización de todo hombre; la Iglesia es el lugar donde toda persona
encuentra su plenitud y realización. No debe existir contradicción entre lo que es la persona a
nivel natural y lo que es la persona a nivel canónico. La I es el sitio que Dios quieres para todos
los hombres, por tanto en la iglesia debe haber plenitud, no puede haber una contradicción entre
los derecho humanos y la Iglesia, lo que hacemos es potenciarlo, el problema teológico de
gracia y naturaleza, la eleva lo purifica, lo mismo entre los derechos humanos dentro de la
Iglesia. No hay oposición.

LA PERSONA HUMANA.

1. La persona humana en el orden creacional.

La persona humana, con anterioridad e independencia a cualquier ordenamiento jurídico


positivo, posee una dignidad única en el universo. Sólo la persona es sujeto, dueña de sí misma,
de su destino, organizadora de su propio proyecto existencial, que no le viene dado “a priori”
como a los demás seres. La persona se va CONFIGURANDO haciendo a sí misma, su proyecto
es vocación mediante decisiones autónomas, única los demás no. No sólo toma decisiones sino
que también puede elegir el fin, es capaz de sus decisiones, la vida la va haciendo. Es capaz de
abrirse a la totalidad del Ser, abrirse a la trascendencia, sin que esté condicionada esta apertura
por su entorno. No condicionada por su entorno. Esta abierto a la totalidad, el hombre siemore
se interroga.

El Concilio Vaticano II resalta de alguna manera esta idea cuando afirma: resumen de
alguna manera lo que se a dicho “No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las
cosas temporales y no se considera sólo una partícula de la naturaleza o un elemento anónimo
de la ciudad humana. Pues, en su interioridad, el hombre es superior al universo entero;
retorna a esta profunda interioridad cuando vuelve a su corazón, donde Dios, que escruta los
corazones, le aguarda y donde él mismo, bajo los ojos de Dios, decide sobre su propio destino”
(GS 14).

Esta interioridad humana, que por su condición espiritual, puede conocer, enriquecerse
sin empobrecerse el objeto y puede amar sin empequeñecerse. La vida es proyecto que se va
haciendo, centro de decisiones libres, puede conocer y amar, conocer es enriquecerse sin
empobrecer en nada el objeto que se conoce. Lo mismo pasa con el amor darse sin
empequeñecerse. Al hombre se le ha dado, dinigdad humana el hombre sin bautizar.Esta
realidad, anterior a cualquier ordenamiento jurídico, es lo que decimos que es una persona, que
es constitutivamente social.

La persona existe como ser social. Sustrato biológico también un sustrato social, tener
una serie de relaciones sociales. Quizás el ejemplo más claro sea el lenguaje, que como
capacidad es propio de la especie humana, pero que no se puede expresar sin un código social,
que es la lengua, que es patrimonio del grupo. Sin lenguaje no es posible el pensamiento. Por
tanto, la realización que el ser humano debe tener pasa necesariamente por otras personas, de
ahí el fundamento metafísico del derecho. La norma emana de la relación misma entre las
personas. Todo el derecho parte de aquí y debe estar en función de la persona.

Como dice el Concilio: “Así pues, el orden social y su progreso deben subordinarse al
bien de las personas, ya que la ordenación de las cosas debe someterse al orden personal y no
al contrario. El propio Señor advirtió esto cuando dijo que el sábado había sido hecho para el
hombre y no el hombre para el sábado” (GS 26).
Todo el edificio jurídico está en función de la persona, que comienza en la experiencia
de relación. Por tanto, en cualquier ordenamiento jurídico – y en el canónico – cuando se habla

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de personas físicas hay que tener en cuenta que se trata de una realidad anterior a toda norma y
que define el campo de actuación del derecho y marca los límites del derecho.

Cinco concreciones de que la persona es el fundamento de todo lo jurídico:

1.- La condición de sujeto, propia de la persona, impide que podamos objetivarla plenamente.
En la persona siempre hay un más allá de la objetivación, que por vía del conocimiento u otras
vías no podrá llegarse, a no ser que sea por la vía del amor. En la persona siempre hay algo
inaccesible. Por eso, el derecho sólo puede regular algunos aspectos de la persona, no sobre la
totalidad de la persona. El derecho debe respetar a la persona, que no es un objeto que puede
manipular a su manera. El derecho puede regular las relaciones externas, las relaciones
interpersonales..., que necesitan regular para el desarrollo de la persona, las que sean necesarias
para garantizar el desarrollo de la persona. Tampoco será nunca lícito restringir la persona a
algunas de sus objetivaciones: la raza, las ideas políticas, las creencias,...

2.- La dignidad propia de la persona hace que nunca sea lícito tratarla como puro medio para
lograr determinados fines. La persona es fin en sí misma. El derecho debe tener en cuenta que la
persona es fin. En el núcleo de esto está la libertad de la persona que el derecho deberá proteger
y únicamente deberá restringir sólo para armonizarla con otras libertades o para conseguir una
libertad mayor.

3.- Todo lo jurídico tiene que ser humanizante, perfeccionador de la persona, ayudando al bien
común, como afirma el Concilio Vaticano II: “...el bien común – esto es, el conjunto de
aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros
conseguir más plena y fácilmente su propia perfección-”.

4.- El ordenamiento jurídico deberá reconocer siempre la existencia de un orden objetivo de


valores jurídicos intrínseco a las personas, que es anterior y que está por encima de cualquier
orden jurídico. Estos valores son inviolables e inalienables. Son los derechos fundamentales. El
ordenamiento jurídico no los crea, sino que los reconoce, los respeta, los promociona, facilita el
que puedan ser ejercitados por todos.

5.- La esencial igualdad de los hombres, en cuanto sujetos, en cuanto personas, en cuanto
espíritu encarnados, no pueden darse diferencias entre ellos. Las diferencias vendrán de las
objetivaciones de las personas. La relación si quiere ser de verdad jurídica no puede ser de
dominio de unos sobre otros, ya que sería antijurídico. La autoridad será ante todo un servicio a
la persona, no fundamentalmente un poder sobre ella. La autoridad está al servicio de la persona
y no la persona al servicio de la autoridad.

Todo el derecho es exigido por la dignidad de la persona, fluye de la persona y hay que
partir de la experiencia personal y no de la norma o de la ley. Son malas aquellas concepciones
de lo jurídico que más o menos veladamente presenta el derecho como algo exterior a la persona
que viene a coartar la libertad. El derecho debe ser liberador. La experiencia de tener normas es
experiencia de libertad. Así lo percibió el Pueblo de Israel. El pueblo esclavo no tiene normas
sino que está bajo el criterio de su amo.

2. La persona en la Iglesia.

El canon 96 nos dice que el bautizado, además de todo lo que hemos dicho
anteriormente, de ser homo, es también persona en la Iglesia. Todo lo dicho es válido para el
fiel cristiano. Más aún, el cristiano, desde la perspectiva de la fe, tiene mayores razones en pro
de la dignidad de la persona. El hombre es imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 27); existe por
amor de Dios (GS 19); todos los hombres han sido redimidos por el Misterio Pascual de Cristo y
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todos están destinados a ser hermanos. Son razones más fuertes para ponderar la dignidad
humana. Todo esto lo resume perfectamente el Concilio Vaticano II cuando afirma: “Dios, que
cuida paternalmente de todos, ha querido que todos los hombres formen una única familia y se
traten entre sí con espíritu fraterno. Pues todos, creados a imagen de Dios, que hizo «de uno
todo el linaje humano para que habitara toda la faz de la tierra» (Hech17, 26), son llamados a
un solo e idéntico fin, es decir, a Dios mismo” (GS 24).

Para los cristianos la relación con los demás es signo, sacramento, de su relación con
Dios. “Si alguno dice «Amo a Dios» y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no
ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este
mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (I Jn 4, 20-21); la misma idea la
podemos encontrar en la Parábola del juicio final (Mt 25, 31- 46).

Además, decimos que en el ordenamiento canónico hay una personalidad distinta que
proviene del bautismo, la vida nueva, con su dignidad, deberes y derechos propios (canon 208).
A esta personalidad nueva se refiere las normas de la Iglesia. El ordenamiento canónico gira en
torno a esta nueva personalidad. Las relaciones que el ordenamiento canónico regula son entre
personas bautizadas.

Tres restricciones presenta el canon 96 para el ejercicio de la personalidad en la Iglesia:

1.- “Teniendo en cuenta la condición de cada uno”. Es un inciso parecido al del canon 204.
Viene a recordarnos que la Iglesia, por voluntad de su fundador, Cristo, es una sociedad de
iguales y de desiguales. La desigualdad funcional está al servicio de la igualdad fundacional.

La personalidad que da el bautismo no es en razón de la condición de cada uno. La


condición de cada uno no puede afectar a la personalidad del fiel, que es igual entre todos los
bautizados; las desigualdades vendrán posteriormente según las opciones de cada uno: clérigos,
religiosos, laicos.

2.- “En cuanto esté en comunión eclesiástica”. La comunión es el espacio donde se ejerce los
derechos y deberes del cristiano. La comunión se compara con la naturaleza humana, si no se
está vivo no se tiene derechos. Si se aparta de la comunión eclesial, los derechos y deberes se
desvanecen. Estos derechos y deberes siempre se tienen porque se reciben en el bautismo, pero
al estar al margen de la comunión se desvanecen.

Hay una consecuencia jurídica fundamental recogida en el canon 11: “Las leyes
meramente eclesiásticas obligan a los bautizados en la Iglesia católica y a quienes han sido
recibido en ella, siempre que tengan uso de razón suficiente y, si el derecho no dispone
expresamente otra cosa, hayan cumplido siete años”. Los que han sido bautizados válidamente
en la Iglesia Católica o han sido recibidos formalmente en ella les obliga la ley canónica; en
cambio, los que han sido bautizados válidamente fuera de la Iglesia Católica no les obliga las
normas canónicas.

3.- “Que no lo impida una sanción legítimamente impuesta”. En todos los ordenamientos
jurídicos las sanciones conllevan restricciones en los derechos. Si a un fiel se le ha sancionado
se le restringe algunos de sus derechos.

En el ejercicio de los derechos que se restringen por la sanción tiene una relación directa
con los medios para la salvación, como es el caso de la excomunión, que prohíbe recibir los
sacramentos. La pena no puede ponerse por un tiempo determinado, sino que cesará cuando el
reo haya cedido en su contumacia. Si el reo se arrepiente, tiene derecho a ser absuelto.

Hemos de entender que estas restricciones afectan al ejercicio de esos derechos que se
derivan de la personalidad en la Iglesia. Estos derechos se tienen y se conservan siempre por el
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bautismo, nadie los puede quitar. Aquí lo que se está hablando es de la restricción en el uso de
esos derechos.

La personalidad en la Iglesia, si la comparamos con la personalidad física de todo


hombre, tiene algunas características peculiares. Vamos a destacar tres:

1º.- Se da una mayor identificación, mayor unidad, entre el bien privado y el bien público, que
en otros ordenamientos. El bautismo, al mismo tiempo, en el mismo acto, confiere la dignidad
de hijos de Dios e incorpora a la Iglesia. Es el mismo acto el que saca del reino de Adán (del
pecado) e incorpora en el reino de Cristo (de la gracia). Por tanto, la pertenencia a la comunidad
y la consagración a Cristo son dos aspectos de la misma realidad. En la Iglesia se nace cristiano.

Por otra parte, lo que se ha llamado salus animarum (canon 1752), término que es más
rico de lo que puede sonar, consiste en el bien común eclesial. La salus animarum es la
salvación concreta de las personas, que es la voluntad de Cristo. El bien común de la Iglesia
coincide con el bien común del cristiano, que es la salvación. La Iglesia no tiene otro fin o
misión que la salvación del hombre.

2º.- El Derecho Canónico depende de la teología. Todo derecho tiene que estar al servicio de la
persona, tiene que estar basado en una concepción filosófica-antropológica. En el Derecho
Canónico la base que lo sustenta es la teología, más en concreto la eclesiología. Así podríamos
decir que el Derecho Canónico es la eclesiología estudiada con métodos jurídicos.

El trasfondo de cómo se han de relacionar los fieles en la Iglesia lo ha de dar la


eclesiología. El Derecho Canónico deberá desvelar el misterio de la Iglesia desde la perspectiva
del derecho, desde la perspectiva jurídica, desde la justicia en las relaciones entre sus miembros.

Por tanto, serán básicos en el Derecho Canónico conceptos teológicos de comunión,


caridad, ministerios, carismas, potestad...; todo esto forma el entramado sobre el que se teje el
derecho en la Iglesia.

3º.- Juan Pablo II en la Constitución Apostólica Sacrae disciplinae leges, de 25. enero. 1983,
con la que promulga el Derecho Canónico, subraya una idea importante: el Derecho Canónico
debe estar al servicio de los grandes valores de la Comunidad eclesial, que son: la fe, la gracia,
los carismas y sobre todo el amor (Cf. Rom 5, 5): “Siendo eso así, aparece suficientemente
claro que la finalidad del Código no es en modo alguno sustituir en la vida de la Iglesia y de
los fieles la fe, la gracia, los carismas y sobre todo la caridad. Por el contrario, el Código mira
más bien a crear en la sociedad eclesial un orden tal que, asignando la parte principal al amor,
a la gracia y a los carismas, haga a la vez más fácil el crecimiento ordenado de los mismos en
la vida tanto de la sociedad eclesial como también de cada una de las personas que pertenecen
a ella”.

Vivir la comunión eclesial es compartir el amor a Dios Padre. El Derecho Canónico


sirve a este gran fin: crear un orden de relaciones en la Iglesia en el que se vivan los grandes
valores, sobre todo el amor.

3. Relación entre persona física natural y persona física canónica.

La definición que hace el canon 96 de la persona en la Iglesia no quiere decir que el


ordenamiento canónico solamente considere persona física al bautizado. Esto no es ni puede ser,
por las siguientes razones:

1º. Si la persona no bautizada, la persona humana, tiene una intrínseca personalidad jurídica,
unos derechos inalienables, esto tiene que ser un valor absoluto para el ordenamiento jurídico.
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Sería impensable que un ordenamiento jurídico solamente considerase persona física a una parte
de los hombres, de la humanidad. La persona humana, por el mero hecho de ser persona, deber
tener en cualquier ordenamiento jurídico relevancia.

2º. Hay que tener en cuenta que todo lo que es verdaderamente humano la Iglesia lo considera
como suyo propio, porque ha sido asumido por Cristo en la encarnación. Es un valor de la
Iglesia. Esto lo expresa muy bien el inicio de la Constitución Gadium et spes cuando afirma:
“El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo
de los pobres y afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de
Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón. Pues la
comunidad que ellos forman está compuesta por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados
por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el Reino del Padre y han recibido el mensaje de la
salvación para proponérselo a todos. Por ello, se siente verdadera e íntimamente solidaria con
el género humano y de su historia”.

3º. Por el fin de la Iglesia, dado que la Iglesia es enviada por Cristo a predicar a todos los
hombres (Cf. Mt 28, 19 – 20). El fin del Pueblo de Dios es dilatar el Reino de Dios: “Este
pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo... Su destino es el Reino de Dios, que El mismo
comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que El mismo lo lleve también a su
perfección, cuando se manifieste Cristo, nuestra vida (cf. Col 3, 4): «Entonces la creación se
verá libre de la esclavitud de la muerte para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de
Dios»(Rom 8, 21)” (LG 9).

La Iglesia por su misma naturaleza es misionera, como se dice en el canon 781: Como,
por su misma naturaleza, toda la Iglesia es misionera, y la tarea de la evangelización es deber
fundamental del pueblo de Dios, todos los fieles, conscientes de su propia responsabilidad,
asuman la parte que les compete en la actividad misional. La Iglesia ha recibido la misión de la
evangelización (Cf. cánones 747; 771). Por eso decimos que el fin de la Iglesia es la salus
animarum y no decimos que es la salus fidelium.

Por tanto, no es la Iglesia la que Dios quiere una Iglesia cerrada, replegada sobre sí
misma. Esta no es la Iglesia de Cristo. Esta apertura misionera y evangelizadora de la Iglesia
tiene que llevar unas necesarias consecuencias jurídicas:

a) La primera, sería que la Iglesia tiene una misión con respecto a los de fuera, ha de tener una
relevancia jurídica en el ordenamiento canónico con los que están fuera de la Iglesia, con los no
bautizados.

b) El ordenamiento canónico, por una parte mira a la persona como sujeto de derechos, por otra
reconoce una personalidad especial a los fieles, por lo que ambas han de conjugarse. No será
siempre fácil conjugarlas. Por ejemplo, el canon 220, que trata del derecho a la buena fama,
podríamos preguntarnos: ¿Hasta qué punto este es un derecho que sólo pertenece a la persona
humana o sólo a la persona bautizada?. Algunos autores hacen un parangón o analogía entre el
ciudadano y el extranjero. Hay algunos derechos que se reconocen a todas las personas por ser
personas, así el derecho a la vida, pero que después hay otras cuestiones que para el extranjero
no son derechos. Con todo, aunque no es fácil, podemos concretar algunos criterios:

1. Como hemos dicho, sólo los fieles, los que tienen personalidad canónica por el
bautismo, son destinatarios de las leyes eclesiásticas (canon 11), no obligando a los no
católicos.
2. Los derechos propios de relaciones interpersonales que se fundan en el hecho del ser
cristiano sólo es propio de los fieles. Sólo los fieles son sujetos de las relaciones
intraeclesiales.
3. En general, para todos los cargos, oficios, funciones en la comunidad eclesial se
requiere la capacidad jurídica canónica. Hay una excepción importante: cualquier
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persona, incluida el ateo o el no cristiano, puede ser ministro extraordinario del
bautismo, siempre que lo realice con la intención, la materia y la forma de cómo lo
administra la Iglesia.
4. El derecho de los no fieles derivan fundamentalmente de tres supuestos:
a. La Iglesia reconoce y respeta los derechos fundamentales de cualquier persona,
basados en el plan creador de Dios, tales como reclamar justicia (canon 1476),
testificar en un proceso (c. 1549).
b. Todo hombre objetivamente está destinado por Dios a salvarse mediante su
incorporación a la Iglesia, que es instrumento de salvación: “Todos los
hombres, por tanto, están invitados a esta unidad católica del Pueblo de Dios,
que prefigura y promueve la paz universal. A esta unidad pertenecen de
diversas maneras o a ella están destinados los católicos, los demás cristianos e
incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia”
(LG 13). Así, al menos, lo mínimo que podemos reconocer es el derecho de
todo hombre a entrar en la Iglesia, suponiendo sus buenas disposiciones;
también el derecho de todo hombre de que le sea predicado el Evangelio;
también, que todo hombre puede obtener de la Iglesia alguna gracia o rescripto,
según el canon 60: Todos aquellos a quienes no les está expresamente
prohibido pueden obtener cualquier rescripto.
c. Algunos son sujetos de determinados derechos y deberes tanto por su relación
con la Iglesia, como es el caso de los catecúmenos, que no siendo miembros de
la Iglesia, tienen relación con ella al haber manifestado su deseo de
incorporarse a ella por el bautismo; bien sea con algunos de sus miembros por
matrimonio (disparidad de culto o matrimonios mixtos).

4. Circunstancias o características que influyen en la manera de ejercer en la Iglesia


la personalidad jurídica canónica.

Estas circunstancias o características son: la edad (cánones 97-98); el uso de razón


(canon 99); el lugar en el que uno está (cánones 100 – 107); el parentesco (cánones 108 – 110);
el rito (cánones 111 – 112).

La persona humana en el Derecho Natural, en todo ordenamiento jurídico y, también, en


el ordenamiento canónico, tiene reconocida la personalidad jurídica: la personalidad jurídica
natural y, en el ordenamiento canónico, también la personalidad jurídica canónica.

Los autores discuten si esta personalidad jurídica canónica añade algo a la personalidad
jurídica natural.

Lo que se entiende por personalidad jurídica en el campo del derecho viene a ser una
traducción en el campo jurídico de la misma realidad de lo que es la persona, tanto a nivel
natural como canónico. La personalidad jurídica no añade nada sino que es tomar aquella
realidad anterior a cualquier ordenamiento jurídico y adaptarla a la terminología jurídica.

Ser persona jurídica o tener capacidad jurídica vienen a identificarse. Esto conlleva a
tener tanto en acto, una serie de derechos y deberes fundamentales, como en potencia, es decir,
tener la posibilidad de adquirir otros derechos y deberes que se fundan en el hecho de ser
persona, bien por hechos jurídicos (como es el caso de la mayoría de edad) como por actos
jurídicos (adquirir derechos y deberes por voluntad propia al contraer matrimonio).
Frente a esta capacidad jurídica hay que considerar también la capacidad de obrar, de
poder realizar actos con efectos jurídicos, con los que el sujeto se obliga y adquiere unos
derechos. Estos actos se quieren y se comprometen con las consecuencias. Estos actos no sólo
requieren la capacidad jurídica sino también la madurez humana adecuada a los actos a realizar.
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Los cánones 97 – 112 vienen a determinar una serie de condiciones que afectan a la posición de
la persona en el ordenamiento canónico y regulan la capacidad de obrar o que ponen al sujeto en
circunstancias o posiciones frente a la norma.

1. LA EDAD (cánones 97- 99)

El canon 97:
§ 1. La persona que ha cumplido dieciocho años es mayor; antes de esa edad, es menor.
§ 2. El menor, antes de cumplir siete años, se llama infante, y se le considera sin uso de
razón; cumplidos los siete años, se presupone que tiene uso de razón.

La edad es condición para la capacidad de obrar. La edad biológica condiciona la


madurez que se requiere para tener capacidad de obrar en el derecho. El derecho, por seguridad
jurídica, debe determinar la capacidad de obrar limitándola con la edad.
a) Mayor de edad es quien ha cumplido los 18 años. En el
Código-17 era quien cumplía 21 años. La razón del cambio ha sido la adaptación de la
edad a la mayoría de los ordenamientos jurídicos de los Estados.
b) Menor de edad es quien no ha cumplido los 18 años.
c) Es infante quien no ha cumplido los 7 años.

Estas divisiones de las edades tienen unas consecuencias jurídicas, que son:
1. El mayor de edad tiene completo uso de sus derechos por sí mismo (c. 98 , 1: La
persona mayor tiene el pleno ejercicio de sus derechos).
2. El menor (c. 98, 2 a: La persona menor está sujeta a la potestad de los padres o tutores
en el ejercicio de sus derechos, excepto en aquello en que, por ley divina o por el
derecho canónico, los menores están exentos de aquella potestad) está sujeto a la
potestad de sus padres o tutores en el ejercicio de sus derechos, excepto en aquello en
que por ley divina o por el derecho canónico, los menores están exentos de aquella
potestad. Es decir, los menores siempre estarán sometidos a sus padres o tutores, aunque
se puede dar que una persona sea menor de edad pero con capacidad de juicio para
poder obrar según los dictámenes de su conciencia.
3. Al infante (c. 97, 2: El menor, antes de cumplir siete años, se llama infante, y se le
considera sin uso de razón; cumplidos los siete años, se presupone que tiene uso de
razón) se le considera sin uso de razón. Esto no admite prueba en contrario. En cambio,
el que ha salido de la infancia se presupone que tiene uso de razón. Esto sí admite
prueba en contrario, se puede demostrar que no tiene uso de razón.

El infante, por otra parte, no está sometido a las leyes eclesiásticas (c. 11: Las leyes
meramente eclesiásticas obligan a los bautizados en la Iglesia católica y a quienes han
sido recibido en ella, siempre que tengan uso de razón suficiente y, si el derecho no
dispone expresamente otra cosa, hayan cumplido siete años ). La ley de abstinencia
obliga a partir de los 14 años; la ley del ayuno obliga a partir de los 18 años hasta los 59
años, según el canon 1252: La ley de las abstinencia obliga a los que han cumplido
catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido
cincuenta y nueve años...

La mayoría de edad, como norma general, es cuando se pueden ejercer los fieles sus
derechos. Sin embargo, el Derecho canónico exige una edad mayor o menor dependiendo del
acto jurídico a realizar:

1. El que ha salido de la infancia, es decir, a partir de los 7 años, se le considera adulto en


todo lo que se refiere al bautismo, según el canon 852, 1º: el adulto que desee recibir el

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bautismo ha de ser admitido al catecumenado y, en la medida de lo posible, ser llevado
por pasos sucesivos a la iniciación sacramental, según el ritual de iniciación adaptado
por la Conferencia Episcopal y atendiendo a las normas peculiares dictadas por la
misma, y debe recibir el sacramento de la confirmación, según el canon 891: El
sacramento de la confirmación se ha de administrar a los fieles en torno a la edad de
la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra edad, o exista
peligro de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave aconseje otra cosa . La
Conferencia Episcopal Española ha establecido la edad en torno a los 14 años. El
Obispo diocesano puede disponer en su diócesis, bien la edad del Código -en torno a los
siete años-, bien lo dispuesto por la Conferencia Episcopal –en torno a los catorce
años-. Sería nulo de pleno derecho si establece una edad superior.
2. El que ha cumplido los 14 años puede:
a. elegir rito al recibir el bautismo (c. 111, 2: El bautizado que haya cumplido catorce
años puede elegir libremente bautizarse en la Iglesia latina o en otra Iglesia ritual
autónoma; en este caso, pertenece a la Iglesia que ha elegido.)
b. demandar y declarar por sí mismos en las causas espirituales y en las conexas a
ellas (c. 1478, 3: Sin embargo, en las causas espirituales y en la conexas con ellas,
los menores que hayan alcanzado el uso de razón pueden demandar y contestar por
sí mismos, sin el consentimiento de los padres y del tutor, si hubieran cumplido
catorce años; de no ser así deberán hacerlo mediante un curador nombrado por el
juez.)
c. ser testigo en un proceso (c. 1550, 1: No se admitan como testigos los menores de
catorce años y los débiles mentales, pero podrán ser oídos si el juez por decreto
manifiesta que es conveniente.)
volver a la Iglesia latina si cambió de rito por el matrimonio de los padres (c. 112, 1-3º:
los hijos de aquellos de quienes se trata en los nn. 1 y 2 antes de cumplir catorce años, e
igualmente, en el matrimonio mixto, los hijos de la parte católica que haya pasado
legítimamente a otra Iglesia ritual; pero, alcanzada esa edad, pues o se define el rito, pero sí en
el Código oriental, en el canon 28 § 1: El Rito es el patrimonio litúrgico, teológico, espiritual y
disciplinar, distinto de la cultura y las circunstancias históricas de los pueblos y que se
expresan en el modo de vivir la fe. Según el mismo canon 28 § 2, los principales ritos existentes
en las Iglesias orientales son los que tienen su origen en las tradiciones: Alejandrina,
Antioquena, Caldea, Armenia y Constantinopolitana. Formando parte de estos ritos existen 21
Iglesias particulares o sui iuris (canon 27) en comunión católica, de las que seis son
Patriarcados.

Si se bautiza un menor de catorce años cuyos padres pertenecen a la Iglesia latina, queda
incorporado a la Iglesia latina.
Si uno de los padres no pertenece a la Iglesia latina sino a una Iglesia oriental, han de decidir de
común acuerdo a qué Iglesia se incorpora el hijo; si falta el acuerdo, pertenece a la Iglesia del
padre.
Si el que recibe el bautismo es mayor de catorce años, elige libremente a qué Iglesia ritual se
incorpora.

Una vez que ha recibido el bautismo también hay que regular el cambio de rito, según el
canon 112:
§ 1. Después de haber recibido el bautismo, se adscriben a otra Iglesia de ritual
autónomo:
1.º quien obtenga una licencia de la Sede Apostólica.
2.º el cónyuge que, al contraer matrimonio o durante el mismo, declare que pasa a la
iglesia ritual autónoma a la que pertenece el otro cónyuge; pero, una vez disuelto el
matrimonio, puede volver libremente a la Iglesia latina.
3.º los hijos de aquellos de quienes se trata en los nn. 1 y 2 antes de cumplir catorce los, e
igualmente, en el matrimonio mixto, los hijos de la parte católica que hay pasado

9
legítimamente a otra Iglesia ritual; pero alcanzada esa edad, pueden volver a la Iglesia
latina.
§ 2. La costumbre, por prolongada que sea, de recibir los sacramentos según el rito de
alguna Iglesia ritual autónoma no lleva consigo la adscripción a dicha Iglesia.
La norma general es que para cambiar de rito se requiere licencia de la Santa Sede. Si un fiel
cambia de rito quedarán también adscritos al nuevo rito los hijos menores de catorce años.
También se puede cambiar de rito, no obligatoriamente, quien contrae matrimonio con otro fiel
de una de las Iglesia rituales autónomas, bien en el momento de contraer matrimonio o durante
el matrimonio. Esta es una decisión personal que no requiere licencia de la Santa Sede. Una vez
disuelto el matrimonio puede volver nuevamente a la Iglesia latina. Si tiene hijos menores de
catorce años también vuelven a la Iglesia latina.
Los que por su edad han sido adscritos a otra Iglesia ritual, una vez cumplidos los catorce años
pueden volver a la Iglesia latina.

Queda excluido cualquier otra posibilidad de cambio de rito. La costumbre de recibir los
sacramentos en otro rito de una Iglesia autónoma no incluye el cambio de rito.
El cambio de rito debe hacerse constar en el libro de bautismo y en las Partidas que se expidan
(canon 535 § 2).
Todo fiel católico tiene derecho de recibir de cualquiera de los ministros, tanto de la Iglesia
latina como de las Iglesias orientales, los sacramentos de la penitencia (canon 923) y de la
eucaristía (cánones 923; 1248 § 1).

II.- LAS PERSONAS JURÍDICAS (cánones 113-123) (Cf. VELA, Luis; voz PERSONAS
JURÍDICAS en CORRAL-URTEAGA; Diccionario de Derecho Canónico, Tecnos, Madrid
2000).

1. Definición.

El canon 113§ 2 afirma: En la Iglesia, además de personas físicas, hay también personas
jurídicas, que son sujetos en derecho canónico de obligaciones y derechos congruentes con su
propia índole. El canon reconoce la existencia de personas jurídicas y se afirma también su
naturaleza. Por tanto, este canon nos dice que la persona jurídica canónica es un ente distinto de
las personas físicas, pero que al igual que aquellas se caracteriza por ser sujeto de derechos y
deberes.

2. Elementos que determinan una persona jurídica canónica.

Tres son los elementos que determinan a la persona jurídica: el material, el formal y el
teleológico o finalista. Veamos cada uno de ellos.
a) El elemento material es una pluralidad, un conjunto de personas o conjunto de bienes
materiales, como se afirma en el canon 115 § 1: En la Iglesia las personas jurídicas son o
corporaciones o fundaciones. En este sentido el instituto de la persona jurídica viene
aglutinar o a unificar lo que en sí mismo es algo variado o distinto.
b) El elemento formal es una determinación del derecho que le concede la cualidad de
persona en el ordenamiento canónico. Aquí hay una cuestión teórica controvertida. Esta
intervención positiva del derecho es una postura que confiere la personalidad o que
reconoce en el ordenamiento la existencia de una persona jurídica. La persona jurídica es
anterior al ordenamiento canónico. Esto ya lo veremos más adelante.
c) El elemento teleológico o finalista. Una persona jurídica se especifica por sus fines. En el
caso de los conjuntos de bienes (fundaciones) este elemento es definitorio, es el fin; en el

10
conjunto de personas (corporaciones), este fin es el elemento aglutinador o unitario de sus
voluntades, actividades... En ambas el fin es primordial. Cada persona jurídica tendrá sus
propios fines, pero más allá de los fines concretos de cada una, las personas jurídicas se
constituyen por su utilidad.

3. La utilidad de las personas jurídicas.

La utilidad de las personas jurídicas podemos decir que es la consecución de sus


objetivos o fines, difíciles o imposibles, a conseguir por la persona a nivel individual. A través
de las personas jurídicas se pretenden conseguir fines que trascienden a la persona por su misma
naturaleza, tanto por el tiempo –somos mortales- como por el fin pretendido (por ejemplo: es
imposible a nivel personal luchar contra el hambre).
Las personas jurídicas vienen a trascender a las personas físicas. Con las personas
jurídicas se posibilita la colaboración, el trabajo en común, para conseguir objetivos comunes;
en el caso de las fundaciones, se da estabilidad a unos bienes para que cumplan con su finalidad.

4. Los fines de las personas jurídicas.

El fin de toda persona jurídica dice el canon 114 § 1: Se constituyen personas


jurídicas... los conjuntos de personas (corporaciones) o de cosas (fundaciones) ordenados a un
fin congruente con la misión de la Iglesia que trasciende el fin de los individuos. Es decir, el fin
de las personas jurídicas debe ser congruente con el fin o misión de la Iglesia, que trasciende el
fin de los individuos.
Otros fines, por muy laudables que sean, pero que no son congruentes con el fin o
misión de la Iglesia tendrá que encontrar su reconocimiento como personalidad jurídica en otros
cauces distintos al ordenamiento canónico, a través del derecho secular o civil. Esto es lógico
porque la razón de ser de todo el derecho canónico (sus instituciones, normas...) es servir al fin
de la Iglesia, que es transparentar lo que es la Iglesia en el mundo desde la perspectiva jurídica.
Es decir, la Iglesia tiene que hacer presente en el mundo el reino de Dios (cf. Mt 28, 19-20).
Tampoco hemos de pensar que los fines congruentes con el fin de la Iglesia es de ámbito
restringido. Así es como lo considera el ordenamiento jurídico civil en el Estado español, que
considera fines religiosos lo meramente relacionado con el culto y apostolado. El horizonte de
servicio a la Iglesia es muy amplio, como señala el Papa Juan Pablo II en la encíclica
Redentoris Missio, 15.
Dos peligros hay que evitar a la hora de indicar que los fines están en coherencia con la
misión de la Iglesia:
a) En primer lugar hay que evitar la tentación de la que la misión de la Iglesia sólo mira a
su organización interna, olvidando que toda la Iglesia es misión ad extra, hacia fuera.
La misión de la Iglesia es predicar a todos el reino de Dios (cf. Mt 28, 19-20).
b) En segundo lugar hay que superar la tentación de establecer una radical división de la
Iglesia con el mundo, como si la misión de la Iglesia fuera lo sagrado y la misión del
mundo fuera lo profano.

En concreto, estos fines de las personas jurídicas están concretados en el canon 114 § 2:
Los fines a que hace referencia el § 1 se entiende que son aquellos que corresponden a obras de
piedad, apostolado o caridad, tanto espiritual como temporal. Es decir, el canon agrupa los
fines en tres categorías que son típicas: la piedad, el apostolado y la caridad.

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a) La piedad es todo lo referente al culto a Dios y a la santidad, tanto en la dimensión
vertical (oración, alabanza, sacrificio,...) como en la dimensión horizontal (liturgia,
sacramentos...).
b) El apostolado sería todas aquellas acciones encaminadas a la evangelización e
implantación de la Iglesia allí donde aún no este implantada, la formación de los fieles
en la fe, etc.
c) La caridad, tanto espiritual como temporal, sería el cumplimiento del mandato del amor
(Jn 13, 34-35) y testimoniar la actitud cristiana de compromiso con los pobres y
necesitados.

Hay dos lugares en el Código que tratan de estos fines, tanto en el canon 298 § 1:
Existen en la Iglesia asociaciones distintas de los institutos de vida consagrada y de as
sociedades de vida apostólica, en la que los fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos,
trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, o la
doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la
evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu
cristiano del orden temporal.; también en el canon 1254 § 2: Fines propios son principalmente
los siguientes: sostener el culto divino, sustentar honestamente al clero y demás ministros, y
hacer las obras de apostolado sagrado y de caridad, sobre todo con los necesitados. Este canon
justifica la finalidad de la posesión de bienes temporales por parte de la Iglesia: sostener el
culto divino, sustentar honestamente al clero y demás ministros, y hacer las obras de
apostolado sagrado y de caridad, sobre todo con los necesitados.

El fin de la Iglesia, dice el canon 114, trasciende el fin de los individuos, por lo que las
personas jurídicas deben ser erigidas cuando el fin no lo puedan hacer los fieles a modo
individual y que dichos fines van a tener trascendencia en el tiempo, por lo que las personas
jurídicas nacen con sentido de perpetuidad, como indica el canon 120: Toda persona jurídica es,
por naturaleza, perpetua...; son creadas sin límite de tiempo.

Vemos, por tanto, la suma utilidad –al menos en la práctica- de la institución de la


persona jurídica, dado que ayuda a que los fieles colaboren en la misión de la Iglesia de la que
son corresponsables (canon 204). Las personas jurídicas están al servicio de las personas físicas;
tienen función diaconal de servicio a las personas para que éstas puedan cumplir con la
corresponsabilidad en la misión de la Iglesia.

5. Diferencia entre persona moral y persona jurídica.

El canon 113 § 1: La Iglesia católica y la Sede Apostólica son personas morales por la
misma ordenación divina.
El Código-17 utilizaba la expresión persona moral como equivalente a persona jurídica.
Solamente en tres cánones se decía persona jurídica. Sin embargo, en el nuevo Código se
emplea la expresión persona jurídica, excepto en este caso que se emplea el de persona moral
para indicar que son conceptos distintos la personalidad de estos dos entes con respecto a las
demás instituciones eclesiales.

Lo que se quiere destacar es que las personas jurídicas se constituyen por prescripción del
derecho o por especial concesión de la autoridad competente mediante decreto, a tenor del
canon 114 § 1: Se constituyen personas jurídicas, o por la misma prescripción del derecho o
por especial concesión de la autoridad competente dada mediante decreto, los conjuntos de
personas (corporaciones) o de cosas (fundaciones) ordenados a un fin congruente con la
misión de la Iglesia que trasciende el fin de los individuos. En cambio, la Iglesia católica y la
Sede Apostólica tienen personalidad moral por ordenación divina, no por prescripción del
derecho. Es decir, el legislador quiere dejar claro el origen distinto de la personalidad de la

12
Iglesia católica y de la Sede Apostólica, que es anterior a cualquier ordenamiento jurídico dado
que su personalidad es de derecho divino. Estas son las que constituyen o crean el ordenamiento
jurídico canónico, el derecho positivo. Esto es lo que justifica que el legislador las haya definido
como personas morales.

6. Las personas morales: la Iglesia católica y la Sede Apotólica.

Las personas morales son la Iglesia católica y la Sede Apostólica. ¿Qué se entienden por
cada una de ellas?
a) Iglesia católica, según el canon 204 § 1: Conjunto de fieles cristianos quienes,
incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios y, hechos
partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo,
cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios
encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo.
b) La Sede Apostólica, según el canon 361: En este Código, bajo el nombre de Sede
Apostólica o Santa Sede se comprende no sólo al Romano Pontífice, sino también, a no
ser que por su misma naturaleza o por el contexto conste otra cosa, la Secretaría de
Estado, el Consejo para los asuntos públicos de la Iglesia y otras Instituciones de la
Curia Romana.

La Sede Apostólica, que es considerada persona moral, está formada por el Romano
Pontífice, la Secretaría de Estado, el Consejo para los asuntos públicos de la Iglesia y otras
Instituciones de la Curia Romana. El Romano Pontífice es evidente que es una persona física, y
la Secretaría de Estado, el Consejo para los asuntos públicos de la Iglesia, las demás
Instituciones de la Curia Romana, ¿son personas morales por derecho divino? ¿no son estos
organismos de derecho positivo?.

Por Sede Apostólica como institución divina debemos entender la suprema autoridad de
la Iglesia que reside en el Romano Pontífice y en los Obispos en comunión con él, a tenor de los
cánones siguientes:

Canon 331: El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor
encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a
sus sucesores, es cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia
universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que
es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede ejercer libremente.

Canon 336: El Colegio Episcopal, cuya cabeza es el Sumo Pontífice y del cual son miembros
los Obispos en virtud de la consagración sacramental y de la comunión jerárquica con la
cabeza y miembros del Colegio, y en el que continuamente persevera el cuerpo apostólico, es
también, en unión con su cabeza y nunca sin esa cabeza, sujeto de la potestad suprema y plena
sobre toda la Iglesia.

7. Naturaleza de la persona jurídica.

Históricamente se han barajado tres teorías para explicar la naturaleza de la persona


jurídica.
1.ª Teoría de la ficción jurídica: Esta teoría está influenciada por el nominalismo filosófico.
Parte del supuesto de que el único sujeto de derechos es la persona humana, la persona física.
Otorgar personalidad a otro ente solamente puede hacerse fingiendo, haciendo que se parece a
una persona humana, pero que realmente no existe. Las personas jurídicas son entes de razón
como los universales del nominalismo; son creados, tienen utilidad, pero no existen en la
realidad. La personalidad jurídica es una invención del derecho positivo.

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Parece que existe una contradicción, ¿cómo decir que existe un sujeto de derecho
cuando no existe realmente dicho sujeto? Para salvar la contradicción se equipara la persona
jurídica a los infantes y/o amentes. Este modo de ver a la persona jurídica influyó en la
redacción del canon 100 del Código-17, que equiparaba a las personas jurídicas como a
menores.
Una variante posterior de esta teoría de ficción consiste en comparar entre las personas
jurídicas y las teorías científicas, acentuando el aspecto pragmático, que sería su fundamento
real. Epistemológicamente a una teoría científica no se puede otorgar las categorías de
verdadera o falsa; la teoría, su razón de ser, es que sea explicativa y colabore al progreso de la
ciencia.
En esta teoría el aspecto positivo más sobresaliente es dejar clara la diferenciación
entre persona física y persona jurídica; hay una entidad en la persona física que no existe en la
persona jurídica. También que el instituto de la persona jurídica está al servicio de la persona
física. El inconveniente o aspecto negativo es que separa el derecho de la realidad al otorgar
derechos objetivos a sujetos no reales. A esta teoría se le puede hacer todas las críticas que se le
hacen al nominalismo.

2.ª Teoría de la persona colectiva real. Viene a representar el extremo opuesto a la anterior.
Atribuyen una realidad a la colectividad anterior al derecho, independientemente del número de
personas que la compone. Esta colectividad tiene voluntad propia. El derecho reconoce en su
ordenamiento la existencia real al mismo ordenamiento de la colectividad con capacidad de
querer, de realizar,... Esta teoría tiene su origen en el derecho germánico que da primacía a lo
colectivo a diferencia del derecho romano en el que prima lo individual. Esta teoría está en la
línea del idealismo filosófico (Hegel).
Elemento positivo de esta teoría es su aportación de relacionar el instituto de la persona
jurídica con la realidad social. Se quiere que el derecho sea un reflejo de la vida social, que
viene a dar una dimensión jurídica a una realidad ya existente: la colectividad. Esto no se ve
claro en las fundaciones; sí podemos imaginar una voluntad común en la colectividad, pero no
en una masa de bienes.

Elemento negativo es su idealismo al considerar que la colectividad tiene un modo de


voluntad independientemente de las personas que la compone. Esto es muy difícil de admitir.

3.ª Teoría de la forma jurídica. Esta pretende ser una síntesis de las dos anteriores. La principal
aportación que hace es que afirma que la personalidad es un concepto jurídico, una creación del
derecho. El hombre no es persona fuera del derecho, sino que es persona por creación del
derecho. La personalidad es una configuración jurídica. Por tanto, es irrelevante discutir sobre la
cualificación objetiva, qué son los entes que el derecho califica como personas jurídicas. Sea
cual sea su naturaleza ésta permanece inalterada cuando el derecho le confiere la personalidad
jurídica.
Si alguna ventaja tiene esta teoría sería la de deslindar el campo jurídico de la realidad;
lo que es el ordenamiento jurídico y lo que es la realidad anterior a él. La personalidad sería un
instrumento para ordenar la convivencia humana.
También tiene un peligro esta teoría, la separación de lo jurídico de la realidad dado que
puede desembocar en el positivismo, olvidando la dimensión metafísica del ordenamiento
jurídico. Esto es inadmisible en el ordenamiento canónico.

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Estas teorizaciones sobre la personalidad jurídica ha entrado en crisis. Se consideran algo
del pasado sin importancia en la actualidad, quizás por un agotamiento o abuso de la
teorización. Sin embargo, hay que tener presente que el abandono de la teorización, más tarde o
más temprano, aboca a una teoría a su vez, a la visión positivista: la personalidad es lo que el
derecho determine. El derecho es creador de este ente, no existiendo con anterioridad.
Resumiendo, decimos que hay tres principios teóricos que para el derecho canónico son
incuestionables y que cualquier teoría que pretendamos tendrá que respetar:

1. Hay una diferencia esencial entre la personalidad de la persona física y la


personalidad de la persona jurídica. El ordenamiento jurídico podrá proclamar que los
derechos y deberes son los mismos, pero el concepto de la personalidad es distinto. La
personalidad de la persona física es anterior al ordenamiento jurídico, limitándose éste
a reconocerla; la personalidad de la persona jurídica es una creación del derecho.
2. El carácter instrumental de la persona jurídica. Esta es un medio que dispone el
derecho para lograr con más facilidad los fines de esa sociedad que regula, los fines
propios de la Iglesia. El fin de la Iglesia es la salvación de todos los hombres ( salus
animarum); el instrumento de la persona jurídica debe estar al servicio de las personas
físicas en orden a su salvación (salus animarum), que es el fin de la Iglesia.
3. La relación esencial de la persona jurídica con una realidad social anterior. Se otorga
la personalidad jurídica a una realidad social existente con anterioridad, que se lo
merece por tener una entidad anterior y que hay que regularla y situarla dentro del
orden jurídico canónico. Para conceder la personalidad jurídica la autoridad
eclesiástica competente tendrá que hacer un discernimiento, un juicio práctico, sobre
las realidades sociales concretas y la relación del ente ya existente con ellas. Es decir,
se da un movimiento desde la sociedad al derecho.
8. Cómo se constituye una personalidad jurídica canónica (canon 114).

El canon 114:
§ 1. Se constituyen personas jurídicas, o por la misma prescripción del derecho o por
especial concesión de la autoridad competente dada mediante decreto, los conjuntos de
personas (corporaciones) o de cosas (fundaciones) ordenados a un fin congruente con
la misión de la Iglesia que trasciende el fin de los individuos.
§ 2. Los fine a que hace referencia el § 1 se entiende que son aquellos que
corresponden a obras de piedad, apostolado o caridad, tanto espiritual como temporal.
§ 3. La autoridad competente de la Iglesia no confiere la personalidad jurídica sino a
aquellas corporaciones o fundaciones que persigan un fin verdaderamente útil y que,
ponderadas todas las circunstancias, dispongan de medios que prevé que pueden ser
suficientes para alcanzar el fin que se proponen.

Según el canon 114 § 1 dos son las maneras de constituirse la personalidad jurídica: por
concesión del derecho y por concesión de la autoridad.
a) Por concesión del derecho contempla que existe una serie de entidades que tienen una
importancia para la vida de la Iglesia y que adquieren la personalidad jurídica en el
momento de su erección, tales como: los seminarios (c. 238 § 1); las Iglesias
particulares (c. 373; cf. c. 368); las provincias eclesiásticas (c. 432 § 2); las
Conferencias Episcopales (c. 449 § 2); las parroquias (c. 515 § 3); los Institutos
Religiosos, sus Provincias y sus casas (c. 634 § 1); las Sociedades de Vida Apostólica
(c. 741 § 1). Todas estas adquieren el reconocimiento de personas jurídicas civil no
inscribiéndose sino comunicándolo en el Registro de Entidades Religiosas del
Ministerio de Justicia.
b) Por concesión de la autoridad competente dada por decreto. De esta autoridad emana un
decreto singular que otorga la personalidad jurídica canónica a ese ente por tener

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potestad sobre el mismo, por ejemplo: el Obispo en su diócesis puede conceder la
personalidad jurídica a una institución.

1. La concesión de la personalidad jurídica de las Asociaciones de fieles.

En el caso de las Asociaciones públicas de fieles, como no pueden existir sin


personalidad jurídica, por el mismo decreto de erección adquiere la personalidad jurídica. En
cambio, una Asociación privada, la erección y la concesión de la personalidad jurídica son dos
actos distintos, pero lo normal será –a fin de evitar burocracia- que lo sean en el mismo decreto,
haciendo constar tanto la erección de la asociación como la concesión de la personalidad
jurídica.

2. La concesión de la personalidad jurídica de las Fundaciones Pías.

En cuanto a las fundaciones pías el derecho canónico distingue entre fundaciones


autónomas y las fundaciones no autónomas, que están definidas en el canon 1303.
a) Las fundaciones pías autónomas, que pueden ser públicas y privadas, son los conjuntos de
cosas destinados a los fines de que se trata en el can. 114 § 2, y erigidos como personas
jurídicas por la autoridad eclesiástica competente. Las fundaciones pías autónomas
adquieren la personalidad jurídica en el momento de su erección, no pudiendo existir sin
personalidad jurídica.
b) Las fundaciones pías no autónomas, son los bienes temporales, dados de cualquier
modo a una persona jurídica pública con la carga de celebrar Misas y cumplir otras
funciones eclesiásticas determinadas con las rentas anuales, durante un largo periodo de
tiempo, que habrá de determinar el derecho particular, o perseguir de otra manera los
fines indicados en el c. 114 § 2.

3. La intervención del derecho o de la autoridad en la concesión de la personalidad jurídica.

Se discute, como ya hemos dicho en páginas anteriores, si esta intervención del derecho
o de la autoridad para conceder la personalidad jurídica es constitutiva o es solamente
declarativa para concederla a un ente que reúne los requisitos necesarios por lo que solamente
declara que tiene personalidad jurídica. Esto tampoco está claro en el ordenamiento civil, pues
en la Ley Orgánica sobre el derecho de Asociación (2002), en el art. 5 se afirma que en el
momento en que la asociación existe adquiere la personalidad jurídica sin la intervención de la
autoridad. En cambio, en la Ley 50/2002 sobre las fundaciones, éstas adquieren la personalidad
jurídica por su inscripción en el Registro de Entidades del Ministerio del Interior, siendo una
concesión de la autoridad.

4. El reconocimiento de la personalidad jurídica en el derecho canónico.

En la Iglesia esto está claro más o menos en el Código, a tenor del canon 114. La
personalidad jurídica es una concesión del derecho o por una concesión de la autoridad
eclesiástica competente. El término que el canon utiliza es el mismo que se utiliza en el canon
96 cuando se habla que el bautismo constituye al bautizado en persona en la Iglesia.

En el canon 114 § 3, para resaltar más esta idea, vemos cómo se excluye positivamente
que exista automatismo a la hora de conceder la personalidad jurídica. Se requiere un
discernimiento por parte de la autoridad, que deberá tener en cuenta dos cosas:
1. La utilidad del fin de la corporación o de la fundación. La utilidad va más allá que la
congruencia con los fines de la Iglesia, condición para la existencia de la institución;
tiene que ser verdaderamente útil. Esto lleva consigo una valoración discrecional de la

16
autoridad sobre las circunstancias sociales concretas en las que nace la institución, sea
asociación o fundación.
En la Iglesia, los fieles tienen derecho de asociación, pueden promover una
asociación o fundación, pero no pueden exigir la concesión de la personalidad jurídica.
La concesión de la personalidad jurídica es distinta en el ordenamiento canónico y en la
Constitución Española, que en su Art. 34, 1 se reconoce el derecho de fundación: Se
reconoce el derecho de fundación para fines de interés general, con arreglo a la ley . En
la Iglesia, la personalidad jurídica no es un derecho de los fieles sino una concesión del
propio derecho o de la autoridad competente.
2. La adecuada relación entre los fines y los medios para alcanzar dichos fines. También
aquí la autoridad deberá ponderar la consecución de los fines con los medios indicados.
La autoridad no debe reducir la ponderación o juicio prudente a lo meramente material
o económico, sino que también deberá tener presente a la Divina Providencia.

Si la autoridad estima que los fines son útiles y los medios son los adecuados deberá
conceder la personalidad jurídica. No debemos pensar que si no hay personalidad jurídica no
existen entes en la Iglesia. El mismo Código reconoce entes privados que no ha adquirido la
personalidad jurídica. Ciertamente que el no tener personalidad jurídica lleva consigo una serie
de limitaciones del ente, pero eso no quita que esa entidad sea eclesial y que trabaje
produciendo frutos beneficiosos. Esto es lo que ocurre con los llamados Nuevos movimientos,
que muchos de ellos no tienen personalidad jurídica. Sin embargo, con el tiempo la necesidad de
gozar de personalidad jurídica termina por imponerse, sobre todo si es un ente extendido y con
perspectiva de estabilidad, por lo que han de acceder a la personalidad jurídica.

Como ya hemos dicho, la personalidad jurídica canónica es un requisito imprescindible


para inscribir el ente en el Registro de Entidades Religiosas en el Ministerio de Justicia a fin de
obtener la personalidad jurídica civil.

9. Clases de personas jurídicas (cánones 115-118).

El canon 115:
§ 1. En la Iglesia las personas jurídicas son o corporaciones o fundaciones.
§ 2. La corporación, para cuya constitución se requieren al menos tres personas, es
colegial si su actividad es determinada por los miembros, que con o sin igualdad de
derechos participan en las decisiones, a tenor del derecho y de los estatutos; en caso
contrario, e no colegial.
§ 3. La persona jurídica patrimonial o fundación autónoma consta de unos bienes o
cosas, espirituales o materiales, y es dirigida, según la norma del derecho y de los
estatutos, por una o varias personas físicas, o por un colegio.

Una primera división, que ya hemos hecho referencia, es que las personas jurídicas se
dividen, tomando como criterio lo material en asociaciones o corporaciones (si están formadas
por personas) y en fundaciones (si están formadas por una masa de bienes, bien materiales o
espirituales).

a) La personalidad jurídica asociativa puede ser colegial o no colegial:


1. Una asociación jurídica es colegial cuando sus miembros participan, con o sin igualdad
de derechos, en las decisiones a tenor del derecho y de los estatutos. A diferencias del
derecho civil que exigen que las asociaciones sean democráticas, las asociaciones en el
derecho canónico no tienen porqué ser democráticas, aunque es recomendable que sean
representativas o democráticas.
2. Una asociación jurídica será no colegial cuando sus miembros no toman parte en las
decisiones, así como aquellos entes creados a iure (por el derecho): las diócesis, los

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seminarios, las parroquias...; los consejos pastorales diocesanos o parroquiales no tienen
capacidad decisoria, son entes consultivos.

De todas las maneras esta distinción tiene solamente importancia a nivel teórico, no así
a nivel jurídico dado que no existe una normativa que especifique el modo de funcionamiento,
sino que esto está reservado a los estatutos. El canon lo que sí dice es que para que se cree una
asociación hace falta tres personas. Esto procede del derecho romano.

b) La personalidad jurídica patrimonial o fundación, que según el canon 115 § 3, afirma que
pueden estar dirigida por una o varias personas físicas o por un colegio. Corresponderán a los
estatutos determinar quién es el Patronato (conjunto de personas que rigen la fundación) que
gobierna la fundación.
La diferencia que existe entre varias personas físicas o un colegio se refiere a que una
fundación, antes o después de ser constituida como tal, podría estar gobernada, bien por
personas físicas (por ejemplo: Obispo, Párroco, Alcalde) o por un colegio (por ejemplo: Cabildo
Catedralicio). Una vez constituida las decisiones deben ser colegiadas, según estatutos.
Si el gobierno está encomendado a una persona física no hemos de entender que se
refiere a una persona concreta, dado que esto iría contra la naturaleza de la persona jurídica que
es la estabilidad del fin, sino que hemos de entender aquella que ejerce un oficio.

10. Tipos de personas jurídicas: públicas y privadas.

Toda persona jurídica, sea corporación o fundación, puede ser pública o privada. Esta
distinción es nueva en el derecho canónico, no existía personas jurídicas privadas en el anterior
Código-17.
a) Las personas jurídicas públicas: canon 116 § 1: Son personas jurídicas públicas las
corporaciones y fundaciones constituidas por la autoridad eclesiástica competente para que,
dentro de los límites que se les señalan, cumplan en nombre de la Iglesia, a tenor de las
prescripciones del derecho, la misión que se les confía mirando al bien público; las demás
personas jurídicas son privadas.

Las personas jurídicas públicas tienen unas características específicas, que serían tres
fundamentalmente:
1. Son constituidas por la autoridad eclesiástica competente. Su existencia procede de un
acto jerárquico, sin que obste que la iniciativa sea de los fieles.
2. Se les confía una misión para que la cumpla en nombre de la Iglesia. En principio esta
misión debe interpretarse en realizar unas tareas que por su naturaleza deberían cumplir
la autoridad eclesiástica, pero que se les confía para que en nombre de la Iglesia las
realicen. Algunos autores diferencian el mandato y la misión, aunque la terminología no
está clara:
 El mandato consistiría en que se concede al laico unas facultades, que este
posee en sí mismo, para que las realice en nombre de la Iglesia. Por ejemplo:
todo cristiano debe enseñar la doctrina cristiana, pero la Iglesia dota de la
facultad de enseñar la doctrina cristiana en su nombre a los profesores de
religión.
 La misión consistiría en que se encarga a los laicos para que realicen en nombre
de la Iglesia actos que son propios de los clérigos, de la jerarquía, y no del
propio laico. Por ejemplo: ante la falta de sacerdotes se puede encargar a un
laico la presidencia de actos cultuales.
3. Mirando al bien público, más desde el punto cuantitativo que cualitativo; son fines que
miran a toda la comunidad eclesial.

b) Las personas jurídicas privadas: El último párrafo del canon, por exclusión, afirma que las
demás personas jurídicas que no cumplan estas condiciones son personas jurídicas privadas.
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Estas sólo pueden constituirse por concesión de la autoridad; la aprobación de los estatutos por
parte de la autoridad eclesiástica es condición para obtener la personalidad jurídica, a tenor del
canon 117: Ninguna corporación o fundación que desee conseguir la personalidad jurídica
puede obtenerla si sus estatutos no han sido probados por la autoridad competente.

11. Representación de las personas jurídicas (canon 118)

El canon 118:
Representan a la persona jurídica pública, actuando en su nombre, aquellos a quienes
reconoce esta competencia el derecho universal o particular, o los propios estatutos;
representan a la persona jurídica privada aquellos a quienes los estatutos atribuyen tal
competencia.

El canon no tiene nada que comentar. La representación de las personas jurídicas


públicas la ostenta aquellos a quienes le son reconocida tal competencia por el derecho
universal o particular, o por los mismos estatutos; la representación de las personas jurídicas
privadas la ostenta aquellos a quienes los propios estatutos les atribuyen tal competencia.

12. Los actos colegiales de las personas jurídicas supletorios de los estatutos (canon 119).

El canon 119:
Respecto a los actos colegiales, mientras el derecho o los estatutos no dispongan otra
cosa:
1.º cuando se trata de elecciones, tiene valor jurídico aquello que, hallándose presente
la mayoría de los que deben ser convocados, se aprueba por mayoría absoluta de los
presentes; después de dos escrutinios ineficaces, hágase la votación sobre los dos
candidatos que hayan obtenido mayor número de votos, o si son más, sobre los dos de
más edad; después del tercer escrutinio, si persiste el empate, queda elegido el de más
edad;
2.º cuando se trate de otros asuntos, es jurídicamente válido lo que, hallándose
presente la mayor parte de los que deben ser convocados, se aprueba por mayoría
absoluta de los presentes; si después de dos escrutinios persistiera la igualdad de
votos, el presidente puede resolver el empate con su voto;
3.º más lo que afecta a todos y a cada uno debe ser aprobado por todos.

Se recomienda que se sepa de memoria este canon. En la práctica hay que recurrir a él
cuando surgen problemas, sobre todo en las elecciones a cargos en las corporaciones o
fundaciones. El canon determina para la validez cuál es la voluntad de la persona jurídica, cómo
se toma la decisión colegial válida, bien sea de una asociación o del patronato de una fundación.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que el canon tiene carácter supletorio; sólo
hay que acudir a él cuando no se tenga claro cómo proceder para tomar una decisión colegial si
no está recogida en los propios estatutos. Por ello es muy importante que los estatutos provean
los modos de elecciones y de accesos a los cargos directivos.

Los actos realizados en contra de los estatutos o, en caso de que éstos no provea el
modo de actuación, en contra de estas disposiciones serán nulos, no tendrán validez.

El canon señala tres hipótesis distintas que se pueden presentar:


En el § 1, se habla de las elecciones a cargos o de representantes. Dice, en primer lugar, que
debe estar la mayoría absoluta de los que deben ser convocados, de los que tienen derecho a
voto. Puesto que se indica que es obligatoria la presencia, se excluye el voto por representación
o por correos. Esto sí puede estar contemplado en los estatutos. Sobre el modo de convocatoria
se puede mirar los cánones 166 y 167.

19
En el canon no se dice nada sobre los candidatos. Si los estatutos no especifican nada sobre
las condiciones para acceder a cargos, entonces podrán ser elegibles cualquier miembro que no
tenga restringidos sus derechos en la Iglesia por alguna pena canónica. El procedimiento de
elección será el siguiente:
Se realiza un primer escrutinio y resulta elegido el que haya obtenido un número de votos igual
o superior a la mayoría absoluta de los presentes.
En caso de que el escrutinio sea negativo y no haya salido elegido ningún candidato, se
procederá a un segundo escrutinio. Será elegido el que obtenga un numero de votos igual o
superior a la mayoría absoluta de los presentes.
En caso de que el segundo escrutinio resultara negativo, se procederá a un tercer escrutinio, pero
con las siguientes condiciones:
1. Los candidatos serán sólo aquellos dos que tuvieron más votos en el segundo escrutinio;
si son más los candidatos se votarán a los dos que hayan obtenido más votos. En caso
de que existiera empate de votos entre algunos, se elegirá el de más edad para la
candidatura. La edad se toma como criterio de desempate. Este es el criterio más
común.
2. Si después del tercer escrutinio queda elegido el que más votos obtenga, sean los que
sean. Hay una interpretación auténtica de la Pontificia Comisión de Interpretes para los
textos legales, de 27. julio. 1980, que indica que en el tercer escrutinio se requiere la
mayoría relativa y no mayoría absoluta; si persistiera empate, queda elegido el de más
edad.
3. Si alguien en el tercer escrutinio votara a otro candidato distinto de los dos en contienda
electoral, el voto es nulo.

Tal como está redactado el canon, en las elecciones las minorías no son tenidas en
cuenta, dado que al votarse uno a uno los candidatos siempre saldrán los de la mayoría. Para que
las minorías estuvieran representadas se tendría que utilizar el sistema de listas abiertas en las
que se consignaran un numero determinado de candidatos, por ejemplo: escribir en la lista seis
candidatos para poder elegirse un total de diez miembros en la Junta de gobierno. Así sí tendrían
las minorías posibilidad de representación en la Junta de gobierno.

En el § 2, cuando se trate de otros asuntos se requiere el mismo quórum de


participantes, la mayoría de los que deben ser convocados, aprobándose los asuntos por mayoría
absoluta de los presentes. Si después de dos escrutinios persistiera empate de votos, el
presidente puede (no es obligatorio sino optativo) desempatar con su voto. Cada asunto o
propuesta ha de ser decidida y votada por separado.

En el § 3 lo que afecta a todos y a cada uno debe ser aprobado por todos. Presenta un
caso en el que se requiere la unanimidad en la aprobación de una resolución, afectando a la
validez. No es algo novedoso, sino que tiene tradición jurídica que proviene de las Decretales de
Gregorio VIII. La traducción no es buena: lo que afecta a todos y a cada uno debería entenderse
como aquello que afecta no sólo a la persona jurídica sino también afecta de modo individual a
las personas físicas que componen el ente en sus derechos. Cuando una persona física entra en
un ente, asociación o fundación, lo hace aceptando unos derechos y unas obligaciones. Si se
quiere tomar unas decisiones que tienen que ver con el cambio de las obligaciones que se
aceptaron al ingreso en la institución, se requiere la aprobación unánime de todos los miembros
que la forman. Por ejemplo: una Sociedad de Vida Apostólica que quiera transformar su
naturaleza convirtiéndose en Instituto religioso debe ser aprobado, para su validez, por la
totalidad de los miembros de esa institución.

13.Duración, cambio y extinción de la persona jurídica (canon 120).

El canon 120:
§ 1. Toda persona jurídica es, por naturaleza, perpetua; sin embargo, se extingue si es
legítimamente suprimida por la autoridad competente o si ha cesado su actividad por
20
especio de cien años; la persona jurídica privada se extingue además cuando la propia
asociación queda disuelta conforme a sus estatutos, o si a juicio de la autoridad
competente, la misma fundación ha dejado de existir según sus estatutos.
§ 2. Cuando queda un solo miembro de la persona jurídica colegiada y, según sus
estatutos, la corporación no ha dejado de existir, compete a ese miembro el ejercicio de
todos los derechos de la corporación.

1. LA EXTINCIÓN.

Toda persona jurídica es por naturaleza perpetua. Esta perpetuidad debe entenderse que
no está ligada a las personas físicas que la dirigen y la componen, sino que trasciende a estas;
precisamente las personas jurídicas han sido creadas para atender a fines que trascienden a las
personas físicas (c. 114). Las personas jurídicas no se erigen ad tempus, con limitación de
tiempo.

La extinción o supresión de las personas jurídicas se realiza conforme a lo que dispone


el derecho, que puede ser:
a) Por la autoridad competente que la constituyó (Obispo) o por una autoridad superior
(Santa Sede). El derecho puede establecer que una institución que fue erigida por el
Obispo diocesano, por ejemplo: un instituto religioso (c. 579), sólo puede ser suprimido
por la autoridad superior, es decir por la Santa Sede (c. 584).
b) Por cese de su actividad durante cien años, por lo que se suprime por el propio derecho.
Habrá que probarse la inactividad.
c) Sólo en el caso de las personas jurídicas privadas la supresión puede hacerse conforme a
sus propios estatutos:
 Las asociaciones pueden extinguirse por voluntad de los miembros, conforme
establezca los estatutos.
 En el caso de las fundaciones, la autoridad competente emitirá un juicio de que
los fines se han cumplido.

Si bien al empezar una persona jurídica colegial ha de contar con tres miembros como
mínimo, en el § 2 se indica que la corporación no deja de existir cuando cuenta tan con un solo
miembro, correspondiendo a ese miembro ejercitar todos los derechos de la corporación.

2. LA FUSIÓN (canon 121).

El canon 121:
Si las corporaciones y fundaciones que son personas jurídicas públicas se unen
formando una sola totalidad con personalidad jurídica, esta nueva persona jurídica
hace suyos los bienes y derechos patrimoniales propios de las anteriores, y asume las
cargas que pesaban sobre las mismas; pero deben quedar a salvo, sobre todo en cuanto
al destino de los bienes y cumplimiento de las cargas, la voluntad de los fundadores y
donantes y los derechos adquiridos.

El sentido del texto es claro. La fusión consiste en que dos o más personas jurídicas
públicas se unen, formándose una sola persona jurídica, asumiendo los derechos y obligaciones
de las personas jurídicas fusionadas.

La legislación canónica, a la hora de fusionarse diversas personas jurídicas, muestra un


interés por respetar la voluntad de los fundadores, donantes y derechos adquiridos.

Algo que llama la atención es que no dice nada el Código de la fusión de las personas
jurídicas privadas. Esto no quiere decir que esté prohibido. Al no recogerse en el Código se
regirán por sus propios estatutos. En caso de fusión de diversas personas jurídicas privadas
21
tendrán que elaborar nuevos estatutos, que deberán presentar a la autoridad competente para su
aprobación. En todo caso, al realizarse la fusión también deberán respetar los derechos
adquiridos, la voluntad de los fundadores y donantes.

3. DIVISIÓN (canon 122).

El canon 122:
Cuando se divide una persona jurídica pública de manera que una parte de ella se une
a otra persona jurídica pública, o con la parte desmembrada se erige una persona
jurídica pública nueva, la autoridad eclesiástica a la que compete realizar la división,
respetando ante todo la voluntad de los fundadores y donantes, los derechos adquiridos
y los estatutos aprobados, debe procurar por sí o por su ejecutor:
1.º que los bienes y derechos patrimoniales comunes que pueden dividirse, así como las
deudas y demás cargas, se repartan con la debida proporción y de manera equitativa
entre las personas jurídicas de que se trata, teniendo en cuenta todas las circunstancias
y necesidades de ambas;
2.º que las dos personas jurídicas gocen del uso y usufructo de los bienes comunes que
no pueden dividirse, y sobre ambas recaigan las cargas inherentes a esos bienes,
guardando la debida proporción, que debe determinarse equitativamente.
Este canon que habla de la división se refiere también a las personas jurídicas públicas,
no hablándose en ningún caso de las personas jurídicas privadas. El canon está pensando más en
la división de una diócesis. Cabe subrayar la preocupación del legislador de que se cumpla la
equidad en el reparto de los bienes y de las cargas. Este ejercicio de equidad exige tener en
cuenta todas las circunstancias a fin de que el reparto sea justo.

Como hemos dicho, tampoco el canon habla de la división de las personas jurídicas
privadas. Se respeta la autonomía propia de las personas jurídicas privadas. Estas podrán
dividirse libremente, pero cada una de las nuevas corporaciones surgidas de la división deberán
presentar a la autoridad competente los nuevos estatutos para su aprobación y concesión de la
personalidad jurídica.

4. DESTINO DE LOS BIENES POR EXTINCIÓN (canon 123).

El canon 123:
Cuando se extingue una persona jurídica pública, el destino de sus bienes y derechos
patrimoniales, así como sus cargas, se rige por el derecho y los estatutos; en caso de
silencio de éstos, pasan a la persona jurídica inmediatamente superior, quedando
siempre a salvo la voluntad de los fundadores o donantes, así como los derechos
adquiridos; cuando se extingue una persona jurídica privada, el destino de sus bienes y
cargas se rige por sus propios estatutos.

El destino de los bienes por extinción de una persona jurídica pública se regirán por el
derecho y los propios estatutos; en caso de silencio de los estatutos, pasan a la persona jurídica
inmediatamente superior, quedando a salvo la voluntad de los fundadores, donantes y derechos
adquiridos.

Cuando se extingue una persona jurídica privada, el destino de sus bienes y cargas se
rigen solo por sus estatutos; en caso de silencio de los estatutos parece que el legislador ha
excluido la aplicación por analogía de lo que se establece en el canon para las personas jurídicas
públicas. En este caso, los miembros deberán actuar con buena disposición, destinando los
bienes a otras corporaciones que tengan fines parecidos, informando de ello a la autoridad
competente. Por consiguiente, habrá que tener mucho cuidado a la hora de elaborar y, sobre
todo, al aprobar unos estatutos que esté recogido el destino de los bienes en caso de extinción de
la corporación.

22
III.- DE LOS ACTOS JURÍDICOS (cánones 124- 128).

1. Qué es un acto jurídico.

Un acto jurídico, ante todo, es un acto humano; es decir, un acto realizado por una persona,
consciente de lo que hace y queriendo sus consecuencias prácticas. El acto jurídico emana de la
voluntad libre de la persona. En este sentido, el acto jurídico se contrapone a los hechos
jurídicos, que son otra cosa. Los hechos jurídicos acaecen independientemente de la voluntad de
la persona, así por ejemplo, es un hecho jurídico el cumplir la mayoría de edad, que acaece
independiente de que la persona quiera cumplir años; también es un hecho jurídico el
cumplimiento de un plazo establecido por la ley, etc.
También el acto jurídico es un acto externo, social y relacional, que relaciona la
voluntad de la persona con otras personas. Esta manifestación externa es signo de la voluntad
interior y, por tanto, clave para su interpretación.
Igualmente, el acto jurídico es un acto legítimo, cuando está realizado conforme a lo
que está reglado en la ley o normas previstas en el ordenamiento jurídico. La ley otorga algunos
efectos a unos actos externos y los convierte en actos jurídicos. Normalmente en los actos
lícitos, los efectos previstos por el ordenamiento jurídico y los actos realizados por el sujeto
coinciden; sin embargo, en los actos ilícitos no se dan esta concordancia entre los efectos del
ordenamiento jurídico y los actos realizados por el sujeto.
La mayor dificultad que existe a la hora de valorar los actos jurídicos es establecer con
precisión la relación entre la voluntad del acto interno y la expresión del acto externo. Esto es
importante para determinar si un acto es válido o no es válido. En todo caso, el derecho debe
partir del acto externo e indagar en el interior del sujeto para averiguar cuál fue la voluntad del
sujeto. El juicio que ha de emitir el derecho ha de ser sobre los actos y no sobre las personas
como sujetos y, menos aún, emitir juicios sobre la conciencia.
Este problema es mayor en el ordenamiento canónico que en otros ordenamientos
jurídicos. El ordenamiento canónico pretende ordenar en justicia las relaciones entre las
personas cuyos vínculos son internos, el acto de fe. Por eso los sujetos del ordenamiento
canónico son conscientes de que su sometimiento, tanto exterior como en su voluntad interna, a
lo dispuesto en el ordenamiento canónico -en gran medida- repercute también en su relación
con Dios y en su salvación eterna.
Otra razón importante, dadas las raíces o fundamentaciones teológicas, en el derecho
canónico se da más que en otros derechos la primacía de la verdad objetiva que la seguridad
jurídica. En el derecho civil muchas veces la verdad objetiva queda sometida a la seguridad
jurídica. Así, por ejemplo: en el derecho civil para la declaración de la muerte presunta prima
más la seguridad jurídica que la verdad objetiva, como establece el Código Civil, Art. 193:
1. Transcurridos diez años desde las últimas noticias habidas del ausente;
2. Pasados cinco años desde las últimas noticias o desde su desaparición, si al expirar el
plazo, hubiere cumplido el ausente setenta y cinco años;
3. Cumplido un año de un riesgo eminente de muerte por causa de violencia contra la vida;
4. Tres meses en caso de siniestros;
5. Seis meses, en caso de violencia o subversión de orden político o social, desde la
cesación de la subversión.

En cambio, el derecho canónico prima más la verdad objetiva que la seguridad jurídica, como
establece el canon 1707:
23
§ 1. Cuando la muerte de un cónyuge no pueda probarse por documento auténtico,
eclesiástico o civil, el otro cónyuge no puede considerarse libre del vínculo
matrimonial antes de que el Obispo diocesano haya emitido la declaración de muerte
presunta.
§ 2. El Obispo diocesano sólo puede emitir la declaración a que se refiere el §1,
cuando, realizadas las investigaciones oportunas, pro las declaraciones de testigos, por
fama o por indicios, alcance certeza moral sobre la muerte del cónyuge. No basta el
solo hecho de la ausencia del cónyuge, aunque se prolongue por mucho tiempo.
§ 3. En los casos dudosos y complicados, el Obispo ha de consultar a la Sede
Apostólica.

Así, pues, en el derecho civil la muerte presunta es declarada por la ausencia


interrumpida del sujeto durante el periodo de tiempo que la ley establece, primando así la
seguridad jurídica. En cambio, la declaración de muerte presunta en el derecho canónico no
podrá declararse hasta que no exista certeza moral, primando así la verdad objetiva.

2. Elementos necesarios para la validez del acto jurídico (canon 124).(*Pregunta


importante).
El canon 124:
§ 1. Para que un acto jurídico sea válido, se requiere que haya sido realizado por una
persona capaz, y que en el mismo concurran los elementos que constituyen
esencialmente ese acto, así como las formalidades y requisitos impuestos por el
derecho para la validez del acto.
§ 2. Se presume válido el acto jurídico debidamente realizado en cuanto a sus
elementos externos.

El § 1 del canon señala las condiciones o elementos que deben darse para que un acto
sea válido en el ordenamiento canónico; caso de que no se den, el acto sería:
a) inexistente, si no hay acto humano o no existen los elementos esenciales.
b) Nulo, se faltan las formalidades jurídicas.
Las consecuencias de ambas serían las mismas: no producen los efectos jurídicos.

Tres elementos deben darse para que un acto sea válido y que produzca los efectos
jurídicos:

1. Que sea realizado por un sujeto capaz o hábil para realizar el acto humano; que esté dotado
de la suficiente consciencia o voluntariedad para prever las consecuencias del acto. El derecho
fija unas condiciones mínimas que pueden variar de unos actos a otros, tales como la edad, el
uso de razón; también el derecho pone una serie de condiciones que inhabilitan a las personas
para realizar un acto jurídico; también algunas veces se requiere competencia o potestad para
realizar el acto, bien que estén ligadas al oficio, por el sacramento del orden,...; también se
requerirá que el acto tenga un objeto ya que si no existiera el objeto no existiría el acto, por
ejemplo: si se quiere hacer una venta tendrá que tener el objeto para vender.

2. En el acto debe existir los elementos esenciales, que son aquellos que configuran el acto y
que sin ellos el acto no existía, por ejemplo: la profesión de los consejos evangélicos para entrar
en un instituto de vida religiosa; el consentimiento para contraer matrimonio; la coincidencia
entre dos sujetos en el objeto para realizar un negocio jurídico... Estos elementos necesarios no
son dispensables (canon 86: No son dispensables las leyes que determinan los elementos
constitutivos esenciales de las instituciones o de los actos jurídicos.)

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3. Las formalidades y requisitos impuestos por el derecho para la validez del acto. Estas
formalidades pueden ser intrínsecas y extrínsecas:
a) Las formalidades intrínsecas son aquellas que nos dice cómo se ha de hacer el acto, por
ejemplo: la forma canónica del matrimonio (canon 1108).
b) Las formalidades extrínsecas son aquellas que se exigen previamente, por ejemplo: el
consentimiento previo de un determinado Colegio de consultores o Consejo por parte de
una autoridad para realizar un acto jurídico.

Hay que distinguir con sumo cuidado entre las condiciones y los requisitos que el
derecho exigen para la validez y la licitud del acto. Si faltan las condiciones ad validitatem, para
la validez, el acto es nulo y no produce efectos jurídicos; pero, por el contrario, si faltan las
condiciones ad leicitatem, para la licitud, el acto es válido y produce todos sus efectos jurídicos,
sin perjuicio de que quien ha puesto el acto no cumpliendo las formalidades haya desobedecido
o incumplido una ley, por lo que puede ser amonestado por el superior competente o, incluso,
puede incurrir en un delito que puede ser penado o castigado, a tenor del canon 1371, 2.º: Debe
ser castigado con una pena justa: 2.º quien, de otro modo, desobedece a la Sede Apostólica, al
Ordinario o al Superior cuando mandan o prohíben algo legítimamente, y persiste en su
desobediencia después de haber sido amonestado.

Hay que tener presente lo que dice el canon 10: Se han de considerar invalidantes o
inhabilitantes tan sólo aquellas leyes en las que expresamente se establece que un acto es nulo o
una persona es inhábil. Para que una prescripción afecte a la validez debe decirse expresamente
en el canon; si no se dice, afectaría a la licitud.

El § 2 del canon afirma que se presupone válido un acto jurídico si está realizado según
las formas. Esto admite prueba en contra, que tendrá que probar aquél que ha puesto en duda la
validez del acto. Esta presunción de validez del acto es concorde con la naturaleza humana, pues
lo normal será que la persona actúe con honestidad y que sean veraces sus gestos y palabras.

3. Circunstancias que influyen en el acto jurídico (cánones 125-126).

Los cánones siguientes, el Código habla de diversas circunstancias que pueden influir en el acto
jurídico. Estas son cinco: violencia, miedo, dolo, ignorancia y error.
a) La violencia, el miedo y el dolo (canon 125).

El canon 125:
§ 1. Se tienen como no realizado el acto que una persona ejecuta por una violencia exterior a la
que de ningún modo ha podido resistir.
§ 2. El acto realizado por miedo grave injustamente infundido, o por dolo, es válido, a no ser
que el derecho determine otra cosa; pero puede ser rescindido por sentencia del juez, tanto a
instancia de la parte lesionada o de quienes la suceden en su derecho, como de oficio.
1.- LA VIOLENCIA: Es obvio que no hay acto humano si se produce con violencia exterior, sin
voluntad propia sino condicionada por la acción violenta que no pudo resistir.
2.- EL MIEDO: Consta de dos elementos intrínsecamente unidos: uno objetivo externo, que
consiste en que alguien amenaza con un mal; otro subjetivo interno, que es el modo de cómo el
sujeto percibe la amenaza exterior. No se trata de algo que excluye la voluntariedad, pero sí se
trata de algo que de alguna manera condiciona la voluntad haciendo que ésta se decida o se
determine en un sentido, que no se daría si no estuviese presente esa amenaza.

Estamos hablando del acto que se realiza por miedo; el miedo es causa para que se
realice el acto. Otra cosa distinta es hacer un acto con miedo, que no influye en la voluntariedad
amenazándola.

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El miedo ha de ser grave, es decir, con suficiente entidad o fuerza para causar una
perturbación del ánimo. En la gravedad influyen los dos elementos: la gravedad amenaza
externa y cómo percibe subjetivamente la persona la amenaza. No es necesario que el miedo sea
absolutamente grave (cuando es un miedo capaz de impresionar a una persona no temerosa),
sino relativamente grave, que pueda impresionar.

También se dice que el miedo ha de ser injusto. No sería injusto aquel miedo producido
por las consecuencias físicas, morales o jurídicas del acto. Para que el miedo sea injusto tiene
que ser causado por una causa o persona libre.

3.- DOLO. Afecta también a la voluntariedad del acto como el miedo, pero afecta a la
inteligencia. Es un engaño malicioso, astucia, por la que de una forma deliberada se oculta algo
o se miente con el fin de que alguien ponga el acto jurídico. También aquí se exige que se actúa
por dolo, que el dolo sea la causa del acto. Se presupone que si no hubiera dolo no se hubiera
realizado el acto o que el acto hubiera sido de otra manera.
En ambos casos, en el miedo y el dolo, el principio general es que el acto es válido, a no ser que
el derecho determine otra cosa, pero puede ser rescindido (hacer nulo lo que en principio fue
válido) por sentencia del Juez, tanto por solicitud de la parte dañada o por oficio, si llega a la
certeza moral (exigencia moral para dictar sentencia, a tenor del canon 1608 § 1: Para dictar
cualquier sentencia, se requiere en el ánimo del juez certeza moral sobre el asunto que debe
dirimir.), basándose en las pruebas presentadas, del influjo decisivo del miedo o del dolo en el
acto.

Hay una serie de actos jurídicos que el legislador considera que debe existir libertad
para realizarlos, caso contrario serían nulos. Estos son:
 La elección para un oficio eclesiástico (canon 172 § 1).
 La renuncia de un oficio eclesiástico (canon 188)
 Admisión al noviciado en un instituto religioso, tanto por el que admite como por el
admitido (canon 643 § 1, 4º).
 Para realizar la profesión religiosa (canon 656, 4º).
 Ser admitido en una sociedad de vida apostólica (canon 735 § 2).
 Para emitir el consentimiento matrimonial (cánones 1098,y 1103).
 Para efectuar cualquier voto (canon 1191 § 3).
 Para efectuar juramento (canon 1200 § 2).

b) La ignorancia y el error (canon 126)

El canon 126:
Es nulo el acto realizado por ignorancia o por error cuando afecta a lo que constituye su
sustancia o recae sobre una condición sine qua non; en caso contrario, es válido, a no ser que
el derecho establezca otra cosa; pero el acto realizado por ignorancia o por error puede dar
lugar acción rescisoria conforma a derecho.
IGNORANCIA. Es carecimiento de conocimiento sobre un objeto. ERROR, en cambio, es un
juicio falso sobre el objeto, es juzgar inadecuadamente.

La ignorancia y el error, que podrá ser de derecho o de hecho, sólo hacen nulo el acto
cuando versan sobre lo que constituyen la sustancia del acto o si recae sobre una condición
necesaria, suficiente o indispensable. En caso contrario, si es periférico, el acto es válido, a no
ser que el derecho disponga otra cosa. En todo caso, puede admitir rescisión por parte de
sentencia del juez.

3. La reparación del daño causado por un acto jurídico (canon 128).

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El canon 128:
Todo aquel que causa a otro un daño ilegítimamente por un acto jurídico, o por otro
acto realizado con dolo o culpa, está obligado a reparar el daño causado.

El canon dispone que cuando alguien causa un daño a otro ilegítimamente por un acto
jurídico está obligado a reparar el daño, de modo igual o proporcional al daño causado y
teniendo en cuenta las circunstancias (por ejemplo: si se ha producido publicidad que pueda
afectar al honor o a la fama del perjudicado habrá que reparar el daño causado de igual manera
que alcance también publicidad). No resulta relevante el daño que procede del ejercicio de un
derecho por otro, que en todo caso no sería ilegítimo.

También deberá ser reparado el daño causado por un acto, que no siendo jurídico, sea
producido por dolo o culpa (con negligencia).

4. La necesidad de que la autoridad requiera el consentimiento o consejo (canon 127).

El canon 127:
§ 1. Cuando el derecho establece que, para realizar ciertos actos, el Superior necesita
el consentimiento o consejo de algún colegio o grupo de personas, el colegio o gripo de
personas debe convocarse a tenor del can. 166, a no ser que, tratándose tan sólo de
pedir consejo, dispongan otra cosa el derecho particular o propio; para la validez de
los actos, se requiere obtener el consentimiento de la mayoría absoluta de los
presentes, o bien pedir el consejo de todos.
§ 2. Cuando el derecho establece que, para realizar ciertos actos, el Superior necesita
el consentimiento o consejo de algunas personas individuales:
1.º si se exige el consentimiento, es inválido el acto del Superior en caso de que no pida
el consentimiento de esas personas o actúe contra el parecer de las mismas o de
algunas de ellas;
2.º si se exige el consejo, es inválido el acto del Superior en caso de que no escuche a
esas personas; el Superior, aunque no tenga ninguna obligación de seguir ese parecer,
aun unánime, no debe sin embargo apartarse del dictamen, sobre todo si es concorde,
sin una razón que, a su juicio, sea más poderosa.
§ 3. Todos aquellos cuyo consentimiento o consejo se requiere están obligados a
manifestar sinceramente su opinión, y también, si lo pide la gravedad de la materia, a
guardar cuidadosamente secreto, obligación que el Superior puede urgir.

El canon habla del consentimiento y del consejo. Tangencialmente hemos hablado al


decir que era necesario, en algunos casos, para la validez del acto jurídico. En algunas ocasiones
la autoridad unipersonal (Obispo, Superior Mayor,...) para la validez del acto jurídico requerirá
la opinión de un grupo de personas o de un colegio. Hay dos modalidades: unas veces se habla
de pedir el consentimiento y otras de pedir consejo.

a) Pedir el consentimiento quiere decir que la autoridad no actúa válidamente si lo hace en


contra de la opinión de aquellas personas que han de otorgar el consentimiento.
b) Pedir el consejo quiere decir que la autoridad debe oír a los consejeros, requisito
necesario para la validez del acto jurídico, pero que para realizar el acto no está
obligado a seguir el criterio, sino que puede actuar libremente. Sin embargo se
recomienda que, si no existe una razón más poderosa a su juicio, no se aparte del
dictamen.

SUPERIOR se entiende en sentido amplio no en sentido del superior religioso; es decir, toda
legítima autoridad.
COLEGIO, es la persona jurídica colegial que toma las decisiones: colegio de consultores,
consejo de superiores religiosos...
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GRUPO DE PERSONAS se refiere al grupo de personas que no están constituidas como persona
jurídica.
CONVOCATORIA, siempre se ha de hacer conforme al canon 166, si es para dar el
consentimiento, siguiendo las formalidades establecidas; cuando se trate de dar el consejo, el
derecho particular o los estatutos pueden disponer otro modo de proceder.

Según el § 1. cuando el Superior necesita el consentimiento o consejo de algún colegio


o grupo de personas, éstos han de ser convocados en un mismo lugar, porque es el grupo o
consejo el que da su consentimiento, no de forma individual sino colectivamente; por
consiguiente, deberá haber un diálogo, un debate, en el que se forme el parecer del colegio
grupo. Es necesario, para ello, el que se reúnan en un mismo lugar. Sería inválido si se consulta
individualmente o si se consultara por partes al grupo de personas o al colegio.

No se dice nada del quórum de asistencia, cuántos miembros tienen que estar presentes
para la validez, por lo que habrá que estar atentos a lo que nos dicen los estatutos y, en su
defecto, habrá que atenerse al canon 119, que exige la mayoría absoluta de los asistentes. Por
tanto, los votos blancos, los votos nulos o las abstenciones son valoradas de igual manera,
puesto que hay que alcanzar la mayoría absoluta.

Ante una consulta formulada ante el Pontificio consejo para la interpretación auténtica
de los textos legislativos sobre si el que pide consejo puede votar, el 14 de mayo de 1985,
respondieron negativamente; el que pide consejo no puede votarse a sí mismo. Si el sentido de
los votos es recoger el parecer el colegio o grupo de personas, el que pide consejo no puede
aconsejarse a sí mismo. El Superior no puede votar ni siquiera para dirimir un empate de votos.

Como el canon cita el canon 166, podría plantearse si solamente hay que aplicar el § 1 o
todo el canon. Considero que hay que aplicar todo el canon. Si no se aplicara el canon entero
existiría el peligro de que el Superior que pide consejo solo convocara a los que le son afines y
favorables.

La presencia de todos los miembros afecta a la formación de la conciencia del colegio o


grupo de personas, por lo que deben estar todos presentes.

En el § 2, cuando son personas individuales, han de dar su opinión para la validez del
acto. Si se pide el consejo, que afecta a la validez, hay que escuchar a todos los miembros.

En el § 3, los convocados deben expresar su opinión y guardar secreto cuando el caso lo


requiera.

IV. LA POTESTAD DE RÉGIMEN (cánones 129 – 144).

1. La potestad de régimen existe por institución divina (canon 129).

El canon 129:
§ 1. De la potestad de régimen, que existe en la Iglesia por institución divina, y que se
llama también potestad de jurisdicción, son sujetos hábiles, conforme a la norma de las
prescripciones del derecho, los sellados por el orden sagrado.
§ 2. En el ejercicio de dicha potestad, los fieles laicos pueden cooperar a tenor del
derecho.

28
Comienza el canon diciendo que la potestad de régimen existe en la Iglesia por voluntad
divina. En la Iglesia existe una verdadera potestad como poder jurídico que no deriva de la
voluntad de los fieles sino que ha sido constituida por el fundador de la Iglesia, es de voluntad
divina. Por tanto, conviene ya desde el principio resaltar la radical distinción entre la potestad
existente en la Iglesia y la potestad del derecho secular. Ambas potestades son distintas. La
Constitución Española, Art. 1, 2 dice: La soberanía nacional reside en el pueblo español, del
que emanan los poderes del Estado. La potestad de régimen en la Iglesia no procede de los
fieles sino que origen es divino.

Las bases teóricas de la potestad en la Iglesia –y las posibles críticas que se puedan
hacer a los que ostentan el poder en la Iglesia- hay que buscarlas en la teología y no en otros
fundamentos que sean ajenos al derecho canónico, como pueden ser los principios
democráticos. La estructura de la Iglesia no es democrática sino jerárquica.

Las líneas generales o maestra de la potestad en la Iglesia, los sujetos de la potestad, los
ámbitos de la potestad, la forma de ejercer la potestad, los límites de la potestad... todo es de
institución divina.

Cuando se dice que algo es de institución divina quiere decir que la Iglesia lo ha
recibido y no puede cambiarlo. Esto no quita que exista en la potestad elementos que son de
derecho positivo, de institución eclesiástica y, por tanto, susceptible de poder ser suprimida o
modificad, por ejemplo: la Secretaría de Estado, los Cardenales,...

El que exista una autoridad que dirija imperativamente las actuaciones de las personas
hacia el bien común, eligiendo e imponiendo los medios concretos en cada momento para evitar
la dispersión de fuerzas e, incluso, sancionando su incumplimiento, es propio de cualquier
ordenamiento jurídico (Gadium et spes, 74). En este sentido, también en la Iglesia hay una
autoridad que hace converger las voluntades de los fieles al bien común de la Iglesia, que es la
salvación de los hombres (la salus animarum).

a) Los rasgos característicos de la autoridad en la Iglesia son los siguientes:

1.- No se pueden separar –y esto es una tentación en la historia de la Iglesia- los aspectos
espirituales de los aspectos visibles en la Iglesia; tampoco en la autoridad eclesial. Si en ningún
campo es lícito separar la realidad divina y la realidad humana, tampoco es lícito separarlos en
el ejercicio de la autoridad en la Iglesia (Lumen Gentium, 8). No es lícito suponer o interpretar
que la potestad jurídica de la Iglesia solo afecta a la dimensión externa, sino que también afecta
a la dimensión interna o espiritual de la persona.

2.- Hay tres aspectos fundamentales en esta potestad. Creo que son aleccionadoras las últimas
palabras del Evangelio según San Mateo: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Es decir, la
plenitud de poder (potestad sagrada, según Lumen Gentium, 10 y 18) de Cristo Resucitado se
transmite a la Iglesia en tres aspectos:

a) La potestad de magisterio. Este es el ejercicio autoritativo de la función de enseñar en la


Iglesia y todas aquellas actividades ordenadas a conservar sin error el depósito de la fe
y de presentarlo auténticamente en cada momento histórico. Esto en palabras de Mateo
sería: Haced discípulos a todas las gentes.
b) La potestad de orden. Esta está referida a la función de santificar en la Iglesia, que
garantiza el encuentro salvador con Cristo. Esto en palabras de Mateo sería:
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
c) La potestad de régimen. Esta está referida a la función de regir la comunidad eclesial de
manera que pueda vivir el seguimiento de Cristo promulgando unas normas o leyes
29
adecuadas. Esto en palabras de Mateo sería: enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado. A esto es lo que nos toca a nosotros referirnos.

3.- Esta plenitud de potestad no ha sido conferida u otorgada a los fieles en general, no se recibe
en el sacramento del bautismo, no se recibe cuando se es conferida la personalidad en la Iglesia,
sino que está otorgada al Papa (canon 331: El Obispo de la Iglesia Romana, en quien
permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los
Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es cabeza del Colegio de los Obispos,
Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud
de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y
que puede siempre ejercer libremente.) y al Colegio Episcopal (canon 336: El Colegio
Episcopal, cuya cabeza es el Sumo Pontífice y del cual son miembros los Obispos en virtud de
la consagración sacramental y de la comunión jerárquica con la cabeza y miembros del
Colegio, y en el que continuamente persevera el cuerpo apostólico, es también, en unión con su
cabeza y nunca sin esta cabeza, sujeto de la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia.).
Ambos, el Papa y el Colegio Episcopal con el Papa, son los que tienen la plenitud de la
potestad en la Iglesia universal para enseñar, santificar y regir; en la Iglesias particulares y
asimiladas, la tienen los Obispos diocesanos (canon 381 § 1: Al Obispo diocesano compete en
la diócesis que se la ha confiado toda la potestad ordinaria, propia e inmediata que se requiere
para el ejercicio de su función pastoral, exceptuadas aquellas causas que por el derecho o por
decreto del Sumo Pontífice se reserven a la autoridad suprema o a otra autoridad eclesiástica.)
con la colaboración de los presbíteros que de él dependen (Lumen Gentium, 28; cánones 384 y
519).

Esto es lo que está bastante claro y que es revelado, que es constitutivo en la Iglesia.
Luego, muchas otras determinaciones de la potestad será de derecho positivo eclesiástico, por
ejemplo: los cardenales, los vicarios,...

4.- En la Iglesia, ciertamente, existe una división de poderes (canon 135: § 1. La potestad de
régimen se divide en legislativa, ejecutiva y judicial), pero no puede hablarse de una separación
de poderes, que sean ejercidos por órganos independientes, como ocurre en los estados
modernos.

Afirma el canon 391§ 1: Corresponde al Obispo diocesano gobernar la Iglesia


particular que le está encomendada con potestad legislativa, ejecutiva y judicial, a tenor del
derecho. Obispo concentra en sí las tres potestades: legislativa, ejecutiva y judicial. Esto no
quiere decir que el Obispo pueda delegar alguna de estas potestades.

5.- La potestad en la Iglesia está toda ella al servicio de los fieles, es una potestad que es
servicio para el adecuado cumplimiento de la misión de la Iglesia, de la que todos ellos son
corresponsables (LG, 30; CfL 22; Catecismo, n. 1592, PDV, 16...). Es decir, la autoridad en la
Iglesia tiene un sentido funcional, está al servicio del Pueblo de Dios. No debe la autoridad ser
contemplada como una dignidad sino que los derechos y capacidades de la autoridad vienen
justificados por las obligaciones del cargo que ostenta. De aquí también se derivará la necesidad
de adaptar convenientemente la organización eclesiástica a las legítimas necesidades de los
fieles en cada momento concreto. La autoridad deberá estar escrutando cómo es el Pueblo de
Dios de manera que pueda adaptar su organización eclesiástica de modo que no sea algo
monolítico o anquilosado.

6.- También hay que actuar en legalidad, acentuando el derecho del fiel a ser apacentado en la
Iglesia. Esta idea está resumida de manera muy interesante en Lumen Gentium, 18: Cristo el
Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia
diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que
poseen la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son
30
miembros del Pueblo de Dios y tienen, por tanto, la verdadera dignidad de cristianos,
aspirando al mismo fin, en libertad y orden, lleguen a la salvación.

b) Diferencia entre potestad sagrada y potestad de régimen.

Lo que llamamos potestad sagrada, la potestad de apacentar al Pueblo de Dios, es algo


más que la potestad de régimen, porque de esa división que hacíamos de potestad de magisterio,
potestad de santificar y potestad de regir, nosotros sólo nos centramos en la última.

La potestad de regir, que es la potestad referida al gobierno de la Iglesia en cuanto


sociedad, regula la vida social del Pueblo de Dios ejercitando un control, una dirección,... todo
lo que es el ejercicio propio de un gobierno. En esta potestad de regir entraría no sólo lo que
está mandado como obligatorio para todos los fieles, como son las normas de obligado
cumplimiento, sino también todo lo organizativo, los consejos, exhortaciones, que no siendo
mandatos o normas obligatorias, es conveniente cumplirlas para el bien de la Iglesia.

c) Diferencia entre potestad y función.

No se debe confundir potestad (potestas) y función (munus). La función es más amplia


que la potestad:
 La potestad lleva consigo una obligación de obediencia exigible jurídicamente, lleva
consigo una autoridad. Esta es específica de la jerarquía. La autoridad ejerce, por
ejemplo, la potestad de enseñar transmitiendo auténticamente el mensaje revelado.
 La función (c. 204) de enseñar, santificar y regir es de todo el Pueblo de Dios por el
bautismo. Todo cristiano, por el bautismo, está llamado a ejercer la función de enseñar
la fe.

Por último, únicamente indicar que tradicionalmente se ha llamado a esta potestad de


régimen potestad de jurisdicción, que también lo menciona el canon. En el Código-17 era
empleado más frecuentemente. Su utilización se ha restringido en la actualidad para
diferenciarse del derecho secular o civil que emplea el término.

2. Cómo se transmite en la Iglesia la potestad.

Dando por supuesto el origen divino de la potestad, es lícito preguntarnos porqué


medios se transmite esta potestad en la Iglesia a un fiel. Históricamente el problema se ha
centrado en dos posturas:
 Si se recibe por vía sacramental, si deriva del sacramento del orden.
 Si se recibe por vía extrasacramental, si deriva de un acto administrativo por parte del
Romano Pontífice a través de una bula, decreto, ley,...

Antes del Concilio Vaticano II era común en esta materia distinguir entre lo que se
llamaba potestad de orden, de efectos espirituales (por ejemplo: la consagración de la
eucaristía), que vendría por vía sacramental, y la potestad de jurisdicción externa, con sus
efectos de gobernar a la Iglesia, que vendría por vía de la missio canónica, de un acto de
concesión del Santo Padre.

El Concilio Vaticano II sólo trata de este tema en referencia al ejercicio de la potestad


por parte de los Obispos. La clave está en la Nota Explicativa Previa a la Lumen Gentium, en el
n.º 2: Alguien se convierte en miembro del Colegio en virtud de la consagración episcopal y de
la comunión jerárquica con la Cabeza y miembros del Colegio. Cf. n. 22 § 1, al final.
En la consagración se da una participación ontológica de las funciones sagradas,
como consta, sin lugar a dudas, por la Tradición, incluida la litúrgica. Se utiliza
intencionadamente el término funciones y no potestades, pues este último término podía
31
entenderse de la potestad expedita para el ejercicio. Pero, para que se tenga tal potestad
expedita, hay que añadir la determinación canónica o jurídica por la autoridad jerárquica.
Esta determinación de la potestad puede consistir en la concesión de un cargo particular o en
asignarles unos súbditos y se da de acuerdo con las normas aprobadas por la autoridad
suprema. Esta norma ulterior está exigida por la naturaleza de la cosa, puesto que se trata de
unas funciones que deben ser ejercidas por varios sujetos que colaboran jerárquicamente por
voluntad de Cristo. Es evidente que esta «comunión» se aplicó en la vida de la Iglesia, según
las circunstancias de la época, antes de que estuviera como codificada en el derecho.
Por eso se dice expresamente que se requiere la comunión jerárquica con la Cabeza y
con los miembros de la Iglesia. La comunión es una idea muy apreciada en el Iglesia antigua (e
incluso hoy, sobre todo en Oriente). No significa, sin embargo, un sentimiento impreciso, sino
una realidad orgánica que exige una forma jurídica y al mismo tiempo está animada por el
amor. Por eso la Comisión, por acuerdo casi unánime, decidió que había que escribir «en la
comunión jerárquica». Cf. Modo 40 y también lo que se dice de la misión canónica en el n. 24.
Los documentos de los Sumos Pontífices más recientes que tratan de la jurisdicción de
los obispos hay que entenderlos como refiriéndose a esta necesaria determinación de
potestades.

La potestad del Obispo se recibe por la consagración episcopal, es propia y no vicaria


del Romano Pontífice; no es el Obispo un delegado del Papa en su diócesis, a tenor del canon
381: § 1. Al Obispo diocesano compete en la diócesis que se le ha confiado toda la potestad
ordinaria, propia e inmediata que se requiere para el ejercicio de su función pastoral,
exceptuadas aquellas causas que por el derecho o por decreto del Sumo Pontífice se reserven a
la autoridad suprema o a otra autoridad eclesiástica.

Por su propia naturaleza, esta potestad del Obispo no puede ejercerse si no es en


comunión jerárquica, de forma que contribuya a la edificación del Pueblo de Dios (cf. Ef 4, 12).
La formulación concreta de esta comunión jerárquica es la misión canónica, que es un acto
jurídico del Romano Pontífice por el que confiere un determinado oficio en comunión o le
confiere súbditos. Hace falta una determinación jurídica que concrete cómo va a realizar o
ejercer esa potestad que ha recibido en el sacramento del orden, a fin de que contribuya a la
edificación del Cuerpo de Cristo.

Sin embargo, fuera del caso de los Obispos la discusión queda abierta. En general, se
admite por todos que para el ejercicio de la potestad se necesitan tanto la recepción del orden
como la misión canónica, bien sea por concesión de un oficio o por una delegación de la
potestad.

3. Tres teorías acerca del origen de la potestad:

1.ª teoría: El sacramento del orden da la capacidad ontológica para ser titular de potestad; luego
la potestad se recibe por la misión canónica.

2.ª teoría: Otros autores, simplemente, afirman que son necesarias simultáneamente ambos
elementos: el sacramento del orden y la misión canónica.

3.ª teoría: Es la que me parece más aceptable y está en la línea de lo que el Concilio Vaticano
II ha establecido para los Obispos. Estos autores piensan que la potestad se recibe de Cristo por
vía sacramental, pero luego la misión canónica determina el ejercicio legítimo de la potestad,
que se ha de ejercer en comunión. Esta teoría está muy acorde con la doctrina teológica actual.
En el Diccionario de Derecho Canónico, en la voz Potestad delegada, el profesor Estanislao
Olivares afirmar: “Esta palabra «delegar» no debe llevar a una concepción extrinsecista del
acto de la delegación; no responde a la misma realidad ontológica que en la sociedad civil.
Cuando a un clérigo se le delega una potestad ejecutiva, propiamente se le concede la
misión canónica necesaria para que en tales personas y casos pueda ejercer válida y
32
lícitamente la potestad de régimen –en grado pleno, de colaborador, o de auxiliar- que recibió
en la respectiva ordenación episcopal, presbiteral o diaconal.
Y cuando a un laico se le delega igualmente una potestad ejecutiva eclesial, se le
concede la misión canónica para que pueda ejercer lícita y válidamente la potestad, recibida en
el bautismo, de poder cooperar en el ejercicio de la potestad de régimen”.

De cualquier modo es claro que en su conjunto, en bloque, la potestad en la Iglesia está


basada en el sacramento del orden, a tenor del canon 1008: Mediante el sacramento del orden,
por institución divina, algunos de entre los fieles quedan constituidos ministros sagrados, al ser
marcados con un carácter indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo
de Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las
funciones de enseñar, santificar y regir.

4. El sujeto de la potestad (canon 129).

El canon 129:
§ 1. De la potestad de régimen, que existe en la Iglesia por institución divina, y que se
llama también potestad de jurisdicción, son sujetos hábiles, conforme a la norma de las
prescripciones del derecho, los sellados por el orden sagrado.
§ 2. En el ejercicio de dicha potestad, los fieles laicos pueden cooperar a tenor del
derecho.

El canon tiene dos parágrafos:


1.- En el primero se dice quiénes son sujetos hábiles, capaces, conforme a la norma del derecho,
los sellados por el orden sagrado. Esto conlleva a afirmar que los laicos son inhábiles.

2.- En el ejercicio de dicha potestad los fieles laicos pueden cooperar a tenor del derecho.

Entre ambos párrafos surge un problema: ¿cómo determinar que el laico puede cooperar
en una función para la que es inhábil?

Hemos de comenzar por precisar qué se entiende por cooperación. El diccionario de la


Real Academia de la Lengua dice que es obrar conjuntamente, unos con otros, en un mismo fin.
La cooperación en el Código se puede entender en dos sentidos:

 El primero, que podríamos definir como corresponsabilidad: Sería cuando hay varios
sujetos que tienen la misma capacidad, poder, potestad, sobre un objeto. Por ejemplo:
can. 208: todos los fieles cooperar en la edificación del Cuerpo de Cristo; can. 334: los
Obispos cooperan con el Romano Pontífice; can. 680: los institutos religiosos cooperan
entre sí y con el clero secular en las actividades apostólicas...
 El segundo, que podríamos entender como participación, que se dará cuando uno tiene
la responsabilidad y los demás colaboran o cooperan para ayudarle en la misión. Así por
ejemplo, el Sínodo de los Obispos cooperan con el Romano Pontífice para el mejor
gobierno de la Iglesia universal (can. 334 y 342); la responsabilidad es del Papa, el
Sínodo le ayuda. El can. 356: los cardenales tienen el deber de cooperar con el Papa;
can. 369: los presbíteros son cooperadores del Obispo; can. 545 § 1: El vicario
parroquial coopera con el párroco; la responsabilidad es del párroco...

Parece claro, pues, que la cooperación del laico en el ejercicio de la potestad ejecutiva
debe entenderse en este último sentido. Así es la interpretación que hace el Catecismo de la
Iglesia Católica, en el n.º 911: En la Iglesia, « los fieles laicos pueden cooperar a tenor del
derecho en el ejercicio de la potestad de gobierno» (CIC can. 129 § 2) Así con su presencia en
los concilios particulares (can. 443 § 4), los sínodos diocesanos (can. 463 § 2 y 3), los consejos
pastorales (can. 511; 536); en el ejercicio “in solidum” de la tarea pastoral de una
parroquia(can. 517 § 2); la colaboración en los consejos de asuntos económicos (can. 492 § 1;
33
can. 536); la participación en los tribunales eclesiásticos (can. 1421 § 2) ... En todos estos
casos se trata de aportar una ayuda para el gobierno de la comunidad a través de los órganos
asesores o bien de misiones concretas que se les encomiendan. Por otra parte, corrobora esto el
canon 274 § 1: Sólo los clérigos pueden obtener oficios para cuyo ejercicio se requiera la
potestad de orden o la potestad de régimen eclesiástico. Es decir, no se puede encomendar a un
laico el ejercicio de una misión que requiera la potestad.

Hay una sorprendente excepción en el Código en el canon 1421 § 2: La Conferencia


Episcopal puede permitir que también los laicos sean nombrados jueces, uno de los cuales, en
caso de necesidad, puede integrar el tribunal colegiado. La Conferencia Episcopal puede
permitir que un laico pueda ser nombrado juez. El juez eclesiástico es titular de potestad
judicial, que es potestad de régimen. En el can. 129 estamos viendo que considera inhábil al
laico para el ejercicio de una misión que requiera la potestad. Es verdad que el canon 1421
limita esta participación del laico nombrado juez al considerar:
- que tiene que ser permitida por la Conferencia Episcopal.
- que es en caso de necesidad.
- que en los tribunales colegiados un juez puede ser laico.

La Constitución Apostólica Pastor Bonus sigue la misma línea cuando señala en el Art.
3.º, 2, que dispone que de acuerdo con la naturaleza particular de algunos dicasterios, a la
asamblea de los mismos pueden ser adscritos clérigos y laicos...; pero en el Art. 7, se dice que
en lo que se requiere el ejercicio de la potestad, tan sólo pueden participar los clérigos.

Aquí parece que se quiere conciliar ambas teorías, la sacramental de la potestad: que la
potestad tiene su origen en el sacramento del orden, y la vía extrasacramental: que la potestad
es independiente al sacramento del orden y, por tanto, también se le puede aplicar a los laicos.
El Código de Derecho Canónico, que sigue la línea del Concilio Vaticano II, debe inclinarse por
la doctrina de la potestad que ha clarificado refiriéndose a los Obispos.

Esta cuestión cobra relevancia en el papel del laico en la Iglesia. Cabe preguntarse hasta
qué punto la participación en la potestad de régimen ayuda a incrementar la participación del
laico en la Iglesia; hasta qué punto hay que proporcionarla y hasta qué punto se revaloriza el
papel del laico en la Iglesia...

5. Coordenadas de participación del laico en la potestad de régimen.

Cuatro son las coordenadas sobre esta participación del laico en la potestad de régimen:

1.- El gobierno de la Iglesia, en sentido amplio, está vinculado al sacerdocio ministerial por
voluntad de Cristo en unidad indisoluble con la función de enseñar y de santificar. No debemos
separar el gobierno de la Iglesia de las otras dos funciones, según la Instrucción Ecclesiae de
Misterio, sobre la colaboración de los fieles laicos en el ministerio de los sacerdotes, de 15.
agosto. 1997, documento firmado por 8 Dicasterios de la Curia Romana, y recogida en el
Catecismo de la Iglesias Católica, n.º 1592: El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del
sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el ejercicio de los fieles.
Los ministros ordenados ejercer su servicio en el pueblo de Dios mediante la escenaza (munus
docenti), el culto, (munus liturgicum) y el gobierno pastoral (munus regendi).

Igualmente hay que destacar la tentación de constituir al laico Pastor de la Iglesia, que
según la Instrucción Ecclesiae de Misterio, n.º 1 dice: No es lícito, por tanto, que los fieles no
ordenadas asuman, por ejemplo, la denominación de pastor, de capellán, de coordinador,
moderador, o títulos semejantes que podrían confundir su función con aquella del Pastor, que
es únicamente el obispo y el presbítero”. Igualmente esta idea está recogida en Christifideles
laici, n.º 23 dice: El ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor.
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2.- En este marco general puede darse una gran flexibilidad. Las normas concretas de cada
época derivará de la autocomprensión que la Iglesia tenga de sí misma en cada momento
histórico. Hoy la doctrina del Vaticano II deberá tenerse presente-

3.- La cooperación, según el canon 129 § 2, en el ejercicio de la potestad, entendida como ayuda
o auxilio en la toma de decisiones en el gobierno de la Iglesia mediante la participación en los
órganos asesores, es expresión de la corresponsabiliad del laico en la Iglesia, como exigencia
del propio bautismo (can. 204). Esto deber ser promovido y fomentado a tenor de la doctrina del
Vaticano II (cf. can. 272; 519...).

4.- Hay que distinguir entre la colaboración y la suplencia, que está recogido en el documento
de los dicasterios, Instrucción «Ecclesiae de Mysterio», y Christefideles laici, n.ª 23. . En estos
casos , la suplencia debe insistirse en su carácter transitorio y evitar los peligros que puedan
derivar de olvidar su carácter de suplencia y de transitoriedad: clericismo del liaco, creación de
estructuras paralelas al sacramento del orden,...

6. Fuero interno y fueron externo (canon 130).

El canon 130: La potestad de régimen, de suyo, se ejerce en el fuero externo; sin embargo,
algunas veces se ejerce sólo en el fuero interno, de manera que los efectos que su ejercicio debe
tener en el fuero externo no se reconozcan en este fuero, salvo que el derecho lo establezca en
algún caso concreto.

La distinción entre fuero interno y fuero externo es tradicional y típica en el


ordenamiento jurídico, por esa relación que existe entre los aspectos visibles y los aspectos
invisibles en la Iglesia; de manera que el derecho canónico, regulando los elementos visibles de
la sociedad no sólo pretende una regulación externa sino también interna, que afectan a la
salvación de las almas, que es su fin último.

Lo que importa destacar es que el fuero interno y el fuero externo son dos ámbitos del
ejercicio de la potestad de régimen que existe en la Iglesia por voluntad de Jesucristo. La
diferencia está en que:

a) En el fuero externo, la potestad de régimen se ejerce con publicidad, de modo que la


comunidad tenga un conocimiento legítimo del ejercicio de la potestad, por ejemplo: los
nombramientos, que es un acto de potestad ejecutiva, se publican en el boletín del
Obispado; la bulas papales de nombramientos de Obispos se leen públicamente,...

b) En el fuero interno, esa misma potestad de régimen se ejerce de modo oculto, de manera
que tanto el acto de la potestad como sus efectos permanecen reservados u ocultos para
la comunidad, no se dan publicidad, no existen pruebas, por ejemplo: en la remisión de
una pena eclesiástica por un delito a través del confesor existe una garantía de secreto,
que es la diferencia sustancial con el fuero externo.

A veces, en casos excepcionales, se ejerce la potestad de régimen solo para el


fuero interno, debiendo existir razones que aconseje la no divulgación de este acto
jurídico de la potestad debido a que se considere no favorable para la salus animarum
de la persona afectada.

El fuero interno se subdivide en fuero interno sacramental y fuero interno no


sacramenta:
a) El fuero interno sacramental es el acto de potestad que se ejerce dentro del
sacramento de la penitencia. Aquí la garantía de secreto es máxima dado la
inviolabilidad del sigilo sacramental.
35
b) El fuero interno no sacramental es el acto de potestad que se ejerce en
secreto, pero no en el ámbito del sacramento de la penitencia. Esta garantía
de secreto no es máxima dado que queda archivada en el Archivo Secreto
de la Curia Diocesana.

Cuando la potestad se ejerce en el fuero interno, los efectos no tienen


reconocimiento ante la comunidad. Esto no quiere decir que no haya remitido la pena,
pero que no se podrá demostrar si llegase a hacerse público el asunto.

Hay que evitar algunas confusiones que se mezclan en algunos autores al diferenciar
entre fuero interno y fuero externo; no debe identificarse el fuero interno con la conciencia. En
la conciencia, ni el derecho ni ninguna autoridad tienen poder; la conciencia queda reservada
sólo entre el hombre y Dios. Tampoco debe decirse que el fuero interno cae en el espacio de la
moral y no del derecho; tampoco hay que diferenciar al fuero externo afirmando que abarca al
bien externo de la comunidad y que el fuero interno al bien de la persona. Ambos fueros, en
externo y el interno, son jurídicos y obligan al fiel.

Por lo que respecta al ejercicio del régimen de la potestad en el fuero interno, en el


ámbito matrimonial, afecta a la dispensa de impedimentos ocultos y a la remisión de penas.

Existe un dicasterio vaticano que es la Penitenciaría apostólica (Pastor Bonus, n.º 17),
cuya competencia se extiende al ámbito del fuero interno y a las indulgencias; también en las
Iglesias particulares o diócesis, existe el oficio del Canónigo penitenciario para la absolución de
censuras en el fuero interno sacramental, a tenor del canon 508 § 1: El canónigo penitenciario,
tanto de la iglesia catedral como de una colegiata, tiene, en virtud del oficio, la facultar
ordinaria, no delegable, de absolver en el fuero sacramental de las censuras latae sentenciae
no declaradas, ni reservadas a la Santa Sede, incluso respecto de quienes se encuentren en la
diócesis sin pertenecer a ella y respecto a los diocesanos, aun fuera del territorio de la misma;
esta facultad también la tienen los capellanes de hospitales, cárceles o marítimos, a tenor del
canon 566 § 2: En hospitales, cárceles y viajes marítimos el capellán tiene además la facultad,
que solo puede ejercer en esos lugares, para absolver de censuras latae senteciae no
reservadas no declaradas, permaneciendo firme, sin embargo, lo prescrito en el can. 976.

En general, nada obsta para que quien es titular de la potestad de régimen la ejerza en
ambos casos, por ejemplo: el Obispo en su diócesis.

7. Conceptos básicos para el estudio de la potestad (cánones 131- 135).

a) Potestad ordinaria (canon 131).

El canon 131:
§ 1. La potestad de régimen ordinaria es la que va aneja de propio derecho a un oficio; es
delegad la que se concede a una persona por sí misma, y no en razón de su oficio.
§ 2. La potestad de régimen ordinaria puede ser propia o vicaria.
§ 3. La carga de probar la delegación recae sobre quien afirma ser delegado.

1. La potestad ordinaria de régimen es aquella que va aneja de propio derecho a un oficio. Es


este caso, el ámbito de la potestad está configurado por el derecho, y el que confiere el
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oficio no puede cambiar el ámbito de la potestad, por ejemplo: al Vicario General el derecho
le confiere su potestad, que no puede cambiar el Obispo. Además, la potestad ordinaria
puede ser:

a) Potestad ordinaria propia, si se ejerce en nombre propio, como es el caso del


Obispo en su diócesis.
b) Potestad ordinaria vicaria, si se ejerce en nombre de otro, como es el caso de los
Vicarios Generales, que ejercen la potestad ordinaria en nombre o en extensión
del Obispo.

2. La potestad es delegada cuando se concede a una persona por ella misma, por sus cualidades
personales y no por razón del oficio. En este caso, el ámbito de la potestad deberá
consignarse en la delegación.

b) Ordinarios y Ordinarios del lugar (canon 134).

El canon 134:
§ 1. Por el nombre de Ordinario se entiende en derecho, además del Romano Pontífice, los
Obispo diocesanos y todos aquellos que, aun interinamente, han sido nombrados para regir
una iglesia particular o un a comunidad a ella equiparada según el can. 368, y también
quienes en ellas tienen potestad ejecutiva ordinaria, es decir los Vicarios generales y
episcopales; así también, respecto a sus miembros, los Superiores mayores de institutos
religiosos clericales de derecho pontificio y de sociedades clericales de vida apostólica de
derecho pontificio, que tienen, al menos potestad ejecutiva ordinaria.
§ 2. Por el nombre de Ordinario del lugar se entienden todos los que se enumeran en el § 1,
excepto los Superiores de los institutos religiosos y de sociedades de vida apostólica.
§ 3. Cuando se atribuye nominalmente en los cánones al Obispo diocesano en el ámbito de la
potestad ejecutiva, se entendiéndose que compete solamente al Obispo diocesano y a aquellos
que se le equiparan según el can. 381 §2, excluidos el Vicario general ye episcopal, a no ser
que tengan mandato especial.

Los principales titulares de la potestad ordinaria de régimen son los que se llaman
Ordinarios, que en la Iglesia son:

a) El Romano Pontífice, que es el Ordinario de toda la Iglesia universal.


b) El Obispo diocesano en toda su diócesis.
c) Cualquier otro que rige una Iglesia particular o entidad equiparada en derecho, que son
las que se citan en el canon 368: Iglesias particulares, en las cuales y desde las cuales
existe la Iglesia católica una y única, son principalmente las diócesis, a las que, si no
se establece otra cosa, se asimilan la prelatura territorial y la abadía territorial, el
vicariato apostólico y la prefectura apostólica, así como la administración apostólica
erigida de manera estable; también los que la rigen de manera interina: el administrador
apostólico y el administrador diocesano.
d) El Vicario general, que es obligatorio que exista en todas las diócesis (canon 745 § 1:
En cada diócesis, el Obispo debe nombrar un Vicario general, que, dotado de potestad
ordinaria a tenor de los cánones que siguen, ha de ayudarle en el gobierno de toda la
diócesis); tiene jurisdicción sobre toda la diócesis.
e) El Vicario episcopal, que no es obligatorio sino potestativo, a tenor del canon 476
Cuando así lo requiera el buen gobierno de la diócesis, el Obispo diocesano puede
también nombrar uno o más Vicarios episcopales, que, o en una determinada
circunscripción de la diócesis, o para ciertos asuntos o respectos a los fieles de un
mismo rito o para un grupo concreto de personas, tienen la misma potestad ordinaria
que por derecho universal compete al Vicario general, conforme a la norma de los
cánones que siguen.

37
f) Los Superiores mayores (que son los que rigen todo el instituto o una parte del mismo
(Provincia), a tenor del canon 620: Son Superiores mayores aquellos que gobiernan
todo el instituto, una provincia de éste y otra parte equiparada a la misma, o una casa
independiente, así como sus vicarios. A éstos se añaden el Abad Primado y el Superior
de una congregación monástica, los cuales, sin embargo, no tienen toda la potestad que
el derecho universal atribuye a los Superiores mayores) de los institutos religiosos
clericales de derecho pontificio y las sociedades de vida apostólica clericales de derecho
pontificio. Los Superiores mayores son Ordinarios, pero no Ordinarios del lugar que
solamente son los anteriores.

Algunos autores ponen en duda la consideración de Ordinario del lugar de los Vicarios
episcopales sin territorialidad. Creo que sí lo son dado que ejercen funciones en relación con el
Ordinario del lugar que es el Obispo, tanto porque ejercen funciones en su nombre dentro de un
mismo territorio; también porque el derecho no especifica otra cosa.

Lo que sí se discute con más fundamento es si el Ordinario Castrense es Ordinario del


lugar, dado que la potestad es personal. Parece que sí debe considerársele como Ordinario del
lugar en los recintos militares (cuarteles) o lugares asimilados, según la Constitución Apostólica
Espirituali militem cure, de 22. abril.1986.

Más dudoso es la consideración de Ordinario del lugar al Prelado de una Prelatura


persona. Sí es Ordinario propio (canon 295§ 1: La prelatura personal se rige por los estatutos
dados por la Sede Apostólica y su gobierno se confía a un Prelado como Ordinario propio, a
quien corresponde la potestad de erigir un seminario nacional o internacional, así como
incardinar a los alumnos y promoverlos a las órdenes a título de servicio a la prelatura ), pero
es dudoso que sea Ordinario del lugar.

c) Obispo diocesano y Ordinario del lugar (canon 134 § 3).

Hay una intención expresa del legislador de distinguir entre el Obispo diocesano y el
Ordinario del lugar, y esto hay que tenerlo en cuenta en determinados cánones. Cuando se
atribuye nominalmente en los cánones al Obispo diocesano en el ámbito de la potestad
ejecutiva, se entiende que compete solamente al Obispo diocesano y a aquellos que se le
equiparan, excluidos el Vicario general y episcopal, a no ser que tengan mandato especial (can.
134 § 3). Por ejemplo, en el caso de la dispensa (can. 87-88), el Obispo diocesano puede
dispensar de las leyes universales de la Iglesia en su diócesis; los Ordinarios del lugar
(Vicarios) pueden dispensar de las leyes diocesanas en su diócesis.

d) Potestad delegada (canon 131 § 3).

Por lo que respecta a la potestad delegada, la carga de probar la delegación recae sobre
quien afirma ser delegado (canon 131 § 3).

e) Facultad habitual y potestad delegada.

Se equiparan jurídicamente las facultades habituales a la potestad delegada: Las


facultades habituales se rigen por las prescripciones sobre la potestad delegada (canon 132 §
1).

La facultad es un término más amplio que la potestad; la facultad es una capacidad de


obrar. Puede ser que se pueda conceder una facultad para ejercer una potestad; potestad que el
sujeto posee por otro concepto, pero que se faculta al sujeto a ejercer dicha potestad. Así por
ejemplo: la facultad para confesar (can. 966), que en el Código-17 se llamaba licencias
38
ministeriales, y absolver válidamente los pecados se requiere que el confesor, además de tener
la potestad de perdonar pecados recibida por el sacramento del orden, tenga también la facultad
de oír las confesiones de los fieles a quienes da la absolución, que será una facultad habitual.
Esta facultad habitual será para ejercerla en comunión con la Iglesia.

El que ostenta una facultad habitual o potestad delegada la ejerce válidamente dentro
del mandato dado, como señala el canon 133 § 1: Lo que hace un delegado excediéndose de los
límites de su mandato, respecto al objeto o a as personas, es nulo. Por ello es importante que el
delegante, en el decreto con el que concede la delegación, señale la extensión y límites de la
misma. Esto es lógico por seguridad jurídica.

En el modo de actuar, el delegado tiene cierta discrecionalidad al menos que en la


delegación el delegante hubiera determinado un cierto modo para la validez del acto, como
señala en canon 133 § 2: No se entiende que se excede de los límites de su mandato el delegado
que realiza los actos para los que ha recibido la delegación de modo distinto al que se
determina en el mandato, a no ser que el delegante hubiera prescrito un cierto modo para la
validez del acto.

8. La potestad de régimen (canon 135).

El canon 135§ 1: La potestad de régimen se divide en legislativa, ejecutiva y judicial.

Hemos de decir que no es correcta la traducción del término latino distinguitur por
divide sino que sería más correcto por distingue. Ya hemos dicho que la potestad no puede
dividirse en órganos distintos al estilo de los estados modernos, sino que la plenitud de la
potestad (legislativa, ejecutiva y judicial) está concentrada en el autoridad eclesiástica: En la
Iglesia Universal, en el Romano Pontífice y el Colegio Episcopal; en la Iglesia particular, en el
Obispo diocesano.

a) Potestad legislativa: canon 135 § 2: La potestad legislativa se ha de ejercer del modo


prescrito por el derecho, y no puede delegarse válidamente aquella que tiene el legislador
inferior a la autoridad suprema, a no ser que el derecho disponga explícitamente otra cosa;
tampoco puede el legislador inferior dar válidamente una ley contraria al derecho de rango
superior.

La potestad legislativa es la potestad de dictar leyes que protejan y armonicen los


derechos subjetivos de los fieles, determinen las obligaciones de los fieles, y den normas de
obligado cumplimiento para la comunidad y, si es oportuno, disponiendo las correspondientes
sanciones en el caso de que sean incumplidas.

La potestad legislativa no es delegable, a no ser que lo disponga el Romano Pontífice o


el Colegio Episcopal (en este caso sería muy raro que el Colegio Episcopal o Concilio
Ecuménico concediera delegación legislativa, aunque podría ser posible). Por consiguiente, una
ley que fuera promulgada por el Vicario General sería nula. En el Código no existe disposición
alguna que determine la delegación de la potestad legislativa.

b) Potestad judicial: canon 135 § 3: La potestad judicial que tienen los jueces o tribunales se
ha de ejercer del modo prescrito por el derecho, y no puede delegarse si no es para realizar
actos preparatorios de un decreto o sentencia.

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La potestad judicial es la potestad de emitir y dar sentencias que dirimen las
controversias entre los fieles sobre hechos determinados por la ley y, si es oportuno, dictar
sanciones penales.

La potestad judicial, al contrario que la potestad legislativa, no la ejerce ordinariamente


el titular de la potestad plena (que no quiere decir que no pueda ejercerla ya que en algún caso
podría reservarse el derecho de llevar personalmente el proceso judicial) sino que se delega
habitualmente en los jueces y tribunales. Estos no pueden delegarla a no ser que sean para
realizar actos preparatorios de un decreto o sentencia. Considero que esto no es propiamente una
delegación.

c) Potestad ejecutiva: canon 135 § 3: Respecto al ejercicio de la potestad ejecutiva,


obsérvense las prescripciones de los cánones que siguen.

La potestad ejecutiva es la potestad de dictar disposiciones para la interpretación,


aplicación y ejecución de las leyes, de las sentencias judiciales,...así como actos administrativos
singulares, tales como nombramientos, erección de una asociación...

Con respecto al ejercicio de la potestad ejecutiva han de observarse los cánones


siguientes.

1. El ámbito de la potestad ejecutiva: canon 136: Se puede ejercer la potestad ejecutiva, aun
encontrándose fuera del territorio, sobre los propios súbditos, incluso ausentes del territorio, si
no consta otra cosa por la naturaleza del asunto o por prescripción del derecho; también sobre
los peregrinos que actualmente moran en el territorio, si se trata de conceder favores o de
ejecutar las leyes universales y las particulares que sean obligatorias para ellos según la
norma del can. 13 § 2, n. 2.

La potestad ejecutiva puede ejercerse dentro del territorio o fuera del territorio, sobre
los propios súbditos, incluso ausentes del territorio, ya sea porque el Obispo esté fuera del
territorio, ya sea porque los fieles estén fuera del territorio, ya sea porque ambos, Obispo y
fieles, se encuentren fuera del territorio.

Con respecto a los transeúntes que moran en el territorio, si es para conceder favores o
de ejecutar las leyes universales y las particulares que sean obligatorias para ellos (can. 13).

2. La delegación de la potestad ejecutiva: canon 137: § 1. La potestad ejecutiva ordinaria puede


delegarse tanto para un acto como para la generalidad de los casos, a no ser que en el derecho
se disponga expresamente otra cosa. § 2. La potestad ejecutiva delegada por la Sede
Apostólica puede subdelegarse, tanto para un acto como para la generalidad de los caso, a no
ser que se haya atendido a las cualidades personales, o se hubiera prohibido expresamente la
subdelegación. § 3. La potestad ejecutiva delegada por otra autoridad con potestad ordinaria
que fue delegada para todos los asuntos sólo puede subdelegarse para cada caso; pero si fue
delegada para un acto o actos determinados, no puede subdelegarse sin concesión expresa del
delegante. § 4. Ninguna potestad subdelegada puede subdelegarse de nuevo, a no ser que lo
hubiera concedido expresamente el delegante.

Sujeto activo de la delegación es el delegante, que es aquel que goza de potestad


ejecutiva ordinaria, el que tiene la potestad ejecutiva por su oficio, tanto propia como vicaria,
puede delegarla. Como principio general, el que tiene potestad ordinaria puede delegarla, tanto
para un acto concreto como para la generalidad de los casos, a no ser que le esté prohibido
delegar.

La misma forma de delegar, universal o para cada caso, la tiene también quien tiene la
potestad delegada por la Santa Sede, a no ser que se haya dado en atención a las cualidades
40
personales o se le haya prohibido expresamente la subdelegación. Se presupone que se ha dado
la delegación por las cualidades personales, ya porque se diga en el documento de concesión de
la delegación –aunque sea implícitamente- o cuando no existe relación alguna con el oficio que
desempeña quien ha recibido la delegación.

El que tiene una potestad delegada universal de otra autoridad que no es la Santa Sede,
sólo la puede delegar para cada caso; quien tiene delegación para cada caso, no puede
subdelegar al menos que el que le concedió la delegación le autorice a subdelegar en el mismo
acto de concesión de la delegación. Por último, el que recibió la subdelegación no puede delegar
nuevamente, al menos que le autorice el delegante primero, es decir, el que tiene la potestad
ordinaria. Así por ejemplo: El párroco, que por razón de su oficio tiene potestad ordinaria,
puede conceder delegación para cada caso al vicario parroquial con facultad de subdelegar. El
que reciba la subdelegación del vicario parroquial no puede subdelegar sin la autorización del
párroco.

9. Sujeto pasivo de la delegación (cánones 140-141).

El problema surge cuando no se delega a una sola persona sino a varias personas. Puede
haber tres hipótesis:

1. Que se delegue a varias personas solidariamente in solidum, que es lo que se presupone


cuando se ha concedido la delegación a varias personas, según el canon 140 § 3: La
potestad ejecutiva delegada a varios se presupone delegada solidariamente. Quiere
decir que se delega simultáneamente a varios individuos para que ejerzan la potestad
uno solo. Lo que aquí rige es el principio de la prevención, que establece que si uno ha
iniciado el ejercicio de la potestad excluye a los demás, a no ser que quede impedido o
desista en el ejercicio, a tenor del canon 140 § 1: Cuando los varios delegados para un
mismo asunto lo son solidariamente, el que de ellos comienza a actuar excluye la
actuación de los demás en el mismo asunto, a no ser que después quede impedido o no
quiera seguir adelante en la tramitación del asunto.

2. También puede delegarse la potestad colegialmente, que debe constar en el escrito de


concesión, debiendo actuar como un colegio conforme al can. 119, a no ser que se diga
que actúa de otra manera, a tenor del canon 140 § 2: Cuando los varios delegados para
un asunto lo son colegialmente, deben proceder todos según la norma del can. 119, a
no ser que en el mandato se disponga otra cosa

3. También puede darse la delegación sucesivamente, se le concede a uno y pasado un


tiempo a otro. La potestad debe ejercerla el que primero la tuvo, a no ser que se le
revocara o retirara la potestad, a tenor del canon 141: Cuando varios han sido
delegados sucesivamente, resuelve el asunto aquel cuyo mandato es anterior, si no le ha
sido posteriormente revocado. Aunque no se dice, el ejercicio de la potestad habrá que
realizarla por analogía con la in solidum. Quien ha recibido la potestad en segundo
lugar, puede ser, en el caso normal, porque el que la tenía en primer lugar no la está
ejecutando correctamente; o por inadvertencia del delegante, que no será lo normal.

10. La interpretación de la potestad delegada (canon 138).

El canon 138: La potestad ejecutiva ordinaria, así como la delegada para la generalidad de los
casos, se ha de interpretar ampliamente, pero todas las otras deben interpretarse estrictamente;
sin embargo, se entiende que quien tiene una potestad delegada tiene también concedido todo
lo necesario para que esa potestad pueda ejercerse.

En el acto administrativo de la concesión de la potestad, que según el canon 37 debe


consignarse por escrito -pero que no se dice que sea para la validez-, aunque la delegación
41
verbal es válida (can. 10). Lo que pasa es la delegación concedida verbalmente dificultará la
prueba de poseer la delegación, que corresponderá probar a quien dice poseer la delegación ya
que no se presupone que se posea.

En el documento de la concesión debe figurar con claridad el ámbito de la potestad y el


tiempo de duración... ya que afecta a la validez (can. 133), porque si el delegado se excede en lo
establecido en la delegación el acto es nulo.

La delegación general ha de interpretarse ampliamente; la delegación que se ha


concedido para un caso concreto se ha de interpretar estrictamente. El que tiene una potestad
delegada tiene todo lo necesario para poder ejercerla.

11. Criterio para la resolución de conflictos (canon 139).

El canon 139:
§ 1. Si el derecho no establece otra cosa, la potestad ejecutiva, tanto ordinaria como delegada,
de una autoridad competente, no se suspende por el hecho de que alguien acuda a otra
autoridad también competente, aunque sea superior.
§ 2. Sin embargo, la autoridad inferior no se inmiscuya en una causa que ha sido llevada a la
autoridad superior, si no es por causa grave y urgente; en cuyo caso informe inmediatamente
del asunto a la autoridad superior.

Si el derecho no dispone otra cosa, la potestad ejecutiva concedida por una autoridad no
queda suspendida si se acude a otra autoridad competente igual o superior.

Sin embargo, la autoridad inferior no puede inmiscuirse en una causa que ha sido
llevada a la autoridad superior hasta que ésta decida, a no ser por causa grave, en cuyo caso
deberá informar a la autoridad superior.

12. La extinción de la potestad (cánones 142-143).

a) La potestad ordinaria se pierde por cualquier modo legítimo por cese en el oficio al que va
unida o por las causas previstas en el derecho, a tenor del canon 143 § 1: La potestad ordinaria
se extingue por la perdida del oficio al que va aneja.

Igualmente, esta potestad ordinaria, si el derecho no dispone otra cosa, queda


suspendida en caso de apelación o recurso contra la privación (es una sanción por la que se le
quita un oficio por cometer un delito) o remoción del oficio (es un acto administrativo), a tenor
del canon 143 § 2: A no ser que el derecho disponga otra cosa, la potestad ordinaria queda
suspendida cuando legítimamente se apela o se interpone recurso contra la privación o
remoción del oficio.

También queda suspendida si se ha incurrido en la pena de excomunión o suspensión, a


tenor del canon 1331; si es latae sentenciae, los actos de potestad son válidos pero ilícitos; si es
ferendea sentenciae, los actos de potestad son nulos.

b) La potestad delegada se pierde por las siguientes causas:


1.- Al cumplirse el mandato para realizar un acto particular o determinado, realizado el acto
finaliza la potestad.
2.- Por transcurrir el plazo por el que se concedió, si la potestad fue concedida ad tempus, por
un tiempo determinado.
3.- También por agotarse el número de casos para los que se concedió.
4.- Por cesar la causa final de la delegación; si la finalidad de la delegación finaliza cesa
también la potestad.

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5.- Por revocación del delegante intimada directamente al delegado. El que delegó puede quitar
la delegación. Es doctrina común que el delegado puede también quitar la delegación al
subdelegado; también el superior jerárquico puede quitar la delegación al subdelegado.
6.- Por renuncia del delegado que sea presentada al delegante, siempre que le sea aceptada.

La potestad no cesa porque se extinga la potestad del delegante, a no ser que conste en
el mandato o acto de concesión. Corresponderá a la nueva autoridad confirmar o retirar la
potestad del delegado.

Una excepción: los actos de potestad delegada para los actos del fuero interno son
válidos si uno se da cuenta de que se le ha finalizado el plazo de concesión.

13. Suplencia de la potestad por la Iglesia (canon 144).

El canon 144:
§ 1.El error común de hecho o de derecho, así como en la duda positiva y probable de derecho
o de hecho, la Iglesia suple la potestad ejecutiva de régimen, tanto para el fuero externo como
para el interno.
§ 2. La misma norma se aplica a las facultades de que se trata en los cann. 882, 883, 966 y 111,
§ 1.

En los supuestos previstos en este canon , que son cuatro:


1.- Error de hecho.
2.- Error de derecho.
3.- Duda de hecho.
4.- Duda de derecho.

Si efectivamente no existe la potestad ejecutiva requerida para efectuar el acto, la concede el


mismo derecho, por lo que ese acto produce el efecto jurídico. Se puede decir –y así se
interpreta normalmente-, que es una potestad a iure, que el derecho mismo es el que delega.
Esto es por seguridad jurídica a fin de que no se multipliquen los actos inválidos.

Se prevén cuatro situaciones distintas: dos de error común por parte de los fieles y dos
de duda por parte del sujeto que pone o realiza el acto de potestad.

1. El error común: El error, ya lo dijimos al tratar los actos jurídicos, es un juicio falso; una
situación que no coincide con la realidad objetiva. Aquí, en concreto, se trata de que juzga que
un determinado sujeto tiene una potestad o facultad, que en realidad no tiene, que carece de ella.

Para que se de el supuesto de este canon, se dice que el error tiene que ser común, que
quiere decir que caen en el error la generalidad de los fieles que perciben ese acto. Ahora bien,
ese error común se dice que puede ser de hecho o de derecho.

a) El error de hecho o actual será si realmente ese acto es percibido por un conjunto de
fieles que tienen un conocimiento directo de ese acto y que la generalidad de esas
personas están convencidas -o no se plantean duda alguna- que el ministro tiene la
potestad para realizar el acto. Ejemplo típico: Un matrimonio que se celebra en una
parroquia con feligreses de la parroquia y que asiste al mismo el vicario parroquial, en
su propia parroquia, pero que no tiene delegación del Obispo o del párroco. Ese
matrimonio sería nulo por defecto de forma, pero a tenor del canon 144, el matrimonio
es válido.

b) El error de derecho o virtual será si se dan las condiciones objetivas necesarias para que
se produzca, aunque sólo sea percibido por una persona o un grupo reducido de
personas. Se basa en que la mayoría de los fieles caerían en el error si estuvieran
43
presente. Ejemplo: Un fiel pasa por un templo abierto y decide entrar; allí ve a un
sacerdote rezando el breviario y aprovecha para confesar. El sacerdote no tiene licencia
para oír confesión y la confiesa. Es un error de derecho porque el fiel pensaba que tenía
facultad para confesar; si cae en el error uno también pueden caer los demás fieles.

2.- La duda es distinta del error (juicio falso sobre la realidad). La duda es un estado mental en
el que no se llega a dar un juicio; se suspende emitir un juicio al no tener seguridad de estar en
la verdad. La duda admite varios grados: bien puede estar próxima a la certeza, como
equidistante de la verdad.

Se exigen dos condiciones para que se verifiquen los supuestos de este canon: que la
duda sea positiva y que la duda sea probable.

a) La duda positiva es aquella que está fundamentada en razones, tanto a favor como en
contra.
b) La duda probable es aquella en la que las razones que hay a favor de tener la potestad
tienen entidad suficiente para afirmarla. Lo que no se exige es lo que los moralistas
llaman probabilismo, es decir, que las razones a favor sean más poderosas que las
razones en contra.

La duda también puede ser de derecho y de hecho:

a) La duda de derecho surge cuando se duda de la disposición jurídica, sobre la ley o


norma, en la que se puede fundamentar la potestad.
b) La duda de hecho surge cuando se duda si la potestad que se tiene puede ser aplicada al
caso concreto.

La duda surge en el sujeto que va a poner el acto de potestad. Si el sujeto tiene dudas
con las razones expuestas, entonces se daría la suplencia de la potestad por la Iglesia. La Iglesia
también suple en la potestad en los casos que dispone el parágrafo 2: confirmación, confesión y
matrimonio.

V.- LOS OFICIOS ECLESIÁSTICOS (can. 145-196).

1. Definición (canon 145).

El canon 145:
§ 1. Oficio eclesiástico es cualquier cargo, constituido establemente por disposición divina o
eclesiástica, que hay de ejercerse para un fin espiritual.
§ 2. Las obligaciones y derechos propios de cada oficio eclesiástico se determinan, bien por el
mismo derecho por el que se constituye, bien por el decreto de la autoridad competente que lo
constituye y a la vez lo confiere.

El canon da una definición clara, que no es frecuente que el Código dé definiciones, a


modo de diccionario: Oficio eclesiástico es cualquier cargo, constituido establemente por
disposición divina o eclesiástica, que hay de ejercerse para un fin espiritual.

Los elementos que encontramos en esta definición son los siguientes:

1.- Cualquier cargo (munus). El término munus se emplea en el Código de forma muy extensa,
significando: tarea, ministerio, obligación, encargo, misión, función...; según el contexto
44
significará una cosa. En definitiva, es una tarea que se tiene que realizar, pero en sentido muy
amplio.

2.- Este cargo o munus debe ser constituido establemente. Es decir, el oficio eclesiástico tiene
que ser estable. No se refiero esto a que ha de ser constituido con estabilidad, ya que no se
refiere a la persona. El oficio eclesiástico es independiente a la persona que lo desempeña; tiene
entidad en sí mismo, propia. El oficio eclesiástico es estable en sí mismo, independiente de que
sea desempeñado por uno o por otro, incluso que no lo desempeñe nadie (así, por ejemplo: el
oficio eclesiástico de Papa en sede vacante tiene entidad en sí mismo, aunque en ese momento
no lo ejerza nadie).

3.- Por disposición divina o eclesiástica. Es indiferente para la existencia del oficio
eclesiástico que proceda por derecho divino o por derecho eclesiástico, por la autoridad
eclesiástica.

4.- Tiene que ejercerse para un fin espiritual. Se deja claro que el oficio eclesiástico debe
tender, más o menos, mediatamente a la misión de la Iglesia y, en último término, debe
colaborar a la salus animarum. Es la colaboración con el fin de la Iglesia lo que legitima el
oficio eclesiástico.

Hemos de destacar la concepción tan amplia que tiene el Código vigente del oficio
eclesiástico. Cualquier actividad en la Iglesia puede ser considerada un oficio eclesiástico. Ha
habido una evolución en este sentido con respecto a la legislación anterior:
1. Así en el anterior Código-17, en el canon 145, que tenía dos parágrafos: en el primero,
consideraba oficio eclesiástico, en sentido amplio, a todo cargo para un fin espiritual. Sin
embargo, en el segundo, consideraba el oficio eclesiástico en sentido estricto: el oficio
eclesiástico era aquél que requería una participación de potestad, sea de orden o de
jurisdicción.

2. En el actual Código-83 se ha desvinculado el oficio eclesiástico de la potestad, por lo que


puede haber un oficio eclesiástico con potestad y un oficio eclesiástico sin potestad, pero que
todos son oficios eclesiásticos. De aquí se desprende que los laicos puedan desempeñar, en
sentido propio, oficios eclesiásticos si han sido llamados por los Pastores. Entre los derechos
y deberes de los laicos se les reconoce su capacidad) para desempeñar oficios eclesiásticos
(con carácter de estabilidad) y encargos (con carácter de eventualidad), según las
disposiciones del derecho (canon 228). En el Código-17 no se reconocía la capacidad del
laico para ejercer un oficio eclesiástico, en sentido estricto, al llevar anejo éste la potestad.
Ciertamente, como dice el canon 274 § 1, sólo los clérigo pueden obtener oficios para los que
se requieren la potestad de orden o la potestad de régimen.

3. Otro cambio que se ha dado, otra novedad importante, es que en el Código-17 influía mucho
en el concepto de oficio eclesiástico el llamado sistema beneficial. Muchos oficios
eclesiásticos llevaban consigo la percepción de determinadas rentas. El clérigo se le asignaba
un oficio eclesiástico y un beneficio, gozando de las rentas de la dote asignada al oficio
eclesiástico (Código-17, canon 1409). Este sistema beneficial, que puede ser criticado desde
nuestra concepción actual, propiciaba que el oficio se considerase preponderantemente o con
cierta entidad en relación al patrimonio asignado, sin tener en cuenta tanto el servicio a los
fieles. El clérigo al que se le asignaba un oficio eclesiástico miraba más el patrimonio que el
servicio a los fieles.

También el inconveniente que tenía el sistema beneficial era las desigualdades


económicas que creaba entre el clero. Podía darse el caso que en un lugar donde no existiera
mucho trabajo pastoral hubiese un beneficio bien dotado económicamente; en cambió, en un
lugar de mucha actividad pastoral, no existiera beneficio alguno. Es decir, la remuneración
económica del clérigo no estaba en relación con la actividad pastoral desempeñada.
45
Es en este contexto cuando el Concilio Vaticano II presenta una filosofía distinta de lo
que era el oficio eclesiástico, así en Presbyterorum ordinis, n.º 20: Los presbíteros,
dedicados al servicio de Dios en la realización de la tarea a ellos confiada, merecen recibir
una justa remuneración, porque el obrero merece su salario (Lc 10, 7) y el Señor,
a los que anuncian el Evangelio, les mandó vivir del Evangelio (1 Cor 9, 14).
Por eso, en la medida en que no se haya asegurado de otra forma una justa remuneración de
los presbíteros, los propios fieles, ya que los presbíteros se preocupan de su bien, tienen
verdadera obligación de preocuparse de que se les proporcionen los medios necesarios para
llevar una vida digna y respetable. Los obispos deben recordarles a los fieles esta
obligación. Además deben procurar, cada uno para su diócesis o mejor varios juntos para un
territorio común, que se establezcan normas con las cuales se asegure debidamente la
honesta sustentación de los que realizan o han realizado alguna función al servicio del
Pueblo de Dios. La remuneración que cada uno ha de recibir, teniendo, sin duda, en cuenta
la naturaleza de la función misma y las condiciones de tiempos y lugares, debe ser
fundamentalmente la misma para todos los que se encuentran en iguales circunstancias.
Debe ser, además, adecuada a su condición y permitirles no sólo asegurar la debida
remuneración de las personas dedicadas al servicio de los presbíteros, sino también ayudar
personalmente de alguna manera a los pobres. En efecto, el servicio a los pobres gozó
siempre de gran estima en la Iglesia desde sus primeros tiempos. Finalmente, esta
remuneración tiene que permitir a los presbíteros tener cada año el tiempo de vacaciones
debido y suficiente. Los obispo deben procurar que los presbíteros puedan tenerlo.
Es necesario considerar que lo más importante es el oficio que desempeñan los
ministros sagrados. Por eso hay que abandonar, o al menos reformar, el sistema llamado de
beneficios. Así, la parte de beneficios o el derecho a las rentas anejas por dote al oficio, hay
que considerarlo secundario; en cambio, hay que atribuir, en derecho, en primer lugar al
propio oficio eclesiástico. Este, en lo sucesivo, significa cualquier cargo conferido de
manera estable para realizar un fin espiritual.

2. Función e importancia del oficio eclesiástico.

El oficio eclesiástico cumple una función e importancia en la organización, en el


gobierno, en el servicio de la Iglesia por cuatro razones:

1. El oficio presenta un marco fijo y claro de las obligaciones y derechos al servicio de los
fieles.
2. Prevé adecuadamente a unas tareas que necesitan atención permanente.
3. También permite, por otra parte, la continuidad de los servicios o funciones de gobierno
por encima de la sucesión de personas.
4. Por último, sirve de instrumento de transmisión canónica de la potestad.

El conjunto de obligaciones y derechos de un oficio puede venir determinado por el


mismo derecho. Hay oficios que están configurados por el derecho, por ejemplo: el oficio de
vicario general, el oficio de párroco, el oficio de arcipreste... En estos casos, la autoridad, a
quien corresponde conferir el oficio que será la que el derecho determina, no tiene autoridad
para modificar la configuración del oficio, así por ejemplo: el Obispo diocesano puede nombrar
o no a un presbítero como párroco, pero una vez nombrado no puede recortar los derechos y
deberes del párroco.

La autoridad también puede constituir oficios, inventarse oficios, que no estén


configurados en el derecho, siempre que tenga competencias para ese oficio. En este caso, los
derechos y deberes del oficio será aquellos que se determinen en el decreto de constitución del
oficio. Lo normal será que en el mismo decreto con el que crea el oficio nombre también a una
persona para que lo desempeñe, a tenor del canon 145 § 2: Las obligaciones y derechos propios

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de cada oficio eclesiástico se determinan, bien por el mismo derecho por el que se constituye,
bien por el decreto de la autoridad competente que lo constituye y a la vez lo confiere.

3. Provisión del oficio eclesiástico (canon 146).

El canon 146: Un oficio eclesiástico no puede obtenerse válidamente sin provisión canónica.

La provisión es la asignación del titular del oficio; es nombrar a una persona para que
desempeñe el oficio. Se nos dice que esta asignación del titular del oficio debe ser canónica, es
decir, según las normar del ordenamiento jurídico de la Iglesia; lo contrario sería nulo.
Hay una preocupación grande en la Iglesia de reivindicar su autonomía en la provisión
de los oficios eclesiásticos, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II como podemos observar
en el Decreto Christus Dominus, n.º 20: Por tanto, para proteger debidamente la libertad
de la Iglesia y para promover más adecuada y fácilmente el bien de los fieles, el sagrado
Concilio desea que en adelante no se conceda ya más a las autoridades civiles ningún derecho
o privilegio de elegir, nombrar, presentar o designar obispos. A aquellas autoridades civiles que
actualmente, en virtud de los acuerdos o por costumbre, gozan de derechos o privilegios, este
sagrado Sínodo les pide cortésmente que, previo entendimiento con la Sede Apostólica
renuncien espontáneamente a ellos, al mismo tiempo que reconoce con gratitud y estima su
actitud deferente hacia la Iglesia.

Lo dicho se recoge en los Acuerdos para los asuntos jurídicos entre la Santa
Sede – Estado español, en el Art. 1:

Como regla general, dice el canon 148: La provisión de los oficios compete a la misma
autoridad a quien corresponde erigirlos, innovarlos o suprimirlos, a no ser que el derecho
establezca otra cosa.

La provisión está sujeta a unas normas generales:

1. El oficio debe estar vacante, o sea, en el momento de la provisión debe carecer de un


titular legítimo, como se dice en el canon 153 § 1: La provisión de un oficio que, según
derecho, no esta vacante, es ipso facto inválida, y no se convalida por la vacación
subsiguiente.

a) Si el oficio está vacante de derecho, pero de hecho está siendo ocupado por otro
que está haciendo las funciones, en ese caso se hace la provisión sin más del
oficio. Con respecto a la persona que ha estado haciendo las funciones no existe
obligaciones para con ella, aunque se le haya hecho promesa, a tenor del canon
153 § 3: La promesa de un oficio, quienquiera que la haga, no produce efecto
jurídico alguno.
b) Puede también que se de que alguien detente ilegítimamente el oficio, entonces
dice el canon 154: El oficio vacante conforme a derecho que alguien detenta
ilegítimamente puede conferirse a alguien con tal de que se haya declarado en
debida forma que dicha posesión no era legítima, y se mencione esta
declaración en el documento de colación. El Código exige que se declare que el
que detenta el oficio está ilegítimamente porque se presupone que el que ha de
dejarlo no lo hace de buen grado, por lo que actuando así se sale al paso de
posibles dificultades o recursos, clarificando la situación en el decreto.

2. Como excepción a esta norma es la del canon 153 § 2: Sin embargo, si se trata de un
oficio que, según el derecho, se confiere para un tiempo determinado, la provisión
puede hacerse dentro de los seis meses anteriores a la terminación de aquel plazo, y
surte efecto desde el día de la vacación del oficio. La ventaja que tiene esto es la

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continuidad del oficio, que no quede vacante; sin embargo, es un procedimiento que
puede herir susceptibilidades.

3. La provisión de un oficio debe consignarse por escrito, a tenor del canon 156:
Consígnese por escrito la provisión de cualquier oficio. Este canon recuerda una norma
general recogida en el canon 37: El acto administrativo que afecta al fuero externo
debe consignarse por escrito; igualmente su acto de ejecución, si se realiza en forma
comisoria; también en el canon 51: El decreto ha de darse por escrito, y si se trata de
una decisión, haciendo constar los motivos, al menos sumariamente. Es decir, el canon
156 no aporta nada que no supiéramos ya.

Si conviene destacar que en los cánones indicados: 37, 51 y 156, en ninguno de


ellos se dice que la escritura sea requisito para la validez. Por tanto, no es requisito ad
validitatem, para la validez, que tenga que otorgarse por escrito el nombramiento,
conforme al canon 10: Se han de considerar invalidantes o inhabilitantes tan sólo
aquellas leyes en las que expresamente se establece que un acto es nulo o una persona
es inhábil. Esto quiere decir que si se otorga el nombramiento de forma verbal tiene los
mismos efectos que el nombramiento hecho por escrito, siendo la única dificulta el que
sea titular del oficio pueda demostrarlo. Lo normal será que quien ha recibido un
nombramiento verbal seguidamente reciba el nombramiento por escrito.

4. Dice el canon 152: A nadie se confieran dos o más oficios incompatibles, es decir, que
no puedan ejercerse a la vez por una misma persona. Con muy buen criterio dice el
canon que no debe conferirse a la misma persona oficios incompatibles, pues no podrán
ejercerlos debidamente. La norma es de por sí bastante obvia, no es irritante, no lleva
consigo la invalidez. Es una llamada a la sensatez del que ha de proveer el oficio. Esto
no quiere decir que haya ocasiones concretas que en el Código establezca
incompatibilidades expresas, así por ejemplo: el canon 423 § 2: El Administrador
diocesano no debe ser a la vez ecónomo; por tanto, si el ecónomo es designado
Administrador, el consejo de asuntos económicos elegirá provisionalmente otro
ecónomo; también el canon 478 § 2: El cargo de Vicario general y episcopal es
incompatible con el de canónigo penitenciario, y no puede encomendarse a
consanguíneos del Obispo hasta el cuarto grado. Esto es lógico dado que los primeros
tienen potestad en el fuero externo y el segundo tiene potestad en el fuero interno;
también el canon 1436 § 1: La misma persona puede desempeñar el oficio de promotor
de justicia y el de defensor del vínculo, pero no en la misma causa.

5. Dice el canon 151: No se retrase sin causa grave la provisión de un oficio que lleve
consigo cura de almas. La cura de almas o atención espiritual de los fieles, que
podríamos traducir, se refiere sobre todo al ejercicio del orden sagrado sobre los fieles.
Si esta cura de almas es plena y, por tanto, se requiere en la provisión del oficio el
sacerdocio no puede conferirse al que no es sacerdote. Lo único que habría que decir es
que solamente sería válido encomendarlos a un obispo o a un presbítero, pero nunca a
un diácono dado que el diaconado no es un ministerio sacerdotal (LG 29; Catecismo, n.º
1554).

6. Dice el canon 149 § 3: Es inválida en virtud del derecho mismo la provisión de un


oficio hecha con simonía. Es inválida de pleno derecho la provisión de un oficio hecho
con simonía. La simonía, como sabemos, deriva de Hch 8, 18-19, que narra cómo
Simón el mago pretendió comprar a los apóstolos el don del Espíritu Santo recibido por
la imposición de manos con el fin de obrar los prodigios que realizaban los apóstoles. El
Código-17 definía lo que era simonía en el canon 727 § 1: La intención deliberada de
comprar o vender por un precio temporal una cosa intrínsecamente espiritual, como
son por ejemplo los sacramentos, la jurisdicción eclesiástica, la consagración, las
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indulgencias... o bien una cosa temporal unida a una espiritual, de tal manera que lo
temporal no pueda existir sin la espiritual, v. gr.: un beneficio eclesiástico...

Algunas veces dispone el derecho que si la autoridad competente en la provisión de un


oficio es negligente o está impedido y no lo hace, está mandado que lo haga otra autoridad, así
el canon 421 § 2: Si por cualquier motivo, el Administrador diocesano no fuera legítimamente
elegido dentro del plazo establecido, su designación pasa al Metropolitano, y, en el caso de que
la sede vacante sea precisamente la metropolitana, o la metropolitana a la vez que una
sufragánea, al Obispo sufragáneo más antiguo según el orden de promoción. En estos casos,
dice el canon 155: El que confiere un oficio supliendo a quien no pudo o descuidó el hacerlo no
adquiere por ello ninguna potestad sobre la persona a quien se lo ha conferido, sino que la
condición jurídica de ésta es la misma que si se hubiera hecho la colación según la norma
ordinaria del derecho. La autoridad que confiere de forma extraordinaria un oficio eclesiástico
no adquiere ninguna autoridad sobre el titular del oficio.

4. Condiciones para recibir un oficio eclesiástico (canon 149 § 1)

El canon 149:
§ 1: Para que alguien sea promovido a un oficio eclesiástico, debe estar en comunión con la
Iglesia y ser idóneo, es decir, dotado de aquellas cualidades que para ese oficio se requieren
por derecho universal o particular, o por la ley de fundación.
§ 2: La provisión de un oficio eclesiástico hecha a favor de quien carece de las cualidades
requeridas solamente es inválida cuando tales cualidades se exigen expresamente para al
validez de la provisión por el derecho universal o particular, o por la ley de fundación; en otro
caso, es válido, pero puede rescindirse por decreto de la autoridad competente o por sentencia
del tribunal administrativo.
§ 3: Es inválida en virtud del derecho mismo la provisión de un oficio hecha con simonía.

En el § 1 se indican las condiciones que se requieren para que alguien pueda ser
promovido a un oficio eclesiástico. Dos cosas se señalan, una que es un requisito absoluto (que
han de estar presente en todos los casos) y otro que es relativo (dependerá del oficio concreto a
proveer).

 El primer requisito es estar en comunión con la Iglesia. Es condición necesaria para


desempeñar cualquier oficio eclesiástico. Esto lleva consigo:
- Ser fiel cristiano; es decir, estar bautizado.
- Estar en plena comunión con la Iglesia católica.
- No estar excomulgado.
- Situación personal de activa comunión eclesiástica constatable por la comunidad,
y que viene exigida por la misma naturaleza del oficio eclesiástico dado que se
desempeña públicamente y en nombre de la Iglesia. Esta comunión con la Iglesia
es condición para el ejercicio de fiel (canon 96), que no sólo ha de ser en el
aspecto doctrinal sino también en el modo de vida (canon 209). Por tanto,
claramente se opone a estar en comunión con la Iglesia una situación estable y
notoria que vaya en contra de los principios morales de la Iglesia, por ejemplo:
las uniones irregulares. Conferir un oficio eclesiástico a estas personas
constituyen una situación objetiva de escándalo que dificulta la comprensión del
mensaje de Jesucristo transmitido por medio de la Iglesia.

El Pontificio Consejo para la interpretación de los textos legislativos, a propósito


de una interpretación auténtica del canon 915, sobre la no admisión a la
comunión, decía algo que puede ser aplicado aquí: el escándalo persiste aún
cuando ese comportamiento no cauce sorpresa... por lo que los pastores han de
procurar la recta formación de las conciencias de los fieles.

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La segunda condición es más relativa: ser idóneos. Es decir, estar dotados de las cualidades
requeridas para el ejercicio del oficio. Entre las cualidades que el candidato debe poseer hay
algunas que son objetivamente constatables, como son: la edad para el Vicario General o
episcopal, según el canon 478 § 1: El Vicario general y el episcopal deben ser sacerdotes, de
edad no inferior a treinta años...; ser presbítero para ser párroco, a tenor del canon 521 § 1:
Para que alguien pueda ser designado párroco válidamente debe haber recibido el orden
sagrado del presbiterado; los jueces han de ser doctores o licenciados en derecho canónico, a
tenor del canon 1421 § 3: Los jueces han de ser de buena fama, doctores o al menos
licenciados en derecho canónico.

Sin embargo, otras cualidades dependerá de la discreción prudente de la autoridad, por ejemplo:
la buena fama para el episcopado (canon 378 § 2), para los cancilleres y notarios (canon 373 §
2); la integridad de vida para los canónigos (canon 509 § 2) y para los profesores de escuelas
(canon 803 § 2) y universidades católicas (canon 810 § 1); el celo por las almas y la honestidad
de costumbres para ser párrocos (canon 521 § 2).

Con respecto a estas cualidades, el principio general es que se presume que se poseen mientras
no existan indicios razonables contrarios. Pensar por principio en contrario sería tener un
concepto negativo de la persona o del fiel. En la Iglesia no debemos dejarnos llevar por criterios
de opinión pública, ya que los criterios evangélicos en la mayoría de los casos es contrario.

Por otra parte, en el Código-17, en el canon 153 § 2, se decía que había que elegirse para el
cargo al candidato más idóneo. Hoy día no se dice que se elija al más idóneo, sino que sea
idóneo. Hay ocasiones que se aconseja o se prescribe para ayudar al discernimiento de la
autoridad que ha de proveer el cargo, que oiga a determinadas personas o colegios a fin de que
pueda formarse un juicio sobre la idoneidad de la persona para el cargo (cf. can. 524; 494 § 1;
377 § 3).

En el § 2 dice que si el promovido carece de las cualidades requeridas la provisión es


inválida solamente cuando sean requeridas por el derecho o ley de fundación, pudiendo ser
rescindido por la autoridad o por el tribunal administrativo (que no existe. Aparecía en un
esquema al Código, pero que posteriormente desapareció, olvidándose de quitarlo de este canon.
Solamente existe una especie de tribunal administrativo con competencias muy restrictivas en la
Signatura Apostólica, que se ocupa de examinar los actos administrativos de los diversos
dicasterios si han sido conformes a derecho, según la Pastor bovis, n.º 123).

Por tanto, sacamos en conclusión que la provisión de un oficio por una persona que no
reúne las cualidades, la provisión es válida pero cabe el recurso administrativo por parte de
quien se sienta perjudicado o porque considere que la persona no reúne las condiciones
requeridas para el cargo, que ha de interponer ante la autoridad que lo proveyó.

5. Modos concretos de efectuar la provisión canónica de un oficio (canon 147).

El canon 147: La provisión de un oficio se hace: mediante libre colación por la autoridad
eclesiástica competente; por institución de ésta cuando haya precedido presentación; por
confirmación o admisión por la misma cuando haya precedido elección o postulación;
finalmente, por simple elección y aceptación del elegido cuando la elección no necesita ser
confirmada.

El canon presenta una numeración taxativa. Hay cinco formas concretas para la
provisión de un oficio:
La libre colación.
La presentación e institución.
La elección y confirmación.
La postulación y admisión.
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La simple elección y aceptación.

1. La libre colación (canon 157).

El canon 157: A no ser que el derecho establezca expresamente otra cosa, compete al Obispo
diocesano proveer por libre colación los oficios eclesiásticos en su propia Iglesia particular.

Es una designación digital, hecha a dedo. El que tiene que hacer la provisión designa al
que ha de ocupar el oficio eclesiástico. Este es el modo ordinario de designar al titular de un
oficio en la Iglesia particular, en la diócesis, a no ser que el derecho establezca otra cosa. La
autoridad es el Obispo. Los Vicarios generales o episcopales no pueden hacer provisión de
oficios eclesiásticos –al menos que el Obispo les haya delegado tal competencia-, solamente
pueden hacer provisión del oficio de capellán, a tenor del canon 565: El capellán es nombrado
por el Ordinario del lugar, a quien también pertenece instituir al que se le presenta o confirmar
al elegido, si no se establece otra cosa por el derecho o no competen legítimamente a alguien
otros derechos especiales.

La única limitación que el derecho puede imponer al Obispo es que consulte a una
persona o a un colegido.

Dada la absoluta discrecionalidad, no arbitrariedad, de la autoridad en este modo de


provisión, no hay que dar más normas, no hay que regular nada más.

2. Presentación e institución (cánones 158 – 163).

Cuando se da esta figura, que tiene que decirse concretamente, se parte de que el
derecho debe regular a quién compete la presentación y qué autoridad es la que debe instituir al
presentado para el cargo (así, por ejemplo: el canon 557: El Obispo diocesano nombra
libremente al rector de una iglesia, sin perjuicio del derecho de elección o de presentación,
cuando éste competa legítimamente a alguien; en este caso, corresponde al Obispo diocesano
confirmar o instituir al rector; el canon 682 § 1: Cuando se trate de conferir en una diócesis un
oficio eclesiástico a un religioso, éste es nombrado por el Obispo diocesano, previa
presentación o al menos asentimiento del Superior competente).

El que tiene el derecho a presentar debe hacerlo, si no se ha establecido otro plazo en el


estatuto o derecho particular, dentro de los tres meses desde el momento que tuvo noticias de
que el oficio estaba vacante, a tenor del canon 158 § 1: La presentación para un oficio
eclesiástico por aquel a quien compete el derecho de presentación debe hacerse a la autoridad
a quien corresponde otorgar su institución, y si no se ha establecido legítimamente otra cosa,
se hará en el plazo de tres meses desde que tuvo conocimiento de la vacación del oficio.

El derecho de presentación puede corresponder a una persona física (Superior) o bien a


un colegio o grupo de personas. Si es una persona física, no puede ésta presentarse a sí misma,
pero si es un grupo o colegio sí puede presentar a uno de sus miembros, a tenor del canon 160 §
2: Nadie puede presentarse a sí mismo; pero un colegio o grupo de personas puede presentar a
uno de sus miembros.

Tampoco se debe presentar a nadie en contra de su voluntad, según el canon 159: Nadie
sea presentado contra su voluntad; por tanto, el candidato propuesto puede ser presentado si, al
ser consultado sobre su voluntad, no rehúsa en el plazo de ocho días útiles. Antes de presentar a
un candidato se le debe comunicar y consultar su disponibilidad. El interesado tiene ocho días
útiles (Se entiende por tiempo útil aquél que mientras no se tenga conocimiento del hecho no
corre el plazo) para pensárselo y poder rehusar. En caso de rehúse habría que hacer una nueva
51
presentación o elegir a otro candidato; en caso de silencio del candidato, que no responda, se
entiende que acepta. De todos modos el candidato puede renunciar antes de hacerse la
institución, según el canon 161 § 2: Si el presentado renuncia o fallece antes de hacerse su
institución, quien tiene el derecho de presentación puede ejercerlo de nuevo en el plazo de un
mes a partir del momento en que haya recibido la noticia de la renuncia o de la muerte. Para
instituir al candidato presentado es necesario que éste acepte el oficio, a tenor del canon 163: La
autoridad a la que, según derecho, compete instituir al presentado, instituirá al legítimamente
presentado que considere idóneo y que haya aceptado; si son varios los legítimamente
presentados y considerados idóneos, debe instituir a uno de ellos.

El que tiene el derecho de presentación puede presentar para el mismo oficio vacante a
uno o a varios candidatos de modo simultáneo o sucesivo, salvo que el derecho particular
establezca otra cosa, por ejemplo: una terna, a tenor del canon 160 § 1: Quien tiene derecho de
presentación puede presentar a uno o varios, tanto simultánea como sucesivamente. En el caso
de que la presentación sea sucesiva no se entenderá como revocación del primero sino como
alternativo.

Si el candidato presentado no es idóneo, el que tiene derecho a presentar puede ejercer


su derecho otra vez en el plazo de un mes, según el canon 161 § 1: Si el derecho no establece
otra cosa, quien hubiera presentado a uno que no fue considerado idóneo, sólo puede presentar
a otro en el plazo de un mes. Si el nuevo candidato presentado es considerado nuevamente no
idóneo, el que tiene derecho a la presentación pierde tal derecho por esa vez. Es una norma para
evitar picaresca.

En caso de renuncia o fallecimiento del candidato antes de ser instituido en el oficio


-causas no imputables a quien hace la presentación- puede éste ejercer el derecho de presentar
un nuevo candidato en el plazo de un mes, a tenor del canon 161 § 2: Si el presentado renuncia
o fallece antes de hacerse su institución, quien tiene el derecho de presentación puede ejercerlo
de nuevo en el plazo de un mes a partir del momento en que haya recibido la noticia de la
renuncia o de la muerte. No se establece limitación de candidatos.

Si no se han observado los plazos establecidos para hacer la presentación o si se han


pasado los plazos inútilmente, o bien se ha presentado por dos veces personas no idóneas, se
penaliza al que tiene el derecho de presentación perdiendo dicho derecho por esa vez. La
provisión del cargo u oficio corresponderá por libre colación al que tenía que instituir, con el
consentimiento –si no es él mismo- del Ordinario propio, a tenor del canon 162: Quien no
realiza la presentación dentro del plazo útil, conforme a la norma de los cann. 158 §1, y 161,
así como quien por dos veces presenta a persona no idónea, pierde para esa ocasión el derecho
de presentar, y corresponde proveer libremente el oficio vacante a la autoridad competente
para otorgar la institución, siempre que dé su consentimiento el Ordinario propio del
nombrado.

La autoridad competente debe realizar un juicio sobre la idoneidad del candidato (que
no es lo mismo que elegir al candidato que más le gusta). La consideración de la idoneidad debe
hacerse conforme a un juicio objetivo, viendo si reúne los requisitos establecidos para ocupar el
oficio. Si este juicio es positivo, si el candidato cumple con las condiciones establecidas, la
autoridad tiene la obligación de instituirlo en el mismo. En caso de que sean varios los
candidatos presentados y son todos idóneos, la autoridad puede instituir a cualquiera de ellos,
según el canon 163: La autoridad a la que, según derecho, compete instituir al presentado,
instituirá al legítimamente presentado que considere idóneo y que haya aceptado; si son varios
los legítimamente presentados y considerados idóneos, debe instituir a uno de ellos. En el
anterior Código-17, en el canon 1466 § 3, se decía que debía instituirse al más idóneo en el
Señor.

3. Elección y confirmación (cánones 164 – 179).


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El canon 164 dice: Si el derecho no determina otra cosa, obsérvense en las elecciones
canónicas las prescripciones de los cánones que siguen. Es un canon introductorio a todo este
apartado, en el que se indica que todos los demás cánones que siguen, 165 – 179, son de
carácter supletorio. Es decir, deben seguirse siempre que no se diga otra cosa en el derecho o
que no esté recogido en los estatutos. Así pues, primero hay que mirar los estatutos y si no dice
nada o no se especifica otra cosa en el derecho deberá seguirse las indicaciones recogidas en
estos cánones.

Otra cosa que hay que tener en cuenta es lo que el canon dice: obsérvense en las
elecciones canónicas; quiere decir que han de observarse en todas las elecciones realizadas
conformes al Código canónico y no solamente para elegir para un oficio eclesiástico.
El canon 165: A menos que el derecho o los estatutos legítimos del colegio o grupo
prevean otra cosa, si un colegio o grupo tiene derecho de elegir para un oficio, no debe diferir
la elección más allá de un trimestre útil, a contar del día en que se tuvo noticia de la vacación
del oficio; transcurrido inútilmente ese plazo, la autoridad eclesiástica a quien compete el
derecho de confirmar la elección, o, subsidiariamente, de proveer, proveerá libremente el oficio
vacante. Este es un canon muy parecido a lo que hemos dicho sobre la presentación (cf. can.
158 § 1). La norma es prácticamente la misma. Para que un oficio sea previsto por elección ha
de constar en el derecho. Desde la vacante, los que tienen la obligación de elegir disponen de
tres meses útiles para la elección; caso de que ésta no se produzca en el periodo establecido la
autoridad que ha de confirmar elegirá por libre colación.

Otra cosa a tener en cuenta en este canon es que el término colegio no ha de entenderse
como un grupo de iguales que delegan en su presidente la autoridad, sino que se ha de entender
en un sentido más amplio, como generalmente se entiende en el derecho (cf. can. 114 § 2). En
estos cánones siempre se utilizan conjuntamente los términos colegio o grupo. Por consiguiente,
el cuerpo elector ha de interpretarse en sentido amplio.

Una excepción sería que se puede proveer la elección, cuando el oficio se ha otorgado
por un tiempo determinado, en los seis meses últimos de manera que el oficio no quede vacante.

a) Cómo se procede a la elección (canon 166).

El canon 166:
§ 1. El presidente del colegio o del grupo debe convocar a todos sus miembros; y la
convocatoria, cuando deba ser personal, será válida si se hace en el lugar del domicilio,
cuasidomicilio o residencia.
§ 2. Si alguno de los que debían ser convocados hubiera sido preterido, y por tanto estuviera
ausente, la elección es válida; pero a petición del mismo, después de probar su preterición y
ausencia, la elección debe ser rescindida por la autoridad competente, aun después de
confirmada, con tal de que conste jurídicamente que el recurso se interpuso al menos dentro de
los tres días después de recibir la noticia de la elección.
§ 3. Pero si hubieran sido preteridos más de la tercera parte de los electores, la elección es
nula de propio derecho, a no ser que todos los no convocados hubieran estado de hecho
presentes.

Todos los miembros deben ser convocados por el presidente del colegio. La
convocatoria cuando debe ser personal, para la validez, deberá hacerse en el lugar del domicilio,
cuasidomicilio o residencia. El problema es saber cuándo la convocatoria debe ser personal de
manera que otra forma de realizar la convocatoria (p.e.: hoja diocesana, internet, etc.) sea
inválida.

La convocatoria será personal cuando se determine expresamente en los estatutos;


también deberá suponerse cuando se trata de un colegio cuyos miembros están muy dispersados.
53
El canon no da pie a presumir la convocatoria personal, pero sí la mente del legislador
está en que la convocatoria ha de llegar a todos los miembros. En caso de duda, por pequeña
que sea, habrá que optar por la convocatoria personal, a fin de evitar problemas posteriores de
recursos e impugnaciones.

Los parágrafos posteriores son importantes. El § 2. Si alguno de los que debían ser convocados
hubiera sido preterido, y por tanto estuviera ausente, la elección es válida; pero a petición del
mismo, después de probar su preterición y ausencia, la elección debe ser rescindida por la
autoridad competente, aun después de confirmada, con tal de que conste jurídicamente que el
recurso se interpuso al menos dentro de los tres días después de recibir la noticia de la
elección. Si alguno de los que han de ser convocados ha sido preterido y no está presente (las
dos cosas han de concurrir: haber sido preterido y no estar presente), la convocatoria y la
elección es válida, pero el preterido y ausente dispone de tres días para probar su preterición y
ausencia; probada ésta, la autoridad deberá rescindir la elección, aunque ésta haya sido
confirmada.

El § 3. Pero si hubieran sido preteridos más de la tercera parte de los electores, la


elección es nula de propio derecho, a no ser que todos los no convocados hubieran estado de
hecho presentes. En el caso de que hayan sido preterido más de la tercera parte de los electores,
la elección es nula, a no ser que todos los no convocados estén presentes; si falta uno, la
elección es nula.

b) Cómo se realiza la votación (canon 167-168)

El canon 167:
§ 1. Hecha legítimamente la convocatoria, tienen derecho a votar quienes se hallen presentes
en el lugar y el día señalados en la convocatoria, quedando excluida la facultad de votar por
carta o por procurador, si los estatutos no dispone legítimamente otra cosa.
§ 2. Si alguno de los electores se halla presente en la casa donde se celebra la elección, pero no
puede asistir a la misma por enfermedad, los escrutadores recogerán su voto escrito.

Tienen derecho a votar todos los que están presentes en el lugar y día señalados en la
convocatoria, no siendo válida la votación por carta o por procurador, si los estatutos no
disponen otra cosa. Podría discutirse si el canon admite la votación por presencia no física pero
sí virtual (p.e.: video conferencia).

El § 2 es una excepción que procede del derecho de los religiosos. Si el que ha de votar
está en la donde se celebra la votación, no pudiendo acudir por encontrarse indispuesto por
enfermedad, los escrutadores recogerán su voto.

En el canon 168: Aunque alguien tenga derecho a votar en nombre propio por varios
títulos, únicamente podrá emitir un voto. El canon establece claramente que si alguien tuviera el
derecho a votar por varios títulos, solamente podrá emitir una sola votación.

c) Para la validez de la elección (cánones 169- 170)

El canon 169: Para que la elección sea válida, ninguna persona ajena al colegio o
grupo puede ser admitida a votar. Ninguna persona ajena al colegio o grupo puede emitir voto
alguno; en caso de producirse, la votación será inválida prescindiendo del resultado. Este canon,
sin embargo, no excluye el que esté presente personas ajenas al colegio elector mientras se
realiza la elección.

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También es cuestión distinta que vote un miembro del colegio que no tiene derecho a
votar por alguna razón legal, la votación sería en ese caso válida aplicándose el canon 171 § 2,
que veremos un poco más adelante.

c) La elección ha de ser libre (canon 170).

El canon 170: La elección cuya libertad se haya impedido por cualquier causa es
inválida de propio derecho. La elección ha de ser libre y siempre que la libertad se haya
impedido, prescindiendo de la causa concreta, la votación es nula. El principio es claro: el acto
electoral ha de ser ejercido en libertad. Lo que será difícil es probar la falta de libertad de los
electores.

Esto fue lo que ocurrió en el Cisma de Occidente. La elección del Papa Urbano VI fue
motivada por la presión del pueblo que exigía un pontífice italiano, amenazando con ello a los
cardenales electores. Producida la elección y habiendo salido de Roma una parte de los
cardenales electores, éstos se reunieron y argumentaron su falta de libertad en la elección,
eligiendo un nuevo Papa.

El canon 1375 establece una pena facultativa e indeterminada para quienes impidan la
libertad de elección o coaccionen al elector o a el elegido. Es un delito que tiene que ser
sancionado. En cualquier caso, el miedo grave o el dolo, tomados en sentido amplio, hacen
inválido el voto (canon 172 § 1, 1º). Esto es un excepción a la norma general, pues como
veíamos el miedo grave o el dolo no hacía inválido el acto (canon 125 § 2). Cualquier otra causa
que haga que el voto no sea libre lo hace inválido, siempre que pueda probarse.

d) Requisitos para la validez del voto (canon 172)

Además de la libertad, para que el voto sea válido, el canon 172 señala otras cuatro
condiciones:
1.º Que sea secreto. La votación a manos alzada es inválida, si no se especifica en los estatutos.
No afectaría al secreto y, por tanto, a la validez del voto el hecho de que antes o después de la
votación el elector hiciera publicidad de su voto. Sin embargo, en el momento de la elección el
voto ha de ser secreto.
2.º Que sea cierto. Es decir, que manifieste con claridad la voluntad del votante; que se sepa al
leerlo que ha votado a un candidato.
3.º Que sea absoluto. Que no imponga ninguna condición. Si se ponen condiciones antes de la
elección se tendrán por no puestas, según señala el canon 172 § 2: Las condiciones añadidas al
voto antes de la elección se tienen por no puestas.
4.º Que sea determinado. Que señale a un candidato concreto y determinable. El voto en
blanco es un voto indeterminado, por lo que es nulo.

El voto que se diera a sí mismo en el Código-17, canon 170, era nulo. Esto es difícil de
probar que alguien se ha votado a sí mismo, al menos que el resultado sea coincidente con la
totalidad de los electores. En el nuevo Código-83 el votarse a sí mismo es válido, pues alguien
podrá considerarse candidato idóneo.

e) Están inhabilitados para la votación (canon 171)

El canon 171 presenta aquellas personas que son inhábiles para votar:
1.º el que es incapaz de poner actos humanos.
2.º quien carece de voz activa. Carece de voz activa quien es inhábil para votar (canon 687: el
religioso exclaustrado; canon 1336, 1º y 2º: por pena expiatoria ).
3.º el que está sujeto a una pena de excomunión impuesta por decreto o sentencia, o porque
hubo una excomunión latae sentenciae, siendo posteriormente declarada.

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4.º el que se ha apartado notoriamente de la comunión de la Iglesia. Aquí la dificultad estará en
la valoración de la notoriedad. Esta no es simple publicidad, sino que quiere decir que ha de ser
tan patente que es imposible ocultarse. También será difícil valorar el grado de estar apartado de
la comunidad eclesial. En todo caso, lo que sí tenemos que decir en conformidad con el canon
18, dado que se refiere a la inhabilidad, que la interpretación ha de ser estricta.

Si vota una persona inhábil para votar, aunque sea miembro del colegio, el voto es nulo
si prescindiendo del ese voto el candidato no hubiera conseguido la mayoría absoluta necesaria.
Se podría dar varios casos:
1.- Si en la primera votación el candidato hubiera obtenido la mayoría absoluta por un solo voto,
la votación sería nula y habría que repetirla.
2.- Si en segunda votación se produjera el mismo caso, también sería nula y habría que repetirla.
3.- Si en segunda votación el candidato elegido para competir con otro ha superado a un tercer
candidato por un solo voto y es menor en edad.
4.- Si en segunda votación ha quedado empatado con el primero y a un solo voto del tercero y es
menor que este.
5.- Si en segunda votación ha quedado empatado con el tercero y de más edad que el tercero.
6.- Si en tercera votación ha sido elegido por un solo voto de diferencia y es menor,...

f) Formalidades en la votación (canon 173).

El canon hace referencia a algunas formalidades que han de seguirse en la votación. Se


parte del supuesto de que la votación se realiza por escrito y mediante papeleta. De todas las
maneras no se excluirán otros sistemas que garanticen técnicamente lo que establece el canon
172. Lo normal es que las votaciones se realicen mediante papeletas.

Las formalidades que han de seguirse para la votación son las siguientes:
1. Hay que designar dos escrutadores, que han de ser miembros del colegio (canon 173 §
1).
2. Que recojan los votos y comprobar ante el presidente de la elección (no se dice que
tenga que ser el presidente del colegio, por lo que los estatutos podrá determinar a quien
le corresponde. Lo normal es que sea el de más edad) si el número de papeletas
corresponde con el número de electores. También examinarán los votos y hacer público
cuántos han obtenido cada uno (canon 173 § 2). En el caso de que el número de
papeletas supere al de electores, la votación es nula (canon 173 § 3).
3. Debe haber un secretario o actuario, que no dice que tenga que ser miembro del colegio.
Es tradicional que sea el miembro del colegio más joven. Éste levanta acta y la firma
junto con el presidente y los dos escrutadores. El acta se guarda en el archivo del
colegio. (Aquí se presenta un problema práctico. El acta de la reunión suele presentarse
para su aprobación en la siguiente reunión. Esta puede dilatarse en el tiempo. Cuando se
trata de un acta de votación que se requiere para la aprobación o confirmación en el
cargo por la autoridad correspondiente, a fin de evitar recursos de nulidad por no haber
sido aprobada por el colegio, es aconsejable que se redacte en el mismo acto y se
presente para su aprobación. La resolución que ha realizado la Conferencia Episcopal
Española ante recursos de nulidad por no haber sido aprobada el acta por el colegio ha
sido la de presunción de legalidad, por lo que los que presentaban recurso debían probar
la ilegalidad de la confirmación o aprobación en el cargo).
El Código-17, en el canon 171 § 4, mandaba algo que el Código-83 no habla:
quemar las papeletas de la elección. Esta prescripción no está mandada aunque es
recomendable la destrucción de las papeletas a fin de garantizar el secreto del voto.

g) Elección por compromisario (canon 174).

Un método extraordinario para hacer la elección: por compromiso. La norma general es


que se puede hacer la votación por compromiso a no ser que expresamente esté prohibido. El
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compromiso consiste en transferir o pasar el derecho de elección (que tiene que ser por
unanimidad aprobado por los miembros del colegio, según el canon 119 § 3) para un caso
concreto o específico a una o varias personas, que pueden pertenecer o no pertenecer al colegio,
siempre que sean idóneas. La idoneidad la ha de considerar el propio colegio. Para la validez se
dice que si el colegio está formado de facto por clérigos, el compromisario tiene que ser también
clérigo.

Carece de relevancia las razones por las que se haga la transferencia del derecho. Suele
realizarse cuando existen grandes divisiones en el colegio para la elección al requerir los
estatutos una mayoría cualificada.

Los compromisarios, en el caso de que sean más de uno, deberán cumplir todas las
prescripciones del derecho acerca de las normas canónicas para las elecciones: cómo se convoca
el colegio, cómo se constituye la mesa de votación, cómo se vota... Nada obsta para que los
compromisarios elijan a uno de ellos, incluso si el compromisario es uno solo no hay obstáculo
para que se elija él mismo.

Los compromisarios, para la validez, deberán atenerse a las condiciones –no contrarias
a derecho- establecidas en el documento escrito de trasmisión del derecho de elección. Las
condiciones contrarias a derecho se tienen por no puestas.

h) Cómo se recupera el derecho de voto (canon 175).

Sólo se puede revocar la decisión de transferir el derecho de elección en los siguientes


casos:
1. Mientras que esté íntegra la cosa. Es decir, mientras los compromisarios no hayan
actuado convocando para la elección. Si los compromisarios han convocado la cosa ya
no está íntegra.
2. Por no haberse cumplido alguna condición de las establecidas.
3. Una vez realizada la elección si ésta es nula.

4. El elegido (cánones 176-177).

Una vez realizada válidamente la elección y se ha proclamado el elegido, se le ha de


comunicar inmediatamente (canon 177) en el caso de que no esté presente. El elegido tiene ocho
días útiles para manifestar al presidente del colegio su aceptación o no aceptación del oficio
para el que ha sido elegido. Si no acepta o no dice nada en los ocho días, la elección quedará sin
efecto. El elegido pierde todo derecho sin que pueda reclamar nada, pero puede ser elegido
nuevamente.

Desde que dice no o desde el octavo día desde que recibió la notificación, el colegio
tiene un mes para hacer una nueva elección. Si el elegido está presente y comunica que no
acepta el oficio nada obsta para que se pueda hacer inmediatamente una nueva elección. No se
pone límites al número de elecciones dentro de los plazos señalados.

5. Tipos de elecciones (cánones 178-179): En el derecho canónico existe dos tipos de


elecciones:
1. Elecciones que no necesitan confirmación de la autoridad eclesial. El candidato elegido
obtiene inmediatamente el oficio de pleno derecho (canon 178), por ejemplo: el
presidente de una asociación privada de fieles, al menos que conste en los estatutos;
tampoco necesita confirmación de la autoridad la elección de Papa...

2. Elecciones que necesitan confirmación de la autoridad eclesial (canon 179), por


ejemplo: el presidente de una asociación pública de fieles necesita la confirmación. El
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elegido, mientras no sea confirmado en el oficio, no puede inmiscuirse en ningún acto
propio del oficio, ni en lo espiritual ni en lo temporal, y tampoco puede realizar actos
jurídicos. Todo esto afecta a la validez del acto.

La autoridad a la que compete la confirmación, que ha de darla por escrito, sólo puede
denegar la confirmación en los siguientes casos:
a) Si el elegido no está en comunión con la Iglesia. Esta falta deberá ser
verificable, constatable. Igualmente deberá ser interpretada de manera estricta,
puesto que lleva consigo el coartar el derecho a ejercer un oficio (canon 18).
b) También si no es idóneo, si no cumple con las cualidades que se requieren para
desempeñar ese oficio. La interpretación deberá ser también de modo estricto.
c) Cuando la elección no se llevó a cabo conforme a derecho.

La confirmación, al ser un acto reglado y obligado para la autoridad, si el candidato


electo reúne los requisitos establecidos la autoridad deberá confirmarlo. En caso de
denegación, ésta puede ser recurrida por el que se sienta perjudicado en derecho (canon
1337). También podrá ser recurrido el decreto de confirmación por aquella persona que
considere que existen razones por las que el electo no debe ocupar el oficio.

No se dice nada del plazo que tiene el Ordinario o autoridad para confirmar al electo.
Como no se dice nada, a tenor del canon 57, se entenderá que tiene tres meses.
Transcurrido los tres meses, si existe silencio, si la autoridad no se ha definido
confirmando o denegando la confirmación, se entenderá que es denegada. A partir de
entonces quien se siente perjudicado puede interponer recurso.

6. La postulación y admisión (canon 180-183).

Es una variante de la elección. La norma general, a no ser que el derecho establezca otra
cosa, el colegio o grupo tiene también el derecho de realizar la postulación.

La postulación consiste en que el colegio o grupo elector considera como candidato


preferido por reunir las cualidades requeridas a uno que se encuentra afectado por un
impedimento de derecho eclesiástico y que puede ser dispensado y que de hecho se dispensa:
por ejemplo: el impedimento de edad para ser elegido para un cargo en el que está establecido
una edad concreta. Si el candidato es menor en un año o aproximado, se puede dispensar de la
edad.

a) Las normas específicas que rigen la postulación, para que ésta sea válida, son
fundamentalmente dos:
1. Que exista una mayoría cualificada de 2/3 de los electores. Si se siguiera la
elección a tenor del canon 119, las tres votaciones exigibles deberán tener los
2/3 de los votos. Si en tercera votación no se llega a los 2/3, entonces habrá que
realizar una nueva elección de candidato, quedando excluido el candidato
anterior.
2. Que haya una manifestación expresa de la voluntad de postular por parte de los
electores en caso de que conozcan la existencia del impedimento en el
candidato, aunque solamente exista duda de que esté afectado por el
impedimento.
El legislador se preocupa de que el votante manifieste la doble voluntad: la de
elección y la de postulación (canon 181 § 2). Las palabras postulo o elijo u otras
equivalentes, no son requisitos para la validez, sino que los electores
manifiesten su voluntad además de elegir el de postular.

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b) Los compromisarios no pueden postular a no ser que se les hayan facultado (canon 180
§ 2: Los compromisarios no pueden hacer esta postulación si no se les ha facultado
expresamente en el compromiso).

c) Una vez realizada la postulación el presidente del colegio tiene el plazo de ocho días
para enviarla a la autoridad competente a quien le corresponde la confirmación de la
elección y conceder la dispensa del impedimento (canon 182 § 1). Si la elección no
necesita de confirmación a tenor de los estatutos, sí habrá que enviar la postulación a la
autoridad competente para que dispense del impedimento.

Queda oscuro en el canon si la autoridad competente para confirmar la elección


no es la misma para dispensar el impedimento. Lo más normal será que corresponderá a
dicha autoridad pedir a la autoridad superior la dispensa del impedimento. Una vez
conceda la dispensa entonces confirmará la elección.

d) Si la postulación no se envía en el plazo de los ocho días, que es un plazo perentorio, es


ipso facto nula, quedando privado por esa vez el colegio del derecho de elegir o
postular, a no ser que sea por causa grave o negligencia o dolo del presidente. En caso
de que la postulación sea nula, la autoridad competente dotará para el oficio por libre
colación.

e) Quien ha sido postulado no adquiere derecho alguno por la postulación. La dispensa es


un acto gracioso, discrecional, de la autoridad. Esta no tiene ninguna obligación de
admitirla. Al tratarse de una dispensa se aplicaría el canon 90. En el caso de que
denegara por parte de la autoridad la postulación el colegio deberá elegir un nuevo
candidato.

En caso de silencio durante tres meses por parte de la autoridad se entenderá


denegada la postulación (canon 57), debiendo el colegio elegir un nuevo candidato. No
se excluye que se pueda hacer una nueva postulación con otro candidato.

f) Una vez que la postulación se ha hecho no puede revocarse a no ser con el


consentimiento de la autoridad.

Capítulo II: De la pérdida del oficio eclesiástico.

Al igual que el canon 147 enumeraba taxativamente los modos de provisión de un oficio
eclesiástico, el canon 184 señala seis forma por las que se puede perder el oficio eclesiástico:
 Dos de forma automática: por transcurso del tiempo prefijado y por cumplimiento de la
edad determinada en el derecho.
 Uno de forma voluntaria: la renuncia.
 Uno que está entre la forma voluntaria y la forma coactiva: el traslado.
 Dos de forma coactiva: la remoción y la privación.

Fuera de estas seis formas no puede perderse la titularidad de un oficio eclesiástico. Únicamente
se exceptúa, siempre que lo disponga el derecho, la pérdida de un oficio por el cese en el oficio
de la autoridad que lo nombró (canon 481 § 2: Suspendido de su cargo el Obispo diocesano, se
suspende la potestad del Vicario general y del Vicario episcopal, a no ser que sean Obispos);
también el Pastor Bonus, n.º 6 establece que los dirigentes de los dicasterios de la Curia
Romana cesan al fallecer el Romano Pontífice.

Cuando un oficio queda vacante lo primero que hay que hacer es comunicarlo a la
autoridad competente de proveer en el oficio.
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1. Pérdida del oficio por transcurso del tiempo prefijado y por cumplimiento de la edad
determinada en el derecho (canon 186: La pérdida de un oficio por transcurso del tiempo
prefijado o por cumplimiento de la edad sólo produce efecto a partir del momento en que la
autoridad competente lo notifica por escrito).

La legislación canónica es reacia, en general, al automatismo fijo para la pérdida del


oficio sin la intervención de la autoridad; aunque sea por transcurso del tiempo prefijado se
requiere la intervención de la autoridad que ha de comunicarlo por escrito.

Este modo de proceder tiene sus ventajas (por razones pastorales, porque tenga
pendiente asuntos de suma importancia...) e inconvenientes (p.e.: resulta precaria la situación en
el gobierno de una diócesis cuando el Obispo diocesano ha cumplido los 75 años. Éste no
tomará decisiones importantes debido a que podrá condicionar al sucesor).

El transcurso del tiempo o el cumplimiento de la edad podrán ser condición para que la
autoridad competente pueda cesar en el oficio. El cese sólo tendrá efecto a partir del momento
en que sea comunicado por escrito.

Con frecuencia el Código habla de que se ha de conferir el oficio por un tiempo


determinado. Sin embargo, en el derecho nunca se refiere al cese por cumplir una determinada
edad, sino lo que dice es que se ruega al titular que presente la renuncia al cumplir los 75 años
(canon 354, los Cardenales al frente de los dicasterios; canon 451 § 2, para los Obispos
diocesanos; canon 411, para los Obispos coadjutores y auxiliares; canon 538 § 3, para los
párrocos...). Las normas orgánicas y procesales de la Rota de Madrid, aprobadas por la Santa
Sede el 2 de octubre de 1999, determina que los jueces, promotores de justicia y defensor del
vínculo cesan al cumplir los 75 años.

En España esta petición de renuncia a los Obispos y párrocos por el derecho común se
ha hecho extensiva a cualquier presbítero que tiene un oficio eclesiástico. La LXXII Asamblea
Plenaria de la Conferencia Episcopal, de noviembre de 1994, aprobó una nueva redacción del
art. 3 del Decreto general sobre algunas cuestiones especiales en materia económica (1984), que
recibió la recognicio de la Sede Apostólica en marzo de 1995, y que obliga en todo el territorio
de la Conferencia Episcopal. Dos fueron los apartados:
1. La jubilación canónica de los presbíteros procederá según la legislación canónica
prevista para los párrocos en el canon 538 § 3.
2. Esto no obsta para que a partir de los 65 años de edad y de acuerdo con el Obispo
diocesano, los presbíteros se acojan a los beneficios de la ley civil sobre jubilación,
siempre que reúnan los requisitos exigidos.

Los dos párrafos son independientes. La condición del presbítero que se ha acogido a los
beneficios de la legislación civil es la misma canónicamente; aunque civilmente esté jubilado,
canónicamente permanece en activo hasta los 75 años.

Desde el punto de vista del Derecho del Estado, un sacerdote que se ha acogido al
beneficio civil de la jubilación plantea una cuestión: ¿puede seguir desempeñando el mismo
oficio por el que se ha venido cotizando a la Seguridad Social y por el que está recibiendo la
jubilación?. Se hizo la oportuna consulta a las instancias del Estado, respondiendo “que siempre
que la cantidad percibida por el desempeño del oficio sea para garantizar su sustento, sí es
compatible”.

La norma general de la Iglesia española es que una parte del salario del sacerdote
jubilado civilmente corresponde a la percepción por jubilación y otra parte es un complemento
hasta alcanzar el mínimo vital establecido en la diócesis. De este modo el sacerdote percibe la
misma remuneración a los demás sacerdotes activos.
60
El canon 185 dice que el que ha cesado en el oficio por estas razones, edad o renuncia,
se le puede dar el título de emérito. En el caso del Obispo diocesano al que se le ha aceptado la
renuncia le corresponde el título de Obispo dimisionario (canon 402 § 1) o emérito. Este es un
título honorífico a no ser que se le conceda prerrogativas, como es el caso de que si es
convocado a un concilio particular, que no es obligatorio sino potestativo, tienen voto
deliberativo. En el caso de los párrocos se les puede otorgar el título de párroco emérito, pero lo
deben solicitar.

2. La renuncia (cánones 187- 188 - 189).

La renuncia es lo que se llama generalmente presentar la dimisión. Esta es un derecho


de todo aquel que es titular de un oficio eclesiástico. Para ejercer este derecho, el canon 187,
establece dos condiciones:
1. Que se halle en su sano juicio. La traducción latina no es buena. Lo correcto sería el que
tiene uso de razón. Es decir, el que ha ponderado el acto. Esto no añade nada a lo que
está establecido en el canon 124 para realizar un acto jurídico.
2. Que exista causa justa. Esto es a juicio del renunciante, que es el que puede hacer la
apreciación. Ésta puede ser por la imposibilidad de desempeñar con fruto el oficio. Las
razones que pueda tener son independientes.

Señala el canon 188, la renuncia hecha por miedo grave, dolo, error o simonía es nula.
Si el miedo lo es también por parte del que recibe la renuncia, también es nula. El miedo,
directo o indirecto, y el dolo hacen a la renuncia ipso iure inválida. Esto se sale de la norma
general que vimos en el canon 124 y siguientes, que decía que era válida pero rescindible. Si la
renuncia se hace con error o por simonía es nula.

Lo que sí es importante destacar es que el derecho a presentar la renuncia no conlleva


abandonar por propia iniciativa el oficio o a desentenderse de sus obligaciones. Esto solamente
sería válido en el hecho de que la renuncia no necesitar de aceptación por parte de la autoridad
eclesiástica, que en el derecho sólo existen dos casos:
 El canon 332 § 2: La renuncia del Romano Pontífice, hecha de modo libre y
manifestada formalmente, no tiene que ser aceptada por ninguna autoridad.
 El canon 430 § 2: El Administrador diocesano puede presentar la renuncia de forma
auténtica al colegio competente (consultores o canónigos), pero no necesita la
aceptación de éste.

Nada se dice sobre la renuncia condicionada. Sin embargo, el canon 1743 admite la
renuncia condicionada en el oficio de párroco. No veo por qué no pueda ser esto aplicado a los
demás oficios, dado que no se prohíbe. La condición que se pone no puede ir contra derecho,
contra la moral o que lesione derechos de terceros, y que ha de ser aceptada por la autoridad.
Quizás la condición más usual sea la de recibir otro oficio. Esto sí es legítimo porque en la
práctica equivale a pedir el traslado.

La renuncia debe ser presentada –y esto afecta a la validez- por escrito o ante dos
testigos ante la autoridad que corresponde proveer del oficio. También lo debe hacer aunque no
tenga que ser aceptada por ninguna autoridad (can. 332 § 2; 430 § 2). La renuncia para que sea
tácita requiere causa justa y proporcionada. Tanto renunciante como autoridad han de estar de
acuerdo. La autoridad tiene un horizonte mayor, ya que tendrá en cuenta otros elementos para
ponderar, por ejemplo: si tiene otras personas para ocupar el oficio. Esto puede ser causa de
discordia entre el renunciante y la autoridad, por lo que es lógico que exista un diálogo abierto y
sincero.

El plazo de aceptación de la renuncia es de tres meses. En caso de silencio se entiende


que no es aceptada (canon 57§ 2). Por tanto, si pasa los tres meses la consecuencia jurídica es
61
que no se puede aceptar la renuncia porque se pierde su efecto. La renuncia que no necesita
aceptación por parte de la autoridad produce la pérdida del oficio es en el momento en que se
presenta en forma; la renuncia que necesita aceptación produce la pérdida del oficio en el
momento en que el renunciante recibe la notificación de que ha sido aceptada la renuncia.
Mientras tanto, la renuncia puede ser revocada por el renunciante y, si ha perdido el oficio, nada
hay en contra para que pueda obtener el mismo oficio por otro título.

3. El traslado (cánones 190 – 191).

El traslado supone simultáneamente la pérdida de un oficio y la adquisición de otro. De


ahí que el canon 190 § 1 diga que la autoridad competente para trasladar es la misma para
conferir el nuevo oficio; si sólo es competente para un oficio no puede efectuar el traslado.

El traslado puede ser de dos tipos: voluntario y forzoso.


a) El traslado voluntario puede ser pedido espontáneamente por causas justas o también a
sugerencia de la autoridad. En este caso se han de observar las condiciones canónicas de
la provisión.
b) El traslado forzoso es aquel que se produce en contra de la voluntad del sujeto. Este es
impuesto por la autoridad. El traslado forzoso puede ser penal o administrativo.
1. El traslado forzoso penal: Porque el traslado es una pena expiatoria (canon 1336
§ 1, 4.º). No se dice en el código que exista un delito que deba ser castigado con
el traslado. Este puede ser aplicado a todos los casos en los que se sancionan
con una pena justa no determinada. Para estos casos hay que seguir las
formalidades previstas en el código (can. 1341- 1353). La apelación tendría
efecto suspensivo, no tiene efecto el traslado hasta que la pena sea firme (canon
1353).
2. El traslado forzoso administrativo: Este tipo de traslado, no porque haya
cometido delito alguno sino porque la autoridad considere que el sujeto debe
abandonar el oficio por una doble razón:
 Porque el oficio lo ejerce mal.
 Porque considere que es la persona más idónea para ejercer un nuevo
oficio.
El traslado que se hace contra la voluntad del que posee el oficio se requiere causa
grave y que la autoridad deberá escuchar las razones del sujeto (canon 190 § 2). Para
que se produzca el traslado posteriormente deberá intimarlo por escrito (canon 190 § 3).
Este proceso solo existe en el código para los párrocos (cán. 1478-1452). Lógicamente
podría se recurrido, pero no tiene efectos suspensivo.

La norma general es que el primer oficio queda vacante con la toma de posesión
canónica del segundo oficio (canon 191). Sin embargo hay dos excepciones:
1. Que el derecho disponga otra cosa (canon 418 § 2, 1.º).
2. Que la autoridad competente puede disponer de modo distinto.
El trasladado recibe la remuneración correspondiente al primer oficio hasta que no tome
posesión del segundo oficio.
4. La remoción (cánones 192 – 195).

La remoción del oficio consiste en el cese de un oficio impuesto por la autoridad en


contra de la voluntad del titular del oficio sin que lleve consigo la concesión de otro oficio
eclesiástico.

La finalidad directa de esta figura de la remoción no es principalmente sancionar al


titular del oficio por un comportamiento inadecuado, sino procurar el mayor bien de los
destinatarios del oficio. Por eso puede darse la remoción sin que exista culpabilidad del
removido. Así el canon 1740, que habla de la remoción de los párrocos, podría aplicarse
también a otros casos.
62
La remoción puede ser de dos tipos:
1. Remoción automática, a iure, por el derecho mismo.
2. Remoción decretada por la autoridad competente.

1. La remoción automática (canon 194): Este canon regula la remoción automática, a iure, y se
da en tres supuestos de hecho:

a) La pérdida del estado clerical del que lo tuviera. Desde ese momento se pierde también el
oficio que tuviera. El estado clerical se pierde como dice el canon 290:
 Por sentencia judicial o por decreto administrativo que declare la invalidez de la
ordenación.
 Por la pena de dimisión legítimamente impuesta por un delito.
 Por rescripto de la Sede Apostólica, la vulgarmente llamada “secularización”.

La pérdida del estado clerical no puede ser establecida en una ley particular (canon 1317).
Para imponer esta pena tiene que haber un tribunal colegial (canon 1425). En todos los delitos
en los que se dice que se puede imponer esta pena lo será en el caso más extremo (canon 1364 §
2).

b) Quien se ha apartado públicamente de la fe. Este tiene más dificultad de interpretación. Estar
en comunión con la Iglesia es indispensable para recibir y ejercer un oficio eclesiástico. Si uno
pierde la fe o la comunión con la Iglesia ya no es idóneo. Esta disposición crea dificultad en la
aplicación a los casos concretos, ya que también falta que exista notoriedad. Se habla de
publicidad, que es lo que se puede probar en el fuero externo.

La pérdida de la fe y de la comunión con la Iglesia son actos lentos en el proceso


psicológico de la persona. Nadie se levanta habiendo perdido la fe y la comunión con la Iglesia.
Por ello será problemático determinar en qué momento dejó de estar en comunión con la Iglesia,
dado su importancia ya que desde ese momento los actos jurídicos realizados son nulos, pues el
sujeto a iure pierde el oficio.

c) El clérigo que atenta (= poner el acto jurídico aunque sea nulo) contraer matrimonio, aunque
solo sea civil, queda removido del estado clerical y de todo oficio eclesiástico que pudiera
ejercer.

2. La remoción decretada por la autoridad (canon 193): Este canon regula la remoción decretada
por la autoridad y hace una escala:
1. Dice que cuando un oficio se ha conferido por un tiempo indefinido o por un tiempo
determinado, para la remoción del titular hace falta causa grave.
2. Si el oficio ha sido conferido por un tiempo a la prudente voluntad del que lo confiere,
entonces requiere causa justa.

En los procesos de remoción del párroco hay que seguir lo que establece el canon 1740.
En todo caso para la validez y para que surta efecto es preciso que la remoción se haga por
escrito mediante decreto escrito y motivado (canon 193 § 4). El decreto puede ser recurrido.

El canon 195 dice que en el caso de remoción por decreto, cuando el oficio proveía el
sustento de su titular, la autoridad que ha procedido a la remoción ha de procurar seguir
proveyendo a su sustento por un tiempo conveniente (a juicio discrecional de la autoridad), sin
perjuicio de las leyes civiles.

Es distinto si el removido es un presbítero, que según el canon 384 afirma que


corresponde al Obispo diocesano la honesta sustentación de su presbiterio. El canon no

63
distingue si se ha removido del oficio, por lo que está obligado el Obispo a proveerle de los
medios de sustentación.

5. La privación (canon 196).

La privación es la pérdida del oficio eclesiástico como pena por un delito (canon 1336 §
1, 2.º). Por tanto, como tal pena o castigo, la privación solamente podrá aplicarse ad normam
iuris, según la norma del derecho, concretamente del derecho penal. En estos casos de privación
el recurso tiene efectos suspensivos, por lo que el titular sigue en el oficio hasta sentencia firme.

Los delitos que existen en el Código en los que se establece la privación son:
1. El abuso grave de la potestad eclesiástica o del oficio (canon 1389 § 1).
2. El incumplimiento grave de la obligación de residencia después de ser amonestado
(canon 1396).
3. En el caso de los jueces la prevadicación u otros delitos graves (canon 1457).

Otros cánones hablan de la privación:


1. La solicitud de pecado contra el sexto mandamiento en confesión (canon 1387)
2. El delito de homicidio, rapto o mutilación (canon 1397).

En ningún caso se habla de que la pena es obligatoria, por lo que la pena no puede ser latae
sentenciae (= se incurre en la pena por el mero hecho de la comisión del delito; la pena ferendae
sentenciae es aquella que es impuesta por sentencia o decreto).

6. La prescripción (canon 197 – 199).

La prescripción se puede definir como un instituto jurídico por el cual una persona,
física o jurídica, adquiere o pierde un derecho o se libera de una obligación por el transcurso del
tiempo cuando se verifican las condiciones prescritas por la ley.

En materia de prescripción la Iglesia recibe y canoniza la legislación civil de cada país o


de cada territorio, salvo las excepciones que determina el Código canónico, a tenor del canon
197. La ley civil, al ser canonizada, obliga y surte los mismos efectos en el ordenamiento
canónico.

La legislación española en materia de prescripción se encuentra recogida en el Código


Civil, Art. 1930 –1975, Título XVIII, De la prescripción.

a) Los elementos principales de la prescripción son seis:

1. Sujeto capaz de la prescripción (Art. 1931). Toda persona, física o jurídica, que sea capaz de
adquirir esos mismos bienes o derechos por otros títulos, los puede también adquirir por
prescripción. El concepto de sujeto es muy amplio.

2. La materia apta para la prescripción (Art. 1930 y 1936). Son susceptibles de prescripción
todas las cosas que están en el comercio de los hombres. También el concepto de materia es
muy amplio.

3. La posesión continuada de la cosa (Art. 1940, 1943, 1944, 1945). Es decir, se ha de poseer
la cosa con el ánimo de retenerla como propia y de usarla según derecho; o bien ostentar el
derecho pretendiendo ser titular del mismo. La posesión, dice el Art. 1941, ha de ser en
concepto de dueño, pública, pacífica y no interrumpida. La interrupción puede ser:
a. Natural, si se cesa en la posesión de la cosa por más de un año.

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b. Civil, por citación judicial que reclame ese bien, dejando de ser la ocupación
pacífica para pasar a ser litigiosa.

4. El tiempo. Es el periodo marcado por la ley para que ese derecho se consolide. El
Código Civil distingue entre prescripción ordinaria y extraordinaria.
a. Ordinaria (Art. 1940). Se necesita poseer la cosa de buena fe y por el tiempo
marcado por el derecho y con justo título. El tiempo es de 10 años ente
presentes y de 20 años entre ausentes si se trata de bienes inmuebles; y 3 años si
se trata de bienes muebles. En este caso solamente se requiere buena fe y no
justo título. Se considera ausente al que reside en el extranjero o en ultramar.
b. Extraordinaria, que es cuando el único requisito es el paso del tiempo, ni justo
título ni buena fe. Aquí el paso del tiempo es mayor: 6 años para los bienes
muebles y 30 años para los bienes muebles.

5. El justo título (Art. 1952). Es requerido en el caso de la prescripción adquisitiva ordinaria.


Este es necesario para transmitir el dominio o derecho real de la cosa prescrita. No se presupone
que se tiene sino que ha de probarse.

6. La buena fe (Art. 1950). Le buena de del poseedor consiste en la creencia de que la persona
de quien recibió la cosa era dueño de ella, y podía transmitir su dominio. La buena fe siempre se
presupone que se tiene.

b) Excepciones del derecho canónico con respecto a la prescripción. Podemos clasificarlas


en tres apartados.

1. Principio general (canon 198). Es importante. En la legislación canónica ninguna prescripción


tiene validez si no se funda en la buena fe, no sólo al comienzo, sino durante todo el decurso del
tiempo requerido para la misma. Por esta razón, el ordenamiento canónico no admite la
prescripción extraordinaria del Código Civil, que la admite sin la buena fe. El ordenamiento
canónico apuesta por la verdad objetiva sobre la seguridad jurídica.

2. Bienes y derechos no sujetos a prescripción (canon 199). En el ordenamiento canónico existe


una serie de bienes y derechos que están exentos de prescripción. Son siete cosas.
1.ª Los derechos y obligaciones que son de ley divina natural o positiva;
2.ª Los derechos que sólo pueden obtenerse por privilegio apostólico;
3.ª Los derechos y obligaciones que se refieren directamente a la vida espiritual de
los fieles.
4.ª Los límites ciertos e indudables de las circunscripciones eclesiásticas.
5.ª Los estipendios y cargas de Misas;
6.ª La provisión de un oficio eclesiástico que, por derecho, requiere el ejercicio del
orden sagrado.
7.ª El derecho de visita y el deber de obediencia, cuya prescripción haría que los fieles
no pudieran ya ser visitados por ninguna autoridad eclesiástica, ni quedases sometidos a
autoridad alguna.

3. Normas diversas sobre prescripción. Esta diversidad de normas están en otros cánones del
Código, así:

1. El canon 82: Habla de los privilegios. El privilegio que no es oneroso para otros no cesa
por desuso o uso contrario, pero prescribe el que redunda en gravamen de otros; es
decir, prescribe el privilegio que resulta ser una carga.

2. El canon 1268, establece como norma general, que los bienes temporales están sujetos a
prescripción. Esto quiere decir que se aplica y se debe aplicar a la prescripción o
pérdida de bienes eclesiásticos. Es decir, un bien que está en posesión de una persona
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jurídica pública, puede prescribir a favor de una persona física o a favor de otras
personas jurídicas públicas eclesiásticas. Aquí surge una duda, según el canon 1257, que
establece que los bienes de una persona jurídica privada, que no son bienes
eclesiásticos, sí están sujetos a la prescripción canónica o civil. Creo que sí están sujetos
a la prescripción canónica porque están incluidos en los cánones de las normas
generales (can. 197 ss) y no en los cánones del Libro V, De los bienes temporales.

3. El canon 1171. Las cosas sagradas tampoco prescriben. Una cosa sagrada es aquella que
está dedicada al culto por dedicación o bendición.

4. El canon 1269. Habla de cómo afecta la prescripción de las cosas sagradas:

a) Si están en dominio de personas privadas, físicas o jurídicas, pueden ser


adquiridas por prescripción también por otras personas privadas (o también por
personas jurídicas públicas).

b) Si pertenece a una persona jurídica pública eclesiástica sólo puede ser adquirido
por prescripción por otra persona jurídica pública eclesiástica. Lo que esto
pretende es que las cosas sagradas en dominio eclesiástico no dejen de ser
bienes eclesiales.

5. El canon 1270. Los bienes inmuebles, los bienes muebles preciosos y los derechos y
acciones, tanto personales como reales que pertenecen a la Sede Apostólica, prescriben
a los 100 años; los bienes pertenecientes a otra persona jurídica, a los 30 años.

6. El canon 1362. La acción criminal, como norma general, se extingue por prescripción a
los tres años, pero no prescribe nunca la acción por delito reservado a la Congregación
para la Doctrina de la Fe. En algunos delitos el plazo es de cinco años: 1394: clérigo o
religioso que atenta matrimonio; 1395: el clérigo concubinario; 1397: el delito de
homicidio, rapto o retención con violencia; 1398: quien procura el aborto.

7. El canon 1492. No prescribe nunca las acciones que se refieren al estado de las
personas.

8. El canon 1512 § 4. La legítima citación de la demanda o la comparecencia de las partes


ante en juez interrumpe la prescripción, si no se ha establecido otra cosa.

9. El canon 1621. La acción de querella de nulidad contra una sentencia prescribe a los
diez años.

6. El cómputo del tiempo (cánones 200 – 204).

1. El tiempo continúo es aquel que no admite ninguna interrupción (can. 201 § 1).
2. El tiempo útil es el que se tiene para ejercer un derecho, no corriendo si se está
impedido o no se ha enterado, para realizar la acción (can. 201 § 2).
3. El día es el espacio de 24 horas, contadas como continuas y a partir de la media noche
(can. 202 § 1).
4. La semana es el espacio de siete días can. 202 § 1).
5. El mes es el espacio de treinta días (can 202 § 1).
6. El año es el espacio de 365 días (can. 202 § 1).
7. Si el tiempo es continuo, el mes y el año se han de computar siempre según el
calendario (can. 202 § 2).
8. El día a quo, que es desde que se comienza a contar el plazo, no se cuenta a no ser que
coincida con el principio del día (can. 203 § 1).
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9. El día a quem, que es el del final del plazo, se incluye en el plazo (can. 203 § 2).

Madrid, 27 de mayo de 2003.

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