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EL PENSAMIENTO RENACENTISTA
Ramón Sola
LOS FINALES del siglo Xiv y los albores del XV, señalan en la historia el
momento en que surgen en Europa, en torno a la cuenca del Mediterráneo,
«los primeros gérmenes de la producción capitalista» (Marx), iniciándose
así el proceso que elevaría a la palestra histórica a una nueva clase, la
burguesía, a la sazón aún con carácter comercial.
El proceso que conduce a la cristalización de esa burguesía como clase,
abarca los siglos XV y XVI, período durante el cual, por su enfático interés
en el desenvolvimiento de lo que hoy llamamos «fuerzas productivas», así
como por la creciente pugna de las formas de producción de que era
portadora con las entonces prevalecientes que eran feudales, esa incipiente
burguesía determinará, de una forma más o menos inmediata, una serie de
trascendentales sucesos históricos en el plano económico, con el
descubrimiento de América en 1492, echará «los cimientos del comercio
mundial posterior, y los del paso del artesanado a la manufactura»
(Engels); en el plano político, con su apoyo al poder real en pugna con los
señores feudales romperá «el poderío de la nobleza feudal y formará
grandes —por su esencia— monarquías nacionales en la que obtuvieron su
desarrollo las actuales naciones europeas y la moderna sociedad burguesa»
(Engels); en el plano cultural, su abominación de la escolástica medieval la
llevará a crear una nueva y brillante cultura antifeudal, cuyo signo
predominante será un marcado interés en los valores de una cultura en la
que se consideraba que el hombre había encontrado su mejor realización,
esto es, la cultura greco-romana. Esta actitud, que pretendía hacer
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Los problemas esbozados en los puntos 1) y 2), dieron lugar a una literatura
filosófica que recibió el nombre de «Humanismo», y algunos de cuyos
principales expositores fueron Nicolás de Cusa (1401-64), Juan Pico de la
Mirándola (1463-94), Desiderio Erasmo (1467-1536) y Miguel de Montaigne
(1533-92), entre otros.
Tomás de Aquino fundó parte de sus tesis en los textos de los filósofos de la
antigüedad clásica y dio un impulso decisivo a la tendencia de apoyarse en
ellos, cuya tendencia se ligó estrechamente con la escolástica. Esta había
venido gestándose desde los días de Juan Escoto Erígena (815-877), que fue
el que en rigor la inició en la época de Carlos el Calvo.
Para dar cima a su propósito, Dante refuta uno a uno los principales
argumentos esgrimidos por los partidarios del predominio papal, entre ellos
el de las dos espadas, que Bernardo de Claraval y Juan de Salisbury
defirieron con vehemencia: "Toman luego las palabras de Lucas cuando
Pedro dice a Cristo: 'He aquí dos espadas'. Afirman que esas dos espadas
significan los dos predichos regímenes (el Imperio y el Papado)... si las
palabras de Cristo y Pedro han de entenderse figurativamente, no debe
atribuírseles el sentido que les dan algunos, sino el de aquella espada de la
que escribe Mateo así: "No tenéis que pensar que yo haya venido a traer la
paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada. Pues he venido a
separar el hijo de su padre", etc.. . . Cristo mandaba comprar tal espada, a
lo cual Pedro respondió que había dos espadas. Estaban, pues, dispuestos
los Doce para las palabras y las obras, por lo que harían lo que Cristo dijo,
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Acerca de la facultad de pueblo para dictar las leyes, el autor del "Defensor
de la paz" es, como en todos sus conceptos, de una gran precisión y energía,
de suerte que no deja espacio para la duda cuando establece que "el legisla-
dor no puede ser otro que el pueblo, es decir, la totalidad de los ciudadanos,
o la mayoría de ellos, que expresan su elección o su voluntad en el seno de la
asamblea general de los ciudadanos".
Cristo son Iglesia, tanto sacerdotes como laicos, puesto que Cristo los ha
redimido a todos con su sangre. . . Cristo no ha vertido su sangre
únicamente para los apóstoles... no es solamente de sus sucesores, ministros,
obispos, presbíteros o diáconos, de los que se habla cuando se nombra a la
esposa de Cristo".
Su poca simpatía hacia el papado está sugerida con bastante claridad en las
siguientes palabras: "No es preciso rechazar el testimonio de los soberanos
pontífices cuando afirman que el concilio no puede ser reunido sin su
autoridad; pero hay que oirlo bien y no interpretarlo con detrimento de la
fe cristiana, que por todos conceptos debe ser preferida al sumo pontífice,
aunque éste sea católico".