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De la necesidad de lo comunitario en la educación

Se emancipa el hijo para ser como su padre, para llegar a ser lo que ya era; se libera el
esclavo para estar en un nuevo mundo en el que nunca estuvo
E. Dussel

Al nacer los hombres sólo son un conjunto de posibilidades que se pueden desarrollar
potencialmente en muchas direcciones, aunque el hecho de nacer en un momento histórico
dado, en un determinado país, dentro de una clase social, en el seno de una determinada
familia, restringe ya mucho esas posibilidades.
Juan Delval

Somos el producto de los complejos procesos históricos occidentales, sobre todo del último
medio siglo. La modernidad capitalista pone su sello en la frente de toda relación social, y
ese sello es el neoliberalismo. Una lógica de mil cabezas, todas con el rostro del despojo:
desde las montañas, el subsuelo y los ríos, hasta lo más básico del ser humano como el ser
social. La atomización de la sociedad, la reducción de los individuos a mónadas y la premisa
hobbesiana sobre la naturaleza del ser humano son los sueños hechos realidad de los
promotores del presente sistema-mundo.
Margaret Thatcher salió a defender la tesis dieciochesca, como buena neo-contractualista, en
una entrevista para la revista Woman´s Own, en 1987: “No existe eso que se llama sociedad,
existen hombres y mujeres individuales y familias”. Seis años antes, en una entrevista al
Sunday Times, haría otra de sus sentencias que han logrado encarnarse en el mundo,
adoptando las formas más grotescas, salvajes y brutales que pueda conocer la humanidad:
“La economía es el método; el objetivo es cambiar el corazón y el alma”.
El arrastre de esa lógica neoliberal, como en río crecido, no deja nada a su paso y alcanzó a
la educación. El individualismo, como elemento ideológico-político del capitalismo ha
estado presente desde hace mucho tiempo, pero como marca económico-cultural del
neoliberalismo es característico de nuestros tiempos. Es este el contexto en el que la
educación escolar, como parte fundante de las relaciones sociales, se sitúa en medio de un
conflicto entre la legitimación del neoliberalismo y el esfuerzo por revertir esa tendencia.

Se utilizará el término común, comunitario y comunidad como sinónimos en el presente


trabajo. Pero debe quedar claro que cuando se utilicen dichos conceptos, será siempre
haciendo referencia a lo comunitario como concepto que engloba el proyecto de un sociedad
interdependiente, no excluyente, donde predomina la dialogicidad con objetivos de
transformación de la realidad en beneficio de todos sus integrantes. Así nos separamos de un
uso categorial que hace abstracción de la situación particular de los sujetos y del contexto
con el que se encuentran en relación constante, como ocurre cuando se usa el término
“común” para señalar ciertas características compartidas por una población, o bien con el de
“identidad”, ambos con elementos excluyentes. Todo lo anterior con el supuesto de que lo
comunitario es la esencia misma del ser humano. De igual forma, nos separamos así de las
concepciones civilistas o contractualistas que hacen de la comunidad un subproducto del ser
humano, algo secundario o agregado a lo primigenio, que vendrían a ser los individuos
aislados. Lo que nos lleva a un tercer elemento: el de su necesidad, la comunidad entendida
como sociedad, es decir, no puede existir sociedad sin comunidad. Y si parece que sí es
posible es, como mencionamos al inicio, por su condición alienada. No reducimos el
concepto de sociedad al de comunidad o viceversa. La comunidad se encuentra alienada o en
potencia en un sistema de relaciones sociales alienantes. Las comunidades existen, sin
embargo sus fines y funcionamientos son de carácter relativo, o bien excluyentes, haciendo
referencia a cuestiones identitarias, nacionalistas o regionales con objetivos limitados a
ciertos sujetos.
No adoptamos la formulación dicotómica de Tönies (comunidad-primitivo, sociedad-
moderna), ni aceptamos el calificativo de “retrógrado” que le da Honneth. Mucho menos el
supuesto evolucionista mecánico de la individualización progresiva sin más. La perspectiva
aquí adoptada es la del conflicto entre la comunidad alienada y la sociedad alienante.

El sistema educativo no ha logrado incorporar como parte de sus fines la comunidad.


Lo comunitario se presenta como parte esencial del ser humano. La comunidad se encuentra,
de forma alienada, en la producción de toda sociedad.

Esa tendencia actual del sistema-mundo no tiene sus orígenes hace medio siglo, sino muchos
siglos atrás. Ésta época recién comenzada se caracteriza por la agudización de la simientes
que dieron paso al desarrollo del capitalismo durante el siglo XVI.

Las principales tesis del neoliberalismo puestas en boca en la llamada “dama de hierro”, no
son nada nuevo. Ya para el siglo XVI estaría marcado el destino de la futura división mundial
del trabajo, impulsando el desarrollo tecnológico y el nacimiento de un mercado mundial
cada vez más acelerado.
Los flujos de mercancías y capitales provocarán cambios cualitativos y cuantitativos a nivel
mundial en la vida de toda la población. La expansión del sistema económico capitalista a
nivel global, como sistema social, arrastrará consigo toda la lógica de la vida. Y la educación
escolar no será la excepción.

Incluso el economista Adam Smith advertía en su famosa obra los peligros de la división
del trabajo, sus efectos sobre “la masa del pueblo”.

Nos encontramos ya adentrados en el nuevo siglo, en tiempos decisivos para la propia


humanidad, y en donde lleva la delantera por mucho el neoliberalismo. La ideología de este
sistema político y económico está reproduciéndose de forma acelerada y en
manifestaciones cada vez más peligrosas.

Este panorama desolador, y en ciertos momentos desesperanzador, es precisamente en


donde se hace urgente la propuesta por una educación que permita no contrarrestar, sino
destruir las prácticas sustentadas en la ideología neoliberal. Como en todo, ningún elemento
es nuevo, algunas ideas tienen siglos difundiéndose, y estos tiempos no pueden ser
excepción.

“Les presentaba un problema para que lo resolvieran. Al escuchar el problema todo el


grupo de los 25 alumnos se juntaba inmediatamente, de modo espontáneo y sin reflexionar
su acción. Platicaban entre sí animadamente y después de un tiempo me presentaban la
solución del problema.
La experiencia nos proporcionaba una razón particular para platicar y entender lo que
había ocurrido. Les explicaba la manera de dar y pasar exámenes en las escuelas de
educación formal: cada uno de los alumnos debe estar separado el uno del otro. El que
mire lo que escriba el vecino o copie lo escrito se descalifica a sí mismo. Los tojolabales
respondían y daban sus razones por las cuales se habían juntado. Me decían:

‘Mira hermano, cuando estamos en nuestras comunidades y se presenta un problema no


vamos cada uno a nuestra casa para pensar el asunto y tratar de resolverlo
individualmente, sino todo lo contrario. Nos juntamos para platicarlo juntos, y juntos
encontramos la solución. Piénsalo, hermano, aquí somos 25 alumnos. Por supuesto vamos
a juntarnos para resolver el problema. Porque tenemos 25 cabezas que, por supuesto,
piensan mejor que una sola. También tenemos 50 ojos que ciertamente ven mejor que dos.
¿No te parece?’” (Lenkersdorf, 2010, http://bit.ly/2rmChgG)
 M. Lipman le apuesta al primer punto, mientras que la postura del presente trabajo adopta
el segundo, con apoyo de algunas ideas de Freire.
 Lipman hace uso de la comunidad como un medio para lograr objetivos intelectuales,
colocando como subproducto o derivado los efectos prácticos fuera de la escuela.
 Por otra parte, consideramos que la comunidad no es medio, sino objetivo y fundamento
de una sociedad propiamente tal.
 Como apoyo a este postulado, ejemplificamos con las Escuelas Integrales en Michoacán, en
donde la comunidad es fundamento y objetivo del proceso educativo mismo. Las escuelas
fomentan la comunidad por medio de la dialogicidad para la transformación.
 El pensamiento crítico se hace presente en ambas propuestas, pero la praxis se ve relegada
a un segundo momento en la propuesta de Lipman. En la segunda propuesta la praxis,
entendida como unión de teoría y práctica revolucionaria, se encuentran en todo momento.
 En la propuesta de Lipman, como ya se mencionó, la praxis se relega a un segundo
momento. La escuela enseña la formulación de juicios y la formación de comunidades de
investigación, para en un segundo momento, fuera de la escuela, se apliquen los mismos
procedimientos en otras áreas. En la segunda propuesta, lo interno y lo externo se
encuentran insertos uno en el otro en todo momento, transformando lo externo desde
dentro, y lo interno desde fuera.
 Lipman tiene como referente la sociedad estadounidense y el objetivo de una sociedad
“democrática fuerte”, por lo que la función de su propuesta se haya restringida a un tipo de
sociedad que considera lo comunitario como secundario o un medio para realizar un tipo
de democracia. Su propuesta de comunidad retoma la de Dewey, donde se considera al
Estado como una “comunidad de comunidades”. En la segunda, el flujo dinámico de la
comunidad permite incorporar objetivos cada vez más amplios y variados, en donde la meta
se transforma en nuevo punto de partida, y donde le horizonte político no se encuentra
definido desde el exterior, sino que el ejercicio dialógico permite su constante
reformulación.

Cibergrafía:
Thatcher, M. (2017) “Interview for Woman's Own ("no such thing as society")”.
Recuperado de: http://www.margaretthatcher.org/document/106689 [Fecha de consulta: 1
de junio de 2017]

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