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Sobre la relación entre los conceptos comprensión y conocimiento en el texto

Comprensión y política de Hannah Arendt.


Jesús Armando Juárez Nieto

“La comprensión, en tanto que distinta de la correcta información y del conocimiento


científico, es un complicado proceso que nunca produce resultados inequívocos. Es una
actividad sin fin, siempre diversa y mutable, por la que aceptamos la realidad, nos
reconciliamos con ella, es decir, tratamos de sentirnos en armonía con el mundo.”

Hannah Arendt, Comprensión y política.

Introducción.
Hannah Arendt, a pesar de no reconocerse a sí misma como filósofa1, legó una forma
distinta de concebir el papel de los pensadores frente a la realidad social y la política a través
de una obra sugerente con gran valor filosófico. Sin embargo, aunque lo dicho podría apuntar
a que el campo de estudio de Arendt se limitaba a la teoría política y que, por ende, su papel
es únicamente tangencial en la historia del pensamiento, es importante rescatar que Arendt
sí era filósofa; una filósofa que marcó su distancia frente a la tradición contemplativa de la
filosofía que aísla al individuo de la comunicación con los otros y el mundo plural en que
este habita (y de ahí que no se reconociera parte de dicho gremio) (Sánchez, 2015:7). Esto,
a partir de plantear la necesidad de una acción política que, con base en una comprensión de
nuestra realidad, llegue a tener resultados imprevisibles e incalculables así como un potencial
de transformación social. Dado lo anterior me propongo, en lo que resta de este escrito,
explorar el concepto comprensión en la obra Comprensión y política de Hannah Arendt así
como la distinción que realiza frente al conocimiento científico, relacionado este último con
el positivismo contra el que Arendt discute. Esto, con la finalidad de encontrar algunas líneas
posibles que excedan el campo de la filosofía y permitan pensar el papel de las ciencia social
y los movimientos sociales; con esto en mente, al final del documento, derivo algunas
reflexiones así como algunos esbozos sobre una línea de análisis acerca de mi propio campo
de estudio, además de la filosofía: la psicología social. Si bien esto último podría parecer un
exceso dentro de la revisión de los conceptos en la obra mencionada, pienso que es, en última
instancia, lo más congruente con el pensamiento de Arendt que pretendo exponer. Esto, ya
que, en palabras de la autora: “el proceso de comprensión implica claramente un proceso de
autocomprensión” (Arendt, 1995: 32)

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Durante la entrevista ¿Qué queda? Queda la lengua materna realizada por Günter Gauss y emitida por la
televisión de Alemania occidental el 28 de octubre de 1964.

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Desarrollo.

Hannah Arendt (1906-1975) fue una filósofa que, al igual que una gran cantidad de
pensadores de la época, experimentó en carne propia el horror de la persecución nazi durante
la segunda guerra mundial debido a sus creencias religiosas. Aunque esto último podría
parecer algo simplemente contextual, resulta un elemento fundamental para comprender las
diversas vías de reflexión de la autora y sus áreas de interés; Arendt, a diferencia de muchos
filósofos, fue una pensadora comprometida con las causas políticas de su época en una forma
que excedía toda pretensión de objetividad y raciocinio puro bajo la que se abriga
normalmente la filosofía. Así, en la totalidad de su obra, desde la biografía de Rahel
Varnhagen hasta La vida del espíritu, observamos a una autora implicada con su producción
intelectual a un nivel muy profundo y personal. Este es el caso de la obra Comprensión y
política (Understanding and politics, Partisan Review, 1953), un texto de Arendt que se
publicó dos años después de su magna obra Los orígenes del totalitarismo (1951), donde se
expone una fundamentación acerca de la importancia de la comprensión de las experiencias
vividas, en detrimento de la pretensión por encontrar verdades irrefutables. Es posible ver
con claridad que esto es una continuidad desde la obra Los orígenes del totalitarismo, donde
de acuerdo con Cristina Sánchez: “Su principal impulso teórico era «comprender» lo que
estaba ocurriendo, una comprensión que suponía «examinar y soportar conscientemente la
carga que nuestro siglo ha colocado sobre nosotros, un atento e impremeditado
enfrentamiento a la realidad». En ese «hacerse cargo» de lo acaecido Arendt recorre un largo
camino de investigación en la elaboración del libro.” (Sánchez, 2015:27 [el subrayado es
mío]).
Sobre esta línea podemos ver que el texto Comprensión y política comienza con unas
líneas que resumen la totalidad de la tesis que la autora emplea en diversos textos. Para
Arendt, la comprensión: “en tanto que distinta de la correcta información y del conocimiento
científico, es un complicado proceso que nunca produce resultados inequívocos. Es una
actividad sin fin, siempre diversa y mutable, por la que aceptamos la realidad, es decir,
tratamos de sentirnos en armonía con el mundo”. (Arendt, 1995:29 [el subrayado es mío])
Para exponer este argumento con claridad, Arendt desarrolla su argumentación en dos
momentos: por un lado, una parte dedicada a explorar la categoría de comprensión y, una
segunda parte, donde se aborda el problema de la falta de acción política y el papel de la
ciencia, donde el concepto comprensión adquiere sentido.

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Respecto a la primera de estas partes, es necesaria una precisión: aunque la
comprensión tiene que ver con aceptar y reconciliarse con la realidad, para Arendt esto no
implica perdonar los hechos del pasado, o en otras palabras, deshacer lo que ha sido hecho
y dar lugar a un nuevo comienzo. Para la autora alemana: “la comprensión no tiene fin y por
lo tanto no puede producir resultados definitivos”. Por tal, este “reconciliarse” está
emparentado con una condición existencial de todo individuo. Continúa la autora: “cada
persona necesita reconciliarse con el mundo en que ha nacido como extranjero y en cuyo
seno permanece siempre extraño a causa de su irreductible unicidad. La comprensión
comienza con el nacimiento y finaliza con la muerte” (ibídem: 30). De forma tal que la
comprensión es un proceso donde cada ser humano crea sentido; “el sentido que nosotros
mismos originamos en el proceso de nuestra vida, en tanto tratamos de reconciliarnos con lo
que hacemos y padecemos”. (Ídem) De lo anterior se sigue que el proceso de comprensión
sea algo individual (aunque no deja de estar dentro de la esfera de lo social) que no puede
acortarse por la acción de alguien más, puesto que de lo contrario no puede llegarse sino a
clichés sin cualidad de discurso que, aunque sean con la intención de educar y advertir a la
opinión pública, son formas de adoctrinamiento que se vuelven una herramienta más de la
lucha totalitaria contra la comprensión.
Sin embargo, es necesario distinguir que la comprensión tiene diversos momentos en
tanto proceso: en primer lugar, podemos observar que de acuerdo con la autora existe una
comprensión primaria que permite percibir, denunciar y movilizarse ante ciertas
condiciones, como el caso del totalitarismo, a partir del sentido común. Aunque puede
parecer que esta comprensión preliminar es rudimentaria e irrelevante, Arendt resalta su
valor para dar sentido ya que “impedirá de modo mucho más eficaz que la gente se una a un
movimiento totalitario que la información más fiable, el análisis político más agudo o el más
extenso conocimiento acumulado” (Arendt, 1995: 32)
Por otro lado tenemos, como producto de esta comprensión primaria, el
conocimiento. En este punto, más allá de una definición exacta acerca sobre el conocimiento,
la autora nos muestra una serie de problemáticas acerca de la forma en que el mismo se
construye a partir de las prácticas de la ciencia. Como decíamos, el conocimiento se funda
en un primer momento donde se reconoce que algo nuevo ha ocurrido y a partir de nueva
terminología y vocabulario se da pie a que comience la construcción por parte de la ciencia,
puesto que “[el conocimiento] no puede proceder sin una preliminar e implícita
comprensión” (Ídem). Dado que no es papel de la ciencia el probar o negar la comprensión
primaria, puesto que su papel únicamente estriba en aclarar la misma (ibídem: 33) siempre

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existe el riesgo de que, en el camino de la especulación, la ciencia pierda contacto con la
comprensión preliminar que le sirve de fundamento o se mantenga en ella. Esto puede darse
cuando se busca identificar e integrar aquello que novedoso, como el totalitarismo, dentro
de las categorías preexistentes, con lo cual, se reduce los fenómenos a sus causas históricas,
sociales o psicológicas. Esta cuestión, dice Arendt, refleja que la ciencia en determinados
momentos desea reconducir lo desconocido hacia los dominios de lo ya conocido. (Arendt:
1995: 35)
De esta forma llegamos a un segundo punto en la exposición de Arendt: el papel de
la ciencia y su incapacidad para construir sentido. Para la autora la consecuencia de esto es
la pérdida de la acción política, el aumento de la carencia de significado y la pérdida del
sentido común, entendiendo este último como aquella parte de nuestro espíritu y aquella
porción de sabiduría, heredada, que todos los hombres tienen en común en cualquier
civilización dada. (Ibidem: 39) Como puede ejemplificarse en el caso del totalitarismo, el
problema estriba en la substitución del sentido común por una lógica implacable a través de
un adiestramiento ideológico. Esto lleva a que algunas ideas científicas, como la
supervivencia del más fuerte en la biología o la supervivencia de una clase más progresista
en la historia, se conviertan en premisas cuya contundencia como fundamento lógico
demuestra verdades independientes de la existencia del mundo y los otros. (Ibídem: 39-40)
Así, la diferencia principal entre la lógica y el sentido común radica en que este último
concibe, de acuerdo con Arendt, la verdad como una revelación (en el caso del totalitarismo
a partir de la revelación de la insuficiencia de las categorías existentes para pensar el
fenómeno político) mientras que la lógica concibe lo verdadero como un encadenamiento de
enunciados con autoridad. (Ibídem: 40-41) Además de las repercusiones en cuanto a la
verdad que podemos observar en lo dicho hasta ahora, la autora menciona que el elemento
político inherente al sentido común, que consiste en aceptar como presupuesto el hecho de
que vivimos en un mundo común con los otros, se desecha al aceptar la lógica como una
autoevidencia de que el razonamiento lógico existe con independencia del mundo y la
existencia de nuestros coetáneos.
De lo anterior se sigue que la necesidad de la comprensión radique en que sólo a
través de esta se puede articular y confirmar aquello que la comprensión primaria, que
siempre está ligada con un compromiso político, nos muestra de un fenómeno social. La
comprensión, en última instancia, es un proceso que nos permite hacer puentes entre la pura
comprensión primaria y el conocimiento para lograr establecer una cierta distancia y poder
observar la realidad desde una perspectiva crítica que nos permita librarnos de prejuicios y

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orientarnos en nuestro propio mundo. Para Arendt únicamente a partir de la comprensión es
posible vivir en un mundo común, con otros que siempre son extraños. En sus palabras: “Si
queremos estar en armonía con esta tierra, incluso al precio de estar en armonía con este
siglo, debemos participar en el interminable diálogo con su esencia.” (Ibídem: 46)

Conclusiones.

Uno de los puntos más importantes de la revisión del concepto comprensión de


Arendt es, como puede observarse, rescatar la producción del conocimiento como un
producto humano en detrimento de una perspectiva positivista que conciba la Verdad como
una producción perfecta que trasciende todo vínculo con la ideología y el poder. Establecer
que los procesos de construcción de conocimiento se insertan dentro de un mundo plural y
contingente parece, aunque normalmente se obvie, una condición indispensable para una
verdadera revisión crítica que disloque los discursos acerca de la univocidad y la necesidad
de ciertos fenómenos sociales. Aunque todo esto resulta en extremo valioso considero que,
en consonancia con la incompletud inherente a dicho concepto, existen algunas preguntas
pertinentes: ¿es posible tomar el sentido común de una sociedad como una producción ajena
a la influencia de la ideología? ¿De qué manera podemos reestablecer el tejido social que
aparece como necesidad para reestablecer dicho sentido común? Aunque es posible que estas
preguntas sean resueltas por Arendt en otros de sus textos, me parece importante
establecerlas como una posible guía para futuras referencias.
Por otro lado, frente a la propuesta de Hannah Arendt es posible hacer revisión de
toda una tradición científica donde, a pesar de lo que se dice a nivel discursivo, algunas
prácticas se conservan. En este caso me refiero a la psicología social, campo en que se
desarrolla mi vida profesional, donde determinados fenómenos se siguen derivando a partir
de las “consecuencias lógicas” de los factores históricos, económicos o psicológicos de un
grupo determinado. En el caso de los movimientos sociales, que también es un tema que
Arendt aborda, me parece que el más común de los enfoques consiste en realizar un paso
entre las “condiciones objetivas” y “la acción necesaria” donde el encuentro de la pluralidad
existente entre los ciudadanos llega a borrarse en pos de presentar una unidad dentro del
campo social, deja de lado las numerosas contradicciones, conflictos y tensiones existentes.
Con esto, aunque en cierto sentido tangencial, es posible resaltar el valor del pensamiento
arendtiano para leer fenómenos que, aunque no se podrían considerar un parteaguas en la

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historia mundial como el totalitarismo del siglo XX, no dejan de ser parte de nuestra realidad
más próxima ¿Es quizá la propuesta de Arendt una alternativa para leer a partir de una mayor
complejidad la organización social? ¿De qué forma es posible poner en comunicación este
enfoque con la realidad política mexicana? Preguntas que, de vuelta a las palabras de la
autora, nos permiten volver a pensar en nuestro tiempo y condición en tanto seres humanos.

Bibliografía

Arendt, H. (1995). Comprensión y política. En De la historia a la acción. Barcelona: Paidós.


Sánchez, C. (2015). Arendt. Estar (políticamente) en el mundo. España: Batiscafo.

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