Relaciones de poder, espacio subjetivo y prácticas de libertad: análisis genealógico
de un proceso de transformación de género.
Hanna Arendt decía que todo pensar es un pensar contra, que había que pensar a la intemperie, sin barandillas. La teoría feminista no consiste en un corpus unitario o monolítico, sino que demarca un espacio de prácticas epistemológicas heterogéneas, cuya producción teórica se enmaraña en planteamientos diversos, polémicos e incluso contradictorios. La práctica feminista reconoce y certifica su dimensión ético-normativa, el carácter político de lo que deconstruye y reconstruye, de lo que combate y de aquello por lo que apuesta. La elaboración feminista pretende desactivar los efectos de poder que las prácticas sociales y académicas, atravesadas por el sistema sexo/género, ejercen. Las epistemologías feministas Los debates fundamentales en el área, se ha centrado alrededor de la relación entre identidad –la femenina, la feminista-, problematizándola, y la práctica epistemológica política. El análisis de la relación saber/poder, en terminología foucaultiana, es uno de los pilarees de la epistemología feminista. Como Bonder plantea: Postestructuralista y postmodernista avant la lettre, la crítica feminista ha puntualizado el carácter situado del conocimiento, la parcialidad de todas las afirmaciones, a íntima relación entre saber y podr, ha colocado las grandes narrativas en el incómodo contexto de la política, reiterándolas del confortable dominio de la epistemología. La epistemología feminista es, pues, política. Las epistemologías feministas han hecho emerger con fuerza cuestiones clave para tal reflexión, sobre todo desde corrientes post-estructuralistas y antipositivistas. 1. Muchas autoras han subrayado el uso característico de DICOTOMÍAS EN EL DESPLIEGUE DEL PENSAMIENTO OCCIDENTTAL en la modernidad: lo público y lo privado, la mente y el cuerpo, lo racional y lo emocional, lo abstracto y lo concreto, lo universal y lo particular, lo masculino y lo femenino. En el pensamiento occidental se han vinculado los primeros términos de las parejas conceptuales con lo masculino y los segundos con lo femenino. De ahí que las relaciones de las mujeres con las prácticas de saber hayan sido especialmente conflictivas, tanto desde su posición como sujetos de ese saber como por operar como objetos específicos caracterizados y producidos por él. Algunos de estos efectos pueden relacionarse con la consideración devaluadora o desautorizadora de las mujeres en tanto sujeto de conocimiento, puesto que su construcción histórica ha pricotado sobre una configuración del ser femenino como alguien con menor capacidad de raciocinio o abstracción, y mayor emotividad, lo cual se opone al estatus de nesutralidad-objetividad del sujeto cognoscente postulados por tales desarrollos ; así pues, la construcción tradicional del objeto mujer lo destaca como particularidad, carencia, un “otro” en relación siempre con ese sujeto pretendidamente abstracto pero cuyo arquetipo reúne las características tradicionales viriles. Gran parte de la crítica feminista se ha dedicado a mostrar cómo el pensamiento hegemónico ha sido/es masculino. 2. Reflexión acerca de cómo se contituye el sujeto que conoce, es decir, cómo se contruye la subjetividad dentro de un contexto socio-histórico que produce y articula la relación entre hombres y mujeres de manera asimétrica y cómo esta producción específica de subjetividad genera y se reproduce en prácticas epistémicas concretas, que a su vez, construyen y reconstruyen la realidad de manera sexista. Esto alude a una de las características de esa política de la verdad que ha regulado el desarrollo de la ciencia: la supuesta objetividad de la ciencia que oculta las condiciones particulares en laas que ésta se produce. Desde una perspectiva feminista, tal como señala De Lauretis, si lo personal es inseparable de lo político entonces los límites del feminismo pueden corresponder para cada uno de nosotros, de acuerdo con nuestras historias a unos límites subjetivos, a unas configuraciones de subjetividad, patrones por los cuales los contenidos para autoconstituirnos, y para constituir a los otros a través de los discursos disponibles en un momento determinado. Para formar nuestras posibilidades de existencia. En las epistemologías ortodoxas, las nociones de conocimiento y experiencia han sido objeto de una sustracción: <<en ellas no existe ni poder ni política>>. La autoridad del sujeto de conocimiento, heredera de la dualidad y descorporeización que implica el sujeto cartesiano, se sostiene, precisamente, en la pretensión de universalidad y neutralidad no contaminada de éste. La psicología social crítica comparte muchas de las características del construccionismo en su constante cuestionamiento y crítica de la producción de conocimiento. En un nivel ontológico participa del <<giro lingüístico e interpretativo>>. En el plano político, en fin, compromete con prácticas socialmente emancipatorias o transformadoras. Lo que una psicología social como crítica debe cuestionar es que la realidad exista con independencia de nuestro modo de acceso a la misma. La distinción conceptual entre sexo y gènero, profsamente utilizada y desarrollada por el pensamiento feminista, sobre todo el de ámbito anglosajon, ha sido objeto de intensos debates y reflexiones críticas en los últimos años. El término género se inauguró como contrapunto del sexo en la década de los 60. Pero ya on anterioridad Money había introducido la noción de rol de género para aludir al papel de la biografía y de las conductas que los padres asignan al recién nacido. La literatura feminista politizó el concepto de género y lo utilizó para combatir el determinismo biológico y para resaltar la importancia decisiva de las prácticas sociales en la situación de inferioridad de las mujeres, con una producción vastísima. El uso del concepto de género se entronca en la creación de utillaje teórico y metodológico uilizado para dar cuenta, comprender e incluso denunciar la constitución de manera jerárquica de las relaciones entre hombre y mujeres. Los rasgos biológicos se constituyen como lo <<dado>> inmutable sobre lo que superpone el ropaje cultural del <<género>> La historia y la tradición feminista, su práctica política, es un paisaje que permite comprender y experimentar la posibilidad de transformaciones colectivas y personales, de auto producirse, como resultado de relaciones recíprocas, comunicativas con otras. Según Ladelle McWhorter, las prácticas de autoafirmación feministas podrían considerarse a veces como antitéticas a las prácticas del cuidado de sí. La razón de ello la sitúa en las asunciones sobre la naturaleza de la subjetividad femenina que subyacen en ocasiones a tales prácticas. Si el poder atraviesa los cuerpos, los afecta y los habitúa en acciones reguladas, se enreda e incluso genera afectos y emociones en ese cuerpo que padece o disfruta. Los juegos y las reglas que regulan los significados en contextos relacionales prácticos tienen también una dimensión emocional que sujeta al individuo a su identidad normativa.
Bonan y Guzmán, "Aportes de La Teoría de Género A La Comprensión de Las Dinámicas Sociales y Los Temas Específicos de Asociatividad y Participación, Identidad y Poder"
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