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VIOLENCIA MASCULINA

Teresa Flores Bedregal*

25 de marzo de 1999

La violencia masculina en contra de las mujeres es una constante a lo largo y ancho del mundo.
Los casos de asesinatos a las cónyuges y todo tipo de maltratos físicos son comunes en todos los
países, sin excepciones. Por ello, se han multiplicado las instituciones, agrupaciones y
organismos oficiales y comisiones nacionales e internacionales para erradicarla. Asimismo, se
han aprobado leyes contra la violencia doméstica y las redes de apoyo a las mujeres maltratadas
han aumentado considerablemente; además, se brinda educación contra la violencia doméstica.
Sin embargo, todavía no se vislumbran cambios importantes en el comportamiento masculino.
Partiendo de la premisa de que si se quiere combatir los efectos hay que combatir las
causas, deseo desarrollar algunas ideas dirigidas a la indagación de por qué los hombres se
comportan de manera violenta en todas partes y cómo podemos combatir este problema que
genera tanto sufrimiento de niñas y mujeres en el mundo.
Muchos estudios demuestran que por naturaleza el hombre en todas las culturas es más
agresivo que las mujeres. Esto está muy relacionado a sus hormonas; algunos estudios apuntan a
la testosterona y la adrenalina como responsables de la agresividad masculina. Por ello es que
los hombres jóvenes y de mediana edad con mayores niveles de testosterona son más agresivos
que los niños y los viejos.
Pero nuestros comportamientos, aunque fuertemente influenciados por las hormonas y
las necesidades de reproducción de la especie, son moldeados por los patrones de
comportamiento aprobados y deseables por las sociedades dominadas por los hombres. De ello
deriva que las mujeres son educadas y entrenadas para controlar su agresividad, reprimir su
sexualidad y ser sumisas, mientras que a los hombres por lo general se los educa para ser
audaces, agresivos y dar rienda suelta a su sexualidad. Los donjuanes y peleadores son vistos
como héroes y modelos sociales. Cuantas más mujeres tiene un hombre, más macho. Cuantas
más personas llega a someter por la fuerza, más varonil.
El proceso de socialización tiende, y debería tender en mayor medida, a educar a la
gente a controlar sus más primarios o básicos instintos, favoreciendo aquéllos que coadyuvan a
la cooperación, a la armonización de las relaciones sociales y a la disminución de los conflictos
interpersonales. Sin embargo, en nuestras sociedades lo que es dado para los hombres, no es
dado para las mujeres.
Las niñas y los niños de dos años, por ejemplo, son bastante agresivos/as, muerden a sus
compañeros/as, les rasguñan o pegan, y la sociedad y sus padres tienden a condenar estos
comportamientos, pero si con las niñas son terminantes, con los niños son más permisivos, ya
que existe la creencia que el niño peleador está mostrando un signo inequívoco de masculinidad.
En consecuencia, los hombres crecen con la idea que ellos no necesitan controlarse, por
lo menos en lo que respecta a su agresividad y su sexualidad. Estudios de las neurociencias
demuestran que el cerebelo masculino (el instintivo) juega un rol más importante en los
hombres que en las mujeres. Es decir que en los comportamientos masculinos el instinto tiene
mayor peso. Esto no significa que así haya sido siempre o que deba seguir siendo así.
Probablemente la evolución cultural dentro de la sociedad patriarcal sea la causal de esa
situación.
La agresividad y la sexualidad están íntimamente ligadas puesto que los hombres, para
sus conquistas, requieren cierta dosis de agresividad o arrojo, lo mismo que para ganar más
poder. Pero ocurre que cuando no existe control sobre la sexualidad se recurre a la violencia,
como son los casos de violaciones; lo mismo en el caso de los celos o cuando creen que la mujer
les pone cuernos. La mayor parte de la violencia que se ejerce contra las mujeres está basada en
reacciones pasionales irracionales ligadas al sexo, donde la mujer es considerada como
propiedad masculina.
Esta educación ha llevado a que nuestras sociedades exista un tremendo culto a la
violencia masculina. Los filmes tan populares como los de Rambo y muchos héroes populares
nos muestran a éstos como la encarnación de la masculinidad. Es decir, que un tipo violento que
arrasa con todo y con todos, es un símbolo de masculinidad. Y eso es visto como algo normal y,
más aún, como modelo.
Se ve como algo completamente natural la dominación de los otros por la fuerza, en
general de las mujeres y los más débiles. La cultura masiva y popular refuerzan estos
estereotipos. Vale señalar que en los últimos años se ven ligeros cambios en los modelos
masculinos; un ejemplo es el agente Molder de X Files, pero siempre él es más astuto que su
compañera, la agente Danna.
Cabe destacar que este culto a la agresividad y violencia masculina tiene expresiones y
extensiones más sofisticadas y se encarna en el culto a las armas, a los ejércitos y a la
parafernalia militar inventada por los hombres, que se quiere hacer creer va en bien de la
humanidad. Los Estados glorifican el poder de las armas y son muy pocos los grupos que se
oponen a ellas. Se ha llegado a hacer creer a la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas del
planeta que las armas y los ejércitos son necesarios y que las guerras son inevitables, cuando no
son más que expresiones de la cultura patriarcal basada en el poder de la fuerza física.
En consecuencia, si todos nuestros sistemas políticos están basados en el poder de la
fuerza, ¿cómo podemos esperar algo diferente a nivel familiar? Por ello hay que desentrañar los
mitos aceptados y venerados socialmente que ocultan los mecanismos sofisticados de imponerse
sobre los más débiles.

¿Qué podemos hacer?

1. Luchar contra la violencia estructural de nuestra sociedad, incluyendo sus expresiones más
sofisticadas.

2. Crear una conciencia pública masiva en sentido de que la violencia y la agresividad no son
algo normal o natural, ni deseable, por lo tanto, esos valores de masculinidad deben ser
combatidos.

3. Los padres y las madres deberían criar a sus niños enseñándoles a controlar sus
comportamientos agresivos y su sexualidad, ya que más tarde es mucho más difícil cambiarlos.

4. Deberíamos proyectar en el mundo otros valores de masculinidad, libres de agresividad,


estimulando los mejores valores de la masculinidad.

5. La educación para terminar la violencia contra la mujer debe estar dirigida en particular a los
hombres desde la infancia, condenando todos los estereotipos masculinos basados en el poder
de la fuerza.

Finalmente, creo que lo más importante para erradicar la violencia contra las mujeres, es
cambiar la mentalidad que combate la violencia doméstica, mientras que acepta la violencia
masculina en sus expresiones más complejas. Sólo de esta manera podremos lograr un progreso
estructural en favor de la mujer.

Teresa Flores Bedregal es boliviana, activista ecofeminista, pacifista y madre independiente.


Correo-e: tflores@mail.megalink.com

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