SERVANDO TERESA DE MIER
HD VAI Le)
POLITICOPROLOGO
I
“.,soy con la pluma lo que cierto comandante con
las manos y Ja boca cuando se incamoda, que se me
viene a las barbas, diciéndome mil babadas, hasta
delante de la gente, que a veces me quema y me
arrabia.” (Carta a Ramos Arizpe, 28 de agosto de 1823.)
SEMBLANZA
De FRAY SERVANDO TERESA DE MIER lo que més poderosa e insistentemente
ha llamado la atenciés ha sido su vida azarosa tan llena de carceles y fugas, de
aventuras y corterias, de persecuciones y desgracias; en suma, el perfil nove-
lesco y picaresco de su existencia. Cuantos se han ocupado de este personaje
han sucumbido a la tentacién que para todo escritor representa la narracién
de una vida como la suya. Pero el resultado ha sido el descuido, ya que no el
olvide, de lo mds importante, a saber: el estudio de su ideatio politico y de
su brillante actuacién como miembro del Primero y Segundo Congresos Cons-
tituyentes Mexicanos. Vagamundos, aventureros, excéntricos los ha habido
muchos; pocos, sin embargo, han sido los que, como el padre Mier, ejercieron
et su dia una influencia tan preponderante en Ia fijacién del destino de su
patria; pocos los que, como él, han tenido una visidn tan clara y penetrante
en momentos de confusidn y desorden como fueron aquellos afios inmediatos
siguientes a la consumacién de la independencia politica de México.
Quizds el principal motivo de esa falta de apreciacién por parte de Ja
posteridad deba encontrarse en el hecho de no haber sido las opiniones del
padre Mier las que prevalecicron en el gran debate acerca del sistema cons-
titucional que habia de adoptarse como estructura politica de la nactente te-
publica; pero sea de ello lo que fuere, también parece cierto que no es el
padre Mier ajeno del todo a la preferente atencién que se ha concedido a
la patte pintoresca de su biografia, pues fue él el primero en insistir hasta el
cansancio en ese aspecto de su vida, dejéndose arrastrat sin reservas por una
mania exhibitoria, rasgo capital de su cardcter. Insaciable admirador de si
mismo, aprovecha cualquier acasidén para citar sus propios escritos o para narrar
por extenso grandes trozos de su vida, viniera o ne al caso, como acontecid
con supetlativa impertinencia el dia en que tomé asiento como diputado
IXpor su provincia natal en el seno del Primer Congreso Constituyente. E] mas
superficial conocimiento de la obra del padre Mier servird para abonar con
exceso probatorio la afirmacidn de ser la egolatria su pasidn dominante. Son
varios los relatos que nos ha dejado de su vida, aparte de dos escritos bas-
tantes extensos, las Memorias (cuya primera parte titulé “Apologia”) y el
Manifiesto Apologético, que vienen a ser dos versiones de una autobiogratia
formal. En estas obras, como en muchos otros papeles suyos, abundan las
expresiones de engreimiento y de insufrible vanidad.' Su afin de notoriedad
fue el motivo, siendo atin joven, de su primer destierro y, por lo tanto,
de tantas persecuciones como padecié en Espafia, pues el famoso sermén
guadalupano,? causante de todo, no tiene otra explicacién que el desenfrenado
deseo de originalidad que lo consumia. Para el padre Mier este sermén y el
proceso eclesidstico a que dio lugar, fueron una obsesién de toda la vida. En
casi todos los escritos vuelve sobre el asunto con infatigable reiteracién, y
siempre anduvo muy empefiado, de acuerdo con la pasién dominante de su
cardcter, en convencer a sus lectores de que la verdadera y tinica razén de
la persecucién que sufrid por parte del arzobispo Nufiez de Haro era la envi-
dia que despertaban, entre los espafoles eurcpeos radicados en México, la
gran reputacién y fama que habia adquiride como orador sagrado, siendo,
como era, un criollo nacido en México,’ Nunca estuvo dispuesto a admitir la
gravedad y el alcance del tremcbundo escdndalo que provecd al impugnar
desde el pulpito la aceptada tradicién de la apaticién del Tepeyac,’ y si bien
hoy puede parecernos muy excesivo ef tigor con que fue tratado, la explica-
cién que él mismo sugiere, tan halagitefia a su vanidad, no es del todo acep-
table. Sin querer restarle méritos al padre Mier, puede afirmarse que su afan
de exhibicionismo es la clave para comprender la mayoria de sus actos y la
explicacién del tono de toda su vida. Liegé a tanto, que hasta en ocasién de
recibir el yidtico, doce dias antes de su muerte, el padre Mier repartid perso-
nalmente entre sus amigos y los altos funcionarios del gobierno unas esque-
las invitando a la ceremonia, ocasién que no desperdicid para pronunciar un
discurso acerca de si mismo, Extraordinariamente vanidoso, ello fue su sostén
durante tantos afios de adversidad como conocidé. Pese a su acendrado repu-
blicanismo, fue siempre el padre Mier muy puntillosa en asunto tocante a
su ascendencia aristocratica. “Mi familia, dice, pertenece a la nobleza mag-
naticia de Espafia, pues los duques de Altamita y de Granada son de mi
casa, y la de Miofio, con quienes ahora esta enlazada, también disputa la
grandeza”. No menos se jactaba de su ascendencia por el lado materne que
hacia Uegar a Cuauhtémoc, de tal manera que en varias ocasiones expresé la
opinién de que en caso de restablecerse el Impcrio Mexicano, & podria alegar
detecho pata ocupar el trone.2 No obstante las persecuciones que sufrié a
manos de la Inquisicién y de las autoridades eclesidsticas, jamas renegd de
la fe en que nacié, ni Ilegé nunca a excusar la sumisién que como catélico
debia al sumo pontifice. Sin embargo, de la aversi6n que sentia por el lujo
y de Ja simpatfa con que vefa la simplicidad de los habitos republicanos, siem-
pre se mostré muy celoso del respeto y tratamiento debidos a sus titulos aca-
démicos, asi como del reconocimiento de las prerrogativas que le correspondian
como prelado doméstico del papa, y muy particularmente la de vestirse de
xun modo semejante a los obispos. Hasta donde es posible afirmarlo, fue el
padre Mier insensible a las centaciones de la riqueza y del amor. Todos sus
biégrafos coinciden en esto. No se le comoce ninguna aventura amorosa, y
a pesar de sus opiniones adversas al celibato del clero, rechazé una ventajosa
oferta de matrimonio que, estando en Bayona, le hicieron los judfos con
quienes habia establecido estrechos vinculos de amistad. La Inquisicién hizo
desesperados pero vanos esfuerzos por demostrar que el padre Mier trafa
consigo una mujet conocida por el nombre de “Madame la Marque, o la
Marre” ceando vino en la expedicién de Mina. Por lo visto las mujeres no
existian para él; y, sin embargo, en un pérrafo desconcertante de una carta
escrita desde Norfolk, Virginia, dice que junto con Mina ird de paseo a
Filadelfia y Nueva York, “donde estén Jas bellezas mejores que las de Londres,
dicen, por su pie més pequefio, cuerpo y andar més gracioso y elegante”. Lo
gue alli pasd, avetigielo el diablo.
Dotado de facil palabra, mordaz, erudito, inteligente y deslenguado, siem-
pre supo cautivar ja atencién de sus oyentes. Escribir fue su ccupacidn pre-
dilecta; pero, aventurero inquieto, mds de ocasién que por aficién, su obra
entera se resiente de falta de unidad. La inttil reiteracién, el desorden, la
inexactitud y el yo constante, son las notas negtas de sus escritos. No por
eso se menosprecien. Su obra es admirable; el estilo es original y vigoxoso,
y toda ella, animada de Ja apasionada personalidad de su autor, estd Mena
de atisbes certeros y hallazgos felices. El padre Mier es lectura imprescindi-
ble para quien aspire a conocer de raiz el origen, los antecedentes y las solu-
ciones de ese gran vuelco histérico que fue la independencia politica de las
posesiones espaiiolas de América; y mds imprescindible atin pata quien se
interese por conocer los problemas que en raudal les salieron al paso a aque-
Iios incipientes republicanos, tan sinceros como alucinados. Pero por encima
de todo, haciéndonos olvidar excentricidades y pequefias vanidades, se destaca
en la vida del padre Mier su preocupacién mds pura, apasionada y perma-
nente, que fue ver realizada y segura la independencia de América. Mal que
bien, expuso la persona al servicio de esa causa, y a ella le dedicd sus mejores
afanes y el vigor de su talento. No por eso odié a Espafia. “Yo soy hijo
de espafoles”, nos dice en su Manifiesto Apolagético, “no los aborrezco sino
en cuanto opresores”. El padre Las Casas fue su idolo, objeto ilustre de su
etnulacién, Como capelldn castrense se distinguié en la Peninsula en la guerra
contra la invasidén mapoleénica, mereciendo el elogio de sus superiores. Ad-
mité y temié a Inglaterra; temid y admiré a los angloamericanos. Amé la
repiblica y odié la monarquia. Fue campedn del sistema republicano centra-
lista, y perdid para México la batalla; la mds significativa de cuantas librd
en su tumultuosa vida. Enfatigable, sirvid a la patria hasta sus uilcimos dias
y, como dice Alfonso Reyes “rodeado de la gratitud nacional, servido —en
palacio—— por la tolerancia y el amor, padtino de la libertad y abuelo del
pueblo” murié a los sesenta y cuatro afios, el dia 3 de diciembre de 1827/°
XIIJ
“mi historia es apologética, y Ja he eserito pata
impugnar a un hombre.” Historte, Préloge
EL HISTORIADOR
Dr MaNoO DEL PADRE Mier nos han llegado numerosos escritos. Hay sermo-
nes y discursos, ensayos, memotias y manifiestos, cartas y borradores, sin
que esté del todo ausente [a poesia, més bien de ocasién y de no muchos
quilates. Como mds formal y ambiciosa, se destaca entre todas sus obras la
celebrada Historia de la Revolucion de ta Nucva Espafa, publicada en Lon-
dres, donde la acabé de escribir en el afio de 1813 bajo el seudénime de
José Guerra. A juzgar por esto, dirfase que al padre Mier lo tentaron muy
diversos campos donde ejercitar su talento, o por lo menos que dividié su
atencién entre la politica especulativa y practica y la historia. Pero, vista de
cerca su obra, la verdad es que en toda ella no hay sino esencialmente dos
cosas: autobjografia con no pocas exageraciones, imprecisiones y disimulos,
y politica con no paca palinodia. La Historia de la Revolucién de la Nueva
Espaia, que podr{a aducirse como prueba en contra de la anterior afitma-
cidn, no es, ni para el mismo padre Mier, historia en el sentido mds propio
de Ia palabra. En el prdlogo del libro nos dice que Ja misién del historiador
es “dar la nata de su saber, haciendo sdlo remisiones a fuentes conocidas, y
ocupéndose del orden, propiedad y belleza de la expresién con que haga al
lector agradable la historia al mismo tiempo que Je instruya”, pero que esto
solamente puede hacerse “cuando pasado el choque de los intereses y pat-
tidos, se cree el historiador libre de parcialidad y sospecha”.’ No era cier-
tamente ése el caso en que se encontraba Mier; él escribe otra cosa, esctibe
lo que, inspirado en Las Casas, llama “historia apologética” y que nosotros
podemos traducir por politica. Su Historia es ante todo un alegato en pro
de Ia independencia de América, inspirado y fundado en los brotes de rebel-
dia en las colonias de ultramar que por todas partes se multiplicaban y se
extendian; y es también una exposicién dirigida al pueblo inglés (a cuyo
efecto afiadid Mier para mayor claridad el libro XIV), con el objeto de in-
formarles acerca del “verdadero estado de la cuestidn” entre los espafioles
y sus colonos ameticanos, y de justificar fos anhelos libertarios de éstos, Arre-
mete contra el despotismo mondrquico espafiol y contra los prelados ¢ inqui-
sidotes, a quienes consideraba como los instrumentos principales de aquél, sin
perder la ocasién que le brindaba el libro para, segtin dice, “soltarles al paso
algunas r4fagas de luz, y oponer a los rayos espirituales algunas barras eléc-
tricas”. El titule del {libro invita, pues, al engafio, Comparada esta Historia,
que Lorenzo de Zavala califica injustamente de “escrito indigesto” * con
obras histéricas de algunos ilustres contempordneos suyos, como son el Cue-
dro Histérico de Bustamante y mejor ein la Historia y las Disertaciones de
Alaméan, fa difetencia de intencién es notoria, sin que esto quiera decir, na-
turalmente, que la Historia escrita por el padre Mier, asi como el resto de sus
XILobtas, no sean, para nosotros, documentos histéricos de primera importancia,
Y de paso conviene aqui advertir el interés que tiene para la teoria de la
historia este libro del padre Mier, considerado como un ejemplo de Ja his-
toria convertida en arma politica a favor de uma causa determinada.
Quizd sean mejores titulos para incluir al padre Mier en el catélogo de
historiadores, en un sentide més estricto de la palabra, las Cartas que escribid
al cronista Juan Bautista Mufioz sobre la tradicién de la aparicién de la Vir-
gen de Guadalupe y otros pequefios escritos.” Pero si bien es cierto que por
este lado gana el padre Mier en cuanto a puridad en la intencién, no es menos
cierto que pierde por le que toca al valor de los resultados. Porque entre toda
la bibliografia histérica mexicana sera dificil encontrar algo que, en orden de
disparates, extravagancia y absurdos pueda igualdrsele. La tesis sostenida con
un acaloramiento digno de mejor causa es que la imagen guadalupana vene-
rada en su Colegiata de México no tenfa el origen que le atribuye Ja tradi-
cidn aceptada y de todos conocida, sino que remonta a una antigiiedad mucho
més alta y que procede, ni mas ni menos, de una supuesta reunién de tierras
de México entre la Virgen Marfa en persona y el apdstol Santo Toméas. Al
santo se le convierte en el Quetzalcdatl de la mitologia indigena y la supuesta
tilma de Juan Diego no es tal tilma, sino la capa que en aquel remoto enton-
ces usaba el apdstol. Y aqui de las etimologfas torturadas, de las presunciones
pelijaladas y de las pruebas negativas. Empefio que no tiene ni fa excusa de
originalidad. Mier se inspiré en un escrito de un licenciado medio chiflado,
llamado Borunda, que tampoco puede reclamar la paternidad de la teoria,
porque no faltan otros mas antiguos, y no son pocos, qué s€ constituyeron en
adalides, si no de todo el tejido de extravagancias, si de su cimiento, o sea
de la identificacién del apéstol con Quetzalcéatl. Entre éstos, mucho me temo
que habr4 que incluir a Calancha, a Veytia y a ouestro don Carlos de Si-
giienza y Géngora.” Pero en el caso del padre Mier este tema guadalupano
no es, tampoco, una preccupacién puramente de historiador. Fue, primero,
la causa de su destierro y pretexto de persecuciones; por eso, mds tarde se le
cotvittié en el centro de una obsesién que no le abandomaté nunca. Ast lo
atestiguan su Casta de despedida a los mexicanos (1820); la incorregible rein-
cidencia del tema en todos sus escritos, y su postrer discurso, el que, con
ocasién de recibir el vidtico, pronuncié para defenderse, entre otras cosas, de
la acusacién de antiguadalupano. Para el padre Mier se trata, ante todo,
de un tema autobiogréfico, y nada podia ser mds de su agrado.
Si no fuera pteciso abandonar la consideracién de la personalidad del
padre Mier desde el punto de vista de histotiador para dirigirla hacia su perfil
politico, el mas interesante de todos, deberia emprenderse aqui un andlisis
de su obra en conexidn con dos grandes corrientes historiogrdficas relativas
a América que privaban entonces y atin existen, a saber: Ja condenacién de-
finitiva de Ja accién espafiola en el Nuevo Mundo, y lo que en otra ocasién
he Tamado la “calumnia de América." que consiste en una visién europea
radical y ahsolutamente adversa a América, y que inspird, en su dia, impor-
tantisimas obras histdricas y filoséficas de aleance tan insospechado como de-
cisivo. Pero debo conformarme por ahora con dejar apuntado el sugestivo
tema, con la indicacién de que el padre Mier se suma a la primera de las
XIIIdos tendencias sefialadas y se opone con ejemplar violencia a la segunda,
constituyéndose, de ese modo, en uno de los més ilustres representantes de
una postura que podriamos Hamar la “americana”. situada entte la espatiola,
por una parte, y la del resto de Europa, por otra, Quede el desarrollo de todo
esto para ocasién mds propicia.".
Ii
“Es imposible ser onza de oro para agtadat a todos.”
(Carta a Cant, 5 de agosto 1823.)
EL CAMPEON DE LA INDEPENDENCIA
VISTAS CON LA PERSPECTIVA de toda una vida, las opiniones de un hombre
constituyen un largo proceso cuyos extremos 0 puntos intermedios frecuente-
mente se hallan en oposicién, Hay que desconfiar siempre de las reducciones
demasiado simplistas, de las etiquetas con que el historiador propende a ar-
chivar a los hombres del pasado. Seria, pues, tan intitil como efigaitoso. tratar
de encerrar en una férmula wnica, intemporal, el pensamiento politico del
padre Mier, Decir sin mas ni més, como se dice, que el padre Mier fue “cen-
tralista", es tanto como no entenderlo a fuerza de mutilarlo. Sea pues nuestro
intento reconstruir a grandes saltos el proceso de su pensamiento, tan com-
plejo como apasionado. No quiere esto decir, sin embargo, que falte un eje
central a su ideario, 0 mejor dicho, que falte una preecupacién dominante
en su vida. Fue ella la independencia de las posesiones espafiolas de América
y particularmente Ia de Nueva Espaiia. Estando preso por orden de Iturbide,
e] juez instructor de la causa le preguntd cud! habfa sido su opinién sobre
la mejor forma de gobierno, a lo que contests que habia sido varia; que
ptimero estuvo por la monarquia moderada semejante a la de Inglaterra;
después por [a forma republicana, convencido vor el ejeraplo y por la pros-
petidad de los Estados Unidos; pero que su empefio siempre fue la indepen-
dencia. Es decir, lo decisivo para él no era la forma de gobierno, lo decisivo
era lograr y consolidar Ja separacién y autonomia volitica de tas antiguas
colonias, Desde la epoca en que fue destettado ya sentia, como tantos otros,
la injusticia del favoritismo por parte del gobierno respecto a los espafioles
europeos, tan lesivo a los intereses de los criollos. Pero seguramente lo que
Jo decidié a abrazar la causa de la insurgencia, fue el haber visto muy de
cerca y con asombrosa claridad los wrbios manejos en las Cortes de Cédiz
en jo tocante a la representacién de ultramar. Comprendid que todo era una
farsa y que Espafia ni estaba dispuesta a conceder la anhelada paridad poli-
tea, ni tampoco iba a abandonar su posicién tradicional, tan opuesta a los
ideales liberales y progresistas que predominaban en el ambiente éutopeo
de la época.
xIVSus primeros escritos politicos, las dos extensas Cartas de un Americano,
contienen Ja critica de los propdésitos que animaron a las Cortes de Cadiz y
especialmente de los métedos empleados para hacer nugatorias las gestiones
de la representacién americana. Contienen la critica de la Coustituctén de la
Monarquia Espaaola de 1812.
El padre Mier, como muchos coniempordneos suyos, habia alimentado la
esperanza de que Espafia comprenderia la verdadera situacién de las colonias
y les concederia lo que en oposicidn a la independencia absoluta, podria Ila-
marse una independencia relativa. Es decir, que Espafia accederia de gtado
y hasta por propio interés a que hubiese cierta autonomia gubernamental
interna en América y sobre todo que existiese libertad de desarrollo econd-
mico y comercial. Se trataba de una separacién que era una nueva unidn para
formar, en vez del viejo imperio, una comunidad de naciones estrechamente
ligadas por intereses y tradiciones comunes.! Sin duda ésa era la solucién
correcta para todos; pero los hombres en cuyas matios estuve la decisién no
pudieron verlo asi.
La Constitucién de 1812, que fue la expresién del esfuerzo que hizo Es-
pafia por estructurarse politicamente de acuerdo con las ideas Siberales de la
época, no satisfizo a nadie, y menos a los americanos. Pese a sus méritos
indiscutibles no dejaba de ser letra muerta para América y en definitiva una
componenda que sancionaba los males que habia querido remediar. El padre
Mier, en la Segunda Carta de un Americano, emprende su minuciosa y certera
critica. No hay divisién de poderes, porque falta el equilibrio para mantener-
la: el rey, érbitro de la concesién de empleos y duefios de Ja fuerza, puede
convertirse cuando quiera en un tirano; el poder judicial seré su primer es-
clave: la permanente de Cortes esta privada de toda autoridad efectiva; el
Consejo de Estado es hechura del rey; Ia maneta presctita para que América
esté representada es una farsa. En definitiva, la Constitucién de 1812 no
contiene ningdin cambio sustancial; bajo ella América padeceria largos afios
de despotismo. Se impone un temedio, el tinico, ineludible, la independencia
absoluta. No se trata de una idea irrealizable. E] padre Mier pudo sefialar,
lleno de jubilo, a lo “estatuide por los legisladores y la Constitucién de Ve-
nezuela”. La Segunda Carta de un Americano, es el alegato del padre Mier a
favor de la independencia absoluta en la polémica contra la idea de la inde-
pendencia relative. El famoso Blanco White, a quicn va dirigida la Carta,
habia escrito en pro de esta solucién. “Los americanos —decia— son imptu-
dentes si declaran la independencia; sin ella pucden prosperar de mi! ma-
neras. Pudieran reconocer a Fernando WII y tener congresos propios; pudie-
tan mandar sus diputados a las cortes de Espaiia, contentdndose con el influjo
que en su policia interior debieron tener los Ayuntamientos.” En fin, se
podrian encontrar modos que aseguren a fos americanos “la posesién de la
esencia de la libertad, la cual se iria perfeccionando con el tiempo, y al fin
los haria capaces de la absoluta independencia, siguiendo ef curso inevitable
de las cosas”. Blanco White piensa, ademds, que la independencia relativa es
el camino més expedito para obtener de un modo inmediato los beneficios
que pretenden las colonias, sin riesgo para ellas. Mier contesta que todo eso
es quizé cierto, pero que en realidad es una pura ilusién, porque ya se habia
RYentendido y se habfa visto que Espaiia no estaba dispuesta a conceder nada.
Sin duda la proclamacién de la independencia absoluta tenia graves inconve-
nientes y riesgos; costatia rios de sangre; Mier lo geconoce; pero también
comprende que es la uinica salida. Ya no habla remedio; era necesario seguir
adelante, Fue el desengafio y no el peso de razones de orden doctrinal lo
que, como a tantos otros, hizo que el padre Mier abrazara la causa de la insur-
gencia y del separatismo absoluto.
ilndependencia absoluta! La idea era atrevida. Los Estados Unidos esta-
ban aillf con su prosperidad asombrosa, como un ejemplo ilustre y alentador;
pero los notteameticanos eran ingleses y estaban acostumbrados a practicas
politicas desconocidas para los indianos. Precisaba, pues, fundar la tesis de
la independencia absoluta del mundo hispanoamericano y al mismo tiempo
destruir para siempre los supuestos titulos en que Espafia cimentaba su domi-
nacién colonial. En las Cartas, en la Historia y postetiormente en ottos escri«
tos, el padre Mier se enfrenta a esta doble tarea. América, dice, es de los
americanos. “Hemos nacido en ella y ése es el derecho natural de los pue-
blos.” La naturaleza esté del lado de la emancipacién. Asi acontece siempre
con los individuos de todas las especies, y los pueblos no forman excepcién
a esa regla general. “La cuestién sobre la independencia de las colonias no
es una cuestién de orden politico, sino de orden natural.” * He ahi el fun-
damento indestructible de la emancipacién. Pero équé derechos puede alegar
Espafia para justificar su domiaacion? Ninguno. El haber sido descubrido-
tes; el haber Ilevado la cultura y la civilizacién al otto lado del océano: la
cesi6n que la Silla Apestdlica hizo a favor de la corana. Todo ello, segtin
Mier, constituye ui gigantesco edificio de falacias, mentiras y crimenes. Mucho
menos puede invocarse como titulo para justificar la opresién Ia predicacién
evangélica. Espafia siempre ha carecide de titulo justo, y si se concede que
alguna vez lo tuvo, los excesos cometidos por los conquistadores y los colonos
y la mala te de los gobernantes lo ha invalidado.
Quedan, pues, justificadas las pretensiones de los pueblos americanos para
separarse de la metrépoli. Peto hay, ademés, otras razones poderosas que
Dios mismo estd favoreciendo con el hecho de haber puesto uh inmenso
ocdano entre Europa y Amética. Geograficamente América est4 séparada de
Europa; los intereses son distintos. Los pueblos del Viejo Mundo arrastran
a los del Nuevo en guetras costosas y continuas que no son las suyas ni le
interesan. La felicidad de América, dice Mier, como dird mds tarde cualquier
senador aislacionista norteameticano, consiste en permanecer neutral. Pero
no sdlo eso. Respecto a Espafia la separacién es particularmente conveniente,
porque Espaiia es un pais atrasado, un pais dominado por la ignorancia, un
pais que carcce de fabricas y de industrias. Espafia es un pesadisimo lastre
pata América; un pais que sélo ha podide vivir a costa de sus colonias; sin
ellas, Espaiia habria desaparecido como nacién. E] padre Mier est4 alucinado
por las ideas progresistas y liberales de entonces que dia a dia iban entregando
a los anglosajones el mando del mundo, con Inglaterra a la cabeza.
Y aqui es donde encontramos, como cimiento jurfdico de toda la argu-
mentacién del padre Mier, una doctrina que le fue muy cara. Sostuvo, inspi-
tado en cierta forma por su fdolo el padre Las Casas. que las pueblos de
XVIAmérica tenfan con los reyes de Espaiia un pacto antiguo explicitado en las
Leyes de Indias, mediante el cual ningtin pueblo americano era, propiamente
hablando, una colonia de Espafia, sino su igual, y que, por eso, estaban en
libertad de gobernarse como mejor les pareciere y mejor conviniere a su ptos-
petidad y felicidad. Es decir, que podian gobernarse independientemente si
asi lo estimaban necesario, y que ése era ahora el caso. A ese pacto {lamaba
el padre Mier Ja “Constitucién de América”, sa Magna Carta. A su explica-
cién le dedicé mucho esfuerzo, muchas paginas de minuciosa argumentacién
y erudicién. Tal es el tema central del Libro XIV de la Historia y en parte
de la Memoria Politico-Instructiva. No parece infundado suponer que el
origen de esta idea debe buscarse en el pensamiento de Las Casas y més
inmediatamente en el contagio del ambiente politico de Inglaterra donde escri-
bid el padre Mier sus primeros escritos polémicos en pro de la indepet-
dencia.
En estrecha relacién con la idea, con la justificacién y con la obligatorie-
dad de la independencia absoluta, el padre Mier hizo suyo otro pensamiento
gue lo suma a los precursores de la unidad continental. Sostuve, como coro-
latio de la independencia, la necesidad de la m4s {ntima unién entre los pue-
blos de América. “Seremos libres si estamos unidos.” “Salga de entre nosotros
la manzana de Ja discordia.” Pero no predica una amistad mds 0 menos estre-
cha; se trata de darle al continente hispanoamericano una estructura politica
pata formar un coloso capaz de enfrentarse con éxito a toda agresi6n y que
ademés impidiese toda discordia interna. Al principio, concibe la creacién
de un congreso que seria el 4rbitro de la guerra y de la paz en todo el conti-
nente, sin que se decida acerca de la forma de gobierno que convenia adoptar
en América. Mas tarde, estando ya en los Estados Unidos, contagiado esta
vez por el ambiente republicano, pedird que la unién continental se esta-
blezca mediante la formacién de tres grandes republicas que podrian ser
federaciones, aunque este sistema nunca fue completamente de su agrado.
Pero cualquiera que fuere la solucién de detalle, lo capital, lo decisivo, era
la unién; sin ésta, pensaba Micr, la independencia era ilusotia: carecia de
firmeza y garantias.
Motivo de vacilacién y mudanza fue para el padre Mier Je sclucién al
problema de cuél seria la forma de gobierno més conveniente para la América
desuncida ya del trono espaiiol. Hemos visto eémo en un principio creyé en
la posibilidad de mantener, por medic de Ja independencia relativa, la unidad
de Ia monarquia espafiola con las Indias. Pero una vez que abrazé el pat-
tido de Ja independencia absoluta, el problema se le presenté en la forma
de una disyuntiva: se preguntaba, indeciso, si convendria reptiblica o mo-
narguia. Al escribir la Historia estando bajo el influjo de la admiracién que
sentia por Inglaterra, amonestaba a tas colonias contra los peligros de la
alucinacién que producia el ejemplo de Norteamérica. Era, segin Mier, un
ejemplo sumamente engafioso, un canto de sirenas. “No clavéis los ojos de-
masiado en la Constitucién de Norteamérica —decfa—; no se sabe atin si
podrén subsistir’; adem4s, los norteamericanos son distintos, son ingleses
acostumbrados al ejercicio de los derechos politicos anejos a las delibera-
ciones de asambleas libres, y lo que a ellos les conviene, bien puede ser de
XVII