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Castellani y nosotros

Eduardo B. M. Allegri

Al cumplirse 1.600 años del nacimiento del Padre de la Iglesia africano, en 1954, el P. Castellani
dictó unas lecciones sobre san Agustín, primero en marzo, en Tucumán, y ese mismo año en el
Teatro del Pueblo, en Buenos Aires. Con el tiempo, se recuperaron los textos de esas conferencias y
se publicaron en el año 2000 bajo el título San Agustín y nosotros.

Dicho esto, parece bastante claro el intento de un servidor de valerse de ese título para nombrar
estas reflexiones, y esto por razones que más adelante diré.

En lo que a hoy respecta, Castellani y nosotros es título que contiene dos términos reconocibles
(Castellani es uno, nosotros somos el otro) y a la vez nombra tres problemas. Veamos.

Por lo pronto, Castellani es un problema, así como estimo que nosotros somos un problema, aunque
por razones distintas. La juntura de ambos términos, a su vez, y puestas las dos realidades en
relación, es un tercer asunto problemático.

Todo eso junto es el tema de estas disquisiciones.

* * *

La del Padre Leonardo Castellani es una vida problemática, es problemática su trayectoria, son
problemáticas sus obras como es problemático su talante y hasta sus enseñanzas lo son de a ratos.
Con sus más y sus menos, nada de todo eso es inédito.

Pero hay que decir que problema es aquí un término que conviene entender con cautela. Un
problema, dicho en vulgar, es algo a la vez difícil y habitualmente incómodo y no muy agradable.
Pero no hay que entender la cuestión problemática de Castellani en vulgar, porque él no fue un
hombre común y corriente. Lo que, dicho sea también, siempre es un problema. Los hombres
singulares suelen ser un problema en términos generales.

Eso ya debería darnos la pista y servirnos de advertencia: Castellani resulta problemático, al menos,
porque es un hombre singular. Pero es verdad que la singularidad limita exteriormente con la
excentricidad. Los hombres singulares son distintos, se distinguen, y con frecuencia esa distinción
los hace aparecer raros ante nuestra mirada de hombres comunes. Y raros es casi como excéntricos,
aunque no es lo mismo.

No todos los hombres se arrojan sobre una planta llena de espinas cuando los acomete una tentación
de la carne, que puede ser incluso la tentación de la vanidad o del orgullo. Cuando san Francisco de
Asís lo hace me parece propio suyo y casi esperable en él, porque él es san Francisco y yo no. Él es
un hombre distinto de los hombres comunes, es singular. Y en alguna medida, los hombres
singulares tienen habitualmente su propia norma y ley, sin necesidad de violar la ley y las normas.
Al menos, las de Dios. Y esto siempre es un problema para la generalidad de los hombres.

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Antígona, si se me permite nombrarla, es el caso de alguien que no viola la ley... divina, pero le crea
un problema a todos los demás que esperarían que se atuviera a la ley humana, aunque esa ley sea
inicua o injusta. Hamlet está loco a la vista de casi todos, porque todos tiene un motivo para hacer
como que aquí no ha pasado nada. Menos el padre de Hamlet, que le pide que haga justicia sobre
una injusticia. Y Hamlet obedece a su padre. Algo parecido se piensa de Quijote, que, con una
mirada que a muchos parece estrafalaria, ve lo que otros no.

Un ejemplo más. No a todos los generales se les ocurre cruzar a caballo y a pie los Andes con un
ejército enorme y toda su impedimenta y no bien llegar al otro lado lanzarse a las batallas. Y si es
posible que se le ocurra a varios, no todos lo harán. Salvo que el general sea singular. Lo cual le
creará más de un problema a los demás generales que no sean singulares sino generales del montón,
esto es, generales generales.

En suma, y dejando hablar a la etimología, problema (del gr. pro – blema, de la misma raíz que
ballein, arrojar, poner por delante) significa asunto que se nos pone por delante y que hay que
dilucidar.

Por lo pronto, y en ese preciso y académico sentido, Castellani es un problema: un asunto que se
nos pone por delante y que debemos dilucidar. Y porque no es fácil dilucidarlo, siempre ha sido un
problema abordar ese problema que llamamos Castellani.

Y de un modo u otro siempre lo fue para cuatro ámbitos que importan: lo fue para la Compañía de
Jesús, lo fue para la Iglesia católica argentina (y en parte la universal), lo fue para la academia y la
cultura argentinas en general y lo fue para la política argentina, incluido el nacionalismo católico
argentino.

Ahora bien, en la medida en que miramos a Castellani y nos miramos en él, y en la medida en que
tenemos una relación íntima con al menos tres de esos ámbitos, Castellani también es un problema
para nosotros: algo que se nos presenta adelante y debemos dilucidar. Y, en buena medida, que
podamos dilucidar ese problema explicará de algún modo quiénes somos nosotros, no solamente en
relación con ese problema que es Castellani, sino por nosotros mismos. De algún modo, Castellani
nos mide. Y poder -o no poder- dilucidarlo, también.

En este punto, una advertencia no estaría de más: Castellani está muy cerca. Tal vez demasiado. Y
así como las cosas que están muy lejos son difíciles de distinguir, también lo son las que están muy
cerca. Tal vez es necesaria la perspectiva de los años, tal vez nos queda contemplar y meditar a
Castellani, rumiarlo, entrar más hondo en él. Y que él entre más hondamente en nosotros. Porque si,
para conocer, nuestra inteligencia debe hacerse de algún modo lo conocido, tal vez falte aún
hacernos Castellani, más que castellanianos, para realmente conocerlo. Y hacernos Castellani no
significa comprarnos una boina o un cinto negro y ancho -si es de policía, mejor- o andar en bata
por el Parque Lezama. No es una mímesis servil la que nos hará Castellani.

Como quiera que fuere, y para ver de solventar estas afirmaciones anteriores, hay que tratar de decir
brevemente por qué fue un problema para cada una de esas instancias que se han mencionado.

* * *

Como no es el asunto principal de estas líneas, no es necesario hacer un pormenor de las relaciones
de Castellani con la Compañía de Jesús, a la que perteneció durante casi la mitad de su vida, si

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contamos desde su ingreso al colegio de la Inmaculada de Santa Fe hasta su expulsión de la orden
en 1949.

En tren de confrontar problemas, bastaría decir que cierta cualidad intelectual y espiritual de
Castellani se daba de patadas con el talante de la Compañía, al menos el talante que Castellani le
conoció en sus días. Lo cierto es que hay siempre conflictos cuando entra en juego la singularidad.

Dos asuntos creo que son relevantes a este respecto: la creatividad y la obediencia. En la Compañía,
la obediencia no es un asunto cualquiera. Podrá tener la categoría de carisma propio, de voto, pero
la obediencia es también allí un espíritu paradigmático y una pragmática. No hace falta ser muy
perspicaz para advertir que un espíritu creativo, intuitivo, existencial y dinámico, es siempre difícil
de someter, siquiera de bien llevar. Y menos se lo podrá llevar bien, si no hay buenos llevadores. Si
se sostiene que Castellani era mal llevado, habrá que admitir que la expresión tiene dos sentidos: él
era difícil de llevar y lo llevaban mal.

Suele ponerse el momento de quiebre material de la relación con la Sociedad de Jesús en el episodio
de las elecciones nacionales de febrero de 1946, y esto por la candidatura dizque inconsulta a
diputado en las listas de la Alianza Restauradora Nacionalista. Si fue así, en tal caso sólo fue el
último de una serie de gestos. Lo formal de ese quiebre había germinado antes. De hecho, que era
un espíritu inquieto y talentoso, ya se había revelado en sus tiempos mozos cuando en una
publicación del colegio del Salvador, despuntaron sus fábulas Camperas. Y que ese espíritu había
madurado en la línea de su misma naturaleza tan peculiar lo muestra por ejemplo su testimonio de
una breve conversación en 1935, momento en el que está volviendo en barco al país, ya sacerdote
ordenado en Roma al empezar los años '30. Una conversación aquella en la que el asunto era, entre
otras cosas, si había que seguir la versión canónica de los estudios en la Compañía, es decir
básicamente según Francisco Suárez y a través de los manuales, o si había que leer directamente a
las fuentes, por ejemplo a Santo Tomás. Se sabe cuál de ambas fue la vertiente que prefirió. Pero es
el caso que su preferencia daba un puntapié de lleno en el panteón de la Compañía. Y no solamente
por lo material (con cuáles textos se forma un sacerdote) sino por lo formal (a usted quién le pidió
opinión...)

La libertad de plantearlo y de ejercer su inteligencia y criterio es vertebral en el temperamento de


Castellani. Pero sería simplificar la cuestión decir que su temperamento fue la causa de este
problema. De hecho, la Compañía lo eligió para formarse en Europa, por sus cualidades
intelectuales manifiestas aunque no estuvo dispuesta a aceptar lo producido por esas cualidades.

Lo he referido en más de una ocasión, pero viene otra vez a cuento. Y es un cuento que me contó mi
padre, que fue su alumno en el seminario menor de Villa Devoto por aquella década de 1930.

En las clases, los jesuitas ordenaban tener las puertas abiertas. Castellani acostumbraba a cerrarlas.
El bedel, otro sacerdote, con insistencia y cortesía abría la puerta, le recordaba la comanda con
simpatía, pero también se quedaba cerca vigilando, seguro de que tendría que volver a intervenir.
Entonces, Castellani apoyaba su espalda en el canto de la puerta y se balanceaba peligrosamente en
esa posición. Supongo que el bedel tendría nervios de acero, de otro modo hubiera sucumbido al
vaivén, viendo cómo casi se cerraba para volver a abrirse. Mi padre decía que ellos, los alumnos, se
entusiasmaban esperando que Castellani perdiera el equilibrio en el bamboleo, cosa que,
atestiguaba, él nunca vio que pasara.

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Para cuando llega la expulsión de la Compañía, más de 10 años después, tal vez lo único que
efectivamente ocurrió es que, como ya se dijo, florecía una semilla que había germinado bastante
tiempo antes.

Internamente, los jesuitas tenían -no sé ahora- la costumbre de referirse por escrito a los miembros
de la Compañía llamándolos “los NN”, que quiere decir “los Nuestros”. Y resulta que parece que
Castellani no era uno de los NN, malgrado de él mismo que llegó a descubrirlo pagando de su
bolsillo. No solamente no era uno de los NN, sino que parece que no estaba diseñado para serlo. La
Compañía fue el revulsivo que sacó a la luz esa verdad que siempre fue ácida para él. Con las
consecuencias que eso supuso.

* * *

El amor de Castellani por su Madre, la Iglesia, nuestra Madre, no puede negarse. De hecho, sufría
por ella, como por sus otros amores -sí, también por la Compañía de san Ignacio...-: y sufría por la
Patria, como sufría por la cultura en un sentido que ya diremos. Pero la Iglesia era un amor
encarnado que nunca cejó, aunque ese amor tuvo largas noches oscuras e insomnes y tormentas
desangeladas en el corazón de Castellani, como sufre el corazón del enamorado por la suerte de su
Amada.

Podría decirse que para amar, y guerrear, a la Iglesia, pero no hiriendo a ella sino guerreando a sus
hijos, Castellani más que la perspectiva de un cristiano, tomó la perspectiva del mismo Cristo. De
allí que la clave para entender su mirada haya que buscarla en el quicio del fariseismo. Siguiendo la
línea de su admirado Kierkegaard, de entre los tipos humanos a Castellani le cabría el estadio del
hombre religioso y esto significa que mide con medida divina las cosas humanas y divinas, bien que
siendo un hombre y sabiéndose tal. Un hombre en el estadio religioso es lo opuesto a un fariseo, que
es una falsificación del hombre religioso. Kierkegaard dice también que la compañía permanente
del hombre religioso es el sufrimiento.

La lista de las obras de nuestro autor tienen suficiente cantidad de ejemplos y no vamos a ocupar
nuestro tiempo ahora haciendo un catálogo. Valga como una señal el volumen Cristo y los fariseos
que se publicó en ocasión del centenario de su nacimiento, en 1999, que compendia escritos
diversos, todos densos y tensos, cuya escena trágica de fondo es el combate de Cristo con los
fariseos.

Pero el contenido del libro sirve también para entender su combate con la Compañía misma, porque
en el ánimo y la visión de Castellani, como en su experiencia, ambas, la Compañía y la Iglesia,
están superpuestas. Creo que es un acierto haber recopilado también las cuatro cartas que Castellani
dirigiera a los profesos de la provincia jesuita argentina, y que tenía terminadas en 1946, tratan
sobre los votos y el gobierno de la Compañía. Esas Cartas, se dice, y la intención de publicarlas,
irritaron a los mandamases de los jesuitas (y también a algunos más) y se atribuye a ello también la
ocasión para su expulsión de la orden. La suspensión de su ministerio sacerdotal, que vino junto, ya
no es solamente cuestión de la Compañía, como bien se entiende. De hecho no fue la Compañía la
que le restableció la misa y levantó la suspensión, varios años después. Tanto el ensayo núcleo en
Cristo y los fariseos, como las Cartas que lo complementan, fueron escritos en el dolor de aquellos
años finales de la década del '40, verdadera bisagra en su vida espiritual, intelectual y hasta
psicológica. Entiendo que ese dolor era suyo propio en buena medida, como intransferible es todo
dolor personal cuando traspasa nuestra individualidad, pero también me parece a la vez que aquel
fue un dolor como el de Cristo por su pueblo Israel y que así también lo vivió Castellani.

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A simple vista, y no es ninguna novedad, la cronología de su obra es muestra bastante clara de que
su interés intelectual derivó a partir de 1949. Hasta allí, Castellani era -aunque siempre singular- un
intelectual diríamos que profesional, enmarcado incluso en los parámetros de la propia Compañía,
promovido en cierto sentido por ella, como uno de los suyos con dotes destacadas. Literatura,
filosofía y psicología son las áreas que prefiere y a las que más se dedica, antes y durante sus años
en Europa y tras su vuelta al país.

Pero después de 1949, Castellani espera la Parusía, casi excluyentemente y espera al Rey que viene
– como dice en su poema Jauja- más que nada. Y lo espera para sí, para la Iglesia, para la historia de
todo y de todos. Y también para la Compañía.

A partir de allí, como también es patente, aparece en él una marcada inclinación hacia la teología, la
exégesis y comentarios de las Sagradas Escrituras, la predicación, la interpretación y aplicación del
Apocalipsis de san Juan, en forma de exégesis, tanto como de novelas. También hay un notable
incremento de la lírica, género particularmente introspectivo, especialmente la que le suscita su
estancia en Europa y su exilio en Manresa, dentro del período de 1946 y 1949. No abandona sus
otros amores, es verdad, pero ya no compiten profesional o académicamente con su definida y
nueva vocación, casi profética, si no del todo en el ejercicio de la profecía, sí de lleno en su
contemplación.

Tres asuntos se entrelazarán principalmente en esa nueva etapa y casi hasta el final mismo de sus
días: el problema educativo y cultural, el problema religioso y el problema político. Así, los
menciona ya en 1954, precisamente en San Agustín y nosotros. Pero algo diremos sobre esto al
final.

Hay algo más. Alguna vez se ha señalado -y lo he hecho también algunas veces- que ciertos
personajes históricos que Castellani ha elegido como emblema y objeto de interés, tienen un notable
parecido con al menos la percepción que él tiene de sí mismo y del trato que tanto la Compañía
como la Iglesia misma le han dispensado. San Ignacio podría ser el primer caso, pero lo dejo por
ahora.

Su reverencia para con el dominico navarro, Bartolomé Carranza, por ejemplo. Celoso arzobispo
español en Trento contra la Reforma, que habría de ser calumniado y perseguido luego por la
Inquisición española y que escribió ya absuelto estos versitos al final de su vida, obrita de fuerte
sabor castellaniano:

Son hoy muy odiosas


qualesquier verdades
y muy peligrosas
las habilidades
y las necedades
se suelen pagar caro.
El necio callando
parece discreto
y el sabio hablando
se verá en aprieto.
Y será el efeto
de su razonar
acaescerle cosa
que aprende a callar.
Conviene hacerse
el hombre ya mudo,

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y aun entontecerse
el que es más agudo
de tanta calumnia
como hay en hablar:
sólo una pajita
todo un monte prende
y toda palabrita
que el necio no entiende
gran fuego prende;
y, para se apagar,
no hay otro remedio
si no es con callar.

Gil Fernández, L. Panorama social del Humanismo español (1500-1800). Madrid, Tecnos, 1997, 2ª ed. (pág. 452).

Caso similar es el de su afecto a santa Teresa de Jesús, a quien se abraza en sus dolores manresanos
y con quien se identifica en sus sonetos de El libro de las oraciones, sabiendo de los dolores que a
ella le ha causado su singularidad amorosa.

Otro tanto vale para don Jacinto Verdaguer, protagonista real de El ruiseñor fusilado y apenas
encubierto en el drama subsiguiente que se desarrolla en El místico. Sacerdote y poeta también y
finalmente perseguido también por su singularidad y sus dotes contemplativas.

Y es lo mismo en el caso de Søren Kierkegaard, singular luterano que no era lo suficientemente


luterano para los luteranos y que parecía católico en su forma mentis, en su pasión teológica y en su
reacción filosófica ante la liviandad de la filosofía de su tiempo, ante la que se plantó solo e
incomprendido.

Y entre los personajes de ficción (además del transparente Pío Ducadelia y otros), digo que no es
muy distinto de los anteriores personajes reales el caso de su Benjamín Benavides, el protagonista
ermitaño y sabio de su mejor novela-exégesis sobre el fin de los tiempos.

La Iglesia en la Argentina pudo haberlo tratado mejor. En vida, creo que fue más reconocido y
mejor apreciado por muchos que no profesaban su fe, adversarios inclusive. Y de los católicos,
especialmente a partir de 1949, lo tuvieron en cuenta quienes menos -o ningún- lugar ocupaban en
la conducción institucional de la Iglesia. Tampoco recurrieron a él y a sus enseñanzas las
instituciones educativas que dependen de la Iglesia, especialmente las universitarias o los
seminarios.

Tengo edad suficiente y bastantes años en las aulas de colegios, profesorados, seminarios y
universidades católicos, como para recordar que siempre -salvo contadísimas excepciones- hubo
que dar explicaciones si se incluían sus obras en bibliografías académicas. Todavía hoy, a pesar de
haber sido blanqueado para el consumo oficial a partir de los años '90, particularmente por el finado
monseñor Quarracino, Castellani es un autor esquivado, y eso en el caso de que sea conocido.

No hay que descartar tampoco en este ámbito eclesiástico -domicilio propio del fariseísmo- las
envidias y los celos habituales, que son un veneno terrible y que cala hondo, especialmente en
aquellos que atienden la vida del espíritu, intelectual o moralmente.

Envidias, celos y fariseísmo que pueden ser en ocasiones homicidas, como pasó con Nuestro Señor
Jesucristo, con quien, hay que decirlo -y ya lo he dicho- Castellani se identificaba más que con
cualquier otro perseguido.

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* * *

Con varios de estos mismos elementos anteriores en danza, debemos ir al mundo académico,
artístico e intelectual en general. También allí Castellani fue un problema. Aunque, si me preguntan,
diría que fue en esos ámbitos en los que brilló más y mejor su estrella, curiosa paradoja. Porque es
curioso que un autor que hoy llamaríamos políticamente incorrecto en casi todo lo que compuso,
pensó y dijo, merezca el reconocimiento que mereció este sacerdote. En el mundo oficializado del
periodismo, en el mundo académico, en el de la novelística, es difícil que un sacerdote haga fortuna
y fama. Y aquí fortuna quiere decir no dinero sino consideración.

Castellani consiguió ambas cosas pese a ser un sacerdote católico. Más aún. Hay acaso sacerdotes
que logran un lugar expectable en esos ámbitos, pero en general logran figurar a condición de que
hablen un lenguaje admisible para la tópica ambiente o traten materias culturales o políticas que
sean ellas mismas funcionales a un diseño cultural que, para simplificar, llamaré mundano. Esto es:
cuanto menos parezcan, mejor para su fama.

Es difícil que un sacerdote católico de cierta impronta, que abone a cierta corriente de pensamiento,
que sostenga determinadas ideas, que siga a determinados autores, pueda traspasar la capa de grasa
de la academia, del periodismo, de la novelística, y se haga un lugar. Esto, por cierto, no es -ni ha
sido en los últimos casi 150 años- una prebenda de los sacerdotes argentinos. Un laico con esas
mismas características estará en situación similar. Pero, por lo mismo, es más raro que un sacerdote
católico de las características personales e intelectuales de Castellani, llegue a figurar de alguna
manera entre los notables del Olimpo argentino de la cultura.

Pero si esto fue así, si Castellani llegó a ocupar un lugar que aún hoy y aun sus adversarios le
reconocen, nunca fue sin el adjetivo que buscara equilibrar ese reconocimiento. Y por eso, el
adjetivo polémico siempre acompañó al sustantivo propio Castellani. Y polémico, en ese lenguaje,
quiere decir problema.

Tal vez el hecho de que su producción sea tan vasta y que trate materias tan disímiles
(frecuentemente todas mezcladas, como es su estilo singular y sobre el que algo diremos), y que lo
haga con gracia y solvencia, hace que su figura no pueda ser soslayada.

En febrero de 1945, vivía en Villa Devoto todavía, Castellani escribió A modo de prólogo, unas
palabras preliminares para una edición de Decíamos ayer... que debía publicarse en la editorial
Penca en 1946 y no se hizo. Era una colección de artículos publicados en el diario Cabildo, entre
1943 y 1945. El libro terminó apareciendo, más de 20 años después, en Editorial Sudestada en
1968. Castellani en el mismo prólogo que se conservó para la edición de 1968, dice:

“El filósofo, como el médico, no tiene remedio para todas las enfermedades...”, escribíamos
el 26 de septiembre de 1943, por ejemplo. “A veces todo lo que puede dar como solución es
oponerse a las falsas soluciones... Puede con el pensamiento poner obstáculos para retardar
una catástrofe; y a veces debe callarse la boca, porque ve que de todos modos no le van a
hacer caso, y lo van a castigar encima”... La tardanza en ser publicados estos artículos,
debida a que mis amigos nunca tienen plata, ha venido lo más bien, volviéndolos historia
seria de simples (que eran) historietas lacrimosas o humorosas.

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Unas líneas más arriba había dicho:

Hay en estos efímeros ensayos periodísticos una crónica; hay quizá, por encima de la
crónica, un poco de profecía. ¿Por qué no hemos de creer la promesa de Cristo de que en su
Iglesia alentaría siempre el carisma de la profecía? ¿Y por qué no podría usar Cristo para eso
de un cualquiera, del más pocacosa?

Más adelante, retoma y define su vocación cultural:

Mi vocación cuando los escribí era (según yo creía): escribir libros buenos en la República
Argentina. Mis amigos me avisan actualmente que la Argentina no paga los libros buenos,
los cuales son ahogados por un diluvio de otros libros, que la Argentina sí paga, por ende, si
de veras era ésa mi vocación, que me mandara a mudar a otra parte. “La Argentina actual
no merece que se escriban para ella libros buenos”, me decía el más pesimista, haciendo un
gran honor a los libros míos. Entonces conocí de golpe mi segunda vocación, que es la
siguiente: escribir libros buenos para Dios, pedir limosna para editarlos, y regalárselos a la
República Argentina. Ahora, si por escribir libros buenos por amor de Dios y después de
pedir limosna y regalárselos a la República Argentina, me mandan preso, lo que no es nada
imposible, entonces conoceré por fin mi tercera y verdadera vocación.

Mi vocación verdadera es la del beato Padre Roque González de Santa Cruz y compañeros
mártires, patronos de la lucha contra los hechiceros y los encomenderos; a los cuales cada 17
de cada mes me les ahinojo delante para rogarles ahincadamente que me hagan
verdaderamente digno de mi verdadera vocación, que es la de reventar por Cristo.

Cuando Castellani escribió esto, todavía no había estado preso. Y después lo estuvo a los pocos
años, no por Perón como podía suponer sino por la Compañía de Jesús. Y se escapó, porque casi
revienta. Pero cuando sentenció su vocación tercera, incluso, había escrito apenas la cuarta parte de
lo que después haría. Esto es, que pese a lo que dijo nunca dejó de escribir libros buenos para Dios,
pedir limosna para editarlos, y regalárselos a la República Argentina.

Creo que el caso de Castellani podría asimilarse al de Chesterton en este sentido. Nunca dijeron o
escribieron nada que los inscribiera en la lista de los autores a los que el mundo mundano aplaude,
por preferencia ideológica o por razones inconfesables o frívolas. Ambos fueron siempre de
principio a fin lo mismo y siempre fueron opuestos al mundo mundano que, a la vez que los podía
estigmatizar por sus posiciones o creencias, los celebraba por su talento y por sus dotes, al tiempo
que tomaba en consideración sus juicios, aunque más no fuera para oponerse a ellos, cosa que vale
lo mismo que un elogio, porque nadie se tiene por diestro enfrentándose a lo insignificante o
insubstancial.

* * *

Y finalmente está la política. Como en los restantes tres apartados anteriores, no hay que hacer aquí
una biografía política de la Argentina ni siquiera del propio Castellani, en este ámbito. Simplemente
dejar algunos trazos.

El primero que personalmente se me hace relevante -dicho esto sin determinismo alguno- es que
Castellani es hijo de un hombre que murió asesinado por asuntos políticos. Varios han señalado el
hecho, mirando lo político del asunto. No hay que decir que no, porque sí es pertinente en cierto
sentido.

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Pero se trata del hijo. En realidad, se trata de un hijo chico que se queda huérfano de padre a la edad
en que empieza a consolidarse nuestra imago patris. Un huérfano inteligente y peculiar, sí, pero que
ya a temprana edad tiene motivos para mirar la política con desconfianza y hasta con pesar y cierto
resentimiento. Salvo, claro, que el niño sea un niño singular. A mi entender -y sin hacer
psicologismo de café de barrio-, Castellani invirtió la posible polaridad negativa que podría y con
razón haber tenido lo político en sus afectos y en su inteligencia.

A veces se ha hecho de esto mismo una acusación: Castellani mezcla todo. Y así es como puede
ponerse a analizar contratos petroleros de la época de Frondizi en medio de una exégesis
escatológica o de la explicación de una parábola sobre el Reino. O hacer la biopsia del peculiar
temperamento argentino y su vocación crecientemente crematística y logrera, frívola, superficial y
sentimentaloide, en medio de una conferencia sobre la interioridad en san Agustín.

Pero. Allí donde suelen ver muchos falta de sistema o una verba desmañada y periodística, creo que
debe verse precisamente lo opuesto: sistema. No, claro, el sistema al que estamos acostumbrados.
No tampoco el sistema con el que Castellani mismo se formó. Pero que sea propio y peculiar no lo
hace inconsistente.

Sabe bastante filosofía para saber el lugar que lo político ocupa en la escala de las realizaciones
humanas y en el de su misma naturaleza, individual tanto como social. Sabe lo que significa una
cultura y cuáles son las jerarquías de saberes y acciones que la constituyen y vertebran. Y con todo
y eso enlaza, distribuye, relaciona, asocia. Holísticamente, diríamos hoy, como una coreografía
inédita en la que danzan asuntos que habitualmente nos cuesta relacionar. O entender relacionados.
¿Mezcla? Sí. Pero porque concibe mezclado o por decir más propiamente, concibe enhebrado. La
realidad entera es un tapiz de hilos diversos de calidad e importancia diversa. Pero es un tapiz, un
continuum. Un sistema, al fin de cuentas. Tener juntas en la percepción a las cosas que están juntas
en la realidad, y saberlas distinguir y valorar, no es para cualquiera. Pero que no sea para cualquiera
esa mirada no significa que sea una mirada anárquica o desordenada.

Me pregunto si acaso no podría decirse algo similar de otros autores y obras. En un sentido parejo
con esa crítica, ¿no habría que decir que es una obra intensamente política, y también mezclada al
fin de cuentas, la Commedia de Dante Alighieri? ¿No lo es la Ilíada? ¿No tiene intencionalidad
política la Eneida? Y Cervantes. Y Shakespeare. Y así siguiendo podría seguir.

La conmoción de aquel niño que súbitamente quedaba huérfano porque la política mataba a su
padre de un tiro por la espalda, no lo alejó de ella, no lo resintió con ella, no lo asqueó, no lo
acobardó. Creo que el efecto pudo haber sido exactamente el contrario. Y, además de otras posibles
causas, creo que eso fue porque, como sabemos, se recibe al modo del recipiente. Y aventuro decir
que Castellani de algún modo entendió con aquel fogonazo que lo político y aun la política era lo
suficientemente importante como para que un niño se criara sin su padre y con Dios padre como
padre.

Pero hay otro emblema político tal vez parecido a éste. Castellani perdió su ojo izquierdo al final de
su niñez y casi comenzar la adolescencia. Le quedó mirar sólo con el ojo derecho; con lo cual uno
podría suponer que estaba destinado a ser nacionalista católico. Y esto porque en una descripción
típica y básica se asume que un nacionalista católico es hombre de derechas.

No fue tan lineal el asunto en el caso de Castellani. En la Argentina hay seis cosas en política, que
son una especie de federales y unitarios pero florecidos en distintas y entreveradas floraciones con

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más lo que dejó la inmigración para bien y para mal. Liberales, conservadores, nacionalistas,
radicales, peronistas y un genérico: la izquierda. Ninguna de estas razas es absolutamente pura, los
adns están mezclados, a veces más y hasta el esperpento, a veces menos.

También pasa que hay quienes creen que lo religioso debe maridar de un modo u otro con lo
político (güelfos blancos, negros o gibelinos) y hay quienes creen que de ninguna manera. Como
fuere, aquí y en todas partes es inevitable el maridaje. De modo que a estas seis denominaciones
que se han dicho hay que sumarles los cruces religiosos que son básicamente dos: con el
catolicismo y con el anticatolicismo, que va desde lo masónico y lo protestante hasta el ateismo,
ideológico o no. El catolicismo, a su vez, tiene tres avenidas principales, dos de las cuales suelen ser
fervientes y aguerridas: el tradicionalismo u ortodoxia, el progresismo y lo que suele denominarse
la línea media.

Lo primero que diría es que, malgrado el ojo perdido, Castellani miraba finalmente con los dos. Y
no era cuestión de mirar con el derecho a la izquierda y con el izquierdo a la derecha, que eso lo
puede hacer cualquiera. Miraba con los dos quiere decir que su esfuerzo y talante espontáneo, era
mirar todo lo que es tal como es. Y en esto también se parece a Chesterton. Hombres que son
refractarios a la ideología, es decir, al recorte partisano de lo real. Y esto no quiere decir que sean
equilibristas en suspensión artificial, sin inclinarse por sistema a nada y a nadie. Hermeneutas sin
categorías. Descriptores no definidores. Eunucos de la verdad.

El caso es que se puede ser dandy en todas las cosas. Extravagante. Y fingir así la distinción, el ser
distinto. Pero eso es amor a la distinción, eso es un amor desordenado, y a la extravagancia, que es
secuela de la vanagloria. Y así es como vemos gentes pegar gritos que parecen gritos de batalla y en
el fondo son nada más que gritos para llamar la atención, no sobre las cosas, sino sobre sí mismos.

Castellani, decía el padre Benítez, es género único. Y esa calificación se aplica a todos los ámbitos
no sólo a los registros de géneros literarios. Diverso entre contrarios.

No hay que equivocarse, sin embargo. Castellani, como Chesterton, tiene sus ¡viva...! y sus
¡muera...! Pero proceden habitualmente de una honestidad espiritual que fluye, no tanto por un
ejercicio ascético, sino por un ejercicio de la inteligencia que solemos llamar libertad de espíritu.
Una característica esencial del hombre singular que se abraza a la verdad sin esfuerzo pero con
sacrificio.

Es claro que si Castellani merece respeto en este ámbito de lo político no es por sus dotes rajásicas,
por su prudencia política en lo fáctico, por ser un capitán de legiones y de tercios de hombres a los
que hay que conducir en el campo de la acción. Es un sabio, en todo caso, un contemplativo y un
prudente en el sentido aristotélico, un spoudaios, un maduro, es un hombre del nous, un hombre
religioso no ético. Y, como él mismo recuerda, siguiendo a Aristóteles y a santo Tomás: Sapientis
est ordinare.

Y si fue un problema en este ámbito, lo fue por esa misma libertad de espíritu. Porque, como
recordamos al hablar sobre la cultura, su vocación finalmente fue la de escribir buenos libros para
Dios, pedir limosna para editarlos y regalárselos a la Argentina. No a la Argentina de derecha o a la
de izquierda. A la Argentina, dice, y punto. Y eso hasta reventar por amor a la Argentina que es en él
un amor a Cristo encarnado en una patria terrestre: pues si ese amor es crucificado y verdadero
ambos amores se hacen uno solo.

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Y con eso, Castellani conduce, ordena y hace política. Aunque los políticos no lo sepan, no lo
entiendan. O no lo quieran.

En aquel prólogo de 1945 del que ya citamos fragmentos, Castellani hace algo que, como ya se ha
dicho, volverá a hacer mucho más adelante en su vida y en su ánimo: identificarse, verse en otro.
Pero en 1945 todavía no había vivido todo lo que después le tocó vivir, de modo que bien puede
tomarse el caso que ahora veremos como otra más de sus profecías.

Acabo de leer la vida de un gran jesuíta, el padre Juan de Mariana, por Manuel Ballesteros
Gaibrois. Fue un gran sabio y un jesuíta discutido. Era un bastardo, hijo de un cura, tenía por
tanto adentro el germen del resentimiento social; pero él alquimió maravillosamente esa
venenosa semilla en virulento celo no siempre cauto por el orden y la justicia, por el bien
común de su patria y la salvación de todos los hombres. Escribió laboriosa y penosamente
libros que son monumentos de cultura, los editó y vendió (quiero decir regaló) él mismo;
libros que son todavía glorias de España; y España no le dio ayuda ni gratitud ninguna, por
lo menos los Grandes de España de aquel tiempo; el pueblo sí lo amó y él no buscó en su
vida otro amigo que los pobres y los doctos de los cuales los pobres nunca lo traicionaron.
Como descanso de su trabajo intelectual rejuntaba una manga de chiquillos y los llevaba a
pasear al río que baña la hermosa aldea Talavera de Castilla, enseñándoles de paso la
doctrina, como mandó san Ignacio. Los chicos lo amaban.

Los Grandes más bien lo odiaron.

Sus hermanos de orden lo maltrataron: hoy todavía en algunas historias oficiales de su


Orden está tratado con injusticia. La burocracia y la ley esperó a que estuviese viejo y
enfermo para romperle a patadas el corazón por medio de un estúpido proceso. El rey Felipe
lo desamparó, y se irritó contra el libro técnico De mutatione monetae, que trataba de
ahorrar al pueblo un aumento del costo de la vida, a España un mal negocio a largo plazo, y
al rey un acto inmoral, la inflación de la moneda. No iban a perdonar un libro así los
financistas realistas de aquel tiempo, los financistas que salen de los apuros hipotecando el
porvenir, que no es suyo.

Cuando el asco a los hombres llegó a su punto de saturación en el noble y dulce pecho del
viejo estudioso, cerró los ojos, vio el rimero sin vender de su Historia General de España,
su tratado De Rege, su panfleto Discurso de las enfermedades de la Compañía, y levantando
los ojos a Dios le ofreció el sudor y el dolor de su vida: Los sinsabores tipográficos, se llama
uno de los capítulos de su biografía. ¡Ay! ¡Los sinsabores tipográficos! ¡Y si fueran los
únicos y los mayores!

Mas Dios, que lo había ayudado a componerlos, se los pesó al ciento por uno, y puso su
mano sobre la frente del pobre bastardo. Murió.

* * *

No es sencillo darse cuenta de la razón del título de aquellas conferencias de Castellani que
mencioné al principio: San Agustín y nosotros.

¿Cuándo habla allí Castellani de nosotros? Y si no hay un capítulo destinado específicamente a eso,
¿quiénes somos nosotros en esas conferencias? ¿Dónde estamos?

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Pero tal vez la misma pregunta haya que hacerla para buscar a San Agustín en esas páginas. Y allí
está el quid. Porque Castellani parte allí de un planteo general que pone al obispo de Hipona en la
raíz de la cristiandad europea, fundador de la tradición cultural cristiana.

Y vertiginosamente recorre los siglos hasta llegar a nosotros, siguiendo las líneas que traza san
Agustín. ¿Mezcla también ahora? Sí, señor. Y vaya que sí. Pero hay que ver esa mezcla -repito-
como un sistema que está en la mirada y cabeza de Castellani, porque está en la realidad.

Y entonces, ¿dónde estamos nosotros? En dos lugares.

Primero, estamos en la cuestión misma. Porque está abriendo como un cuerpo al medio, pero vivo,
y muestra la materia de que están hechos la Cristiandad y sus adversarios, mostrando un fresco
descomunal en el que cada quien puede reconocerse, todavía hoy. Y nos muestra cada hueso, cada
tendón y músculo, cada órgano y fluído, mostrándonos cada cosa de las que nos constituyen, su
sentido y su misterio. De la filosofía al arte, del placer a la política, de la fe a las costumbres. Somos
los descendientes de la Tradición. Herederos de la Cristiandad. Y arranca en san Agustín y llega a
nosotros y nos lo muestra. Y nos advierte.

Pero nosotros estamos también aludidos en todo el libro. Porque Castellani nos insta a seguir a san
Agustín (y al propio Castellani) en el sistema, en la metodología, en el modo, en la forma de mirar y
ver la realidad. En el modo de enfrentarse a la historia, a la filosofía, a la verdad. A la Iglesia. A la
Política. En el caudal de estudio y reflexión y contemplación. En la moderación de los afectos y de
los desafectos, de las iras, de los amores. En el modo de entender el diálogo con el Creador y de
verse a sí mismo en Él y a Él en nosotros, viéndolo en san Agustín. No es otra cosa su explicación
de la existencia y de la subjetividad, dos asuntos que son tan de san Agustín como de nosotros hoy
todavía, 60 años después.

El capítulo final (el XIII, Recetas y Problemas), dice Castellani:

Los argentinos no quieren filosofía sino recetas.

Es claro que habla de nosotros. Y ay de nosotros, porque en buena medida es muy verdad. Y guay
de los que digan: no lo dice por mí... No sea cosa que se nos aplique entonces la cuestión del fariseo
y del publicano, que muy a propósito nos recordaron el domingo pasado.

Pero los maestros buenos no dan piedras en lugar de pan. Y Castellani, a continuación, nos concede
y nos reprende:

Pues bien -dice, yo les puedo dar recetas, lo que no les puedo dar es la fuerza necesaria para
cumplirlas, no les puedo dar la contemplación que es cosa superior a mí. Vamos a ver: el
problema educacional, el problema religioso, el problema político...

Y en tres sucintos y densos apartados trata los tres problemas. Que, a la vez, son los reales
problemas nuestros. Y somos nosotros.

Lo que dice allí sobre eso, pueden leerlo o releerlo allí.

Lo que ahora habría que decir al respecto es que en ese breve episodio literario está significado el
problema que somos nosotros.

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Hemos estado diciendo que hay una subjetividad, una individualidad y una existencialidad (perdón
la terminología) que debemos preservar porque es la columna fuerte de nuestra persona. No la
superficial, no la inconsciente, no la determinista. Se trata del alma misma, se trata de la misma
interioridad en clave agustiniana, de la conciencia, del lugar de encuentro personalísimo donde el yo
más yo se encuentra con Aquel que es más íntimo que nuestra propia intimidad. Debemos preservar
eso mismo porque hoy más que antes está amenazado, cercado, y hasta vedado.

Castellani nos ha advertido muchas veces, de palabra y con las obras -que es su obra oral o escrita-
que ese castillo es la fortaleza no sólo de la persona sino de la ciudad. Y que fortalecidos allí con la
contemplación somos capaces de salir afuera, al otro, al foro, a la palestra, a la cátedra, al púlpito.
Por amor a Dios y a los hombres. Por amor de caridad.

Eso no es receta. Eso es hábito del ama, segunda naturaleza operativa en nosotros, que nos hace
libres y da sustento a nuestro verdadero vigor intelectual y moral.

Eso nos enseñó Castellani, eso nos enseñó con su vida y con su obra.

Por eso he dicho antes que nosotros somos dos problemas. Uno por nosotros mismos. Otro en
relación con Castellani.

Pienso que para ser verdaderamente nosotros, todavía nos queda ser tan denodados como pacientes.

Nos ha dicho que los argentinos tenemos por delante tres asuntos que debemos dilucidar, es decir,
tres problemas: la educación, la religión y la política. Y todavía no lo hemos logrado, ciertamente.

Pero digo, como ya dije, que somos castellanianos, si acaso. No somos tan Castellani, todavía, no en
el sentido de haberse hecho él en nosotros, de algún modo.

Al comienzo, se destacó el carácter singular de Castellani. Y singular es una categoría fuerte. Y en


la medida que parecería alejarnos de él hasta hacerlo inaccesible e inimitable, esa categoría puede
llamarnos a engaño. Para disipar esa posible confusión, permítanme traer un Pensamiento de Blas
Pascal, autor al que Castellani le tenía gran afecto. Y el fragmento viene a propósito porque trata
sobre el siglo IV, tiempos de san Agustín. Dice Pascal:

Lo que nos complica al comparar el pasado de la Iglesia con lo que está sucediendo ahora es
que solemos pensar en San Atanasio, en Santa Teresa y en otros, como coronados de gloria,
y a sus jueces como demonios negros.

De hecho, ahora que el tiempo ha aclarado las cosas, nos parecen así realmente, pero en el
momento en que lo persiguieron, este gran santo era sólo un hombre llamado Atanasio y
Santa Teresa una
niña.

"Elías era un hombre como nosotros y sometido a nuestras propias pasiones", dice Santiago,
para sacar a los cristianos de la falsa idea que nos hace rechazar el ejemplo de los santos
como desproporcionado a nuestra condición: "Ellos eran santos", nos dicen, "no eran como
nosotros...."

¿Qué ocurrió entonces?

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San Atanasio era un hombre llamado Atanasio, acusado de múltiples crímenes y tratado casi
como un perro, condenado en tal concilio y en tal otro concilio por esta cuestión de allí y por
esa otra culpa de más allá. Todos los obispos están de acuerdo y hasta el Papa, finalmente.

¿Qué le dices a los que se oponen a considerarlo así? Que perturban la paz, que llevan al
cisma, etc.

Cuatro tipos de personas: con celo sin ciencia, sin celo con ciencia, sin ciencia ni celo, con
celo y con ciencia. Los tres primeros lo condenan, los otros lo absuelven y son
excomulgados por la Iglesia, pero sin embargo salvan a la Iglesia.
Celo, luz. (Pensamientos, 510, 598,
868)

Si homenajeamos al P. Castellani no es porque sea un autor querido, no porque sea argentino, no


porque sea cura, no porque sea uno de los NN, no porque haya escrito libros que nos gusta leer, o
sabemos que debemos difundir para bien de tantos cuantos sea posible.

Nos queda aprender de él su soledad fructífera y, a la vez, su capacidad cálida y desinteresada para
congregar espíritus y hacerles bien. Y aprender su silencio y su generosidad, la firmeza de su
vocación intelectual y su caridad. Su amor a la verdad, su perspicacia sin banderías, su entusiasmo
libre por la sabiduría, por lo bello y lo noble. Su invariable amor a la Patria real y entera. La alegría
de su pobreza personal. La tristeza hecha llaga en él por la decrepitud del rostro y de los miembros
de su Madre la Iglesia y su fidelidad amorosa, terrible, filial, indignada y solícita.

Lo homenajeamos porque celebramos, elogiamos y admiramos, al fin de cuentas, su luz y su celo, y


con ambas cosas, su cumplida vocación de reventar por Cristo y por la Argentina.

Para que el homenaje sea real y completo nos quedará cumplir en nosotros aquello que celebramos
en él.

Congreso Castellani. Mendoza, 7-8 de octubre, 2017; 7/10/2017, 19:30 horas

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