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Concilio Vaticano II
Para entender la comprensión de la Iglesia actual sobre el sacramento del Orden debemos
comenzar mencionando el importantísimo viraje teológico que se obra con el Concilio
Vaticano II.
Durante la escolástica se entendía el Orden Sagrado fundamentalmente en relación con la
Eucaristía. Esto hacía que la reflexión se centre en la condición de Sacerdote del ministro
ordenado ya que es quien celebra la eucaristía. El episcopado quedaba relegado a una
cuestión jurídica de organización de la Iglesia y por lo tanto se llegó a dudar de su condición
de sacramento.
El malestar previo al Vaticano II con respecto a este tema se justifica por dos razones 1:
a) la insatisfacción que producía vincular a un mero acto jurídico la adquisición de los
poderes pontificales tan sólo por una razón de jurisdicción y no por el mismo
sacramento
b) la insatisfacción que producía fundamentar la potestad episcopal solamente en una
misión canónica recibida del Papa y no en una razón de derecho divino.
Esto hace que el Vaticano II desarrolle especialmente la teología del Episcopado. De ella se
desprende luego la del Presbiterado y Diaconado.
Así el Vaticano II elige fundamentar el Episcopado en el envío que Jesucristo hace a los
Apóstoles haciéndolos partícipes de su propia misión (Jn 20, 23; Mc 3, 13-19; Mt 10, 1-42),
dejando en un segundo plano la tradicional fundamentación del ministerio con los textos de
la última cena. De esta manera, por la consagración episcopal los obispos se incorporan a la
sucesión apostólica y reciben la plenitud del orden sagrado. Para sostener la sucesión
apostólica el concilio se basa en Mt 28, 20: la misión debe durar hasta el fin del mundo.
La fundamentación eucarística del sacramento del orden, que se basa fundamentalmente en
las palabras de Jesús durante la última cena “Hagan esto en conmemoración mía”, no queda
olvidada (no podría quedar en el olvido algo que la Iglesia entendió durante siglos). La
síntesis entre ambas explicaciones la podemos ver en Juan Pablo II en su documento
Pastores dabo vobis, quien en el segundo párrafo del documento sintetiza:
Concretamente, sin sacerdotes la Iglesia no podría vivir aquella obediencia
fundamental que se sitúa en el centro mismo de su existencia y de su misión en la
historia, esto es, la obediencia al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos a
todas las gentes» (Mt 28, 19) y «Haced esto en conmemoración mía» (Lc 22, 19;
cf. 1 Cor 11, 24), o sea, el mandato de anunciar el Evangelio y de renovar cada día
el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por la vida del
mundo.

1
Cfr. ARNAU, Ramón. Orden y ministerios. Sapientia Fidei. Serie de manuales de Teología. Madrid, Biblioteca de
autores cristianos, (3ra. Imp. 2005), pág. 161.

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Lumen Gentium
Después de hablar de la Iglesia como misterio y de la Iglesia como pueblo de Dios, la
constitución dogmática sobre la Iglesia, “Lumen Gentium”, pasa a tratar dos temas
complementarios: la jerarquía de la Iglesia, particularmente el episcopado (en el cap. III) y los
laicos (en el cap IV).
El Cap. III comienza en el n° 18 con una introducción que recoge la doctrina anterior,
fundamentalmente la constitución dogmática Pastor Aeternus, que se había centrado
fundamentalmente en la figura del Papa. El concilio manifiesta su intención de “profesar y
declarar la doctrina acerca de los obispos (…) quienes junto con el sucesor de Pedro, (…)
rigen la casa del Dios vivo”
El documento presenta el fundamento del episcopado en la institución de los Doce Apóstoles
(n° 19) citando Mc 3, 13 y Mt 10, 1-42. La imagen que usa es la de “colegio” y lo presenta a
Pedro al frente de ese “grupo estable”. Esta misión se confirma en Pentecostés.
En el nº 20 se explica como esta misión continúa hasta el fin del mundo según Mt 28, 20. Son
necesarios los sucesores que los mismos apóstoles establecieron. Citando textos de las cartas
apostólicas (2 Tim 4, 6ss; 1 Tim 5, 22; 2 Tim 2, 3; Tit 1, 5) y los padres San Ireno, San Ignacio
de Antioquia y a San Clemente de Roma, este número presenta a los obispos como sucesores
de los apóstoles, pastores de la Iglesia, de modo que quien los escucha, escucha a Cristo, y
quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien le envió (Lc 10, 16)
El n° 21 afirma claramente que el episcopado es la plenitud del sacramento del orden,
instituido por Cristo. Ellos han sido elegidos por Cristo para que a través de ellos se predique
la palabra de Dios a todos los pueblos, se administren los sacramentos y se dirija y ordene al
Pueblo de Dios hacia la felicidad. Para esto están asistidos con una efusión especial del
Espíritu Santo, dada por Cristo a los apóstoles y transmitida por sucesión a los obispos.
Así los Obispos, siempre que estén en comunión con el Colegio Episcopal y con su Cabeza,
hacen las veces del mismo Cristo
El n° 22 habla de los Obispos como Colegio y de su relación con el Obispo de Roma. Así
como, por disposición del Señor, Pedro y los Apóstoles forman un solo Colegio apostólico, de
la misma manera, los obispos junto con el Obispo de Roma forman un solo Colegio Episcopal.
Esto queda de manifiesto en el momento de la ordenación episcopal cuando se reúnen
varios obispos para ordenar un obispo nuevo.
Tan importante es esta unión, especialmente con el Obispo de Roma, que sin ella el cuerpo
de los Obispos no tiene autoridad. El Papa tiene sobre la Iglesia plena, suprema y universal
potestad, que puede ejercer libremente. En cambio el cuerpo episcopal no puede ejercer
esta potestad si no es en comunión.
El colegio en comunión con el Papa ejerce su suprema potestad en un Concilio Ecuménico.
Este número responde también a las históricas controversias conciliaristas, dejando bien en
claro que es prerrogativa del Romano Pontífice convocar, presidir y confirmar los concilios.

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El n° 23 habla de la relación de los obispos entre sí. El Papa es principio y fundamento


perpetuo y visible de unidad. Los Obispos lo son individualmente en sus Iglesias Particulares,
imágenes de la Iglesia universal.
Si bien cada Obispo ejerce su ministerio en su Iglesia particular, tiene una solicitud por toda
la Iglesia: enseñando, misionando, ayudando en la caridad.
Se reconoce un valor también a las organizaciones estables entre distintas diócesis como las
que se formaron en torno a las antiguas sedes patriarcales o las actuales conferencias
episcopales.

El Triple ministerio
El término sacerdote es un término eminentemente cultual. Aplicado al ministro ordenado se
llegó a considerar que el punto culminante de su acción era el culto sacramental,
principalmente el culto eucarístico.
El Vaticano II rompe estas estrecheces recogiendo una idea ya común en la teología
protestante y que aparece también en la teología católica preconciliar. El ministerio de Jesús
puede describirse como un “triple ministerio”: Cristo es profeta y maestro; es sacerdote; es
rey y pastor.
Estos tres “munus”2 son distintos aspectos, distintas maneras de describir la forma en que
Cristo cumple la misión que le encomendó el Padre: unir a los hombres con Dios y a los
hombres entre si. Por medio de la palabra, Jesús congrega a los hombres y les proclama el
amor del Padre. Por medio del sacrificio “sacerdotal” de su vida, se quiebra el poder del mal
que divide y se ofrece al Padre el verdadero sacrificio de alabanza. Por su condición de
pastor, Jesús mantiene la unidad de sus discípulos y les da forma, orientación y guía.
Si bien estas tareas prosiguen en todo el pueblo de Dios, los ministros ordenados, que hacen
presente sacramentalmente a Cristo Cabeza, también lo hacen en estas tres tareas.

El oficio de enseñar (LG 25)


Predicar el Evangelio es una de las principales funciones. Dotados de la autoridad de Cristo,
enseñan en comunión con el Papa, la verdadera doctrina y deben ser respetados por todos
como testigos de la verdad divina y católica, y se debe aceptar su enseñanza con religioso
respeto. Lo mismo del Papa en su magisterio ordinario aunque no hable ex cathedra.
Cuando enseñan en comunión, aunque no estén reunidos, el colegio apostólico goza de
infalibilidad. Esto se ve claramente cuando están reunidos en Concilio. Esta infalibilidad que
Cristo regaló a su Iglesia la tiene también por si mismo el Papa cuando proclama de forma
definitiva la doctrina de fe y costumbres.
Se concreta en diversos modos: homilía, catequesis, cartas pastorales (obispos), teología,
comunicación social, etc.

2
En latín: munus significa carga, oficio, tarea. (La palabra comunión viene de allí: co-munere: compartir la
misma carga, la misma tarea. Nada que ver con lo que escuchamos habitualmente de “común – unión”.)

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Reclama un cierto "discipulado", puesto que no se puede dar lo que no se tiene. Será
auténtico heraldo el que antes ha escuchado y "guardado" la Palabra. Así, además, será lo
más fiel posible a la Palabra y no se predicará así mismo.
En particular el magisterio episcopal reclama por parte de los fieles (y también de los
pastores; cfr. Cartas Pastorales del Obispo) una actitud de obediente aceptación que brota
del carácter paternal y auténtico de este magisterio .

Oficio de santificar (LG 26)


El obispo es el administrador de la gracia, especialmente en la Eucaristía.
El ministerio cultual cristiano es una prolongación en el tiempo del único sacerdocio y
sacrificio de Jesucristo y por tanto ha de reeditar su misma perspectiva: dimensión oblativa
de toda la vida (más que cosas ofrecidas es la obediente disposición frente a la voluntad del
Padre).
Se despliega en la celebración de los sacramentos; carácter central de la eucaristía (fuente y
culminación de la predicación y de la vida cristiana); así se construye la Iglesia.

El oficio de regir (LG 27)


Los obispos rigen como vicarios de Cristo las Iglesias que les han sido encomendadas. Lo
hacen con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, con su autoridad. Esta
potestad es propia, ordinaria e inmediata, aunque regulada por el Papa. Sin embargo el
Concilio aclara que no deben considerarse vicarios del Papa sino que tienen una autoridad
que les es propia.
En la comunidad cristiana el ministerio de conducción está ligado a la figura bíblica del pastor
y del siervo (cfr. Mt 20,24-28; Mc 10,41-45; Lc 22,24-27; Jn 10, 1-21; 13,1-20), para
distinguirla de las autoridades del mundo.

Los otros grados del Orden


Los presbíteros (LG 28)
Comparten con los obispos el sacramento del orden y el sacerdocio
Participan de la eneseñanza pero sobre todo ejercen su oficio en el culto: la eucaristía, la
reconciliación, la unción de los enfermos.
También colaboran en la función de regir y conducir al pueblo de Dios.

Los diáconos (LG 29)


Reciben el sacramento del orden no en orden al sacerdocio sino al ministerio. Especialmente
sirven al pueblo de Dios en la liturgia, la Palabra y la caridad. Pueden bautizar, distribuir la
Eucaristía, casar, bendecir, llevar la comunión, explicar la Palabra, hacer responsos.
El Vaticano II recupera el diaconado permanente.

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