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Universidad de Chile

Facultad Ciencias Sociales


Departamento de Psicología

El lugar del parque: experiencias verdes


en el trayecto cotidiano
Abordajes Psicosociales de la Vida Cotidiana
Catalina Aravena, Catalina Caro y Rolando Ilabaca

Santiago, 17 de agosto del 2016


Introducción

La ciudad es un espacio donde podemos encontrar diferentes lugares en los cuales


se despliegan diversas acciones humanas que contienen lógicas y responden a
ciertas normas implícitas relacionadas al lugar donde se está. Uno de estos lugares
es el parque, el cual en sus diferentes planteamientos arquitectónicos, paisajísticos
y espaciales entregan muchas veces, una diversificación a los panoramas
cotidianos en los individuos que lo transitan, lo vivencian o simplemente lo observan.

Siendo el parque un lugar público y abierto, es que se produce el encuentro de


varios y variados sujetos sociales e individuos que pueden desplegar tanto acciones
en conjunto como en solitario, pero que sin lugar a dudas posibilita la confluencia
de ellos. Este encuentro se da en otros lugares de la ciudad, pero no con las mismas
lógicas, formas, hábitos, normas o leyes subyacentes.

Ahora bien, cada parque es diferente a otro, poseyendo particularidades propias al


mismo tiempo que comparten ciertos elementos que podrían aunarlos en la
identidad de parque. Una de las evidentes diferencias entre los parques son su
ubicación o posición que ocupa dentro del espacio donde se inserta, siendo
relevante entonces su disposición dentro de la ciudad y comuna, la cercanía o
lejanía de algunos puntos considerados importantes o concurridos en la ciudad, etc.
Aun cuando hay diferencias entre un parque y otro es indudable algo pasa en las
ciudades respecto al espacio verde. La importancia en torno al espacio del parque
radica precisamente en ello, en que es una forma distinta de experiencia en la
ciudad, la cual no tiene nada que ver con el espacio del domicilio o del trabajo: una
forma de estar que es diferente. Pero ¿cómo es esta experiencia? ¿qué elementos
la constituyen?

Considerando los puntos anteriores nos preguntamos cómo se inserta el espacio


del parque en los trayectos cotidianos de las personas y cuál es el papel que juega
este espacio para los que lo ocupan. Para intentar respondernos estas preguntas
es que hemos seleccionado tres parques que se ubican en tres comunas diferentes
de la ciudad de Santiago, los cuales son el Parque Balmaceda de la comuna de
Providencia, el parque La Bandera de la comuna de San Ramón y el Parque

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Araucano de la comuna de Las Condes. Con el objetivo de dar cuenta de forma más
precisa sobre la ubicación de los parques, es que describimos las comunas en las
cuales dimos lugar a nuestras observaciones:

La comuna de San Ramón se ubica en el sector sur de Santiago y posee una


extensión de 6.7 km², con una población de 94.906 habitantes. En el año 2008 la
Asociación de Institutos de Estudios de Mercado y Opinión (AIM) desarrolló el Índice
Censal de Status Socioeconómico (ICSS), a partir del Censo Nacional del 2002, con
la intención de estandarizar criterios técnicos y metodológicos para la clasificación
por niveles socioeconómicos. De acuerdo a esta clasificación, la comuna de San
Ramón corresponde al grupo económico “C3”, caracterizándose por “sectores más
bien populares y relativamente modestos [...]. Grandes poblaciones de tipo popular.
Con pocas áreas verdes, de gran densidad.”. Esta comuna presenta un ingreso
promedio por hogar per cápita de $147.224, y una superficie de áreas verdes de
41.9 hectáreas (Reyes y Figueroa, 2010, en Ministerio del Medio Ambiente, s.f.).

Respecto a la comuna de Providencia, está ubicada al sector nororiente de


Santiago. Tiene una superficie total del 14.34 km², con una población de 120.874
habitantes. Según la AIM, ésta corresponde al grupo “AB”, donde los barrios son
“generalmente homogéneos, cuidados, con grandes áreas verdes, espaciosos y de
baja densidad, aisladas del resto de la ciudad (periferia)”. Esta comuna presenta un
ingreso promedio por hogar per cápita de $864.769, y una superficie de áreas
verdes de 218,3 hectáreas (Reyes y Figueroa, 2010, en Ministerio del Medio
Ambiente, s.f.).

En el caso de la comuna de Las Condes, ésta también se ubica al sector nororiente


de Santiago. Tiene una superficie total de 99 km², con una población de 282.972
habitantes. Según la AIM, al igual que la comuna de Providencia, correspondería al
grupo “AB”. El área urbana de la comuna es fundamentalmente residencial, sin
embargo, en muchos de sus sectores coexisten los centros comerciales, las
oficinas, los colegios y universidades, los equipamientos deportivos, de salud, de
esparcimiento y turismo. Las Condes presenta un ingreso promedio por hogar per

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cápita de $1.107.029 y una superficie de áreas verdes de 221,8 hectáreas (Reyes
y Figueroa, 2010, en Ministerio del Medio Ambiente, s.f.).

Análisis

Las observaciones que le darán base al siguiente análisis se realizaron desde la


óptica de la etnometodología, es decir, poniendo acento a la ejecución de acciones
prácticas, preguntándose por el cómo y no el porqué de ellas, relevando el contexto
o situación en el cual se enmarcan, y enfatizando la implicación del observador, es
decir, ser parte activa de la ejecución de esas acciones prácticas o situaciones a
estudiar (Garfinkel, 2006).

Ahora bien, luego de realizar estas observaciones, estas se codificaron de forma


que pudieran ser comparadas. Es a partir de esta codificación que surgieron tres
categorías principales, las cuales son espacialidad, prácticas, y sensaciones
evocadas.

Espacialidad

Al analizar dónde se ubican los parques observados, podemos dar cuenta que estos
tres se encuentran conectados al sistema de transporte público, ya sea por vía de
micros o metros, de modo que podríamos decir están conectados a la ciudad y no
escondidos o alejados de esta:

“Al descender del bus que me llevaba por Av. Providencia me topo con el
extremo poniente del Parque Balmaceda.”; “Llego por la línea 4A del Metro a
la estación La Granja [...]”; “El Parque Araucano se encuentra a unos pasos
de la estación de metro Manquehue [...]” (Nota 1, p. 13).

Respecto del parque La Bandera, este se encuentra a un costado de la


Municipalidad de San Ramón, el cual se caracteriza por ser un lugar de trámites
para algunos y por lo tanto de tránsito, mientras que para otros se conforma como
un lugar de trabajo. En el caso del Parque Araucano, este se encuentra a un costado
del mall “Parque Arauco” y en las cercanías del Hotel Marriott, los cuales al igual
que en el parque anterior se constituyen como lugar de trabajo de algunas personas,
y en su mayoría como lugar de consumo y descanso.

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Según lo propuesto por Giannini (1999), la vida cotidiana podría ser abordada
metodológicamente como una especie de terreno físico, definida a partir de lugares
concretos. Entre ellos se encuentra la calle, definida como un medio de circulación
en donde los límites se hacen más amplios. Así, el parque también constituye parte
del espacio público y, a su vez, se define en torno a sus características físicas.

En relación a la espacialidad y características físicas de los parques observados es


posible establecer similitudes entre unos y otros. Una de ellas corresponde a la
presencia de áreas verdes, árboles, senderos y bancas como características
constitutivas esenciales. Lo anterior se evidencia en la siguiente cita respecto al
parque Balmaceda, el cual no presenta grandes diferencias con los demás parques:
“La panorámica que se desplegó en mis ojos fue una plaza grande compuesta de
una explanada de pasto central, con dos senderos de maicillo a cada lado, varios
árboles y algunas bancas ubicadas en los senderos” (Nota 1, p. 13).

Pero también es posible establecer algunas diferencias. Una de las más relevantes
tiene que ver con la extensión de las áreas verdes, siendo el Parque Araucano
significativamente más grande que el Parque Balmaceda y el Parque La Bandera,
componiéndose de veintidós hectáreas y abarcando en su interior jardines,
rosedales, senderos, juegos para niños y espacios comerciales: “Ya desde afuera
del parque puedo darme cuenta de su amplitud, sin embargo, al entrar dimensiono
aún más su gran tamaño [...] me encuentro con un gran espacio que abarca una
diversidad de juegos para niños” (Nota 3, pp. 18-19).

Otra diferencia significativa es que el Parque Araucano contiene un espacio


comercial consolidado en su interior, con una gran variedad de tiendas exclusivas,
entre las cuales están: Kidzania, Hardcandy fitness, Selva viva, Wicked, pizzería
Borgota, Holy Bread (gourmet food truck) y Café Haussmann.

Prácticas

En el trayecto cotidiano se presentan diferentes lugares en los cuales se despliegan


diferentes modos de ser, hábitos y normas tácitas que posibilitan la rutina cotidiana
que asegure la llegada normal al domicilio, con la menor cantidad de imprevistos
posibles (Giannini, 1999). Ahora bien, como se mencionó anteriormente el parque

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es un lugar abierto y público, el cual podría dar paso a una experiencia común. Es
así que en el parque confluyen diferentes tipos de personas que llevan a cabo
diferentes prácticas o acciones.

En el caso de los tres parques observados, los personajes que hacían uso de él
eran de diversas edades, en su mayoría jóvenes y adultos, teniendo los niños mayor
aparición en el parque Araucano. Asimismo, en los tres parques los personajes que
allí aparecían podían estar solos, en pareja, en familia o en grupos de amigos. Es
así que el parque podría funcionar como un lugar donde se establece una relación
entre una persona y el parque, y una persona con un otro y el parque, lo cual se
contemplará en los siguientes ejemplos.

Algunos personajes utilizaban el parque para hacer ejercicio o deporte, vestidos con
ropa deportiva, ya sea corriendo, andando en bicicleta, haciendo abdominales, entre
otras actividades: “había un señor de entre cuarenta y cincuenta, con tenida
deportiva, haciendo ejercicio. Estaba estirándose y ejercitándose con su propio
cuerpo sobre una explanada de cemento situada cercana a un monumento que se
ubica al final del parque” (Nota 1, p. 14).

Al haber juegos para niños en el caso del parque Araucano, se desplegaban


diferentes prácticas de manera que algunos niños jugaban con los artefactos de
diversión que el parque les ofrecía, tales como resbalines, columpios y redes.
Algunos niños jugaban solos, otro junto a sus padres o vigilados por ellos, o
acompañados de más niños, efectuándose interacciones diferentes en cada caso.
Aquí mismo, el que los padres o adultos jugaran con los niños permitía que se diera,
en algunos casos, conversaciones entre padres:

“Otras mamás conversan mientras columpian a sus hijos y otras los siguen
cuando los niños corren y se alejan a otros lugares. En los juegos de redes
hay niños un poco mayores, los cuales están jugando solos o acompañados
unos de otros.” (Nota 3, p. 19).

Los parques observados también eran utilizados por personas que ejercían su
trabajo diario, es decir, el lugar del parque correspondía al mismo tiempo a su lugar
de trabajo. Esto se visualiza en los diferentes parques a través de trabajadores

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municipales a cargo de él o dependientes de locales, lo cual podría ejemplificarse
con un caso en particular que se muestra en la siguiente cita: “[...] me llama la
atención la presencia de dos trabajadores municipales. Uno de ellos estaba
arrastrando un contenedor de basura de tamaño mediano, mientras que otro estaba
pendiente de ver cómo los regadores mojaban el pasto del lado oriente” (Nota 1, p.
15). Por otro lado, el parque La Bandera es utilizado por sus asistentes como un
punto estratégico para llevar a cabo transacciones o negocios informales como el
exhibir un auto a unos interesados en comprarlo. Esto último se podría evidenciar
en lo siguiente: “llega un auto [...] Se baja una mujer adulta y se apoya en la puerta
del vehículo a esperar. Un momento después aparecen dos hombres, se saludan y
ella les comienza a mostrar el auto” (Nota 2, p. 17).

En muchos casos el parque es utilizado por los asistentes como un lugar en el cual
se puede hacer tiempo antes de desplazarse hacia otro lado o pasar el rato,
observando, paseando con su familia o con sus mascotas, comiendo, conversando,
expresándose cariño, descansando, relajándose, etc. Muchos asistentes ocupan las
bancas disponibles en los parques al igual que los sitios que se encuentran
cubiertos por pasto:

“En la banca situada al lado mío estaba sentado un hombre joven. [...].
Después de un rato, de tomarse una lata de bebida y de ojear su celular,
toma la mochila que tenía a su costado y se pierde por entre las calles.”; “[...]
una pareja [de escolares] que, al parecer por hacer la cimarra según la hora,
buscaba un lugar entre todo el pasto que había para poder asentarse y
desplegar todo su cariño.” (Nota 1, pp. 13, 15).

En las prácticas anteriormente mencionadas se puede dar cuenta de una utilización


del parque como un lugar donde se permanece, se está. Por otro lado, de manera
muy recurrente en nuestras observaciones, se presentaron diversas prácticas de
tránsito. Muchos de los personajes que deambulaban por los parques eran personas
que los utilizaban para desplazarse de un lugar a otro sin permanecer allí, de modo
que realizaban el trayecto de una avenida a otra, hacia otra locación, o bien
recorrían un tramo para tomar micro, colectivo o taxi. Algunos de estos transeúntes

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iban vestidos con ropas formales y con mochilas, de modo que se puede hipotetizar
que iban a sus lugares de trabajo o bien volvían de ellos; otros iban vestidos
deportivamente en dirección a unas canchas cercanas al parque; algunos eran
escolares, otros adultos mayores con bastones; llevaban diferentes ritmos de
desplazamiento, es decir, sus pasos no eran semejantes ya que algunos llevaban
un paso lento y calmo, mientras que otros iban rápidamente:

“Una gran cantidad de gente entra y sale por el parque, pero no muchos se
quedan ahí, pareciendo ser que lo transitan para ir desde una avenida a
otra.”; “Iban relativamente rápido. Su paso no era como de paseo, sino como
de tener la necesidad de llegar luego a otro lugar [...]”; “en su mayoría están
caminando a paso lento” (Nota 3, p. 18)

Sensaciones evocadas

La experiencia de estar en un parque ciertamente está marcada desde el inicio por


un cambio cualitativo en lo que se refiere la sensación del tiempo. La entrada al
parque es el advenimiento de un momento, según la noción de Heller (1987), en el
que se produce una ruptura en la continuidad del ritmo temporal: la invasión que la
experiencia del parque produce en la experiencia cambia el compás que rige los
movimientos del cuerpo, produce un punto de inflexión que da cabida a la entrada
a un momento distinto, el momento del parque:

“A medida que avanzaba el tiempo iba sintiendo cómo el ambiente del parque
me hacía cada vez más parte de él. Mi cuerpo comenzaba a relajarse, a sentir
el fresco aire de una fría mañana en la sombra de un árbol. De hecho, el
sonido del tráfico no era suficiente para romper la verde quietud que ofrecía
el paisaje lleno de vegetación. El lugar me relajó significativamente” (Nota 1,
p. 13).

Dicho punto de inflexión temporal está claramente posibilitado por la situación


simbólica en la que se encuentran los elementos materiales del parque. Los árboles
con su sombra, la comodidad del pasto, el verde por todas partes, ofrecen un lugar
en el que aparentemente la ciudad y su ritmo quedan suspendidos: el límite se
dibuja. La imagen de estos elementos nos lleva a pensar en la naturaleza (o al

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menos en una porción de ella), en lo que está más allá del margen de la ciudad,
fuera del imperativo de su vida activa:

“Y es que es evidente que en las calles y las veredas no cualquiera puede


recostarse y abandonar las preocupaciones rutinarias por un momento. En la
sombra y entre tanto verde, hacer eso es sumamente más cómodo que en
casi cualquier otro lugar de la ciudad” (Nota 1, p. 15).

“En general, el parque me da una sensación de mucha tranquilidad. La


amplia extensión de las áreas verdes es agradable, generando una atmósfera
protegida de atochamientos y ruidos estruendosos. Es posible escoger una
diversidad de espacios para poder caminar, sentarse o descansar” (Nota 3,
pp. 20-21).

Sin embargo, en la experiencia del Parque La Bandera hubo un punto que se


contrapuso a las descritas anteriormente, es decir, el Parque Balmaceda y el Parque
Araucano. El estigma del lugar en donde está emplazado, vinculado a poblaciones
marginales, apareció inmediatamente como una sensación de riesgo que tensionó
la quietud del paisaje:

“En el momento en que estoy mirando y disfrutando del verde paisaje me


inunda una serie de recuerdos, de comentarios de otras personas [...]: que
es peligroso, que pueden asaltarte casi a cualquier hora del día, que está
rodeado de poblaciones con mucha delincuencia, que venden y consumen
droga durante la noche” (Nota 2, p. 15)

También, las diferencias se hacen visibles al pensar en la experiencia del otro


extremo. El Parque Araucano evoca la sensación de estar en un lugar de consumo.
El riesgo no se explicita como en la descripción anterior. Más bien, las prácticas de
consumo parecen encajar con el paisaje verde sin provocar mucha disrupción:

“Me recuerda mucho a un mall. […] Las tiendas comerciales en su interior


son particulares para mí. En observaciones realizadas anteriormente hemos
podido dar cuenta de la presencia de vendedores ambulantes, sin embargo,
aquí no aparecen estos actores. Entrar a comprar a alguna de [estas tiendas]
parece requerir de una alta cantidad de dinero” (Nota 3, pp. 20-21).
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Así vemos que no descuidar las sensaciones evocadas nos permite visibilizar que
la particularidad del parque marca una inflexión en la vivencia del ritmo del tiempo
cotidiano. Además, la comparación de estas distintas sensaciones nos da cuenta
de que esta vivencia se diferencia no sólo por las características particulares del
parque, sino por el lugar en el que el parque se encuentra en relación a la totalidad
de la ciudad. Es en este momento que surge la distinción de la experiencia según
la diferencia socioeconómica. Mientras que en un extremo se puede obtener relajo
y posibilidad para el consumo, en el otro el relajo se tensiona con el estigma del
riesgo y del peligro.

Discusión y Conclusiones

Convertirnos en transeúntes de estos tres parques y participar de la experiencia de


permanecer en ellos por un momento nos reveló gran cantidad de elementos que
hacen el lugar del parque algo distinto. En un primer acercamiento, el parque se
despliega como un lugar en el que algo cambia en relación al tiempo.
Posteriormente, nos dimos cuenta de cómo las diferencias socioeconómicas
atraviesan todas las prácticas y sensaciones que aparecen en los parques. Sin duda
alguna, el lugar del parque posee ciertas particularidades difíciles de encontrar en
otros espacios de la ciudad.

Heller (1987) nos habla del ritmo del tiempo y de que hay épocas en las que la
estructura social y sus cambios posibilitan una variación de tal ritmo y que,
especialmente en el capitalismo, su aceleración de se ha transformado en una
tendencia. Con la experiencia del parque pesquisamos que dicha variación se
expresa no sólo en ámbitos macrosociales, sino que está ahí de manera dinámica
en los distintos momentos del trayecto cotidiano del que habla Giannini (1999).
Mientras la vida activa del capitalismo acelera el ritmo, el “respiro” del aire del parque
ofrece un momento de desaceleración. Eso ciertamente nos podría llevar a pensar
en el lugar del parque como un lugar antitético, transgresor y contestatario frente al
ritmo de vida del trabajo alienado, sin embargo, hay cuestiones más profundas y
que se revelan al entender al parque en una relación dialéctica con la ciudad.

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Tomando en consideración la ubicación de los parques y teniendo en cuenta que
las prácticas que surgen allí tienen que ver con un transitar cotidiano, ya sea fugaz
(hacer del parque parte del camino casa-trabajo-casa) o un poco más sostenido
(permanecer en el parque buscando relajo y eventuales encuentros esporádicos),
comprendemos que el parque está entramado con otros espacios de la ciudad y,
más que negar radicalmente la vida activa de ésta, tiende a cumplir una función
relacionada con ella. Así se esbozan los componentes de nuestra dialéctica:
tomando a la ciudad como totalidad positiva, el espacio del parque se constituye
como una negatividad particular que sirve de “respiro” frente al ritmo agotador de la
vida laboral. Tanto en la experiencia del trabajador que espera el inicio de su jornada
como la familia que, después del trabajo, aprovecha el lugar para estar con sus
hijos, el resultado es similar: la singularidad de tal dialéctica deviene en una tensión
que termina sosteniendo la rutina cotidiana.

El parque parece ser una experiencia de sostener la vida del trabajo y/o de las
obligaciones en la ciudad. Esta forma de vida logra hacerse sostenible en la medida
que se inserta como un lugar donde se permiten otras prácticas y se constituye
como “pulmón verde”. Según lo expuesto por Giannini (1999): “en la libre circulación
callejera, logro en alguna medida desprenderme del peso, de la responsabilidad,
del cuidado, de ese ser disponible para sí tal como lo somos en el domicilio”.

¿Quiere decir esto que no hay espacio para pensar la transgresión más allá de esta
relación de sostenimiento? Pensamos que no. Según Giannini (1999), el domicilio
es el lugar de ser para sí y el trabajo es el lugar de ser para otros. En ese sentido,
el parque podría llegar a ser una combinación entre ambos, es decir, un lugar en el
que se llevan a cabo prácticas que responden a ser para sí mismo y otras a ser para
otros. Y en el interjuego de ambos tipos de prácticas, junto al importante aspecto
del parque que tiene que ver con la desaceleración del ritmo del tiempo, es que el
parque se mantiene como un territorio abierto en donde los límites de lo que puede
pasar se acrecientan y, por tanto, es un espacio donde puede haber más
transgresión en términos de prácticas.

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La cuestión, sin embargo, se torna aún más compleja cuando recordamos que las
diferencias socioeconómicas producen distintos fenómenos en los parques. El
problema que aparece es que, mientras en un parque se dispone de los recursos
materiales para posibilitar una diversidad mucho más amplia de vivencias y de
acontecimientos, tanto relacionados con cuestiones hegemónicas (como el
consumo) como con alternativas, en lugares más marginales la limitación de
recursos y el estigma del peligro entorpece la vivencia de quietud y de disfrute del
lugar.

Según Byung-Chul Han (2014), es en la demora de las cosas, en la vida


contemplativa, en donde surge el acontecimiento, eso que hace que el curso
narrativo de la historia se vea tensionado y renovado por lo otro nuevo. Es en la
posibilidad de detenerse en el lugar del parque, de ir más lento, en donde se abre
el camino para que aparezca la experiencia erótica del acontecimiento. De ahí
proviene el imperativo de pensar en la experiencia del parque como necesaria, no
sólo para ayudarnos a soportar y sostener la rutina de la vida cotidiana, sino para
poder transgredirla.

Referencias

Asociación chilena de empresas de Investigación de Mercado (AIM) (2008). Grupos


socioeconómicos. Recuperado el 14 de agosto de 2016, de
http://www.aimchile.cl/wp-
content/uploads/2011/12/Grupos_Socioeconomicos_AIM-2008.pdf

Garfinkel, H. (2006). Estudios en etnometodología. México: Anthropos Editorial

Giannini, H. (1999). La “reflexión” cotidiana. Hacia una arqueología de la


experiencia. Santiago de Chile: Editorial Universitaria

Han, B. (2014). El aroma del tiempo: un ensayo filosófico sobre el arte de


demorarse. Barcelona: Herder.

Heller, A. (1987). Sociología de la vida cotidiana. Barcelona: Península.

12
Ministerio del Medio Ambiente (s.f.). Capítulo 6: Disponibilidad de Áreas Verdes.
Recuperado el 16 de agosto de 2016, de
http://www.mma.gob.cl/1304/articles-52016_Capitulo_6.pdf.

Anexos: notas de campo

Nota 1: Parque Balmaceda

Providencia. 11:00 hrs.

Al descender del bus que me llevaba por Av. Providencia me topo con el extremo
poniente del Parque Balmaceda. La panorámica que se desplegó en mis ojos fue
una plaza grande compuesta de una explanada de pasto central, con dos senderos
de maicillo a cada lado, varios árboles y algunas bancas ubicadas en los senderos.
Además, éstos estaban, a lo largo de grandes tramos, cubiertos por las ramas de
los árboles, constituyendo una larga ruta sombreada.

Ya sentado en una de esas bancas, me doy cuenta de que la población del parque
es baja, no más de cinco o seis personas, varias de ellas transeúntes, ya sea
corredores o montadores de bicicleta, jóvenes y no tan jóvenes. En la banca situada
al lado mío estaba sentado un hombre joven. Su ropa me hizo pensar que era un
trabajador relacionado con el mundo de la salud. Después de un rato, de tomarse
una lata de bebida y de ojear su celular, toma la mochila que tenía a su costado y
se pierde por entre las calles.

A medida que avanzaba el tiempo iba sintiendo cómo el ambiente del parque me
hacía cada vez más parte de él. Mi cuerpo comenzaba a relajarse, a sentir el fresco
aire de una fría mañana en la sombra de un árbol. De hecho, el sonido del tráfico
no era suficiente para romper la verde quietud que ofrecía el paisaje lleno de
vegetación. El lugar me relajó significativamente.

En un momento, al observar a los transeúntes, pensé que no sólo el sujeto que


estaba al lado mío hacía del parque una estación de espera antes de empezar su
jornada de trabajo. Muchas de las personas que pasaban llevaban una mochila o
estaban vestidas de manera formal. Creo que la cuestión de la ruta sombreada, en
relación con las otras veredas y calles asoleadas de la ciudad, puede ser un factor

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importante para elegir precisamente al parque como parte de la ruta domicilio-
trabajo-domicilio.

De repente, me fijé que, a unos varios metros de mí, había un señor de entre
cuarenta y cincuenta, con tenida deportiva, haciendo ejercicio. Estaba estirándose
y ejercitándose con su propio cuerpo sobre una explanada de cemento situada
cercana a un monumento que se ubica al final del parque. Por cierto, estaba bajo la
sombra de un árbol. También uso el pasto que tenía al lado como una suerte de
superficie blanda para recostarse, tomar aire y comenzar una rutina de
abdominales. Finalmente, se retiró por entre las calles circundantes, con su ropa
deportiva. Este sujeto no deja de serme llamativo, debido a que, por su edad y por
estar en la comuna de Providencia, lugar de oficinas por excelencia, uno puede
pensar que aquel horario corresponde al laboral. Sin embargo, él estaba ahí, sin
verse muy apurado, haciendo ejercicio.

Los transeúntes no se detenían. Un padre empujando un coche con su pequeña


hija, acompañado de su mujer, caminaban aún más tranquilamente que las demás
personas por los senderos de maicillo. Una pareja de jóvenes se sentó a comerse
unas galletas en una banca del sendero de enfrente. En ese momento percibí que
la disposición de mi cuerpo revelaba un calmo interés en la experiencia del parque.
¿Será que en este lugar los movimientos que componen la rutina se hacen más
lentos, más livianos? Lo que sí puedo atestiguar es que la suave brisa, la sombra y
el verde paisaje hacían la experiencia ciudadana mucho más amena que la que uno
puede vivenciar caminando entre edificios por una calle ruidosa y congestionada.

Ya después de un rato de estar disfrutando de mi relajo, me llama la atención la


presencia de dos trabajadores municipales. Uno de ellos estaba arrastrando un
contenedor de basura de tamaño mediano, mientras que otro estaba pendiente de
ver cómo los regadores mojaban el pasto del lado oriente. Por supuesto, es esencial
la mantención y los cuidados para que un lugar conserve su imagen. De ahí uno
puede pensar en la importancia que reviste la inyección de recursos municipales en
sus áreas verdes para conservarlas en condiciones óptimas y ofrecer un paisaje
bello y relajante. Claro, Providencia como tal, se caracteriza tanto por sus áreas

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verdes urbanas como por manejar cifras de dinero mucho más significativas que
otras comunas, sobre todo periféricas.

Al terminar la hora y media de observación-contemplación, y también mi


experiencia, noto que, además de aumentar un poco el flujo de transeúntes,
aparecen dos escolares adolescentes: una pareja que, al parecer por hacer la
cimarra según la hora, buscaba un lugar entre todo el pasto que había para poder
asentarse y desplegar todo su cariño.

Creo que, durante el momento de observación, el parque se constituye no sólo como


un lugar de tránsito más apetecido que otros, quizás, sino un lugar de espera, de
aguardar a que el tiempo pase. Y es que es evidente que en las calles y las veredas
no cualquiera puede recostarse y abandonar las preocupaciones rutinarias por un
momento. En la sombra y entre tanto verde, hacer eso es sumamente más cómodo
que en casi cualquier otro lugar de la ciudad. El parque no sólo es un pulmón
ambiental que contribuye a que podamos respirar aire renovado, también es un
lugar para que podamos darle un pequeño, pero significativo, respiro a nuestra vida.

Nota 2: Parque La Bandera

San Ramón, 16:00 hrs.

Descripción del Espacio

Llego por la línea 4A del Metro a la estación La Granja, ubicada entre las dos pistas
principales de la autopista Vespucio Sur. Por ello, debo subir y, posteriormente bajar
para poder salir de la estación. Una vez que atravieso la boletería me dirijo al pasillo
de la entrada que da a una escalera con forma caracol, pero rectangular. En la cima
de esta escalera se forma una especie de balcón que ofrece una panorámica
bastante interesante: al frente una multitud de árboles y palmeras, plantados entre
pasto y maicillo constituyen el Parque La Bandera.

En el momento en que estoy mirando y disfrutando del verde paisaje me inunda una
serie de recuerdos, de comentarios de otras personas acerca del parque, ubicado
en la comuna periférica de La Granja. Que es peligroso, que pueden asaltarte casi
a cualquier hora del día, que está rodeado de poblaciones con mucha delincuencia,

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que venden y consumen droga durante la noche. El estigma que tiñe este tipo de
lugares se estaba haciendo presente tempranamente en mi experiencia.

Procedo a descender y puedo divisar al parque desde la superficie. Inmediatamente


a la salida de la escalera está estacionado un taxi en un puesto que está reservado
para ellos, sobre la tierra. Frente a mí se extendía un sendero de tierra-maicillo y
después cemento, que terminaba en una calle en donde se ubica la entrada de la
municipalidad de La Granja, a menos de un minuto de caminar respecto de donde
yo estaba. A los costados de este sendero se extendía tanto el pasto como los
árboles y las palmeras, en un área considerable cuyos límites no alcanzaba a
precisar desde mi posición.

Una vez que fui avanzando pude ver que había un quiosco y algunas bancas mal
cuidadas, faltas de tablas o dobladas. A esa hora no había tanta gente en el parque,
excepto los que descendían del metro a buscar micros o colectivos, ya sea por la
costanera de Vespucio (lado norte del parque) o por calle Ossa (lado sur, donde
está la municipalidad).

Descripción del Escenario

Decido avanzar hacia el lado de la municipalidad. Un poco hacia la izquierda hay


una explanada de pasto bastante verde y uniforme en la que me siento. Son pocas
las personas que permanecen detenidas en el parque. Mirando hacia el norte, a mi
derecha casi a media cuadra hay un hombre de entre 50 y 60 años, vestido con un
buzo y una chaqueta aparentemente sucios o mal cuidados, que miraba al parque
con una extraña sonrisa. Después de un rato se fue a sentar con las manos en los
bolsillos en una valla de cemento que servía como una barrera para una calle que
atraviesa el parque. También había una mujer, de unos 40 a 50, apoyada en unos
fierros que sostenían el techo del quiosco; parecía ser la dependiente, que había
salido a “tomar aire”. Por lo demás, transeúntes, gente que hacía el recorrido desde
el metro a calle Ossa y viceversa, entre la escalera de la estación y los colectivos y
las micros. Iban relativamente rápido. Su paso no era como de paseo, sino como de
tener la necesidad de llegar luego a otro lugar y, al mismo tiempo, de estar
cansados, aburridos y resignados.

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Mujeres de alrededor de 40, bien abrigadas, con el pelo tomado y cartera. Me hacían
pensar en trabajadoras de alguna empresa, como secretarias, quizás cajeras de
supermercado, serias y cansadas. Algunos grupos de escolares hablando de cosas
graciosas, también con el mismo ritmo al caminar. Hombres mayores, algunos con
bastón, tampoco eran alcanzados por la quietud que pensaba, podía ofrecer el
verde del lugar.

En un momento llega un auto que se sube a la parte de tierra del parque por el lado
de la municipalidad. Se baja una mujer adulta y se apoya en la puerta del vehículo
a esperar. Un momento después aparecen dos hombres, se saludan y ella les
comienza a mostrar el auto. Tanto el motor como el interior son minuciosamente
inspeccionados por los hombres, motivados porque, quizás, habían encontrado lo
que buscaban. Al parecer, el parque al frente de la municipalidad servía como un
punto de encuentro más menos seguro para hacer negocios informales con
desconocidos.

Al rato después, y de que los personajes de la escena anterior habían ya


abandonado el lugar, aparecen dos jóvenes deportistas con una pelota de fútbol.
Mientras se dirigían hacia el poniente, en donde hay un par de canchas,
aprovecharon de chutear el balón por entre los árboles y de gritarse algunas cosas
que, al parecer, les provocaban mutua gracia. No importunaron a nadie ya que,
como dije antes, casi no había nadie que permaneciese detenido en el parque.

Reflexividad

Al cabo de una hora, habiendo aumentado quizás un poco el flujo de transeúntes,


decidí partir. Las cosas que me impactaron tienen que ver con cómo se fueron
conjugando tanto las sensaciones agradables y relajantes que me provocaron las
verdes imágenes de un parque que se notaba cuidado (a pesar de tener algunos
tags de graffiti en algunas partes), los prejuicios que me resonaron también al llegar
(de los cuales ninguno se materializó durante mi estancia) y, fundamentalmente,
cómo se desplegaba el uso del espacio por la gente que transitaba. A diferencia de
otros lugares de similares características materiales, casi nadie permanecía en el
lugar. En ninguna persona se notaba algún semblante de relajo, respiro o quietud.

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Era como si la mayor parte de los que pasaban por ahí no les interesase más que
llegar a su lugar de destino que contemplar el paisaje. Todos, de alguna u otra
forma, se veían cansados.

Nota 3: Parque Araucano

Las Condes, 17:00 hrs.

Descripción del Espacio

El Parque Araucano se encuentra a unos pasos de la estación de metro


Manquehue, ubicado en la comuna de Las Condes. Tiene veintidós hectáreas y en
su interior tiene jardines, rosedales, senderos, juegos para niños, entre otros. Está
rodeado por una reja que parece ser de acero, la cual se forma de varios fierros que
se superponen.

Una gran cantidad de gente entra y sale por el parque, pero no muchos se quedan
ahí, pareciendo ser que lo transitan para ir desde una avenida a otra. Las personas
que se quedan en él son de distintas edades y en su mayoría están caminando a
paso lento, otras están sentadas conversando en las bancas o en el pasto.

El lugar evoca bastante tranquilidad. El aire se siente más puro en la gran cantidad
de áreas verdes y su dimensión es bastante amplia. Las personas tienen el espacio
suficiente para transitar.

Descripción del Escenario

Desde la estación del metro Manquehue me dirijo caminando hacia el final de la


calle Rosario Norte, donde me encuentro con el Parque Araucano. Ya desde afuera
del parque puedo darme cuenta de su amplitud, sin embargo, al entrar dimensiono
aún más su gran tamaño. Con lo primero que me encuentro es una pileta que
desprende un poco agua y se compone de cuatro estructuras de acero. Puedo
observar que un poco más allá de la pileta hay una plaza que se llama “El Rosedal”,
la cual contiene distintos tipos de flores y bancas para sentarse, sin embargo, casi
no se ve gente por aquí ahora. La plaza está rodeada de una estructura verde tipo
invernadero. No sé muy bien donde ir en un comienzo, miro hacia la derecha y a la

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izquierda y me parece que hay mucho espacio para recorrer. Me decido ir por el
lado izquierdo del parque y comienzo a caminar.

A medida que voy avanzando, me encuentro con un gran espacio que tiene distintas
estructuras. Distingo por un cartel que dice “Selva viva” que en una de ellas hay una
exposición de animales. También observo que hay una tienda llamada “Big boba”
donde venden té. Luego, me doy cuenta que corresponde a “Vida Parque”, un
espacio comercial con diferentes tiendas.

Avanzado ya un poco más el camino, me encuentro con un gran espacio que abarca
una diversidad de juegos para niños, dividido en dos espacios. Uno de ellos está
compuesto por resbalines y columpios y, en el otro, hay varios juegos de redes,
usados por los niños para escalar principalmente. Lo que más me llama la atención
es la cantidad de juegos que hay: cinco casetas con resbalines, con un espacio
relativamente grande entre una y otra; veinte columpios aproximadamente y unos
diez juegos de redes diferentes.

Hay varios niños pequeños junto a sus padres, quienes los acompañan al jugar. Sin
embargo, los juegos no están totalmente ocupados y hay suficientes para todos. En
el sector de los columpios y resbalines parece haber una mayor cantidad de niños
pequeños, los cuales no tienen más de siete años. Cerca de mí hay un niño
sonriendo que se tira por el resbalín mientras su mamá lo espera en el otro extremo
para recibirlo, también riendo. Más cerca, hay una mamá que sienta a su hija en
una banca para ponerle los zapatos, diciendo “no pises el barro, déjame ponerte los
zapatos”. Otras mamás conversan mientras columpian a sus hijos y otras los siguen
cuando los niños corren y se alejan a otros lugares. En los juegos de redes hay
niños un poco mayores, los cuales están jugando solos o acompañados unos de
otros. Algunos padres están directamente con ellos, sin embargo, otros simplemente
los observan desde lejos.

Alrededor de los juegos puedo observar que hay personas de distintas edades
caminando y paseando a sus perros. Además, hay un sector con unas mesas de
picnic, habiendo doce aproximadamente, de las cuales hay tres ocupadas: dos con
un amplio grupo de jóvenes y otra con una familia. Escucho un par de frases al azar

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como “cuidado con el barro”, “la hora de salida del bus es a las 18.20”, “ya nos
vamos” y risas de los jóvenes y niños. Todas hasta el momento han sido dichas por
personas con acento argentino.

Alrededor de los juegos también es posible ver grandes arbustos que están cortados
de manera que moldean la figura de personas. Uno de estos arbustos tiene la forma
de dos personas que se abrazan, mientras la otra es de una persona con un envase
de Coca-Cola en la mano junto a la forma de dos personas más pequeñas. Tras
estas figuras, observo que en el exterior del parque está el mall “Parque Arauco” y
el Hotel Marriot.

Vuelvo camino a la salida del parque. Mientras avanzo, me detengo un poco más
en el espacio llamado “Vida parque”. Hay una torre que informa algunos de los
lugares que hay: Kidzania, Hardcandy fitness, Selva viva, Wicked, pizzería Borgota,
Holy Bread (gourmet food truck) y café Haussmann. Tras ésta hay un gran espacio
que es ocupado como cancha de fútbol.

Caminando un poco más, me encuentro con unas escaleras que bajan hacia “Vida
parque” y me encuentro con los lugares mencionados en la torre. Me recuerda
mucho a un mall y hay música de fondo. Recorro un rato y subo nuevamente las
escaleras.

Me acerco nuevamente a la plaza “El Rosedal” y su estructura tipo invernadero. A


un costado hay infografías sobre ríos del país, lagos, glaciares, animales, jardines
y museos del país. En un costado de cada infografía hay un título que dice “Visito
mi naturaleza. Fundación Futuro”. Este espacio sigue estando bastante vacío,
aunque hay un par de personas sentadas en las bancas. Me dirijo hacia el mismo
lugar por donde entré y paso por un camino de cemento, donde mucha gente
transita en ambos sentidos. El parque conecta el mall “Parque Arauco” (Av.
Kennedy) con la Av. Presidente Riesco, por lo que este camino de cemento parece
ser el lugar de tránsito para ir desde una avenida a otra. Me voy del parque a las
18.10.

Reflexividad del Observador

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En general, el parque me da una sensación de mucha tranquilidad. La amplia
extensión de las áreas verdes es agradable, generando una atmósfera protegida de
atochamientos y ruidos estruendosos. Es posible escoger una diversidad de
espacios para poder caminar, sentarse o descansar.

Las tiendas comerciales en su interior son particulares para mí. En observaciones


realizadas anteriormente hemos podido dar cuenta de la presencia de vendedores
ambulantes, sin embargo, aquí no aparecen estos actores. Además de ello, las
tiendas tienen nombres poco comunes a las que se podría encontrar, por ejemplo,
en el centro de Santiago. Entrar a comprar a alguna de ellas parece requerir de una
alta cantidad de dinero.

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