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GUILLERMO
RUIZ BUENROSTRO
ARENA
Guillermo Ruiz Buenrostro
Guillermo Ruiz Buenrostro,
2012
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siempre que se atribuya la autoría.
http://lidercorp.com
ISBN-13 978-1479185580
ISBN-10 1479185582
Fotografía de portada:
Guillermo Ruiz Buenrostro, 2007
PARTE UNO
Uno
El sol estaba apenas sobre el horizonte.
Siempre estaba bajo en esas latitudes y
en esa época del año. Estaba, como
todos los días, excavando un agujero
para convertir su península en una isla.
El alambre de púas y las mangueras
estaban en posición; su rifle y su Colt en
su lugar; las manos aún le respondían.
Dos años, dos, escarbando y reforzando
las paredes. Empezaba a cansarse, pero
se lo debía a su gente. Se enjugó el
sudor de la frente y volvió al trabajo. Su
viejo reproductor de música aún podía
tocar viejas canciones, que le
recordaban esa feliz época en la que el
país, el planeta entero, aún era su
planeta: su Tierra. Las nubes se
arremolinaban en el cielo. Perfecto. Así
no habría problemas para trabajar un
poco más. Los Otros no se acercaban
cuando llovía. Aún quería saber por
qué.
Apesta.
—Sulfohemoglobinemia.
—¿Qué? —pregunté, confundida.
Papá ni siquiera me miró, revisando
como estaba los resultados.
—Trae a tu madre.
—¿Escucharon la transmisión de
Montréal? —me atreví a preguntar un
rato después.
—No hay humanos en Montréal. Sólo
Otros y Ellos. Los hemos buscado por
años. Ustedes son los únicos que hemos
encontrado.
—Vivimos más cerca de ustedes que
ustedes de Montréal —repliqué— y
apenas los encontramos. Y nosotros no
salimos de Toronto.
—Hace un año estuvimos en Toronto.
Llegamos hasta Detroit. No encontramos
a ningún humano y perdimos a la única
mujer que nos quedaba: Shelley.
—Yo encontré a una mujer en la CN
Tower. Medio devorada —dijo papá.
—Shelley. Una emboscada de Otros. No
son muy inteligentes pero tienen instinto
de cazador. Apenas escapamos por los
pelos. Shelley no lo logró.
—Aun así no nos encontraron. ¿Por qué
habría de ser diferente en Montréal?
—Espero que tengan suerte. Nosotros…
nosotros estamos acabados.
—¿Por qué no ir a vivir con los Ellos
que ayudaron? —dije, un tanto
ingenuamente—. Estoy segura de que los
aceptarán.
—Somos leyenda. Queremos seguir
siendo leyenda.
—Pensaba que querían ser algo más que
leyenda.
—¿Más que leyenda? ¿Qué otra cosa
podríamos ser?
—Historia.
20
El Hermano Jaime estaba en el lago
cuando el sol salió. Todos los días hacía
lo mismo: se levantaba, se metía al lago
a purificarse, y luego salía con muchas
cosas que se movían y luego se podían
comer, que se llamaban truchas, y otras
que se llamaban percales, y otras que
eran cangrejos, y otras que venían en
piedras que se podían abrir en dos, que
se llamaban mejillones. El hermano
Jaime me dijo que los mejillones
estaban por todos lados y que podíamos
comer los que quisiéramos y siempre
habría más, pero que las truchas
teníamos que cuidarlas.
Me sentí viejo.
Mucho.
No sé si la maquinaria en mi cerebro
necesitaba lubricante o si aún no había
suficiente presión de vapor, pero no
entendía nada. Sacudí un poco la cabeza
y me fije que, a pesar de todo, no estaba
en el aire. Estaba sobre un trozo de
cristal. A mi derecha sí había vacío; al
frente, también, pero a la derecha estaba
más cristal y parecía sólido, y Yago
estaba más allá. Yo estaba amarrada.
Eran cuerdas. Yo sabía hacer cuerdas
desde que gateaba. Bueno, no tanto. Pero
no parecía fibra natural. ¿Plástico?
Nylon. Muy durables. Yago no me
miraba. Traté de revisar qué era lo que
estaba detrás de mí. No sería metal. Se
hubiera oxidado. O quizá todavía no
había tenido tiempo de hacerlo. Me
concentré en las cuerdas. Todas las
cuerdas se podían cortar con suficiente
tiempo, paciencia, y algo afilado.
Empecé a hacer ejercicios isométricos
para mantener flexibles las
articulaciones. Mis anillos. Quizá no se
fijó que fabriqué herramientas en mis
anillos. Quizá no me revisó los
bolsillos. Sí: estaban aún en el bolsillo
trasero de mi pantalón. El desarmador
plano todavía estaba en su lugar, y si lo
giraba podía cortar la cuerda. ¿La
navaja? No, estaba en el bolsillo de
adelante. No podía alcanzarla. El
desarmador tendría que servir. Poco a
poco fui cortando la cuerda. Damisela
en peligro. Esperando a que mi príncipe
azul viniera a rescatarme. Já. ¿En
verdad creían esas cosas? ¿Las creías
tú, mamá? Déjame reírme.
No.
No es un terremoto.
Parte Uno
Uno
2
Tres
4
Cinco
10
Siete
12
Nueve
14
Once
20
Trece
22
Quince
Parte Dos
XVI
Décimo Séptimo
XVIII
Décimo Noveno
XX
Vigésimo Primero
XXII
Vigésimo Tercero
XXIV
Vigésimo Quinto
XXVI
Vigésimo Séptimo
XXVIII
Vigésimo Noveno
XXX
Parte Tres
Tres Uno
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Tres Tres
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Tres Cinco
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Tres Siete
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Tres Nueve
XL
41
XLII
Cuarenta y Tres
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Parte Cuatro
XLV
47
Cuadragésimo Séptimo
XLVIII
49
Epílogo
Fin