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I. Humanismo y Renacimiento
Los autores mencionan que Renacimiento es el apelativo que se le ha puesto al
conjunto de tendencias culturales y corrientes artísticas revolucionarias que se
impusieron entre mediados del siglo XV y mediados del XVI en casi todo Occidente. La
rapidez, amplitud, importancia y calidad de las expresiones artísticas condujo a la
utilización del mencionado apelativo. Respecto al mismo, los autores sostienen que
está cargado de un apriorístico juicio de valor (que conduce) a una mistificación
historiográfica, según la cual el Renacimiento no puede ser más que algo
absolutamente positivo. “El renacimiento aparece como momento privilegiado de la
humanidad occidental, como una especie de anuncio de una revelación laica, el largo
instante de concepción de mundo moderno” (p. 128). Por esto mismo es que quieren
evitar ese término, al considerarlo ya desde un principio comprometido y equívoco,
fuente inevitable de confusión.
También critican que se lo asocie a una caracterización ideal, una serie de
valores espirituales homogéneos que se manifiestan en el conjunto de Europa, cuando
en realidad los contenidos son heterogéneos y están lejos de predominar en
Occidente.
Por otra parte, se hace mención de que muchas veces se ha utilizado este
apelativo como sinónimo de Humanismo, considerando los autores que es preferible la
utilización de este último para aludir a las altas creaciones culturales aparecidas en
occidente en los siglos XV y XVI. Deciden definir como período humanístico el sistema
cultural entre 1450 y 1550.
El aporte fundamental de los humanistas a la cultura occidental fue, según
aprecian los autores, “su tendencia a la universalidad y su capacidad de expresar
valores adecuados a un tipo de sociedad en desarrollo dinámico (…) al margen de sus
particulares formas éticas, artísticas o literarias iniciales, tal movimiento acertó a ser
históricamente funcional, y sin duda alguna, su grandeza y su fecundidad derivaron del
hecho de que quiso claramente serlo”. (p. 130-131). Se busca, por ende, romper con
los esquemas intelectuales y morales fuertemente jerarquizados y centrados en Dios,
para dar lugar a una concepción en la que se reivindica la dignidad del individuo y
humanidad, y de la naturaleza en la que está asentado. Es una cultura abierta, libre y
dinámica, consciente de que es puramente humana y que, como tal, no puede imponer
al hombre opresiones o alienaciones fundamentales.
El humanismo quiso responder a necesidades terrenas y socialmente precisas
entregándose a reivindicar principalmente valores ahistóricos y válidos para el hombre
en sí. Esta idealización de la humano va a terminar siendo su mayor fuerte y su mayor
debilidad. Esta cultura de los humanistas no representó una verdadera revolución
metal, ya que su tendencia a lo perfecto y a lo excelente, en general, no pudo
traducirse socialmente más que a dimensiones aristócratas y nobiliarias. Esto los lleva a
afirmar a Tenenti y Romano, que, por el reflejo de su desigual aceptación en la
sociedad, llegó a resultados muy valiosos, pero frecuentemente inorgánicos.
Se plantea que el campo en el que el humanismo tuvo sus mayores y más
prematuras realizaciones fue el artístico, respecto al cual el campo de lo filosófico-
literario estaba muy rezagado, lo que se debe fundamentalmente a la gran influencia
de la tradición. Por otra parte, también hay una diferencia en el desarrollo del
humanismo entre las distintas regiones de Europa, lo que en buena medida se explica
en que “el proceso por el que se diferencian entre sí las diversas entidades históricas
de Europa está muy avanzado ya y repercute necesariamente en sus formas y en sus
desarrollos culturales”. Esta es la ideología de un organismo social maduro, pero de
tendencia estática, minado por una profunda crisis, y que se dirige hacia su ocaso sin
tener conciencia de ello.
V. La Historia y la política