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GIACOMO CASANOVA

HISTORIA DE MI VIDA
Prólogo de Félix de
de A z ú a

Traducción y notas de Mauro A rmi ño

TOMO I
ROBERTOKLES
ROSANAE FECIT
GI ACO M O C AS A N OV A

HISTORIA DE MI VIDA

PRÓLOGO
FÉLIX DE AZÚA

TRADUCCIÓN Y NOTAS
MAURO ARMIÑO

ATALANTA
2009
GI ACO M O C AS A N OV A

HISTORIA DE MI VIDA

PRÓLOGO
FÉLIX DE AZÚA

TRADUCCIÓN Y NOTAS
MAURO ARMIÑO

ATALANTA
2009

 V O L U M E N 2

‘ 744

CAPÍTULO I

MI BREVE Y DEMASIADO MOVIDA ESTANCIA EN ANCONA.


CECILIA, MARINA, BELLINO. LA ESCLAVA GRIEGA
DEL LAZARETO. BELLINO SE DA A CONOCER 

Llegué a Ancona el 25 de febrero del año 1744' cuando em-


pezaba a caer la noche, y fui a la mejor posada de la ciudad.2Sa-
tisfecho con mi cuarto, le digo al posadero que quiero comer
carne. Me responde que en cuaresma los cristianos hacen absti-
nencia. Le digo que el papa me ha dado permiso para comer
carne; me dice que se lo enseñe; le respondo que me lo dio de
 viva vo z; no quiere
qu iere creerm
cre erm e; le llam o est úp ido ; me con mina
mi na a
que vaya a alojarme a otra parte; y esta última razón del posa-
dero, que no me esperaba, me sorprende. Juro y echo pestes, y
en ese momento un grave personaje sale de una habitación di
ciéndome que hacia mal  en   en querer comer carne, cuando en An-
cona comer de vigilia era mejor; que hacia mal  queriendo queriendo obligar
al posadero a creer bajo mi palabra que tenía permiso del papa;
que, si lo tenía, hacía mal  en  en haberlo pedido a mi edad; que hacía
ma l   por no haberlo hecho poner por escrito; que hacía mal  tra-   tra-
tando al posadero de estúpido, pues era dueño de no querer alo-
 jarme ; y, fina lmente
lme nte,, que hacía mal  al  al meter tanto ruido.
 Aq ue l ind ivi du o que ven ía a inm iscuir
isc uirse
se en mis asunto
asu ntoss sin
ser llamado y que había salido de su habitación para acusarme de
lodos los errores imaginables, casi me había hecho reír.
Admito, señor le dije, todos los errores que me atribuís;

1. Este año sustituye


sustitu ye en el manuscrito a 1743.
174 3. Pero podría ser un
nuevo
nuevo dato erróneo; si es cierto que Casanova asistió a las operaciones
militares en los alrededores de Rímini, podría haber llegado a Ancona
en febrero de 1745.
i . Sin duda la Osteria del Garofano (la «Posada del Clavel»), cerca
de la porta  Calamo.

281
 V O L U M E N 2

‘ 744

CAPÍTULO I

MI BREVE Y DEMASIADO MOVIDA ESTANCIA EN ANCONA.


CECILIA, MARINA, BELLINO. LA ESCLAVA GRIEGA
DEL LAZARETO. BELLINO SE DA A CONOCER 

Llegué a Ancona el 25 de febrero del año 1744' cuando em-


pezaba a caer la noche, y fui a la mejor posada de la ciudad.2Sa-
tisfecho con mi cuarto, le digo al posadero que quiero comer
carne. Me responde que en cuaresma los cristianos hacen absti-
nencia. Le digo que el papa me ha dado permiso para comer
carne; me dice que se lo enseñe; le respondo que me lo dio de
 viva vo z; no quiere
qu iere creerm
cre erm e; le llam o est úp ido ; me con mina
mi na a
que vaya a alojarme a otra parte; y esta última razón del posa-
dero, que no me esperaba, me sorprende. Juro y echo pestes, y
en ese momento un grave personaje sale de una habitación di
ciéndome que hacia mal  en   en querer comer carne, cuando en An-
cona comer de vigilia era mejor; que hacia mal  queriendo queriendo obligar
al posadero a creer bajo mi palabra que tenía permiso del papa;
que, si lo tenía, hacía mal  en  en haberlo pedido a mi edad; que hacía
ma l   por no haberlo hecho poner por escrito; que hacía mal  tra-   tra-
tando al posadero de estúpido, pues era dueño de no querer alo-
 jarme ; y, fina lmente
lme nte,, que hacía mal  al  al meter tanto ruido.
 Aq ue l ind ivi du o que ven ía a inm iscuir
isc uirse
se en mis asunto
asu ntoss sin
ser llamado y que había salido de su habitación para acusarme de
lodos los errores imaginables, casi me había hecho reír.
Admito, señor le dije, todos los errores que me atribuís;

1. Este año sustituye


sustitu ye en el manuscrito a 1743.
174 3. Pero podría ser un
nuevo
nuevo dato erróneo; si es cierto que Casanova asistió a las operaciones
militares en los alrededores de Rímini, podría haber llegado a Ancona
en febrero de 1745.
i . Sin duda la Osteria del Garofano (la «Posada del Clavel»), cerca
de la porta  Calamo.

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pero llueve, tengo mucho apetito, y no tengo ganas de salir a a las mismas leyes6que en Roma. La madre me presenta a su
esta hora para ir en busca de otro albergue. Y ahora os pregunto otro hijo, también muy guapo, pero no castrato, que se llamaba
si queréis vos darme de cenar ya que el posadero se niega. Petronio y que había interpretado el papel de primera bailarina,
N o , porque como soy católico ayuno; pero voy a calmar
calmar al
al  y a sus
su s do s hija s, la m ay or de las cuales
cu ales , llamada
llam ada Ce ci lia y de
posadero, que, aunque de vigilia, os dará una buena cena. doce años, estudiaba música. La otra, que era bailarina, tenía
Tras decir esto baja, y yo, comparando su fría calma con mi unce, y se llamaba Marina; las dos muy guapas. La familia era de
petulante viveza, reconozco que tiene derecho a darme leccio- Bolonia y vivía de sus talentos. La amabilidad y la alegría su-
nes. Vuelve a subir, entra en mi cuarto y me dice que todo está plían la pobreza.
arreglado, que tendría una buena cena y que me haría compa- Cuan do Bellino, que así se llamaba el
el castrato primera actriz,
ñía. Le respondo que será un honor para mí, y para obligarle a se levantó de la mesa y, a instancias de don Sancho, se puso al
decirme su nombre le digo el mío calificándome de secretario clavicordio, acompañó un aria con voz de ángel y una gracia en-
del cardenal
cardenal A cquaviva. cantadora. El español, que escuchaba con los ojos cerrados, me
M i nombre es Sancho
Sancho Pico me dijo; soy castell
castellano
ano y pro- parecía
parecía extasiado. Lejos de tener cerrados los ojos, yo admiraba
 ve ed or del ejér
ej ér cit o de Su Ma jes tad C at ól ic a, mand
ma ndad
adoo po r el los de Bellino, que, negros como escarbunclos, despedían un
conde de Gages* a las órdenes del generalísimo duque de Mó fuego que me quemaba el alma. El joven tenía varios rasgos de
dena.4 doña Lucrczia, y maneras de la marquesa G. Su rostro me pare-
Después de admirar el apetito con que cené todo lo que me cía femenino. Las ropas de hombre no impedían que se viese el
sirvieron, me preguntó si había comido; y me pareció contento relieve de su pecho, y por eso, a pesar de la presentación, se me
cuando le dije que no. metió en la cabeza que debía de ser una muchacha: convencido
¿ N o os sentará mal
mal la cena? me dijo. de ello, no opuse ninguna resistencia a los deseos que me ins-
Espero, por el contrario, que me haga mucho bien. piró.
Entonces habéis engañado al papa. Venid conmigo a la ha- Después de haber pasado dos horas de liciosas, liciosas, don Sancho,
bitación de al lado. Tendréis el placer de oír buena música. La al acompañarme a mi cuarto, me dijo que partía muy temprano
primera actriz se aloja aquí. para Senigallia7con el abate de Vilmarcati y que volvería al día
La palabra «actriz» despierta mi interés y lo sigo. Veo sentada siguiente, a la hora de cenar. Tras desearle buen viaje, le dije que
a una mesa a una mujer de cierta edad cenando con dos mucha- tal vez nos encontrásemos en el camino, porque esc mismo día
chas y dos guapos muchachos. Busco en vano a la actriz. Don  yo quer
qu ería
ía ir a ce nar a Sen
S eniga
igallia
llia.. Só lo me det enía
ení a en An co na un
Sancho me la presenta señalando a uno de aquellos muchachos, día para presentar al banquero mi letra de cambio y tomar otra
de espléndida belleza, que no podía tener más de dieciséis o die- para Bolonia.
cisiete años. Pienso enseguida que era el castrato que había Me acosté turbado por la impresión que me había causado
hecho el papel de primera actriz en el teatro de Ancona,' sujeto Bellino, molesto por tener que marcharme sin haberle demos-
trado que hacía justicia a su
su belleza y que no me había engañado
}. Jacqucs Dumont de Gages (168 217 53) , comandan
comandante te de los ejér
citos españoles en Italia desde el 21 de agosto de 17 43, en sustitución de un edificio de madera
madera donde se representaban
representaban óperas, dest ruido por un
incendio en 1709.
Montemar.
4. Francesco III Maria d’ Estc, duque de Módcna de 173 7 a 1780, 6. En los Estados Pontificios (y Ancona lo fue desde 15 32 hasta
generalísimo de las tropas españolas y napolitanas en marzo de 1743, 1860, salvo breves periodos), las mujeres no podían pisar los escena-
rios; eran castratos los que se hacían cargo de los papeles femeninos.
pero llueve, tengo mucho apetito, y no tengo ganas de salir a a las mismas leyes6que en Roma. La madre me presenta a su
esta hora para ir en busca de otro albergue. Y ahora os pregunto otro hijo, también muy guapo, pero no castrato, que se llamaba
si queréis vos darme de cenar ya que el posadero se niega. Petronio y que había interpretado el papel de primera bailarina,
N o , porque como soy católico ayuno; pero voy a calmar
calmar al
al  y a sus
su s do s hija s, la m ay or de las cuales
cu ales , llamada
llam ada Ce ci lia y de
posadero, que, aunque de vigilia, os dará una buena cena. doce años, estudiaba música. La otra, que era bailarina, tenía
Tras decir esto baja, y yo, comparando su fría calma con mi unce, y se llamaba Marina; las dos muy guapas. La familia era de
petulante viveza, reconozco que tiene derecho a darme leccio- Bolonia y vivía de sus talentos. La amabilidad y la alegría su-
nes. Vuelve a subir, entra en mi cuarto y me dice que todo está plían la pobreza.
arreglado, que tendría una buena cena y que me haría compa- Cuan do Bellino, que así se llamaba el
el castrato primera actriz,
ñía. Le respondo que será un honor para mí, y para obligarle a se levantó de la mesa y, a instancias de don Sancho, se puso al
decirme su nombre le digo el mío calificándome de secretario clavicordio, acompañó un aria con voz de ángel y una gracia en-
del cardenal
cardenal A cquaviva. cantadora. El español, que escuchaba con los ojos cerrados, me
M i nombre es Sancho
Sancho Pico me dijo; soy castell
castellano
ano y pro- parecía
parecía extasiado. Lejos de tener cerrados los ojos, yo admiraba
 ve ed or del ejér
ej ér cit o de Su Ma jes tad C at ól ic a, mand
ma ndad
adoo po r el los de Bellino, que, negros como escarbunclos, despedían un
conde de Gages* a las órdenes del generalísimo duque de Mó fuego que me quemaba el alma. El joven tenía varios rasgos de
dena.4 doña Lucrczia, y maneras de la marquesa G. Su rostro me pare-
Después de admirar el apetito con que cené todo lo que me cía femenino. Las ropas de hombre no impedían que se viese el
sirvieron, me preguntó si había comido; y me pareció contento relieve de su pecho, y por eso, a pesar de la presentación, se me
cuando le dije que no. metió en la cabeza que debía de ser una muchacha: convencido
¿ N o os sentará mal
mal la cena? me dijo. de ello, no opuse ninguna resistencia a los deseos que me ins-
Espero, por el contrario, que me haga mucho bien. piró.
Entonces habéis engañado al papa. Venid conmigo a la ha- Después de haber pasado dos horas de liciosas, liciosas, don Sancho,
bitación de al lado. Tendréis el placer de oír buena música. La al acompañarme a mi cuarto, me dijo que partía muy temprano
primera actriz se aloja aquí. para Senigallia7con el abate de Vilmarcati y que volvería al día
La palabra «actriz» despierta mi interés y lo sigo. Veo sentada siguiente, a la hora de cenar. Tras desearle buen viaje, le dije que
a una mesa a una mujer de cierta edad cenando con dos mucha- tal vez nos encontrásemos en el camino, porque esc mismo día
chas y dos guapos muchachos. Busco en vano a la actriz. Don  yo quer
qu ería
ía ir a ce nar a Sen
S eniga
igallia
llia.. Só lo me det enía
ení a en An co na un
Sancho me la presenta señalando a uno de aquellos muchachos, día para presentar al banquero mi letra de cambio y tomar otra
de espléndida belleza, que no podía tener más de dieciséis o die- para Bolonia.
cisiete años. Pienso enseguida que era el castrato que había Me acosté turbado por la impresión que me había causado
hecho el papel de primera actriz en el teatro de Ancona,' sujeto Bellino, molesto por tener que marcharme sin haberle demos-
trado que hacía justicia a su
su belleza y que no me había engañado
}. Jacqucs Dumont de Gages (168 217 53) , comandan
comandante te de los ejér
citos españoles en Italia desde el 21 de agosto de 17 43, en sustitución de un edificio de madera
madera donde se representaban
representaban óperas, dest ruido por un
incendio en 1709.
Montemar.
4. Francesco III Maria d’ Estc, duque de Módcna de 173 7 a 1780, 6. En los Estados Pontificios (y Ancona lo fue desde 15 32 hasta
generalísimo de las tropas españolas y napolitanas en marzo de 1743, 1860, salvo breves periodos), las mujeres no podían pisar los escena-
tras haberse aliado con la casa de Borbón. rios; eran castratos los que se hacían cargo de los papeles femeninos.
f. El teatro
teatro La Fenice,
Fenice, inaugurado
inaugurado en 17 1 1, fue construido sobre
sobre 7. Ciudad de la legación
legación UrbinoPésaro de los Estados Pontificios.
Pontificios.

282

su disfraz. Pero por la mañana, nada más abrir mi puerta, lo veo conforme. C reyen do que debía dar los los buenos días a la compla-
delante de mí ofreciéndome a su hermano para servirme, en ciente
ciente madre, voy a su cuarto y la felicito
felicito po r su encantadora fa-
lugar del lacayo que tenía que contratar. Acepto su propuesta; el milia. Fila me agradece los dieciocho  pa ol i que había dado a su
pequeño viene enseguida y lo envío a buscar café para toda la bien amado hijo y me confía la angustia de su situación.
familia. Hago sentarse a Bellino sobre la cama con intención de El empresario Rocco Argenti me dice es un bárbaro que
tratarle como a muchacha, mas, en ese instante, sus dos herma- sólo me ha dado cincuenta escudos romanos para todo el carna-
nas entran corriendo e interrumpen así mi plan. Pero sólo podía  val. Ya nos los hem os com
co m ido , y sólo
só lo pod em os vo lve r a B olo nia
ni a
estar encantado con el atractivo cuadro que tenía ante mis ojos: a pie y pidiendo limosna.
limosna.
alegría, belleza sin afeites de tres clases distintas, dulce familia- Le di un doblón de a ocho, que la hizo llorar de alegría. Le
ridad, ingenio de teatro, divertidas bromas, pequeños gestos de prometo o tro a cambio de una confidencia.
confidencia.
Bolonia que yo desconocía y que me entusiasmaban. Las dos Confesad que Bellino es una muchacha le digo.
muchachitas eran dos auténticos y vivos capullos de rosa, muy Po déis estar seguro de que no, pero lo parece. Es tan cierto
dignas de ser preferidas a Bellino si no se me hubiera metido en que ha tenido que dejarse inspeccionar.10
la cabeza que Bellino era una muchacha como ellas. A pesar de ¿Por quién?
su gran juventud, se veía la marca de la pubertad precoz sobre P o r el reverendísimo
reverendísimo confesor del señor obispo. Podéis ir a
preguntarle si es cierto.
sus blancos pechos.
Llegó el café, traído por Petronio, que nos lo sirvió y fue luego N o lo creeré hasta
hasta que no lo haya inspeccionado yo mismo.
a llevárselo a su madre, que no salía nunca de su cuarto. Petro- Hacedlo, pero en conciencia no puedo intervenir, porque,
nio era un verdadero Gitón,8y lo era de profesión. No es raro Dios me perdone, no conozco vuestras intenciones.
intenciones.
en la extravagante Italia, donde la intolerancia en esa materia no  Vo y a mi cu art o, en vío a Pe tro nio
ni o a com
c om prarm
pr arm e una bot ella
es ni irracional como en Inglaterra,, ni feroz como en España. Le de vino de Chipre, me da siete cequíes de las vueltas del doblón
di un ccqu í para que pagase el café y le regalé los dieciocho  pa oli que le había dado, y los reparto entre Bellino, Cecilia y Marina;
de la vuelta, que recibió ofreciéndome una muestra de su grati luego pido a estas últimas que me dejen a solas con su hermano.
tud hecha para darme a conocer su inclinación: fue un beso con M i querido Bellino le digo, e stoy seguro de que que no sois
la boca entreabierta que aplicó sobre mis labios, creyéndome afi- de mi sexo.
cionado a sus gustos. No me costó mucho desengañarle, pero Soy de vuestro sexo, pero castrado; y ya me han inspeccio-
no lo vi humillado. Cuando le dije que encargara comida para nado.
seis personas, me respondió que sólo la encargaría para cuatro, Dejad que también yo os inspeccione, y os doy un doblón.
porque debía hacer compañía a su madre, que comía en la cama. N o , porq ue es evidente que me amáis,
amáis, y la religión
religión me lo
Dos minutos después subió el posadero a decirme que las prohíbe.
personas a las que había invitado comían por lo menos por dos, N o tuvisteis esc
esc escrúpulo con el confesor del obispo.
 y que
qu e s ólo
ól o me s er vir ía a seis  pa ol i  por cabeza. Le dije que estaba Era viejo, y además sólo echó un vistazo apresurado a mi
desdichada conformación.
8. Nombre
Nom bre de un muchacho que se suma a las andanzas homose-homose-  Alar
 A lar go la mano,
man o, pe ro él me recha
re cha za y se levanta
leva nta.. Es a ob st i-
xuales de dos jóvenes, Encolpio y Ascito, y los enfrenta entre sí, en nación me pone de mal humor, pues ya había gastado de quince
la novela el Satiricón , del escritor latino Cayo Petronio Arbiter (?6s
d.C.). 10. En los casos dudos os, los castrados eran inspeccionados ofi-
of i-
su disfraz. Pero por la mañana, nada más abrir mi puerta, lo veo conforme. C reyen do que debía dar los los buenos días a la compla-
delante de mí ofreciéndome a su hermano para servirme, en ciente
ciente madre, voy a su cuarto y la felicito
felicito po r su encantadora fa-
lugar del lacayo que tenía que contratar. Acepto su propuesta; el milia. Fila me agradece los dieciocho  pa ol i que había dado a su
pequeño viene enseguida y lo envío a buscar café para toda la bien amado hijo y me confía la angustia de su situación.
familia. Hago sentarse a Bellino sobre la cama con intención de El empresario Rocco Argenti me dice es un bárbaro que
tratarle como a muchacha, mas, en ese instante, sus dos herma- sólo me ha dado cincuenta escudos romanos para todo el carna-
nas entran corriendo e interrumpen así mi plan. Pero sólo podía  val. Ya nos los hem os com
co m ido , y sólo
só lo pod em os vo lve r a B olo nia
ni a
estar encantado con el atractivo cuadro que tenía ante mis ojos: a pie y pidiendo limosna.
limosna.
alegría, belleza sin afeites de tres clases distintas, dulce familia- Le di un doblón de a ocho, que la hizo llorar de alegría. Le
ridad, ingenio de teatro, divertidas bromas, pequeños gestos de prometo o tro a cambio de una confidencia.
confidencia.
Bolonia que yo desconocía y que me entusiasmaban. Las dos Confesad que Bellino es una muchacha le digo.
muchachitas eran dos auténticos y vivos capullos de rosa, muy Po déis estar seguro de que no, pero lo parece. Es tan cierto
dignas de ser preferidas a Bellino si no se me hubiera metido en que ha tenido que dejarse inspeccionar.10
la cabeza que Bellino era una muchacha como ellas. A pesar de ¿Por quién?
su gran juventud, se veía la marca de la pubertad precoz sobre P o r el reverendísimo
reverendísimo confesor del señor obispo. Podéis ir a
preguntarle si es cierto.
sus blancos pechos.
Llegó el café, traído por Petronio, que nos lo sirvió y fue luego N o lo creeré hasta
hasta que no lo haya inspeccionado yo mismo.
a llevárselo a su madre, que no salía nunca de su cuarto. Petro- Hacedlo, pero en conciencia no puedo intervenir, porque,
nio era un verdadero Gitón,8y lo era de profesión. No es raro Dios me perdone, no conozco vuestras intenciones.
intenciones.
en la extravagante Italia, donde la intolerancia en esa materia no  Vo y a mi cu art o, en vío a Pe tro nio
ni o a com
c om prarm
pr arm e una bot ella
es ni irracional como en Inglaterra,, ni feroz como en España. Le de vino de Chipre, me da siete cequíes de las vueltas del doblón
di un ccqu í para que pagase el café y le regalé los dieciocho  pa oli que le había dado, y los reparto entre Bellino, Cecilia y Marina;
de la vuelta, que recibió ofreciéndome una muestra de su grati luego pido a estas últimas que me dejen a solas con su hermano.
tud hecha para darme a conocer su inclinación: fue un beso con M i querido Bellino le digo, e stoy seguro de que que no sois
la boca entreabierta que aplicó sobre mis labios, creyéndome afi- de mi sexo.
cionado a sus gustos. No me costó mucho desengañarle, pero Soy de vuestro sexo, pero castrado; y ya me han inspeccio-
no lo vi humillado. Cuando le dije que encargara comida para nado.
seis personas, me respondió que sólo la encargaría para cuatro, Dejad que también yo os inspeccione, y os doy un doblón.
porque debía hacer compañía a su madre, que comía en la cama. N o , porq ue es evidente que me amáis,
amáis, y la religión
religión me lo
Dos minutos después subió el posadero a decirme que las prohíbe.
personas a las que había invitado comían por lo menos por dos, N o tuvisteis esc
esc escrúpulo con el confesor del obispo.
 y que
qu e s ólo
ól o me s er vir ía a seis  pa ol i  por cabeza. Le dije que estaba Era viejo, y además sólo echó un vistazo apresurado a mi
desdichada conformación.
8. Nombre
Nom bre de un muchacho que se suma a las andanzas homose-
homose-  Alar
 A lar go la mano,
man o, pe ro él me recha
re cha za y se levanta
leva nta.. Es a ob st i-
xuales de dos jóvenes, Encolpio y Ascito, y los enfrenta entre sí, en nación me pone de mal humor, pues ya había gastado de quince
la novela el Satiricón , del escritor latino Cayo Petronio Arbiter (?6s
d.C.). 10. En los casos dudos os, los castrados eran inspeccionados ofi-
of i-
9. En Inglater ra, así como en algunos estados alemanes, la pede cialmente. En 1744, el obispo
obisp o de Ancona era el cardenal Mases de Mon
tepulciano, muerto en 1745.
rastia era castigada con la muerte.

284 285

a dieciséis cequíes para satisfacer mi curiosidad. Me siento a la lido en la cama, pero que, si yo quería retrasar un solo día mi
mesa enfadado, pero el apetito de las tres lindas criaturas me de- marcha, me prometía satisfacer mi curiosidad.
 vuelv
 vu elv e to do mi bue n hu m or y de cido
ci do co bra rm e en las dosdo s pe-
pe - Dime la verdad, y te doy seis cequíes.
queñas el dinero gastado. N o puedo ganarlos porque, como nunca le le he visto com-
Sentados los tres ante el fuego comiendo castañas,
castañas, empiezo pletamente
pletamente desnudo, no puedo jurar nada;
nada; pero probablemente
a distribuir besos, sin que Bellino deje de mostrar complacencia. es chico, porque de otra forma no habría podido cantar en esta
Toco y beso los nacientes pechos de Cecilia y de Marina, y Be- ciudad.
llino, sonrien do, no rech aza mi mano, que entra en la pechera de M u y bien. Me marcharé pasado mañana si tú quieres pasar
su camisa y empuña un seno que ya no me dejó ninguna duda. la noche conmigo.
C on unos pechos así así le digo , sois una
una muchacha,
muchacha, y no po- ¿Me queréis entonces?
déis negarlo. Mucho; pero tienes que ser buena.
Es el defecto de todos los castrados. Ser é m uy buena, porque yo tambiéntambién os quiero. Avisaré a mi
L o sé, pero entiendo bastante para para reconocer la diferencia.
diferencia. madre.
Este seno de alabastro, mi querido Be llino, es el el delicioso pecho Segu ro que ya has tenido un amante.amante.
de una chica de diecisiete años. Nunca.
Co mo yo era todo fuego, viendo que ella no hacía nada nada para
para  Vo lvió
lvi ó mu y con ten ta dic ién do me que qu e s u madre
ma dre me c on side
si de -
impedir a mi mano gozar de su posesión, quise acercar mis la- raba unun hombre honrado. Cer ró la puerta y cayó en mis brazos
bios abiertos y descoloridos por el exceso de mi ardor. Pero el muy enamorada. Resultó que era virgen, pero como no estaba
impostor, que hasta ese momento no se había dado cuenta del enamorado no me divertí. El Amor es la salsa divina que vuelve
placer ilícito que y o prete ndía, se levanta y me deja allí plantado. deliciosa esa pitanza; por eso no pude decirle: «Me has hecho
 Y me e nc ue ntro
nt ro ard ien do de rab ia, y en la im po sib ilid ad de de s- feliz»; fue ella quien me lo dijo; pero no me resultó demasiado
preciarlo porque habría debido empezar por mí mismo. En la halagüeño. Quise, sin embargo, creerlo; ella estuvo cariñosa, yo
necesidad de calmarme, ruego a Cecilia, que era su discípula, estuve cariñoso, me dormí entre sus brazos y cu ando desperté,
que me cante unos aires napolitanos. Luego me marché para ir después de haberle dado tiernamente los buenos días, le di tres
a ver al raguseo Bucchetti, que me dio una letra a la vista sobre doblones que debió preferir a juramentos de eterna felicidad.
Bolonia a cam bio de la que le presenté. De vuelta a la posada, me  Ju ram
ra m en to s absu
ab su rdos
rd os,, que
qu e nin gún hom bre est á en co ndici
nd icion
oneses
fui a dormir después de haber comido en compañía de las dos de hacer a la más hermosa de todas las mujeres. Cecilia fue a lle-
chicas un plato de macarrones. A Petronio le dije que me bus-  var
 va r a que l te soro
so ro a su
s u mad re, quien
qui en,, lloran
llo ran do de aleg ría, refo
re fo rzó
rz ó
case para el amanecer una silla de posta, porque quería irme. su confianza en la Divina P rovidencia.
En el momento en que iba a cerrar mi puerta, veo a Cecilia Mandé llamar al posadero a fin de encargarle una cena para
que, casi en camisa, venía a decirme de parte de Bellino que le cinco personas sin escatimar nada. Estaba seguro de que el noble
haría un favor si lo llevaba conmigo hasta Rímini, donde estaba don Sancho, que debía llegar al atardecer, no me rechazaría el
contratado para cantar en la ópera que debía representarse des- honor de cenar conmigo. N o quise comer, pero la familia familia bolo
pués de Pascua. ñesa no necesitaba esc régimen para tener apetito a la hora de
Vete a decirle, angelito
angelito mío, que estoy dispuesto a darle esc cenar. Tras hacer llamar a Bellino para recordarle su promesa,
placer si antes viene a hacerme él a mí otro en tu presencia: de- me dijo riendo que la jornada aún no había terminado y que es-
a dieciséis cequíes para satisfacer mi curiosidad. Me siento a la lido en la cama, pero que, si yo quería retrasar un solo día mi
mesa enfadado, pero el apetito de las tres lindas criaturas me de- marcha, me prometía satisfacer mi curiosidad.
 vuelv
 vu elv e to do mi bue n hu m or y de cido ci do co bra rm e en las dos
do s pe-
pe - Dime la verdad, y te doy seis cequíes.
queñas el dinero gastado. N o puedo ganarlos porque, como nunca le le he visto com-
Sentados los tres ante el fuego comiendo castañas, castañas, empiezo pletamente
pletamente desnudo, no puedo jurar nada;
nada; pero probablemente
a distribuir besos, sin que Bellino deje de mostrar complacencia. es chico, porque de otra forma no habría podido cantar en esta
Toco y beso los nacientes pechos de Cecilia y de Marina, y Be- ciudad.
llino, sonrien do, no rech aza mi mano, que entra en la pechera de M u y bien. Me marcharé pasado mañana si tú quieres pasar
su camisa y empuña un seno que ya no me dejó ninguna duda. la noche conmigo.
C on unos pechos así así le digo , sois una
una muchacha,
muchacha, y no po- ¿Me queréis entonces?
déis negarlo. Mucho; pero tienes que ser buena.
Es el defecto de todos los castrados. Ser é m uy buena, porque yo tambiéntambién os quiero. Avisaré a mi
L o sé, pero entiendo bastante para para reconocer la diferencia.
diferencia. madre.
Este seno de alabastro, mi querido Be llino, es el el delicioso pecho Segu ro que ya has tenido un amante.amante.
de una chica de diecisiete años. Nunca.
Co mo yo era todo fuego, viendo que ella no hacía nada nada para
para  Vo lvió
lvi ó mu y con ten ta dic ién do me que qu e s u madre
ma dre me c on side
si de -
impedir a mi mano gozar de su posesión, quise acercar mis la- raba unun hombre honrado. Cer ró la puerta y cayó en mis brazos
bios abiertos y descoloridos por el exceso de mi ardor. Pero el muy enamorada. Resultó que era virgen, pero como no estaba
impostor, que hasta ese momento no se había dado cuenta del enamorado no me divertí. El Amor es la salsa divina que vuelve
placer ilícito que y o prete ndía, se levanta y me deja allí plantado. deliciosa esa pitanza; por eso no pude decirle: «Me has hecho
 Y me e nc ue ntro
nt ro ard ien do de rab ia, y en la im po sib ilid ad de de s- feliz»; fue ella quien me lo dijo; pero no me resultó demasiado
preciarlo porque habría debido empezar por mí mismo. En la halagüeño. Quise, sin embargo, creerlo; ella estuvo cariñosa, yo
necesidad de calmarme, ruego a Cecilia, que era su discípula, estuve cariñoso, me dormí entre sus brazos y cu ando desperté,
que me cante unos aires napolitanos. Luego me marché para ir después de haberle dado tiernamente los buenos días, le di tres
a ver al raguseo Bucchetti, que me dio una letra a la vista sobre doblones que debió preferir a juramentos de eterna felicidad.
Bolonia a cam bio de la que le presenté. De vuelta a la posada, me  Ju ram
ra m en to s absu
ab su rdos
rd os,, que
qu e nin gún hom bre est á en co ndici
nd icion
oneses
fui a dormir después de haber comido en compañía de las dos de hacer a la más hermosa de todas las mujeres. Cecilia fue a lle-
chicas un plato de macarrones. A Petronio le dije que me bus-  var
 va r a que l te soro
so ro a su
s u mad re, quien
qui en,, lloran
llo ran do de aleg ría, refo
re fo rzó
rz ó
case para el amanecer una silla de posta, porque quería irme. su confianza en la Divina P rovidencia.
En el momento en que iba a cerrar mi puerta, veo a Cecilia Mandé llamar al posadero a fin de encargarle una cena para
que, casi en camisa, venía a decirme de parte de Bellino que le cinco personas sin escatimar nada. Estaba seguro de que el noble
haría un favor si lo llevaba conmigo hasta Rímini, donde estaba don Sancho, que debía llegar al atardecer, no me rechazaría el
contratado para cantar en la ópera que debía representarse des- honor de cenar conmigo. N o quise comer, pero la familia familia bolo
pués de Pascua. ñesa no necesitaba esc régimen para tener apetito a la hora de
Vete a decirle, angelito
angelito mío, que estoy dispuesto a darle esc cenar. Tras hacer llamar a Bellino para recordarle su promesa,
placer si antes viene a hacerme él a mí otro en tu presencia: de- me dijo riendo que la jornada aún no había terminado y que es-
 jarm e ve r s i e s chica
chi ca o ch ico . taba seguro de viajar en mi compañía a Rímini. I.e pregunté si
Cec ilia va y vuelve para decirme que B ellino ya se había me quería dar un pasco conmigo, y fue a vestirse.

286 287

Mientras, vino M arina a decirme,


decirme, con aire mo rtificado, que que pudiera agradar a su bella mitad. Él se echó a reír y, después
no sabía qué había hecho ella para merecer la muestra de des- de que ella le hablara en turco, se marchó. Se abalanza entonces
precio que yo iba a hacerle. a mi cuello y, estrechándome contra su pecho, me dice: «Éste es
Cecilia ha pasado la noche con vos, mañana os marcháis con el momento de la Fortuna». C om o yo no tenía menos menos valor que
Bellino, yo soy la única
única desgraciada.
desgraciada. ella, me siento, la coloc o encima de mí y en menos de un minuto
¿Quiere s dinero?
dinero? le hago lo que su amo nunca le había hecho en cinco años. Re-
N o, os amo.
amo. cogido el fruto, yo lo saboreaba, pero, para digerirlo, necesitaba
Eres demasiado pequeña. un minuto más. Al oír que su amo volvía, la desdichada griega
L a edad no importa.
importa. E stoy más formada que mi hermana.
hermana. escapa de mis brazos volviéndome la espalda y dándome tiempo
Y quizá también
también tengas un amante.
amante. también
también para arreglarme la ropa y que él no pudiera ver un de s-
¡Eso sí que no! orden que habría podido costarme la vida, o todo el dinero que
M uy bien, esta noche veremos.
veremos. tenía para arreglar las cosas po r las buenas. En esta situación tan
Entonces voy a decirle a mamá que prepare sábanas para dramática lo que me hizo reír fue el asombro de Bellino, que,
mañana, porque, de otro modo, la criada de la posada adivina- inmóvil, temblaba de miedo.
ría la verdad. Las baratijas que eligió la hermosa esclava sólo me costaron
Estas bromas me divertían en grado sumo. En el puerto,  vein te o tre inta cequí
ce quí cs. «Spolaitis»,‘J me dijo en la lengua de su
adonde fui con Bellino, compré un barrilito de ostras
ostras del Arse- país, pero echó a correr tapándose la cara cuando su amo le dijo
nal" de Venecia para homenajear a don Sancho, y, después de que debía darme un beso. Me marché más triste triste que alegre, com-
enviarlo a la posada, llevé a Bellino a la rada y subí a bordo padeciendo a aquella encantadora criatura a la que, pese a su
de un barco de línea veneciano que acababa
acababa de terminar su cua-  valo r, el cie lo se había
habí a ob sti nado
na do en fav orec
or ec er só lo a m edias . Ya
rentena.
rentena. Al no encontrar a nadie conocido, subí a bordo de un en el falucho,'4Bellino, recuperado de su miedo, me dijo que le
barco turco que se hacía a la vela rumbo a Alejandría. había hecho asistir a un espectáculo cuya realidad no era vero-
Nad a más embarcar, la primera persona que aparece ante mis símil, pero que le daba una extraña idea de de mi carácter; en cuanto
ojos es la hermosa griega a la que había dejado siete meses atrás12 al de la griega, no comprendía nada, a menos que yo le asegurase
en el lazareto de Ancona. Estaba al lado del viejo capitán. Apa- que todas las mujeres de su país eran así. Bellino me dijo que de-
rentando no conocerla, pregunto al capitán si tenía buenas mer- bían de ser desgraciadas.
cancías para vender. Nos lleva a su camarote y nos abre sus ¿Creéis entonces le pregunté que las coquetas son fe-
armarios. En los ojos de la griega veía yo su alegría por volver a lices?
 verme
 ver me.. N ad a de lo que el tu rco me ens eñó me inte res aba, per o N o me gusta ni lo
lo uno ni lo otro. Q uiero que una mujer
le dije que con mucho gusto le compraría alguna cosa bonita y  ceda de buena fe al amor y que se rinda después de haber lu-
chado consigo misma; y no quiero que, movida por la primera
11. Lugar donde estacionaban las galeras pontificias; en el manus- sensación causada por un objeto que le agrade, se entregue a él
crito parece poner «Venecia», pero también podría leerse la «Fenice», como una perra que sólo escucha a su instinto. Adm itiréis que
teatro que estaba cerca de ese antiguo Arsenal. También se ha supuesto esa griega os ha dado una prueba evidente de que le habéis gus-
que en el arsenal había una rada reservada a los navios venecianos. tado, y, al mismo tiempo, una perfecta demostración de su bru
12. Tres meses antes,
antes, en noviembre de 1743, Casanova había aban
aban
donado el lazareto de Ancona. La fecha parece indicar otra etapa en esa
Mientras, vino M arina a decirme,
decirme, con aire mo rtificado, que que pudiera agradar a su bella mitad. Él se echó a reír y, después
no sabía qué había hecho ella para merecer la muestra de des- de que ella le hablara en turco, se marchó. Se abalanza entonces
precio que yo iba a hacerle. a mi cuello y, estrechándome contra su pecho, me dice: «Éste es
Cecilia ha pasado la noche con vos, mañana os marcháis con el momento de la Fortuna». C om o yo no tenía menos menos valor que
Bellino, yo soy la única
única desgraciada.
desgraciada. ella, me siento, la coloc o encima de mí y en menos de un minuto
¿Quiere s dinero?
dinero? le hago lo que su amo nunca le había hecho en cinco años. Re-
N o, os amo.
amo. cogido el fruto, yo lo saboreaba, pero, para digerirlo, necesitaba
Eres demasiado pequeña. un minuto más. Al oír que su amo volvía, la desdichada griega
L a edad no importa.
importa. E stoy más formada que mi hermana.
hermana. escapa de mis brazos volviéndome la espalda y dándome tiempo
Y quizá también
también tengas un amante.
amante. también
también para arreglarme la ropa y que él no pudiera ver un de s-
¡Eso sí que no! orden que habría podido costarme la vida, o todo el dinero que
M uy bien, esta noche veremos.
veremos. tenía para arreglar las cosas po r las buenas. En esta situación tan
Entonces voy a decirle a mamá que prepare sábanas para dramática lo que me hizo reír fue el asombro de Bellino, que,
mañana, porque, de otro modo, la criada de la posada adivina- inmóvil, temblaba de miedo.
ría la verdad. Las baratijas que eligió la hermosa esclava sólo me costaron
Estas bromas me divertían en grado sumo. En el puerto,  vein te o tre inta cequí
ce quí cs. «Spolaitis»,‘J me dijo en la lengua de su
adonde fui con Bellino, compré un barrilito de ostras
ostras del Arse- país, pero echó a correr tapándose la cara cuando su amo le dijo
nal" de Venecia para homenajear a don Sancho, y, después de que debía darme un beso. Me marché más triste triste que alegre, com-
enviarlo a la posada, llevé a Bellino a la rada y subí a bordo padeciendo a aquella encantadora criatura a la que, pese a su
de un barco de línea veneciano que acababa
acababa de terminar su cua-  valo r, el cie lo se había
habí a ob sti nado
na do en fav orec
or ec er só lo a m edias . Ya
rentena.
rentena. Al no encontrar a nadie conocido, subí a bordo de un en el falucho,'4Bellino, recuperado de su miedo, me dijo que le
barco turco que se hacía a la vela rumbo a Alejandría. había hecho asistir a un espectáculo cuya realidad no era vero-
Nad a más embarcar, la primera persona que aparece ante mis símil, pero que le daba una extraña idea de de mi carácter; en cuanto
ojos es la hermosa griega a la que había dejado siete meses atrás12 al de la griega, no comprendía nada, a menos que yo le asegurase
en el lazareto de Ancona. Estaba al lado del viejo capitán. Apa- que todas las mujeres de su país eran así. Bellino me dijo que de-
rentando no conocerla, pregunto al capitán si tenía buenas mer- bían de ser desgraciadas.
cancías para vender. Nos lleva a su camarote y nos abre sus ¿Creéis entonces le pregunté que las coquetas son fe-
armarios. En los ojos de la griega veía yo su alegría por volver a lices?
 verme
 ver me.. N ad a de lo que el tu rco me ens eñó me inte res aba, per o N o me gusta ni lo
lo uno ni lo otro. Q uiero que una mujer
le dije que con mucho gusto le compraría alguna cosa bonita y  ceda de buena fe al amor y que se rinda después de haber lu-
chado consigo misma; y no quiero que, movida por la primera
11. Lugar donde estacionaban las galeras pontificias; en el manus- sensación causada por un objeto que le agrade, se entregue a él
crito parece poner «Venecia», pero también podría leerse la «Fenice», como una perra que sólo escucha a su instinto. Adm itiréis que
teatro que estaba cerca de ese antiguo Arsenal. También se ha supuesto esa griega os ha dado una prueba evidente de que le habéis gus-
que en el arsenal había una rada reservada a los navios venecianos. tado, y, al mismo tiempo, una perfecta demostración de su bru
12. Tres meses antes,
antes, en noviembre de 1743, Casanova había aban
aban
donado el lazareto de Ancona. La fecha parece indicar otra etapa en esa
ciudad y reforzaría la hipótesis de un segundo viaje de Roma a Nápo 13. F.n griego moderno: «Muchas gracias».
les en agosto de 1744. 14. Pequeña embarcación
embarcación estrecha y larga, a vela y remos, muy veloz.

288 289

talidad y de un descaro que la exponía a la vergüenza de ser re- muestra.


muestra. Vi, por último, q ue tenía miedo a que, al no encon trarla
chazada, pues no podía saber si os había gustado a vos tanto doncella, le hiciera reproches. Me agradó su inquietud, y me di-
como vos a ella. Es muy guapa, y todo ha ido bien, pero a mí  vertí
 ver tí ase gu rán dole
do le que la vir gin ida d de las muchac
mu chac has só lo me
todo eso me ha hecho temblar. parecía una imaginación pueril, puesto que la mayoría no había
Habría podido calmar a Bellino y rebatir su justo razona- recibido de la naturaleza más que los signos. Me burlé de quie-
miento contándole toda la historia, pero no me convenía. Si era nes con frecuencia cometen el error de convertirla en objeto de
una chica, me interesaba convencerla de que era escasa la im- disputa.
portancia que yo atribuía al gran asunto, y que no merecía la Me di cuenta de que mis ideas le agradaban, y vino a mis bra -
pena emplear engaños para impedir sus consecuencias con la ma- zos llena de confianza. Cierto, fue muy superior en todo a su
 yo r tranqu
tra nqu ilid ad. hermana, y cuando se lo dije se sintió orgullosa. Pero cuando
 Vo lvim os a la pos ada , y al atar
a tarde
decer
cer vim os entra
en trarr en
e n el pati o pretendió colmarme de felicidad diciéndome que pasaría con-
el carruaje de don Sancho. Salí a su encuentro pidiéndole dis- migo toda la noche sin dormir, se lo desaconsejé, demostrándole
culpas por haber contado con el honor que me haría de cenar que saldríamos perdiendo, porque, si concedemos a la natura-
con Bellino y conmigo. Subrayando con dignidad y cortesía el el leza la dulce tregua del sueño, se declara agradecida al despertar
placer que había querido hacerle, aceptó. aumentando la fuerza de su ardor.
Los platos selectos
selectos y bien cocinados, los buenos vinos espa- Después de haber gozado bastante y de haber dormido bien,
ñoles, las excelentes ostras y, sobr e todo, la alegría y las voces de repetimos la fiesta por la mañana; y Marina se marchó muy con-
Bellino y de C ecilia, que nos cantaron dúos y seguidillas,
seguidillas, hicie- tenta cuando vio los tres doblones que con la alegría en el alma
ron pasar al español cinco horas paradisiacas. Cuando, a media llevó a su madre, mujer insaciable en contraer ob ligaciones cada
noche, nos despedimos, me dijo que no podía considerarse  vez ma yor es con la D ivi na Provi
Pr ovi de nc ia.
enteramente satisfecho si antes de acostarse no estaba seguro de Salí para recoger dinero en casa de Bucchctti, pues no podía
que cenaría al día siguiente con el en su cuarto y con los mis- adivinar lo que podría ocurrirme durante el viaje a Bolonia.
mos comensales. Eso suponía aplazar mi marcha un día más. Le I labia gozado, pero había gastado demasiado. Aún faltaba Be-
sorprendí aceptando.
aceptando. llino,
llino, que, de ser chica, no debía en contrarme menos generoso
Entonces exigí a Bellino que cumpliera su palabra, pero el, que sus hermanas. La duda sobre él debía aclararse en aquella
respondiéndome que Marina tenía que hablar conmigo y que ya  jorn ada,
ada , y yo cre ía est ar se gu ro del res ulta do.
tendríamos tiempo de verno s al día siguiente,
siguiente, me dejó. Me quedé Quienes dicen que la vida es un conjunto de desgracias quie-
solo con Marina, que, muy contenta, corrió a cerrar mi puerta. ren decir que la vida misma es una desgracia. Si es una desgracia,
Esta muchacha, más formada que Cecilia aunque más joven, la muerte debe ser entonces un bien. Quienes eso escribieron,
estaba empeñada en convencerme de que merecía ser preferida no debieron de tener buena salud, la bolsa llena de oro y la ale-
a su hermana.
hermana. N o me costó mucho creerla después de examinar gría en el alma después de haber estrechado entre sus brazos a las
el ardor de sus ojos. Temiendo verse desatendida por un hombre Cecilia y a las Marina, ni de estar seguros de tener a otras en el
que la noche anterior podía haberse quedado sin fuerzas, des- tuturo. Pertenecen a una raza de pesimistas1' (perdón, mi que-
plegó ante mí todas las ideas amorosas de su alma. Me habló de rida lengua francesa) que sólo puede haber existido entre filó
talladamente de cuanto sabía hacer, exhibió tod a su ciencia y me
especificó todas las ocasiones que había tenido de convertirse 15. Los términos
términos pessimisme y  pessimiste eran neologismos tan re-
talidad y de un descaro que la exponía a la vergüenza de ser re- muestra.
muestra. Vi, por último, q ue tenía miedo a que, al no encon trarla
chazada, pues no podía saber si os había gustado a vos tanto doncella, le hiciera reproches. Me agradó su inquietud, y me di-
como vos a ella. Es muy guapa, y todo ha ido bien, pero a mí  vertí
 ver tí ase gu rán dole
do le que la vir gin ida d de las muchac
mu chac has só lo me
todo eso me ha hecho temblar. parecía una imaginación pueril, puesto que la mayoría no había
Habría podido calmar a Bellino y rebatir su justo razona- recibido de la naturaleza más que los signos. Me burlé de quie-
miento contándole toda la historia, pero no me convenía. Si era nes con frecuencia cometen el error de convertirla en objeto de
una chica, me interesaba convencerla de que era escasa la im- disputa.
portancia que yo atribuía al gran asunto, y que no merecía la Me di cuenta de que mis ideas le agradaban, y vino a mis bra -
pena emplear engaños para impedir sus consecuencias con la ma- zos llena de confianza. Cierto, fue muy superior en todo a su
 yo r tranqu
tra nqu ilid ad. hermana, y cuando se lo dije se sintió orgullosa. Pero cuando
 Vo lvim os a la pos ada , y al atar
a tarde
decer
cer vim os entra
en trarr en
e n el pati o pretendió colmarme de felicidad diciéndome que pasaría con-
el carruaje de don Sancho. Salí a su encuentro pidiéndole dis- migo toda la noche sin dormir, se lo desaconsejé, demostrándole
culpas por haber contado con el honor que me haría de cenar que saldríamos perdiendo, porque, si concedemos a la natura-
con Bellino y conmigo. Subrayando con dignidad y cortesía el el leza la dulce tregua del sueño, se declara agradecida al despertar
placer que había querido hacerle, aceptó. aumentando la fuerza de su ardor.
Los platos selectos
selectos y bien cocinados, los buenos vinos espa- Después de haber gozado bastante y de haber dormido bien,
ñoles, las excelentes ostras y, sobr e todo, la alegría y las voces de repetimos la fiesta por la mañana; y Marina se marchó muy con-
Bellino y de C ecilia, que nos cantaron dúos y seguidillas,
seguidillas, hicie- tenta cuando vio los tres doblones que con la alegría en el alma
ron pasar al español cinco horas paradisiacas. Cuando, a media llevó a su madre, mujer insaciable en contraer ob ligaciones cada
noche, nos despedimos, me dijo que no podía considerarse  vez ma yor es con la D ivi na Provi
Pr ovi de nc ia.
enteramente satisfecho si antes de acostarse no estaba seguro de Salí para recoger dinero en casa de Bucchctti, pues no podía
que cenaría al día siguiente con el en su cuarto y con los mis- adivinar lo que podría ocurrirme durante el viaje a Bolonia.
mos comensales. Eso suponía aplazar mi marcha un día más. Le I labia gozado, pero había gastado demasiado. Aún faltaba Be-
sorprendí aceptando.
aceptando. llino,
llino, que, de ser chica, no debía en contrarme menos generoso
Entonces exigí a Bellino que cumpliera su palabra, pero el, que sus hermanas. La duda sobre él debía aclararse en aquella
respondiéndome que Marina tenía que hablar conmigo y que ya  jorn ada,
ada , y yo cre ía est ar se gu ro del res ulta do.
tendríamos tiempo de verno s al día siguiente,
siguiente, me dejó. Me quedé Quienes dicen que la vida es un conjunto de desgracias quie-
solo con Marina, que, muy contenta, corrió a cerrar mi puerta. ren decir que la vida misma es una desgracia. Si es una desgracia,
Esta muchacha, más formada que Cecilia aunque más joven, la muerte debe ser entonces un bien. Quienes eso escribieron,
estaba empeñada en convencerme de que merecía ser preferida no debieron de tener buena salud, la bolsa llena de oro y la ale-
a su hermana.
hermana. N o me costó mucho creerla después de examinar gría en el alma después de haber estrechado entre sus brazos a las
el ardor de sus ojos. Temiendo verse desatendida por un hombre Cecilia y a las Marina, ni de estar seguros de tener a otras en el
que la noche anterior podía haberse quedado sin fuerzas, des- tuturo. Pertenecen a una raza de pesimistas1' (perdón, mi que-
plegó ante mí todas las ideas amorosas de su alma. Me habló de rida lengua francesa) que sólo puede haber existido entre filó
talladamente de cuanto sabía hacer, exhibió tod a su ciencia y me
especificó todas las ocasiones que había tenido de convertirse 15. Los términos
términos pessimisme y  pessimiste eran neologismos tan re-
en gran maestra en los misterios del amor, de su idea de sus pía cientes que a Casanova le parecen audaces; no fueron admitidos por la
ceres y de los medios que había utilizado para gozar de alguna  Academia
 Academia Francesa hasta 1878.

290 291

sofos indigentes y teólogos bribones o atrabiliarios. Si el placer cerme sentir su fuerza por un castrado, todo, todo me confir-
existe, y si sólo podemos disfrutarlo en vida, la vida es entonces maba en mi idea. Sin embargo, tenía que asegurarme por el tes-
un bien. Hay, desde luego, desgracias, lo sé. Pero la existencia timonio de mis ojos.
misma de esas desgracias demuestra que la masa del bien es Después de haber dado efusivamente las gracias al al noble cas-
mayor. Yo, por ejemplo, me siento infinitamente complacido tellano, le deseamos un buen sueño y fuimos a mi habitación,
cuando, encontrándome en una habitación oscura, veo la luz a donde Bellino debía cumplir su palabra, o merecer mi desprecio
través de una ventana que se abre a un inmenso horizonte.  y pre par arse a v erme
erm e par tir solo
so lo al amanec er.
 A la hora
hor a de la cena
c ena entré
entr é en la habitac
hab itación
ión de don San cho , a Le cojo de la mano, le hago sentarse a mi lado delante de la
quien encontré solo y m agníficamente instalado. Su mesa estaba estaba chimenea y ruego a las dos pequeñas que nos dejen solos. Ellas
puesta con una vajilla de plata, y sus criados iban de librea. Entra se van al instante.
Bellino vestido, por capricho o por artificio, de chica, seguido El asunto terminará enseguida si sois de mi sexo le digo,
por sus dos hermanas, muy bonitas, pero eclipsadas por él: es-  y si sois del otr o, de v os dep ende rá pasar
pasa r la noche conmig
con mig o. M a-
taba tantan seguro en ese momento de su sexo que habría apostado ñana por la mañana os daré cien cequíes y partiremos juntos.
mi vida contra un  pa olo . Era imposible imaginar una muchacha Partiréis solo, y tendréis la generosidad de perdonar mi de-
más bonita. bilidad si no puedo mantener mi palabra. Soy castrato, y no
¿Estáis convencido de que Bellino no es una chica? le dije puedo decidirme a mo straros mi vergüenza ni a exponerme a las
a don Sancho. horribles consecuencias que esta aclaración podría tener.
Ch ica o chico, ¡qué importa! L e creo un castrato castrato bellísi
bellísimo;
mo; N o tendrá
tendrá ninguna
ninguna porque, en cuantocuanto haya visto o tocado,
 y he v ist o otros
ot ros tan her mo sos co m o él.  yo mism o os rog aré que vayá va yá is a d ormi
or mi r a v ue stro
str o cua rto ; ma-
Pero ¿estáis seguro? ñana nos ponemos en camino muy tranquilos y entre nosotros
¡Válgame Dios!'6No tengo ninguna gana de estar seguro. no se volverá a hablar del asunto.
Respeté entonces en el español la sensatez que a mí me fal- N o , y a está decidido: no puedo satisfacer vuestra
vuestra curiosidad.
curiosidad.
taba callándome; pero en la mesa no pude despegar en ningún  Al oírle
oí rle de cir esto casi me d ejo llev ar po r la ira , pero
pe ro me d o-
momento los ojos de aquel ser que mi naturaleza viciosa me mino e intento llevar suavemente la mano al punto d onde debía
obligaba a amar y a creer del sexo que necesitaba que fuese. encontrar la confirmación de mis ideas o mi error; pero él se
La cena de don Sancho fue exquisita, y, como es lógico, su- sirve de la suya para hacer imposible que la mía alcance lo que
perior a la mía, porque de otro modo se habría creído deshon buscaba.
rado. Nos dio trufas blancas, mariscos de varias clases, los me- Apartad esa mano, mi querido Bellino.
 jo res
re s pe sca do s del A dr iáti
iá tico
co , champ
cha mpán
án sin esp um a, Pe ralta
ra lta ,17 N o , y absolutamente no, porque os halláis en un un estado que
 Je re z y Pedro
Pe dro X im én ez .1* De spu és de la c ena,
ena , Bellin
Be llin o cant ó de me asusta. Lo sabía, y nunca consentiré tales horrores. Voy a en-
una forma que nos hizo perder el poco sentido que los excelen-  viaro s a m is herm anas.anas .
tes vinos nos habían dejado. Sus gestos, los movimientos de sus Lo retengo,
retengo, finjo tranquilizarme, pero, de pronto, creyendo
ojos, su forma de andar, su porte, su aire, su fisonomía, su voz sorprenderle, alargo mi brazo a la parte baja de su espalda. Mi
 y, sob
s ob re todo
to do,, mi instinto
inst into , q ue, según
segú n mis cálcu
cá lcu los,
los , no po día ha rápida mano hubiera aclarado todo por ese camino si él no hu-
biera parado el golpe levantándose y oponiendo a mi mano, que
16. En español en el original. no quería ceder, la suya, la misma con la que se cubría lo que él
17. Ciudad al sudoeste de Pamplona, famosa por sus vinos, entre
sofos indigentes y teólogos bribones o atrabiliarios. Si el placer cerme sentir su fuerza por un castrado, todo, todo me confir-
existe, y si sólo podemos disfrutarlo en vida, la vida es entonces maba en mi idea. Sin embargo, tenía que asegurarme por el tes-
un bien. Hay, desde luego, desgracias, lo sé. Pero la existencia timonio de mis ojos.
misma de esas desgracias demuestra que la masa del bien es Después de haber dado efusivamente las gracias al al noble cas-
mayor. Yo, por ejemplo, me siento infinitamente complacido tellano, le deseamos un buen sueño y fuimos a mi habitación,
cuando, encontrándome en una habitación oscura, veo la luz a donde Bellino debía cumplir su palabra, o merecer mi desprecio
través de una ventana que se abre a un inmenso horizonte.  y pre par arse a v erme
erm e par tir solo
so lo al amanec er.
 A la hora
hor a de la cena
c ena entré
entr é en la habitac
hab itación
ión de don San cho , a Le cojo de la mano, le hago sentarse a mi lado delante de la
quien encontré solo y m agníficamente instalado. Su mesa estaba estaba chimenea y ruego a las dos pequeñas que nos dejen solos. Ellas
puesta con una vajilla de plata, y sus criados iban de librea. Entra se van al instante.
Bellino vestido, por capricho o por artificio, de chica, seguido El asunto terminará enseguida si sois de mi sexo le digo,
por sus dos hermanas, muy bonitas, pero eclipsadas por él: es-  y si sois del otr o, de v os dep ende rá pasar
pasa r la noche conmig
con mig o. M a-
taba tantan seguro en ese momento de su sexo que habría apostado ñana por la mañana os daré cien cequíes y partiremos juntos.
mi vida contra un  pa olo . Era imposible imaginar una muchacha Partiréis solo, y tendréis la generosidad de perdonar mi de-
más bonita. bilidad si no puedo mantener mi palabra. Soy castrato, y no
¿Estáis convencido de que Bellino no es una chica? le dije puedo decidirme a mo straros mi vergüenza ni a exponerme a las
a don Sancho. horribles consecuencias que esta aclaración podría tener.
Ch ica o chico, ¡qué importa! L e creo un castrato castrato bellísi
bellísimo;
mo; N o tendrá
tendrá ninguna
ninguna porque, en cuantocuanto haya visto o tocado,
 y he v ist o otros
ot ros tan her mo sos co m o él.  yo mism o os rog aré que vayá va yá is a d ormi
or mi r a v ue stro
str o cua rto ; ma-
Pero ¿estáis seguro? ñana nos ponemos en camino muy tranquilos y entre nosotros
¡Válgame Dios!'6No tengo ninguna gana de estar seguro. no se volverá a hablar del asunto.
Respeté entonces en el español la sensatez que a mí me fal- N o , y a está decidido: no puedo satisfacer vuestra
vuestra curiosidad.
curiosidad.
taba callándome; pero en la mesa no pude despegar en ningún  Al oírle
oí rle de cir esto casi me d ejo llev ar po r la ira , pero
pe ro me d o-
momento los ojos de aquel ser que mi naturaleza viciosa me mino e intento llevar suavemente la mano al punto d onde debía
obligaba a amar y a creer del sexo que necesitaba que fuese. encontrar la confirmación de mis ideas o mi error; pero él se
La cena de don Sancho fue exquisita, y, como es lógico, su- sirve de la suya para hacer imposible que la mía alcance lo que
perior a la mía, porque de otro modo se habría creído deshon buscaba.
rado. Nos dio trufas blancas, mariscos de varias clases, los me- Apartad esa mano, mi querido Bellino.
 jo res
re s pe sca do s del A dr iáti
iá tico
co , champ
cha mpán
án sin esp um a, Pe ralta
ra lta ,17 N o , y absolutamente no, porque os halláis en un un estado que
 Je re z y Pedro
Pe dro X im én ez .1* De spu és de la c ena,
ena , Bellin
Be llin o cant ó de me asusta. Lo sabía, y nunca consentiré tales horrores. Voy a en-
una forma que nos hizo perder el poco sentido que los excelen-  viaro s a m is herm anas.anas .
tes vinos nos habían dejado. Sus gestos, los movimientos de sus Lo retengo,
retengo, finjo tranquilizarme, pero, de pronto, creyendo
ojos, su forma de andar, su porte, su aire, su fisonomía, su voz sorprenderle, alargo mi brazo a la parte baja de su espalda. Mi
 y, sob
s ob re todo
to do,, mi instinto
inst into , q ue, según
segú n mis cálcu
cá lcu los,
los , no po día ha rápida mano hubiera aclarado todo por ese camino si él no hu-
biera parado el golpe levantándose y oponiendo a mi mano, que
16. En español en el original. no quería ceder, la suya, la misma con la que se cubría lo que él
17. Ciudad al sudoeste de Pamplona, famosa por sus vinos, entre
ellos el llamado rancio. llamaba su vergüenza. Fue en este momento cuando me pare-
18. Vino blanco español de la zona de Granada. ció un hombre, y creí verlo a pesar suyo. Sorprendido, molesto,

292 *93

mortificado y disgustado, le deje irse. Vi a Bellino como a un bía ignorantes entre los jesuitas. A los ladrones les importa un
hombre de verdad; pero un hombre despreciable tanto por su bledo la gramática.
degradación como por la vergonzosa tranquilidad que vi en Heme, pues, de viaje con Bellino, quien, creyendo haberme
su rostro en un momento en que no habría querido ve r tan clara clara desengañado, podía tener motivos para esperar que no volvería
la prueba de su insensibilidad. a sentir ninguna curiosidad sobre él. Mas no tardó un cuarto de
 Al cabo
ca bo de un mo mentome nto lleg aro n sus herma
her manas
nas , a las que hora en ver que se engañaba. Yo no podía fijar mis ojos en los
rogué que se fueran porque necesitaba dormir. Les dije que ad- suyos sin arder de amor.
amor. L e dije que, como aquellos ojos eran de
 virti eran a Belli
B elli no que ven dría con migo,
mi go, y que mi curio
c urio sida d no mujer y no de hombre, necesitaba convencerme mediante el
 volve
 vo lve ría a imp
i mp ortuna
ort una rle. Ce rré
rr é la p uerta y me a cos té; pero
per o muy tacto de que lo que yo había visto cuando escapó de mí no era
descontento, pues, pese a que lo que había visto debería haberme un clitoris monstruoso.
desengañado, sentíasentía que no lo estaba.
estaba. Pero ¿qué más quería? ¡Ay Si así fuera le dije, no me costaría mucho perdonaros esa
de mí! Pensaba en ello, pero no se me ocurría nada. deformidad , que, po r otra parte, es ridicula; pero si no es un un cli-
Por la mañana, después de haber desayunado en firme, me toris, necesito convencerme, lo cual es facilísimo. Ya no estoy
puse en marcha en su compañía, con el corazón desgarrado por interesado en ver, sólo pido tocar, y podéis estar seguro de que,
los llantos de sus hermanas y por la madre, que, mascullando en cuanto me convenza, me volveré dulce como un pichón; en
padrenuestros con el rosario en la mano, no hacía más que re cuanto haya reconocido que sois un hombre, me será imposible
petir el estribillo: «Dio proveder'a».’9 seguir amándoos. Es una abominación p or la que, gracias a Dios,
La fe en la Provid encia eterna de la mayoría de los que viven no siento inclinación
inclinación alguna. Vuestro m agnetismo y, sobre todo,
de oficios prohibidos por las leyes o por la religión, no es ni ab-  vue stro s pec hos , que
qu e ofrec
of recist
ist eis a mis ojos
oj os y a mis manos
mano s pre-
pr e-
surda, ni falsa, ni deriva de la hipocresía: es auténtica, real, y, tal tendiendo convencerme así de mi error, me dieron en cambio
cual es, piadosa, ya que brota de una fuente excelente. Cuales- una impresión invencible que me obliga a seguir creyendo que
quiera que sean sus vías, la que actúa es siempre la P rovidencia, sois mujer. El carácter de vuestra complexión, vuestras piernas,
 y quienes
quie nes la ad oran con indepen
inde pendenc
denc ia de tod a co nsidera
nsi dera ción
ció n no  vuestr as rodi
r odillas
llas , vu estros
est ros muslos,
mus los, vuestras
vues tras c aderas,
ade ras, vuestras
vue stras nal-
nal -
pueden ser sino almas buenas, aunque culpables de transgresión. gas son copia perfecta de la Anadiómena“ que he visto cien cien
 veces . Si, desp ués de tod o esto , lo cier to es que no soi s más q ue
Pulchra Lavema un simple castrato, permitidme pensar que, sabiendo imitar per-
Da mihi fallere
fallere ; da justo,
justo, sanctoque
sanctoque vider i; fectamente a una chica,chica, tuvisteis el cruel p ropó sito de hacer que
 No cte m peccati s, ct fra ud ib us ob jice nu be m !10 me enamorara de vos para volverme loco, negándome la con-
 vicció
 vic ción,
n, única
únic a p rueb a que
qu e p uede
ued e devo
de volve
lve rme
rm e la razó n. Excele
Exc elente
nte
 A sí es como
co mo se dir igía n en latín a su dio sa los ladron
lad ron es en médico, habéis aprendido en la escuela más perversa de todas
tiempos de Horacio, quien, según me dijo un jesuíta, no debía de que el único medio para impedir a un joven curarse de una pa-
saber su lengua si había escrito « jus to san cto que ».1 '  También
  También ha sión amorosa a la que se ha ha entregado es excitarla; pero, mi que-
rido Bellino, admitid que sólo podríais ejercer esa tiranía
19. «Dios proveerá.» odiando a la persona sobre la que debe causar tales efectos; y, de
20. «Bella I.averna, / permíteme engañarte, parecer justo y santo; /
ser así, yo debería emplear la razón que me queda para odiaros
cubre con la noche mis pecados, y con una nube mis fraudes», Hora
lo mismo si sois mujer que si sois hombre. Y también debéis
ció, Epístolas, 1, 16, 6062.
21. En algunos manuscritos horacianos aparece « justum tuni
mortificado y disgustado, le deje irse. Vi a Bellino como a un bía ignorantes entre los jesuitas. A los ladrones les importa un
hombre de verdad; pero un hombre despreciable tanto por su bledo la gramática.
degradación como por la vergonzosa tranquilidad que vi en Heme, pues, de viaje con Bellino, quien, creyendo haberme
su rostro en un momento en que no habría querido ve r tan clara clara desengañado, podía tener motivos para esperar que no volvería
la prueba de su insensibilidad. a sentir ninguna curiosidad sobre él. Mas no tardó un cuarto de
 Al cabo
ca bo de un mo mentome nto lleg aro n sus herma
her manas
nas , a las que hora en ver que se engañaba. Yo no podía fijar mis ojos en los
rogué que se fueran porque necesitaba dormir. Les dije que ad- suyos sin arder de amor.
amor. L e dije que, como aquellos ojos eran de
 virti eran a Belli
B elli no que ven dría con migo,
mi go, y que mi curio
c urio sida d no mujer y no de hombre, necesitaba convencerme mediante el
 volve
 vo lve ría a imp
i mp ortuna
ort una rle. Ce rré
rr é la p uerta y me a cos té; pero
per o muy tacto de que lo que yo había visto cuando escapó de mí no era
descontento, pues, pese a que lo que había visto debería haberme un clitoris monstruoso.
desengañado, sentíasentía que no lo estaba.
estaba. Pero ¿qué más quería? ¡Ay Si así fuera le dije, no me costaría mucho perdonaros esa
de mí! Pensaba en ello, pero no se me ocurría nada. deformidad , que, po r otra parte, es ridicula; pero si no es un un cli-
Por la mañana, después de haber desayunado en firme, me toris, necesito convencerme, lo cual es facilísimo. Ya no estoy
puse en marcha en su compañía, con el corazón desgarrado por interesado en ver, sólo pido tocar, y podéis estar seguro de que,
los llantos de sus hermanas y por la madre, que, mascullando en cuanto me convenza, me volveré dulce como un pichón; en
padrenuestros con el rosario en la mano, no hacía más que re cuanto haya reconocido que sois un hombre, me será imposible
petir el estribillo: «Dio proveder'a».’9 seguir amándoos. Es una abominación p or la que, gracias a Dios,
La fe en la Provid encia eterna de la mayoría de los que viven no siento inclinación
inclinación alguna. Vuestro m agnetismo y, sobre todo,
de oficios prohibidos por las leyes o por la religión, no es ni ab-  vue stro s pec hos , que
qu e ofrec
of recist
ist eis a mis ojos
oj os y a mis manos
mano s pre-
pr e-
surda, ni falsa, ni deriva de la hipocresía: es auténtica, real, y, tal tendiendo convencerme así de mi error, me dieron en cambio
cual es, piadosa, ya que brota de una fuente excelente. Cuales- una impresión invencible que me obliga a seguir creyendo que
quiera que sean sus vías, la que actúa es siempre la P rovidencia, sois mujer. El carácter de vuestra complexión, vuestras piernas,
 y quienes
quie nes la ad oran con indepen
inde pendenc
denc ia de tod a co nsidera
nsi dera ción
ció n no  vuestr as rodi
r odillas
llas , vu estros
est ros muslos,
mus los, vuestras
vues tras c aderas,
ade ras, vuestras
vue stras nal-
nal -
pueden ser sino almas buenas, aunque culpables de transgresión. gas son copia perfecta de la Anadiómena“ que he visto cien cien
 veces . Si, desp ués de tod o esto , lo cier to es que no soi s más q ue
Pulchra Lavema un simple castrato, permitidme pensar que, sabiendo imitar per-
Da mihi fallere
fallere ; da justo,
justo, sanctoque
sanctoque vider i; fectamente a una chica,chica, tuvisteis el cruel p ropó sito de hacer que
 No cte m peccati s, ct fra ud ib us ob jice nu be m !10 me enamorara de vos para volverme loco, negándome la con-
 vicció
 vic ción,
n, única
únic a p rueb a que
qu e p uede
ued e devo
de volve
lve rme
rm e la razó n. Excele
Exc elente
nte
 A sí es como
co mo se dir igía n en latín a su dio sa los ladron
lad ron es en médico, habéis aprendido en la escuela más perversa de todas
tiempos de Horacio, quien, según me dijo un jesuíta, no debía de que el único medio para impedir a un joven curarse de una pa-
saber su lengua si había escrito « jus to san cto que ».1 '  También
  También ha sión amorosa a la que se ha ha entregado es excitarla; pero, mi que-
rido Bellino, admitid que sólo podríais ejercer esa tiranía
19. «Dios proveerá.» odiando a la persona sobre la que debe causar tales efectos; y, de
20. «Bella I.averna, / permíteme engañarte, parecer justo y santo; /
ser así, yo debería emplear la razón que me queda para odiaros
cubre con la noche mis pecados, y con una nube mis fraudes», Hora
lo mismo si sois mujer que si sois hombre. Y también debéis
ció, Epístolas, 1, 16, 6062.
21. En algunos manuscritos horacianos aparece « justum sanctuni
sanctuni
qu e », que sería el texto conocido p or el jesuita.  1 1 . Sobrenombre de Venus Afrodita; significa: «surgida del mar»

294

imaginar que, con vuestra obstinación en negarme la aclaración ble,


ble, pero puedo aseguraros que os equivocáis. Convence dme, y
que os pido, me obligáis a despreciaros como castrato. La im- sólo encontraréis en mí un amigo bueno y honorable.
portancia que dais a este asunto es pueril y malvada. Con un alma O s digo que os pondréis furioso.
humana, no podéis empeñaros en ese rechazo que, siguiendo mi L o que me sacó de quicio fue la exhibición que hicisteis
hicisteis de
razonamiento, me coloca en la cruel necesidad de dudar. En el  vue str os enc ant os, cu yo efec
ef ecto
to no podía
po día is ignora
ign orar,
r, y deb éis ad-
ad -
estado de ánimo en que me encuentro, debéis daros cuenta de mitirlo. Si entonces no temisteis mi ardor amoroso, ¿queréis que
que, en última instancia, debo decidirme a recurrir a la fuerza, crea que lo teméis ahora que sólo os pido tocar una cosa que no
pues si sois mi enemigo debo trataros como tal, sin ningún res- puede sino repugnarme?
peto por nada. ¡Oh! ¡Repugnaros! Estoy seguro de lo contrario. Oídme:
Tras estas palabras demasiado feroces, que escuchó sin inte- si fuera mujer, no podría evitar amaros, y lo sé. Pero si fuera
rrumpirme, sólo me respondió de esta forma: hombre, mi deber es no permitiros la menor complacencia con
Pensad que no sois mi dueño, que estoy en vuestras vuestras manos lo que deseéis, pues vuestra pasión, que ahora sólo es natural, se
por una promesa que me hicisteis a través de Cecilia, y que se-  vo lve ría de pr on to m on str uo sa. Vu estres traa natu
na tu ral eza
ez a ard ien te
ríais culpable de un delito si utilizaseis contra mí alguna violen- se convertiría en enemiga de vuestra razón, y a vuestra misma
cia. Ordenad al postillón que se detenga: me apearé y no me razón no le costaría mucho ser complaciente, hasta el punto
quejaré de esto a nadie. de que, cómplice de vu estro extravío, se volvería m ediadora de
Tras esta breve respuesta, se echó a llorar poniendo mi pobre  vue str a natu
n aturale
raleza.
za. La incend
inc end iaria acla ración
rac ión que des eáis , que
q ue no
alma en un verdadero estado de desolación. Casi estuve a punto teméis
teméis y que me pedís, no os dejaría seguir siendo siendo dueño de vos
de creer que me había equivocado; digo casi porque, de haber mismo. Vuestra vista y vuestro tacto, buscando lo que no po-
estado convencido, le habría
habría pedido perdón. No quise erigirme
erigirme drían encontrar, querrían vengarse en lo que encontrasen, y
en juez de mi propia causa. Me concen tré en el silencio más som- entre vos y yo ocurriría lo más abominable que hay entre los
brío y decidí no pronunciar una sola palabra hasta la mitad de la hombres. ¿Cómo podéis imaginar, cómo podéis presumir, con
tercera posta, que acababa en Senigallia, donde pretendía cenar una inteligencia tan ilustrada, que, al ver que soy hombre, deja-
 y dorm
do rm ir. An te s de lleg ar de bía est ar segu
se gu ro de lo que buscab
bus caba.a. ríais de amarme? ¿Creéis que después de descubrir lo que vos
 Aú n tení a la e spe ran za de que
qu e ent rara en razó n. llamáis mis encantos, y de los que decís que estáis enamorado,
Hab ríamo s podido separarnos
separarnos en Rímini como buenos ami- desaparecerían? Habéis de saber que probablemente su fuerza
gos le dije  y así habría
habría sido si me hubierais demostrado algún algún aumentaría, y que, para entonces, vuestra pasión, vuelta brutal,
sentimiento de amista
amistad.
d. C on un poco de com placencia,
placencia, que no adoptaría
adoptaría todos los medios que vuestro espíritu espíritu enamorado in-
habría llevado a nada, habríais podido curarme de mi pasión.  vent ara par a calm arse . Lle garía
ga ría is a co nven
nv en ce ros
ro s de que
qu e po déis
dé is
N o os habríais curado me respond ió Bellino con un valor valor metamorfosearme
metamorfosearme en mujer, o, imaginando que vos mismo po-
 y un to no cu ya du lzu ra me so rp re n d ió , po rquerq ue estáis
es táis en a- déis volveros mujer, querríais que os tratase como tal. Vuestra
morado de mí, sea hombre o mujer. Si hubierais encontrado que razón seducida por vuestra pasión inventaría innumerables so-
soy hombre, habríais seguido estando enamorado y mi recha- fismas. Diríais que vuestro amor por mí, siendo hombre, es más
zo no habría hecho más que aumentar vuestro ardor. Al en- razonable de lo que sería si yo fuera mujer, porque no tardaríais
contrarme siempre firme c inclemente, os habríais entregado a en encontrar su fuente en la amistad más pura; y no dejaríais de
excesos que más tarde os habrían hecho derramar lágrimas alegar ejemplos de extravagancias semejantes. Seducido vos
mismo por el relumbrón de vuestros argumentos, os transfor-
imaginar que, con vuestra obstinación en negarme la aclaración ble,
ble, pero puedo aseguraros que os equivocáis. Convence dme, y
que os pido, me obligáis a despreciaros como castrato. La im- sólo encontraréis en mí un amigo bueno y honorable.
portancia que dais a este asunto es pueril y malvada. Con un alma O s digo que os pondréis furioso.
humana, no podéis empeñaros en ese rechazo que, siguiendo mi L o que me sacó de quicio fue la exhibición que hicisteis
hicisteis de
razonamiento, me coloca en la cruel necesidad de dudar. En el  vue str os enc ant os, cu yo efec
ef ecto
to no podía
po día is ignora
ign orar,
r, y deb éis ad-
ad -
estado de ánimo en que me encuentro, debéis daros cuenta de mitirlo. Si entonces no temisteis mi ardor amoroso, ¿queréis que
que, en última instancia, debo decidirme a recurrir a la fuerza, crea que lo teméis ahora que sólo os pido tocar una cosa que no
pues si sois mi enemigo debo trataros como tal, sin ningún res- puede sino repugnarme?
peto por nada. ¡Oh! ¡Repugnaros! Estoy seguro de lo contrario. Oídme:
Tras estas palabras demasiado feroces, que escuchó sin inte- si fuera mujer, no podría evitar amaros, y lo sé. Pero si fuera
rrumpirme, sólo me respondió de esta forma: hombre, mi deber es no permitiros la menor complacencia con
Pensad que no sois mi dueño, que estoy en vuestras vuestras manos lo que deseéis, pues vuestra pasión, que ahora sólo es natural, se
por una promesa que me hicisteis a través de Cecilia, y que se-  vo lve ría de pr on to m on str uo sa. Vu estres traa natu
na tu ral eza
ez a ard ien te
ríais culpable de un delito si utilizaseis contra mí alguna violen- se convertiría en enemiga de vuestra razón, y a vuestra misma
cia. Ordenad al postillón que se detenga: me apearé y no me razón no le costaría mucho ser complaciente, hasta el punto
quejaré de esto a nadie. de que, cómplice de vu estro extravío, se volvería m ediadora de
Tras esta breve respuesta, se echó a llorar poniendo mi pobre  vue str a natu
n aturale
raleza.
za. La incend
inc end iaria acla ración
rac ión que des eáis , que
q ue no
alma en un verdadero estado de desolación. Casi estuve a punto teméis
teméis y que me pedís, no os dejaría seguir siendo siendo dueño de vos
de creer que me había equivocado; digo casi porque, de haber mismo. Vuestra vista y vuestro tacto, buscando lo que no po-
estado convencido, le habría
habría pedido perdón. No quise erigirme
erigirme drían encontrar, querrían vengarse en lo que encontrasen, y
en juez de mi propia causa. Me concen tré en el silencio más som- entre vos y yo ocurriría lo más abominable que hay entre los
brío y decidí no pronunciar una sola palabra hasta la mitad de la hombres. ¿Cómo podéis imaginar, cómo podéis presumir, con
tercera posta, que acababa en Senigallia, donde pretendía cenar una inteligencia tan ilustrada, que, al ver que soy hombre, deja-
 y dorm
do rm ir. An te s de lleg ar de bía est ar segu
se gu ro de lo que buscab
bus caba.a. ríais de amarme? ¿Creéis que después de descubrir lo que vos
 Aú n tení a la e spe ran za de que
qu e ent rara en razó n. llamáis mis encantos, y de los que decís que estáis enamorado,
Hab ríamo s podido separarnos
separarnos en Rímini como buenos ami- desaparecerían? Habéis de saber que probablemente su fuerza
gos le dije  y así habría
habría sido si me hubierais demostrado algún algún aumentaría, y que, para entonces, vuestra pasión, vuelta brutal,
sentimiento de amista
amistad.
d. C on un poco de com placencia,
placencia, que no adoptaría
adoptaría todos los medios que vuestro espíritu espíritu enamorado in-
habría llevado a nada, habríais podido curarme de mi pasión.  vent ara par a calm arse . Lle garía
ga ría is a co nven
nv en ce ros
ro s de que
qu e po déis
dé is
N o os habríais curado me respond ió Bellino con un valor valor metamorfosearme
metamorfosearme en mujer, o, imaginando que vos mismo po-
 y un to no cu ya du lzu ra me so rp re n d ió , po rquerq ue estáis
es táis en a- déis volveros mujer, querríais que os tratase como tal. Vuestra
morado de mí, sea hombre o mujer. Si hubierais encontrado que razón seducida por vuestra pasión inventaría innumerables so-
soy hombre, habríais seguido estando enamorado y mi recha- fismas. Diríais que vuestro amor por mí, siendo hombre, es más
zo no habría hecho más que aumentar vuestro ardor. Al en- razonable de lo que sería si yo fuera mujer, porque no tardaríais
contrarme siempre firme c inclemente, os habríais entregado a en encontrar su fuente en la amistad más pura; y no dejaríais de
excesos que más tarde os habrían hecho derramar lágrimas alegar ejemplos de extravagancias semejantes. Seducido vos
inútiles. mismo por el relumbrón de vuestros argumentos, os transfor-
A sí creéis demostrarme que vuestra
vuestra obstinación
obstinación es razona- maríais en un torrente que ningún dique podría contener, mien-

296

tras que a mí me faltarían palabras para destruir vuestras falsas .1 obtener una segunda victo ria respetándo lo si era hombre, cosa
razones, y fuerzas para rechazar vuestros violentos furores. Ter- que no creía posible. Si era mujer, estaba seguro de todas las
minaríais por amenazarme de muerte si os prohibiese penetrar 1 omplacencias que debía esperar,
esperar, aunque sólo fuera p or hacerme
hacerme
en un templo inviolable, cuya puerta la sabia naturaleza hizo  justici a.
únicamente para abrirse a lo que sale. Sería una profanación ho- Nos sentamos a la mesa, y en sus palabras, en su aire, en la
rrible que sólo podría tener lugar con mi consentimiento, pero expresión de sus ojos, en sus sonrisas, me pareció que era otro.
me encontrareis dispuesto a morir antes que a dároslo.  Al iviad
iv iad o, co mo me sentía,
sent ía, de un gran peso,
pes o, hice la ce na más
Nada de todo eso ocurriría le respondí abrumado por la 1 orta que de costumbre, y nos levantamos de la mesa. Después
solidez de su razonamiento; y exageráis. Como descargo de de encargar una lamparilla de noche, Bellino cerró la puerta, se
conciencia debo deciros, sin embargo, que, aunque ocurriera desvistió y se acostó. Yo hice lo mismo sin pronunciar una sola
cuanto decís, creo que sería más fácil perdonar a la naturaleza un palabra, y me acosté a su lado.
extravío de ese genero, que la filosofía sólo puede considerar
como un acceso de locura sin consecuencias, que obrar de modo
que resulte incurable una enfermedad del espíritu que la razón CAPÍTULO II
transformaría en pasajera.
 A sí es com
c om o razona
raz ona el p ob re filó
fi ló so fo cua ndo
nd o se
s e le oc urr e ha BELLINO SE DA A CONOCER; SU HISTORIA.
cerlo en momentos en que una pasión tumultuosa ofusca las fa- ME ARRESTAN. MI INVOLUNTARIA HUIDA.
cultades divinas de su alma. Para razonar bien no hay que estar MI VUELTA A RÍMINI Y MI LLEGADA A BOLONIA 
ni enamorado ni irritado, pues esas dos pasiones nos hacen se-
mejantes a las bestias; y por desgracia, nunca nos sentimos más Nada más acostarme, me estremecí al verlo acercarse. Lo es-
obligados a razonar que cuando somos presa de la una o de la trecho contra mi pecho, lo veo animado por la misma pasión. El
otra. prólogo de nuestro diálogo fue un diluvio de besos que se con-
Llegamos a Senigallia muy tranquilos y, como la noche era fundieron. Sus brazos fueron los primeros en descender de mi
cerrada, nos apeamos en la posada de la posta. Tras hab er hecho hecho espalda a mis riñones; impulso entonces los míos aún más abajo,
bajar y llevar a una buena habitación nuestro equipaje, encar  y tod o se aclara
aclar a haci éndo me feliz.
feli z. Siento
Sien to una y otr a vez que lo
gué la cena. Como sólo había una cama, le pregunté a Bellino soy, estoy convencido de serlo, tengo razón, las manos me lo han
con voz muy tranquila si quería que encendiesen fuego para él confirmado, no puedo seguir dudando, no me preocupo de saber
en otro cuarto. Júzguese mi sorpresa cuando me contestó con cómo, temo dejar de serlo si hablo, o serlo como no me hubiera
dulzura que no tenía ningún problema para acostarse en mi gustado, y me entrego en cuerpo y alma a la alegría que inun-
misma cama. daba toda mi existencia, y que veo compartida. El exceso de mi
 Al lector
lect or no le costa
co stará
rá ima gina r el aso mb ro en que
q ue me sumi ó felicidad se apodera de todos mis sentidos hasta el punto de al-
esa respuesta, que nunca habría podido esperarme, y que nece canzar esc grado en el que la naturaleza, ahogándose en el pla-
sitaba para liberar mi ánimo del malhumor que lo turbaba. Vi cer supremo, se agota. Durante un minuto permanezco inmóvil
que estaba acercándome al desenlace de la obra, pero no me aire para contemplar en espíritu y adorar mi propia apoteosis.
 vía a felic
f elic itarm
ita rmee po r ello,
ell o, pues
pue s no po día prev
pr ever
er si ese desenlat <• La vista y el tacto, que en mi opinió n debían en carnar en esa esa
sería agradable o trágico. l)e lo que estaba seguro es de que en obra a los personajes principales, sólo interpretan papeles se-
la cama no se me escaparía, aunque tuviera la insolencia de no cundarios. Mis ojos no desean felicidad mayor que la de estar
tras que a mí me faltarían palabras para destruir vuestras falsas .1 obtener una segunda victo ria respetándo lo si era hombre, cosa
razones, y fuerzas para rechazar vuestros violentos furores. Ter- que no creía posible. Si era mujer, estaba seguro de todas las
minaríais por amenazarme de muerte si os prohibiese penetrar 1 omplacencias que debía esperar,
esperar, aunque sólo fuera p or hacerme
hacerme
en un templo inviolable, cuya puerta la sabia naturaleza hizo  justici a.
únicamente para abrirse a lo que sale. Sería una profanación ho- Nos sentamos a la mesa, y en sus palabras, en su aire, en la
rrible que sólo podría tener lugar con mi consentimiento, pero expresión de sus ojos, en sus sonrisas, me pareció que era otro.
me encontrareis dispuesto a morir antes que a dároslo.  Al iviad
iv iad o, co mo me sentía,
sent ía, de un gran peso,
pes o, hice la ce na más
Nada de todo eso ocurriría le respondí abrumado por la 1 orta que de costumbre, y nos levantamos de la mesa. Después
solidez de su razonamiento; y exageráis. Como descargo de de encargar una lamparilla de noche, Bellino cerró la puerta, se
conciencia debo deciros, sin embargo, que, aunque ocurriera desvistió y se acostó. Yo hice lo mismo sin pronunciar una sola
cuanto decís, creo que sería más fácil perdonar a la naturaleza un palabra, y me acosté a su lado.
extravío de ese genero, que la filosofía sólo puede considerar
como un acceso de locura sin consecuencias, que obrar de modo
que resulte incurable una enfermedad del espíritu que la razón CAPÍTULO II
transformaría en pasajera.
 A sí es com
c om o razona
raz ona el p ob re filó
fi ló so fo cua ndo
nd o se
s e le oc urr e ha BELLINO SE DA A CONOCER; SU HISTORIA.
cerlo en momentos en que una pasión tumultuosa ofusca las fa- ME ARRESTAN. MI INVOLUNTARIA HUIDA.
cultades divinas de su alma. Para razonar bien no hay que estar MI VUELTA A RÍMINI Y MI LLEGADA A BOLONIA 
ni enamorado ni irritado, pues esas dos pasiones nos hacen se-
mejantes a las bestias; y por desgracia, nunca nos sentimos más Nada más acostarme, me estremecí al verlo acercarse. Lo es-
obligados a razonar que cuando somos presa de la una o de la trecho contra mi pecho, lo veo animado por la misma pasión. El
otra. prólogo de nuestro diálogo fue un diluvio de besos que se con-
Llegamos a Senigallia muy tranquilos y, como la noche era fundieron. Sus brazos fueron los primeros en descender de mi
cerrada, nos apeamos en la posada de la posta. Tras hab er hecho hecho espalda a mis riñones; impulso entonces los míos aún más abajo,
bajar y llevar a una buena habitación nuestro equipaje, encar  y tod o se aclara
aclar a haci éndo me feliz.
feli z. Siento
Sien to una y otr a vez que lo
gué la cena. Como sólo había una cama, le pregunté a Bellino soy, estoy convencido de serlo, tengo razón, las manos me lo han
con voz muy tranquila si quería que encendiesen fuego para él confirmado, no puedo seguir dudando, no me preocupo de saber
en otro cuarto. Júzguese mi sorpresa cuando me contestó con cómo, temo dejar de serlo si hablo, o serlo como no me hubiera
dulzura que no tenía ningún problema para acostarse en mi gustado, y me entrego en cuerpo y alma a la alegría que inun-
misma cama. daba toda mi existencia, y que veo compartida. El exceso de mi
 Al lector
lect or no le costa
co stará
rá ima gina r el aso mb ro en que
q ue me sumi ó felicidad se apodera de todos mis sentidos hasta el punto de al-
esa respuesta, que nunca habría podido esperarme, y que nece canzar esc grado en el que la naturaleza, ahogándose en el pla-
sitaba para liberar mi ánimo del malhumor que lo turbaba. Vi cer supremo, se agota. Durante un minuto permanezco inmóvil
que estaba acercándome al desenlace de la obra, pero no me aire para contemplar en espíritu y adorar mi propia apoteosis.
 vía a felic
f elic itarm
ita rmee po r ello,
ell o, pues
pue s no po día prev
pr ever
er si ese desenlat <• La vista y el tacto, que en mi opinió n debían en carnar en esa esa
sería agradable o trágico. l)e lo que estaba seguro es de que en obra a los personajes principales, sólo interpretan papeles se-
la cama no se me escaparía, aunque tuviera la insolencia de no cundarios. Mis ojos no desean felicidad mayor que la de estar
querer desvestirse. Satisfecho por haber vencido, estaba resuello fijos en el semblante del ser que los fascina, y mi tacto, confi-

298 299

nado en la punta de mis dedos, teme cambiar de sitio, pues no do del Instituto de Bolonia,2conocí a Salimbeni,* célebre mú-
consigue imaginarse que ha de encontrar nada más agradable. sico castrato, que se alojaba en nuestra casa. Yo tenía doce años
Habría acusado a la naturaleza de la cobardía más extrema si se  v una he rm osaos a vo z. Sal imbe
im be ni era m uy gu ap o, y me encan
en can tó
hubiera atrevido a abandonar sin mi consentimiento el sitio del •igradarle, verme elogiada y animada por él a aprender música y
que me sentía dueño. .1 tocar el
el clavicordio. Al c abo de un año me había enseñado bas
 Ap en as hab ían tra ns cu rrido
rr ido do s min uto s cu an do , sin ro m - tante y estaba en condiciones de cantar acompañándome del cla-
per nuestro elocuente silencio, de común acuerdo empezamos a  vic ord io, imitan
im itan do las gra cias
cia s de ese gran mae str o al que
qu e había
habí a
conseguir nuevas certezas de lo real de nuestra mutua felicidad: llamado a su corte el Elector de Sajonia y rey de Polonia.4Su re-
Bcllino me lo aseguraba cada cuarto de hora con los más dulces compensa consistió en la que su amor le obligó a darme: no me
gemidos, mientras yo go zaba sin querer alcanzar de nuevo el fi- sentí humillada al concedérsela, porque lo adoraba. No hay
nal de mi carrera. Durante toda mi vida me ha dominado el mie- duda de que hombres como tú son preferibles a los que se pare-
do a que mi corcel se muestre reacio a volver a empezar, y esa cen a mi primer amante, pero Salimbeni era una excepción. Su
economía nunca me pareció penosa, pues el placer visible que belleza, su inteligencia, sus modales, su talento y las eminentes
daba siempre representaba las cuatro quintas partes del mío. Por cualidades de su corazón y de su alma lo hacían preferible a
ese motivo la naturaleza debe aborrecer la vejez, que puede pro- todos los hombres perfectos que hasta hasta entonces yo había cono -
curarse el placer pero no darlo nunca. La juventud huye de ella; cido. La modestia y la discreción eran sus virtudes favoritas, y
es su más temible enemigo, que termina secuestrándola, triste y era rico y generoso; mucho dudo de que haya encontrado una
débil, deforme, espantosa y siempre demasiado rauda en pre- mujer capaz de resistírsele, pero nunca lo oí vanagloriarse de
sentarse. haber conquistado a ninguna. La mutilación había terminado
Por fin descansamos. Necesitábamos una tregua. N o cstába haciendo de ese hombre un monstruo, como era lógico, pero un
mos agotados, pero nuestros sentidos necesitaban la tranquili monstruo de cualidades adorables. Sé que cuando me entregué
dad de nuestro espíritu para poder reponerse. a él me hizo feliz, pero se prodigó tanto que también yo debo
Fue Bcllino el primero en romper el silencio y preguntarme creer que le hice feliz.
si me había parecido muy enamorada. »Salimbeni mantenía en Rímini, en casa de un maestro de
¿Enam orada? ¿Adm ites entonces que eres eres mujer? Dime, ti música, a un muchacho de mi edad a quien su padre, en el lecho
gresa: si es verdad que me amabas, ¿cómo has podido aplazar de muerte, había hecho mutilar para conservarle la voz y pu-
tanto tiempo tu dicha y la mía? Pe ro ¿es cierto qu e perteneces al diera ser el sostén de la numerosa familia que dejaba, subiendo
sexo encantador que creo haber descu bierto en ti? a los escenarios. Ese muchacho, que se llamaba Bellino, era hijo
Ahora eres dueño de todo, y puedes comprobarlo.
Sí, necesito convencerme. ¡Gran Dios! ¿Adonde ha ido a sino con Angela (o Angiola) Calori, nacida en Valenza Po, junto a Ale-
 jandría, en 173 2, que llegó a ser una famosa soprano; en la época de
parar el monstruoso clítoris que vi ayer? estos hechos tenía doce años.
Tras un examen plenamente convincente, seguido de un me- 2. El Istituto delle Scienze derivó de la Accademia degli Inquicti,
Inquicti,
ticuloso reconocimiento que duró largo rato, la encantadora fundada en 1690 por el conde Luigi Ferdinando Marsigli.
muchacha me contó así su historia: 3. Felice Salim
Salimbeni
beni (17 21 176 3) , famoso castrato,
castrato, se presentó
presentó en
en
M i verdadero nombre es Teresa.' Hija de un pobre emplea
emplea los mayores teatros de Italia y de Europa. Casanova lo conoció perso-
nalmente
nalmente en 1 742, en Venecia, en cuyo teatro San Samuele cantó. cantó.
4. Federico Augusto II (16961 763),
763) , rey de Polonia con
con el nombre
i. BellinoTeresa no tiene nada
nada que ver con Teresa Lanti, como el de Augusto III (173 63) . Salimbeni,
Salimbeni, que estuvo
estuvo al servicio
servicio de Fede-
nado en la punta de mis dedos, teme cambiar de sitio, pues no do del Instituto de Bolonia,2conocí a Salimbeni,* célebre mú-
consigue imaginarse que ha de encontrar nada más agradable. sico castrato, que se alojaba en nuestra casa. Yo tenía doce años
Habría acusado a la naturaleza de la cobardía más extrema si se  v una he rm osaos a vo z. Sal imbe
im be ni era m uy gu ap o, y me encan
en can tó
hubiera atrevido a abandonar sin mi consentimiento el sitio del •igradarle, verme elogiada y animada por él a aprender música y
que me sentía dueño. .1 tocar el
el clavicordio. Al c abo de un año me había enseñado bas
 Ap en as hab ían tra ns cu rrido
rr ido do s min uto s cu an do , sin ro m - tante y estaba en condiciones de cantar acompañándome del cla-
per nuestro elocuente silencio, de común acuerdo empezamos a  vic ord io, imitan
im itan do las gra cias
cia s de ese gran mae str o al que
qu e había
habí a
conseguir nuevas certezas de lo real de nuestra mutua felicidad: llamado a su corte el Elector de Sajonia y rey de Polonia.4Su re-
Bcllino me lo aseguraba cada cuarto de hora con los más dulces compensa consistió en la que su amor le obligó a darme: no me
gemidos, mientras yo go zaba sin querer alcanzar de nuevo el fi- sentí humillada al concedérsela, porque lo adoraba. No hay
nal de mi carrera. Durante toda mi vida me ha dominado el mie- duda de que hombres como tú son preferibles a los que se pare-
do a que mi corcel se muestre reacio a volver a empezar, y esa cen a mi primer amante, pero Salimbeni era una excepción. Su
economía nunca me pareció penosa, pues el placer visible que belleza, su inteligencia, sus modales, su talento y las eminentes
daba siempre representaba las cuatro quintas partes del mío. Por cualidades de su corazón y de su alma lo hacían preferible a
ese motivo la naturaleza debe aborrecer la vejez, que puede pro- todos los hombres perfectos que hasta hasta entonces yo había cono -
curarse el placer pero no darlo nunca. La juventud huye de ella; cido. La modestia y la discreción eran sus virtudes favoritas, y
es su más temible enemigo, que termina secuestrándola, triste y era rico y generoso; mucho dudo de que haya encontrado una
débil, deforme, espantosa y siempre demasiado rauda en pre- mujer capaz de resistírsele, pero nunca lo oí vanagloriarse de
sentarse. haber conquistado a ninguna. La mutilación había terminado
Por fin descansamos. Necesitábamos una tregua. N o cstába haciendo de ese hombre un monstruo, como era lógico, pero un
mos agotados, pero nuestros sentidos necesitaban la tranquili monstruo de cualidades adorables. Sé que cuando me entregué
dad de nuestro espíritu para poder reponerse. a él me hizo feliz, pero se prodigó tanto que también yo debo
Fue Bcllino el primero en romper el silencio y preguntarme creer que le hice feliz.
si me había parecido muy enamorada. »Salimbeni mantenía en Rímini, en casa de un maestro de
¿Enam orada? ¿Adm ites entonces que eres eres mujer? Dime, ti música, a un muchacho de mi edad a quien su padre, en el lecho
gresa: si es verdad que me amabas, ¿cómo has podido aplazar de muerte, había hecho mutilar para conservarle la voz y pu-
tanto tiempo tu dicha y la mía? Pe ro ¿es cierto qu e perteneces al diera ser el sostén de la numerosa familia que dejaba, subiendo
sexo encantador que creo haber descu bierto en ti? a los escenarios. Ese muchacho, que se llamaba Bellino, era hijo
Ahora eres dueño de todo, y puedes comprobarlo.
Sí, necesito convencerme. ¡Gran Dios! ¿Adonde ha ido a sino con Angela (o Angiola) Calori, nacida en Valenza Po, junto a Ale-
 jandría, en 173 2, que llegó a ser una famosa soprano; en la época de
parar el monstruoso clítoris que vi ayer? estos hechos tenía doce años.
Tras un examen plenamente convincente, seguido de un me- 2. El Istituto delle Scienze derivó de la Accademia degli Inquicti,
Inquicti,
ticuloso reconocimiento que duró largo rato, la encantadora fundada en 1690 por el conde Luigi Ferdinando Marsigli.
muchacha me contó así su historia: 3. Felice Salim
Salimbeni
beni (17 21 176 3) , famoso castrato,
castrato, se presentó
presentó en
en
M i verdadero nombre es Teresa.' Hija de un pobre emplea
emplea los mayores teatros de Italia y de Europa. Casanova lo conoció perso-
nalmente
nalmente en 1 742, en Venecia, en cuyo teatro San Samuele cantó. cantó.
4. Federico Augusto II (16961 763),
763) , rey de Polonia con
con el nombre
i. BellinoTeresa no tiene nada
nada que ver con Teresa Lanti, como el de Augusto III (173 317 63) . Salimbeni,
Salimbeni, que estuvo
estuvo al servicio
servicio de Fede-
propio C asanova explicará más
más adelante (capítulo IX del volumen i o), rico el Grande (17431750), sólo cantó en Dresde en esa última fecha.

300 301

de esa buena mujer que acabáis


acabáis de conocer en A ncona, y a la que ic desarrolle el pecho, no pasará nada, porque tener demasiado
todos creen mi madre. 1» defecto habitual en todos nosotros. Además, antes de que te
»Un año después de haber conocido a ese ser tan favorecido  vaya s, te da ré un
u n peq ueñ o a parato
pa rato y te ens eñaré
eñar é a aplicá
ap licá rtelo
rte lo tan
po r el cielo, el mismo me dio la triste noticia de que debía aban- bien
bien en el sitio donde se ve la diferencia de sexo q ue será fácil en-
donarme para ir a Roma. A pesar de que me aseguró que no tar- cinar a la gente si alguna vez tuvieran que hacerte un examen. Si
daría en volver a verlo, la desesperación me dominó. Dejaba a mi ritas de acuerdo con mi plan, ten por seguro que podré vivir en
padre el cuidado y los medios para seguir cultivando mi talento; I)rcsde contigo sin que la reina, que es devota, pueda encontrar
pero, precisamente en esos mismos d ías, una fiebre maligna se lo nada que decir. Dime si aceptas.”
llevó, y quedé huérfana. Salimbeni no tuvo entonces fuerza su- •Salimbeni no podía dudar de mi consentimiento porque
ficiente para resistirse a mis lágrimas: decidió llevarme consigo para mí no había mayor placer que hacer cuanto él deseaba. Me
a Rímini y meterme a pensión en casa del mismo maestro de mú-  viste de homb
ho mbre,re, y desp ués de hacerme
hace rme aband
ab and onar
on ar mis rop as de
sica donde estaba el joven castrato hermano de Cecilia y de Ma- mujer y ordenar a su criado esperarlo en Rímini, me lleva a Bo-
rina. Partimos de Bolonia a medianoche. Nadie supo que me lonia.
lonia. L legamo s cuando em pezaba a caer la noche: nie deja en en la
llevaba consigo; y le resultó fácil,
fácil, porque yo no conocía ni estabaestaba posada y va enseguida a casa de la madre de Bellino. Le comu-
interesado en nadie que no fuera mi querido Salimbeni. nica su plan y ella lo aprueba, consolándose así de la muerte de
»Nada más llegar
llegar a Rímini, me dejó en la posada para ir a ha- su hijo. Salimbeni viene con ella a reunirse conmigo en la po-
blar con el maestro de música y llegar a un acuerdo en todo lo sada; ella me llama
llama hijo su yo, yo le doy el nom bre de madre; Sa
que tenía que ver conmigo. Pero media hora después estaba de limbeni se marcha diciéndonos que lo esperásemos. Vuelve una
 vuelta
 vue lta en la p osada
osa da muy
mu y pensa
pe nsa tivo . Bellin
Be llin o había
hab ía mu erto
ert o la v ís-
ís - hora más tarde y saca de su bolsillo el aparato que, en caso de
pera de nuestra llegada. Pensando en el dolor que la madre había necesidad, debía conseguir que me creyeran hombre. Tú mismo
de sentir cuando le diera p or carta la noticia, se le ocurre la idea lo has visto. Es una especie de tubito largo, blando y del grosor
de devolverme a Bolonia con el nombre de aquel mismo Bellino del pulgar de la mano, blanco y de piel muy suave. Esta mañana
que acababa de morir, y meterme a pensión en casa de su misma tuve que reírme a hurtadillas cuando lo llamaste clítoris. El a pa-
madre, que, siendo pobre, estaría interesada en guardar el se- rato estaba envuelto en una piel finísima y transparente, de
creto. “ Le daré ”, me dijo, “ todos los medios para que te te haga
haga forma oval, que tenía de cinco a seis pulgadas de largo y dos
aprender música a la perfección, y dentro de cuatro años haré de ancho. Al aplicar esa piel con goma de adraganto al sitio en
que vengas a Dresde, no en calidad de mujer, sino de castrato. que se distingue el sexo, desaparece el femenino. Salimbeni licúa
 Viv iremo
ire mo s jun tos , y nadie tend rá nada que decir. Me harás feliz la goma, me lo adapta al cuerpo en presencia de mi nueva madre,
hasta mi muerte. Por lo tanto, sólo se trata de que toda Bolonia  y así me vu elv o igual que mi qu eri do amigo. ami go. To do aqu ello me
crea que eres Bellino, y nada más fácil fácil dado que nadie te conoce. habría hecho reír si la marcha inmediata del ser que adoraba no
Únicamente lo sabrá la madre de Bellino. Sus hijos no dudarán me hubiera traspasado el corazón. Me quedé allí como muerta,
de que eres su hermano, porque eran muy pequeños cuando lo con el presentimiento de que no volvería a verlo. I Iay quien se
mandé a Rímini. Si me amas, debes renunciar a tu sexo y perder burla de los presentimientos, y tienen razón, porque el corazón
incluso hasta su recuerdo. D esde este momento deberás llamarte llamarte no habla a todo el mundo; pero a mí no me engañó: Salimbeni
Bellino, y partir enseguida conmigo hacia Bolonia. Dentro de murió muy joven el año pasado,' en el Tirol, como verdadero
dos horas te verás vestido de hombre: tu única preocupación filósofo. Me vi obligada a sacar partido de mis talentos. Mi
será hacer que nadie sepa que eres una mujer. Dormirás sola;
de esa buena mujer que acabáis
acabáis de conocer en A ncona, y a la que ic desarrolle el pecho, no pasará nada, porque tener demasiado
todos creen mi madre. 1» defecto habitual en todos nosotros. Además, antes de que te
»Un año después de haber conocido a ese ser tan favorecido  vaya s, te da ré un
u n peq ueñ o a parato
pa rato y te ens eñaré
eñar é a aplicá
ap licá rtelo
rte lo tan
po r el cielo, el mismo me dio la triste noticia de que debía aban- bien
bien en el sitio donde se ve la diferencia de sexo q ue será fácil en-
donarme para ir a Roma. A pesar de que me aseguró que no tar- cinar a la gente si alguna vez tuvieran que hacerte un examen. Si
daría en volver a verlo, la desesperación me dominó. Dejaba a mi ritas de acuerdo con mi plan, ten por seguro que podré vivir en
padre el cuidado y los medios para seguir cultivando mi talento; I)rcsde contigo sin que la reina, que es devota, pueda encontrar
pero, precisamente en esos mismos d ías, una fiebre maligna se lo nada que decir. Dime si aceptas.”
llevó, y quedé huérfana. Salimbeni no tuvo entonces fuerza su- •Salimbeni no podía dudar de mi consentimiento porque
ficiente para resistirse a mis lágrimas: decidió llevarme consigo para mí no había mayor placer que hacer cuanto él deseaba. Me
a Rímini y meterme a pensión en casa del mismo maestro de mú-  viste de homb
ho mbre,re, y desp ués de hacerme
hace rme aband
ab and onar
on ar mis rop as de
sica donde estaba el joven castrato hermano de Cecilia y de Ma- mujer y ordenar a su criado esperarlo en Rímini, me lleva a Bo-
rina. Partimos de Bolonia a medianoche. Nadie supo que me lonia.
lonia. L legamo s cuando em pezaba a caer la noche: nie deja en en la
llevaba consigo; y le resultó fácil,
fácil, porque yo no conocía ni estabaestaba posada y va enseguida a casa de la madre de Bellino. Le comu-
interesado en nadie que no fuera mi querido Salimbeni. nica su plan y ella lo aprueba, consolándose así de la muerte de
»Nada más llegar
llegar a Rímini, me dejó en la posada para ir a ha- su hijo. Salimbeni viene con ella a reunirse conmigo en la po-
blar con el maestro de música y llegar a un acuerdo en todo lo sada; ella me llama
llama hijo su yo, yo le doy el nom bre de madre; Sa
que tenía que ver conmigo. Pero media hora después estaba de limbeni se marcha diciéndonos que lo esperásemos. Vuelve una
 vuelta
 vue lta en la p osada
osa da muy
mu y pensa
pe nsa tivo . Bellin
Be llin o había
hab ía mu erto
ert o la v ís-
ís - hora más tarde y saca de su bolsillo el aparato que, en caso de
pera de nuestra llegada. Pensando en el dolor que la madre había necesidad, debía conseguir que me creyeran hombre. Tú mismo
de sentir cuando le diera p or carta la noticia, se le ocurre la idea lo has visto. Es una especie de tubito largo, blando y del grosor
de devolverme a Bolonia con el nombre de aquel mismo Bellino del pulgar de la mano, blanco y de piel muy suave. Esta mañana
que acababa de morir, y meterme a pensión en casa de su misma tuve que reírme a hurtadillas cuando lo llamaste clítoris. El a pa-
madre, que, siendo pobre, estaría interesada en guardar el se- rato estaba envuelto en una piel finísima y transparente, de
creto. “ Le daré ”, me dijo, “ todos los medios para que te te haga
haga forma oval, que tenía de cinco a seis pulgadas de largo y dos
aprender música a la perfección, y dentro de cuatro años haré de ancho. Al aplicar esa piel con goma de adraganto al sitio en
que vengas a Dresde, no en calidad de mujer, sino de castrato. que se distingue el sexo, desaparece el femenino. Salimbeni licúa
 Viv iremo
ire mo s jun tos , y nadie tend rá nada que decir. Me harás feliz la goma, me lo adapta al cuerpo en presencia de mi nueva madre,
hasta mi muerte. Por lo tanto, sólo se trata de que toda Bolonia  y así me vu elv o igual que mi qu eri do amigo. ami go. To do aqu ello me
crea que eres Bellino, y nada más fácil fácil dado que nadie te conoce. habría hecho reír si la marcha inmediata del ser que adoraba no
Únicamente lo sabrá la madre de Bellino. Sus hijos no dudarán me hubiera traspasado el corazón. Me quedé allí como muerta,
de que eres su hermano, porque eran muy pequeños cuando lo con el presentimiento de que no volvería a verlo. I Iay quien se
mandé a Rímini. Si me amas, debes renunciar a tu sexo y perder burla de los presentimientos, y tienen razón, porque el corazón
incluso hasta su recuerdo. D esde este momento deberás llamarte llamarte no habla a todo el mundo; pero a mí no me engañó: Salimbeni
Bellino, y partir enseguida conmigo hacia Bolonia. Dentro de murió muy joven el año pasado,' en el Tirol, como verdadero
dos horas te verás vestido de hombre: tu única preocupación filósofo. Me vi obligada a sacar partido de mis talentos. Mi
será hacer que nadie sepa que eres una mujer. Dormirás sola;
tendrás cuidado al vestirte, y cuando , dentro de un año o dos, se 5. De hecho, Salimbeni murió en septiembre de 17 51 , en Laibach.

302 303

madre pensó que lo mejor era seguir con mi engaño de hombre embargo, convencerme de haberle inspirado auténtico amor du
con la esperanza de llevarme a cantar a Roma. Mientras tanto, i inte mi estancia en Ancona.
aceptó el teatro de Ancona, donde contrató a Petronio como Si me hubieras amado le dije, ¿cómo habrías podido so-
bailarina. portar que sufriese tanto y que me entregase a tus hermanas?
»Después de Salimbcni, tú eres el único hombre entre cuyos ¡Ay, amigo mío! Piensa en nuestra gran pobreza y en lo di
brazos Teresa hace verdaderas ofrendas al amor perfecto; y sólo lícil que para mí era descubrirme. Te amaba, pero ¿podía estar
de ti depende que hoy abandone el nombre de Bellino, que de- segura de que no era un capricho el interés que mostrabas por
testo desde la muerte de Salimbeni y que incluso empieza a po- mí? Viéndote pasar con tanta facilidad de Cecilia a Marina,
nerme en situaciones embarazosas que me irritan. Sólo he pensé que me tratarías igual en cuanto hubieras satisfecho tus
cantado en dos teatros, y en los dos, para ser admitida, he debido líeseos.
líeseos. Y no pude seguir dudando de tu carácter
carácter voluble y de la
soportar la vergonzosa inspección porque en todas partes me poca importancia que dabas a la felicidad del amor cuando vi lo
encuentran tan parecido a una chica que tienen que examinarme que hiciste
hiciste en el barco turco con aquella esclava sin que mi pre-
para convencerse de que soy hombre. I lasta ahora sólo he te- sencia te molestara. Si me hubieras amado, te habría molestado.
nido que vérmelas con viejos sacerdotes que de buena fe se con- Tuve miedo a verme despreciada después, y sólo Dios sabe
tentaban con lo que veían para hacer su informe al obispo. Pero cuánto he sufrido. Me has ofendido, querido amigo, de cien for-
siempre tengo que estar defendiéndome de dos clases de gente mas diferentes, pero dentro de mí yo defendía tu causa. Te veía
que me acosan para obtener favores ilícitos y horribles: los que, irritado y deseoso de venganza. ¿No me has amenazado hoy
como tú, se enamoran de mí y no pueden creer que sea hombre, mismo en el coche? Confieso que me has dado miedo, mas no
exigen que les demuestre la verdad, y no me decido a ello por- pienses que ha sido el miedo lo que me ha decidido a satisfa-
que corro el riesgo de que quieran convencerse también me- certe. No, querido amigo, estaba dispuesta a entregarme a ti en
diante el tacto; y en este caso temo, no sólo que arranquen la cuanto me hubieras llevado de Ancona, desde el primer mo-
máscara, sino que, llenos de curiosidad, quieran servirse de ese mento en en que encargué a Cec ilia que fuera a p reguntarte si que-
aparato para satisfacer los monstruosos deseos que pueden ve- rías llevarme a Rímini.
nirles. Pero los pérfidos que me persiguen a ultranza son los que- Deja el compromiso que tienes en Rímini y sigamos viaje.
me declaran su brutal amor como castrato en cuanto aparezco I n Bolonia sólo nos quedaremos tres días, vendrás a Venecia
ante ellos. Temo, querido amigo, apuñalar a alguno. ¡Ay, ángel conmigo, y con ropas de tu tu verdadero sexo y otro nom bre reto
mío! Sácame de este oprobio. Llévame contigo. No te pido que al empresario de la ópera de Rímini a que te encuentre.
me hagas tu esposa, sólo quiero ser tu tierna amiga como lo ha Acepto. Tu voluntad será siempre la mía. Salimbeni está
bría sido de Salimbeni: mi corazón es puro; me siento hecha para muerto. Soy dueña de mí y me entrego a ti; tú tendrás mi cora-
 vi vi r fiel
fie l a mi amante.
aman te. N o me aba ndo nes . El am or que me has zón, y espero saber conservar el tuyo.
inspirado es verdadero; el que sentía por Salimbeni procedía de Deja que te vea otra vez con el singular aparato que Salim-
la inocencia. Me do y cuenta de que sólo me he vuelto realmente
realmente beni te dio.
mujer después de haber gozado el perfecto placer del amo r entre
entre Ahora mismo.
tus brazos. Se levanta de la cama, echa agua en un cubilete, abre su baúl,
Conmovido hasta las lágrimas, enjugué las suyas y de buena taca su aparato y la cola, la disuelve y se aplica el engaño. Veo
fe le di palabra de unirla a mi destino. Infinitamente interesado algo increíble: una encantadora joven que era mujer por todas las
por la extraordinaria historia que me había contado, y que me partes del cuerpo y que, con aquel extraordinario aparato, me
madre pensó que lo mejor era seguir con mi engaño de hombre embargo, convencerme de haberle inspirado auténtico amor du
con la esperanza de llevarme a cantar a Roma. Mientras tanto, i inte mi estancia en Ancona.
aceptó el teatro de Ancona, donde contrató a Petronio como Si me hubieras amado le dije, ¿cómo habrías podido so-
bailarina. portar que sufriese tanto y que me entregase a tus hermanas?
»Después de Salimbcni, tú eres el único hombre entre cuyos ¡Ay, amigo mío! Piensa en nuestra gran pobreza y en lo di
brazos Teresa hace verdaderas ofrendas al amor perfecto; y sólo lícil que para mí era descubrirme. Te amaba, pero ¿podía estar
de ti depende que hoy abandone el nombre de Bellino, que de- segura de que no era un capricho el interés que mostrabas por
testo desde la muerte de Salimbeni y que incluso empieza a po- mí? Viéndote pasar con tanta facilidad de Cecilia a Marina,
nerme en situaciones embarazosas que me irritan. Sólo he pensé que me tratarías igual en cuanto hubieras satisfecho tus
cantado en dos teatros, y en los dos, para ser admitida, he debido líeseos.
líeseos. Y no pude seguir dudando de tu carácter
carácter voluble y de la
soportar la vergonzosa inspección porque en todas partes me poca importancia que dabas a la felicidad del amor cuando vi lo
encuentran tan parecido a una chica que tienen que examinarme que hiciste
hiciste en el barco turco con aquella esclava sin que mi pre-
para convencerse de que soy hombre. I lasta ahora sólo he te- sencia te molestara. Si me hubieras amado, te habría molestado.
nido que vérmelas con viejos sacerdotes que de buena fe se con- Tuve miedo a verme despreciada después, y sólo Dios sabe
tentaban con lo que veían para hacer su informe al obispo. Pero cuánto he sufrido. Me has ofendido, querido amigo, de cien for-
siempre tengo que estar defendiéndome de dos clases de gente mas diferentes, pero dentro de mí yo defendía tu causa. Te veía
que me acosan para obtener favores ilícitos y horribles: los que, irritado y deseoso de venganza. ¿No me has amenazado hoy
como tú, se enamoran de mí y no pueden creer que sea hombre, mismo en el coche? Confieso que me has dado miedo, mas no
exigen que les demuestre la verdad, y no me decido a ello por- pienses que ha sido el miedo lo que me ha decidido a satisfa-
que corro el riesgo de que quieran convencerse también me- certe. No, querido amigo, estaba dispuesta a entregarme a ti en
diante el tacto; y en este caso temo, no sólo que arranquen la cuanto me hubieras llevado de Ancona, desde el primer mo-
máscara, sino que, llenos de curiosidad, quieran servirse de ese mento en en que encargué a Cec ilia que fuera a p reguntarte si que-
aparato para satisfacer los monstruosos deseos que pueden ve- rías llevarme a Rímini.
nirles. Pero los pérfidos que me persiguen a ultranza son los que- Deja el compromiso que tienes en Rímini y sigamos viaje.
me declaran su brutal amor como castrato en cuanto aparezco I n Bolonia sólo nos quedaremos tres días, vendrás a Venecia
ante ellos. Temo, querido amigo, apuñalar a alguno. ¡Ay, ángel conmigo, y con ropas de tu tu verdadero sexo y otro nom bre reto
mío! Sácame de este oprobio. Llévame contigo. No te pido que al empresario de la ópera de Rímini a que te encuentre.
me hagas tu esposa, sólo quiero ser tu tierna amiga como lo ha Acepto. Tu voluntad será siempre la mía. Salimbeni está
bría sido de Salimbeni: mi corazón es puro; me siento hecha para muerto. Soy dueña de mí y me entrego a ti; tú tendrás mi cora-
 vi vi r fiel
fie l a mi amante.
aman te. N o me aba ndo nes . El am or que me has zón, y espero saber conservar el tuyo.
inspirado es verdadero; el que sentía por Salimbeni procedía de Deja que te vea otra vez con el singular aparato que Salim-
la inocencia. Me do y cuenta de que sólo me he vuelto realmente
realmente beni te dio.
mujer después de haber gozado el perfecto placer del amo r entre
entre Ahora mismo.
tus brazos. Se levanta de la cama, echa agua en un cubilete, abre su baúl,
Conmovido hasta las lágrimas, enjugué las suyas y de buena taca su aparato y la cola, la disuelve y se aplica el engaño. Veo
fe le di palabra de unirla a mi destino. Infinitamente interesado algo increíble: una encantadora joven que era mujer por todas las
por la extraordinaria historia que me había contado, y que me partes del cuerpo y que, con aquel extraordinario aparato, me
pareció verdadera en todos sus extremos, me costaba mucho, sin parecía más interesante aún, porque aquel blanco colgajo no

3°5

ponía obstáculo alguno para alcanzar el depósito de su sexo. Le  ven cert e de qu e no te has eq uivo
ui vo ca do . D eb o de mo strart
str art e que
qu e
dije que había hecho bien en no permitirme tocarlo, porque soy digno depositario de la más noble de las confidencias con
de otro modo habría perdido la cabeza convirtiéndome en lo una sinceridad igual a la tuya. Nuestros corazones deben po-
que no era, a menos que ella me hubiera calmado enseguida des- nerse uno frente a otro en perfecta igualdad. Yo ahora te co-
engañándome. Quise convencerla de que no mentía, y nuestra nozco, pero tú no me conoces. Me dices que eso no te importa,
discusión
discusión fue muy cómica. Lue go nos dormimos, y nos desper-  y tu entre ga es la pru eba más perfe
p erfecta
cta d e am or; pero
per o me pone
p one de -
tamos muy tarde. masiado por debajo de ti en el mismo momento en que piensas
Sorprendido por todo lo que había oído de labios de aquella que eres más adorable poniéndome por encima. No quieres
 joven,
 jov en, po r su belleza
be lleza , p or su talento,
tale nto, po r la inoc encia
enc ia de
d e su alma, saber nada, sólo pides ser mía, y sólo aspiras a poseer mi cora-
por sus sentimientos y por sus desgracias, la más cruel de las zón. Todo esto es muy hermoso, bella Teresa, pero humillante
cuales era desde luego el falso personaje que se veía obligada a para mí. Tú me has confiado tus secretos, yo debo confiarte los
representar y que la exponía a la humillación y al oprobio, de- míos. Pero antes has de prometerme que, una vez oído lo que
cidí unirla a mi destino, o unirme yo al suyo, pues nuestra si- tengo que confesarte, me dirás sinceramente
sinceramente todo lo que ha cam-
tuación era poco más o menos la misma. biado en tu alma.
Llevando más lejos aún mi reflexión, enseguida me di cuenta Te lo juro. No te ocultaré nada; pero no seas cruel hacién-
de que estaba decidido a hacerla mía, a entregarme a ella, y que dome falsas confidencias. Te ad vierto que no te servirán de nada
debía sellar nuestra unión con el matrimonio. Según mis ideas de si intentas descubrirme con ellas menos digna de tu ternura, y en
aquella época, eso aumentaría nuestro amor, nuestra mutua es- cambio te degradarán un poco en mi alma. No quisiera saberte
tima, y nos ganaría la estima de la sociedad, que nunca juzgaría capaz de engañarme. Confía en mí como yo confío en ti. Dinie
legítimo nuestro vínculo ni lo reconocería como tal si no lo san- la verdad sin rodeos.
cionaban las leyes civiles. Los talentos de Teresa me garantiza- La verdad es ésta: me crees rico, no lo soy. No me quedará
ban que nunca nos faltaría lo necesario para vivir; tampoco nada cuando haya terminado de vaciar mi bolsa. Quizá también
perdía yo la esperanza sobre los míos, aunque ignorase en qué me creas de noble estirpe, y so y de una condición inferior o igual igual
 y cómo
có mo po dría
drí a s acarles
aca rles partid
pa rtid o. N ue str o mut uo am or resultaría
resu ltaría a la tuya. No poseo ningún talento lucrativo, ningún empleo,
lesionado y reducido a nada si la idea de vivir a expensas de Te ninguna razón para estar seguro de que dentro de unos meses
resa hubiera podido humillarme, o si ella hubiera podido enor tendré de qué vivir. N o tengo ni parientes, ni amigos, ni derecho
gullecerse o creerse por encima de mí y cambiar de ese modo l.i alguno que pretender, ni proyectos sólidos. En última instancia
naturaleza de sus sentimientos, por la simple razón de que, en sólo tengo juventud, salud, valor, un poco de inteligencia, prin-
 vez de rec on oc er en mí a su bienhe bie nhe cho r, se hub iera sentido
sen tido en cipios de honor y p robidad y algunas nociones
nociones de buena litera-
cambio mi benefactora. Si el alma de Teresa hubiera sido capa/ tura. Mi mayor tesoro es que soy mi propio dueño, que no
de una bajeza semejante, se volvía digna de mi may or desprecio. dependo de nadie y que no me asusta la desgracia. Mi carácter
 Yo necesit
nec esit aba sab erlo,
erl o, deb ía son dea rla,
rla , era pr eciso
ec iso som eterla
ete rla .1 tiende a ser disipado. Así es tu hombre, bella Teresa, respón-
una prueba que me permitiese conocer con la mayor claridad el deme.
fondo de su alma. Con esta idea, le dije las siguientes palabras: Em piez a po r saber que estoy segura de que todo lo que me
M i qu erida Teresa, todo lo que me has dicho no me dej. dej.ii has dicho es la pura verdad, y lo único que me ha sorprendido
ninguna duda de que me amas, y la certeza que tienes de haberte haberte en tu relato es el noble valor con que me lo has contado. Has de
convertido en dueña de mi corazón me hace sentirme tan ena saber también que en Ancona, en ciertos momentos, te juzgué
ponía obstáculo alguno para alcanzar el depósito de su sexo. Le  ven cert e de qu e no te has eq uivo
ui vo ca do . D eb o de mo strart
str art e que
qu e
dije que había hecho bien en no permitirme tocarlo, porque soy digno depositario de la más noble de las confidencias con
de otro modo habría perdido la cabeza convirtiéndome en lo una sinceridad igual a la tuya. Nuestros corazones deben po-
que no era, a menos que ella me hubiera calmado enseguida des- nerse uno frente a otro en perfecta igualdad. Yo ahora te co-
engañándome. Quise convencerla de que no mentía, y nuestra nozco, pero tú no me conoces. Me dices que eso no te importa,
discusión
discusión fue muy cómica. Lue go nos dormimos, y nos desper-  y tu entre ga es la pru eba más perfe
p erfecta
cta d e am or; pero
per o me pone
p one de -
tamos muy tarde. masiado por debajo de ti en el mismo momento en que piensas
Sorprendido por todo lo que había oído de labios de aquella que eres más adorable poniéndome por encima. No quieres
 joven,
 jov en, po r su belleza
be lleza , p or su talento,
tale nto, po r la inoc encia
enc ia de
d e su alma, saber nada, sólo pides ser mía, y sólo aspiras a poseer mi cora-
por sus sentimientos y por sus desgracias, la más cruel de las zón. Todo esto es muy hermoso, bella Teresa, pero humillante
cuales era desde luego el falso personaje que se veía obligada a para mí. Tú me has confiado tus secretos, yo debo confiarte los
representar y que la exponía a la humillación y al oprobio, de- míos. Pero antes has de prometerme que, una vez oído lo que
cidí unirla a mi destino, o unirme yo al suyo, pues nuestra si- tengo que confesarte, me dirás sinceramente
sinceramente todo lo que ha cam-
tuación era poco más o menos la misma. biado en tu alma.
Llevando más lejos aún mi reflexión, enseguida me di cuenta Te lo juro. No te ocultaré nada; pero no seas cruel hacién-
de que estaba decidido a hacerla mía, a entregarme a ella, y que dome falsas confidencias. Te ad vierto que no te servirán de nada
debía sellar nuestra unión con el matrimonio. Según mis ideas de si intentas descubrirme con ellas menos digna de tu ternura, y en
aquella época, eso aumentaría nuestro amor, nuestra mutua es- cambio te degradarán un poco en mi alma. No quisiera saberte
tima, y nos ganaría la estima de la sociedad, que nunca juzgaría capaz de engañarme. Confía en mí como yo confío en ti. Dinie
legítimo nuestro vínculo ni lo reconocería como tal si no lo san- la verdad sin rodeos.
cionaban las leyes civiles. Los talentos de Teresa me garantiza- La verdad es ésta: me crees rico, no lo soy. No me quedará
ban que nunca nos faltaría lo necesario para vivir; tampoco nada cuando haya terminado de vaciar mi bolsa. Quizá también
perdía yo la esperanza sobre los míos, aunque ignorase en qué me creas de noble estirpe, y so y de una condición inferior o igual igual
 y cómo
có mo po dría
drí a s acarles
aca rles partid
pa rtid o. N ue str o mut uo am or resultaría
resu ltaría a la tuya. No poseo ningún talento lucrativo, ningún empleo,
lesionado y reducido a nada si la idea de vivir a expensas de Te ninguna razón para estar seguro de que dentro de unos meses
resa hubiera podido humillarme, o si ella hubiera podido enor tendré de qué vivir. N o tengo ni parientes, ni amigos, ni derecho
gullecerse o creerse por encima de mí y cambiar de ese modo l.i alguno que pretender, ni proyectos sólidos. En última instancia
naturaleza de sus sentimientos, por la simple razón de que, en sólo tengo juventud, salud, valor, un poco de inteligencia, prin-
 vez de rec on oc er en mí a su bienhe bie nhe cho r, se hub iera sentido
sen tido en cipios de honor y p robidad y algunas nociones
nociones de buena litera-
cambio mi benefactora. Si el alma de Teresa hubiera sido capa/ tura. Mi mayor tesoro es que soy mi propio dueño, que no
de una bajeza semejante, se volvía digna de mi may or desprecio. dependo de nadie y que no me asusta la desgracia. Mi carácter
 Yo necesit
nec esit aba sab erlo,
erl o, deb ía son dea rla,
rla , era pr eciso
ec iso som eterla
ete rla .1 tiende a ser disipado. Así es tu hombre, bella Teresa, respón-
una prueba que me permitiese conocer con la mayor claridad el deme.
fondo de su alma. Con esta idea, le dije las siguientes palabras: Em piez a po r saber que estoy segura de que todo lo que me
M i qu erida Teresa, todo lo que me has dicho no me dej. dej.ii has dicho es la pura verdad, y lo único que me ha sorprendido
ninguna duda de que me amas, y la certeza que tienes de haberte haberte en tu relato es el noble valor con que me lo has contado. Has de
convertido en dueña de mi corazón me hace sentirme tan ena saber también que en Ancona, en ciertos momentos, te juzgué
morado de ti que estoy dispuesto a hacer lo que sea para con tai y como acabas de describirte, y que, lejos de asustarme por

306 307
307

ello, deseaba no equivocarme, porque así me parecía más fun-  varme ante el c omand
om and ante . El com and ant e me p regu nta po r qu é
dada mi esperanza de conquistarte. En resumen: dado que eres no tengo pasaporte.
pobre, que no tienes nada y que incluso eres un desastre para Porque lo he perdido.
los asuntos económicos, permíteme decirte que estoy contentí- Un pasaporte no se pierde.
sima, porque, dado que me amas, no podrás despreciar el regalo Se pierde, y es cierto que lo he perdido.
que te voy a hacer. Ese regalo soy yo misma, me entrego a ti, N o p odéis seguir
seguir viaje.
viaje.
soy tuya, cuidaré de ti. En el futuro piensa sólo en amarme, y en Vengo de Roma, y voy a Constantinopla con una carta del
amarme sólo a mí. Desde este momento ya no soy Bellino. cardenal Acquaviva. Aquí tenéis su carta sellada con sus armas.
 Vam os a V enecia,
ene cia, y mi tale nto nos dar á d e vivi
vi vir;
r; y si no quiere
qui eress H aré que os lleven
lleven ante el
el señor de Gages.
ir a Venecia, vayamos a donde tú quieras. Me llevan ante este famoso general, que estaba de pie ro-
Tengo que ir a Constantinopla. deado por todo su estado mayor. Tras decirle lo mismo que le
Vayamos pues. Si temes perderme por creerme inconstante, había dicho al comandante, le ruego que me deje seguir viaje.
cásate conmigo, y entonces tu derecho sobre mí será legal. No L o único que puedo hacer es teneros detenido hasta que os
estoy diciéndote que, por ser mi marido, voy a quererte más, llegue de Roma un nuevo pasaporte con el mismo nombre que
pero me gustará el lisonjero título de esposa, y juntos nos reire- habéis dado en la consigna. La desgracia de perder un pasaporte
mos de ello. sólo puede ocurrirle a un atolondrado, y el cardenal aprenderá
M uy bien. Pasado mañana, a más más tardar,
tardar, me casaré contigo a no comisionar a atolondrados.
en Bolonia, porque quiero unirte a mí con todos los lazos ima- Ordena entonces que me retengan en un puesto de guardia
ginables. lucra de la ciudad llamado Santa Maria' después de que haya es-
Soy feliz. No tenemos nada que hacer en Rímini. Mañana crito a Roma para conseguir un nuevo pasaporte. Me volvieron
por la mañana nos iremos. Es inútil levantarnos. Comamos en la .1 llevar a la posta, donde escribí al cardenal contándole mi des-
cama, y luego hagamos el amor. gracia y suplicándole que, sin pérdida de tiempo, me enviase el
Buena idea. pasaporte directamente a la secretaría de Guerra. Después,
Después de haber pasado la segunda noche en medio del pla- abracé a BellinoTercsa, afligida por el contratiempo. I.c dije
cer y la alegría, partimos al amanecer; y tras viajar cuatro horas que fuera a esperarme a Rímini, y la obligué a aceptar cien ce
pensamos en en desayunar.
desayunar. Estábam os en Pésaro.6C uando íbamos quíes.
a subir de nuevo a la carroza para continuar nuestro viaje, un Ella quería quedarse en Pésaro, p ero no se lo permití. L e hice
suboficial acompañado po r dos fusileros nos pregunta nuestro nuestro deshacer mi baúl, y, después de haberla visto irse, me dejé con-
nombre y, a renglón seguido, nos pide el pasaporte. Bellino le da ducir al puesto de guardia. Son ésos unos momentos en los que
el suyo; y o busco el mío, y no lo encuentro. L o tenía con las las car- todo optimista duda de sus ideas; pero un estoicismo, al que no
tas del cardenal y del caballero da Lezze; encuentro las cartas es difícil recurrir, sabe embotar su mala influencia. Lo que me
pero no el pasaporte; todas mis diligencias resultan inútiles. El dio una pena grandísima fue la angustia de Teresa, quien, al
cabo se marcha después de ordenar al postillón que espere.  verme arr ancad
an cad o de aqu ella manera
man era de sus braz
br azos
os en el prime
pri merr
Media hora después reaparece, devuelve a Bellino su pasaporte momento de nuestra unión, se ahogaba queriendo retener a la
diciéndole que podía irse, pero que, a mí, tiene orden de Uc fuerza sus lágrimas. No se habría decidido a partir si no le hu
6. Es posible que Casanova, de camino a Venecia, se haya encon
encon 7. Era el nombre de una iglesia en ruinas, Santa Maria di Monte
ello, deseaba no equivocarme, porque así me parecía más fun-  varme ante el c omand
om and ante . El com and ant e me p regu nta po r qu é
dada mi esperanza de conquistarte. En resumen: dado que eres no tengo pasaporte.
pobre, que no tienes nada y que incluso eres un desastre para Porque lo he perdido.
los asuntos económicos, permíteme decirte que estoy contentí- Un pasaporte no se pierde.
sima, porque, dado que me amas, no podrás despreciar el regalo Se pierde, y es cierto que lo he perdido.
que te voy a hacer. Ese regalo soy yo misma, me entrego a ti, N o p odéis seguir
seguir viaje.
viaje.
soy tuya, cuidaré de ti. En el futuro piensa sólo en amarme, y en Vengo de Roma, y voy a Constantinopla con una carta del
amarme sólo a mí. Desde este momento ya no soy Bellino. cardenal Acquaviva. Aquí tenéis su carta sellada con sus armas.
 Vam os a V enecia,
ene cia, y mi tale nto nos dar á d e vivi
vi vir;
r; y si no quiere
qui eress H aré que os lleven
lleven ante el
el señor de Gages.
ir a Venecia, vayamos a donde tú quieras. Me llevan ante este famoso general, que estaba de pie ro-
Tengo que ir a Constantinopla. deado por todo su estado mayor. Tras decirle lo mismo que le
Vayamos pues. Si temes perderme por creerme inconstante, había dicho al comandante, le ruego que me deje seguir viaje.
cásate conmigo, y entonces tu derecho sobre mí será legal. No L o único que puedo hacer es teneros detenido hasta que os
estoy diciéndote que, por ser mi marido, voy a quererte más, llegue de Roma un nuevo pasaporte con el mismo nombre que
pero me gustará el lisonjero título de esposa, y juntos nos reire- habéis dado en la consigna. La desgracia de perder un pasaporte
mos de ello. sólo puede ocurrirle a un atolondrado, y el cardenal aprenderá
M uy bien. Pasado mañana, a más más tardar,
tardar, me casaré contigo a no comisionar a atolondrados.
en Bolonia, porque quiero unirte a mí con todos los lazos ima- Ordena entonces que me retengan en un puesto de guardia
ginables. lucra de la ciudad llamado Santa Maria' después de que haya es-
Soy feliz. No tenemos nada que hacer en Rímini. Mañana crito a Roma para conseguir un nuevo pasaporte. Me volvieron
por la mañana nos iremos. Es inútil levantarnos. Comamos en la .1 llevar a la posta, donde escribí al cardenal contándole mi des-
cama, y luego hagamos el amor. gracia y suplicándole que, sin pérdida de tiempo, me enviase el
Buena idea. pasaporte directamente a la secretaría de Guerra. Después,
Después de haber pasado la segunda noche en medio del pla- abracé a BellinoTercsa, afligida por el contratiempo. I.c dije
cer y la alegría, partimos al amanecer; y tras viajar cuatro horas que fuera a esperarme a Rímini, y la obligué a aceptar cien ce
pensamos en en desayunar.
desayunar. Estábam os en Pésaro.6C uando íbamos quíes.
a subir de nuevo a la carroza para continuar nuestro viaje, un Ella quería quedarse en Pésaro, p ero no se lo permití. L e hice
suboficial acompañado po r dos fusileros nos pregunta nuestro nuestro deshacer mi baúl, y, después de haberla visto irse, me dejé con-
nombre y, a renglón seguido, nos pide el pasaporte. Bellino le da ducir al puesto de guardia. Son ésos unos momentos en los que
el suyo; y o busco el mío, y no lo encuentro. L o tenía con las las car- todo optimista duda de sus ideas; pero un estoicismo, al que no
tas del cardenal y del caballero da Lezze; encuentro las cartas es difícil recurrir, sabe embotar su mala influencia. Lo que me
pero no el pasaporte; todas mis diligencias resultan inútiles. El dio una pena grandísima fue la angustia de Teresa, quien, al
cabo se marcha después de ordenar al postillón que espere.  verme arr ancad
an cad o de aqu ella manera
man era de sus braz
br azos
os en el prime
pri merr
Media hora después reaparece, devuelve a Bellino su pasaporte momento de nuestra unión, se ahogaba queriendo retener a la
diciéndole que podía irse, pero que, a mí, tiene orden de Uc fuerza sus lágrimas. No se habría decidido a partir si no le hu
6. Es posible que Casanova, de camino a Venecia, se haya encon
encon 7. Era el nombre de una iglesia en ruinas, Santa Maria di Monte
trado con los ejércitos español y austriaco en marzo de 1744; para Gu tiranaro, fuera de las murallas de la ciudad desde finales del siglo  XIV;
gitz, sin embargo, habría que retrasar un año ese hecho. ilc ella había tomado el nombre el puesto de guardia.

308

biera asegurado que volvería a verme en Rímini diez días des- esperanza cierta de quince años de delicias, estoy seguro de tener
pués. Por otro lado, no tardó en convencerse de que no debía la fuerza necesaria para despreciar mis dolores».
permanecer en Pésaro.  Ya veis,
vei s, qu erido
eri do lecto r, la co nse cue nci a de eso s raz onam
on am ien-
ien -
En Santa Maria, el oficial de servicio me metió en el cuerpo tos. Hacedme caso, el hombre sabio nunca podría ser totalmen-
de guardia, donde me senté sobre mi baúl. Era un maldito cata- te desdichado. Siempre es feliz, dice mi maestro Horacio, nisi
lán que ni siquiera se dignó responderme cuando le dije que (\uum
(\uum pituita molesta est
tenía dinero, que quería una cama y un criado que me hiciera las Pero ¿qué hombre tiene siempre la pituita?
cosas que necesitaba. Hube de pasar la noche acostado sobre Lo cicrte> es que, en aquella maldita noche en Santa Maria de
paja, sin haber comido nada, entre soldados catalanes. Era la se- Pésaro, perdí poco y gané mucho, porque la privación de Te-
gunda vez que pasaba una noche así después de haber pasado resa, seguro de reunirme cem ella dentro de diez días, no supo-
otras deliciosas. Mi Genio se divertía tratándome de este modo nía gran cosa. Lo q ue gané tiene que ver con la escuela de la vida
para procurarme el placer de hacer comparaciones. Es una es- del hombre. Gané una idea contra el atolondramiento. Pre-
cuela dura, pero de efecto seguro, sobre todo en hombres que  visión
 vis ión . Se pue de ap ostar
os tar cien contr
co ntraa uno que
qu e un jove
jo ve n que
qu e ha
tienen algo del carácter del Stokfiche.8 perdido una vez su bolsa y otra vez su pasaporte, no volverá a
Para cerrar la boca a un filósofo capaz de deciros que, en la perder ni la una ni el otro. Nunca han vuelto a ocurrirme esas
 vida de un hom bre , la suma
sum a de
d e d ol ores
or es es su pe rio r a la sum
s umaa de
de dos desgracias. Y me habrían sucedido si no hubiera tenido
placeres, preguntadle si querría una vida donde no hubiera ni miedo a que nic ocurriesen. Un atolondrado nunca tiene miedo.
pena ni placer. No os responderá, o se andará con rodeos; pues  Al día sigu iente,
ient e, cua ndo
nd o se h izo el ca mb io de gua rdia , fui en-
si dice que no, es que la vida le gusta, y si le gusta quiere decir tregado a un oficial de aspecto agradable. Era francés. Los fran-
que la encuentra agradable, cosa que no podría ser si fuera pe- ceses siempre me han gustado; los españoles, todo lo contrario.
nosa; y si os dice que sí, admite ser un necio, pues se obliga a Sin embargo, muchas veces he sido víctima de engaños por parte
concebir el placer en la indiferencia. de franceses, nunca de españoles. Hay que desconfiar de nues-
Cuan do sufrimos, nos procuramos el placer de esperar el el fin tros prnpios gustos.
del sufrimiento; y nunca nos equivocamos, porque, como úl ¿ Po r qué azar,
azar, señor abate m e dijo aquel oficial, tengo el
el
timo recurso, nos dormimos, y al dormir tenemos sueños felices honor de que estéis bajo mi custodia?
que nos consuelan y calman. En cambio, cuando gozamos, la Esta forma de dirigirse a mí me devolvió el ánimo. Le in
idea de que a nuestra alegría le seguirá el dolor nunca viene a feirmo de todo y, después de haberlo escuchado, le parece muy
turbarnos. Por lo tanto, el placer es siempre puro en su actuali divertido. Cierto que, en mi desdichada aventura, yo no encon-
dad; el dolor siempre se templa. traba nada divertido ; pero un hombre al que le parecía divertido
Tenéis veinte años. Llega el rector del un iverso a deciros: « li li no podía desagradarme. Empezó poniendo a mi servicio un sol-
doy treinta años de vida, quince de ellos serán dolorosos, y dado, que, a cambio de dinero, me buscó cama, sillas, mesa y
quince deliciosos. Unos y otros siempre consecutivos. Elige todo lo que necesitaba. El oficial mandó poner mi cama en su
¿Quieres empezar por los dolorosos o por los deliciosos?». prnpio cuarto.
Con fesad, quienquiera que seáis, lector, que responderí
responderíais
ais Después de haberme invitado a comer con él, me propuso
«Dios mío, empiezo por los quince años de desgracias. Con l.i una partida de  pi qu et , 10 y perdí tres o cuatro ducados a lo largo
8. Térm ino alemán
alemán (Stockfiscb)  que significa «bacalao seco»; m
aplicó entre los siglos para significar «hombre obtuso e 9. «A menos que le aflija el
el catarro», Horac io, Epístolas 1, 1, 108.
biera asegurado que volvería a verme en Rímini diez días des- esperanza cierta de quince años de delicias, estoy seguro de tener
pués. Por otro lado, no tardó en convencerse de que no debía la fuerza necesaria para despreciar mis dolores».
permanecer en Pésaro.  Ya veis,
vei s, qu erido
eri do lecto r, la co nse cue nci a de eso s raz onam
on am ien-
ien -
En Santa Maria, el oficial de servicio me metió en el cuerpo tos. Hacedme caso, el hombre sabio nunca podría ser totalmen-
de guardia, donde me senté sobre mi baúl. Era un maldito cata- te desdichado. Siempre es feliz, dice mi maestro Horacio, nisi
lán que ni siquiera se dignó responderme cuando le dije que (\uum
(\uum pituita molesta est
tenía dinero, que quería una cama y un criado que me hiciera las Pero ¿qué hombre tiene siempre la pituita?
cosas que necesitaba. Hube de pasar la noche acostado sobre Lo cicrte> es que, en aquella maldita noche en Santa Maria de
paja, sin haber comido nada, entre soldados catalanes. Era la se- Pésaro, perdí poco y gané mucho, porque la privación de Te-
gunda vez que pasaba una noche así después de haber pasado resa, seguro de reunirme cem ella dentro de diez días, no supo-
otras deliciosas. Mi Genio se divertía tratándome de este modo nía gran cosa. Lo q ue gané tiene que ver con la escuela de la vida
para procurarme el placer de hacer comparaciones. Es una es- del hombre. Gané una idea contra el atolondramiento. Pre-
cuela dura, pero de efecto seguro, sobre todo en hombres que  visión
 vis ión . Se pue de ap ostar
os tar cien contr
co ntraa uno que
qu e un jove
jo ve n que
qu e ha
tienen algo del carácter del Stokfiche.8 perdido una vez su bolsa y otra vez su pasaporte, no volverá a
Para cerrar la boca a un filósofo capaz de deciros que, en la perder ni la una ni el otro. Nunca han vuelto a ocurrirme esas
 vida de un hom bre , la suma
sum a de
d e d ol ores
or es es su pe rio r a la sum
s umaa de
de dos desgracias. Y me habrían sucedido si no hubiera tenido
placeres, preguntadle si querría una vida donde no hubiera ni miedo a que nic ocurriesen. Un atolondrado nunca tiene miedo.
pena ni placer. No os responderá, o se andará con rodeos; pues  Al día sigu iente,
ient e, cua ndo
nd o se h izo el ca mb io de gua rdia , fui en-
si dice que no, es que la vida le gusta, y si le gusta quiere decir tregado a un oficial de aspecto agradable. Era francés. Los fran-
que la encuentra agradable, cosa que no podría ser si fuera pe- ceses siempre me han gustado; los españoles, todo lo contrario.
nosa; y si os dice que sí, admite ser un necio, pues se obliga a Sin embargo, muchas veces he sido víctima de engaños por parte
concebir el placer en la indiferencia. de franceses, nunca de españoles. Hay que desconfiar de nues-
Cuan do sufrimos, nos procuramos el placer de esperar el el fin tros prnpios gustos.
del sufrimiento; y nunca nos equivocamos, porque, como úl ¿ Po r qué azar,
azar, señor abate m e dijo aquel oficial, tengo el
el
timo recurso, nos dormimos, y al dormir tenemos sueños felices honor de que estéis bajo mi custodia?
que nos consuelan y calman. En cambio, cuando gozamos, la Esta forma de dirigirse a mí me devolvió el ánimo. Le in
idea de que a nuestra alegría le seguirá el dolor nunca viene a feirmo de todo y, después de haberlo escuchado, le parece muy
turbarnos. Por lo tanto, el placer es siempre puro en su actuali divertido. Cierto que, en mi desdichada aventura, yo no encon-
dad; el dolor siempre se templa. traba nada divertido ; pero un hombre al que le parecía divertido
Tenéis veinte años. Llega el rector del un iverso a deciros: « li li no podía desagradarme. Empezó poniendo a mi servicio un sol-
doy treinta años de vida, quince de ellos serán dolorosos, y dado, que, a cambio de dinero, me buscó cama, sillas, mesa y
quince deliciosos. Unos y otros siempre consecutivos. Elige todo lo que necesitaba. El oficial mandó poner mi cama en su
¿Quieres empezar por los dolorosos o por los deliciosos?». prnpio cuarto.
Con fesad, quienquiera que seáis, lector, que responderí
responderíais
ais Después de haberme invitado a comer con él, me propuso
«Dios mío, empiezo por los quince años de desgracias. Con l.i una partida de  pi qu et , 10 y perdí tres o cuatro ducados a lo largo
8. Térm ino alemán
alemán (Stockfiscb)  que significa «bacalao seco»; m
aplicó entre los siglos  XVI y XIX para significar «hombre obtuso e iii 9. «A menos que le aflija el
el catarro», Horac io, Epístolas, 1, 1, 108.
dolente». 10. Juego de naipes, muy difundido en Francia, en el que se utilizan
utilizan

}io 3 **

de la tarde; pero me advirtió que yo no era enemigo para él, y guapo, pero, cosa extraña, su fisonomía, por más atractiva que
menos todavía para el oficial que debía estar de guardia el día luese, era patibularia. He visto otras del mismo tipo: Caglios
siguiente. Me aconsejó que no jugase, y seguí su consejo. Tam- iro, por ejem plo, y alguno más que aún aún no ha ido a galeras, pero
bién me dijo que tendría invitados a cenar, y que después de la que no escapará, porque nolentem trahit.'*  Si   Si el lector es curioso
cena se jugaría al faraón:" me dijo que tendría la banca un se lo contaré todo al oído.
 gr ie go 12 contra el que yo no debía jugar. Llegaron los jugadores,  Al
 A l cab o de nue ve o die z días,
día s, tod o el ejé rcito
rci to me co nocía
no cía y
se jugó toda la noche, los puntos perdieron y se dedicaron a in- apreciaba, mientras aguardaba mi pasaporte, que no podía tar-
sultar al banquero, quien, sin hacerles caso, se guardó el dinero dar. Incluso paseaba fuera de la vista del centinela; y hacían bien
en el bolsillo después de haber dado su parte al oficial amigo en no temer mi fuga, pues habría sido gran error pensar en ella;
mío, que llevaba con él la banca. Ese banquero se llamaba Don pero entonces ocurrió uno de los incidentes más singulares que
Bepe il Cadetto. Tras conocer por su acento que era napolitano, me hayan pasado en mi vida.
pregunté al oficial por qué me había dicho que era  gri ego . E n - Pascaba yo a las seis de la mañana
mañana a ciencien paso s del cuerpo de
tonces me explicó el significado de esa palabra, y la explicación guardia cuando veo a un oficial que se apea de su caballo, le echa
que me dio sobre esta materia me fue muy útil en el futuro. la brida al cuello y se aleja. Reflexionando sobre la tranquilidad
Durante cuatro o cinco días seguidos no me ocurrió nada. El de aquel caballo que se quedaba allí como un fiel criado al que
sexto reapareció el oficial francés que me había tratado bien. Al su amo hubiera ordenado esperarlo, me acerco y, sin intención
 vo lver
lv er a verme
ve rme se felic
f elic itó sinceram
sinc eram ente po r en con trarme
trar me todavía
toda vía alguna, le cojo de la brida, meto el pie en el estribo y monto. E ra
allí, y le agradecí el cumplido. Al atardecer vinieron los mismos la primera vez en mi vida que montaba a caballo. No sé si lo
 juga dor es, y también
tambi én don
d on Bep e, quien,
quie n, desp
d espués
ués de habe r ganado,
gan ado, loqué con mi bastón o los talones, pero el caballo arranca como
recibió el título de granuja, y un bastonazo que disimuló con el rayo y se lanza a galope tendido al sentirse presionado por
mucho valor. Nueve años después volví a verlo en Vicna con mis talones, con los que yo no hacía otra cosa que sujetarme
 ver tid o en cap itán al s erv ici o de la em peratr
pe ratr iz María
Ma ría Tere sa con porque hasta el pie derecho se me había salido del estribo. La
el nombre d’A fflis io.1» Diez años más tarde de esa esa época, lo vivi ultima avanzadilla me ordena detenerme; era una orden que yo
convertido en coronel; luego lo he visto millonario, y final no sabía ejecutar. El caballo sigue corriendo. Oigo disparos de
mente, hace trece o catorce años, en galeras. Era un hombre lusil que no me dan. En la primera avanzadilla de los austríacos,
mi caballo se detiene y doy gracias a Dios por poder apearme.
treinta y dos cartas y participan dos jugadores (excepcionalmente, tres o Un oficial de húsares me pregunta adonde voy tan deprisa, y yo
cuatro); equivale al juego de los cientos. respondo, sin pensarlo, que sólo podía decírselo al príncipe
n . Véase nota 8, pág.
pág. 1 71.
71 . I.obkowitz,1' que mandaba el ejército y estaba en Rímini. El ofi-
12. Un timador; el término debe su origen
origen al famoso estafador griego
griego
Theodoros Apoulos, famoso en Versallcs a mediados del siglo XVIII; su cial ordena entonces montar a caballo a dos húsares, que, tras
 valor sinónim
sinónimoo se difundió con la publicació
publicaciónn de la
la Histoire des Grequcs, haberme hecho subir a otro, me llevan al galope a Rímini y me
ou de ceux qui corrigent la fortune au ¡cu (3 vols.), atribuida primero .1 presentan al oficial de guardia, quien enseguida me llevó a pre-
Pierre Rousseau y luego a Ange Goudar. sencia del príncipe.
13. Uno de los numerosos alias del aventurero napolitano Giuseppe Estaba completamente solo, le cuento la pura verdad, que le
d’Afflisio (Afflissio, Afligió); cantó en muchos teatros de Italia y I u
hace reír y decirme que todo aquello era muy poco verosímil.
ropa, pero lo dejó todo para comprar el grado de capitán y terminal
convirtiéndose en jugador; como tal viajó por varias cortes hasta que en
1778 fue detenido como fal sario y condenado
co ndenado en 17 79 de por vida a g.ig.i 14. Véase vol. 1, cap. IX, nota 43, pág. 228.
de la tarde; pero me advirtió que yo no era enemigo para él, y guapo, pero, cosa extraña, su fisonomía, por más atractiva que
menos todavía para el oficial que debía estar de guardia el día luese, era patibularia. He visto otras del mismo tipo: Caglios
siguiente. Me aconsejó que no jugase, y seguí su consejo. Tam- iro, por ejem plo, y alguno más que aún aún no ha ido a galeras, pero
bién me dijo que tendría invitados a cenar, y que después de la que no escapará, porque nolentem trahit.'*  Si   Si el lector es curioso
cena se jugaría al faraón:" me dijo que tendría la banca un se lo contaré todo al oído.
 gr ie go 12 contra el que yo no debía jugar. Llegaron los jugadores,  Al
 A l cab o de nue ve o die z días,
día s, tod o el ejé rcito
rci to me co nocía
no cía y
se jugó toda la noche, los puntos perdieron y se dedicaron a in- apreciaba, mientras aguardaba mi pasaporte, que no podía tar-
sultar al banquero, quien, sin hacerles caso, se guardó el dinero dar. Incluso paseaba fuera de la vista del centinela; y hacían bien
en el bolsillo después de haber dado su parte al oficial amigo en no temer mi fuga, pues habría sido gran error pensar en ella;
mío, que llevaba con él la banca. Ese banquero se llamaba Don pero entonces ocurrió uno de los incidentes más singulares que
Bepe il Cadetto. Tras conocer por su acento que era napolitano, me hayan pasado en mi vida.
pregunté al oficial por qué me había dicho que era  gri ego . E n - Pascaba yo a las seis de la mañana
mañana a ciencien paso s del cuerpo de
tonces me explicó el significado de esa palabra, y la explicación guardia cuando veo a un oficial que se apea de su caballo, le echa
que me dio sobre esta materia me fue muy útil en el futuro. la brida al cuello y se aleja. Reflexionando sobre la tranquilidad
Durante cuatro o cinco días seguidos no me ocurrió nada. El de aquel caballo que se quedaba allí como un fiel criado al que
sexto reapareció el oficial francés que me había tratado bien. Al su amo hubiera ordenado esperarlo, me acerco y, sin intención
 vo lver
lv er a verme
ve rme se felic
f elic itó sinceram
sinc eram ente po r en con trarme
trar me todavía
toda vía alguna, le cojo de la brida, meto el pie en el estribo y monto. E ra
allí, y le agradecí el cumplido. Al atardecer vinieron los mismos la primera vez en mi vida que montaba a caballo. No sé si lo
 juga dor es, y también
tambi én don
d on Bep e, quien,
quie n, desp
d espués
ués de habe r ganado,
gan ado, loqué con mi bastón o los talones, pero el caballo arranca como
recibió el título de granuja, y un bastonazo que disimuló con el rayo y se lanza a galope tendido al sentirse presionado por
mucho valor. Nueve años después volví a verlo en Vicna con mis talones, con los que yo no hacía otra cosa que sujetarme
 ver tid o en cap itán al s erv ici o de la em peratr
pe ratr iz María
Ma ría Tere sa con porque hasta el pie derecho se me había salido del estribo. La
el nombre d’A fflis io.1» Diez años más tarde de esa esa época, lo vivi ultima avanzadilla me ordena detenerme; era una orden que yo
convertido en coronel; luego lo he visto millonario, y final no sabía ejecutar. El caballo sigue corriendo. Oigo disparos de
mente, hace trece o catorce años, en galeras. Era un hombre lusil que no me dan. En la primera avanzadilla de los austríacos,
mi caballo se detiene y doy gracias a Dios por poder apearme.
treinta y dos cartas y participan dos jugadores (excepcionalmente, tres o Un oficial de húsares me pregunta adonde voy tan deprisa, y yo
cuatro); equivale al juego de los cientos. respondo, sin pensarlo, que sólo podía decírselo al príncipe
n . Véase nota 8, pág.
pág. 1 71.
71 . I.obkowitz,1' que mandaba el ejército y estaba en Rímini. El ofi-
12. Un timador; el término debe su origen
origen al famoso estafador griego
griego
Theodoros Apoulos, famoso en Versallcs a mediados del siglo XVIII; su cial ordena entonces montar a caballo a dos húsares, que, tras
 valor sinónim
sinónimoo se difundió con la publicació
publicaciónn de la
la Histoire des Grequcs, haberme hecho subir a otro, me llevan al galope a Rímini y me
ou de ceux qui corrigent la fortune au ¡cu (3 vols.), atribuida primero .1 presentan al oficial de guardia, quien enseguida me llevó a pre-
Pierre Rousseau y luego a Ange Goudar. sencia del príncipe.
13. Uno de los numerosos alias del aventurero napolitano Giuseppe Estaba completamente solo, le cuento la pura verdad, que le
d’Afflisio (Afflissio, Afligió); cantó en muchos teatros de Italia y I u
hace reír y decirme que todo aquello era muy poco verosímil.
ropa, pero lo dejó todo para comprar el grado de capitán y terminal
convirtiéndose en jugador; como tal viajó por varias cortes hasta que en
1778 fue detenido como fal sario y condenado
co ndenado en 17 79 de por vida a g.ig.i 14. Véase vol. 1, cap. IX, nota 43, pág. 228.
leras, en las que murió en 1787. 15. Gcorg Christian, príncipe I.obkowitz (16861755).

3 «* 31}

Me dice que debería mandar detenerme, pero que quería aho- mulos de carga que iban a Rímini. La lluvia seguía cayendo. Me
rrarme esa molestia. Llama a un ayudante y le ordena acompa- acerco a uno de los mulos, le pongo la mano en el pescuezo, de
ñarme fuera de la puerta de Ccscna. Luego, volviéndose hacia hecho sin
sin pensarlo, y, yendo a paso lento como el mulo, entro de
mí, y en presencia del oficial, me dice que desde ahí podría ir a nuevo en la ciudad de Rímini, y como parezco un mulero nadie
donde quisiera; pero que me cuidara mucho de volver a su ejér- me dice nada; quizá ni los propios muleros se dieron cuenta. En
cito sin un pasaporte, porque me lo haría pasar mal.
mal. Le pregunto Rímini le doy dos bayocos  al primer chiquillo que encuentro
si puedo pedir mi caballo. Me responde que el caballo no me para que me lleve a la casa donde se alojaba Teresa. Con el pelo
pertenecía. bajo un gorro de dormir, el sombrero calado, mi bello bastón
No le pedí que me devolviera al ejército español, y lo la- escondido bajo mi levita vuelta, yo era un individuo cualquiera.
menté. En cuanto me vi en la casa, pregunté a una criada donde se alo-
El oficial que debía acompañarme fuera de la ciudad me pre-  jaba la madr e de Bclli
Bc llino
no ; me lleva
llev a a su hab itac ión,
ión , y veo a Be
guntó al pasar delante de un café si quería tomar una taza de llino, pero vestido de chica. Estaba allí con toda la familia.
chocolate. Entramos. Veo a Petronio, y en un momento en que Petronio los había avisado. Después de haberles contado toda
el oficial estaba hablando con alguien le ordeno que finja no co- la breve historia, les hago comprender la necesidad del secreto,
nocerme. Al mismo tiempo le pregunto dónde se aloja, y me lo  y cada uno jura qu e nadie sabrásabr á po r él q ue yo esta ba allí; per o
dice. Después de haber tomado el chocolate, el oficial paga, sa- Teresa, preocupada al verme en peligro tan grande, y a pesar del del
limos, y, ya en camino, me dice su nombre, yo le digo el mío y amor y la alegría
alegría que sentía por estar conmigo, me reprende por
le cuento la historia del raro lance que me había llevado a Rí lo que he hecho. Me dice que es absolutamente necesario hallar
mini. Me pregunta si no me había detenido un tiempo en An el modo de ir a Bolonia y volver con un pasaporte, como el
cona, le digo que sí y lo veo sonreír. Me dice que yo podría señor Vais'6 me había
había aconsejado. Me dice que lo conoce, que
conseguir un pasaporte en Bolonia, volver a Rím ini y a Pésaro era una buena persona, que venía a su casa todas las tardes y que,
sin nada que temer, y recuperar mi baúl pagando el caballo al por lo tanto, yo debía esconderme. Teníamos tiempo por delante
oficial al que se lo había quitado. Así charlando llegamos fuera para pensarlo, sólo eran las ocho. Le prometí irme; y la tran-
de la puerta, donde me deseó buen viaje. quilicé asegurándole que encontraría la manera de salir de la ciu-
Me veo en libertad, con el oro y las joyas, pero sin mi baúl. dad sin que nadie me viese. Mientras tanto, Petronio había ido
Teresa estaba en Rímini, pero se me había prohibido volver. De- .i hacer sus pesquisas para saber si los muleros partían. Me sería
cidí ir enseguida a Bolonia, conseguir un pasaporte y regresar al fácil irme con ellos como había llegado.
ejército de España, donde estaba seguro de que debía llegar el Teresa, después de llevarme a su cuarto, me dice que, antes
pasaporte de Roma. No podía decidirme a abandonar mi baúl, incluso de entrar en Rímini, había encontrado al empresario de
ni a privarme de Teresa hasta el final de su contrato con el em la ópera, que la había
había llevado al piso donde debía alojarse con su
presario de la ópera de Rímini. familia. Ya a solas, le había confesado que realmente era una
Llov ía; y o llevaba puestas unas medias de seda, necesitaba
necesitaba un mujer,
mujer, que no quería interpretar más el papel de castrato, y que,
coche. Me detengo bajo el pórtico de una capilla hasta que deja por lo tanto, desde entonces sólo la vería vestida con las ropas
de llover. Le do y la vuelta a mi bella levita para que no me tomen
tomen
por abate. Pregunto a un aldeano si tiene un coche para llevarme  16. Calco francés del apellido alemán Wciss; el personaje citado por
<iasanova ha sido identificado, probablemente, como Johann Baptist
a Cesena, y me responde que tiene uno a media hora de allí; le  Wcis
 Wciss,
s, de noble familia austríaca; fue enseña
enseña de una compañía de las
digo que vaya a por él, asegurándole que le esperaría; pero me
Me dice que debería mandar detenerme, pero que quería aho- mulos de carga que iban a Rímini. La lluvia seguía cayendo. Me
rrarme esa molestia. Llama a un ayudante y le ordena acompa- acerco a uno de los mulos, le pongo la mano en el pescuezo, de
ñarme fuera de la puerta de Ccscna. Luego, volviéndose hacia hecho sin
sin pensarlo, y, yendo a paso lento como el mulo, entro de
mí, y en presencia del oficial, me dice que desde ahí podría ir a nuevo en la ciudad de Rímini, y como parezco un mulero nadie
donde quisiera; pero que me cuidara mucho de volver a su ejér- me dice nada; quizá ni los propios muleros se dieron cuenta. En
cito sin un pasaporte, porque me lo haría pasar mal.
mal. Le pregunto Rímini le doy dos bayocos  al primer chiquillo que encuentro
si puedo pedir mi caballo. Me responde que el caballo no me para que me lleve a la casa donde se alojaba Teresa. Con el pelo
pertenecía. bajo un gorro de dormir, el sombrero calado, mi bello bastón
No le pedí que me devolviera al ejército español, y lo la- escondido bajo mi levita vuelta, yo era un individuo cualquiera.
menté. En cuanto me vi en la casa, pregunté a una criada donde se alo-
El oficial que debía acompañarme fuera de la ciudad me pre-  jaba la madr e de Bclli
Bc llino
no ; me lleva
llev a a su hab itac ión,
ión , y veo a Be
guntó al pasar delante de un café si quería tomar una taza de llino, pero vestido de chica. Estaba allí con toda la familia.
chocolate. Entramos. Veo a Petronio, y en un momento en que Petronio los había avisado. Después de haberles contado toda
el oficial estaba hablando con alguien le ordeno que finja no co- la breve historia, les hago comprender la necesidad del secreto,
nocerme. Al mismo tiempo le pregunto dónde se aloja, y me lo  y cada uno jura qu e nadie sabrásabr á po r él q ue yo esta ba allí; per o
dice. Después de haber tomado el chocolate, el oficial paga, sa- Teresa, preocupada al verme en peligro tan grande, y a pesar del del
limos, y, ya en camino, me dice su nombre, yo le digo el mío y amor y la alegría
alegría que sentía por estar conmigo, me reprende por
le cuento la historia del raro lance que me había llevado a Rí lo que he hecho. Me dice que es absolutamente necesario hallar
mini. Me pregunta si no me había detenido un tiempo en An el modo de ir a Bolonia y volver con un pasaporte, como el
cona, le digo que sí y lo veo sonreír. Me dice que yo podría señor Vais'6 me había
había aconsejado. Me dice que lo conoce, que
conseguir un pasaporte en Bolonia, volver a Rím ini y a Pésaro era una buena persona, que venía a su casa todas las tardes y que,
sin nada que temer, y recuperar mi baúl pagando el caballo al por lo tanto, yo debía esconderme. Teníamos tiempo por delante
oficial al que se lo había quitado. Así charlando llegamos fuera para pensarlo, sólo eran las ocho. Le prometí irme; y la tran-
de la puerta, donde me deseó buen viaje. quilicé asegurándole que encontraría la manera de salir de la ciu-
Me veo en libertad, con el oro y las joyas, pero sin mi baúl. dad sin que nadie me viese. Mientras tanto, Petronio había ido
Teresa estaba en Rímini, pero se me había prohibido volver. De- .i hacer sus pesquisas para saber si los muleros partían. Me sería
cidí ir enseguida a Bolonia, conseguir un pasaporte y regresar al fácil irme con ellos como había llegado.
ejército de España, donde estaba seguro de que debía llegar el Teresa, después de llevarme a su cuarto, me dice que, antes
pasaporte de Roma. No podía decidirme a abandonar mi baúl, incluso de entrar en Rímini, había encontrado al empresario de
ni a privarme de Teresa hasta el final de su contrato con el em la ópera, que la había
había llevado al piso donde debía alojarse con su
presario de la ópera de Rímini. familia. Ya a solas, le había confesado que realmente era una
Llov ía; y o llevaba puestas unas medias de seda, necesitaba
necesitaba un mujer,
mujer, que no quería interpretar más el papel de castrato, y que,
coche. Me detengo bajo el pórtico de una capilla hasta que deja por lo tanto, desde entonces sólo la vería vestida con las ropas
de llover. Le do y la vuelta a mi bella levita para que no me tomen
tomen
por abate. Pregunto a un aldeano si tiene un coche para llevarme  16. Calco francés del apellido alemán Wciss; el personaje citado por
<iasanova ha sido identificado, probablemente, como Johann Baptist
a Cesena, y me responde que tiene uno a media hora de allí; le  Wcis
 Wciss,
s, de noble familia austríaca; fue enseña
enseña de una compañía de las
digo que vaya a por él, asegurándole que le esperaría; pero me tropas austríacas que lucharon en Rímini en marzo de 1744 bajo el
ocurrió lo siguiente: por delante de mí pasan unos cuarem.i mando de I.obkowitz.

3*4 3*5
3*5

de su sexo. El empresario
empresario la había felicitado
felicitado por ello. Co mo Rí diferente el consejo que él le dijo haberme dado de volver a Rí-
mini depende de otra legación,17 no estaba prohibido que las mini con un pasaporte. Pasó una hora con ella, y Teresa me pa-
mujeres subieran al escenario, como en Ancona. Terminó di reció adorable en todos sus modales, manteniendo una actitud
ciéndome que sólo la habían contratado para veinte representa- que no podía lanzar la menor chispa de celos en mi alma. Fue
ciones, que empezarían después de Pascua, que estaría libre a Marina la que se encargó de alum brarlo hasta la la puerta sobre las
principios de mayo y que, de esta forma, si yo no podía esperarlaesperarla diez, y Teresa volvió enseguida a mis brazos. Cenamos alegre-
en Rímini, al final de su contrato iría a reunirse conmigo donde mente
mente y ya nos disponíamos a irnos a dormir cuando Petronio
 yo quisie
qui siera.
ra. Le dije que,
que , com
c om o con
c on un pasapo
pas apo rte no tendr ía nada nos dijo que dos horas antes del alba seis muleros partían para
que temer en Rímini, nada me impediría pasar en la ciudad las Cesena con tres mulos, y que estaba seguro de que, yendo a la
seis semanas con ella. Sabiendo que el barón Vais iba a su casa, cuadra sólo un cuarto de hora antes de su partida e invitándolos
le pregunté si era ella quien le había dicho que me había detenido a beber, nic sería fácil irme con ellos sin necesidad de explica-
tres días en Anco na, y me dijo que sí, y q ue incluso le había con ciones. Comprendí que tenía razón, y en ese momento decidí
tado que me habían detenido por no tener un pasaporte. En seguir el consejo de aquel muchacho que se comprometió a des-
tonces comprendí la razón de su sonrisa. pertarme a las dos de la mañana. No hubo necesidad de desper-
Tras esta conversació n, que era esencial,
esencial, recib í la felicitación
felicitación tarme. Me vestí enseguida y salí con Petronio dejando a mi
de la madre y de mis mujercitas, que me parecieron menos ale querida Teresa convencida de que la adoraba y de que le sería
gres y menos abiertas, porque estaban seguras de que Bellino, fiel, pero inquieta por mi salida de Rímini. Q uería darme sesenta
que ya no era castrato ni su hermano, debía conquistarme con cequíes que aún le quedaban. Mientras la besaba le pregunté qué
 vertid
 ve rtid o en Tere sa. N o se en gaña ban,
ban , y me gu ardé
ard é mucho
muc ho de da r- pensaría de mí si los aceptaba.
les siquiera un solo beso. Escuché con gran paciencia todas las Tras decir a un mulero, al que invité a beber, que montaría
quejas de la madre, para quien Teresa, al revelar su cualidad de encantado en uno de sus mulos hasta Savignano,'8me respon-
mujer, había echado a perder su fortuna, p orque el p róxim o car dió que podía hacerlo, pero que sería mejor que no lo montase
naval habría recibido en Roma mil cequíes. Le dije que en Roma hasta salir de la ciudad, y que pasase la puerta a pie como si fuera
la habrían descubierto y la habrían encerrado para toda la vida uno de ellos.
en un mal convento. Era cuanto yo deseaba. Petronio me acompañó hasta la
Pese al violento estado y a la peligrosa situación en que me puerta, donde recibió una buena prueba de mi gratitud. Y mi sa-
hallaba, pasé todo el día a solas con mi q uerida Teresa, de la que lida de Rímini fue tan afortunada como mi entrada. Dejé a los
creía estar cada vez más enamorado. A las ocho de la tarde salió arrieros en Savignano, lugar en el que, después de dormir cuatro
de entre mis brazos al oír que alguien llegaba, y me dejó a oscu horas, tomé la posta hasta Bolonia, donde me alojé en una mi-
ras. Vi entrar al barón Vais, y a Teresa darle su mano a besai serable posada.
como una princesa. La primera noticia que él le dio fue la refe En esa ciudad sólo necesité un día para darme cuenta de que
rida a mí; Teresa mostró que se alegraba y escuchó con aire in me sería imposible conseguir un pasaporte. Me decían que no
lo necesitaba, y era cierto; pero yo sabía que lo necesitaba. De-
17. En el Estado
Estad o eclesiástico,
eclesiá stico, la legación era una provinc ia admi
admi cidí escribir al oficial francés que con tanta cortesía me había
nistrada por un cardenallegado. Rímini, dentro de la legación de Ha tratado elel segund o día de mi arresto para que se informara en el
 vena, perteneció
perteneció a los Estados Pontificios desde el siglo  XVI hasta 186' ,
salvo durante el periodo napoleónico (17971815). Ancona, en cambio, secretariado de Guerra si había llegado mi pasaporte, y, si había
no pertenecía a ninguna legación, pero estaba regida por un gobernado'
de su sexo. El empresario
empresario la había felicitado
felicitado por ello. Co mo Rí diferente el consejo que él le dijo haberme dado de volver a Rí-
mini depende de otra legación,17 no estaba prohibido que las mini con un pasaporte. Pasó una hora con ella, y Teresa me pa-
mujeres subieran al escenario, como en Ancona. Terminó di reció adorable en todos sus modales, manteniendo una actitud
ciéndome que sólo la habían contratado para veinte representa- que no podía lanzar la menor chispa de celos en mi alma. Fue
ciones, que empezarían después de Pascua, que estaría libre a Marina la que se encargó de alum brarlo hasta la la puerta sobre las
principios de mayo y que, de esta forma, si yo no podía esperarlaesperarla diez, y Teresa volvió enseguida a mis brazos. Cenamos alegre-
en Rímini, al final de su contrato iría a reunirse conmigo donde mente
mente y ya nos disponíamos a irnos a dormir cuando Petronio
 yo quisie
qui siera.
ra. Le dije que,
que , com
c om o con
c on un pasapo
pas apo rte no tendr ía nada nos dijo que dos horas antes del alba seis muleros partían para
que temer en Rímini, nada me impediría pasar en la ciudad las Cesena con tres mulos, y que estaba seguro de que, yendo a la
seis semanas con ella. Sabiendo que el barón Vais iba a su casa, cuadra sólo un cuarto de hora antes de su partida e invitándolos
le pregunté si era ella quien le había dicho que me había detenido a beber, nic sería fácil irme con ellos sin necesidad de explica-
tres días en Anco na, y me dijo que sí, y q ue incluso le había con ciones. Comprendí que tenía razón, y en ese momento decidí
tado que me habían detenido por no tener un pasaporte. En seguir el consejo de aquel muchacho que se comprometió a des-
tonces comprendí la razón de su sonrisa. pertarme a las dos de la mañana. No hubo necesidad de desper-
Tras esta conversació n, que era esencial,
esencial, recib í la felicitación
felicitación tarme. Me vestí enseguida y salí con Petronio dejando a mi
de la madre y de mis mujercitas, que me parecieron menos ale querida Teresa convencida de que la adoraba y de que le sería
gres y menos abiertas, porque estaban seguras de que Bellino, fiel, pero inquieta por mi salida de Rímini. Q uería darme sesenta
que ya no era castrato ni su hermano, debía conquistarme con cequíes que aún le quedaban. Mientras la besaba le pregunté qué
 vertid
 ve rtid o en Tere sa. N o se en gaña ban,
ban , y me gu ardé
ard é mucho
muc ho de da r- pensaría de mí si los aceptaba.
les siquiera un solo beso. Escuché con gran paciencia todas las Tras decir a un mulero, al que invité a beber, que montaría
quejas de la madre, para quien Teresa, al revelar su cualidad de encantado en uno de sus mulos hasta Savignano,'8me respon-
mujer, había echado a perder su fortuna, p orque el p róxim o car dió que podía hacerlo, pero que sería mejor que no lo montase
naval habría recibido en Roma mil cequíes. Le dije que en Roma hasta salir de la ciudad, y que pasase la puerta a pie como si fuera
la habrían descubierto y la habrían encerrado para toda la vida uno de ellos.
en un mal convento. Era cuanto yo deseaba. Petronio me acompañó hasta la
Pese al violento estado y a la peligrosa situación en que me puerta, donde recibió una buena prueba de mi gratitud. Y mi sa-
hallaba, pasé todo el día a solas con mi q uerida Teresa, de la que lida de Rímini fue tan afortunada como mi entrada. Dejé a los
creía estar cada vez más enamorado. A las ocho de la tarde salió arrieros en Savignano, lugar en el que, después de dormir cuatro
de entre mis brazos al oír que alguien llegaba, y me dejó a oscu horas, tomé la posta hasta Bolonia, donde me alojé en una mi-
ras. Vi entrar al barón Vais, y a Teresa darle su mano a besai serable posada.
como una princesa. La primera noticia que él le dio fue la refe En esa ciudad sólo necesité un día para darme cuenta de que
rida a mí; Teresa mostró que se alegraba y escuchó con aire in me sería imposible conseguir un pasaporte. Me decían que no
lo necesitaba, y era cierto; pero yo sabía que lo necesitaba. De-
17. En el Estado
Estad o eclesiástico,
eclesiá stico, la legación era una provinc ia admi
admi cidí escribir al oficial francés que con tanta cortesía me había
nistrada por un cardenallegado. Rímini, dentro de la legación de Ha tratado elel segund o día de mi arresto para que se informara en el
 vena, perteneció
perteneció a los Estados Pontificios desde el siglo  XVI hasta 186' ,
salvo durante el periodo napoleónico (17971815). Ancona, en cambio, secretariado de Guerra si había llegado mi pasaporte, y, si había
no pertenecía a ninguna legación, pero estaba regida por un gobernado'
civil pontificio. 18. Ciudad de la provincia de Forli, a ocho millas de Rímini.

31 6 3*7

llegado, que me lo enviase, rogándole, mientras tanto, infor- sombrero bien calado con escarapela negra, mis cabellos corta-
marse sobre el dueño del caballo que yo había robado, por pa dos en franjas y una larga coleta postiza, salí para dejarme ver así
recerme
recerme mu y justo pagárselo. En cualquier caso, decidí esperar
esperar por toda la ciudad. Lo primero que hice fue alojarme en el Pe
a Teresa en Bolonia, y esc mismo día la informé de mi resolu- llegrino.2Nunca he sentido un placer de ese género comparable
ción, suplicándole que no me dejara nunca sin sus cartas. al que sentí al verme en el espejo así vestido. Me sentía nacido
Después de haber echado en la posta esas dos cartas, el lec- para ser militar, y me encontraba sorprendente. Seguro de que
tor verá la resolución que tomé ese mismo día. nadie me reconocería, me alegraba pensando en las conjeturas
que harían sobre mí cuando apareciese en el café más frecuen-
tado* de la ciudad.
CAPÍTULO III Mi uniforme era blanco, con chaqueta azul, una charretera
de plata y oro y fiador a juego. Muy satisfecho con mi aspecto,
DEJO EL HÁBITO ECLESIÁSTICO Y ME VISTO EL UNIIORME  vo y al gran café,
caf é, donde
do nde tom o cho colate
co late leyen
ley endo
do la gaceta
ga ceta y ha-
MILITAR. TERESA PARTE PARA NÁPOLES, Y YO VOY  ciéndome el distraído. Llenos de curiosidad, todos se hablaban
 A VE N F. CI A, DO N DE EN TR O AL SE RV IC IO DE MI PA TR IA. al oído. Uno más osado que el resto, se atrevió a dirigirme la pa-
EMBARCO PARA CORFU Y DESEMBARCO EN ORSARA labra con un pretexto cualquiera; pero el monosílabo con que
PARA DAR UN PASEO respondí desanimó a los más aguerridos chismo sos del café. Tras
pascar largo rato bajo los más bellos soportales,volví a comer
En Bolonia me alojé en una posada en la que no había nadie solo a mi posada.
para no llamar la atención. Después de haber escrito mis cartas Cuando terminé de comer, el posadero subió con un libro
 y haberm
hab ermee decid
de cid ido a esp
e spera
erarr allí
all í a Tere sa, me comp
co mp ré unas ca-
ca - para inscribir mi nombre.
misas y, como era incierta la recuperación de mi baúl, pensé en Casanova.
rehacer mi vestuario. Pensando que en lo sucesivo era poco pro- ¿Su título?
bable que pud iera hacer fortuna siguiendo la carrera eclesiástic
eclesiástica,
a, Oficial.
decidí vestirme de militar con un uniforme hecho a mi capricho, capricho, ¿Al servicio de quién?
convencido de no verme obligado a dar cuenta de mis asuntos a D e nadie.
nadie.
nadie. Acababa de llegar de dos ejércitos donde había visto que ¿Vuestra patria?
el uniforme militar era el más respetado, y también quise vol- Venecia.
 verm e respet
r espet able. Me entu siasm aba además la idea d e v olv er a mi ¿D e dónde venís?
venís?
patria con la librea del honor, ya que llevando los hábitos de la Eso no es asunto vuestro.
religión se me había maltratado bastante.
Pido un buen sastre, hacen venir a uno que se llamaba Mor 2. La posada Al Pellegrino abría sus puertas
puertas en la actual
actual vía  Ugo
te.' Después de explicarle cómo y de qué colores quería que Bassi.
fuera el uniforme, me toma medidas, me enseña muestras de 3. El Caffe
Caf fe San Pietro, junto a la iglesia
iglesia de ese nombre, o el Caffe
Caf fe
telas que elijo, y, no más tarde que el día siguiente, me trac todo delle Scienze («Café de las Ciencias»), en la actual vía   Farini.
lo que necesitaba para transformarme en discípulo de Marte. 4. En Bolonia había numerosos
numerosos soportales,
soportales, como los que condu-
condu-
cían a la iglesia de la Madonna di San Luca, terminados pocos años
Compré una larga espada y, con mi bello bastón en la mano, un antes
antes (1739), o los del Archiginnasio, conocidos como «il Pavaglione»,
Pavaglione»,
famosos aunque incómodos por sus numerosas escaleras y columnatas,
llegado, que me lo enviase, rogándole, mientras tanto, infor- sombrero bien calado con escarapela negra, mis cabellos corta-
marse sobre el dueño del caballo que yo había robado, por pa dos en franjas y una larga coleta postiza, salí para dejarme ver así
recerme
recerme mu y justo pagárselo. En cualquier caso, decidí esperar
esperar por toda la ciudad. Lo primero que hice fue alojarme en el Pe
a Teresa en Bolonia, y esc mismo día la informé de mi resolu- llegrino.2Nunca he sentido un placer de ese género comparable
ción, suplicándole que no me dejara nunca sin sus cartas. al que sentí al verme en el espejo así vestido. Me sentía nacido
Después de haber echado en la posta esas dos cartas, el lec- para ser militar, y me encontraba sorprendente. Seguro de que
tor verá la resolución que tomé ese mismo día. nadie me reconocería, me alegraba pensando en las conjeturas
que harían sobre mí cuando apareciese en el café más frecuen-
tado* de la ciudad.
CAPÍTULO III Mi uniforme era blanco, con chaqueta azul, una charretera
de plata y oro y fiador a juego. Muy satisfecho con mi aspecto,
DEJO EL HÁBITO ECLESIÁSTICO Y ME VISTO EL UNIIORME  vo y al gran café,
caf é, donde
do nde tom o cho colate
co late leyen
ley endo
do la gaceta
ga ceta y ha-
MILITAR. TERESA PARTE PARA NÁPOLES, Y YO VOY  ciéndome el distraído. Llenos de curiosidad, todos se hablaban
 A VE N F. CI A, DO N DE EN TR O AL SE RV IC IO DE MI PA TR IA. al oído. Uno más osado que el resto, se atrevió a dirigirme la pa-
EMBARCO PARA CORFU Y DESEMBARCO EN ORSARA labra con un pretexto cualquiera; pero el monosílabo con que
PARA DAR UN PASEO respondí desanimó a los más aguerridos chismo sos del café. Tras
pascar largo rato bajo los más bellos soportales,volví a comer
En Bolonia me alojé en una posada en la que no había nadie solo a mi posada.
para no llamar la atención. Después de haber escrito mis cartas Cuando terminé de comer, el posadero subió con un libro
 y haberm
hab ermee decid
de cid ido a esp
e spera
erarr allí
all í a Tere sa, me comp
co mp ré unas ca-
ca - para inscribir mi nombre.
misas y, como era incierta la recuperación de mi baúl, pensé en Casanova.
rehacer mi vestuario. Pensando que en lo sucesivo era poco pro- ¿Su título?
bable que pud iera hacer fortuna siguiendo la carrera eclesiástic
eclesiástica,
a, Oficial.
decidí vestirme de militar con un uniforme hecho a mi capricho, capricho, ¿Al servicio de quién?
convencido de no verme obligado a dar cuenta de mis asuntos a D e nadie.
nadie.
nadie. Acababa de llegar de dos ejércitos donde había visto que ¿Vuestra patria?
el uniforme militar era el más respetado, y también quise vol- Venecia.
 verm e respet
r espet able. Me entu siasm aba además la idea d e v olv er a mi ¿D e dónde venís?
venís?
patria con la librea del honor, ya que llevando los hábitos de la Eso no es asunto vuestro.
religión se me había maltratado bastante.
Pido un buen sastre, hacen venir a uno que se llamaba Mor 2. La posada Al Pellegrino abría sus puertas
puertas en la actual
actual vía  Ugo
te.' Después de explicarle cómo y de qué colores quería que Bassi.
fuera el uniforme, me toma medidas, me enseña muestras de 3. El Caffe
Caf fe San Pietro, junto a la iglesia
iglesia de ese nombre, o el Caffe
Caf fe
telas que elijo, y, no más tarde que el día siguiente, me trac todo delle Scienze («Café de las Ciencias»), en la actual vía   Farini.
lo que necesitaba para transformarme en discípulo de Marte. 4. En Bolonia había numerosos
numerosos soportales,
soportales, como los que condu-
condu-
cían a la iglesia de la Madonna di San Luca, terminados pocos años
Compré una larga espada y, con mi bello bastón en la mano, un antes
antes (1739), o los del Archiginnasio, conocidos como «il Pavaglione»,
Pavaglione»,
famosos aunque incómodos por sus numerosas escaleras y columnatas,
i. En italiano: «Muerte».
«Muerte». que fueron suprimidas en 1797.

31 8 319
319

Quedo muy satisfecho con mis respuestas.


respuestas. Veo que el el posa- i.ulo,
i.ulo, tras haber matado en du elo a su capitán. Se desconocen las
dero ha venido a hacerme todas esas preguntas instigado por 1 ircunstancias del duelo, sólo se sabe que el citado oficial ha to-
algún curioso, pues yo sabia que en Bolonia se vivía en completa mado el camino de Rímini en el caballo del otro, que ha que-
libertad. dado muerto».7
 Al día sigu iente
ien te fui a ver
ve r al ba nq uero
ue ro O rsi
rs i para
par a que me pa - Mu y sorpren dido ante aquella mezcla de cosas ciertas
ciertas y otras
gase mi letra de cambio. Tomé cien cequíes y una letra de cam- lalsas, supe controlar mi fisonomía y le dije que el Casanova del
bio sobre Venecia. Luego fui a pasear por la montagnola.' El que hablaba la gaceta debía de ser otro.
tercer día, cuando estaba tomando café después de comer, me Es posible; pero, desde luego, vos sois el mismo que vi hace
anuncian al banquero Orsi. Sorprendido por la visita, lo recibo un mes en el palacio del cardenal Acquaviva, y hace dos años en
 y veo con él a monse
mo nseñor
ñor Co rnar
rn aro,
o, a quien fin jo no conoc
c onoc er. D es-  Venec ia, en c asa de mi herm ana la seño
s eño ra Lo reda
re da na ;8tam
;8 tam bién el
pués de declarar que venía a ofrecerme dinero sobre mis crédi- banquero Bucchetti de Ancona os califica de abate en su letra
tos, me presenta al prelado. Me levanto, diciéndole que estoy de cambio a Orsi.
encantado
encantado de conocerlo. M e dice que ya nos conocíamos de Ve M uy bien. Monseñor.
Monseñor. Vuestra Excelencia me obliga obliga a ad-
necia
necia y de Roma; le respondo con aire mortificado que se equi- mitirlo; soy el mismo, pero os suplico que limitéis a ésta todas
 vo cab a. El pre lad o se pone
po ne ent onc es seri o y, en lug ar de insist ir, las preguntas ulteriores que podríais hacerme. El honor me
me pide excusas, tanto más cuanto que sospechaba la razón de obliga hoy al más riguroso silencio.
mi reserva. Después de haberse tomado una taza de café, se mar- mar- Con eso me basta, quedo satisfecho.
cha invitándome a desayunar al día siguiente a su casa. Hablem os de otra cosa.
cosa.
Decidido a no retractarme,
retractarme, fui. N o q uería admitir que era era la Después de varias frases muy corteses, me despedí agrade-
misma
misma persona que M onseñor conocía deb ido a la falsa condi- ciéndole todos sus ofrecimientos. No volv í a verleverle hasta dieciséi
dieciséiss
ción de oficial que me había atribuido. Novicio en la impostura años más tarde.9Hablarem os de él cuando lleguemos a esa fecha. fecha.
como era, ignoraba que en Bolonia no corría ningún peligro. Riéndom e por dentro de todas las historias
historias falsas y de las cir-
El prelado, que entonces sólo era protonotario apostólico,'’ cunstancias que se combinaban para darles carácter de verdad,
me dijo mientras tomaba conmigo el chocolate que las razones me volví desde entonces gran pirroniano10 en punto a verdades
de mi reserva podían ser muy buenas, pero que hacía mal no históricas. Gozaba de un verdadero placer alimentando en la ca-
confiando en él, puesto que el asunto en cuestión me honraba. beza del abate Cornaro, dada precisamente mi reserva, la creen-
 Al respo
res po nd erle qu e n o sa bía de qué
qu é asun
a sun to me hab laba,
lab a, me rogó
r ogó cia de que yo era el mismo Casanova del que hablaba la gaceta
leer un artículo de la gaceta de Pésaro que tenía delante: «El de Pésaro. Estaba seguro de que el prelado escribiría a Venecia,
señor de Casanova, oficial del regimiento de la reina, ha deser donde esa información me honraría, por lo menos hasta el mo-
5. Pequeña colina de Bolonia,
Bolon ia, muy conocida en el siglo xvm como mento en que se llegara a saber la verdad; y para entonces ya se
paseo público. habría hecho justicia a mi firmeza. Por esta razón d ecidí ir a Ve
6. Dignatario de la curia, miembro del protonotariado , colegio que
resolvía canonizaciones, testamentos cardenalicios y asuntos concer- 7. No se ha encontrado
encontrad o en las gacetas de la época este artículo.
nientes directamente al papado y la Iglesia. Zuanc Córner, o Cornaro, 8. La hermana
hermana de monseñor Cornaro,
Corna ro, Catalina, casada en 1727
172 7 con
fue vicelegado de Bolonia en 17 43, com isario de la congregación di’ el patricio Girolamo Loredana.
Propaganda Pide, protonotario apostólico y cardenal (1778). Casanova 9. A finales de 1760, Casanov a volvió a ver en Roma a monseñor
debió conocerlo en su etapa de Monseñor, después de abril de 1744. Cornaro.
Quedo muy satisfecho con mis respuestas.
respuestas. Veo que el el posa- i.ulo,
i.ulo, tras haber matado en du elo a su capitán. Se desconocen las
dero ha venido a hacerme todas esas preguntas instigado por 1 ircunstancias del duelo, sólo se sabe que el citado oficial ha to-
algún curioso, pues yo sabia que en Bolonia se vivía en completa mado el camino de Rímini en el caballo del otro, que ha que-
libertad. dado muerto».7
 Al día sigu iente
ien te fui a ver
ve r al ba nq uero
ue ro O rsi
rs i para
par a que me pa - Mu y sorpren dido ante aquella mezcla de cosas ciertas
ciertas y otras
gase mi letra de cambio. Tomé cien cequíes y una letra de cam- lalsas, supe controlar mi fisonomía y le dije que el Casanova del
bio sobre Venecia. Luego fui a pasear por la montagnola.' El que hablaba la gaceta debía de ser otro.
tercer día, cuando estaba tomando café después de comer, me Es posible; pero, desde luego, vos sois el mismo que vi hace
anuncian al banquero Orsi. Sorprendido por la visita, lo recibo un mes en el palacio del cardenal Acquaviva, y hace dos años en
 y veo con él a monse
mo nseñor
ñor Co rnar
rn aro,
o, a quien fin jo no conoc
c onoc er. D es-  Venec ia, en c asa de mi herm ana la seño
s eño ra Lo reda
re da na ;8tam
;8 tam bién el
pués de declarar que venía a ofrecerme dinero sobre mis crédi- banquero Bucchetti de Ancona os califica de abate en su letra
tos, me presenta al prelado. Me levanto, diciéndole que estoy de cambio a Orsi.
encantado
encantado de conocerlo. M e dice que ya nos conocíamos de Ve M uy bien. Monseñor.
Monseñor. Vuestra Excelencia me obliga obliga a ad-
necia
necia y de Roma; le respondo con aire mortificado que se equi- mitirlo; soy el mismo, pero os suplico que limitéis a ésta todas
 vo cab a. El pre lad o se pone
po ne ent onc es seri o y, en lug ar de insist ir, las preguntas ulteriores que podríais hacerme. El honor me
me pide excusas, tanto más cuanto que sospechaba la razón de obliga hoy al más riguroso silencio.
mi reserva. Después de haberse tomado una taza de café, se mar- mar- Con eso me basta, quedo satisfecho.
cha invitándome a desayunar al día siguiente a su casa. Hablem os de otra cosa.
cosa.
Decidido a no retractarme,
retractarme, fui. N o q uería admitir que era era la Después de varias frases muy corteses, me despedí agrade-
misma
misma persona que M onseñor conocía deb ido a la falsa condi- ciéndole todos sus ofrecimientos. No volv í a verleverle hasta dieciséi
dieciséiss
ción de oficial que me había atribuido. Novicio en la impostura años más tarde.9Hablarem os de él cuando lleguemos a esa fecha. fecha.
como era, ignoraba que en Bolonia no corría ningún peligro. Riéndom e por dentro de todas las historias
historias falsas y de las cir-
El prelado, que entonces sólo era protonotario apostólico,'’ cunstancias que se combinaban para darles carácter de verdad,
me dijo mientras tomaba conmigo el chocolate que las razones me volví desde entonces gran pirroniano10 en punto a verdades
de mi reserva podían ser muy buenas, pero que hacía mal no históricas. Gozaba de un verdadero placer alimentando en la ca-
confiando en él, puesto que el asunto en cuestión me honraba. beza del abate Cornaro, dada precisamente mi reserva, la creen-
 Al respo
res po nd erle qu e n o sa bía de qué
qu é asun
a sun to me hab laba,
lab a, me rogó
r ogó cia de que yo era el mismo Casanova del que hablaba la gaceta
leer un artículo de la gaceta de Pésaro que tenía delante: «El de Pésaro. Estaba seguro de que el prelado escribiría a Venecia,
señor de Casanova, oficial del regimiento de la reina, ha deser donde esa información me honraría, por lo menos hasta el mo-
5. Pequeña colina de Bolonia,
Bolon ia, muy conocida en el siglo xvm como mento en que se llegara a saber la verdad; y para entonces ya se
paseo público. habría hecho justicia a mi firmeza. Por esta razón d ecidí ir a Ve
6. Dignatario de la curia, miembro del protonotariado , colegio que
resolvía canonizaciones, testamentos cardenalicios y asuntos concer- 7. No se ha encontrado
encontrad o en las gacetas de la época este artículo.
nientes directamente al papado y la Iglesia. Zuanc Córner, o Cornaro, 8. La hermana
hermana de monseñor Cornaro,
Corna ro, Catalina, casada en 1727
172 7 con
fue vicelegado de Bolonia en 17 43, com isario de la congregación di’ el patricio Girolamo Loredana.
Propaganda Pide, protonotario apostólico y cardenal (1778). Casanova 9. A finales de 1760, Casanov a volvió a ver en Roma a monseñor
debió conocerlo en su etapa de Monseñor, después de abril de 1744. Cornaro.
cuando Cornaro dejó Roma para hacerse cargo de su vicelegación bo 10. Seguidor de la escuela de Pirrón, filósofo griego del siglo iv a.C.,
loñcsa. que fundó la secta escéptica.

320 321

necia en cuanto hubiese recibido carta de Teresa. Pense en ha- dirme a ir a Nápolcs con ella. La sola idea de que mi amor pu-
cerla ir allí; era en Venecia donde podía esperarla con mucha diera resultar un obstáculo para aquella oportunidad de Teresa
mayo r comodidad que en Bolon ia; y en mi patria patria nada me habría
habría me hacía temblar; y lo que me impedía ir a Nápoles con ella era
impedido casarme públicamente. Entretanto, aquella fábula me mi amor propio, más fuerte aún que la pasión en que ardía por
divertía, y esperaba verla rectificada de un día para otro en la aquella
aquella mujer.
mujer. ¿Có mo podía decidirme a volver a Náp oles siete
gaceta. El oficial Casanova debía de estar riéndose del caballo u ocho meses después de haberme marchado, presentándome
en el que el gacetero de Pésaro le había hecho huir, igual que yo sin otro estado que el de holgazán que vive a expensas de su
me reía del capricho que había tenido de vestirme de oficial en mujer o su querida? ¿Qué habría dicho mi primo don Antonio,
Bolonia para proporcionar materia a todo aquel cuento. los Palo padre e hijo, don Lelio Caraffa y toda la nobleza que me
 Al cuart
cu artoo día de mi estancia
esta ncia en esta ciudad
ciu dad , recib
rec ibíí po r men - conocía? Me estremecía pensando también en doña Lucrezia y
sajero una carta de Teresa, que contenía dos hojas separadas. Me su marido. Viéndome despreciado por todos, el cariño con que
comunicaba que al día siguiente de mi partida de Rímini, el hubiera amado a Teresa ¿me habría impedido sentirme desgra-
barón Vais había llevado a su su casa al duque de Castropign ano," ciado? Asociado a su destino en calidad de amante o de marido,
quien, tras haberla oído cantar al clavicordio, le había ofrecido me habría sentido envilecido, humillado y vuelto rastrero por
mil onzas por un año, y viaje pagado, si quería cantar en el tea- deber y por necesidad. La idea de que en la flor de mi juventud
tro de San Cario.u Debía estar allí en el mes de mayo. Me man iba a renunciar a toda esperanza de alcanzar los altos v uelos para
daba copia del contrato que le había hecho. Teresa había pedido los que me creía nacido propinó a la balanza una sacudida tan
ocho días para contestarle, y él se los había concedido. Sólo es- fuerte que la razón impuso silencio al corazón. Escribí a Teresa
peraba mi respuesta a la carta que me enviaba
enviaba para firm ar el con- que fuera a Nápoles y que estuviera segura de que iría a reu
trato del duque o para rechazar su oferta. nirme con ella en el mes de julio o a mi vuelta de Constan
La otra hoja separada era una declaración formal por la que tinopla. Le recomendé que llevara consigo una doncella de apa-
Teresa se ponía a mi servicio por el resto de sus días. Me decía riencia honesta para presentarse ante la buena sociedad de Ná-
que, si quería ir a Nápolcs con ella, iría a reunirse conmigo a poles con decoro, y comportarse de tal manera que yo pudiera
donde yo le indicase, y que, si yo sentía aversión a volver a esa casarme con ella sin avergonzarme de nada. Preveía que el éxito
ciudad, debía despreciar aquella fortuna y estar seguro de que de Teresa debía depender, más aún que de su talento, de su be-
ella no conocía más fortuna ni más felicidad que la de hacer lleza, y, conociendo mi carácter, estaba seguro de que nunca po-
cuanto pudiera agradarme y hacerme feliz. dría ser ni un amante ni un marido complaciente.
Como la carta exigía reflexión, dije al mensajero que volviese Mi amor cedió ante mi razón; pero mi amor no habría sido
al día siguiente.
siguiente. Me hallaba indeciso. Po r primera vez en mi vida vida tan
tan complaciente una semana antes. antes. Le escrib í que me enviara su
me encontraba en la imposibilidad de tomar una decisión. Dos respuesta a Bolonia por el mismo correo, y tres días más tarde re-
motivos de igual peso en la balanza impedían que se inclinase a cibí su última carta, en en la que me comunicaba que había firmado
un lado o a otro. No podía ni ordenar a Teresa que rechazase el contrato, que había tomado una doncella a la que podía pre-
una ocasión tan buena, ni dejarla ir a Nápoles sin mí, ni deci sentar como su madre, que partiría a mediados del mes de mayo
 y que
qu e me esp eraría
era ría hasta que yo le escrib
esc ribiera
iera que
qu e había deja do
11 . Francesco d’ Kboli, duque de Castropignano (168 81758),
817 58), gene
gene de pensar en ella. Cuatro días después de recibir esta carta, salí
ral napolitano. para Venecia, pero antes de mi marcha me ocurrió lo siguiente:
12. El Real Teatro di San Cario,  inaugurado en 1737, mandado
construir por el rey, entonces de Nápolcs, Carlos de Borbón, para ee El oficial francés al que había escrito para recuperar mi baúl,
necia en cuanto hubiese recibido carta de Teresa. Pense en ha- dirme a ir a Nápolcs con ella. La sola idea de que mi amor pu-
cerla ir allí; era en Venecia donde podía esperarla con mucha diera resultar un obstáculo para aquella oportunidad de Teresa
mayo r comodidad que en Bolon ia; y en mi patria patria nada me habría
habría me hacía temblar; y lo que me impedía ir a Nápoles con ella era
impedido casarme públicamente. Entretanto, aquella fábula me mi amor propio, más fuerte aún que la pasión en que ardía por
divertía, y esperaba verla rectificada de un día para otro en la aquella
aquella mujer.
mujer. ¿Có mo podía decidirme a volver a Náp oles siete
gaceta. El oficial Casanova debía de estar riéndose del caballo u ocho meses después de haberme marchado, presentándome
en el que el gacetero de Pésaro le había hecho huir, igual que yo sin otro estado que el de holgazán que vive a expensas de su
me reía del capricho que había tenido de vestirme de oficial en mujer o su querida? ¿Qué habría dicho mi primo don Antonio,
Bolonia para proporcionar materia a todo aquel cuento. los Palo padre e hijo, don Lelio Caraffa y toda la nobleza que me
 Al cuart
cu artoo día de mi estancia
esta ncia en esta ciudad
ciu dad , recib
rec ibíí po r men - conocía? Me estremecía pensando también en doña Lucrezia y
sajero una carta de Teresa, que contenía dos hojas separadas. Me su marido. Viéndome despreciado por todos, el cariño con que
comunicaba que al día siguiente de mi partida de Rímini, el hubiera amado a Teresa ¿me habría impedido sentirme desgra-
barón Vais había llevado a su su casa al duque de Castropign ano," ciado? Asociado a su destino en calidad de amante o de marido,
quien, tras haberla oído cantar al clavicordio, le había ofrecido me habría sentido envilecido, humillado y vuelto rastrero por
mil onzas por un año, y viaje pagado, si quería cantar en el tea- deber y por necesidad. La idea de que en la flor de mi juventud
tro de San Cario.u Debía estar allí en el mes de mayo. Me man iba a renunciar a toda esperanza de alcanzar los altos v uelos para
daba copia del contrato que le había hecho. Teresa había pedido los que me creía nacido propinó a la balanza una sacudida tan
ocho días para contestarle, y él se los había concedido. Sólo es- fuerte que la razón impuso silencio al corazón. Escribí a Teresa
peraba mi respuesta a la carta que me enviaba
enviaba para firm ar el con- que fuera a Nápoles y que estuviera segura de que iría a reu
trato del duque o para rechazar su oferta. nirme con ella en el mes de julio o a mi vuelta de Constan
La otra hoja separada era una declaración formal por la que tinopla. Le recomendé que llevara consigo una doncella de apa-
Teresa se ponía a mi servicio por el resto de sus días. Me decía riencia honesta para presentarse ante la buena sociedad de Ná-
que, si quería ir a Nápolcs con ella, iría a reunirse conmigo a poles con decoro, y comportarse de tal manera que yo pudiera
donde yo le indicase, y que, si yo sentía aversión a volver a esa casarme con ella sin avergonzarme de nada. Preveía que el éxito
ciudad, debía despreciar aquella fortuna y estar seguro de que de Teresa debía depender, más aún que de su talento, de su be-
ella no conocía más fortuna ni más felicidad que la de hacer lleza, y, conociendo mi carácter, estaba seguro de que nunca po-
cuanto pudiera agradarme y hacerme feliz. dría ser ni un amante ni un marido complaciente.
Como la carta exigía reflexión, dije al mensajero que volviese Mi amor cedió ante mi razón; pero mi amor no habría sido
al día siguiente.
siguiente. Me hallaba indeciso. Po r primera vez en mi vida vida tan
tan complaciente una semana antes. antes. Le escrib í que me enviara su
me encontraba en la imposibilidad de tomar una decisión. Dos respuesta a Bolonia por el mismo correo, y tres días más tarde re-
motivos de igual peso en la balanza impedían que se inclinase a cibí su última carta, en en la que me comunicaba que había firmado
un lado o a otro. No podía ni ordenar a Teresa que rechazase el contrato, que había tomado una doncella a la que podía pre-
una ocasión tan buena, ni dejarla ir a Nápoles sin mí, ni deci sentar como su madre, que partiría a mediados del mes de mayo
 y que
qu e me esp eraría
era ría hasta que yo le escrib
esc ribiera
iera que
qu e había deja do
11 . Francesco d’ Kboli, duque de Castropignano (168 81758),
817 58), gene
gene de pensar en ella. Cuatro días después de recibir esta carta, salí
ral napolitano. para Venecia, pero antes de mi marcha me ocurrió lo siguiente:
12. El Real Teatro di San Cario,  inaugurado en 1737, mandado
construir por el rey, entonces de Nápolcs, Carlos de Borbón, para ee El oficial francés al que había escrito para recuperar mi baúl,
lebrar su matrimonio con Maria Amalia Walburga de Sajonia. ofreciéndome a pagar el caballo que yo me había llevado, o que

3“

me había llevado a mí, me escribió comunicándome que mi pa- «alud hecho en Módena. Le ordené decir que lo había perdido,
saporte había llegado, que estaba en la cancillería de Guerra, y  v d ejarm
eja rmee a mí todo
to do lo demá s. Mi din ero lo conv
co nvenc
enc ió.
que no tendría ninguna dificultad para enviármelo junto con mi En la puerta de Revere me presenté como oficial del ejército
baúl en cuanto fuera a pagar cincuenta doblones1' por el caballo español que iba a Venecia para hablar con el duque de Módena,
que había robado a don Marcello Birac, comisionario del ejército que a la sazón se encontraba allí, '4 sobre asuntos de la may or
español, cuya dirección me daba. Me dijo que había escrito a este importancia.
propó sito al propio Birac, quien, al recibir
recibir aquella suma,
suma, se com- No sólo no se preocuparon de pedir al cochero el certificado
prometería por escrito a hacerme llegar el baúl y el pasaporte. ile salud de Módena, sino que, además de rendirme honores mi-
Encantado de ver todo resuelto, fui sin pérdida de tiempo a litares,
litares, me trataron
trataron con la m ayor cortesía. N o hubo la menor di
casa del comisionario, que vivía con un veneciano llamado Ba licultad
licultad pa ra que me dieran un certificado atestiguando que salía
tagia, a quien yo conocía. Le pagué su dinero, y la mañana del de Revere. Con él, después de pasar el Po en Ostiglia, llegué a
mismo día en que dejé Bolonia recibí mi baúl y mi pasaporte. l.egnano,1’ donde me despedí de mi cochero muy bien recom-
Toda Bolonia supo que había pagado el caballo, cosa que con- pensado y muy satisfecho. En Legnano tomé la posta, y por la
firmó al abate de Corn aro en su idea de que yo era el mismo que noche llegué a Venecia, donde me alojé en una posada de Rialto'6
había matado en duelo a mi capitán. el a de abril de 1744,'' día de mi cumpleaños, que a lo largo de
Para ir a Venecia tenía que pasar la cuarentena, pero estaba mi vida se ha visto señalado diez veces por algún suceso ex-
decidido a no hacerla; si esa formalidad seguía existiendo, era traordinario. Al día siguiente a mediodía fui a la Bolsa para re-
por la rivalidad de los respectivos gobiernos. Los venecianos servar pasaje en el primer barco que fuese a Constantinopla;
querían que el papa fuera el primero en abrir sus fronteras a los pero como ninguno debía partir antes de dos o tres meses, tomé
 via jeros
jer os,, y el papa
pap a pretend
pre tend ía lo co ntrari
ntr ario.
o. Aú n no habían alean un camarote en un barco de línea veneciano que debía zarpar
zado un acuerdo, y el comercio, como es lógico, se resentía. Me rumbo a Corfú en el mes en curso. El barco se llamaba  Ma do nn a
decidí sin miedo alguno a lo siguiente, pese a lo delicado del del Rosario , y lo mandaba el capitán Zane.'8
asunto, porque sobre todo en Venecia el rigor en materia de Después de haber obedecido así a mi destino, que según mi
salud era extremado; pero en esa época uno de mis m ayores pía
14. El duque de Módena había dejado Venecia
Venecia a finales de febrero
ceres consistía en hacer todo lo que estaba prohibido o era, de 1744, por lo que este encuentro no se produjo en esa fecha; Casanova
cuando menos, difícil. no parece haber regresado a Venecia antes de abril de 1745.
Sabiendo q ue había paso libre del estado de Mantua al de Ve Ve 1 $. Tanto Ostiglia como Legnano son poblaciones de la provincia
necia, y del estado de Módena al de Mantua, me di cuenta de de Verona.
que, si conseguía entrar en el de Mantua haciendo creer que 16. Grupo de islas venecianas, a las que, desde el siglo tx, se trasla-
daron las grandes familias de la ciudad, que las convirtieron en el cora-
 vení a de Mó dena,
de na, tod o estaba
esta ba resu elto . Pas aría el Po po r algún
zón de Venecia
Venecia.. En Rialto ( Rivus altus) se encuentran sus edificaciones
lado e iría directamente a Venecia. Contraté, pues, a un cochero más emblemáticas, como el Palacio Ducal, la iglesia de San Marcos, la
para que me llevase a Revere; es una ciudad a orillas del Po que Bolsa, etcétera.
pertenece
pertenece al estado de Mantua. El cochero me dijo que, tomando 17. La documentación conocida indica que en este momento Casa
atajos, podía llegar a Revere y decir que venía de Módena; pero nova quiso hacerse abogado, quizás ayudado por la señora Manzoni.
que nos veríamos en un aprieto si nos pedían el certificado de Trabajó para Marco L.ezzc durante unos meses, sin que la experiencia
parezca haber dejado huellas en la memoria del autor.
13. Moneda de oro española
española que se utilizó desde el siglo XVI hasta 18. Apellido de una familia patricia veneciana. Eran numerosas las
1868, también llamada dobla. Aquí parece tratarse del doblón simple, naves que llevaban ese nombre, entre ellas una  Madonna d el Rosario
me había llevado a mí, me escribió comunicándome que mi pa- «alud hecho en Módena. Le ordené decir que lo había perdido,
saporte había llegado, que estaba en la cancillería de Guerra, y  v d ejarm
eja rmee a mí todo
to do lo demá s. Mi din ero lo conv
co nvenc
enc ió.
que no tendría ninguna dificultad para enviármelo junto con mi En la puerta de Revere me presenté como oficial del ejército
baúl en cuanto fuera a pagar cincuenta doblones1' por el caballo español que iba a Venecia para hablar con el duque de Módena,
que había robado a don Marcello Birac, comisionario del ejército que a la sazón se encontraba allí, '4 sobre asuntos de la may or
español, cuya dirección me daba. Me dijo que había escrito a este importancia.
propó sito al propio Birac, quien, al recibir
recibir aquella suma,
suma, se com- No sólo no se preocuparon de pedir al cochero el certificado
prometería por escrito a hacerme llegar el baúl y el pasaporte. ile salud de Módena, sino que, además de rendirme honores mi-
Encantado de ver todo resuelto, fui sin pérdida de tiempo a litares,
litares, me trataron
trataron con la m ayor cortesía. N o hubo la menor di
casa del comisionario, que vivía con un veneciano llamado Ba licultad
licultad pa ra que me dieran un certificado atestiguando que salía
tagia, a quien yo conocía. Le pagué su dinero, y la mañana del de Revere. Con él, después de pasar el Po en Ostiglia, llegué a
mismo día en que dejé Bolonia recibí mi baúl y mi pasaporte. l.egnano,1’ donde me despedí de mi cochero muy bien recom-
Toda Bolonia supo que había pagado el caballo, cosa que con- pensado y muy satisfecho. En Legnano tomé la posta, y por la
firmó al abate de Corn aro en su idea de que yo era el mismo que noche llegué a Venecia, donde me alojé en una posada de Rialto'6
había matado en duelo a mi capitán. el a de abril de 1744,'' día de mi cumpleaños, que a lo largo de
Para ir a Venecia tenía que pasar la cuarentena, pero estaba mi vida se ha visto señalado diez veces por algún suceso ex-
decidido a no hacerla; si esa formalidad seguía existiendo, era traordinario. Al día siguiente a mediodía fui a la Bolsa para re-
por la rivalidad de los respectivos gobiernos. Los venecianos servar pasaje en el primer barco que fuese a Constantinopla;
querían que el papa fuera el primero en abrir sus fronteras a los pero como ninguno debía partir antes de dos o tres meses, tomé
 via jeros
jer os,, y el papa
pap a pretend
pre tend ía lo co ntrari
ntr ario.
o. Aú n no habían alean un camarote en un barco de línea veneciano que debía zarpar
zado un acuerdo, y el comercio, como es lógico, se resentía. Me rumbo a Corfú en el mes en curso. El barco se llamaba  Ma do nn a
decidí sin miedo alguno a lo siguiente, pese a lo delicado del del Rosario , y lo mandaba el capitán Zane.'8
asunto, porque sobre todo en Venecia el rigor en materia de Después de haber obedecido así a mi destino, que según mi
salud era extremado; pero en esa época uno de mis m ayores pía
14. El duque de Módena había dejado Venecia
Venecia a finales de febrero
ceres consistía en hacer todo lo que estaba prohibido o era, de 1744, por lo que este encuentro no se produjo en esa fecha; Casanova
cuando menos, difícil. no parece haber regresado a Venecia antes de abril de 1745.
Sabiendo q ue había paso libre del estado de Mantua al de Ve Ve 1 $. Tanto Ostiglia como Legnano son poblaciones de la provincia
necia, y del estado de Módena al de Mantua, me di cuenta de de Verona.
que, si conseguía entrar en el de Mantua haciendo creer que 16. Grupo de islas venecianas, a las que, desde el siglo tx, se trasla-
daron las grandes familias de la ciudad, que las convirtieron en el cora-
 vení a de Mó dena,
de na, tod o estaba
esta ba resu elto . Pas aría el Po po r algún
zón de Venecia
Venecia.. En Rialto ( Rivus altus) se encuentran sus edificaciones
lado e iría directamente a Venecia. Contraté, pues, a un cochero más emblemáticas, como el Palacio Ducal, la iglesia de San Marcos, la
para que me llevase a Revere; es una ciudad a orillas del Po que Bolsa, etcétera.
pertenece
pertenece al estado de Mantua. El cochero me dijo que, tomando 17. La documentación conocida indica que en este momento Casa
atajos, podía llegar a Revere y decir que venía de Módena; pero nova quiso hacerse abogado, quizás ayudado por la señora Manzoni.
que nos veríamos en un aprieto si nos pedían el certificado de Trabajó para Marco L.ezzc durante unos meses, sin que la experiencia
parezca haber dejado huellas en la memoria del autor.
13. Moneda de oro española
española que se utilizó desde el siglo XVI hasta 18. Apellido de una familia patricia veneciana. Eran numerosas las
1868, también llamada dobla. Aquí parece tratarse del doblón simple, naves que llevaban ese nombre, entre ellas una  Madonna d el Rosario, y
también llamado pistola, con un valor de 4 piastras. otra Anime de l Purgatorio,  capitaneada por un tal Bartolamio Zanchi.

3*4

supersticioso espíritu me llamaba a Constantinopla, donde creía presa llenó a todos de alegría. Ella, el viejo procurador Rosa y
estar obligado a ir sin falta, me encaminé hacia la plaza de San Nanette y Marton quedaron como petrificados. Éstas me pa
Marcos con mucha curiosidad
curiosidad por ver y por dejarme ver de to- rccieron más hermosas después de aquellos nueve meses, cuya
dos los que me conocían, y que debían quedar asombrados de no historia quisieron en vano que les contase. Mis aventuras de
contemplarme ya vestido de abate. Desde mi salida de Revere aquellos nueve meses no eran como para agradar a la señora
había
había adornado mi sombrero con una escarapela escarapela roja.'9 ( >rio y a sus sobrinas: me habría degradado ante sus almas ino-
Mi primera visita fue para el señor abate Grimani, que nada centes; pero no por ello dejé de hacerles pasar tres horas deli-
más verme prorrum pió en grandes exclamaciones. M e ve en traje ciosas. Viendo entusiasmada a la anciana señora, le dije que sólo
de guerra cuando me creía al servicio del cardenal Acquaviva, de ella dependía tenerme las cuatro o cinco semanas que debía
dispuesto a seguir la carrera política. Se levanta de la mesa, don- pasar aguardando la salida del barco que había de tomar, dán-
de estaba rodeado de invitados; entre ellos, llama mi atención dome alojamiento y comida en su casa, pero a condición de no
un oficial con uniforme español, pero eso no me hizo perder mi ser una carga para ella.
ella. Me contes tó que se sentiría encantada de
aplomo. Le dije al abate Grimani que estaba de paso y que me alojarme si tuviera un cuarto, y Rosa le dijo que lo había y que
sentía feliz de poder presentarle mis respetos. el mismo se encargaría de amueblarlo en dos horas. Era la habi-
N o esperaba veros con ese ese hábito.
hábito. tación contigua a la de sus sobrinas. Nanette añadió que, en tal
Tomé la sabia decisión de abandonar el de la Iglesia, con el caso, bajaría con su hermana y dormirían en la cocina, pero yo
que no podía esperar una fortuna capaz de satisfacerme. repliqué que no quería causar ninguna molestia y que me que-
¿Adond e vais?vais? daría en la posada. Entonces la señora Orio dijo a sus sobrinas
A Constantinopla; y espero embarcarme embarcarme pronto para para Co r- c|ue no era necesario que bajasen, porque podían cerrarse.
fú. Llevo una comisión del cardenal Acquaviva. N o lo necesitar
necesitarán,
án, señora
señora le dije yo con aire
aire serio.
serio.
¿De dónde venís ahora? L o sé; pero son unasunas mojigatas capaces de creer cualquier
D el ejército
ejército español, donde estaba hace diez diez días. cosa.
 A estas
esta s palab
pa lab ras,
ras , oigo
oi go la v oz de un jov en caba
ca ba llero
lle ro que,
qu e, mi La obligué entonces a aceptar quince cequíes, asegurándole
rándomc, dice: «Eso no es cierto». Le respondo que mi condi que era rico, y que, además, salía ganando, porque un mes de
ción no me permite tolerar un mentís; y, tras decir esto, hice una posada me costaría más. Le dije que le enviaría mi baúl y que al
reverencia circular y me fui, sin hacer caso a ninguno de los que día siguiente iría a cenar y a dormir. Veía la alegría pintada en la
me llamaban. cara de mis mujcrcitas, que recobraron sus derechos sobre mi
Co m o llevaba uniforme , me parecía que era mi deber mostrar corazón a pesar de la imagen de Teresa, que en todo momento
arrogancia; y, como ya no era cura, no debía tolerar un mentís. tenía ante los ojos de mi alma.
Me dirigí a casa de la señora Manzoni, a la que estaba impaciente'  Al día sigu iente,
ien te, desp ués de haber
hab er env iado
iad o mi baúl a cas a de
por ver, y que me acogió con gran alborozo. Me recuerda sus la señora Orio, fui a la oficina de Guerra; pero para evitar pro-
predicciones, de las que se siente ufana. Quiere saberlo todo, le blemas, me quité la escarapela. El comandante Pelodoro me
cuento mi historia, y ella me dice sonriendo que, si voy a Cons echó los brazos al cuello al verme de uniforme. Y cuando le ex-
tantinopla, bien podría ocurrir que no volviera a verme. pliqué
pliqué que debía ir a Constantinopla, y que, a pesar del uniforme
 Al salir
sali r de su ca sa fui a vi sit ar a la señora
señ ora O rio , don de la sor t|ue
t|ue llevaba puesto, era un hombre libre, me dijo que debía apro -
 vechar la o po rtu nid ad de ir a C on sta nti no pl
plaa con el ba ile,10
ile ,10 que
apela el colo cional de del Reino d
supersticioso espíritu me llamaba a Constantinopla, donde creía presa llenó a todos de alegría. Ella, el viejo procurador Rosa y
estar obligado a ir sin falta, me encaminé hacia la plaza de San Nanette y Marton quedaron como petrificados. Éstas me pa
Marcos con mucha curiosidad
curiosidad por ver y por dejarme ver de to- rccieron más hermosas después de aquellos nueve meses, cuya
dos los que me conocían, y que debían quedar asombrados de no historia quisieron en vano que les contase. Mis aventuras de
contemplarme ya vestido de abate. Desde mi salida de Revere aquellos nueve meses no eran como para agradar a la señora
había
había adornado mi sombrero con una escarapela escarapela roja.'9 ( >rio y a sus sobrinas: me habría degradado ante sus almas ino-
Mi primera visita fue para el señor abate Grimani, que nada centes; pero no por ello dejé de hacerles pasar tres horas deli-
más verme prorrum pió en grandes exclamaciones. M e ve en traje ciosas. Viendo entusiasmada a la anciana señora, le dije que sólo
de guerra cuando me creía al servicio del cardenal Acquaviva, de ella dependía tenerme las cuatro o cinco semanas que debía
dispuesto a seguir la carrera política. Se levanta de la mesa, don- pasar aguardando la salida del barco que había de tomar, dán-
de estaba rodeado de invitados; entre ellos, llama mi atención dome alojamiento y comida en su casa, pero a condición de no
un oficial con uniforme español, pero eso no me hizo perder mi ser una carga para ella.
ella. Me contes tó que se sentiría encantada de
aplomo. Le dije al abate Grimani que estaba de paso y que me alojarme si tuviera un cuarto, y Rosa le dijo que lo había y que
sentía feliz de poder presentarle mis respetos. el mismo se encargaría de amueblarlo en dos horas. Era la habi-
N o esperaba veros con ese ese hábito.
hábito. tación contigua a la de sus sobrinas. Nanette añadió que, en tal
Tomé la sabia decisión de abandonar el de la Iglesia, con el caso, bajaría con su hermana y dormirían en la cocina, pero yo
que no podía esperar una fortuna capaz de satisfacerme. repliqué que no quería causar ninguna molestia y que me que-
¿Adond e vais?vais? daría en la posada. Entonces la señora Orio dijo a sus sobrinas
A Constantinopla; y espero embarcarme embarcarme pronto para para Co r- c|ue no era necesario que bajasen, porque podían cerrarse.
fú. Llevo una comisión del cardenal Acquaviva. N o lo necesitar
necesitarán,
án, señora
señora le dije yo con aire
aire serio.
serio.
¿De dónde venís ahora? L o sé; pero son unasunas mojigatas capaces de creer cualquier
D el ejército
ejército español, donde estaba hace diez diez días. cosa.
 A estas
esta s palab
pa lab ras,
ras , oigo
oi go la v oz de un jov en caba
ca ba llero
lle ro que,
qu e, mi La obligué entonces a aceptar quince cequíes, asegurándole
rándomc, dice: «Eso no es cierto». Le respondo que mi condi que era rico, y que, además, salía ganando, porque un mes de
ción no me permite tolerar un mentís; y, tras decir esto, hice una posada me costaría más. Le dije que le enviaría mi baúl y que al
reverencia circular y me fui, sin hacer caso a ninguno de los que día siguiente iría a cenar y a dormir. Veía la alegría pintada en la
me llamaban. cara de mis mujcrcitas, que recobraron sus derechos sobre mi
Co m o llevaba uniforme , me parecía que era mi deber mostrar corazón a pesar de la imagen de Teresa, que en todo momento
arrogancia; y, como ya no era cura, no debía tolerar un mentís. tenía ante los ojos de mi alma.
Me dirigí a casa de la señora Manzoni, a la que estaba impaciente'  Al día sigu iente,
ien te, desp ués de haber
hab er env iado
iad o mi baúl a cas a de
por ver, y que me acogió con gran alborozo. Me recuerda sus la señora Orio, fui a la oficina de Guerra; pero para evitar pro-
predicciones, de las que se siente ufana. Quiere saberlo todo, le blemas, me quité la escarapela. El comandante Pelodoro me
cuento mi historia, y ella me dice sonriendo que, si voy a Cons echó los brazos al cuello al verme de uniforme. Y cuando le ex-
tantinopla, bien podría ocurrir que no volviera a verme. pliqué
pliqué que debía ir a Constantinopla, y que, a pesar del uniforme
 Al salir
sali r de su ca sa fui a vi sit ar a la señora
señ ora O rio , don de la sor t|ue
t|ue llevaba puesto, era un hombre libre, me dijo que debía apro -
 vechar la o po rtu nid ad de ir a C on sta nti no pl
plaa con el ba ile,10
ile ,10 que
19. La escarapela
escarapela roja era el color
colo r nacional
nacional de España y del Reino dt
las Dos Sicilias; el negro, el color nacional
nacional de Austria. 20. Baile (del latín batulus: «protector») era el título oficial de los

326 327
327

saldría a más tardar dentro de dos meses, e intentar incluso en Eso es imposible, a menos que hayáis violado la contuma-
trar al servicio del gobierno veneciano. cia.1»
Me gustó el consejo. El Sabio   de la Guerra,21 el mismo que N o he violado nada.
nada. He pasado públicamente
públicamente el el Po en Re-
me había conocido el año anterior, me llamó nada más verme.  veré, y aquí
aq uí estoy.
esto y. Lame
La me nto no po der
de r ir a casa
c asa de Vue stra Em i-
Me dijo qu e había recibido una carta de Bolo nia en la que se ha ha nencia, a menos que la persona que me dio el mentís consienta
biaba de un duelo que me honraba, y que sabía que yo no que en darme completa satisfacción. Podía soportar insultos cuando
ría admitirlo. Me preguntó si, al dejar el servicio del ejercito llevaba el hábito de la humildad, pero hoy llevo el del honor.
español, había obtenido mi licencia, y le respondí que no podía Hacéis mal tomándoos así las cosas. La persona que os des-
tener licencia alguna porque nunca había prestado servicio. Me mintió es el señor Valmarana, actual provisor de la Sanidad.14
preguntó cómo podía estar en Vcnecia sin haber pasado la cua- Según sus afirmaciones, dado que los pasos no están abiertos,
rentena, y le respondí que los que llegan por el estado de Man- no podéis estar
estar aquí.
aquí. ¡D ar satisfacción!
satisfacción! ¿Habéis olvidado quién
tua no están
están obligad os a pasarla. También me aconsejó p onerme sois?
al servicio de mi patria. N o . Sé que el
el año pasado
pasado podía pasar por cobarde, pero hoy
 Al ba jar del Palaci
Pal acioo Du cal , enc ontré
on tré ba jo las  pr oc ur at ie11 al haré arrepentirse a todos los que me falten al respeto.
abate Grimani, quien me dijo que mi brusca salida de su casa Venid a comer conmigo.
había desagradado a cuantos en ella estaban. N o , porque ese oficial se enteraría.
enteraría.
¿Tamb ién al oficial español? O s vería incluso, po rque come todos los días en casa. casa.
N o , al contrario; dijo que, si es cierto
cierto que hace diezdiez días es- M uy bien. Lo tomaré por árbitroárbitro de mi porfía.
tabais en
en el ejército español, hicisteis bien en comporta ros como Comí con Pelodoro y tres o cuatro oficiales; todos a una me
hicisteis; y añadió que sí, que estabais en él, y nos dio a leer una una aconsejaron que entrase al servicio del gobierno veneciano, y
gaceta donde se hablaba de un duelo, y dijo que habéis matado decidí seguir el consejo. Un joven teniente, cuya salud no le per-
a vuestro capitán. Pero seguro que es una fábula. mitía ir al Levante, quería vender su plaza; pedía cien cequíes
¿Q uién os ha dicho que sea sea una fábula?
fábula? por ella; pero eso no bastaba: había que obtener el consenti-
¿Es cierto entonces? miento del Sabio.  Le dije a Pelodoro que los cien cequíes esta-
Yo no digo eso, pero podría serlo, lo mismo que es cierto ban dispuestos, y él se comprometió a hablar en mi favor al
que hace diez días estaba en el ejército español. Sabio.
 Al atarde
ata rdecer
cer fui a cas a de la se ñor a O rio , dond
do ndee me hallé es-
tupendamente alojado. Después de cenar bastante bien, tuve el
embajadores venecianos en Constantinopla; al parecer, Venier partió placer de ver a las sobrinas obligadas por su tía a ir a instalarme
de Vcnecia a principios de abril de 1745. en mi habitación.
21. F.I Sabio de la escritura desempeñaba las funciones de ministro
de la Guerra; era elegido por seis meses, que podían repetirse. En l.t La primera noche se acostaron las dos conmigo, y las si-
época desempeñaba esc cargo Polo Renier. guientes una tras otra, quitando del tabique una tabla por la que
22. Reciben este nombre los dos palacios con pórticos a ambos
lados de la plaza de San Marcos; se construyeron entre finales del siglo 23. Aislamiento sanitario de personas o lugares por sospecha de epi-
 XV y principios del  XVI,  y se reconstruyeron durante esta
esta centuria
centuria para demia.
servir de sede a los procuradores. Eran las Procuratie Vecchie (en el 24. Desde 1485 existían tres pro vvedi tori , a los que en 1556 se aña-
siglo  XVI 11 habitadas por simples ciudadanos) y las Procuratie Nuovc, dieron dos sottoprovveditori alia Sanita, encargados de controlar la
convertidas en Palacio Real durante el siglo  XIX  y hasta 1919 , y en la ai cuarentena, la actividad de médicos y charlatanes, la situación de las ca-
saldría a más tardar dentro de dos meses, e intentar incluso en Eso es imposible, a menos que hayáis violado la contuma-
trar al servicio del gobierno veneciano. cia.1»
Me gustó el consejo. El Sabio   de la Guerra,21 el mismo que N o he violado nada.
nada. He pasado públicamente
públicamente el el Po en Re-
me había conocido el año anterior, me llamó nada más verme.  veré, y aquí
aq uí estoy.
esto y. Lame
La me nto no po der
de r ir a casa
c asa de Vue stra Em i-
Me dijo qu e había recibido una carta de Bolo nia en la que se ha ha nencia, a menos que la persona que me dio el mentís consienta
biaba de un duelo que me honraba, y que sabía que yo no que en darme completa satisfacción. Podía soportar insultos cuando
ría admitirlo. Me preguntó si, al dejar el servicio del ejercito llevaba el hábito de la humildad, pero hoy llevo el del honor.
español, había obtenido mi licencia, y le respondí que no podía Hacéis mal tomándoos así las cosas. La persona que os des-
tener licencia alguna porque nunca había prestado servicio. Me mintió es el señor Valmarana, actual provisor de la Sanidad.14
preguntó cómo podía estar en Vcnecia sin haber pasado la cua- Según sus afirmaciones, dado que los pasos no están abiertos,
rentena, y le respondí que los que llegan por el estado de Man- no podéis estar
estar aquí.
aquí. ¡D ar satisfacción!
satisfacción! ¿Habéis olvidado quién
tua no están
están obligad os a pasarla. También me aconsejó p onerme sois?
al servicio de mi patria. N o . Sé que el
el año pasado
pasado podía pasar por cobarde, pero hoy
 Al ba jar del Palaci
Pal acioo Du cal , enc ontré
on tré ba jo las  pr oc ur at ie11 al haré arrepentirse a todos los que me falten al respeto.
abate Grimani, quien me dijo que mi brusca salida de su casa Venid a comer conmigo.
había desagradado a cuantos en ella estaban. N o , porque ese oficial se enteraría.
enteraría.
¿Tamb ién al oficial español? O s vería incluso, po rque come todos los días en casa. casa.
N o , al contrario; dijo que, si es cierto
cierto que hace diezdiez días es- M uy bien. Lo tomaré por árbitroárbitro de mi porfía.
tabais en
en el ejército español, hicisteis bien en comporta ros como Comí con Pelodoro y tres o cuatro oficiales; todos a una me
hicisteis; y añadió que sí, que estabais en él, y nos dio a leer una una aconsejaron que entrase al servicio del gobierno veneciano, y
gaceta donde se hablaba de un duelo, y dijo que habéis matado decidí seguir el consejo. Un joven teniente, cuya salud no le per-
a vuestro capitán. Pero seguro que es una fábula. mitía ir al Levante, quería vender su plaza; pedía cien cequíes
¿Q uién os ha dicho que sea sea una fábula?
fábula? por ella; pero eso no bastaba: había que obtener el consenti-
¿Es cierto entonces? miento del Sabio.  Le dije a Pelodoro que los cien cequíes esta-
Yo no digo eso, pero podría serlo, lo mismo que es cierto ban dispuestos, y él se comprometió a hablar en mi favor al
que hace diez días estaba en el ejército español. Sabio.
 Al atarde
ata rdecer
cer fui a cas a de la se ñor a O rio , dond
do ndee me hallé es-
tupendamente alojado. Después de cenar bastante bien, tuve el
embajadores venecianos en Constantinopla; al parecer, Venier partió placer de ver a las sobrinas obligadas por su tía a ir a instalarme
de Vcnecia a principios de abril de 1745. en mi habitación.
21. F.I Sabio de la escritura desempeñaba las funciones de ministro
de la Guerra; era elegido por seis meses, que podían repetirse. En l.t La primera noche se acostaron las dos conmigo, y las si-
época desempeñaba esc cargo Polo Renier. guientes una tras otra, quitando del tabique una tabla por la que
22. Reciben este nombre los dos palacios con pórticos a ambos
lados de la plaza de San Marcos; se construyeron entre finales del siglo 23. Aislamiento sanitario de personas o lugares por sospecha de epi-
 XV y principios del  XVI,  y se reconstruyeron durante esta
esta centuria
centuria para demia.
servir de sede a los procuradores. Eran las Procuratie Vecchie (en el 24. Desde 1485 existían tres pro vvedi tori , a los que en 1556 se aña-
siglo  XVI 11 habitadas por simples ciudadanos) y las Procuratie Nuovc, dieron dos sottoprovveditori alia Sanita, encargados de controlar la
convertidas en Palacio Real durante el siglo  XIX  y hasta 1919 , y en la ai cuarentena, la actividad de médicos y charlatanes, la situación de las ca-
tualidad el Musco Correr e Archeologico. lles y el desembarco de los navios.

328

pasaban y se iban de mi habitación. Lo hicimos con mucha pru- poles la acompañaría hasta allí en persona. Me decía que era
dencia, para no temer sorpresas. Como nuestras puertas estaban  viejo,
 vie jo, pe ro que,
qu e, aun que
qu e fuera
fu era jo ve n, no ten drí a yo nada
nad a qu e
cerradas, si la tía hubiera hecho una visita a sus sobrinas, la au- temer; y añadía que, si necesitaba dinero, debía emitir letras de
sente habría tenido tiempo de pasar a su cuarto y poner la tabla; cambio contra ella y estar seguro de que las pagaría aunque tu-
pero esa visita nunca se produjo; la señora Orio contaba con  viera que ven der tod o lo que poseía.
pos eía.
nuestra seriedad. En la nave que debía llevarme a Corfú también embarcaría
Dos o tres días después, el abate Grimani me facilitó un en- Un noble veneciano que iba a Zante’0con el cargo de consejero.
cuentro, en el café de la Sultana,2' con el señor Valmarana.26Éste I levaba una corte muy numerosa por séquito, y el capitán del
me dijo que, de haber sabido que se podía eludir la cuarentena, barco, tras advertirme que si me veía obligado a comer solo co-
nunca habría afirmado que era imposible lo que yo había dicho, mería muy mal, me aconsejó que me hiciera presentar a aquel
 y que me agrade
agr adecía
cía que le hub iera dad o esa infor
inf orma
ma ció n; así se señor, pues estaba seguro de que me invitaría a su mesa. Se lla-
arregló el asunto, y hasta mi marcha fui todos los días a comer maba Antonio Dolfin y por apodo le decían Bucintoro. Le ha-
a casa del abate. bían dado el nombre de esa magnífica embarcación p or sus aires
Hacia finales de mes entré al servicio de la República en ca- de gran señor y la elegancia con que vestía.
lidad de alférez del regimiento Bala,17 que estaba en Corfú. El En cuanto el señor Grimani supo que y o había reservado un
que había dejado vacante la plaza por los cien cequíes que yo le camarote en el barco en que este caballero iba a Zante, no es-
había dado era teniente; pero el Sabio  de la Guerra alegó varias peró a que yo hablase con él para presentarme y procurarme así
razones que, si quería entrar en el servicio, debía aceptar. Me dio el honor y el beneficio de comer a su mesa. Éste me dijo, en el
palabra de que, al cabo de un año, ascendería al grado de te- tono más afable, que para él sería un placer presentarme a su se-
niente, y que no tardaría en obtener el permiso que necesitaba ñora esposa,” que también embarcaba. Le fui presentado al día
para ir a Constantinopla. Acepté porque quería emprender la siguiente, y me encontré con una mujer encantadora, pero ya
carrera militar.
militar. algo mayor y totalmente sorda. No había nada que esperar de
La persona que obtu vo para mí el favor de ir a Constantino- ella. Tenía una hija encantado ra,” muy joven, a la que dejaba en
pla con el caba llero Venier, que se dirigía allí en calidad de baile, el convento, y que con el tiempo se hizo célebre. Creo que to-
fue el señor Pictro Vendramin ,2*,2* senador ilustre. Me presentó al davía vive, viuda del procurador» Tron, cuya familia ya se ha
caballero Venier, que me prometió recogerme en Corfú, adonde extinguido.
llegaría un mes después que y o. 29
Pocos días antes de mi marcha recibí una carta de Teresa, in 30. Aunque Giovanni Antonio Dolfin (17111753) fue nombrado
formándome de que el duque que la había contratado para Ná consejero de Zante en mayo de 1744, al parecer no se hizo cargo de sus
funciones hasta un año más tarde, y sólo durante veinticuatro meses.
 1 5. El Caffé della Sultana no figura entre los cafés famosos del siglo. Según otros datos, lo habría hecho después de meter a su hija en un
26. Prosper Valmarana, prov vedi tore alia Sanitá, había nacido el 2S convento (julio de 1744). En cualquier caso, el 6 de julio de 1745 se en-
de diciembre de 1720. contraba en Zante, donde recibió a Venier. Se le llamó por su apodo de
27. Voz dialectal véneta por «Pala». El regimiento de este nombre Bucintoro durante toda su estancia en Zante.
no estuvo de guarnición en Corfú hasta 1758. En la fecha citada por 31. Se trata de Donata Salamon.
Casanova lo estaban los regimientos Galli, Guidi y Varmo. 32. La célebre Caterina Dolfin Tron (1736 179 3), escritora en
en cuyo
28. El senador Pictro Vendramin fue prov vedit ore  general del Mar salón se reunían poetas, literatos, artistas y gentes de mundo. En 1772
en 1733. se casó con Andrea Tron.
29. La datación del viaje de Casanova a Corfú es difícil; en otros 33. Eran nueve los procuradores elegidos, tres de ellos superinten-
pasaban y se iban de mi habitación. Lo hicimos con mucha pru- poles la acompañaría hasta allí en persona. Me decía que era
dencia, para no temer sorpresas. Como nuestras puertas estaban  viejo,
 vie jo, pe ro que,
qu e, aun que
qu e fuera
fu era jo ve n, no ten drí a yo nada
nad a qu e
cerradas, si la tía hubiera hecho una visita a sus sobrinas, la au- temer; y añadía que, si necesitaba dinero, debía emitir letras de
sente habría tenido tiempo de pasar a su cuarto y poner la tabla; cambio contra ella y estar seguro de que las pagaría aunque tu-
pero esa visita nunca se produjo; la señora Orio contaba con  viera que ven der tod o lo que poseía.
pos eía.
nuestra seriedad. En la nave que debía llevarme a Corfú también embarcaría
Dos o tres días después, el abate Grimani me facilitó un en- Un noble veneciano que iba a Zante’0con el cargo de consejero.
cuentro, en el café de la Sultana,2' con el señor Valmarana.26Éste I levaba una corte muy numerosa por séquito, y el capitán del
me dijo que, de haber sabido que se podía eludir la cuarentena, barco, tras advertirme que si me veía obligado a comer solo co-
nunca habría afirmado que era imposible lo que yo había dicho, mería muy mal, me aconsejó que me hiciera presentar a aquel
 y que me agrade
agr adecía
cía que le hub iera dad o esa infor
inf orma
ma ció n; así se señor, pues estaba seguro de que me invitaría a su mesa. Se lla-
arregló el asunto, y hasta mi marcha fui todos los días a comer maba Antonio Dolfin y por apodo le decían Bucintoro. Le ha-
a casa del abate. bían dado el nombre de esa magnífica embarcación p or sus aires
Hacia finales de mes entré al servicio de la República en ca- de gran señor y la elegancia con que vestía.
lidad de alférez del regimiento Bala,17 que estaba en Corfú. El En cuanto el señor Grimani supo que y o había reservado un
que había dejado vacante la plaza por los cien cequíes que yo le camarote en el barco en que este caballero iba a Zante, no es-
había dado era teniente; pero el Sabio  de la Guerra alegó varias peró a que yo hablase con él para presentarme y procurarme así
razones que, si quería entrar en el servicio, debía aceptar. Me dio el honor y el beneficio de comer a su mesa. Éste me dijo, en el
palabra de que, al cabo de un año, ascendería al grado de te- tono más afable, que para él sería un placer presentarme a su se-
niente, y que no tardaría en obtener el permiso que necesitaba ñora esposa,” que también embarcaba. Le fui presentado al día
para ir a Constantinopla. Acepté porque quería emprender la siguiente, y me encontré con una mujer encantadora, pero ya
carrera militar.
militar. algo mayor y totalmente sorda. No había nada que esperar de
La persona que obtu vo para mí el favor de ir a Constantino- ella. Tenía una hija encantado ra,” muy joven, a la que dejaba en
pla con el caba llero Venier, que se dirigía allí en calidad de baile, el convento, y que con el tiempo se hizo célebre. Creo que to-
fue el señor Pictro Vendramin ,2*,2* senador ilustre. Me presentó al davía vive, viuda del procurador» Tron, cuya familia ya se ha
caballero Venier, que me prometió recogerme en Corfú, adonde extinguido.
llegaría un mes después que y o. 29
Pocos días antes de mi marcha recibí una carta de Teresa, in 30. Aunque Giovanni Antonio Dolfin (17111753) fue nombrado
formándome de que el duque que la había contratado para Ná consejero de Zante en mayo de 1744, al parecer no se hizo cargo de sus
funciones hasta un año más tarde, y sólo durante veinticuatro meses.
 1 5. El Caffé della Sultana no figura entre los cafés famosos del siglo. Según otros datos, lo habría hecho después de meter a su hija en un
26. Prosper Valmarana, prov vedi tore alia Sanitá, había nacido el 2S convento (julio de 1744). En cualquier caso, el 6 de julio de 1745 se en-
de diciembre de 1720. contraba en Zante, donde recibió a Venier. Se le llamó por su apodo de
27. Voz dialectal véneta por «Pala». El regimiento de este nombre Bucintoro durante toda su estancia en Zante.
no estuvo de guarnición en Corfú hasta 1758. En la fecha citada por 31. Se trata de Donata Salamon.
Casanova lo estaban los regimientos Galli, Guidi y Varmo. 32. La célebre Caterina Dolfin Tron (1736 179 3), escritora en
en cuyo
28. El senador Pictro Vendramin fue prov vedit ore  general del Mar salón se reunían poetas, literatos, artistas y gentes de mundo. En 1772
en 1733. se casó con Andrea Tron.
29. La datación del viaje de Casanova a Corfú es difícil; en otros 33. Eran nueve los procuradores elegidos, tres de ellos superinten-
textos lo sitúa en 1741.cn 1742.cn 1743; aquí, sin citar el año, en 1744. dentes de la iglesia de San Marcos; otros tres presidían la Cámara de

33° 331

No creo haber visto hombre más apuesto ni más representa- tenor Dolfin Bucintoro carecía de todas estas cualidades, no
tivo de sí mismo que el señor Dolfin, padre de esta mujer. Ade- podía esperar hacer fortuna en Venecia, su patria.
más se distinguía por su inteligencia. Muy elocuente, muy La víspera de mi partida no salí de casa de la señora Orio,
cortés, buen jugador que siempre perdía, amado por todas las que derramó tantas lágrimas como sus sobrinas; no vertí yo
mujeres de las que quería serlo, siempre audaz y sereno tanto en en menos que ellas. En esa última noche me dijeron cien veces, ex-
la buena como en la mala fortuna. Había viajado sin autoriza- pirando de amor entre mis brazos, que no volverían a verme, y
ción y, como por eso había caído en desgracia del gobierno, se acertaron. Si hubieran vuelto a verme, se habrían equivocado.
Eso es lo admirable de las predicciones.
había puesto al servicio de una potencia extranjera, cometiendo
así el peor delito que un noble veneciano pueda cometer. Por Embarqué el 5 del mes de mayo,1' bien provisto de joyas y
eso fue reclamado y obligado a regresar a Venecia, y a sufrir el dinero en metálico: era dueño de cincuenta cequíes. Nuestro
castigo de pasar cierto tiempo bajo los Plomos. navio iba armado con veinticuatro cañones y tenía doscientos
Este hombre encantador y generoso sin ser rico, se había esclavonios de guarnición. Pasamos de Malamocco a Istria por
 visto
 vis to ob ligad
lig ad o a solic
so licita
itarr del Gr an C on se jo 54 un cargo
car go lucrat
luc rativo
ivo ; la noche y fondeamos en el puerto de Orsara para hacer za -
 y fue ele gido
gid o con seje ro en la i sla de Za nte ; per o su tren de vida vorra :¡6 llámase así a la tarca de embarcar en el fondo de la cala
cala
era tan alto que no podía esperar sacar provecho alguno. una cantidad suficiente de piedras, pues la excesiva ligereza del
Este noble veneciano, Dolfin, tal como acabo de describirlo navio lo vuelve menos apto para la navegación. Bajé a tierra con
no podía hacer fortuna en Venecia. Un gobierno aristocrático algunos pasajeros más para dar un paseo, pese a que ya conocía
sólo puede aspirar a la tranquilidad manteniendo como base y ese miserable puesto donde aún no hacía nueve meses»7 había
máxima fundamental la igualdad entre los aristócratas. Y no se pasado tres días. Me reía para mis adentros pensando en la dife-
puede juzgar sobre la igualdad, sea física o moral, de otro modo rencia entre mi estado actual y el que había dejado. Estaba se-
que por las apariencias, de donde resulta que el ciudadano que guro de que nadie reconocería en mi imponente figura al pobre
no quiere ser perseguido, si no está hecho como los demás o es abate que, de no ser por el fatal fray Stcfano, quién sabe en qué
se habría convertido.
peor, debe dedicarse en parecerlo. Si tiene mucho talento, debe
ocultarlo; si es ambicioso, debe f ingir que desprecia los honores;
si quiere conseguir algo, no debe pedir nada; si tiene buena fi-
gura, debe descuidarla; debe portarse mal y vestirse todavía peor,
en su atuendo no ha de haber nada rebuscado, ha de ridiculizar
todo lo extranjero, hacer mal las reverencias, no preciarse de
mucha cortesía, hacer poco caso de las bellas artes, ocultar su
gusto si lo tiene bueno, no disponer de un cocinero extranjero,
llevar una peluca mal peinada y andar algo desaseado. Como el

tutelas a este lado del Gran Canal, y otros tres se encargaban de los
35. Venicr partió
partió a principios de abril; Casanova llegó a Corfú antes
antes
asuntos más allá del Gran Canal. que el, quizás en otoño de 1744.
34. II Gran (o Maggior)
Maggior) Consiglio,
Consig lio, autoridad suprema de la Repií 36. Savorra: «lastre».
blica y, en los primeros tiempos, asamblea de todos los ciudadanos de
la ciudad.
ciudad. Constituido en 1 17 2, fue reformado en 1297; desde entonce
entoncess 37. Para ello, Casanova tuvo que viajar a Roma, Ñapóles y Marto
estaba formado únicamente por todos los nobles de más de veinticinco rano en noviembrediciembre de 1743, y dejar Venecia en otoño de
No creo haber visto hombre más apuesto ni más representa- tenor Dolfin Bucintoro carecía de todas estas cualidades, no
tivo de sí mismo que el señor Dolfin, padre de esta mujer. Ade- podía esperar hacer fortuna en Venecia, su patria.
más se distinguía por su inteligencia. Muy elocuente, muy La víspera de mi partida no salí de casa de la señora Orio,
cortés, buen jugador que siempre perdía, amado por todas las que derramó tantas lágrimas como sus sobrinas; no vertí yo
mujeres de las que quería serlo, siempre audaz y sereno tanto en en menos que ellas. En esa última noche me dijeron cien veces, ex-
la buena como en la mala fortuna. Había viajado sin autoriza- pirando de amor entre mis brazos, que no volverían a verme, y
ción y, como por eso había caído en desgracia del gobierno, se acertaron. Si hubieran vuelto a verme, se habrían equivocado.
Eso es lo admirable de las predicciones.
había puesto al servicio de una potencia extranjera, cometiendo
así el peor delito que un noble veneciano pueda cometer. Por Embarqué el 5 del mes de mayo,1' bien provisto de joyas y
eso fue reclamado y obligado a regresar a Venecia, y a sufrir el dinero en metálico: era dueño de cincuenta cequíes. Nuestro
castigo de pasar cierto tiempo bajo los Plomos. navio iba armado con veinticuatro cañones y tenía doscientos
Este hombre encantador y generoso sin ser rico, se había esclavonios de guarnición. Pasamos de Malamocco a Istria por
 visto
 vis to ob ligad
lig ad o a solic
so licita
itarr del Gr an C on se jo 54 un cargo
car go lucrat
luc rativo
ivo ; la noche y fondeamos en el puerto de Orsara para hacer za -
 y fue ele gido
gid o con seje ro en la i sla de Za nte ; per o su tren de vida vorra :¡6 llámase así a la tarca de embarcar en el fondo de la cala
cala
era tan alto que no podía esperar sacar provecho alguno. una cantidad suficiente de piedras, pues la excesiva ligereza del
Este noble veneciano, Dolfin, tal como acabo de describirlo navio lo vuelve menos apto para la navegación. Bajé a tierra con
no podía hacer fortuna en Venecia. Un gobierno aristocrático algunos pasajeros más para dar un paseo, pese a que ya conocía
sólo puede aspirar a la tranquilidad manteniendo como base y ese miserable puesto donde aún no hacía nueve meses»7 había
máxima fundamental la igualdad entre los aristócratas. Y no se pasado tres días. Me reía para mis adentros pensando en la dife-
puede juzgar sobre la igualdad, sea física o moral, de otro modo rencia entre mi estado actual y el que había dejado. Estaba se-
que por las apariencias, de donde resulta que el ciudadano que guro de que nadie reconocería en mi imponente figura al pobre
no quiere ser perseguido, si no está hecho como los demás o es abate que, de no ser por el fatal fray Stcfano, quién sabe en qué
se habría convertido.
peor, debe dedicarse en parecerlo. Si tiene mucho talento, debe
ocultarlo; si es ambicioso, debe f ingir que desprecia los honores;
si quiere conseguir algo, no debe pedir nada; si tiene buena fi-
gura, debe descuidarla; debe portarse mal y vestirse todavía peor,
en su atuendo no ha de haber nada rebuscado, ha de ridiculizar
todo lo extranjero, hacer mal las reverencias, no preciarse de
mucha cortesía, hacer poco caso de las bellas artes, ocultar su
gusto si lo tiene bueno, no disponer de un cocinero extranjero,
llevar una peluca mal peinada y andar algo desaseado. Como el

tutelas a este lado del Gran Canal, y otros tres se encargaban de los
35. Venicr partió
partió a principios de abril; Casanova llegó a Corfú antes
antes
asuntos más allá del Gran Canal. que el, quizás en otoño de 1744.
34. II Gran (o Maggior)
Maggior) Consiglio,
Consig lio, autoridad suprema de la Repií 36. Savorra: «lastre».
blica y, en los primeros tiempos, asamblea de todos los ciudadanos de
la ciudad.
ciudad. Constituido en 1 17 2, fue reformado en 1297; desde entonce
entoncess 37. Para ello, Casanova tuvo que viajar a Roma, Ñapóles y Marto
estaba formado únicamente por todos los nobles de más de veinticinco rano en noviembrediciembre de 1743, y dejar Venecia en otoño de
1744
años.

332
332 333
333

CAPÍTULO IV  interesaba


interesaba mi cara
cara y, como no encontré en ello mal alguno, seguí
mi camino hasta que me abordó.
ENCUENTRO CÓMICO EN ORSARA. VIAJE A CORFU. ¿Podría preguntaros, mi capitán, si es la primera vez que
ESTANCIA EN CONSTANTINOPLA. BONNEVAL.  venís a e sta ciudad
ciu dad ?
MI REGRESO A CORFU. LA SEÑORA F. N o, señor.
señor. Ya estuve una
una vez.
EL FALSO PRÍNCIPE. MI HUIDA DF. CORFÚ. MIS LOCURAS ¿No fue el año pasado?
EN LA ISLA DE CASOPO. ME DEJO LLEVAR A LOS CALABOZOS Precisamente.
DE CORFÚ. MI PRONTA LIBERACIÓN Y MIS TRIUNFOS. Pero ¿no ibais vestido de militar?
MIS ÉXITOS CON LA SEÑORA F. También eso es cierto; mas vuestra curiosidad me parece
algo indiscreta.
En una sirvienta, la estupidez es mucho más peligrosa que la Debéis perdonármela, señor, puesto que es hija de mi agra-
maldad, y más perjudicial para el amo, pues si está en su derecho decimiento. Sois el hombre con el que tengo las mayores obli-
cuando castiga a una malvada, no lo tiene para castigar a una es- gaciones de gratitud, y debo creer que Dios os ha enviado por
túpida; debe despedirla y aprender la lección. Mi criada ha uti- segunda vez a esta ciudad para hacerme contraer con vos otras
lizado tres cuadernos, que contenían detalladamente cuanto voy todavía mayores.
a escribir en líneas generales en éste, para cubrir las necesidades ¿Qué hice pues por vos, y qué puedo hacer? No consigo
de papel que tuvo en sus tareas
tareas domésticas. Para disculp arse me adivinar nada.
dijo que, como los papeles estaban usados y garrapateados, con Tened la bondad de almorzar conmigo en mi casa. Tenéis
borrones incluso, pensó que eran más adecuados para sus faenas abierta mi puerta. Venid a probar mi precioso refosco, y, tras un
que los limpios y blancos que había sobre mi mesa. De haberlo breve relato, os convenceré de que sois mi verdadero bienhe-
pensado bien, no me hubiera enfurecido; pero el primer efecto chor, y que en buen derecho puedo esperar que habéis vuelto
de la cólera es precisamente privar a la mente de la facultad de aquí sólo para renovar vuestros beneficios.
pensar. Tengo de bueno que la cólera me dura muy poco; irasci Como no podía creer que aquel individuo estuviera loco,
essem.'  Después de perder mi tiempo
celerem tamen ut placabilis essem.'  tiempo imaginé
imaginé que quería inducirme a comprarle su refosco, y me dejé
gritándole insultos
insultos cuya fuerza no comprendió, refutó todos mis llevar a su casa. Subimos al primer piso y entramos en un cuarto,
argumentos respondiendo con el silencio. Tomé la decisión de donde me deja para ir a encargar el buen almuerzo que me había
escribir, de nuevo y de mal humor, y por lo tanto muy mal, lo prometido. Viendo todos los avíos de cirujano, imagino que lo
que debía haber escrito bastante bien de haber estado de buen es, y cuando lo veo reaparecer se lo digo.
humor; mas mi lector puede consolarse, pues, como los mecá- Sí, mi capitán me responde, soy cirujano. Hace veinte
nicos, ganará en tiempo lo que pierda en intensidad. años que estoy en esta ciudad, donde vivía en la miseria, pues
 A sí pue s, cua ndo des emba
em barqu
rqu é en O rsa ra mien tras c argab an sólo recurrían a mi oficio para sangrar, aplicar ventosas, curar
de lastre la cala de nuestro barco, cuya excesiva ligereza volvía alguna desolladura o devolver a su sitio algún pie dislocado. Lo
más difícil el equilibrio que la navegación requiere, vi a un in- que ganaba no me bastaba para vivir; pero desde el año pasado
dividuo de buen aspecto que se detuvo a mirarme con mucha puedo decir que he cambiado de condición; he ganado mucho
atención. Seguro de que no podía ser un acreedor, pensé que le dinero, y lo he puesto a producir, y es a vos, Dios os bendiga, a
quien debo mi fortuna.
i. «Me irritaba rápidamen calmaba igual», Horacio, ¿ Y cómo eses eso?
eso?
CAPÍTULO IV  interesaba
interesaba mi cara
cara y, como no encontré en ello mal alguno, seguí
mi camino hasta que me abordó.
ENCUENTRO CÓMICO EN ORSARA. VIAJE A CORFU. ¿Podría preguntaros, mi capitán, si es la primera vez que
ESTANCIA EN CONSTANTINOPLA. BONNEVAL.  venís a e sta ciudad
ciu dad ?
MI REGRESO A CORFU. LA SEÑORA F. N o, señor.
señor. Ya estuve una
una vez.
EL FALSO PRÍNCIPE. MI HUIDA DF. CORFÚ. MIS LOCURAS ¿No fue el año pasado?
EN LA ISLA DE CASOPO. ME DEJO LLEVAR A LOS CALABOZOS Precisamente.
DE CORFÚ. MI PRONTA LIBERACIÓN Y MIS TRIUNFOS. Pero ¿no ibais vestido de militar?
MIS ÉXITOS CON LA SEÑORA F. También eso es cierto; mas vuestra curiosidad me parece
algo indiscreta.
En una sirvienta, la estupidez es mucho más peligrosa que la Debéis perdonármela, señor, puesto que es hija de mi agra-
maldad, y más perjudicial para el amo, pues si está en su derecho decimiento. Sois el hombre con el que tengo las mayores obli-
cuando castiga a una malvada, no lo tiene para castigar a una es- gaciones de gratitud, y debo creer que Dios os ha enviado por
túpida; debe despedirla y aprender la lección. Mi criada ha uti- segunda vez a esta ciudad para hacerme contraer con vos otras
lizado tres cuadernos, que contenían detalladamente cuanto voy todavía mayores.
a escribir en líneas generales en éste, para cubrir las necesidades ¿Qué hice pues por vos, y qué puedo hacer? No consigo
de papel que tuvo en sus tareas
tareas domésticas. Para disculp arse me adivinar nada.
dijo que, como los papeles estaban usados y garrapateados, con Tened la bondad de almorzar conmigo en mi casa. Tenéis
borrones incluso, pensó que eran más adecuados para sus faenas abierta mi puerta. Venid a probar mi precioso refosco, y, tras un
que los limpios y blancos que había sobre mi mesa. De haberlo breve relato, os convenceré de que sois mi verdadero bienhe-
pensado bien, no me hubiera enfurecido; pero el primer efecto chor, y que en buen derecho puedo esperar que habéis vuelto
de la cólera es precisamente privar a la mente de la facultad de aquí sólo para renovar vuestros beneficios.
pensar. Tengo de bueno que la cólera me dura muy poco; irasci Como no podía creer que aquel individuo estuviera loco,
essem.'  Después de perder mi tiempo
celerem tamen ut placabilis essem.'  tiempo imaginé
imaginé que quería inducirme a comprarle su refosco, y me dejé
gritándole insultos
insultos cuya fuerza no comprendió, refutó todos mis llevar a su casa. Subimos al primer piso y entramos en un cuarto,
argumentos respondiendo con el silencio. Tomé la decisión de donde me deja para ir a encargar el buen almuerzo que me había
escribir, de nuevo y de mal humor, y por lo tanto muy mal, lo prometido. Viendo todos los avíos de cirujano, imagino que lo
que debía haber escrito bastante bien de haber estado de buen es, y cuando lo veo reaparecer se lo digo.
humor; mas mi lector puede consolarse, pues, como los mecá- Sí, mi capitán me responde, soy cirujano. Hace veinte
nicos, ganará en tiempo lo que pierda en intensidad. años que estoy en esta ciudad, donde vivía en la miseria, pues
 A sí pue s, cua ndo des emba
em barqu
rqu é en O rsa ra mien tras c argab an sólo recurrían a mi oficio para sangrar, aplicar ventosas, curar
de lastre la cala de nuestro barco, cuya excesiva ligereza volvía alguna desolladura o devolver a su sitio algún pie dislocado. Lo
más difícil el equilibrio que la navegación requiere, vi a un in- que ganaba no me bastaba para vivir; pero desde el año pasado
dividuo de buen aspecto que se detuvo a mirarme con mucha puedo decir que he cambiado de condición; he ganado mucho
atención. Seguro de que no podía ser un acreedor, pensé que le dinero, y lo he puesto a producir, y es a vos, Dios os bendiga, a
quien debo mi fortuna.
i. «Me irritaba rápidamente,
rápidamente, pero me calmaba igual», Horacio, ¿ Y cómo eses eso?
eso?
Epístolas, I, 20, 25. Ésta es la breve historia: dejasteis un recuerdo amoroso al

334
334 335

ama de llaves de don Gerolamo, quien se lo dio a un amigo, pidió al sacerdote titularme de ateo y sublevar contra mí a la
quien a su vez lo compartió con su mujer. Y esta mujer se lo dio mayor parte de la tripulación. Los vientos seguían siendo malos
a un libertino que lo prod igó con tal generosidad que, en menos al día siguiente, y el tercer día aquel loco furios o h izo creer a los
de un mes, encontré bajo mi magisterio medio centenar de pa- marineros que lo escuchaban que mientras yo estuviera en el
cientes, y más aún en los meses siguientes. Los curé a todos, ha- barco no se calmaría el mal tiempo. Uno de ellos vio llegado
ciéndome pagar bien, naturalmente.
naturalmente. Todavía me quedan algunos, el momento de ver cumplido el deseo del cura, sorprendiéndome
pero dentro de un mes no los tendré, porque la enfermedad se va por la espalda en el bordo del combés y dándome con un cable
extinguiendo. Al veros no he podido evitar alegrarme. He visto 1111
1111 golpe que necesariamente debía derribarme y echarme por la
en vos un pájaro de buen agüero. ¿Puedo esperar que os que- borda. Y así habría
habría ocurrido de no ser por el brazo de un ancla ancla
déis aquí unos cuantos días para renovar la enfermedad? que, enganchándose en mi ropa, me impidió caer al mar. Acu-
Después de reírme a gusto, lo vi entristecerse cuando le dije dieron en mi ayuda y me salvaron. Cuando un cabo me señaló
que me encontraba bien de salud. Me respondió que no podría al marinero asesino, cogí su bastón y empecé a zurrarle de lo
decir lo mismo a mi vuelta, porq ue el país al que iba estaba lleno lindo. Acudieron otros marineros con el cura, y, si los soldados
de mercancía averiada
averiada que nadie sabía
sabía extirpar com o él. M e rogó 110 me hubieran defendido, allí habría muerto. Apareció enton-
que recurriese a él y no creyera a los charlatanes que me pro- ces el capitán del navio con el señor Dolfin, y, después de haber
pondrían remedios. Le prometí todo lo que quiso, le di las gra- oído al cura, se vieron obligados a prometerles, si querían apa-
cias y volví a bordo. ciguar a la canalla, que me dejarían en tierra tan pronto como
El señor Dolfin se rió de buena gana cuando le conté la his- fuera posible; pero el cura exigió que le entregase un pergamino
toria. Al día siguiente nos hicimos a la mar, y cuatro días más que yo había comprado a un griego en Malamocco justo en el
tarde soportamos una dura tempestad nada más pasar Curzola. momento de embarcarme. Yo ya no me acordaba, pero era
Poco faltó para que esa tempestad me costara la vida; ocurrió lo cierto. Me eché a reír, y le di el pergamino al señor Dolfin, que
siguiente: se lo entregó al cura; éste, cantando victoria, mandó traer un
Un sacerdote esclavonio que servía de capellán en el barco, brasero y lo arrojó sobre los carbones ardientes. Antes de con-
muy ignorante, insolente y brutal, del que yo me burlaba cuanto cuanto  ver tirs e en c eniza,
eni za, el p ergam
erg am ino hiz o co nto rsion
rsi ones
es que duraro
du raro n
podía, se había convertido con toda razón en enemigo mío. En media hora, fenómeno que convenció a todos los marineros de
lo más violento de la tempestad
tempestad fue a situarse en el combés y con que el grimorio era infernal. La pretendida virtud de aquel per-
su breviario en la mano exorcizaba a los diablos que veía en las gamino consistía en enamorar a todas las mujeres de la persona
nubes, y que hacía ver a todos los marineros. Éstos, creyéndose que lo llevara. E spero que el lector tenga la bondad de creer que
perdidos, lloraban y en su desesperación descuidaban las ma  yo no p resta ba fe alguna
al guna a filt ros de n inguna especie,
espe cie, y que había
niobras necesarias para mantener alejado el barco de los csco comprado el pergamino a cambio de medio escudo sólo por pura
líos que se veían a derecha e izquierda. Viendo el peligro que diversión. Hay en toda Italia, y en la Grecia antigua y moderna,
corríamos y las nefastas secuelas que los exorcismos de aquel griegos, judíos y astrólogos que venden a los papanatas papeles
cura causaban en los m arineros, a los que llevaba a la desespera
desespera de virtudes prodigiosas. Entre otros, encantamientos para vol-
ción cuando, por el contrario, había que animar, creí impruden  vers e inv ulnera
uln erable
ble y saq uito s Henos de dro gas que contien
con tienen
en lo
temente que debía intervenir. Después de encaramarme en las que ellos llaman espíritus alocados.*  Tales mercancías no tienen
 jarc ias,
ias , incit é a los
l os marine
ma rine ros al trab ajo con stan te y a a rrostra
rro strarr
el peligro, diciéndoles que no había diablos y que el cura que se
ama de llaves de don Gerolamo, quien se lo dio a un amigo, pidió al sacerdote titularme de ateo y sublevar contra mí a la
quien a su vez lo compartió con su mujer. Y esta mujer se lo dio mayor parte de la tripulación. Los vientos seguían siendo malos
a un libertino que lo prod igó con tal generosidad que, en menos al día siguiente, y el tercer día aquel loco furios o h izo creer a los
de un mes, encontré bajo mi magisterio medio centenar de pa- marineros que lo escuchaban que mientras yo estuviera en el
cientes, y más aún en los meses siguientes. Los curé a todos, ha- barco no se calmaría el mal tiempo. Uno de ellos vio llegado
ciéndome pagar bien, naturalmente.
naturalmente. Todavía me quedan algunos, el momento de ver cumplido el deseo del cura, sorprendiéndome
pero dentro de un mes no los tendré, porque la enfermedad se va por la espalda en el bordo del combés y dándome con un cable
extinguiendo. Al veros no he podido evitar alegrarme. He visto 1111
1111 golpe que necesariamente debía derribarme y echarme por la
en vos un pájaro de buen agüero. ¿Puedo esperar que os que- borda. Y así habría
habría ocurrido de no ser por el brazo de un ancla ancla
déis aquí unos cuantos días para renovar la enfermedad? que, enganchándose en mi ropa, me impidió caer al mar. Acu-
Después de reírme a gusto, lo vi entristecerse cuando le dije dieron en mi ayuda y me salvaron. Cuando un cabo me señaló
que me encontraba bien de salud. Me respondió que no podría al marinero asesino, cogí su bastón y empecé a zurrarle de lo
decir lo mismo a mi vuelta, porq ue el país al que iba estaba lleno lindo. Acudieron otros marineros con el cura, y, si los soldados
de mercancía averiada
averiada que nadie sabía
sabía extirpar com o él. M e rogó 110 me hubieran defendido, allí habría muerto. Apareció enton-
que recurriese a él y no creyera a los charlatanes que me pro- ces el capitán del navio con el señor Dolfin, y, después de haber
pondrían remedios. Le prometí todo lo que quiso, le di las gra- oído al cura, se vieron obligados a prometerles, si querían apa-
cias y volví a bordo. ciguar a la canalla, que me dejarían en tierra tan pronto como
El señor Dolfin se rió de buena gana cuando le conté la his- fuera posible; pero el cura exigió que le entregase un pergamino
toria. Al día siguiente nos hicimos a la mar, y cuatro días más que yo había comprado a un griego en Malamocco justo en el
tarde soportamos una dura tempestad nada más pasar Curzola. momento de embarcarme. Yo ya no me acordaba, pero era
Poco faltó para que esa tempestad me costara la vida; ocurrió lo cierto. Me eché a reír, y le di el pergamino al señor Dolfin, que
siguiente: se lo entregó al cura; éste, cantando victoria, mandó traer un
Un sacerdote esclavonio que servía de capellán en el barco, brasero y lo arrojó sobre los carbones ardientes. Antes de con-
muy ignorante, insolente y brutal, del que yo me burlaba cuanto cuanto  ver tirs e en c eniza,
eni za, el p ergam
erg am ino hiz o co nto rsion
rsi ones
es que duraro
du raro n
podía, se había convertido con toda razón en enemigo mío. En media hora, fenómeno que convenció a todos los marineros de
lo más violento de la tempestad
tempestad fue a situarse en el combés y con que el grimorio era infernal. La pretendida virtud de aquel per-
su breviario en la mano exorcizaba a los diablos que veía en las gamino consistía en enamorar a todas las mujeres de la persona
nubes, y que hacía ver a todos los marineros. Éstos, creyéndose que lo llevara. E spero que el lector tenga la bondad de creer que
perdidos, lloraban y en su desesperación descuidaban las ma  yo no p resta ba fe alguna
al guna a filt ros de n inguna especie,
espe cie, y que había
niobras necesarias para mantener alejado el barco de los csco comprado el pergamino a cambio de medio escudo sólo por pura
líos que se veían a derecha e izquierda. Viendo el peligro que diversión. Hay en toda Italia, y en la Grecia antigua y moderna,
corríamos y las nefastas secuelas que los exorcismos de aquel griegos, judíos y astrólogos que venden a los papanatas papeles
cura causaban en los m arineros, a los que llevaba a la desespera
desespera de virtudes prodigiosas. Entre otros, encantamientos para vol-
ción cuando, por el contrario, había que animar, creí impruden  vers e inv ulnera
uln erable
ble y saq uito s Henos de dro gas que contien
con tienen
en lo
temente que debía intervenir. Después de encaramarme en las que ellos llaman espíritus alocados.*  Tales mercancías no tienen
 jarc ias,
ias , incit é a los
l os marine
ma rine ros al trab ajo con stan te y a a rrostra
rro strarr
el peligro, diciéndoles que no había diablos y que el cura que se 2. En la
la química de la época, la parte más volátil
voláti l de los cuerpos
los mostraba estaba loco; pero la fuerza de mis arengas no im sometidos a destilación.

336
336

curso alguno ni en Alemania, ni en Francia, ni en Inglaterra, ni después de haber perdido todo mi dinero e incluso mis efectos
en todos los países nórdicos; pero, a manera de compensación, personales. La única satisfacción necia que tenía era oírme llamar
estos países caen en otra especie de engaño de un calibre mucho l>nc
l>ncnn juga do r   por el banquero mismo cada vez que perdía una
mayor. Siguen trabajando para encontrar la piedra filosofal, y baza decisiva.
nunca dejan de creer en ella. En esta desoladora situación creí resucitar cuando los caño-
El mal tiempo cesó precisamente durante la media hora que nazos anunciaron la llegada del baile. Venía en el Europa,  navio
emplearon en quemar mi pergamino, y luego los conjurados ya de guerra armado con setenta y dos cañones que sólo había tar-
no pensaron en deshacerse de mi persona. Tras ocho días de na- dado ocho días en llegar desde Venecia. Nada más echar el ancla,
 vegació
 veg ació n mu y tran quila
qu ila llegamo
lleg amo s a C o rfú
rf ú , d on de , tra s habe
h abe r en - izó el pabellón de capitán general de las fuerzas marítimas de la
contrado un excelente alojamiento, llevé mis cartas a S. E. el República, y el provisor general de Corfú mandó arriar el suyo.
provisor general,’ y luego a todos los jefes de mar4a los los que es- La República de Venecia no tiene en el mar un cargo superior al
taba recomendado. Después de haber presentado mis respetos a del baile de la Puerta otomana. El caballero Venier traía un sé-
mi coronel y a todos los oficiales de mi regimiento, sólo pensé quito muy distinguido. El conde Annibale G ambera y el conde
en divertirme hasta la llegada del caballero Venier, que debía ir Cario Zenobio, ambos nobles venecianos, y el marqués de Ar
a Constantinopla y llevarme consigo. Llegó hacia mediados de chetti, noble brcsciano, lo acompañaban hasta Constantinopla
 jun io, y mien tras lo esp eraba,
era ba, co mo me habíahab ía ded ica do a juga r para satisfacer su curiosidad. Durante los ocho días que pasa-
a la baceta,’ perdí todo mi dinero y vendí o empeñé todas mis ron en Corfú , todos los jefes de mar homenajearon
homenajearon uno tras otro
 jo yas.
ya s. Tal es el des tino de todo
to do hom bre afi cio na do a los juegosjue gos al baile y a su comitiva con grandes cenas y bailes. Cuando me
de azar, a menos que sean capaces de conquistar a la fortuna ju- presenté a Su Excelencia, me dijo que ya había hablado con el
gando con una ventaja real que depende del cálculo o de la cien- señor provisor general, que me concedía un permiso de seis
cia. Un jugador inteligente puede hacer ambas cosas sin ser meses para acompañarlo a Constantinopla en calidad de ayu-
dante.7Tras haber recibido este permiso, subí a bordo con mi
tachado de bribón.
Dura nte el mes que pasé en C or fú 6 antes de la la llegada
llegada del escaso equipaje. Al día siguiente el navio levó anclas, y el señor
baile, no me preocupé en absoluto por examinar el país ni en lo baile subió a bordo en el falucho del provisor general. Nos hici-
físico ni en lo moral. Ex cepto los días que debía montar guardia, mos a la vela y seis días más tarde, siempre con el mismo viento,
 viv ía en el café
ca fé ob ses ion ado
ad o po r la banc a del far aó n, y suc um - llegamos ante Cerigo,* donde fondeamos para enviar a tierra a
biendo, naturalmente, a la desgracia que me empeñaba en des- cierto número de marineros para hacer aguada. La curiosidad de
afiar. Nunca volví a mi alojamiento con el consuelo de haber  ver C er ig o, la anti gua Cite
Ci tere
reaa segú n dic en, me hiz o cae r en la
ganado, y nunca tuve fuerzas para levantarme de la mesa sino tentación de pedir permiso para bajar a tierra. Más me hubiera
 valido
 val ido que darme
dar me a bo rdo , porq
po rque
ue hice un mal c ono cim ient o. Me
3. El pro wed ito re general di Mar, comandante en jefe de la flota en acompañaba un capitán que mandaba la guarnición del barco.
tiempo de paz. En ese momento lo era Danicle Dolfin (agosto de 1744 Dos hombres de mala catadura y mal vestidos se nos acercan
octubre de 1745), lo cual reafirma la hipótesis de que el viaje de Casa
nova a Constantinopla tuvo lugar en 1745 y no en 1744.  y nos piden
pide n limo sna. Les
Le s p regun
reg unto
to quiénes
quié nes son,
son , y el que
qu e tenía
te nía un
4. Capo di mar  (plural,
 (plural, capí di mare): título de los oficiales supe aire más despierto que el otro me habla así:
riores de la flota. 7. En calidad de venluriero («voluntario»), con las funciones de
 j. Juego de cartas parecido al faraón, que se jugaba entre un han han
oficial subalterno, sin grado de oficial.
quero y cuatro jugadores.
8. Esta visita de Casanova a Cerigo
Cer igo debió de producirse
producirs e durante
durante su
su
curso alguno ni en Alemania, ni en Francia, ni en Inglaterra, ni después de haber perdido todo mi dinero e incluso mis efectos
en todos los países nórdicos; pero, a manera de compensación, personales. La única satisfacción necia que tenía era oírme llamar
estos países caen en otra especie de engaño de un calibre mucho l>nc
l>ncnn juga do r   por el banquero mismo cada vez que perdía una
mayor. Siguen trabajando para encontrar la piedra filosofal, y baza decisiva.
nunca dejan de creer en ella. En esta desoladora situación creí resucitar cuando los caño-
El mal tiempo cesó precisamente durante la media hora que nazos anunciaron la llegada del baile. Venía en el Europa,  navio
emplearon en quemar mi pergamino, y luego los conjurados ya de guerra armado con setenta y dos cañones que sólo había tar-
no pensaron en deshacerse de mi persona. Tras ocho días de na- dado ocho días en llegar desde Venecia. Nada más echar el ancla,
 vegació
 veg ació n mu y tran quila
qu ila llegamo
lleg amo s a C o rfú
rf ú , d on de , tra s habe
h abe r en - izó el pabellón de capitán general de las fuerzas marítimas de la
contrado un excelente alojamiento, llevé mis cartas a S. E. el República, y el provisor general de Corfú mandó arriar el suyo.
provisor general,’ y luego a todos los jefes de mar4a los los que es- La República de Venecia no tiene en el mar un cargo superior al
taba recomendado. Después de haber presentado mis respetos a del baile de la Puerta otomana. El caballero Venier traía un sé-
mi coronel y a todos los oficiales de mi regimiento, sólo pensé quito muy distinguido. El conde Annibale G ambera y el conde
en divertirme hasta la llegada del caballero Venier, que debía ir Cario Zenobio, ambos nobles venecianos, y el marqués de Ar
a Constantinopla y llevarme consigo. Llegó hacia mediados de chetti, noble brcsciano, lo acompañaban hasta Constantinopla
 jun io, y mien tras lo esp eraba,
era ba, co mo me habíahab ía ded ica do a juga r para satisfacer su curiosidad. Durante los ocho días que pasa-
a la baceta,’ perdí todo mi dinero y vendí o empeñé todas mis ron en Corfú , todos los jefes de mar homenajearon
homenajearon uno tras otro
 jo yas.
ya s. Tal es el des tino de todo
to do hom bre afi cio na do a los juegosjue gos al baile y a su comitiva con grandes cenas y bailes. Cuando me
de azar, a menos que sean capaces de conquistar a la fortuna ju- presenté a Su Excelencia, me dijo que ya había hablado con el
gando con una ventaja real que depende del cálculo o de la cien- señor provisor general, que me concedía un permiso de seis
cia. Un jugador inteligente puede hacer ambas cosas sin ser meses para acompañarlo a Constantinopla en calidad de ayu-
dante.7Tras haber recibido este permiso, subí a bordo con mi
tachado de bribón.
Dura nte el mes que pasé en C or fú 6 antes de la la llegada
llegada del escaso equipaje. Al día siguiente el navio levó anclas, y el señor
baile, no me preocupé en absoluto por examinar el país ni en lo baile subió a bordo en el falucho del provisor general. Nos hici-
físico ni en lo moral. Ex cepto los días que debía montar guardia, mos a la vela y seis días más tarde, siempre con el mismo viento,
 viv ía en el café
ca fé ob ses ion ado
ad o po r la banc a del far aó n, y suc um - llegamos ante Cerigo,* donde fondeamos para enviar a tierra a
biendo, naturalmente, a la desgracia que me empeñaba en des- cierto número de marineros para hacer aguada. La curiosidad de
afiar. Nunca volví a mi alojamiento con el consuelo de haber  ver C er ig o, la anti gua Cite
Ci tere
reaa segú n dic en, me hiz o cae r en la
ganado, y nunca tuve fuerzas para levantarme de la mesa sino tentación de pedir permiso para bajar a tierra. Más me hubiera
 valido
 val ido que darme
dar me a bo rdo , porq
po rque
ue hice un mal c ono cim ient o. Me
3. El pro wed ito re general di Mar, comandante en jefe de la flota en acompañaba un capitán que mandaba la guarnición del barco.
tiempo de paz. En ese momento lo era Danicle Dolfin (agosto de 1744 Dos hombres de mala catadura y mal vestidos se nos acercan
octubre de 1745), lo cual reafirma la hipótesis de que el viaje de Casa
nova a Constantinopla tuvo lugar en 1745 y no en 1744.  y nos piden
pide n limo sna. Les
Le s p regun
reg unto
to quiénes
quié nes son,
son , y el que
qu e tenía
te nía un
4. Capo di mar  (plural,
 (plural, capí di mare): título de los oficiales supe aire más despierto que el otro me habla así:
riores de la flota. 7. En calidad de venluriero («voluntario»), con las funciones de
 j. Juego de cartas parecido al faraón, que se jugaba entre un han han
oficial subalterno, sin grado de oficial.
quero y cuatro jugadores.
6. Fueron más
más los meses que Casanova
Casa nova pasó en Corfú
Co rfú antes de se 8. Esta visita de Casanova a Cerigo
Cer igo debió de producirse
producirs e durante
durante su
su
primer viaje a Constantinopla, en 1741.
guir viaje con el baile Venier el 1 de julio de 1745.

3}8

Estamos condenados a vivir, y acaso a morir, en esta isla por estupidez tan grave. El poeta había escrito que el imperio ro-
el despotismo
despotismo del Co nsejo de los D iez, junto con treinta
treinta o cua- mano se encaminaría a su fin cuando a un sucesor de Augusto1’
renta desgraciados más; y todos nacimos súbditos de la Repú- se le
le ocurriera trasladar su sede al lugar donde había nacido. L a
blica. Nuestro presunto delito, que no puede serlo en ninguna Tróade no está muy lejos de Tracia.
parte, es la costumbre que teníamos de vivir en compañía de Llegamos a Pera, al Palacio de Venecia, hacia mediados de
nuestras amantes, y de no tener celos de aquellos amigos nuestros Itilio.'6 En ese momento la peste no circulaba p or la gran gran ciu-
que, encontrándolas guapas, conseguían con nuestro consenti- dad, cosa muy rara. Todo s fuimo s alojados de manera excelente,
miento el goce de sus encantos. Dado que no éramos ricos, no pero el excesivo calor decidió a los bailes17 a ir, para gozar del
teníamos el menor escrúpulo en aprovecharlo. Nuestro comer- fresco, a una casa de campo que el baile Dona’8tenía alquilada
cio fue tachado de ilegítimo y nos enviaron aquí, donde nos dan en Bujuk D éré."’ La primera
primera orden que recibí fue no atreverme
atreverme
diez sueldos dia rios en moneda larga.1'
larga.1' No s llaman mangiamar- .»salir sin habérselo comunicado al baile ni sin la compañía de un
roni,'° y estamos p eor que los galeotes, porque el tedio nos aflige  jen íza ro. 10 La seguí
seg uí al pie de la letra. En esa épo ca los rusos
rus os se-
 y el ham bre nos dev ora.
or a. Yo so y An to nio
ni o Po cc hi n i," nob le de guían sin domeñar la impertinencia del pueblo turco.11 Me ase-
Padua, y mi madre es de la ilustre casa de los Camposampiero. guran
guran que ahora todos los extranjeros pueden ir a donde quieran
Les dimos limosna, luego recorrimos la isla y, después de vi- sin el menor temor.
sitar la fortaleza, regresamos a bordo. Volveremos a hablar del Dos días después de mi llegada me hice llevar a casa de Os
tal Pocchini dentro de quince o dieciséis años. mán, pachá de Caramania: así se hacía llamar el conde de Bon
Los vientos, siempre favorables, nos llevaron a los Dardane
r.icio: *Sed bellicosis fata Quiritibus / bac le ge dico, ríe nimium pii / re
los11 en ocho o diez días; luego los barcos turcos vinieron a re-
busque reparare Troix. // Troue renascens
busque fidentes a vitx / tecta velint reparare
cogernos para transportarnos a Constantinopla. La vista de esta alite lugubri / fortuna tristi clade iterabitur  /
 / ducente victrices catervas
ciudad, a una legua de distancia, es sorprendente. No hay en nin- / conjuge me Jovis et sorore». («Pero los destinos que anuncio a los be-
guna parte del mundo espectáculo tan bello. Esa magnífica vista licosos Quintes / a condición de que, animados por un celo demasiado
fue la causa del fin del imperio romano y del comienzo del piadoso / y una excesiva confianza en ellos mismos, / no tengan el deseo
griego. Cuando Constantino el Grande1’ llegó a Constantino- de levantar de nuevo los muros de su antigua Troya. // Troya, rena-
ciendo bajo funestos auspicios / conocerá bajo los golpes del destino un
pla por mar, seducido por la vista de Bizancio exclamó: «Ésta es mismo
mismo oscuro desastre. / Y quien ha de conducir las falanges
falanges vict orio-
la sede
sede del imperio de todo el mundo», y para hacer infalible su sas, / soy yo, mujer y hermana de Júpiter.»)
profecía abandonó Roma para establecerse allí. Si hubiera leído, 15. Sobrenombre de Cayo Octavio (63 a.C.i4 d.C.), primer em-
o creído, la profecía de Horacio,14 nunca habría cometido una perador romano.
16. Venier presentó sus credenciales el 31 de agosto de 1745.
9. Moneda colonial, sin apenas valor en el curso ordinario.
ordinario . 17. Para dejar su cargo, los embajadores venecianos debían esperar
10. Textualmente,
Textualmente, «comecastañas»,
«comecastañas», y por extensión, «imbécil,
«imbécil, ¡dio .1 que sus sucesores fueran presentados y se instalasen.
ta, bobo*. 18. Giovanni Dona, baile desde agosto de 1742 hasta octubre de
11. Antonio Pocchini, condenado a cuatro años de deportación en 1745; pero no fue él, sino Antonio Dona (de octubre de 1754 a no-
1741, se evadió de Cerigo en 1743. Detenido de nuevo, fue deportado  viembre
 viembre de 1757), quien volvió a Constantinopla en 1754.
sin que se sepa adonde. Reaparece varias veces en estas  Memorias. 19. Población cercana a Constantinopla,
Constantin opla, donde los embajadores pa-
12. Según los despachos de Venier, la embarcación, que se hizo a l.i  yaban
 yaban parte
parte del año.
mar elel 1 de julio, llegó a los Dardanclos el 23 de agosto. 20. Guardia del cuerpo del sultán y de la nobleza. Sirvieron como
13. Constantino I, emperador romano desde el año 306 hasta 377, soldados de la infantería turca hasta 1826.
trasladó la capital
capital del Imp erio a Bizancio (Constantinopla). 21. Alusión a la Paz de Jassy, que en 1792 puso fin a la guerra entre
Estamos condenados a vivir, y acaso a morir, en esta isla por estupidez tan grave. El poeta había escrito que el imperio ro-
el despotismo
despotismo del Co nsejo de los D iez, junto con treinta
treinta o cua- mano se encaminaría a su fin cuando a un sucesor de Augusto1’
renta desgraciados más; y todos nacimos súbditos de la Repú- se le
le ocurriera trasladar su sede al lugar donde había nacido. L a
blica. Nuestro presunto delito, que no puede serlo en ninguna Tróade no está muy lejos de Tracia.
parte, es la costumbre que teníamos de vivir en compañía de Llegamos a Pera, al Palacio de Venecia, hacia mediados de
nuestras amantes, y de no tener celos de aquellos amigos nuestros Itilio.'6 En ese momento la peste no circulaba p or la gran gran ciu-
que, encontrándolas guapas, conseguían con nuestro consenti- dad, cosa muy rara. Todo s fuimo s alojados de manera excelente,
miento el goce de sus encantos. Dado que no éramos ricos, no pero el excesivo calor decidió a los bailes17 a ir, para gozar del
teníamos el menor escrúpulo en aprovecharlo. Nuestro comer- fresco, a una casa de campo que el baile Dona’8tenía alquilada
cio fue tachado de ilegítimo y nos enviaron aquí, donde nos dan en Bujuk D éré."’ La primera
primera orden que recibí fue no atreverme
atreverme
diez sueldos dia rios en moneda larga.1'
larga.1' No s llaman mangiamar- .»salir sin habérselo comunicado al baile ni sin la compañía de un
roni,'° y estamos p eor que los galeotes, porque el tedio nos aflige  jen íza ro. 10 La seguí
seg uí al pie de la letra. En esa épo ca los rusos
rus os se-
 y el ham bre nos dev ora.
or a. Yo so y An to nio
ni o Po cc hi n i," nob le de guían sin domeñar la impertinencia del pueblo turco.11 Me ase-
Padua, y mi madre es de la ilustre casa de los Camposampiero. guran
guran que ahora todos los extranjeros pueden ir a donde quieran
Les dimos limosna, luego recorrimos la isla y, después de vi- sin el menor temor.
sitar la fortaleza, regresamos a bordo. Volveremos a hablar del Dos días después de mi llegada me hice llevar a casa de Os
tal Pocchini dentro de quince o dieciséis años. mán, pachá de Caramania: así se hacía llamar el conde de Bon
Los vientos, siempre favorables, nos llevaron a los Dardane
r.icio: *Sed bellicosis fata Quiritibus / bac le ge dico, ríe nimium pii / re
los11 en ocho o diez días; luego los barcos turcos vinieron a re-
busque reparare Troix. // Troue renascens
busque fidentes a vitx / tecta velint reparare
cogernos para transportarnos a Constantinopla. La vista de esta alite lugubri / fortuna tristi clade iterabitur  /
 / ducente victrices catervas
ciudad, a una legua de distancia, es sorprendente. No hay en nin- / conjuge me Jovis et sorore». («Pero los destinos que anuncio a los be-
guna parte del mundo espectáculo tan bello. Esa magnífica vista licosos Quintes / a condición de que, animados por un celo demasiado
fue la causa del fin del imperio romano y del comienzo del piadoso / y una excesiva confianza en ellos mismos, / no tengan el deseo
griego. Cuando Constantino el Grande1’ llegó a Constantino- de levantar de nuevo los muros de su antigua Troya. // Troya, rena-
ciendo bajo funestos auspicios / conocerá bajo los golpes del destino un
pla por mar, seducido por la vista de Bizancio exclamó: «Ésta es mismo
mismo oscuro desastre. / Y quien ha de conducir las falanges
falanges vict orio-
la sede
sede del imperio de todo el mundo», y para hacer infalible su sas, / soy yo, mujer y hermana de Júpiter.»)
profecía abandonó Roma para establecerse allí. Si hubiera leído, 15. Sobrenombre de Cayo Octavio (63 a.C.i4 d.C.), primer em-
o creído, la profecía de Horacio,14 nunca habría cometido una perador romano.
16. Venier presentó sus credenciales el 31 de agosto de 1745.
9. Moneda colonial, sin apenas valor en el curso ordinario.
ordinario . 17. Para dejar su cargo, los embajadores venecianos debían esperar
10. Textualmente,
Textualmente, «comecastañas»,
«comecastañas», y por extensión, «imbécil,
«imbécil, ¡dio .1 que sus sucesores fueran presentados y se instalasen.
ta, bobo*. 18. Giovanni Dona, baile desde agosto de 1742 hasta octubre de
11. Antonio Pocchini, condenado a cuatro años de deportación en 1745; pero no fue él, sino Antonio Dona (de octubre de 1754 a no-
1741, se evadió de Cerigo en 1743. Detenido de nuevo, fue deportado  viembre
 viembre de 1757), quien volvió a Constantinopla en 1754.
sin que se sepa adonde. Reaparece varias veces en estas  Memorias. 19. Población cercana a Constantinopla,
Constantin opla, donde los embajadores pa-
12. Según los despachos de Venier, la embarcación, que se hizo a l.i  yaban
 yaban parte
parte del año.
mar elel 1 de julio, llegó a los Dardanclos el 23 de agosto. 20. Guardia del cuerpo del sultán y de la nobleza. Sirvieron como
13. Constantino I, emperador romano desde el año 306 hasta 377, soldados de la infantería turca hasta 1826.
trasladó la capital
capital del Imp erio a Bizancio (Constantinopla). 21. Alusión a la Paz de Jassy, que en 1792 puso fin a la guerra entre
14. Alusión a la profecía
profecí a de Juno,
Jun o, según Odas (III, 3, 5664) de I lo rusos y turcos iniciada en 1787.

340 34'

neval después de su apostasía.“ Tras haberle hecho llegar mi se veían cortinas; detrás de las cortinas debían de encontrarse
carta, fui introd ucido en una estancia de la planta baja amuebla- los libros.
da a la francesa, donde vi a un señor mayor y gordo, totalmente Pero me reí mucho con el gordo pachá cuando, en lugar de
 ves tido
tid o a la fran cesa,
ces a, levanta
lev anta rse y pregun
pre gun tarm e con aire risu eño libros, vi b otellas llenas de toda clase de vinos tras abrir aquellas
qué podía hacer él en Constantinopla por el recomendado de un hornacinas que tenía cerradas con llave.
cardenal de una Iglesia a la que ya no podía llamar su madre. Es mi biblioteca y mi harén me dijo, pues, como soy
Por toda respuesta le conté el episodio que, en mi desesperación,  vie jo, las mu jere s me acortac ort arían
arí an la vid a, mie ntra s que el buen
bue n
me hizo pedir al cardenal una carta de recomendación para Cons-  vino
 vin o s ólo
ól o p ued e co nse rvárm
rvá rmela
ela o, cua ndo menos,
men os, hacérmel
hacé rmelaa más
tantinopla, y añadí que, una vez conseguida, me creí obligado, agradable.
por superstición, a llevársela. Imagino que Vuestra Excelencia ha obtenido una dispensa
D e modo que, de no no ser por esa carta
carta me respondió, nun- del muftí.,}
ca se os hubiera ocurrido venir aquí, donde no me necesitáis para O s equiv ocáis, pues el papa de los turcos está está muy lejos de
nada. tener el poder que tiene el vuestro. En ningún caso puede per-
Sí, para nada; pero me creo, sin embargo, muy afortunado mitir una cosa prohibida por el Corán; pero eso no impide que
por haberme procurado por este medio el honor de conocer en cada cual sea dueño de condenarse, si eso le divierte. Los turcos
 Vue stra Exce
Ex celen
len cia a un hom bre del que tod a Eu ro pa ha h abla- ab la- devotos compadecen a los libertinos, pero no los persiguen.
do, habla y hablará por mucho tiempo.  Aq uí no hay Inq uis ició n. Lo s q ue no cum ple n los pre cep tos de
Después de haber hecho algunas consideraciones sobre la la religión,
religión, ya serán bastante desgraciados en la otra vida sin ne-
suerte de unun joven com o yo , que, sin ningún cuidado, y sin tener tener cesidad de infligirles un castigo también en este mundo, eso
ningún designio ni intención, se abandonaba en los brazos de la dicen. La única dispensa que pedí, y que obtuve sin la menor di-
Fortuna sin temer ni esperar nada, me dijo que, como la carta del ficultad, fue esa que vosotros llamáis circuncisión, aunque pro-
cardenal Acquaviva lo obligaba a hacer algo por mí, quería pre piamente no se la pueda llamar circuncisión. A mi edad habría
sentarme a tres o cuatro amigos turcos que valía la pena conocer. conocer. sido peligrosa. Es una ceremonia que se observa por regla gene-
Me invitó a comer todos los jueves, prometiéndome que envia ral; pero no es de precepto.
ría a recogerme a un jenízaro que me protegería de las impertí En las dos horas que pasé con él me pidió noticia de varios
ncncias de la chusma, y que me haría ver cuanto merecía ser visto.  vene cian os amigo
am igoss su yo s, y en pa rtic ula r de Ma rca nto nio DieDi e
Como la carta del cardenal me presentaba como hombre de do;2«le dije que seguían recordándolo y que sólo lamentaban su
letras, se levantó diciéndomc que quería enseñarme su biblio apostasía: me respondió que era turco como había sido cristiano, cristiano,
teca. Lo seguí, cruzando el jardín. Entramos en una estancia re  y que
q ue no s abía el Cor
C or án mejor
me jor de lo q ue había
hab ía co no cid o el Ev an -
 vest ida de a rma rios con rejil las: detrá s de esas rejil las de al ambre gelio.
Es to y seguro
seguro me dijo  de que moriré moriré tranquil
tranquilo,o, y mucho
mucho
22. Claudc Alexandrc, condc de Bonncval (167 517 47),47) , sirvió en el más feliz en ese momento que el príncipe Eugenio.1' Tuve que
ejército de Luis XIV y en 1706 pasó al servicio del príncipe Eugenio il«
 Austria. Un litigio con el virrey de los Países Bajos, el marqués de Prié,
Prié, 23. Jurisconsulto musulmán, guardián de la fe religiosa.
le costó el arresto y el confinamiento en la fortaleza de Spielberg (171\ 24. Probablemente el Marcantonio Dicdo nacido en 1717, miem-
1726). Privado de sus títulos, se trasladó a Venccia y tres años más tanli bro del Gran Consejo y embajador en Viena, que fue nombrado baile
a Turquía, donde abrazó la religión islámica (1730) y fue, con el noni en Constantinopla, adonde llegó en diciembre de 1751. También po-
bre de Ajmet, pachá de la Caramania y la Rumelia (Anatolia mcridio dría tratarse de otro Marcantonio Diedo nacido en 1650.
neval después de su apostasía.“ Tras haberle hecho llegar mi se veían cortinas; detrás de las cortinas debían de encontrarse
carta, fui introd ucido en una estancia de la planta baja amuebla- los libros.
da a la francesa, donde vi a un señor mayor y gordo, totalmente Pero me reí mucho con el gordo pachá cuando, en lugar de
 ves tido
tid o a la fran cesa,
ces a, levanta
lev anta rse y pregun
pre gun tarm e con aire risu eño libros, vi b otellas llenas de toda clase de vinos tras abrir aquellas
qué podía hacer él en Constantinopla por el recomendado de un hornacinas que tenía cerradas con llave.
cardenal de una Iglesia a la que ya no podía llamar su madre. Es mi biblioteca y mi harén me dijo, pues, como soy
Por toda respuesta le conté el episodio que, en mi desesperación,  vie jo, las mu jere s me acortac ort arían
arí an la vid a, mie ntra s que el buen
bue n
me hizo pedir al cardenal una carta de recomendación para Cons-  vino
 vin o s ólo
ól o p ued e co nse rvárm
rvá rmela
ela o, cua ndo menos,
men os, hacérmel
hacé rmelaa más
tantinopla, y añadí que, una vez conseguida, me creí obligado, agradable.
por superstición, a llevársela. Imagino que Vuestra Excelencia ha obtenido una dispensa
D e modo que, de no no ser por esa carta
carta me respondió, nun- del muftí.,}
ca se os hubiera ocurrido venir aquí, donde no me necesitáis para O s equiv ocáis, pues el papa de los turcos está está muy lejos de
nada. tener el poder que tiene el vuestro. En ningún caso puede per-
Sí, para nada; pero me creo, sin embargo, muy afortunado mitir una cosa prohibida por el Corán; pero eso no impide que
por haberme procurado por este medio el honor de conocer en cada cual sea dueño de condenarse, si eso le divierte. Los turcos
 Vue stra Exce
Ex celen
len cia a un hom bre del que tod a Eu ro pa ha h abla- ab la- devotos compadecen a los libertinos, pero no los persiguen.
do, habla y hablará por mucho tiempo.  Aq uí no hay Inq uis ició n. Lo s q ue no cum ple n los pre cep tos de
Después de haber hecho algunas consideraciones sobre la la religión,
religión, ya serán bastante desgraciados en la otra vida sin ne-
suerte de unun joven com o yo , que, sin ningún cuidado, y sin tener tener cesidad de infligirles un castigo también en este mundo, eso
ningún designio ni intención, se abandonaba en los brazos de la dicen. La única dispensa que pedí, y que obtuve sin la menor di-
Fortuna sin temer ni esperar nada, me dijo que, como la carta del ficultad, fue esa que vosotros llamáis circuncisión, aunque pro-
cardenal Acquaviva lo obligaba a hacer algo por mí, quería pre piamente no se la pueda llamar circuncisión. A mi edad habría
sentarme a tres o cuatro amigos turcos que valía la pena conocer. conocer. sido peligrosa. Es una ceremonia que se observa por regla gene-
Me invitó a comer todos los jueves, prometiéndome que envia ral; pero no es de precepto.
ría a recogerme a un jenízaro que me protegería de las impertí En las dos horas que pasé con él me pidió noticia de varios
ncncias de la chusma, y que me haría ver cuanto merecía ser visto.  vene cian os amigo
am igoss su yo s, y en pa rtic ula r de Ma rca nto nio DieDi e
Como la carta del cardenal me presentaba como hombre de do;2«le dije que seguían recordándolo y que sólo lamentaban su
letras, se levantó diciéndomc que quería enseñarme su biblio apostasía: me respondió que era turco como había sido cristiano, cristiano,
teca. Lo seguí, cruzando el jardín. Entramos en una estancia re  y que
q ue no s abía el Cor
C or án mejor
me jor de lo q ue había
hab ía co no cid o el Ev an -
 vest ida de a rma rios con rejil las: detrá s de esas rejil las de al ambre gelio.
Es to y seguro
seguro me dijo  de que moriré moriré tranquil
tranquilo,o, y mucho
mucho
22. Claudc Alexandrc, condc de Bonncval (167 517 47),47) , sirvió en el más feliz en ese momento que el príncipe Eugenio.1' Tuve que
ejército de Luis XIV y en 1706 pasó al servicio del príncipe Eugenio il«
 Austria. Un litigio con el virrey de los Países Bajos, el marqués de Prié,
Prié, 23. Jurisconsulto musulmán, guardián de la fe religiosa.
le costó el arresto y el confinamiento en la fortaleza de Spielberg (171\ 24. Probablemente el Marcantonio Dicdo nacido en 1717, miem-
1726). Privado de sus títulos, se trasladó a Venccia y tres años más tanli bro del Gran Consejo y embajador en Viena, que fue nombrado baile
a Turquía, donde abrazó la religión islámica (1730) y fue, con el noni en Constantinopla, adonde llegó en diciembre de 1751. También po-
bre de Ajmet, pachá de la Caramania y la Rumelia (Anatolia mcridio dría tratarse de otro Marcantonio Diedo nacido en 1650.
nal), además de notable consejero del Imperio otomano. 2{. El príncipe Eugenio murió en 1736 , exhausto y en malas
malas condi

34* 343
343

decir que Dios es Dios, y que Mahoma es su profeta. Lo dije, y Dos días después de esta primera entrevista era jueves, día
los turcos no se preocupan de saber si lo pensaba. Llevo además en el que había prometido enviarme el jenízaro, y no faltó a su
el turbante26igual que estoy obligado a llevar el uniforme de mi palabra. Llegó éste a las once y me llevó a casa del pachá, a quien
encontré vestido para la ocasión a la turca. No tardaron en
señor.
Me dijo que, como no sabía más oficio que el de la guerra, llegar sus invitados, y fuimos ocho los que nos sentamos a la
sólo se decidió a servir en calidad de lugarteniente general al mesa, todos dispuestos a pasar un rato divertido. La cena fue a
Gran Señor17   cuando se vio reducido a no tener de qué vivir. la francesa, tanto por lo que se refiere al ceremonial como a los
«Cuando dejé Vcnecia»,2® me dijo, «la sopa se había comido la platos; su mayordomo era francés, y su cocinero también era un
 vaj illa ;29si
;29si el p ue blo jud ío me hub
h ubiera
iera ofre
of recid
cid o el mando
man do d e cin
c in-- hombre renegado. No había dejado de presentarme a todos sus
cuenta mil hombres, habría ido a sitiar Jerusalén.» amigos, pero sólo me dio ocasión de hablar al final de la la comida.
Era un hombre apuesto, aunque demasiado metido en car- Se habló únicamente italiano, y observé que los turcos nunca
nes. A consecuencia de un sablazo llevaba sobre el vientre una abrieron la boca p ara decirse entre sí la menor palabra en su len-
faja con una placa de plata para retenerlo. Había estado exiliado gua. Cada uno tenía a su izquierda una botella que podía ser de
en Asia, aunque no por mucho tiempo porque, me dijo, las cá  vino
 vin o bla nco o d e hidro
hi dro mi el; ’0 no sé lo que era. Yo beb í, com o el
balas no son tan largas en Turquía como en Europa, y, sobre señor de Bonneval que estaba a mi derecha, un excelente bor
goña blanco.
todo, en la corte de Viena. Me dijo, cuando me despedía, que
desde que se había hecho turco nunca había pasado dos horas Me hicieron hablar de Venecia; pero mucho más de Roma, y
tan agradables como las que yo le había hecho pasar, y me rogó esto orientó la charla hacia la religión, aunque no hacia el dog-
que presentara sus respetos a los bailes. ma, sino sobre la disciplina y las ceremonias litúrgicas. Un ama-
El baile Giovanni Dona, que lo había tratado mucho en Ve ble turco, al que llamaban efendi’ ■porque había sido ministro de de
necia, me encargó manifestarle de su parte cosas muy agrada-  Asun
 As untos
tos Extra
Ex tra nje ros,
ro s, dijo
di jo que en Ro ma tenía un a mig o en el em-
em -
bles; y el caballero Venier mostró su malestar por no poder tener bajador de Venecia,’2c hizo su elogio. Yo me hice eco y dije que
el placer de conocerlo en persona. me había encargado una carta para un señor musulmán al que
también calificaba de amigo íntimo. Me preguntó su nombre, y,
como se me había olvidado, saqué de mi bolso la cartera donde
ciones mentales, como expresó Federico II, refiriéndose a la actuación llevaba la carta. Se sintió muy halagado cuando, al leer las señas,
del príncipe durante el sitio de Philipsburg.
26. El fez sustituyó al turbante para los funcionarios turcos en el pronuncié su nombre. Tras pedirme permiso, la leyó, luego besó
siglo XIX.
XIX. la firma y se levantó para darme un abrazo. La escena emocionó
27. El Padichah, título del sultán
sultán de Constantinopla;
Constantinopla; de 1730 a 1754 muchísimo al señor de Bonneval y a todos los comensales. El
lo fue Mahmud I. efendi, que se llamaba Ismail, rogó al pachá Osmán que me lle-
28. Tras ser liberado, Bonneval intentó entrar al servicio de Venecia;  vara a co m er a su casa
cas a un
u n día que
qu e qu edó
ed ó fija do .
pero, vigilado por los agentes
agentes austríacos de acuerdo con el gobierno de
Pero en aquella comida, que me agradó mucho, el turco que
la República, y considerado sospechoso por los Inquisidores que ha
bían decretado su envenenamiento, Bonneval huyó a Turquía; aquí, in
cluso, el baile Dolfin recibió la orden de eliminarlo. 30. Bebida alcohólica a base de miel diluida en agua y fermentada.
29. Giustiniana Wynne de Rosenberg, la Miss XCV de la Historia 31. Título honorífico de los funcionarios del Estado turco y de los
de mi vida , cuenta en sus memorias que su amigo Angelo Querini dijo
dignatarios de la religión musulmana.
sentándose a la mesa: «Caballeros, Bonneval pretendía que fue la sopa 32. Giovanni da I.ezze, con quien Casanova asegura haber viajado
de Venecia a Ancona en 1743. Fue embajador en Roma (17431747) y
decir que Dios es Dios, y que Mahoma es su profeta. Lo dije, y Dos días después de esta primera entrevista era jueves, día
los turcos no se preocupan de saber si lo pensaba. Llevo además en el que había prometido enviarme el jenízaro, y no faltó a su
el turbante26igual que estoy obligado a llevar el uniforme de mi palabra. Llegó éste a las once y me llevó a casa del pachá, a quien
encontré vestido para la ocasión a la turca. No tardaron en
señor.
Me dijo que, como no sabía más oficio que el de la guerra, llegar sus invitados, y fuimos ocho los que nos sentamos a la
sólo se decidió a servir en calidad de lugarteniente general al mesa, todos dispuestos a pasar un rato divertido. La cena fue a
Gran Señor17   cuando se vio reducido a no tener de qué vivir. la francesa, tanto por lo que se refiere al ceremonial como a los
«Cuando dejé Vcnecia»,2® me dijo, «la sopa se había comido la platos; su mayordomo era francés, y su cocinero también era un
 vaj illa ;29si
;29si el p ue blo jud ío me hub
h ubiera
iera ofre
of recid
cid o el mando
man do d e cin
c in-- hombre renegado. No había dejado de presentarme a todos sus
cuenta mil hombres, habría ido a sitiar Jerusalén.» amigos, pero sólo me dio ocasión de hablar al final de la la comida.
Era un hombre apuesto, aunque demasiado metido en car- Se habló únicamente italiano, y observé que los turcos nunca
nes. A consecuencia de un sablazo llevaba sobre el vientre una abrieron la boca p ara decirse entre sí la menor palabra en su len-
faja con una placa de plata para retenerlo. Había estado exiliado gua. Cada uno tenía a su izquierda una botella que podía ser de
en Asia, aunque no por mucho tiempo porque, me dijo, las cá  vino
 vin o bla nco o d e hidro
hi dro mi el; ’0 no sé lo que era. Yo beb í, com o el
balas no son tan largas en Turquía como en Europa, y, sobre señor de Bonneval que estaba a mi derecha, un excelente bor
goña blanco.
todo, en la corte de Viena. Me dijo, cuando me despedía, que
desde que se había hecho turco nunca había pasado dos horas Me hicieron hablar de Venecia; pero mucho más de Roma, y
tan agradables como las que yo le había hecho pasar, y me rogó esto orientó la charla hacia la religión, aunque no hacia el dog-
que presentara sus respetos a los bailes. ma, sino sobre la disciplina y las ceremonias litúrgicas. Un ama-
El baile Giovanni Dona, que lo había tratado mucho en Ve ble turco, al que llamaban efendi’ ■porque había sido ministro de de
necia, me encargó manifestarle de su parte cosas muy agrada-  Asun
 As untos
tos Extra
Ex tra nje ros,
ro s, dijo
di jo que en Ro ma tenía un a mig o en el em-
em -
bles; y el caballero Venier mostró su malestar por no poder tener bajador de Venecia,’2c hizo su elogio. Yo me hice eco y dije que
el placer de conocerlo en persona. me había encargado una carta para un señor musulmán al que
también calificaba de amigo íntimo. Me preguntó su nombre, y,
como se me había olvidado, saqué de mi bolso la cartera donde
ciones mentales, como expresó Federico II, refiriéndose a la actuación llevaba la carta. Se sintió muy halagado cuando, al leer las señas,
del príncipe durante el sitio de Philipsburg.
26. El fez sustituyó al turbante para los funcionarios turcos en el pronuncié su nombre. Tras pedirme permiso, la leyó, luego besó
siglo XIX.
XIX. la firma y se levantó para darme un abrazo. La escena emocionó
27. El Padichah, título del sultán
sultán de Constantinopla;
Constantinopla; de 1730 a 1754 muchísimo al señor de Bonneval y a todos los comensales. El
lo fue Mahmud I. efendi, que se llamaba Ismail, rogó al pachá Osmán que me lle-
28. Tras ser liberado, Bonneval intentó entrar al servicio de Venecia;  vara a co m er a su casa
cas a un
u n día que
qu e qu edó
ed ó fija do .
pero, vigilado por los agentes
agentes austríacos de acuerdo con el gobierno de
Pero en aquella comida, que me agradó mucho, el turco que
la República, y considerado sospechoso por los Inquisidores que ha
bían decretado su envenenamiento, Bonneval huyó a Turquía; aquí, in
cluso, el baile Dolfin recibió la orden de eliminarlo. 30. Bebida alcohólica a base de miel diluida en agua y fermentada.
29. Giustiniana Wynne de Rosenberg, la Miss XCV de la Historia 31. Título honorífico de los funcionarios del Estado turco y de los
de mi vida , cuenta en sus memorias que su amigo Angelo Querini dijo
dignatarios de la religión musulmana.
sentándose a la mesa: «Caballeros, Bonneval pretendía que fue la sopa 32. Giovanni da I.ezze, con quien Casanova asegura haber viajado
la que se comió el plato; para mí tengo que fue el plato el que se comió de Venecia a Ancona en 1743. Fue embajador en Roma (17431747) y
baile (17481751).
la sopa».

344 345

más me interesó
interesó no fue Ismail, sino un hombre muy apuesto que le agradaron
agradaron po rque se sintió lo bastante
bastante fuerte para destruirlas.
aparentaba sesenta años y que reunía en su noble fisonomía la (,>uizá tuviera necesidad de estimarme mucho para considerarme
sabiduría y la dulzura. Encontré sus rasgos dos años después5* digno de llegar a ser su discípulo, pues, con diecinueve años y
en la hermosa cabeza del señor de Bragadin, senador veneciano perdido en una religión falsa, resultaba imposible que yo pu-
del que hablaré a su debido tiempo. Me había escuchado con la diera
diera esperar conv ertirme en su maestro. Tras haber pasado una
mayor atención en todas mis respuestas a los demás comensales, hora en catequizarme y escuchar mis principios, me dijo que yo
sin pronunciar palabra. En sociedad, un hombre cu yo semblante le parecía haber nacido para co nocer la verdad, pues me veía in
 y porte
po rte interesa
inte resan, n, y que no habla,
hab la, pica con fue rza la curio
c urio sidad
sid ad leresado en ella y no me creía seguro de haberla alcanzado. Me
de quien no lo conoce. Al salir de la estancia donde habíamos invitó a pasar un día en su casa diciéndome los días de la semana
comido, pregunté al señor de Bonneval quién era; y me respon- en que no podría dejar de encontrarle; pero me dijo que, antes
dió que era un rico y sabio filósofo, de reconocida probidad, »le comprometerme a complacerlo, yo debía consultar al pachá
cuya pureza de costumbres era igual al respeto que sentía por <)smán.
<)smán. L e respon dí entonces que el el pachá ya me había hablado
su religión. Me aconsejó cultivar su trato si me lo ofrecía. de su carácter,
carácter, cosa que le halagó mucho. Le prometí ir a comer
Me agradó el consejo y, después de pasear por la sombra y 1111
1111 día que convin imos, y nos separamos.
entrar en un salón amueblado al estilo turco, me senté en un sofá Cuando di cuenta de todo esto al señor de Bonneval, quedó
 jun to a Y us uf A lí :}4 tal era el n om bre del tur co que me había
h abía in muy satisfecho, y me dijo que su jenízaro estaría a mi servicio
teresado, y que me ofreció su pipa. La rechacé cortésmente
cortésmente acep lodos los días en el palacio de los bailes de Venecia.
tando la que me presentó un criado del señor de Bonneval. Cuando di cuenta a los señores bailes de las amistades que
Cuando uno está en compañía de fumadores, es absolutamente había hecho esc día en casa del conde de Bonneval, los vi muy
necesario fumar, o salir, porque de otro modo se ve obligado a contentos. Y el caballero Venier me aconsejó no descuidar amis-
imaginar que respira el humo que sale de la boca de los demás, tades de aquel tipo en un país donde el aburrimiento asusta a los
cosa que, y me baso en la experiencia, repugna e indigna. extranjeros más que la peste.
 Yus
 Y us uf A lí,
lí , encant
enc antado
ado de verme
ver me sentad
sen tadoo a su lad o, empe
em pezózó a El día acordado fui a casa de Yusuf muy temprano, pero
hablar conmigo de temas análogos a los que se me habían plan- había salido. Su jardinero, al que había ordenado que tuviera
teado en la mesa; pero, en especial, sobre los motivos que me conmigo toda clase de atenciones, me entretuvo agradablemente
habían hecho abandonar el tranquilo estado eclesiástico para durante dos horas enseñándome todas las bellezas de los jardi-
abrazar el militar. A fin de satisfacer su curiosidad y no causarle nes
nes de su amo y, en particular, sus flores. Aquel jardinero era un
mal efecto, me creí obligado a contarle brevemente toda la his- napolitano que trabajaba para él desde hacía treinta años. Por
toria de mi vida, intentando convencerle de que no había se m i s modales, lo supuse instruido y de buena cuna, pero él me
guido la carrera del ministerio divino por vocación. Me pareció dijo con toda franqueza que nunca había aprendido a leer, que
satisfecho. Cuando me habló de la vocación como filósofo es era marinero cuando lo hicieron esclavo, y que era tan feliz al
toico, de duje que era un fatalista; y fui lo bastante hábil para no \orvicio
\orvicio de Yu suf que si le diese la libertad se creería castigado.
castigado.
atacar frontalmente sus opiniones, de modo que mis objeciones Me guardé mucho de hacerle preguntas sobre su amo. La dis
1 reción
reción de aquel hom bre habría pod ido avergonza rme de mi cu
nosidad.
33. Casanova conoció al senador Bragadin el 29 de abril de 1746.
34. Citado en diversos textos casanovianos,
casanovianos, Yusuf A lí parece, según
según  Yu su f lleg ó a cab allo y, tras
t ras los cump
cu mp lidos
lid os de rigor,
rigo r, fuimo
fu imo s a
Gugitz, uno de esos personajes novelescos que hizo célebres la novela comer los dos solos a un pabellón desde el que veíamos el mar
más me interesó
interesó no fue Ismail, sino un hombre muy apuesto que le agradaron
agradaron po rque se sintió lo bastante
bastante fuerte para destruirlas.
aparentaba sesenta años y que reunía en su noble fisonomía la (,>uizá tuviera necesidad de estimarme mucho para considerarme
sabiduría y la dulzura. Encontré sus rasgos dos años después5* digno de llegar a ser su discípulo, pues, con diecinueve años y
en la hermosa cabeza del señor de Bragadin, senador veneciano perdido en una religión falsa, resultaba imposible que yo pu-
del que hablaré a su debido tiempo. Me había escuchado con la diera
diera esperar conv ertirme en su maestro. Tras haber pasado una
mayor atención en todas mis respuestas a los demás comensales, hora en catequizarme y escuchar mis principios, me dijo que yo
sin pronunciar palabra. En sociedad, un hombre cu yo semblante le parecía haber nacido para co nocer la verdad, pues me veía in
 y porte
po rte interesa
inte resan, n, y que no habla,
hab la, pica con fue rza la curio
c urio sidad
sid ad leresado en ella y no me creía seguro de haberla alcanzado. Me
de quien no lo conoce. Al salir de la estancia donde habíamos invitó a pasar un día en su casa diciéndome los días de la semana
comido, pregunté al señor de Bonneval quién era; y me respon- en que no podría dejar de encontrarle; pero me dijo que, antes
dió que era un rico y sabio filósofo, de reconocida probidad, »le comprometerme a complacerlo, yo debía consultar al pachá
cuya pureza de costumbres era igual al respeto que sentía por <)smán.
<)smán. L e respon dí entonces que el el pachá ya me había hablado
su religión. Me aconsejó cultivar su trato si me lo ofrecía. de su carácter,
carácter, cosa que le halagó mucho. Le prometí ir a comer
Me agradó el consejo y, después de pasear por la sombra y 1111
1111 día que convin imos, y nos separamos.
entrar en un salón amueblado al estilo turco, me senté en un sofá Cuando di cuenta de todo esto al señor de Bonneval, quedó
 jun to a Y us uf A lí :}4 tal era el n om bre del tur co que me había
h abía in muy satisfecho, y me dijo que su jenízaro estaría a mi servicio
teresado, y que me ofreció su pipa. La rechacé cortésmente
cortésmente acep lodos los días en el palacio de los bailes de Venecia.
tando la que me presentó un criado del señor de Bonneval. Cuando di cuenta a los señores bailes de las amistades que
Cuando uno está en compañía de fumadores, es absolutamente había hecho esc día en casa del conde de Bonneval, los vi muy
necesario fumar, o salir, porque de otro modo se ve obligado a contentos. Y el caballero Venier me aconsejó no descuidar amis-
imaginar que respira el humo que sale de la boca de los demás, tades de aquel tipo en un país donde el aburrimiento asusta a los
cosa que, y me baso en la experiencia, repugna e indigna. extranjeros más que la peste.
 Yus
 Y us uf A lí,
lí , encant
enc antado
ado de verme
ver me sentad
sen tadoo a su lad o, empe
em pezózó a El día acordado fui a casa de Yusuf muy temprano, pero
hablar conmigo de temas análogos a los que se me habían plan- había salido. Su jardinero, al que había ordenado que tuviera
teado en la mesa; pero, en especial, sobre los motivos que me conmigo toda clase de atenciones, me entretuvo agradablemente
habían hecho abandonar el tranquilo estado eclesiástico para durante dos horas enseñándome todas las bellezas de los jardi-
abrazar el militar. A fin de satisfacer su curiosidad y no causarle nes
nes de su amo y, en particular, sus flores. Aquel jardinero era un
mal efecto, me creí obligado a contarle brevemente toda la his- napolitano que trabajaba para él desde hacía treinta años. Por
toria de mi vida, intentando convencerle de que no había se m i s modales, lo supuse instruido y de buena cuna, pero él me
guido la carrera del ministerio divino por vocación. Me pareció dijo con toda franqueza que nunca había aprendido a leer, que
satisfecho. Cuando me habló de la vocación como filósofo es era marinero cuando lo hicieron esclavo, y que era tan feliz al
toico, de duje que era un fatalista; y fui lo bastante hábil para no \orvicio
\orvicio de Yu suf que si le diese la libertad se creería castigado.
castigado.
atacar frontalmente sus opiniones, de modo que mis objeciones Me guardé mucho de hacerle preguntas sobre su amo. La dis
1 reción
reción de aquel hom bre habría pod ido avergonza rme de mi cu
nosidad.
33. Casanova conoció al senador Bragadin el 29 de abril de 1746.
34. Citado en diversos textos casanovianos,
casanovianos, Yusuf A lí parece, según
según  Yu su f lleg ó a cab allo y, tras
t ras los cump
cu mp lidos
lid os de rigor,
rigo r, fuimo
fu imo s a
Gugitz, uno de esos personajes novelescos que hizo célebres la novela comer los dos solos a un pabellón desde el que veíamos el mar
del siglo xviii (Voltaire, Lessing), y no un personaje auténtico.  y donde gozába mos del suave vien to que templaba el gran calor. calor.

346 347
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Ese viento, que se deja sentir todos los días a la misma hora, es deros placeres son los que só lo afectan al alma y son totalmente
el noroeste, llamado mistral. Comimos muy bien, sin más plato independientes de los sentidos.
elaborado que el cauromán.5' Bebí agua y un excelente hidro- N o pu edo imaginar,
imaginar, mi querido Y usuf, placeres de los que
miel, asegurando a mi anfitrión que lo prefería al vino. En esa el alma podría gozar sin la intervención de mis sentidos.
época yo sólo bebía raras veces. Alabando su hidromiel le dije Escúchame. Cuando cargas tu pipa, ¿sientes placer?
que los musulmanes que violaban la ley por beber vino no me- Sí.
recían misericordia, pues no podían beberlo por otra razón que ¿ A cuál de tus
tus sentidos lo atribuirás si no lo atribuyes a tu
la de estar prohibido. Él me aseguró que muchos creían poder alma? Sigamos. ¿No es cierto que, cuando dejas la pipa, te sien-
beberlo por considerarlo únicamente como una medicina. Me tes satisfecho sólo después de haberla fumado hasta el fondo?
dijo que había sido el médico del Gra n Seño r quien había puesto
puesto Te sientes
sientes satisfecho cuando ves que lo que queda no es más que
de moda aquella medicina, y que con ello había hecho su for- ceniza.
tuna y se había ganado el favo r de su amo, que en realidad siem- Cierto.
pre estaba enfermo, pero sólo porque se emborrachaba. Se sor- Ahí tienes dos placeres en los que tus sentidos no partici-
prendió cuando le dije que, entre nosotros, los borrachos eran pan; te ruego que adivines el tercero, que es el principal.
muy pocos, y que este vicio sólo era común entre la hez del pue- ¿El principal? La fragancia del tabaco.
blo. Cuando me dijo no comprender cómo podía estar permi N ad a de eso. Ése es un placer del
del olfato, y por lo tanto sensua
sensual.l.
tido el vino por todas las demás religiones, ya que privaba al Enton ces no sabría decírtelo
decírtelo..
hombre del uso de la razón, le respondí que todas las religiones Escucha, pues. El principal placer de fumar consiste en
prohibían su exceso, y que el pecado sólo podía consistir en el la vista del humo. Nunca debes verlo salir de la pipa, sino de la
exceso. Lo conven cí cuando dije que, siendo los efectos del del opio comisura de tu boca, a intervalos regulares y nunca demasiado
los mismos, y mucho más fuertes, su su religión habría debido pro - frecuentes. Es tan cierto que éste es el principal placer que en
hibirlo también; me respondió que en toda su vida nunca había ninguna parte verás a un ciego divertirse fumando. Haz tú mis-
hecho uso ni del opio ni del vino. mo la prueba fumando de noche en un cuarto sin luz; nada más
 Acab
 Ac abad
adaa la cena nos trajer
tra jeron
on pip as y taba co. Las
La s cargam os encender la pipa, la dejarás.
nosotros mismos. Yo fumaba en esa época, y con placer; pero L o que dices es muy cierto; pero me perdonarás si si creo que
tenía la costumbre de escupir. Yusuf, que no escupía, me dijo muchos placeres que interesan a mis sentidos merecen mi pre-
que el tabaco que estaba fumando era el excelente  gin gé ,  y que ferencia sobre los que sólo interesan al alma.
hacía mal en no tragar la parte b alsámica, que debía encontrarse
encontrarse Hace cuarenta años pensaba como tú. Dentro de cuarenta
en la saliva que tan equivocadamente yo escupía. Terminó di años, si alcanzas la sabiduría, pensarás como yo. Hijo mío, los
ciéndome que sólo se debía escupir cuando el tabaco era malo. placeres que ponen en movimiento las pasiones turban el alma,
Después de probar lo que me decía, hube de confesarle que, en  V po r lo tanto,
tant o, com o ves, no merece n en buen dere cho el nom -
efecto, la pipa sólo podía considerarse verdadero placer si el ta bre de placeres.
baco era perfecto. Pues yo creo que, para que lo sean, basta con que a uno se
La perfección del tabaco es necesaria, desde luego, para el lo parezcan.
placer de fumar me replicó, pero no es lo principal, pues D e acuerdo, pero si quisieras tomarte la
la molestia de exami-
el placer que el buen tabaco procura sólo es sensual. Los verda narlos después de haberlos probado, no te parecerían puros.
posible, pero ¿por qué iba a tomarme unauna molestia
Ese viento, que se deja sentir todos los días a la misma hora, es deros placeres son los que só lo afectan al alma y son totalmente
el noroeste, llamado mistral. Comimos muy bien, sin más plato independientes de los sentidos.
elaborado que el cauromán.5' Bebí agua y un excelente hidro- N o pu edo imaginar,
imaginar, mi querido Y usuf, placeres de los que
miel, asegurando a mi anfitrión que lo prefería al vino. En esa el alma podría gozar sin la intervención de mis sentidos.
época yo sólo bebía raras veces. Alabando su hidromiel le dije Escúchame. Cuando cargas tu pipa, ¿sientes placer?
que los musulmanes que violaban la ley por beber vino no me- Sí.
recían misericordia, pues no podían beberlo por otra razón que ¿ A cuál de tus
tus sentidos lo atribuirás si no lo atribuyes a tu
la de estar prohibido. Él me aseguró que muchos creían poder alma? Sigamos. ¿No es cierto que, cuando dejas la pipa, te sien-
beberlo por considerarlo únicamente como una medicina. Me tes satisfecho sólo después de haberla fumado hasta el fondo?
dijo que había sido el médico del Gra n Seño r quien había puesto
puesto Te sientes
sientes satisfecho cuando ves que lo que queda no es más que
de moda aquella medicina, y que con ello había hecho su for- ceniza.
tuna y se había ganado el favo r de su amo, que en realidad siem- Cierto.
pre estaba enfermo, pero sólo porque se emborrachaba. Se sor- Ahí tienes dos placeres en los que tus sentidos no partici-
prendió cuando le dije que, entre nosotros, los borrachos eran pan; te ruego que adivines el tercero, que es el principal.
muy pocos, y que este vicio sólo era común entre la hez del pue- ¿El principal? La fragancia del tabaco.
blo. Cuando me dijo no comprender cómo podía estar permi N ad a de eso. Ése es un placer del
del olfato, y por lo tanto sensua
sensual.l.
tido el vino por todas las demás religiones, ya que privaba al Enton ces no sabría decírtelo
decírtelo..
hombre del uso de la razón, le respondí que todas las religiones Escucha, pues. El principal placer de fumar consiste en
prohibían su exceso, y que el pecado sólo podía consistir en el la vista del humo. Nunca debes verlo salir de la pipa, sino de la
exceso. Lo conven cí cuando dije que, siendo los efectos del del opio comisura de tu boca, a intervalos regulares y nunca demasiado
los mismos, y mucho más fuertes, su su religión habría debido pro - frecuentes. Es tan cierto que éste es el principal placer que en
hibirlo también; me respondió que en toda su vida nunca había ninguna parte verás a un ciego divertirse fumando. Haz tú mis-
hecho uso ni del opio ni del vino. mo la prueba fumando de noche en un cuarto sin luz; nada más
 Acab
 Ac abad
adaa la cena nos trajer
tra jeron
on pip as y taba co. Las
La s cargam os encender la pipa, la dejarás.
nosotros mismos. Yo fumaba en esa época, y con placer; pero L o que dices es muy cierto; pero me perdonarás si si creo que
tenía la costumbre de escupir. Yusuf, que no escupía, me dijo muchos placeres que interesan a mis sentidos merecen mi pre-
que el tabaco que estaba fumando era el excelente  gin gé ,  y que ferencia sobre los que sólo interesan al alma.
hacía mal en no tragar la parte b alsámica, que debía encontrarse
encontrarse Hace cuarenta años pensaba como tú. Dentro de cuarenta
en la saliva que tan equivocadamente yo escupía. Terminó di años, si alcanzas la sabiduría, pensarás como yo. Hijo mío, los
ciéndome que sólo se debía escupir cuando el tabaco era malo. placeres que ponen en movimiento las pasiones turban el alma,
Después de probar lo que me decía, hube de confesarle que, en  V po r lo tanto,
tant o, com o ves, no merece n en buen dere cho el nom -
efecto, la pipa sólo podía considerarse verdadero placer si el ta bre de placeres.
baco era perfecto. Pues yo creo que, para que lo sean, basta con que a uno se
La perfección del tabaco es necesaria, desde luego, para el lo parezcan.
placer de fumar me replicó, pero no es lo principal, pues D e acuerdo, pero si quisieras tomarte la la molestia de exami-
el placer que el buen tabaco procura sólo es sensual. Los verda narlos después de haberlos probado, no te parecerían puros.
E s posible, pero ¿por qué iba a tomarme una una molestia que
3$. Kavurma: plato turco a base de picadillo de carne hervida.  vólo se rvi ría par a men guar
gua r el placer
pla cer que
qu e he se nti do?
do ?

348
349
349

sus esposas habían muerto, cinco años atrás había tomado una
Tiempo vendrá en que sentirás placer tomándote esa mo-
tercera mujer, nacida en Quíos ,’7,’7 que era muy joven y de una be-
lestia.
M e parece, padre mío, que prefieres la edad madura a la ju- lleza
lleza perfecta; pero me dijo que no p odía esperar de ella ni hijos
ni hija, porque ya era viejo. Sin embargo, sólo tenía sesenta años.
 ventud
 ven tud..
 Al des pedir
pe dirme
me tuve qu e pro me terle
ter le que
qu e iría a pasar
pa sar con él un
Di con valentía: la vejez. día a la semana por lo menos.
M e sorprendes. ¿De bo creer que de joven fuiste desgra-
En la cena, cuando di cuenta a los señores bailes de mi jor-
ciado?
Todo lo contrario. Siempre fui sano y feliz, y nunca víctima nada, me dijeron que podía considerarme muy afortunado ante
de mis pasiones; pero cuanto veía en mis semejantes semejantes fue una es- la perspectiva de pasar agradablemente tres meses ’8en un país en
cuela bastante buena para aprender a conocer al hombre y a re- d que ellos no podían, en calidad de funcionarios extranjeros,
más
más que aburrirse.
conocer el camino de la felicidad. El hombre más feliz no es el
más voluptuo so, sino el que sabe elegir los grandes placeres; y te Tres o cuatro días después, el señor de Bonneval me llevó a
lo repito, los grandes placeres sólo pueden ser aquellos que, sin comer a casa de Ismail, donde pude contemplar un gran espec-
táculo del lujo asiático; pero, dado que los comensales eran nu-
agitar las pasiones, aumentan la paz del alma.
¿Son ésos los placeres que tú llamas puros? merosos, y que en su mayo ría hablaron siempre turco, me aburrí
¡ A h !, así es
es la vista de
de una inmensa pradera
pradera completamente igual que el señor de Bonneval, por lo que me pareció. Ismail,
cubierta de hierba. El color verde tan recomendado por nuestro que se dio cuenta, me rogó, cuando nos despedimos, que fuese
divino profeta ’6 hiere mi vista, y en ese momento siento que mi a almorzar con él lo más a menudo posible, seguro de que siem-
espíritu nada en una calma tan deliciosa que creo acercarme al pre le causaría un verdadero placer. Le prometí ir, y fui diez o
autor de la naturaleza. Siento la misma paz, la misma calma doce días después. El lector sabrá todo cuando llegue ese mo-
cuando estoy sentado a la orilla de un río y contemplo el agua mento. Ahora debo volver a Yusuf, que en mi segunda visita re-
corriente que pasa delante
delante de m í sin sustraerse nunca a mis ojos,  veló tal c ará cter
cte r q ue me hiz o co nceb
nc ebir
ir po r él la ma yo r c onsid
on sid e-
ración y el afecto más vivo.
 y sin que su con tinuotin uo mo vim iento
ien to la haga menos
men os límp ida. Para
mí representa la imagen de mi vida, y la tranquilidad que le Comiendo a solas como la primera vez, y cuando la conver-
deseo para que llegue, como el agua que contemplo, al término sación recayó sobre las artes, expresé mi opinión sobre un pre-
que no veo y que sólo puede estar al final de su curso. cepto del Corán que privaba a los otomanos del inocente placer
De esta forma razonaba este turco, y, así razonando, pasa de gozar de las producciones de la pintura y la escultura. Me
mos cuatro horas. H abía tenido, de dos m ujeres, dos hijos y una tespondió que, como verdadero sabio, Mahoma debía alejar de
los ojos de los islamitas todas las imágenes.
hija. El mayor de los hijos, que ya había recibido su parte de los
bienes, vivía en Salónica, donde se dedicaba al comercio y era O bser va m e d ijo que todas las
las naciones
naciones a las
las que nuestro
nuestro
rico. E l meno r estaba en en el gran serrallo, al servicio del sultán, y gran profeta dio a Dios a conocer eran idólatras. Los hombres
su parte de los bienes estaba en manos de su tutor. Su hija, a la son débiles, y, al ver de nuevo los mismos objetos, fácilmente
podrían caer en los mismos errores.
que llamaba Zelm i, de quince años, debía heredar cuando él mu
riese toda su hacienda. Le había dado toda la educación que 37. La isla griega de Quíos estuvo bajo dominación turca de de 1566 a
podía desearse para hacer feliz al hombre que D ios le había des 1912.
tinado por esposo. Pronto hablaremos de esta hija. Dado que 38. Vcnier llegó a Constantinopla antes del 31 de agosto de 1745, y
I ná se marchó el 12 de octubre;
o ctubre; por lo
l o tanto, la estancia de Casano
Tiempo vendrá en que sentirás placer tomándote esa mo- sus esposas habían muerto, cinco años atrás había tomado una
tercera mujer, nacida en Quíos ,’7,’7 que era muy joven y de una be-
lestia.
M e parece, padre mío, que prefieres la edad madura a la ju- lleza
lleza perfecta; pero me dijo que no p odía esperar de ella ni hijos
ni hija, porque ya era viejo. Sin embargo, sólo tenía sesenta años.
 ventud
 ven tud..
 Al des pedir
pe dirme
me tuve qu e pro me terle
ter le que
qu e iría a pasar
pa sar con él un
Di con valentía: la vejez. día a la semana por lo menos.
M e sorprendes. ¿De bo creer que de joven fuiste desgra-
En la cena, cuando di cuenta a los señores bailes de mi jor-
ciado?
Todo lo contrario. Siempre fui sano y feliz, y nunca víctima nada, me dijeron que podía considerarme muy afortunado ante
de mis pasiones; pero cuanto veía en mis semejantes semejantes fue una es- la perspectiva de pasar agradablemente tres meses ’8en un país en
cuela bastante buena para aprender a conocer al hombre y a re- d que ellos no podían, en calidad de funcionarios extranjeros,
más
más que aburrirse.
conocer el camino de la felicidad. El hombre más feliz no es el
más voluptuo so, sino el que sabe elegir los grandes placeres; y te Tres o cuatro días después, el señor de Bonneval me llevó a
lo repito, los grandes placeres sólo pueden ser aquellos que, sin comer a casa de Ismail, donde pude contemplar un gran espec-
táculo del lujo asiático; pero, dado que los comensales eran nu-
agitar las pasiones, aumentan la paz del alma.
¿Son ésos los placeres que tú llamas puros? merosos, y que en su mayo ría hablaron siempre turco, me aburrí
¡ A h !, así es
es la vista de
de una inmensa pradera
pradera completamente igual que el señor de Bonneval, por lo que me pareció. Ismail,
cubierta de hierba. El color verde tan recomendado por nuestro que se dio cuenta, me rogó, cuando nos despedimos, que fuese
divino profeta ’6 hiere mi vista, y en ese momento siento que mi a almorzar con él lo más a menudo posible, seguro de que siem-
espíritu nada en una calma tan deliciosa que creo acercarme al pre le causaría un verdadero placer. Le prometí ir, y fui diez o
autor de la naturaleza. Siento la misma paz, la misma calma doce días después. El lector sabrá todo cuando llegue ese mo-
cuando estoy sentado a la orilla de un río y contemplo el agua mento. Ahora debo volver a Yusuf, que en mi segunda visita re-
corriente que pasa delante
delante de m í sin sustraerse nunca a mis ojos,  veló tal c ará cter
cte r q ue me hiz o co nceb
nc ebir
ir po r él la ma yo r c onsid
on sid e-
ración y el afecto más vivo.
 y sin que su con tinuotin uo mo vim iento
ien to la haga menos
men os límp ida. Para
mí representa la imagen de mi vida, y la tranquilidad que le Comiendo a solas como la primera vez, y cuando la conver-
deseo para que llegue, como el agua que contemplo, al término sación recayó sobre las artes, expresé mi opinión sobre un pre-
que no veo y que sólo puede estar al final de su curso. cepto del Corán que privaba a los otomanos del inocente placer
De esta forma razonaba este turco, y, así razonando, pasa de gozar de las producciones de la pintura y la escultura. Me
mos cuatro horas. H abía tenido, de dos m ujeres, dos hijos y una tespondió que, como verdadero sabio, Mahoma debía alejar de
los ojos de los islamitas todas las imágenes.
hija. El mayor de los hijos, que ya había recibido su parte de los
bienes, vivía en Salónica, donde se dedicaba al comercio y era O bser va m e d ijo que todas las
las naciones
naciones a las
las que nuestro
nuestro
rico. E l meno r estaba en en el gran serrallo, al servicio del sultán, y gran profeta dio a Dios a conocer eran idólatras. Los hombres
su parte de los bienes estaba en manos de su tutor. Su hija, a la son débiles, y, al ver de nuevo los mismos objetos, fácilmente
podrían caer en los mismos errores.
que llamaba Zelm i, de quince años, debía heredar cuando él mu
riese toda su hacienda. Le había dado toda la educación que 37. La isla griega de Quíos estuvo bajo dominación turca de de 1566 a
podía desearse para hacer feliz al hombre que D ios le había des 1912.
tinado por esposo. Pronto hablaremos de esta hija. Dado que 38. Vcnier llegó a Constantinopla antes del 31 de agosto de 1745, y
I >oná
>oná se marchó el 12 de octubre;
o ctubre; por lo
l o tanto, la estancia de Casanova
Casano va
titío pudo durar
d urar seis semanas.
36. El verde es el color del islam.

35 ° 35'

C re o, querido padre, que ningún


ningún pueblo ha adorado nunca nunca tres no es un compuesto, o que puede no serlo, y me hago cris-
una imagen, sino más bien la divinidad que la imagen represen- tiano ahora mismo.
taba. Mi religión me ordena creer sin razonar, y tiemblo, mi que-
También yo quiero creerlo; pero como Dios no puede ser rido Yusuf, cuando pienso que, como resultado de un razo-
materia, hay que alejar de las mentes vulgares la idea de que namiento profundo, podría verme obligado a renunciar a la
pueda serlo. Vosotros, los cristianos, sois los únicos que creéis religión de mi querido padre. Habría que empezar por conven-
 ver a D io s. cerme de que mi padre vivió en el error. Dime si, respetando su
E s verdad , estamos seguros, pero ten presente, te lo ruego, memoria, puedo ser tan presuntuoso como para osar conver-
que nuestra seguridad se funda en la fe. tirme en juez suyo con intención de pronunciar una sentencia
—Lo sé; pero no po r eso sois menos idólatras, po rque lo que que lo condene.
 veis no es más que mate ria, y vuest
vu estra
ra cer tidum
tid um bre
br e es cabal
ca bal en lo Tras esta reconvención vi emocionado al buen Yusuf. Des-
que se refiere a esa visión, a menos que me digas que la fe la de- pués de deis minutos de silencio me dijo que, si pensaba así, te-
bilita. nía que ser grato a Dios y, en consecuencia, un predestinado;»9
Dios me guarde de decírtelo; todo lo contrario, la fe la for- pero que si yo estaba equivocado, sólo Dios podía sacarme del
talece. error, pues él no conocía ningún hombre justo capacitado para
Ésa es una ilusión que, gracias a Dios, nosotros no necesi- refutar el sentimiento que acababa de exponerle. Hablamos
tamos, y no hay filósofo en el mundo que pueda probarme su luego de otras cosas muy agradables, y al atardecer me despedí
necesidad. tras haber recibido infinitas pruebas de la amistad más pura.
Eso, querido padre, no pertenece a la filosofía, sino a la De camino a mi alojamiento pensaba que cuanto Yusuf me
teología, que le es muy superior. había dicho sobre la esencia ele Dios bien podía ser verelad,
Hablas el mismo lenguaje que nuestros teólogos, que, sin puesto que, desde luego, el ser de los seres seres  había de ser en esen
embargo, se diferencian de los vuestros porque no se sirven de 1 ia el más simple de todos los seres; pero también me parecía
su ciencia para hacer más
más oscuras las verdades que estamos ob li- imposible que, por un error de la religión cristiana, pudiera de
gados a conocer, sino para aclararlas.  jarme pe rsu adi r a ab raz ar la turca
t urca , que muy
mu y bien podía
po día tener
tene r de
Piensa, mi querido Yusuf, que se trata de un misterio. I >ios una idea justísima, pero que me hacía reír, dado que debía
L a existencia de Dio s lo es, y lo suficientemente gran grande
de mi doctrin a al másmás extravagante de todos los imp ostores. Por
para que los hombres no se atrevan a añadirle nada. Dios sólo otra parte, no creía que Yusuf hubiera tenido la intención de
puede ser simple, ése es el Dios que nos anunció nuestro pro- lucer de mí un prosélito.
feta. Habrás de admitir que no podría añadirse nada a su esen La tercera vez que comí con él, cuando la conversación vol-
cia sin destruir su simplicidad. Nosotros decimos que es uno:  vió a g irar
ira r c om o siem pre sobr
so bree reli gión,
gió n, le pregu
p regu nté si es taba se-
he ahí la imagen de lo simple. Vosotros decís que es uno y tres guro de que la suya fuera la única que podía encaminar al mortal
al mismo tiempo: eso es una definición contradictoria, absurda lucia la salvación eterna. Me respondió que no estaba seguro de
e impía. l|ue fuera la única, pero que lo estaba de que la cristiana era falsa
Es un misterio. porque no podía ser universal.
¿Hablas de Dios, o de la definición? Yo hablo de la definí I ¿Porqué?
ción, que no tiene que ser un misterio, y que la razón debe re- Porque no hay ni pan ni vino en las dos terceras partes de
probar. Al sentido común, hijo mío, debe parecerle impertinente
C re o, querido padre, que ningún
ningún pueblo ha adorado nunca nunca tres no es un compuesto, o que puede no serlo, y me hago cris-
una imagen, sino más bien la divinidad que la imagen represen- tiano ahora mismo.
taba. Mi religión me ordena creer sin razonar, y tiemblo, mi que-
También yo quiero creerlo; pero como Dios no puede ser rido Yusuf, cuando pienso que, como resultado de un razo-
materia, hay que alejar de las mentes vulgares la idea de que namiento profundo, podría verme obligado a renunciar a la
pueda serlo. Vosotros, los cristianos, sois los únicos que creéis religión de mi querido padre. Habría que empezar por conven-
 ver a D io s. cerme de que mi padre vivió en el error. Dime si, respetando su
E s verdad , estamos seguros, pero ten presente, te lo ruego, memoria, puedo ser tan presuntuoso como para osar conver-
que nuestra seguridad se funda en la fe. tirme en juez suyo con intención de pronunciar una sentencia
—Lo sé; pero no po r eso sois menos idólatras, po rque lo que que lo condene.
 veis no es más que mate ria, y vuest
vu estra
ra cer tidum
tid um bre
br e es cabal
ca bal en lo Tras esta reconvención vi emocionado al buen Yusuf. Des-
que se refiere a esa visión, a menos que me digas que la fe la de- pués de deis minutos de silencio me dijo que, si pensaba así, te-
bilita. nía que ser grato a Dios y, en consecuencia, un predestinado;»9
Dios me guarde de decírtelo; todo lo contrario, la fe la for- pero que si yo estaba equivocado, sólo Dios podía sacarme del
talece. error, pues él no conocía ningún hombre justo capacitado para
Ésa es una ilusión que, gracias a Dios, nosotros no necesi- refutar el sentimiento que acababa de exponerle. Hablamos
tamos, y no hay filósofo en el mundo que pueda probarme su luego de otras cosas muy agradables, y al atardecer me despedí
necesidad. tras haber recibido infinitas pruebas de la amistad más pura.
Eso, querido padre, no pertenece a la filosofía, sino a la De camino a mi alojamiento pensaba que cuanto Yusuf me
teología, que le es muy superior. había dicho sobre la esencia ele Dios bien podía ser verelad,
Hablas el mismo lenguaje que nuestros teólogos, que, sin puesto que, desde luego, el ser de los seres seres  había de ser en esen
embargo, se diferencian de los vuestros porque no se sirven de 1 ia el más simple de todos los seres; pero también me parecía
su ciencia para hacer más
más oscuras las verdades que estamos ob li- imposible que, por un error de la religión cristiana, pudiera de
gados a conocer, sino para aclararlas.  jarme pe rsu adi r a ab raz ar la turca
t urca , que muy
mu y bien podía
po día tener
tene r de
Piensa, mi querido Yusuf, que se trata de un misterio. I >ios una idea justísima, pero que me hacía reír, dado que debía
L a existencia de Dio s lo es, y lo suficientemente gran grande
de mi doctrin a al másmás extravagante de todos los imp ostores. Por
para que los hombres no se atrevan a añadirle nada. Dios sólo otra parte, no creía que Yusuf hubiera tenido la intención de
puede ser simple, ése es el Dios que nos anunció nuestro pro- lucer de mí un prosélito.
feta. Habrás de admitir que no podría añadirse nada a su esen La tercera vez que comí con él, cuando la conversación vol-
cia sin destruir su simplicidad. Nosotros decimos que es uno:  vió a g irar
ira r c om o siem pre sobr
so bree reli gión,
gió n, le pregu
p regu nté si es taba se-
he ahí la imagen de lo simple. Vosotros decís que es uno y tres guro de que la suya fuera la única que podía encaminar al mortal
al mismo tiempo: eso es una definición contradictoria, absurda lucia la salvación eterna. Me respondió que no estaba seguro de
e impía. l|ue fuera la única, pero que lo estaba de que la cristiana era falsa
Es un misterio. porque no podía ser universal.
¿Hablas de Dios, o de la definición? Yo hablo de la definí I ¿Porqué?
ción, que no tiene que ser un misterio, y que la razón debe re- Porque no hay ni pan ni vino en las dos terceras partes de
probar. Al sentido común, hijo mío, debe parecerle impertinente 19. Cas ano va alude al Kadr  o Takdir  islámico, creencia en la prc
alude
una aserción cuya sustancia es un absurdo. Demuéstrame que iliMin
iliMinaci
ación
ón de todos los h ombres.

352
352 353

nuestro globo. Y observa que el Corán puede ser seguido en el rico. Entre nosotros hay un gran número de impíos que se
todas partes. burlan de esos creyentes que depositan toda su confianza en la
No supe qué responderle, y no me preocupé de reflexionar. peregrinación a la Meca. ¡Infelices! Deberían respetar los anti-
Cuando poco después dije, a propósito de Dios, que si no era guos monumentos que, estimulando la devoción de los fieles,
materia debía ser espíritu, me respondió que sabíamos lo que no alimentan su religión y los animan a sufrir las adversidades. De
era, pero no lo que era, y que, por consiguiente, no podíamos no ser por esos consuelos, el pueblo ignorante se entregaría a
afirmar que fuese espíritu, dado que no podíamos tener de él los peores excesos de la desesperación.
más que una idea abstracta. Encantado de la atención con que yo escuchaba su doctrina,
Dios añadió es inmaterial: eso es cuanto sabemos, y  Yu suf se dejab
de jab a arr as tra r cad a ve z más p or la incli
in clina
nació
ció n que
qu e
nunca sabremos más. tenía a instruirme. Empecé a ir a pasar el día en su casa sin ser in-
Me acordé de Platón, que dice lo mismo, y desde luego Yusuf   vita do, y nuestra
nues tra amis tad lleg ó a se r e strec ha.
no había leído a Platón. Una hermosa mañana me hice llevar a casa de Ismail Efendi
Ese mismo día me dijo que la existencia de Dios sólo podía para almorzar con él, como le había prometido; pero este turco,
ser útil a quienes no dudaban de ella, y que, por consiguiente, los iras recibirme y tratarme con las más más nobles cortesías, me invitó
mortales más desdichados eran los ateos. .1 dar un paseo por un jardincito donde, en un pabellón de re-
Dios hizo al hombre a su semejanza para que entre todos creo, tuvo cierto capricho que no encontré de mi agrado. Le dije
los animales que ha creado haya uno capaz de rendir homenaje riendo que no me gustaba aquel tipo de cosas, y al fin, harto de
a su
su existencia  me dijo . Sin el hombre, Dio s no tendría testi- su cariñosa insistencia, me levanté algo bruscamente. Entonces
monio alguno de su propia gloria; y, por consiguiente, el hom Ismail, aparentando aprobar mi repugnancia, me dijo que sólo
bre debe comprender que su primer deber es el de glorificarle estaba bromeando. Tras los cumplidos de circunstancias, me
practicando la justicia y confiando en su providencia. Ten pre- despedí con intención de no volver más a su casa; pero tuve que
sente que Dios nunca abandona al hombre que en la adversidail hacerlo,
hacerlo, como diré más adelante.
adelante. Cuan do conté al señor de Bo n
se prosterna ante él e implora su ayuda; y deja perecer en la des des neval el el episod io, éste me dijo que, según las costum bres turcas,
esperación al desdichado que cree inútil la oración. Ismail
Ismail había pretendido darme una gran prueba de amistad, pero
Sin embargo, hay ateos felices.
felices. que podía estar seguro de que no volvería a proponerm e nada pa-
Cierto; mas, a pesar de la tranquilidad de su alma, me pare recido si volvía a su casa, tanto más cuanto que, hombre muy ga-
cen dignos de com pasión , pues no esperan nada después de esta esta lante, Ismail tenía a su disposición esclavos de admirable belleza.
 vid a y no se recono
rec ono cen sup erio res a las bestias.
best ias. Adem
Ad em ás, deben Me dijo que la buena educación exigía que volviera p or su casa.
languidecer en la ignorancia si son filósofos; y si no piensan en Cinco o seis semanas después de habernos conocido, Yusuf
nada, no tienen ningún recurso frente a la adversidad. Dios, poi me preguntó si estaba casado, y, al decirle que no, la conversa-
último, hizo al hombre de manera que sólo puede ser feliz si no ción
ción recayó sobre la castidad,
castidad, que en su opinión sólo podía con-
duda de su divina existencia. Cualquiera que sea su condición, siderarse virtud si se entendía como abstinencia; y que, lejos de
tiene una necesidad absoluta de admitirla; de no ser por esa necc ser apreciada por Dios, debía desagradarle, porque violaba el
sidad, el hombre nunca habría admitido un Dios creador de todo. primer precepto que el creador había dado al hombre.
Pero querría saber por qué el ateísmo sólo ha existido en el Pe ro quisiera saber m e d ijo en qué consiste
consiste la casti
castidad
dad de
sistema teórico de algún sabio, mientras que no tenemos ejeni  vues tros cab alle ros de Malta.
Ma lta. 40 Hacen
Ha cen vo to de c astidad
asti dad,, pero
per o e so
píos de su existencia en una nación entera.
nuestro globo. Y observa que el Corán puede ser seguido en el rico. Entre nosotros hay un gran número de impíos que se
todas partes. burlan de esos creyentes que depositan toda su confianza en la
No supe qué responderle, y no me preocupé de reflexionar. peregrinación a la Meca. ¡Infelices! Deberían respetar los anti-
Cuando poco después dije, a propósito de Dios, que si no era guos monumentos que, estimulando la devoción de los fieles,
materia debía ser espíritu, me respondió que sabíamos lo que no alimentan su religión y los animan a sufrir las adversidades. De
era, pero no lo que era, y que, por consiguiente, no podíamos no ser por esos consuelos, el pueblo ignorante se entregaría a
afirmar que fuese espíritu, dado que no podíamos tener de él los peores excesos de la desesperación.
más que una idea abstracta. Encantado de la atención con que yo escuchaba su doctrina,
Dios añadió es inmaterial: eso es cuanto sabemos, y  Yu suf se dejab
de jab a arr as tra r cad a ve z más p or la incli
in clina
nació
ció n que
qu e
nunca sabremos más. tenía a instruirme. Empecé a ir a pasar el día en su casa sin ser in-
Me acordé de Platón, que dice lo mismo, y desde luego Yusuf   vita do, y nuestra
nues tra amis tad lleg ó a se r e strec ha.
no había leído a Platón. Una hermosa mañana me hice llevar a casa de Ismail Efendi
Ese mismo día me dijo que la existencia de Dios sólo podía para almorzar con él, como le había prometido; pero este turco,
ser útil a quienes no dudaban de ella, y que, por consiguiente, los iras recibirme y tratarme con las más más nobles cortesías, me invitó
mortales más desdichados eran los ateos. .1 dar un paseo por un jardincito donde, en un pabellón de re-
Dios hizo al hombre a su semejanza para que entre todos creo, tuvo cierto capricho que no encontré de mi agrado. Le dije
los animales que ha creado haya uno capaz de rendir homenaje riendo que no me gustaba aquel tipo de cosas, y al fin, harto de
a su
su existencia  me dijo . Sin el hombre, Dio s no tendría testi- su cariñosa insistencia, me levanté algo bruscamente. Entonces
monio alguno de su propia gloria; y, por consiguiente, el hom Ismail, aparentando aprobar mi repugnancia, me dijo que sólo
bre debe comprender que su primer deber es el de glorificarle estaba bromeando. Tras los cumplidos de circunstancias, me
practicando la justicia y confiando en su providencia. Ten pre- despedí con intención de no volver más a su casa; pero tuve que
sente que Dios nunca abandona al hombre que en la adversidail hacerlo,
hacerlo, como diré más adelante.
adelante. Cuan do conté al señor de Bo n
se prosterna ante él e implora su ayuda; y deja perecer en la des des neval el el episod io, éste me dijo que, según las costum bres turcas,
esperación al desdichado que cree inútil la oración. Ismail
Ismail había pretendido darme una gran prueba de amistad, pero
Sin embargo, hay ateos felices.
felices. que podía estar seguro de que no volvería a proponerm e nada pa-
Cierto; mas, a pesar de la tranquilidad de su alma, me pare recido si volvía a su casa, tanto más cuanto que, hombre muy ga-
cen dignos de com pasión , pues no esperan nada después de esta esta lante, Ismail tenía a su disposición esclavos de admirable belleza.
 vid a y no se recono
rec ono cen sup erio res a las bestias.
best ias. Adem
Ad em ás, deben Me dijo que la buena educación exigía que volviera p or su casa.
languidecer en la ignorancia si son filósofos; y si no piensan en Cinco o seis semanas después de habernos conocido, Yusuf
nada, no tienen ningún recurso frente a la adversidad. Dios, poi me preguntó si estaba casado, y, al decirle que no, la conversa-
último, hizo al hombre de manera que sólo puede ser feliz si no ción
ción recayó sobre la castidad,
castidad, que en su opinión sólo podía con-
duda de su divina existencia. Cualquiera que sea su condición, siderarse virtud si se entendía como abstinencia; y que, lejos de
tiene una necesidad absoluta de admitirla; de no ser por esa necc ser apreciada por Dios, debía desagradarle, porque violaba el
sidad, el hombre nunca habría admitido un Dios creador de todo. primer precepto que el creador había dado al hombre.
Pero querría saber por qué el ateísmo sólo ha existido en el Pe ro quisiera saber m e d ijo en qué consiste
consiste la casti
castidad
dad de
sistema teórico de algún sabio, mientras que no tenemos ejeni  vues tros cab alle ros de Malta.
Ma lta. 40 Hacen
Ha cen vo to de c astidad
asti dad,, pero
per o e so
píos de su existencia en una nación entera.
E s p orque el pobre siente sus necesidades mucho más qut qut 40. I.a Orden militar de los Caballeros de Malta (Ordo militi# S.

354
354 355

no quiere decir que se abstengan de toda obra de la carne, pues, L o sé, y siempre me haha sorprendido, pues todo
todo legislador
si es pecado, todos los cristianos lo han cometido en su bau- que hace una ley de imposible ejecución es un necio. Un hom-
tismo. As í pues, esc voto sólo consiste en la obligación de no ca- bre que no tiene una mujer, y que está sano, debe por fuerza
sarse. Por lo tanto, la castidad sólo puede ser violada por el masturbarse cuando la imperiosa naturaleza le hace sentir la ne-
matrimonio, y observo que el matrimonio es uno de vuestros sa- cesidad, y quien, por temor a mancillar su alma, tuviera la fuerza
cramentos. Esos caballeros únicamente
únicamente prometen eso, que nunca
nunca de abstenerse contraería una enfermedad mortal.
realizarán actos carnales aunque la ley de Dios se los permita, re- Entre nosotros se cree todo lo contrario. Pretenden que,
servándose sin embargo el derecho a cometerlos de manera ilí- masturbándose, los jóvenes dañan su temperamento y abrevian
cita siempre
siempre que quieran, hasta el punto de poder recono cer por su vida. En bastantes comunidades los vigilan y no les dejan la
hijos a niños que sólo pueden haber tenido cometiendo un doble posibilidad de cometer ese pecado consigo mismos.
crimen. Llaman, a estos, hijos naturales, como si los nacidos de Esos vigilantes son estúpidos, lo mismo que quienes les
la unión conyugal caracterizada como sacramento no lo fueran. pagan para que vigilen, pues la misma inhibición debe aumentar
En suma, el voto de castidad no puede agradar ni a Dios, ni a las ganas de infringir una ley tan tiránica y tan contraria a la na-
los hombres, ni a los individuos que lo hacen. turaleza.
Me preguntó si estaba casado. Le respondí que no y que es- Yo creo, sin embargo, que el abuso de ese desorden debe
peraba no verme obligado nunca a contraer esc lazo. perjudicar la salud, pues enerva y debilita.
¿Có m o? m e respondió Entonces
Entonces debo
debo creer
creer que,
que, o no
no D e acuerdo; pero ese abuso, a menos
menos que exista
exista provo ca-
eres un hombre perfecto, o que quieres condenarte, a menos que ción, no puede existir; y quienes lo prohíben son quienes lo pro-
me digas que sólo eres cristiano en apariencia.  voc an. Si en esta materia
mat eria las mucha
mu chacha
chass tienen
tien en libe rtad para
Soy hombre perfecto, y soy cristiano. Te diré además que hacer lo que quieren, no veo por qué no se deba dejar hacer lo
adoro el bello sexo y que espero gozarlo felizmente. mismo con los muchachos.
Te condenarás, según tu religión. Las chicas no corren un riesgo tan grande, ya que es muy
Estoy convencido de que no, pues, cuando confesamos poca la sustancia que pueden perder y que, además, no procede
nuestros pecados, nuestros sacerdotes están obligados a absol- de la misma fuente de donde se separa el germen de la vida hu-
 verno
 ver nos.
s. mana.
Lo sé; pero admite que es una estupidez pretender que Dios N o sé nada
nada de todo eso, pero algunos doctores nuestros
te perdone un pecado que tal vez no cometerías si no estuvieras sostienen que la palidez de las chicas deriva de eso.
seguro de que, confesándolo, te sería perdonado. Dios sólo per Tras estas y otras reflexiones parecidas, en las que parecía
dona al que se arrepiente. considerarme muy razonable aunque no compartiera su opi-
D e eso no hay duda, y la confesión presup one el arrepenti
arrepenti nión, Yusuf Alí me hizo una propuesta que me asombró, si no
miento. Si no lo hay, la absolución es ineficaz. en estos mismos términos, al menos de un tenor muy poco di
También la masturbación es pecado entre vosotros. lerente:
M ay or incluso
incluso que la copulación
copulación ilegítima.
ilegítima. Tengo dos hijos y una hija. En los hijos he dejado de pen-
sar, porque ya han recibido la parte que les correspondía de lo
 Joannis Bapt., hospitalis Hierosolomytani) es la orden religiosa militar que poseo; pero, por lo que atañe a mi hija, a mi muerte recibirá
más antigua. Nació en un hospicio construido para los peregrinos que
iban a Jerusalén por un provenzal llamado Gérard a principios del siglo toda mi hacienda, y estoy en condiciones de hacer la fortuna de
no quiere decir que se abstengan de toda obra de la carne, pues, L o sé, y siempre me haha sorprendido, pues todo
todo legislador
si es pecado, todos los cristianos lo han cometido en su bau- que hace una ley de imposible ejecución es un necio. Un hom-
tismo. As í pues, esc voto sólo consiste en la obligación de no ca- bre que no tiene una mujer, y que está sano, debe por fuerza
sarse. Por lo tanto, la castidad sólo puede ser violada por el masturbarse cuando la imperiosa naturaleza le hace sentir la ne-
matrimonio, y observo que el matrimonio es uno de vuestros sa- cesidad, y quien, por temor a mancillar su alma, tuviera la fuerza
cramentos. Esos caballeros únicamente
únicamente prometen eso, que nunca
nunca de abstenerse contraería una enfermedad mortal.
realizarán actos carnales aunque la ley de Dios se los permita, re- Entre nosotros se cree todo lo contrario. Pretenden que,
servándose sin embargo el derecho a cometerlos de manera ilí- masturbándose, los jóvenes dañan su temperamento y abrevian
cita siempre
siempre que quieran, hasta el punto de poder recono cer por su vida. En bastantes comunidades los vigilan y no les dejan la
hijos a niños que sólo pueden haber tenido cometiendo un doble posibilidad de cometer ese pecado consigo mismos.
crimen. Llaman, a estos, hijos naturales, como si los nacidos de Esos vigilantes son estúpidos, lo mismo que quienes les
la unión conyugal caracterizada como sacramento no lo fueran. pagan para que vigilen, pues la misma inhibición debe aumentar
En suma, el voto de castidad no puede agradar ni a Dios, ni a las ganas de infringir una ley tan tiránica y tan contraria a la na-
los hombres, ni a los individuos que lo hacen. turaleza.
Me preguntó si estaba casado. Le respondí que no y que es- Yo creo, sin embargo, que el abuso de ese desorden debe
peraba no verme obligado nunca a contraer esc lazo. perjudicar la salud, pues enerva y debilita.
¿Có m o? m e respondió Entonces
Entonces debo
debo creer
creer que,
que, o no
no D e acuerdo; pero ese abuso, a menos
menos que exista
exista provo ca-
eres un hombre perfecto, o que quieres condenarte, a menos que ción, no puede existir; y quienes lo prohíben son quienes lo pro-
me digas que sólo eres cristiano en apariencia.  voc an. Si en esta materia
mat eria las mucha
mu chacha
chass tienen
tien en libe rtad para
Soy hombre perfecto, y soy cristiano. Te diré además que hacer lo que quieren, no veo por qué no se deba dejar hacer lo
adoro el bello sexo y que espero gozarlo felizmente. mismo con los muchachos.
Te condenarás, según tu religión. Las chicas no corren un riesgo tan grande, ya que es muy
Estoy convencido de que no, pues, cuando confesamos poca la sustancia que pueden perder y que, además, no procede
nuestros pecados, nuestros sacerdotes están obligados a absol- de la misma fuente de donde se separa el germen de la vida hu-
 verno
 ver nos.
s. mana.
Lo sé; pero admite que es una estupidez pretender que Dios N o sé nada
nada de todo eso, pero algunos doctores nuestros
te perdone un pecado que tal vez no cometerías si no estuvieras sostienen que la palidez de las chicas deriva de eso.
seguro de que, confesándolo, te sería perdonado. Dios sólo per Tras estas y otras reflexiones parecidas, en las que parecía
dona al que se arrepiente. considerarme muy razonable aunque no compartiera su opi-
D e eso no hay duda, y la confesión presup one el arrepenti
arrepenti nión, Yusuf Alí me hizo una propuesta que me asombró, si no
miento. Si no lo hay, la absolución es ineficaz. en estos mismos términos, al menos de un tenor muy poco di
También la masturbación es pecado entre vosotros. lerente:
M ay or incluso
incluso que la copulación
copulación ilegítima.
ilegítima. Tengo dos hijos y una hija. En los hijos he dejado de pen-
sar, porque ya han recibido la parte que les correspondía de lo
 Joannis Bapt., hospitalis Hierosolomytani) es la orden religiosa militar que poseo; pero, por lo que atañe a mi hija, a mi muerte recibirá
más antigua. Nació en un hospicio construido para los peregrinos que
iban a Jerusalén por un provenzal llamado Gérard a principios del siglo toda mi hacienda, y estoy en condiciones de hacer la fortuna de
 XII.
 XII. Trasladada
Trasladada en 12 91 a Chipre, pasó en los siglos siguientes a Rodas quien se case con ella mientras yo viva. Hace cinco años tomé
(13 1 o),
o), Malta
Malta (1530) y por fin Roma (1857). una mujer joven, pero no me ha dado descendencia, y estoy se-

356
356 357
357

guro de que no me la dará porque ya soy viejo. Esa hija mía, a importancia que no sólo no debía comunicárselo a nadie, sino
la que llamo Zelmi, tiene quince años, es muy hermosa, castaña que debía abstenerme de pensar en él hasta el momento en que
de ojos y cabellos como su difunta madre, alta, bien formada, tuviera la mente lo bastante tranquila para estar seguro de
de carácter dulce , y la educación que le he dado la haría digna de que nada, ni el menor sop lo de aire, podría alterar la balanza que
poseer el corazón de nuestro señor.'1' Habla griego e italiano, debía decidirme. Estaba obligado a silenciar todas mis pasiones,
canta acompañándose con el arpa, dibuja, borda y siempre está prevenciones, prejuicios e incluso cierto interés personal. Al
alegre. No hay hombre en el mundo que pueda presumir de despertarme al día siguiente hice una breve reflexión sobre el
haber visto nunca su cara, y me ama hasta tal punto que no se asunto, y me di cuenta de que pensar en él podría impedirme
atreve a tener más voluntad que la mía. Esta hija es un tesoro, y tomar una decisión y que, si debía venirme una decisión, sería
te la ofrezco si quieres ir a vivir un año a Adrianópolis41 a casa como consecuencia de no haber pensado en ello. Era el caso del
de unos parientes míos, donde aprenderás nuestra lengua, nues- sequere Deum 41 de los estoicos. Pasé cuatro días sin ir a casa de
tra religión y nuestras costumbres. Al cabo de un año volverás  Yusu
 Yu su f, y el quin
q uin to , cu ando
an do fui , e stu vim os mu y aleg
a leg res y no p en -
aquí, donde, en cuanto te hayas declarado musulmán, mi hija se samos siquiera en decir una sola palabra sobre un asunto en el
convertirá en tu mujer. Encontrarás una casa, y esclavos de los que, sin embargo, era imposible que no pensáramos. Así pasa-
que serás amo, y una renta con la que podrás vivir en la abun- mos quince días; pero como nuestro silencio no era fruto del di-
dancia. Eso es todo. No quiero que me respondas ni ahora, ni simulo ni de ningún otro sentimiento contrario a la amistad y a
mañana, ni en ningún otro plazo de tiempo determinado. Res- la estima que sentíamos el uno por el otro, Yusuf, viniendo a ha-
póndeme cuando te sientas impulsado por tu Genio a respon- blar de la propuesta que me había hecho, me dijo que se figuraba
derme, y será para aceptar mi ofrecimiento, pues si no lo aceptas
aceptas que yo había hablado
hablado sobre el asunto con alguna persona de re-
es inútil que volvamos a hablarlo. Tampoco quiero recomen conocida prudencia en busca de un buen consejo. Le aseguré de
darte que pienses en este asunto, porque, desde el momento en lo contrario por pensar que, en caso de aquella importancia, no
que he echado la semilla en tu alma, ya no serás dueño ni de con debía seguir el consejo de nadie.
sentir ni de oponerte a su cumplimiento. Sin apresurarte, sin de H e acudido a Dios le d ije, y, como tengo plena plena confianza
confianza
morarte y sin inquietarte, no harás más que la voluntad de Dios en él,
él, estoy segu ro de que tomaré el mejor partido, bien porque
siguiendo el irrevocable decreto de tu destino. Te conozco lo me decida a convertirme en tu hijo, bien porque siga siendo lo
bastante para saber que sólo te falta la compañía de Zelmi para que soy. Mientras tanto, esc pensamiento ocupa mi alma de la
ser feliz. Y preveo que llegarás a ser una columna del Imperio mañana a la noche cuando, a solas conmigo mismo, se encuen-
tra en la mayor tran quilidad. Cu and o me decida, sólo a ti te daré
otomano.
Después de esta breve arenga, Yusuf me estrechó contra su la noticia,  pa le ra m u , 44  y en ese mo me nto nt o em pe zar ás a ejer
ej erce
ce r
pecho y, para evitar que le respondiese, me dejó. Regresé hacia sobre mí la autoridad de un padre.
casa con la mente tan absorta en la propuesta de Yusuf que lie  A est as pala bra s vi brot
br ot ar lágrima
lágr ima s de sus ojo s. Me puso
pu so su
gué sin darme cuenta. Los bailes me vieron pensativo, lo mismo mano izquierda sobre la cabeza y el segundo y el tercer dedo de
que al día siguiente el señor de Bonneval, y me preguntaron la la derecha en medio de mi frente diciéndome que siguiera así y
causa; pero me guardé mucho de decírsela. Lo que Yusuf me que estuviera seguro de no equivocarme. Le dije que también
había explicado me parecía demasiado cierto. El asunto era de tal
tal podía ocurrir que su hija Zelmi no me encontrara de su agrado.

43. «Sigue a Dios.»


guro de que no me la dará porque ya soy viejo. Esa hija mía, a importancia que no sólo no debía comunicárselo a nadie, sino
la que llamo Zelmi, tiene quince años, es muy hermosa, castaña que debía abstenerme de pensar en él hasta el momento en que
de ojos y cabellos como su difunta madre, alta, bien formada, tuviera la mente lo bastante tranquila para estar seguro de
de carácter dulce , y la educación que le he dado la haría digna de que nada, ni el menor sop lo de aire, podría alterar la balanza que
poseer el corazón de nuestro señor.'1' Habla griego e italiano, debía decidirme. Estaba obligado a silenciar todas mis pasiones,
canta acompañándose con el arpa, dibuja, borda y siempre está prevenciones, prejuicios e incluso cierto interés personal. Al
alegre. No hay hombre en el mundo que pueda presumir de despertarme al día siguiente hice una breve reflexión sobre el
haber visto nunca su cara, y me ama hasta tal punto que no se asunto, y me di cuenta de que pensar en él podría impedirme
atreve a tener más voluntad que la mía. Esta hija es un tesoro, y tomar una decisión y que, si debía venirme una decisión, sería
te la ofrezco si quieres ir a vivir un año a Adrianópolis41 a casa como consecuencia de no haber pensado en ello. Era el caso del
de unos parientes míos, donde aprenderás nuestra lengua, nues- sequere Deum 41 de los estoicos. Pasé cuatro días sin ir a casa de
tra religión y nuestras costumbres. Al cabo de un año volverás  Yusu
 Yu su f, y el quin
q uin to , cu ando
an do fui , e stu vim os mu y aleg
a leg res y no p en -
aquí, donde, en cuanto te hayas declarado musulmán, mi hija se samos siquiera en decir una sola palabra sobre un asunto en el
convertirá en tu mujer. Encontrarás una casa, y esclavos de los que, sin embargo, era imposible que no pensáramos. Así pasa-
que serás amo, y una renta con la que podrás vivir en la abun- mos quince días; pero como nuestro silencio no era fruto del di-
dancia. Eso es todo. No quiero que me respondas ni ahora, ni simulo ni de ningún otro sentimiento contrario a la amistad y a
mañana, ni en ningún otro plazo de tiempo determinado. Res- la estima que sentíamos el uno por el otro, Yusuf, viniendo a ha-
póndeme cuando te sientas impulsado por tu Genio a respon- blar de la propuesta que me había hecho, me dijo que se figuraba
derme, y será para aceptar mi ofrecimiento, pues si no lo aceptas
aceptas que yo había hablado
hablado sobre el asunto con alguna persona de re-
es inútil que volvamos a hablarlo. Tampoco quiero recomen conocida prudencia en busca de un buen consejo. Le aseguré de
darte que pienses en este asunto, porque, desde el momento en lo contrario por pensar que, en caso de aquella importancia, no
que he echado la semilla en tu alma, ya no serás dueño ni de con debía seguir el consejo de nadie.
sentir ni de oponerte a su cumplimiento. Sin apresurarte, sin de H e acudido a Dios le d ije, y, como tengo plena plena confianza
confianza
morarte y sin inquietarte, no harás más que la voluntad de Dios en él,
él, estoy segu ro de que tomaré el mejor partido, bien porque
siguiendo el irrevocable decreto de tu destino. Te conozco lo me decida a convertirme en tu hijo, bien porque siga siendo lo
bastante para saber que sólo te falta la compañía de Zelmi para que soy. Mientras tanto, esc pensamiento ocupa mi alma de la
ser feliz. Y preveo que llegarás a ser una columna del Imperio mañana a la noche cuando, a solas conmigo mismo, se encuen-
tra en la mayor tran quilidad. Cu and o me decida, sólo a ti te daré
otomano.
Después de esta breve arenga, Yusuf me estrechó contra su la noticia,  pa le ra m u , 44  y en ese mo me nto nt o em pe zar ás a ejer
ej erce
ce r
pecho y, para evitar que le respondiese, me dejó. Regresé hacia sobre mí la autoridad de un padre.
casa con la mente tan absorta en la propuesta de Yusuf que lie  A est as pala bra s vi brot
br ot ar lágrima
lágr ima s de sus ojo s. Me puso
pu so su
gué sin darme cuenta. Los bailes me vieron pensativo, lo mismo mano izquierda sobre la cabeza y el segundo y el tercer dedo de
que al día siguiente el señor de Bonneval, y me preguntaron la la derecha en medio de mi frente diciéndome que siguiera así y
causa; pero me guardé mucho de decírsela. Lo que Yusuf me que estuviera seguro de no equivocarme. Le dije que también
había explicado me parecía demasiado cierto. El asunto era de tal
tal podía ocurrir que su hija Zelmi no me encontrara de su agrado.

43. «Sigue a Dios.»


41. El sultán. 44. Del griego moderno, «padre mío».
42. En la actualidad, Edirnc.

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M i hija te ama
ama me resp ondió; te ha visto,
visto, y te ve acompa-
acompa- cermc infeliz,
infeliz, porque Yusuf p odría vivir veinte años todavía
todavía y
ñada por mi mujer y su aya cada vez que comemos juntos; y te sentía que el respeto y la gratitud nunca me hubieran permitido
escucha con mu cho placer.
placer. mortificar al buen anciano dejando de tener por su hija todas las
Pe ro no sabe que piensas
piensas dármela
dármela por esposa. consideraciones que le habría debido. Éstos eran mis pensa-
Sabe que deseo que te hagas creyente para poder unir su mientos; ni Yusuf podía adivinarlos, ni era necesario que yo se
destino al tuyo. los declarase.
M e alegro de que no te esté permitido dejármela ver, ver, pues Unos días después encontré a Ismail Efendi comiendo en
podría deslumbrarme, y entonces sería la pasión la que inclina- casa de mi querido pachá Osmán. Me dio grandes muestras de
ría la balanza; luego no podría jactarme de haber tom ado mi de- amistad, a las que correspondí, pero pasando de puntillas sobre
cisión con toda la pureza de mi alma. los reproches que me hizo de no haber ido a comer con él al-
Fue grande la alegría de Yusuf al oírme razonar así, y desde guna otra vez; y no pude librarme de aceptar una nueva invita-
luego no le hablaba como hipócrita, sino con total buena fe. La ción para ir con el señor de Bonneval a su casa. Fui el día
sola idea de ver a Zelmi me estremecía. Estaba seguro de que no acordado, y después de la comida gocé de un bello espectáculo
habría dudado en hacerme turco de haberme enamorado, mien- interpretado por esclavos napolitanos de ambos sexos que re-
tras que, en un estado de indiferencia, también lo estaba de que presentaron una pantomima y bailaron calabresas.4’
calabresas.4’ El señor de
nunca me habría decidido a dar un paso que, por otro lado, no Bonneval habló de la danza veneciana llamada [uriana,46 y, ante
ofrecía a mis ojos ningún atractivo; al contrario, me ofrecía una la curiosidad de Ismail, le dije que me resultaría imposible m os-
perspectiva muy desagradable tanto sobre el presente como trársela
trársela sin una danzarina de mi país y sin un violinista que c o-
sobre mi vida futura. En cuanto a las riquezas, podía esperar en- nociese la melodía. Cogí entonces un violín y le toqué la música,
contrarlas equivalentes, gracias a los favores de la fortuna, en pero, aunque se hubiera encontrado a la bailarina, yo no podía
toda Europa, sin verme obligado, para vergüenza mía, a cam- tocar y bailar al mismo tiempo. Ismail se levantó entonces y
biar de religión: no creía que debiera ser indiferente al desprecio habló aparte con un eunuco, que salió para volver tres o cuatro
de cuantos me conocían y a cuya estima aspiraba. No podía minutos después de hablarle al oído. Ismail me dijo que ya ha-
decidirme a renunciar a la hermosa esperanza de llegar a ser cé- bían encontrado a la bailarina,
bailarina, y le respondí que también yo en -
lebre en los países civilizados, bien en bellas artes, bien en lite- contraría al violinista si él quería enviar una nota al hotel de
ratura, bien en cualquier otra profesión, y tampoco podía so-  Vcnecia.
 Vcne cia. To do se hiz o en un momemo mento
nto . Es cr ib í la nota,
nota , él la
portar la idea de abandonar en favor de mis iguales los triunfos envió, y media hora después llegó con su violín un criado del
que tal vez me estaban reservados si seguía viviend o entre ellos. baile Dona. Instantes después se abre una puerta que había en un
Estaba convencido, y no me equivocaba, de que la decisión de rincón de la estancia
estancia y aparece una bella mujer con el rostro c u-
tomar el turbante sólo podía convenir a los desesperados, y yo bierto por una máscara de terciopelo negro, de forma ovalada,
no me hallaba entre ellos. Pero lo que me sublevaba era la idea que en Vcnecia se llama morettaS 7  7 La aparición de la máscara
de tener que ir a pasar un año a Adrianó polis para aprender una sorprendió y encantó a todos los presentes, pues era imposible
lengua bárbara por la que no sentía gusto alguno y que, por lo imaginar una criatura más interesante, tanto por la belleza de
tanto, no podía esperar aprender a la perfección. No podía re-
4$. Bailes populares de Calabria.
nunciar sin dolor a la vanidad de ser considerado buen conver-
46. Danza popular de origen friulano, muy ruidosa y de ritmo rá-
sador, reputación que me había ganado en todas partes donde pido, bailada entre dos; estuvo de moda en la Vcnecia del siglo XVIII.
había vivido. Pensaba, además, que la encantadora Zelmi habría
M i hija te ama
ama me resp ondió; te ha visto,
visto, y te ve acompa-
acompa- cermc infeliz,
infeliz, porque Yusuf p odría vivir veinte años todavía
todavía y
ñada por mi mujer y su aya cada vez que comemos juntos; y te sentía que el respeto y la gratitud nunca me hubieran permitido
escucha con mu cho placer.
placer. mortificar al buen anciano dejando de tener por su hija todas las
Pe ro no sabe que piensas
piensas dármela
dármela por esposa. consideraciones que le habría debido. Éstos eran mis pensa-
Sabe que deseo que te hagas creyente para poder unir su mientos; ni Yusuf podía adivinarlos, ni era necesario que yo se
destino al tuyo. los declarase.
M e alegro de que no te esté permitido dejármela ver, ver, pues Unos días después encontré a Ismail Efendi comiendo en
podría deslumbrarme, y entonces sería la pasión la que inclina- casa de mi querido pachá Osmán. Me dio grandes muestras de
ría la balanza; luego no podría jactarme de haber tom ado mi de- amistad, a las que correspondí, pero pasando de puntillas sobre
cisión con toda la pureza de mi alma. los reproches que me hizo de no haber ido a comer con él al-
Fue grande la alegría de Yusuf al oírme razonar así, y desde guna otra vez; y no pude librarme de aceptar una nueva invita-
luego no le hablaba como hipócrita, sino con total buena fe. La ción para ir con el señor de Bonneval a su casa. Fui el día
sola idea de ver a Zelmi me estremecía. Estaba seguro de que no acordado, y después de la comida gocé de un bello espectáculo
habría dudado en hacerme turco de haberme enamorado, mien- interpretado por esclavos napolitanos de ambos sexos que re-
tras que, en un estado de indiferencia, también lo estaba de que presentaron una pantomima y bailaron calabresas.4’
calabresas.4’ El señor de
nunca me habría decidido a dar un paso que, por otro lado, no Bonneval habló de la danza veneciana llamada [uriana,46 y, ante
ofrecía a mis ojos ningún atractivo; al contrario, me ofrecía una la curiosidad de Ismail, le dije que me resultaría imposible m os-
perspectiva muy desagradable tanto sobre el presente como trársela
trársela sin una danzarina de mi país y sin un violinista que c o-
sobre mi vida futura. En cuanto a las riquezas, podía esperar en- nociese la melodía. Cogí entonces un violín y le toqué la música,
contrarlas equivalentes, gracias a los favores de la fortuna, en pero, aunque se hubiera encontrado a la bailarina, yo no podía
toda Europa, sin verme obligado, para vergüenza mía, a cam- tocar y bailar al mismo tiempo. Ismail se levantó entonces y
biar de religión: no creía que debiera ser indiferente al desprecio habló aparte con un eunuco, que salió para volver tres o cuatro
de cuantos me conocían y a cuya estima aspiraba. No podía minutos después de hablarle al oído. Ismail me dijo que ya ha-
decidirme a renunciar a la hermosa esperanza de llegar a ser cé- bían encontrado a la bailarina,
bailarina, y le respondí que también yo en -
lebre en los países civilizados, bien en bellas artes, bien en lite- contraría al violinista si él quería enviar una nota al hotel de
ratura, bien en cualquier otra profesión, y tampoco podía so-  Vcnecia.
 Vcne cia. To do se hiz o en un momemo mento
nto . Es cr ib í la nota,
nota , él la
portar la idea de abandonar en favor de mis iguales los triunfos envió, y media hora después llegó con su violín un criado del
que tal vez me estaban reservados si seguía viviend o entre ellos. baile Dona. Instantes después se abre una puerta que había en un
Estaba convencido, y no me equivocaba, de que la decisión de rincón de la estancia
estancia y aparece una bella mujer con el rostro c u-
tomar el turbante sólo podía convenir a los desesperados, y yo bierto por una máscara de terciopelo negro, de forma ovalada,
no me hallaba entre ellos. Pero lo que me sublevaba era la idea que en Vcnecia se llama morettaS 7  7 La aparición de la máscara
de tener que ir a pasar un año a Adrianó polis para aprender una sorprendió y encantó a todos los presentes, pues era imposible
lengua bárbara por la que no sentía gusto alguno y que, por lo imaginar una criatura más interesante, tanto por la belleza de
tanto, no podía esperar aprender a la perfección. No podía re-
4$. Bailes populares de Calabria.
nunciar sin dolor a la vanidad de ser considerado buen conver-
46. Danza popular de origen friulano, muy ruidosa y de ritmo rá-
sador, reputación que me había ganado en todas partes donde pido, bailada entre dos; estuvo de moda en la Vcnecia del siglo XVIII.
había vivido. Pensaba, además, que la encantadora Zelmi habría 47. Máscara de terciopelo negro que se sujetaba
sujetaba mediante un botón
podido no serlo a mis ojos, y que eso habría bastado para ha \ostenido con la boca; por eso no podía hablar quien la llevaba.
llevaba.

360

sus formas co mo por la elegancia de sus galas. La diosa se coloca donde, al no encontrarlo, me fui a pasear al jardín.jardín. C om o la carta
en posición, yo la acompaño y bailamos seis / urianas  seguidas. estaba sellada
sellada y sin dirección, la vieja
vieja podía haberse equ ivocado:
 Al final yo est aba sin a lien to, po rqu e no hay dan za nacio nal más eso aumentó mi curiosidad. Estaba redactada en un italiano bas-
 vio len ta;
ta ; pe ro la be lla, que
qu e se gu ía de pie e inm
in m óvil
óv il sin da r el tante correcto, y ésta es su traducción: «Si tenéis curiosidad por
menor indicio de cansancio, parecía desafiarme. Cuando hacía la  ver a la perso
pe rso na que bailó
ba iló con vo s la  fu rl an a,   id al anochecer a
pirueta, que es lo que más fatiga, parecía volar; el asombro me pasear por el jardín del otro lado del estanque, y daos a conocer
tenía fuera de mí: no recordaba haber visto bailar tan bien aque- a la vieja criada del jardinero pidiéndole limonadas. Quizá po-
lla danza, ni siquiera en Venecia. Tras un breve descanso, algo dáis verla sin correr ningún riesgo, aunque os encontraseis con
avergonzado po r mi desfallecimiento,
desfallecimiento, me acerqué de nuevo y le Ismail:
Ismail: es veneciana; importa sin embargo que no habléis a nadie
dije: « An cor a sei, e p o bas ta, se non vo let e ve de rm i a morir é».**  de esta invitación».
Me habría contestado de haber podido, pues con una máscara N o so y tan tonto, querida compatriota exclamé entusias-
de esa clase resulta imposible pronunciar la menor palabra; pero mado, como si ella hubiera estado presente, y me guardé la
fue mucho lo que me dijo con un apretón de manos que nadie carta en el bolsillo.
podía ver. Tras la segunda serie de seis fu rl an as , el eunuco abrió Pero de pronto una bella anciana sale por detrás de un mato-
la misma puerta y ella desapareció. rral de espinos, se me acerca, me pregunta qué quiero y cómo la
Ismail me dio encarecidamente las gracias, pero era yo quien había
había visto. R iendo le contes to que había hablado al aire
aire creye n-
debía darlas, pues ése fue el único placer verdadero que tuve en do que no me oía nadie. Ella me dice de buenas a primeras que
Constantinopla. Le pregunté si la dama era veneciana, pero sólo estaba encantada de hablar conmigo, que era romana, que había
me respondió con una sonrisa sutil. Hacia el atardecer, todos educado a Zelmi y le había enseñado a cantar y a tocar el arpa.
nos marchamos. Me hace el elogio de sus bellezas y de las hermosas cualidades de
Este buen hombre me dijo el señor de Bonneval ha sido su alma, asegurándome que desde luego me enamoraría de ella
hoy víctima de su magnificencia,
magnificencia, y esto y seguro de que ya está si la veía, y que sentía mucho que eso no estuviera permitido.
arrepentido de haberos hecho bailar con su bella esclava. Según A ho ra nos está viendo
viendo m e dijo  desde detrás
detrás de aquell
aquellaa ce-
los prejuicios del país, lo que ha hecho atenta contra su honor, losía verde; y os queremos desde que Yusuf nos dijo que po-
 y os aco nsejo
ns ejo que
qu e t engáis
eng áis mu cho cuida
cu ida do , p orq ue habéis
habé is d ebido
ebi do dríais llegar a ser el marido de Zelmi tan pronto como volvieseis
de agradar a la muchacha, quien, por lo tanto, tratará de envol- de Adrianópolis.
 ve ros
ro s en algu na int rig a am oro sa. Sed pru dent
de nte,
e, po rque
rq ue , dada s Le pregunté si podía dar cuenta a Yusuf de la confidencia que
las costumbres turcas, todas las intrigas son peligrosas. acababa de hacerme, pero, aunque me respondió que no, pronto
Le prometí que no me prestaría a ninguna intriga, pero no comprendí que, a poco que hubiera insistido, se habría resuelto
mantuve mi palabra. a procurarme el placer de ver a su encantadora pupila. No pude
Tres o cuatro días más tarde, encontrándome en la calle, una soportar siqu iera la idea de un acto que habría desagradado a mi
 vie ja esc lava me pre sen tó una tabaqu
tab aqu era bo rdad
rd adaa en or o, of re - querido huésped, pero tuve miedo, sobre tod o, de meterme en
ciéndomela por una piastra. Al ponerla entre mis manos supo un laberinto donde fácilmente habría podido extraviarme. El
darme a entender que dentro había una carta; vi que la vieja evi turbante que me parecía vislumbrar a lo lejos me espantaba.
taba la mirada del jenízaro que caminaba detrás de mí. Se la  Vi a Y u su f ven
v en ir h acia mí, y no me d io la im pre sió n de que le
pagué, ella se marchó y yo seguí mi camino hacia casa de Yusul, irritase encontrarme entretenido con aquella romana. Me feli-
sus formas co mo por la elegancia de sus galas. La diosa se coloca donde, al no encontrarlo, me fui a pasear al jardín.jardín. C om o la carta
en posición, yo la acompaño y bailamos seis / urianas  seguidas. estaba sellada
sellada y sin dirección, la vieja
vieja podía haberse equ ivocado:
 Al final yo est aba sin a lien to, po rqu e no hay dan za nacio nal más eso aumentó mi curiosidad. Estaba redactada en un italiano bas-
 vio len ta;
ta ; pe ro la be lla, que
qu e se gu ía de pie e inm
in m óvil
óv il sin da r el tante correcto, y ésta es su traducción: «Si tenéis curiosidad por
menor indicio de cansancio, parecía desafiarme. Cuando hacía la  ver a la perso
pe rso na que bailó
ba iló con vo s la  fu rl an a,   id al anochecer a
pirueta, que es lo que más fatiga, parecía volar; el asombro me pasear por el jardín del otro lado del estanque, y daos a conocer
tenía fuera de mí: no recordaba haber visto bailar tan bien aque- a la vieja criada del jardinero pidiéndole limonadas. Quizá po-
lla danza, ni siquiera en Venecia. Tras un breve descanso, algo dáis verla sin correr ningún riesgo, aunque os encontraseis con
avergonzado po r mi desfallecimiento,
desfallecimiento, me acerqué de nuevo y le Ismail:
Ismail: es veneciana; importa sin embargo que no habléis a nadie
dije: « An cor a sei, e p o bas ta, se non vo let e ve de rm i a morir é».**  de esta invitación».
Me habría contestado de haber podido, pues con una máscara N o so y tan tonto, querida compatriota exclamé entusias-
de esa clase resulta imposible pronunciar la menor palabra; pero mado, como si ella hubiera estado presente, y me guardé la
fue mucho lo que me dijo con un apretón de manos que nadie carta en el bolsillo.
podía ver. Tras la segunda serie de seis fu rl an as , el eunuco abrió Pero de pronto una bella anciana sale por detrás de un mato-
la misma puerta y ella desapareció. rral de espinos, se me acerca, me pregunta qué quiero y cómo la
Ismail me dio encarecidamente las gracias, pero era yo quien había
había visto. R iendo le contes to que había hablado al aire
aire creye n-
debía darlas, pues ése fue el único placer verdadero que tuve en do que no me oía nadie. Ella me dice de buenas a primeras que
Constantinopla. Le pregunté si la dama era veneciana, pero sólo estaba encantada de hablar conmigo, que era romana, que había
me respondió con una sonrisa sutil. Hacia el atardecer, todos educado a Zelmi y le había enseñado a cantar y a tocar el arpa.
nos marchamos. Me hace el elogio de sus bellezas y de las hermosas cualidades de
Este buen hombre me dijo el señor de Bonneval ha sido su alma, asegurándome que desde luego me enamoraría de ella
hoy víctima de su magnificencia,
magnificencia, y esto y seguro de que ya está si la veía, y que sentía mucho que eso no estuviera permitido.
arrepentido de haberos hecho bailar con su bella esclava. Según A ho ra nos está viendo
viendo m e dijo  desde detrás
detrás de aquell
aquellaa ce-
los prejuicios del país, lo que ha hecho atenta contra su honor, losía verde; y os queremos desde que Yusuf nos dijo que po-
 y os aco nsejo
ns ejo que
qu e t engáis
eng áis mu cho cuida
cu ida do , p orq ue habéis
habé is d ebido
ebi do dríais llegar a ser el marido de Zelmi tan pronto como volvieseis
de agradar a la muchacha, quien, por lo tanto, tratará de envol- de Adrianópolis.
 ve ros
ro s en algu na int rig a am oro sa. Sed pru dent
de nte,
e, po rque
rq ue , dada s Le pregunté si podía dar cuenta a Yusuf de la confidencia que
las costumbres turcas, todas las intrigas son peligrosas. acababa de hacerme, pero, aunque me respondió que no, pronto
Le prometí que no me prestaría a ninguna intriga, pero no comprendí que, a poco que hubiera insistido, se habría resuelto
mantuve mi palabra. a procurarme el placer de ver a su encantadora pupila. No pude
Tres o cuatro días más tarde, encontrándome en la calle, una soportar siqu iera la idea de un acto que habría desagradado a mi
 vie ja esc lava me pre sen tó una tabaqu
tab aqu era bo rdad
rd adaa en or o, of re - querido huésped, pero tuve miedo, sobre tod o, de meterme en
ciéndomela por una piastra. Al ponerla entre mis manos supo un laberinto donde fácilmente habría podido extraviarme. El
darme a entender que dentro había una carta; vi que la vieja evi turbante que me parecía vislumbrar a lo lejos me espantaba.
taba la mirada del jenízaro que caminaba detrás de mí. Se la  Vi a Y u su f ven
v en ir h acia mí, y no me d io la im pre sió n de que le
pagué, ella se marchó y yo seguí mi camino hacia casa de Yusul, irritase encontrarme entretenido con aquella romana. Me feli-
citó por el placer que debía de haber sentido bailando con una
48. «Otras seis, y con eso basta si no queréis verme m orir.»
orir.» de las bellezas que encerraba el harén del voluptuoso Ismail.

362

¿ Es entonces algo tan excepcional para que se hable hable de ello? luz de una luna que volvía la noche más brillante que el día.
N o ocurre a menudo, pues el prejuicio de no expon er a las Conociendo sus gustos, no me sentía tan alegre como de cos-
miradas de los envidiosos las bellezas que poseemos reina en la tumbre, pues, pese a lo que el señor de Bonneval me había ase-
nación; pero en su casa casa cada cual puede hacer lo que quiera. Por gurado, temía que tuviera el capricho de darme pruebas de
otra parte, Ismail es hombre de mundo y persona inteligente. amistad como las que había querido darme tres semanas antes,
¿Se sabe quién es la dama con la que bailé?  y que
qu e tan mal acog
a cogíí yo . Semeja nte encu
e ncuentro
entro a sola s me resul taba
O h , no lo creo. Además iba con máscara, y se sabe que Is- sospechoso, pues no me parecía natural. Y no conseguía estar
mail tiene media docena de mujeres, todas igual de bellas. tranquilo. Pero el desenlace fue el siguiente:
Pasamos el día como de costumbre, muy alegremente, y al Hablemos en voz baja me dijo de pronto. Oigo cierto
salir de su casa me hice llevar a casa de Ismail, que vivía en el ruido que me hace adivinar algo que va a divertirnos.
Nada más decir esto, despide a sus criados y, cogiéndome la
mismo barrio.
mano, me dice:
Me conocían y, por lo tanto, me dejaron entrar. Cuando me
encaminaba hacia el lugar indicado por la nota, me vio el eunuco Vamos a meternos en un gabinete, cuya llave tengo por
 y vin o hacia mí para decirmdec irmee que Ismail
Isma il había
habí a sali do,
do , pero que suerte en mi bolsillo; pero guardémonos de hacer el menor
estaría encantado de saber que había ido a pascar por su jardín. ruido. El gabinete tiene una ventana que da al estanque, donde
Le dije que bebería con mu cho gusto un vaso de limonada, y me creo que en este momento dos o tres de mis mujeres han ido a
llevó al quiosco, do nde reconocí a la vieja esclava. Paseamos des- bañarse. Las veremos y gozaremos de un espectáculo precioso,
pués más allá del estanque,
estanque, pero el eunuco me dijo que debíamos porque no pueden imaginar que alguien las vea. Saben que, salvo
 vo lv er so br e nuest
nu est ros pa so s, hac iendo
ien do que
qu e me fij ara
ar a en tres  yo , nadie
nad ie tiene acceso
acc eso a es te lugar.
damas que el decoro exigía que evitásemos. Le di las gracias y le Mientras dice esto, abre el gabinete, llevándome siempre de
rogué que presentara mis saludos a Ismail, luego volv í a mi casa, casa, la mano; nos rodeaba la oscuridad; delante de nosotros se ex-
bastante satisfecho de mi paseo y con la esperanza de ser más tendía el estanque iluminado por la luna, que, por estar en la
afortunado otra vez. sombra, no se dejaba ver; pero casi delante de nuestros ojos po-
No más tarde que al día siguiente recibí un billete de Ismail díamos contemplar a tres muchachas completamente desnudas
invitándome a ir al día siguiente de pesca, al anochecer; pesca que tan pronto nadaban como salían salían del agua para subir a unos
riamos a la luz de la luna hasta bien entrada la noche. No dejé escalones de mármol donde, de pie o sentadas, se exhibían, para
de esperar lo que deseaba. Pensé incluso que Ismail era capaz de secarse, en todas las posturas. El delicioso espectáculo no pudo
procurarme la compañía de la veneciana, y no me desanimaba la dejar de excitarme enseguida, e Ismail, loco de alegría, me con-
certeza de que él estaría presente. Ped í permiso al cab allero Ve  venci ó de q ue no de bía tener e scrú pulo pu lo algun
a lgun o, anim ándo me p or
nier para pasar la noche fuera, que sólo me concedió apenado, el contrario a dejarme llevar por los efectos que la voluptuosa
pues temía un accidente derivado de alguna aventura galante.  vista deb ía des pertar
per tar en mi alma y dán dom e él mism o ejem plo, plo ,
Hubiera podido tranquilizarlo contándole todo, pero me pare- (lomo él, me encontré reducido a desfogarme en el objeto que
cía obligada la discreción. tenía a mi lado para apagar el fuego que encendían las tres sire-
 Así
 A sí pues,
pues , a la hora conce
co ncertad
rtad a estab a en casa del turco,
tur co, que nas que tan pronto contemplábamos en el agua como fuera, y
me recibió con demostraciones de la más cordial amistad. Pero que, sin mirar hacia la ventana, sin embargo parecían dedicar sus
me sorprendió que, al subir a la barca, me encontrara a solas con  volup
 vo lup tuo sos jue gos
go s sól
s óloo a los
lo s a rdie ntes esp ectado
ect ado res que
qu e al lí es-
e s-
taban dedicados a contemplarlas. Quise creer que así era, y eso
¿ Es entonces algo tan excepcional para que se hable hable de ello? luz de una luna que volvía la noche más brillante que el día.
N o ocurre a menudo, pues el prejuicio de no expon er a las Conociendo sus gustos, no me sentía tan alegre como de cos-
miradas de los envidiosos las bellezas que poseemos reina en la tumbre, pues, pese a lo que el señor de Bonneval me había ase-
nación; pero en su casa casa cada cual puede hacer lo que quiera. Por gurado, temía que tuviera el capricho de darme pruebas de
otra parte, Ismail es hombre de mundo y persona inteligente. amistad como las que había querido darme tres semanas antes,
¿Se sabe quién es la dama con la que bailé?  y que
qu e tan mal acog
a cogíí yo . Semeja nte encu
e ncuentro
entro a sola s me resul taba
O h , no lo creo. Además iba con máscara, y se sabe que Is- sospechoso, pues no me parecía natural. Y no conseguía estar
mail tiene media docena de mujeres, todas igual de bellas. tranquilo. Pero el desenlace fue el siguiente:
Pasamos el día como de costumbre, muy alegremente, y al Hablemos en voz baja me dijo de pronto. Oigo cierto
salir de su casa me hice llevar a casa de Ismail, que vivía en el ruido que me hace adivinar algo que va a divertirnos.
Nada más decir esto, despide a sus criados y, cogiéndome la
mismo barrio.
mano, me dice:
Me conocían y, por lo tanto, me dejaron entrar. Cuando me
encaminaba hacia el lugar indicado por la nota, me vio el eunuco Vamos a meternos en un gabinete, cuya llave tengo por
 y vin o hacia mí para decirmdec irmee que Ismail
Isma il había
habí a sali do,
do , pero que suerte en mi bolsillo; pero guardémonos de hacer el menor
estaría encantado de saber que había ido a pascar por su jardín. ruido. El gabinete tiene una ventana que da al estanque, donde
Le dije que bebería con mu cho gusto un vaso de limonada, y me creo que en este momento dos o tres de mis mujeres han ido a
llevó al quiosco, do nde reconocí a la vieja esclava. Paseamos des- bañarse. Las veremos y gozaremos de un espectáculo precioso,
pués más allá del estanque,
estanque, pero el eunuco me dijo que debíamos porque no pueden imaginar que alguien las vea. Saben que, salvo
 vo lv er so br e nuest
nu est ros pa so s, hac iendo
ien do que
qu e me fij ara
ar a en tres  yo , nadie
nad ie tiene acceso
acc eso a es te lugar.
damas que el decoro exigía que evitásemos. Le di las gracias y le Mientras dice esto, abre el gabinete, llevándome siempre de
rogué que presentara mis saludos a Ismail, luego volv í a mi casa, casa, la mano; nos rodeaba la oscuridad; delante de nosotros se ex-
bastante satisfecho de mi paseo y con la esperanza de ser más tendía el estanque iluminado por la luna, que, por estar en la
afortunado otra vez. sombra, no se dejaba ver; pero casi delante de nuestros ojos po-
No más tarde que al día siguiente recibí un billete de Ismail díamos contemplar a tres muchachas completamente desnudas
invitándome a ir al día siguiente de pesca, al anochecer; pesca que tan pronto nadaban como salían salían del agua para subir a unos
riamos a la luz de la luna hasta bien entrada la noche. No dejé escalones de mármol donde, de pie o sentadas, se exhibían, para
de esperar lo que deseaba. Pensé incluso que Ismail era capaz de secarse, en todas las posturas. El delicioso espectáculo no pudo
procurarme la compañía de la veneciana, y no me desanimaba la dejar de excitarme enseguida, e Ismail, loco de alegría, me con-
certeza de que él estaría presente. Ped í permiso al cab allero Ve  venci ó de q ue no de bía tener e scrú pulo pu lo algun
a lgun o, anim ándo me p or
nier para pasar la noche fuera, que sólo me concedió apenado, el contrario a dejarme llevar por los efectos que la voluptuosa
pues temía un accidente derivado de alguna aventura galante.  vista deb ía des pertar
per tar en mi alma y dán dom e él mism o ejem plo, plo ,
Hubiera podido tranquilizarlo contándole todo, pero me pare- (lomo él, me encontré reducido a desfogarme en el objeto que
cía obligada la discreción. tenía a mi lado para apagar el fuego que encendían las tres sire-
 Así
 A sí pues,
pues , a la hora conce
co ncertad
rtad a estab a en casa del turco,
tur co, que nas que tan pronto contemplábamos en el agua como fuera, y
me recibió con demostraciones de la más cordial amistad. Pero que, sin mirar hacia la ventana, sin embargo parecían dedicar sus
me sorprendió que, al subir a la barca, me encontrara a solas con  volup
 vo lup tuo sos jue gos
go s sól
s óloo a los
lo s a rdie ntes esp ectado
ect ado res que
qu e al lí es-
e s-
él. Había dos remeros y un timonel, y pescamos algunos peces, taban dedicados a contemplarlas. Quise creer que así era, y eso
que fuimos a comérnoslos, asados y acompañados de aceite, a la aumentó mi placer mientras Ismail era feliz sintiéndose conde-

364 365

nado a sustituir al objeto distante que yo no podía alcanzar. nada que temer, pues para dec idirme n ecesitaba ver la cara
cara de la
Hube de resignarme naturalmente a hacerle el mismo servicio.  jove n.
Habría sid o descortés por mi parte negarme, y, además, le habría Creo me dijo la máscara que no sabes quién soy.
pagado con la ingratitud, cosa de la que era incapaz dado mi ca- N o sabría adivinarl
adivinarlo.o.
rácter. Nun ca en mi vida me he visto ni tan excitado ni tan fuera So y la esposa de tu amigo desde hace cinco años, y nací en
de mí. Como no sabía cuál de las tres ninfas era mi veneciana, Quíos. Tenía trece cuando me convertí en su mujer.
imaginé que una tras otra lo eran las tres a expensas de Ismail, Mu y sorprendido de que Yu suf se hubiera emancipadoemancipado hastahasta
que me pareció que había recobrado la calma. El buen hombre el punto de permitirme una conversación con su mujer, me sentí
me dio el más agradable de los desmentidos y saboreó la más más a gusto y pensé en llevar más lejos la aventura; para ello ne-
dulce de todas las venganzas; pero si quiso ser pagado, hubo de cesitaba ver su cara. Un bello cuerpo vestido cuya cabeza no se
pagar. Dejo al lector el problema de calcular cuál de nosotros  ve sólo
só lo pue de excit
ex cit ar de seos
se os fác iles de sat isfa cer;
ce r; el fue go que
qu e
dos salió mejor parado, pues creo que, como Ismail Ismail hizo todo el enciende se parece al de la paja. Yo estaba viendo un elegante y
gasto, la balanza debe inclinarse de su lado. En cuanto a mí, no bello simulacro, pero no su alma, porque el velo me ocultaba
estoy arrepentido, y nunca he contado esta aventura a nadie. La sus ojos. Veía desnudos sus brazos, cuya forma y blancura me
retirada de las tres sirenas puso fin a la orgía. En cuanto a no- deslumbraban, y sus manos de Alcina, dove né nodo appar né 
sotros, no sabiendo qué decirnos, nos limitábamos a reír. Des- vena eccede ,49
,49 e imaginaba todo el resto, cuya viva superficie
pués de habernos deleitado con excelentes confituras y de haber sólo podían ocultarme los mórbidos pliegues de la muselina; y
tomado varias tazas de café, nos separamos. E s el único placer de todo debía de ser bello, pero necesitaba ver en en sus ojos la prueba
este género que tuve en Constantinopla, en el que participó más de que lo que me imaginaba tenía vida. El atuendo oriental deja
la imaginación que la realidad.  ver to do y no ocu lta nada a la codicco dic ia que,
qu e, como
co mo un hermhe rmos
osoo
Uno s días después llegué temprano a casa casa de Yusuf, y, como barniz sobre un jarrón de porcelana de Sajonia, oculta al tacto
una fina lluvia me impedía pasear por el jardín, entré en la es- los colores de las flores y las figuras. Aquella mujer no iba ves-
tancia donde comíamos y donde nunca había encontrado a na- tida a la usanza turca, sino que, como las hircanas'0 de Quíos,
die. En cuanto aparezco, una encantadora figura de mujer se llevaba unas faldas que no me impedían ver ni la mitad de sus
levanta cubriéndose deprisa el rostro con un espeso velo que piernas, ni la forma de sus muslos, ni la estructura de sus cade-
deja caer desde la frente. Junto a la ventana, una esclava que, ras salientes, que iban disminu yendo para permitirme admirar la
dándonos la espalda, bordaba en su bastidor permanece inmó- finura de un talle ceñido por un ancho cinturón azul bordado
 vil. Pido
Pi do exc usas
usa s mo str and o mi i nte nción
nci ón de ret irar me,
me , p ero
er o ella
e lla en arabescos de plata. Veía un pecho elevado, cuyo movimiento
me lo impide diciéndome en buen italiano y en tono angelical lento y a menudo desigual me anunciaba que aquella deliciosa
que Yusuf había salido y le había ordenado entretenerme. Me prominencia estaba animada. Los dos pequeños globos estaban
dice que me siente, indicándome un almohadón que había de- separados
separados por un espacio estrecho y redondeado que me pare-
bajo de otros dos más amplios, y obedezco. Se sienta en otro cía un arroyo de leche hecho para saciar mi sed y ser devorado
frente a mí, cruzando las piernas. Creí que tenía ante los ojos a por mis labios.
Zelmi. Pienso que Yusu f estaba
estaba dispuesto a convencerme de que
49. «Donde no aparecen ni nudo ni vena», Ariosto, Orlando fu
no era menos intrépido que Ismail; pero me sorprende, porque rioso, VII, 15, 4.
con su conducta desmiente su máxima y corre el riesgo de echar 50. En el manuscrito, arconces, termino ilegible; probablemente hir-
a perder la pureza de mi consentimiento a su proyecto ha- innaos, en alusión a Ircana, joven esclava circasiana de una obra de Gol
nado a sustituir al objeto distante que yo no podía alcanzar. nada que temer, pues para dec idirme n ecesitaba ver la cara
cara de la
Hube de resignarme naturalmente a hacerle el mismo servicio.  jove n.
Habría sid o descortés por mi parte negarme, y, además, le habría Creo me dijo la máscara que no sabes quién soy.
pagado con la ingratitud, cosa de la que era incapaz dado mi ca- N o sabría adivinarl
adivinarlo.o.
rácter. Nun ca en mi vida me he visto ni tan excitado ni tan fuera So y la esposa de tu amigo desde hace cinco años, y nací en
de mí. Como no sabía cuál de las tres ninfas era mi veneciana, Quíos. Tenía trece cuando me convertí en su mujer.
imaginé que una tras otra lo eran las tres a expensas de Ismail, Mu y sorprendido de que Yu suf se hubiera emancipadoemancipado hastahasta
que me pareció que había recobrado la calma. El buen hombre el punto de permitirme una conversación con su mujer, me sentí
me dio el más agradable de los desmentidos y saboreó la más más a gusto y pensé en llevar más lejos la aventura; para ello ne-
dulce de todas las venganzas; pero si quiso ser pagado, hubo de cesitaba ver su cara. Un bello cuerpo vestido cuya cabeza no se
pagar. Dejo al lector el problema de calcular cuál de nosotros  ve sólo
só lo pue de excit
ex cit ar de seos
se os fác iles de sat isfa cer;
ce r; el fue go que
qu e
dos salió mejor parado, pues creo que, como Ismail Ismail hizo todo el enciende se parece al de la paja. Yo estaba viendo un elegante y
gasto, la balanza debe inclinarse de su lado. En cuanto a mí, no bello simulacro, pero no su alma, porque el velo me ocultaba
estoy arrepentido, y nunca he contado esta aventura a nadie. La sus ojos. Veía desnudos sus brazos, cuya forma y blancura me
retirada de las tres sirenas puso fin a la orgía. En cuanto a no- deslumbraban, y sus manos de Alcina, dove né nodo appar né 
sotros, no sabiendo qué decirnos, nos limitábamos a reír. Des- vena eccede ,49
,49 e imaginaba todo el resto, cuya viva superficie
pués de habernos deleitado con excelentes confituras y de haber sólo podían ocultarme los mórbidos pliegues de la muselina; y
tomado varias tazas de café, nos separamos. E s el único placer de todo debía de ser bello, pero necesitaba ver en en sus ojos la prueba
este género que tuve en Constantinopla, en el que participó más de que lo que me imaginaba tenía vida. El atuendo oriental deja
la imaginación que la realidad.  ver to do y no ocu lta nada a la codicco dic ia que,
qu e, como
co mo un hermhe rmos
osoo
Uno s días después llegué temprano a casa casa de Yusuf, y, como barniz sobre un jarrón de porcelana de Sajonia, oculta al tacto
una fina lluvia me impedía pasear por el jardín, entré en la es- los colores de las flores y las figuras. Aquella mujer no iba ves-
tancia donde comíamos y donde nunca había encontrado a na- tida a la usanza turca, sino que, como las hircanas'0 de Quíos,
die. En cuanto aparezco, una encantadora figura de mujer se llevaba unas faldas que no me impedían ver ni la mitad de sus
levanta cubriéndose deprisa el rostro con un espeso velo que piernas, ni la forma de sus muslos, ni la estructura de sus cade-
deja caer desde la frente. Junto a la ventana, una esclava que, ras salientes, que iban disminu yendo para permitirme admirar la
dándonos la espalda, bordaba en su bastidor permanece inmó- finura de un talle ceñido por un ancho cinturón azul bordado
 vil. Pido
Pi do exc usas
usa s mo str and o mi i nte nción
nci ón de ret irar me,
me , p ero
er o ella
e lla en arabescos de plata. Veía un pecho elevado, cuyo movimiento
me lo impide diciéndome en buen italiano y en tono angelical lento y a menudo desigual me anunciaba que aquella deliciosa
que Yusuf había salido y le había ordenado entretenerme. Me prominencia estaba animada. Los dos pequeños globos estaban
dice que me siente, indicándome un almohadón que había de- separados
separados por un espacio estrecho y redondeado que me pare-
bajo de otros dos más amplios, y obedezco. Se sienta en otro cía un arroyo de leche hecho para saciar mi sed y ser devorado
frente a mí, cruzando las piernas. Creí que tenía ante los ojos a por mis labios.
Zelmi. Pienso que Yusu f estaba
estaba dispuesto a convencerme de que
49. «Donde no aparecen ni nudo ni vena», Ariosto, Orlando fu
no era menos intrépido que Ismail; pero me sorprende, porque rioso, VII, 15, 4.
con su conducta desmiente su máxima y corre el riesgo de echar 50. En el manuscrito, arconces, termino ilegible; probablemente hir-
a perder la pureza de mi consentimiento a su proyecto ha- innaos, en alusión a Ircana, joven esclava circasiana de una obra de Gol
ciéndome que me enamore; pero en aquella situación no tenía Boni.

366

Fuera de mí por la admiración, un impulso casi involuntario Cuando conté esta aventura al señor de Bonncval y le exageré
me hizo alargar un brazo, y mi audaz mano estaba a punto de le- el riesgo que corrí tratando de alzarle el velo, me respondió:
 van tar s u velo
ve lo s i ella no la hu bier a rec
r echaz
hazad
ado,
o, inc orp orá ndos
nd osee de N o , no habéis
habéis corrido ningún peligro, porque esa griega
puntillas
puntillas y reprochándome con una voz tan imponente como su sólo ha querido burlarse de vos interpretando una escena escena tragi-
actitud mi pérfida osadía. cómica.
cómica. Lo que le molestó, creedme, fue tener que vérselas con
¿Mereces me dijo la amistad de Yusuf, cuando violas la un novicio. Habéis interpretado una farsa a la francesa cuando
hospitalidad insultando a su mujer? debíais haber actuado como hombre. ¿Qué necesidad teníais de
Señora, debéis perdonarme. Entre nosotros, el más infame  verle
 ver le la nar iz? Ha bríais
brí ais de bid o ir de rech
re choo al gra no. Si yo fue ra
de los hombres puede fijar sus ojos en el rostro de una reina.  jov en,
en , tal
t al v ez con segu
se gu irí a veng
ve ngarl
arlaa y casti
ca sti gar a mi
m i amigo
am igo Yu su f.
Pe ro no arrancar el velo que se lo cubría. cubría. Yu suf me vengará.
vengará. I labéis dado a la hermosa una lamentable idea del valor de los
Creyén dom e perdido ante aquella aquella amenaza,
amenaza, me arrojé a sus italianos. La más reservada de las mujeres turcas sólo tiene el
pies y tanto hice que se calmó; me dijo que me sentará de nuevo pudor en la cara; y si la lleva cubierta con el velo, está segura de
 y ella mism a se sen tó cruz cr uz ando
an do las pierna
pie rnass de for ma que el d es - 110 ruborizarse ante nada. Estoy convencido de que esa mujer
orden de su falda me permitió vislumbrar por un instante unos ile Yusuf se cubre el rostro cada vez que él quiere reír con ella.
encantos que me habrían habrían embriagado p or comp leto si su visión Pero si es virgen.
hubiera durado un solo instante más. Reconocí entonces ha- E so es muy difícil, porque conozc o a las las mujeres de Quíos;
berme equivocado y me arrepentí, pero demasiado tarde. tarde. pero tienen el arte de hacerse pasar por tales con mucha facili-
Estás excitado
excitado me dijo. dijo. dad.
¿Cómo no estarlo le respondí cuando tú me enciendes?  Yus
 Y us u f no vo lvió
lv ió a pens
pe nsar
ar en conc
co nced
ederm
erm e una gala nte ría de
Más prudente, iba a coger su mano sin pensar ya en su ros- aquella clase. Unos días después entró en la tienda de un arme-
tro cuando me dijo: «Ahí está Yusuf». Entra, nosotros nos le- nio en el momento en que yo examinaba varias mercaderías y
 van tam os, me da la paz , yo le d oy las gracia gra cias,
s, se mar cha la es - que por parecerme demasiado caras me disponía a dejarlas allí.
clava que bordaba y él da las gracias a su mujer por haberme Después de haber visto todo lo que me había parecido dema
hecho buena compañía. Al mismo tiempo le ofrece su brazo para \iado caro, Yusuf alabó mi gusto; y, diciéndomc que nada de
acompañarla a su aposento. C uan do está en la puerta, ella alza su todo aquello era era demasiado caro, compró tod o y se marchó. A
 velo
 ve lo y dand
da nd o besos
be sos a su
s u espo
es po so me deja
de ja ver
ve r su per fil fingie
fin gie nd o la mañana siguiente muy temprano me envió como regalo todas
no darse cuenta. L a segu í con los ojos hasta la última última estancia.
estancia. Al aquellas mercaderías; y para que no pudiera rechazarlas me es-
 vol ver , Yu su f me di jo rie nd o qu e su mu jer se había habí a of re cido
ci do a cribió una preciosa carta en la que me decía que, a mi llegada a
comer con nosotros. Corfú, sabría a quién debería entregar todo lo que se me en-
Creí le dije que me encontraba frente a Zelmi.  viaba. Er an tela s de dama
da masc
scoo sat inad as en or o o en plata
plat a po r el
Hubiera sido demasiado contrario a nuestras buenas cos- 1 ilindro;
ilindro; bolsas, carteras, cinturones, echarpes, pañuelos y pipas.
tumbres. Lo que he hecho es muy poca cosa, pero no sé de nin- I I valor de todo aquello ascendía
ascendía a cuatrocientas
cuatrocientas o quinientas
gún hombre honrado lo bastante audaz como para dejar a su piastras. Cuando quise darle las gracias, lo obligué a confesar
propia hija a solas con un extranjero. que me las regalaba.
Creo que tu esposa es hermosa. ¿Lo es más que Zelmi? La víspera de mi partida vi llorar a este buen anciano al des-
La belleza de mi hija es risueña y tiene un carácter dulce. Fl pedirme de él; y mis lágrimas acompañaron a las suyas. Me dijo
de Sofía, en cambio, es orgu lloso. Será fe liz después de mi muer
Fuera de mí por la admiración, un impulso casi involuntario Cuando conté esta aventura al señor de Bonncval y le exageré
me hizo alargar un brazo, y mi audaz mano estaba a punto de le- el riesgo que corrí tratando de alzarle el velo, me respondió:
 van tar s u velo
ve lo s i ella no la hu bier a rec
r echaz
hazad
ado,
o, inc orp orá ndos
nd osee de N o , no habéis
habéis corrido ningún peligro, porque esa griega
puntillas
puntillas y reprochándome con una voz tan imponente como su sólo ha querido burlarse de vos interpretando una escena escena tragi-
actitud mi pérfida osadía. cómica.
cómica. Lo que le molestó, creedme, fue tener que vérselas con
¿Mereces me dijo la amistad de Yusuf, cuando violas la un novicio. Habéis interpretado una farsa a la francesa cuando
hospitalidad insultando a su mujer? debíais haber actuado como hombre. ¿Qué necesidad teníais de
Señora, debéis perdonarme. Entre nosotros, el más infame  verle
 ver le la nar iz? Ha bríais
brí ais de bid o ir de rech
re choo al gra no. Si yo fue ra
de los hombres puede fijar sus ojos en el rostro de una reina.  jov en,
en , tal
t al v ez con segu
se gu irí a veng
ve ngarl
arlaa y casti
ca sti gar a mi
m i amigo
am igo Yu su f.
Pe ro no arrancar el velo que se lo cubría. cubría. Yu suf me vengará.
vengará. I labéis dado a la hermosa una lamentable idea del valor de los
Creyén dom e perdido ante aquella aquella amenaza,
amenaza, me arrojé a sus italianos. La más reservada de las mujeres turcas sólo tiene el
pies y tanto hice que se calmó; me dijo que me sentará de nuevo pudor en la cara; y si la lleva cubierta con el velo, está segura de
 y ella mism a se sen tó cruz cr uz ando
an do las pierna
pie rnass de for ma que el d es - 110 ruborizarse ante nada. Estoy convencido de que esa mujer
orden de su falda me permitió vislumbrar por un instante unos ile Yusuf se cubre el rostro cada vez que él quiere reír con ella.
encantos que me habrían habrían embriagado p or comp leto si su visión Pero si es virgen.
hubiera durado un solo instante más. Reconocí entonces ha- E so es muy difícil, porque conozc o a las las mujeres de Quíos;
berme equivocado y me arrepentí, pero demasiado tarde. tarde. pero tienen el arte de hacerse pasar por tales con mucha facili-
Estás excitado
excitado me dijo. dijo. dad.
¿Cómo no estarlo le respondí cuando tú me enciendes?  Yus
 Y us u f no vo lvió
lv ió a pens
pe nsar
ar en conc
co nced
ederm
erm e una gala nte ría de
Más prudente, iba a coger su mano sin pensar ya en su ros- aquella clase. Unos días después entró en la tienda de un arme-
tro cuando me dijo: «Ahí está Yusuf». Entra, nosotros nos le- nio en el momento en que yo examinaba varias mercaderías y
 van tam os, me da la paz , yo le d oy las gracia gra cias,
s, se mar cha la es - que por parecerme demasiado caras me disponía a dejarlas allí.
clava que bordaba y él da las gracias a su mujer por haberme Después de haber visto todo lo que me había parecido dema
hecho buena compañía. Al mismo tiempo le ofrece su brazo para \iado caro, Yusuf alabó mi gusto; y, diciéndomc que nada de
acompañarla a su aposento. C uan do está en la puerta, ella alza su todo aquello era era demasiado caro, compró tod o y se marchó. A
 velo
 ve lo y dand
da nd o besos
be sos a su
s u espo
es po so me deja
de ja ver
ve r su per fil fingie
fin gie nd o la mañana siguiente muy temprano me envió como regalo todas
no darse cuenta. L a segu í con los ojos hasta la última última estancia.
estancia. Al aquellas mercaderías; y para que no pudiera rechazarlas me es-
 vol ver , Yu su f me di jo rie nd o qu e su mu jer se había habí a of re cido
ci do a cribió una preciosa carta en la que me decía que, a mi llegada a
comer con nosotros. Corfú, sabría a quién debería entregar todo lo que se me en-
Creí le dije que me encontraba frente a Zelmi.  viaba. Er an tela s de dama
da masc
scoo sat inad as en or o o en plata
plat a po r el
Hubiera sido demasiado contrario a nuestras buenas cos- 1 ilindro;
ilindro; bolsas, carteras, cinturones, echarpes, pañuelos y pipas.
tumbres. Lo que he hecho es muy poca cosa, pero no sé de nin- I I valor de todo aquello ascendía
ascendía a cuatrocientas
cuatrocientas o quinientas
gún hombre honrado lo bastante audaz como para dejar a su piastras. Cuando quise darle las gracias, lo obligué a confesar
propia hija a solas con un extranjero. que me las regalaba.
Creo que tu esposa es hermosa. ¿Lo es más que Zelmi? La víspera de mi partida vi llorar a este buen anciano al des-
La belleza de mi hija es risueña y tiene un carácter dulce. Fl pedirme de él; y mis lágrimas acompañaron a las suyas. Me dijo
de Sofía, en cambio, es orgu lloso. Será fe liz después de mi muer que, al no haber aceptado su ofrecimiento, me había ganado su
te. Quien se case con ella la encontrará virgen. estima
estima hasta el punto de que no habría podid o estimarme más si

368

lo hubiera aceptado. En el barco al que subí con el señor baile oche


oche)) magníficos caballos turc os, dos de los cuales todavía vi con
 viela en G or iz ia el año 17 73 .
Giovanni Dona, encontré un baúl que me regaló y que contenía
dos quintales de café de moka, cien libras de tabaco gingé en Nada más desembarcar con todo mi pequeño equipaje, y des-
hojas y dos grandes recipientes llenos, uno de tabaco zapandi, el pués de haberme instalado en un alojamiento bastante miserable,
otro de cantusado." Y además
además una gran boquilla
boquilla de pipa de jaz-jaz- me presenté
presenté alal señor Andrea D olfin,” provisor general,
general, quien
mín rccubicrta
rccubicrta por una filigrana de oro que vendí en Corfú por  volvi
 vo lvi ó a asegu
ase gurar
rarme
me qu e en la prime
pri me ra revis
re vis ta me asc ende
en de ría a
cien cequíes. Sólo pude demostrarle mi agradecimiento en una teniente. Al salir de la sede del mando, fui a casa del señor Cam 
carta que lele escribí desde Corfú , donde el produ cto de la venta
venta porese, mi capitán. Todos los oficiales del estado mayor de mi
regimiento estaban ausentes.
de todos sus regalos me supuso una pequeña fortuna.
Ismail me dio una carta para el caballero da Lez ze, que perdí, Mi tercera visita fue para el gobernador de las galeazas,’* el
 y un barril
bar ril de hid rom iel que tam bién ven dí; y el seño
se ñorr d e Bo n señor D. R. a quien el señor Dolfin, con el que yo había llegado
neval, una carta dirigida al cardenal Acquaviva, que le envié a a Corfú, me había recomendado. No tardó en preguntarme si
Roma dentro de una mía en que le daba cuenta de mi viaje; pero quería entrar a su servicio en calidad de ayudante, y no vacilé
esta Eminencia no me honró con una respuesta. Me dio también un solo momento en responderle que no deseaba mayo r honor
doce botellas de malvasía
malvasía de Ragusa y doce de auténtico vino de  y qu e sie mp re me en co ntrar
nt rar ía su m iso y pr es to a sus
su s órd enes
en es..
Scop olo.’2 El auténtico es una verdadera rareza, y con él hice en  Ac to segu
se gu ido
id o me hizo
hiz o llev ar a la habitac
hab itac ión que
qu e me había de sti -
Corfú un regalo que me resultó de gran utilidad, como se verá nado, y desde el día siguiente mismo me alojé allí. Mi capitán
me asignó
asignó un soldado francés’ 7que había sido peluquero, y me
cuando llegue la ocasión.
El único embajador extranjero con el que me vi a menudo en agradó, porque necesitaba acostumbrarme a hablar francés. Era
Constantinop la, y que me dio extraordinarias muestras
muestras de bon - granuja, borracho y libertino, un aldeano de Picardía que sabía
dad, fue el lord mariscal de Escocia K eith,” que residía allí al escribir aunque muy mal, pero no me importaba; me bastaba
servicio del rey de Prusia. Su conocimiento me resultó útil en con que sup iese hablar.
hablar. También era un loco qu e sabía gran can-
tidad de sucedidos y cuentos picantes que hacían reír a todos.
París seis años después. Ya hablaremos de él.
Zarpamos a principios
principios de septiem bre,'4en el mismo navio de En cuatro o cinco días vendí todos los regalos que me habían
guerra que nos había llevado, y llegamos a Corfú quince días hecho en Constantinopla, y me encontré dueño de casi qui-
después. El señor baile no quiso bajar a tierra; llevaba consigo nientos cequíes. Seilo me quedé con los vinos. Retiré de manos
de los judíos todo lo que había empeñado por mis pérdidas en
51. No hay ningún dato sobre estas variedades de tabaco; algunos el juego antes de ir a Constantinopla, y lo convertí en dinero,
investigadores (Dickson) creen que zapandi podría ser una corrupción
de  Zipango , nombre antiguo de Japón, y que aludiría a un tabaco de {5. Casanova comete un error: se trata de Daniele Dolfin, no de
ese nombre bastante difundido en el siglo XVI I I ; cantusado podría ser  Andrea. El error se explica porque uno de los protectores de Casanova,
una corrupción de camisade (ataque nocturno de soldados; véase nota embajador en París y Viena, se llamaba Daniele Andrea Dolfin (1748
1798).
29, pág. 221), y se trataría de un tabaco fumado por los soldados.
52. Vino famoso de Scopolo (Scoglio), isla del archipiélago enton- $6. Enormes galeras
galeras del siglo xv m, de bordo alto, tres velas
velas latinas,
latinas,
treinta y de>s remos por cada lado, y armadas con treinta y seis cañones;
ces bajo dominación turca. llevaba una tripulación de 700 galeotes y soldados. El gobernador al
53. Hasta 1755 nt> hubo embajador de Persia en Constantinopla,
aunque George Keith, procedente de Rusia, y de camino a Venecia, que se refiere Casanova era Giacomo da Riva, que ocupaba esc cargo
desde 1742.
pasó por la capital turca.
lo hubiera aceptado. En el barco al que subí con el señor baile oche
oche)) magníficos caballos turc os, dos de los cuales todavía vi con
 viela en G or iz ia el año 17 73 .
Giovanni Dona, encontré un baúl que me regaló y que contenía
dos quintales de café de moka, cien libras de tabaco gingé en Nada más desembarcar con todo mi pequeño equipaje, y des-
hojas y dos grandes recipientes llenos, uno de tabaco zapandi, el pués de haberme instalado en un alojamiento bastante miserable,
otro de cantusado." Y además
además una gran boquilla
boquilla de pipa de jaz-jaz- me presenté
presenté alal señor Andrea D olfin,” provisor general,
general, quien
mín rccubicrta
rccubicrta por una filigrana de oro que vendí en Corfú por  volvi
 vo lvi ó a asegu
ase gurar
rarme
me qu e en la prime
pri me ra revis
re vis ta me asc ende
en de ría a
cien cequíes. Sólo pude demostrarle mi agradecimiento en una teniente. Al salir de la sede del mando, fui a casa del señor Cam 
carta que lele escribí desde Corfú , donde el produ cto de la venta
venta porese, mi capitán. Todos los oficiales del estado mayor de mi
regimiento estaban ausentes.
de todos sus regalos me supuso una pequeña fortuna.
Ismail me dio una carta para el caballero da Lez ze, que perdí, Mi tercera visita fue para el gobernador de las galeazas,’* el
 y un barril
bar ril de hid rom iel que tam bién ven dí; y el seño
se ñorr d e Bo n señor D. R. a quien el señor Dolfin, con el que yo había llegado
neval, una carta dirigida al cardenal Acquaviva, que le envié a a Corfú, me había recomendado. No tardó en preguntarme si
Roma dentro de una mía en que le daba cuenta de mi viaje; pero quería entrar a su servicio en calidad de ayudante, y no vacilé
esta Eminencia no me honró con una respuesta. Me dio también un solo momento en responderle que no deseaba mayo r honor
doce botellas de malvasía
malvasía de Ragusa y doce de auténtico vino de  y qu e sie mp re me en co ntrar
nt rar ía su m iso y pr es to a sus
su s órd enes
en es..
Scop olo.’2 El auténtico es una verdadera rareza, y con él hice en  Ac to segu
se gu ido
id o me hizo
hiz o llev ar a la habitac
hab itac ión que
qu e me había de sti -
Corfú un regalo que me resultó de gran utilidad, como se verá nado, y desde el día siguiente mismo me alojé allí. Mi capitán
me asignó
asignó un soldado francés’ 7que había sido peluquero, y me
cuando llegue la ocasión.
El único embajador extranjero con el que me vi a menudo en agradó, porque necesitaba acostumbrarme a hablar francés. Era
Constantinop la, y que me dio extraordinarias muestras
muestras de bon - granuja, borracho y libertino, un aldeano de Picardía que sabía
dad, fue el lord mariscal de Escocia K eith,” que residía allí al escribir aunque muy mal, pero no me importaba; me bastaba
servicio del rey de Prusia. Su conocimiento me resultó útil en con que sup iese hablar.
hablar. También era un loco qu e sabía gran can-
tidad de sucedidos y cuentos picantes que hacían reír a todos.
París seis años después. Ya hablaremos de él.
Zarpamos a principios
principios de septiem bre,'4en el mismo navio de En cuatro o cinco días vendí todos los regalos que me habían
guerra que nos había llevado, y llegamos a Corfú quince días hecho en Constantinopla, y me encontré dueño de casi qui-
después. El señor baile no quiso bajar a tierra; llevaba consigo nientos cequíes. Seilo me quedé con los vinos. Retiré de manos
de los judíos todo lo que había empeñado por mis pérdidas en
51. No hay ningún dato sobre estas variedades de tabaco; algunos el juego antes de ir a Constantinopla, y lo convertí en dinero,
investigadores (Dickson) creen que zapandi podría ser una corrupción
de  Zipango , nombre antiguo de Japón, y que aludiría a un tabaco de {5. Casanova comete un error: se trata de Daniele Dolfin, no de
ese nombre bastante difundido en el siglo XVI I I ; cantusado podría ser  Andrea. El error se explica porque uno de los protectores de Casanova,
una corrupción de camisade (ataque nocturno de soldados; véase nota embajador en París y Viena, se llamaba Daniele Andrea Dolfin (1748
1798).
29, pág. 221), y se trataría de un tabaco fumado por los soldados.
52. Vino famoso de Scopolo (Scoglio), isla del archipiélago enton- $6. Enormes galeras
galeras del siglo xv m, de bordo alto, tres velas
velas latinas,
latinas,
treinta y de>s remos por cada lado, y armadas con treinta y seis cañones;
ces bajo dominación turca. llevaba una tripulación de 700 galeotes y soldados. El gobernador al
53. Hasta 1755 nt> hubo embajador de Persia en Constantinopla,
aunque George Keith, procedente de Rusia, y de camino a Venecia, que se refiere Casanova era Giacomo da Riva, que ocupaba esc cargo
desde 1742.
pasó por la capital turca. $7. En la época había muchos desertores franceses en los regimien-
54. De hecho, el 12 de octubre; Dona llegó a Corfú el 1 de noviem te» venecianos de Levante.
bre de 1745.

37° 37«

firmemente decidido a no volver a jugar como un primo, sino ción de justicia: se les llamaba
llamaba of iciales sup eriores de tie rra.64rra.64
sólo cuando tuviera de mi parte todas las ventajas que un joven Los que estaban casados, si sus esposas eran bonitas, tenían el
sensato e inteligente puede emplear sin que lo llamen granuja. placer de ver sus casas frecuentadas por galanes que pretendían
Es en este momento cuando debo dar cuenta a mi lector de sus favores, pero eran raras las grandes pasiones porque en
la descripción de Corfú para que se haga una idea de la vida que Corfú había en aquel entonces muchas cortesanas; y, como los
llevábamos. No hablaré del lugar, que cualquiera puede co-  jueg os de a zar
za r est aban perm
pe rmitid
itid os en toda
t oda s p artes,
art es, el amo
a mo r co ns -
nocer. tante no podía tener mucha fuerza.
Estaba entonces en Corfú el provisor general, que ejerce una De todas las damas, la que más se distinguía por su belleza y
autoridad soberana y vive de forma espléndida: era el señor Dol su galantería era la señora F.6’ Había llegado a Corfú el año an-
fin, un septuagenario’8severo, tozudo e ignorante, al que no le terior acompañando a su marido, gobernador de una galera.
interesaban las mujeres y que, sin embargo, quería que le hicie- Deslumbró a todos los jefes de mar, y, creyéndose dueña de ele-
ran la corte. Recib ía todas las noches y daba de cenar en su mesa gir, dio la preferencia al señor D. R., dando de lado a cuantos se
a veinticuatro invitados. presentaron como aspirantes al chichisbeo.66
chichisbeo.66 El seño r F. se había
Ha bía tres oficiales sup eriores''' de la armada sutil,60destina-
sutil,60destina- casado con ella el mismo día que había zarpado de Venecia en en su
dos al serv icio de galeras,61
galeras,61 y o tros tres oficiales d e la armada pe- galera, y esc mismo día había salido ella del convento, en el que
sada, que así es como se llama a las tropas de los navios de había entrado con siete años. Entonces tenía diecisiete. Cuando
guerra. La armada sutil es más importante que la pesada. Como la vi enfrente de mí, en la mesa, el día que me instalé en casa del
cada galera debe tener un gobernador llamado sopracomito,6i señor D. R., me quedé atónito. Creí ver algo sobrenatural y tan
había diez en total; cada navio de guerra debía tener un coman- superior a todas las mujeres que había visto hasta entonces que
dante, y también eran diez, incluidos los tres jefes de mar. Todos no tuve ningún miedo a enamorarme. Me creí de una especie
estos comandantes eran nobles venecianos. Otros diez nobles distinta de la suya y tan por debajo que sólo vi la imposibilidad
 ven eciano
eci ano s, de vein te a v ein tidós
tid ós años,
año s, eran nob les de nav io,6
io, 6’ y de alcanzarla. Al principio pensé que entre ella y el señor D. R.
estaban allí para aprender el oficio de la marina. Además de sólo había una fría amistad basada en la costumbre, y me pare-
todos estos oficiales, había ocho o diez nobles venecianos más ció que el señor F. hacía bien en no tener celos. Por otra parte,
que mantenían en la isla el servicio de policía y la administra- el señor F. era
era estúpido en grado sumo. É sa fue la impresión que
me causó esta belleza el primer día que apareció ante mis ojos.
58. Danielc Dolfin había nacido en 1688, por lo que no tenía se Pero no tardó en cambiar de naturaleza de un modo totalmente
tcnta años, sino cincuenta y siete. nuevo para mí.
$9. El provisor de la armada Antonio Rcnicr, el capitán de galeaza Mi calidad de ayudante me procuraba el honor de comer a
Domcnico Condulmer y el gobernador ordinario de las galeazas Gia
como da Riva. 64. Por Ierra,  en Venecia se entendía la ciudadela de Corfú.
60. La flota ligera se componía de navios a remo; la flota pesada la 6{. Andrcana Longo, o Lando, casada en diciembre de 1742 con el
formaban navios a vela. sopracomito  Vincenzo Foscarini. Nacida en 1720, tenía veinticinco
61. Embarcaciones largas y de borda baja, que navegaban a vela y a años, no diecisiete, cuando Casanova la conoció. En 1796 aún vivía.
remo. 66.
66. El chichisbeo (del italiano cicisbco) fue, en el siglo XVII I, una
62. Joven patricio, comandante de la galera, que reclutaba a sus ex moda social: la dama tenía un acompañante oficial para acudir al baile,
pensas la tripulación; la República proporcionaba soldados y munido al teatro o a distintos lugares públicos, sustituyendo al marido, con la
ncs. El sopracomito podía vender los cargos de oficiales subalternos de aprobación de éste y de la familia. Tenía origen español (según otros,
firmemente decidido a no volver a jugar como un primo, sino ción de justicia: se les llamaba
llamaba of iciales sup eriores de tie rra.64rra.64
sólo cuando tuviera de mi parte todas las ventajas que un joven Los que estaban casados, si sus esposas eran bonitas, tenían el
sensato e inteligente puede emplear sin que lo llamen granuja. placer de ver sus casas frecuentadas por galanes que pretendían
Es en este momento cuando debo dar cuenta a mi lector de sus favores, pero eran raras las grandes pasiones porque en
la descripción de Corfú para que se haga una idea de la vida que Corfú había en aquel entonces muchas cortesanas; y, como los
llevábamos. No hablaré del lugar, que cualquiera puede co-  jueg os de a zar
za r est aban perm
pe rmitid
itid os en toda
t oda s p artes,
art es, el amo
a mo r co ns -
nocer. tante no podía tener mucha fuerza.
Estaba entonces en Corfú el provisor general, que ejerce una De todas las damas, la que más se distinguía por su belleza y
autoridad soberana y vive de forma espléndida: era el señor Dol su galantería era la señora F.6’ Había llegado a Corfú el año an-
fin, un septuagenario’8severo, tozudo e ignorante, al que no le terior acompañando a su marido, gobernador de una galera.
interesaban las mujeres y que, sin embargo, quería que le hicie- Deslumbró a todos los jefes de mar, y, creyéndose dueña de ele-
ran la corte. Recib ía todas las noches y daba de cenar en su mesa gir, dio la preferencia al señor D. R., dando de lado a cuantos se
a veinticuatro invitados. presentaron como aspirantes al chichisbeo.66
chichisbeo.66 El seño r F. se había
Ha bía tres oficiales sup eriores''' de la armada sutil,60destina-
sutil,60destina- casado con ella el mismo día que había zarpado de Venecia en en su
dos al serv icio de galeras,61
galeras,61 y o tros tres oficiales d e la armada pe- galera, y esc mismo día había salido ella del convento, en el que
sada, que así es como se llama a las tropas de los navios de había entrado con siete años. Entonces tenía diecisiete. Cuando
guerra. La armada sutil es más importante que la pesada. Como la vi enfrente de mí, en la mesa, el día que me instalé en casa del
cada galera debe tener un gobernador llamado sopracomito,6i señor D. R., me quedé atónito. Creí ver algo sobrenatural y tan
había diez en total; cada navio de guerra debía tener un coman- superior a todas las mujeres que había visto hasta entonces que
dante, y también eran diez, incluidos los tres jefes de mar. Todos no tuve ningún miedo a enamorarme. Me creí de una especie
estos comandantes eran nobles venecianos. Otros diez nobles distinta de la suya y tan por debajo que sólo vi la imposibilidad
 ven eciano
eci ano s, de vein te a v ein tidós
tid ós años,
año s, eran nob les de nav io,6
io, 6’ y de alcanzarla. Al principio pensé que entre ella y el señor D. R.
estaban allí para aprender el oficio de la marina. Además de sólo había una fría amistad basada en la costumbre, y me pare-
todos estos oficiales, había ocho o diez nobles venecianos más ció que el señor F. hacía bien en no tener celos. Por otra parte,
que mantenían en la isla el servicio de policía y la administra- el señor F. era
era estúpido en grado sumo. É sa fue la impresión que
me causó esta belleza el primer día que apareció ante mis ojos.
58. Danielc Dolfin había nacido en 1688, por lo que no tenía se Pero no tardó en cambiar de naturaleza de un modo totalmente
tcnta años, sino cincuenta y siete. nuevo para mí.
$9. El provisor de la armada Antonio Rcnicr, el capitán de galeaza Mi calidad de ayudante me procuraba el honor de comer a
Domcnico Condulmer y el gobernador ordinario de las galeazas Gia
como da Riva. 64. Por Ierra,  en Venecia se entendía la ciudadela de Corfú.
60. La flota ligera se componía de navios a remo; la flota pesada la 6{. Andrcana Longo, o Lando, casada en diciembre de 1742 con el
formaban navios a vela. sopracomito  Vincenzo Foscarini. Nacida en 1720, tenía veinticinco
61. Embarcaciones largas y de borda baja, que navegaban a vela y a años, no diecisiete, cuando Casanova la conoció. En 1796 aún vivía.
remo. 66.
66. El chichisbeo (del italiano cicisbco) fue, en el siglo XVII I, una
62. Joven patricio, comandante de la galera, que reclutaba a sus ex moda social: la dama tenía un acompañante oficial para acudir al baile,
pensas la tripulación; la República proporcionaba soldados y munido al teatro o a distintos lugares públicos, sustituyendo al marido, con la
ncs. El sopracomito podía vender los cargos de oficiales subalternos de aprobación de éste y de la familia. Tenía origen español (según otros,
su galera. genovés): cuando los maridos emprendían largos viajes, encargaban a
63. Se les llamaba nobili di nave», y su servicio duraba cuatro años. algún amigo la vigilancia de su esposa.

372
372 373

su mesa, pero nada más. El otro ayudante, alférez como yo, y un todo lo contrario; y me sentía feliz, mostrándome simpático y
necio de primera, tenía el mismo honor; pero no se nos consi- risueño cuando perdía, y mortificado cuando ganaba. Maroli era
deraba como a invitados. No sólo no se nos dirigía nunca la pa- el que me había ganado todo mi dinero antes de irme a Cons
labra, sino que ni nos miraban. Yo no podía soportarlo. Sabía tantinopla. Cuando, a mi regreso, vio que estaba decidido a no
de sobra que no se debía a un un despr ecio calcu lado, pero, aun así,  volve
 vo lve r a ju gar, me cr ey ó d ign o de
d e h acerme
acer me p artí cipe de s us s abias
mi situación me parecía muy penosa. Estaba convencido de que máximas, sin las que los juegos de azar llevan a la ruina a todos
Sanzonio era un zopenco, pero yo no podía tolerar que se me a los que gustan. Pero como no me fiaba del todo de la lealtad lealtad de
tratase de la misma forma. Al cabo de ocho o diez días, durante Maroli, me mantenía en guardia. Todas las noches, cuando ter-
los que no se había dignado mirarme ni una sola vez, la señora minábamos de tallar, hacíamos las cuentas, y el cofrecito que-
F. empezó a desagradarme.
desagradarme. Estaba ofendido, despechado e im- daba en manos del cajero. Después de repartir el dinero en
paciente, tanto más cuanto que nada me permitía suponer que metálico ganado, cada uno se lo llevaba a casa.
evitaba mis ojos con un designio premeditado. Saberlo no me  Af or tu na do en el jue go, con buena
bue na s alud , y aprec
apr eciad
iad o p or to -
hubiera desagradado. Llegu é a convencerme de que para ella yo dos mis compañe ros, que, llegado el caso, nunca me encontraban
no existía.
existía. Y esto era superio r a mis fuerzas.
fuerzas. Esta ba seguro de ser avaro, habría estado muy satisfecho con mi suerte si me hubiera
alguien, y pretendía que también ella lo supiese. Por fin se pre-  vis to alg o me jor cons
co nsidider
erad
adoo en
e n la m esa d el seño
se ñorr D. R. y trata
tr ata--
sentó la ocasión un día en que, creyéndose obligada a decirme do con menos orgullo por su dama, que, sin razón alguna, pare-
unas palabras, tuvo que mirarme de frente. cía complacerse en humillarme de vez en cuando. Yo la detestaba detestaba,,
 Vien
 Vi en do delant
del ant e de mí un magn
ma gnífic
ífic o pavo
pa vo asa do,
do , el señ or D.  y cuand
cu ando, o, adm iran do sus per feccion
fec cion es, med itaba sob re el sen ti-
R. me dijo que lo trinchase, y enseguida me puse manos a la obra. miento de odio que me había inspirado, la encontraba no sólo im-
Lo partí en dieciséis trozos, y vi que, como no lo había hecho pertinente sino estúpida, diciéndomc para mis adentros que no le
bien, tenía necesidad de indulgencia; pe ro la señora F., sin sin poder habría costado mucho conquistar mi corazón sin necesidad si-
contener la risa, me miró y me dijo que, si no estaba seguro de quiera de amarme. Lo único que deseaba era que dejase de obli-
trinchar el pavo de acuerdo con las reglas, no habría debido garme a odiarla. Su comportamiento me parecía extraño, pues, si
prestarme a ello. Sin saber qué responderle, me puse colorado, lo hacía a propósito, era imposible que saliera ganando algo.
me senté,
senté, y la odié.
odié. O tro d ía en que, para no sé qué, debía
debía pro - Tampoco podía atribuir su conducta a un espíritu de coque-
nunciar mi nombre, me preguntó c ómo me llamaba, cuando, tras tería, pues nunca le había dado yo el menor indicio de toda la
quince días de vivir en casa del señor D. R., ella ya debía saberlo,  jus tic ia que
qu e le hacía,
hac ía, ni a una
un a pas ión am oros
or os a po r algu ien que
qu e
sobre todo porque la fortuna en el juego, que me favorecía cons- pudiera volverle odiosa mi persona, pues el señor D. R. no le in-
tantemente, ya me había hecho célebre. Yo había confiado mi teresaba demasiado, y, por lo que se refiere a su marido, lo tra-
dinero al mayor de la plaza, Maroli,67 jugador profesional, que taba como si no existiese. En fin, aquella joven era causa de mi
tenía la banca del faraón en el café. Yo iba a medias con él, y le desdicha y me sentía irritado contra mí mismo, pues sabía que,
servía de crupier;6*  él hacía lo mismo cuando y o tallaba, cosa que de no ser por los sentimientos de odio que me animaban, nunca
ocurría a menudo porque los puntos no lo apreciaban. Barajaba habría pensado en ella. Y yo mismo me detestaba al descubrir en
las cartas de una forma que daba miedo, mientras que yo hacía mí un alma rencorosa: nunca hasta entonces había sabido que
fuera capaz de odiar.
67. Son varios los oficiales de esc apellido que pudieron ser com
pañeros de juego de Casanova. ¿Qué hacéis con vuestro dinero? me dijo de buenas a pri-
68. El
E l socio del banquero,
banque ro, que estaba a sus espaldas y lo ayudaba en meras un día después de cenar, cuando alguien me entregaba una
su mesa, pero nada más. El otro ayudante, alférez como yo, y un todo lo contrario; y me sentía feliz, mostrándome simpático y
necio de primera, tenía el mismo honor; pero no se nos consi- risueño cuando perdía, y mortificado cuando ganaba. Maroli era
deraba como a invitados. No sólo no se nos dirigía nunca la pa- el que me había ganado todo mi dinero antes de irme a Cons
labra, sino que ni nos miraban. Yo no podía soportarlo. Sabía tantinopla. Cuando, a mi regreso, vio que estaba decidido a no
de sobra que no se debía a un un despr ecio calcu lado, pero, aun así,  volve
 vo lve r a ju gar, me cr ey ó d ign o de
d e h acerme
acer me p artí cipe de s us s abias
mi situación me parecía muy penosa. Estaba convencido de que máximas, sin las que los juegos de azar llevan a la ruina a todos
Sanzonio era un zopenco, pero yo no podía tolerar que se me a los que gustan. Pero como no me fiaba del todo de la lealtad lealtad de
tratase de la misma forma. Al cabo de ocho o diez días, durante Maroli, me mantenía en guardia. Todas las noches, cuando ter-
los que no se había dignado mirarme ni una sola vez, la señora minábamos de tallar, hacíamos las cuentas, y el cofrecito que-
F. empezó a desagradarme.
desagradarme. Estaba ofendido, despechado e im- daba en manos del cajero. Después de repartir el dinero en
paciente, tanto más cuanto que nada me permitía suponer que metálico ganado, cada uno se lo llevaba a casa.
evitaba mis ojos con un designio premeditado. Saberlo no me  Af or tu na do en el jue go, con buena
bue na s alud , y aprec
apr eciad
iad o p or to -
hubiera desagradado. Llegu é a convencerme de que para ella yo dos mis compañe ros, que, llegado el caso, nunca me encontraban
no existía.
existía. Y esto era superio r a mis fuerzas.
fuerzas. Esta ba seguro de ser avaro, habría estado muy satisfecho con mi suerte si me hubiera
alguien, y pretendía que también ella lo supiese. Por fin se pre-  vis to alg o me jor cons
co nsidider
erad
adoo en
e n la m esa d el seño
se ñorr D. R. y trata
tr ata--
sentó la ocasión un día en que, creyéndose obligada a decirme do con menos orgullo por su dama, que, sin razón alguna, pare-
unas palabras, tuvo que mirarme de frente. cía complacerse en humillarme de vez en cuando. Yo la detestaba detestaba,,
 Vien
 Vi en do delant
del ant e de mí un magn
ma gnífic
ífic o pavo
pa vo asa do,
do , el señ or D.  y cuand
cu ando, o, adm iran do sus per feccion
fec cion es, med itaba sob re el sen ti-
R. me dijo que lo trinchase, y enseguida me puse manos a la obra. miento de odio que me había inspirado, la encontraba no sólo im-
Lo partí en dieciséis trozos, y vi que, como no lo había hecho pertinente sino estúpida, diciéndomc para mis adentros que no le
bien, tenía necesidad de indulgencia; pe ro la señora F., sin sin poder habría costado mucho conquistar mi corazón sin necesidad si-
contener la risa, me miró y me dijo que, si no estaba seguro de quiera de amarme. Lo único que deseaba era que dejase de obli-
trinchar el pavo de acuerdo con las reglas, no habría debido garme a odiarla. Su comportamiento me parecía extraño, pues, si
prestarme a ello. Sin saber qué responderle, me puse colorado, lo hacía a propósito, era imposible que saliera ganando algo.
me senté,
senté, y la odié.
odié. O tro d ía en que, para no sé qué, debía
debía pro - Tampoco podía atribuir su conducta a un espíritu de coque-
nunciar mi nombre, me preguntó c ómo me llamaba, cuando, tras tería, pues nunca le había dado yo el menor indicio de toda la
quince días de vivir en casa del señor D. R., ella ya debía saberlo,  jus tic ia que
qu e le hacía,
hac ía, ni a una
un a pas ión am oros
or os a po r algu ien que
qu e
sobre todo porque la fortuna en el juego, que me favorecía cons- pudiera volverle odiosa mi persona, pues el señor D. R. no le in-
tantemente, ya me había hecho célebre. Yo había confiado mi teresaba demasiado, y, por lo que se refiere a su marido, lo tra-
dinero al mayor de la plaza, Maroli,67 jugador profesional, que taba como si no existiese. En fin, aquella joven era causa de mi
tenía la banca del faraón en el café. Yo iba a medias con él, y le desdicha y me sentía irritado contra mí mismo, pues sabía que,
servía de crupier;6*  él hacía lo mismo cuando y o tallaba, cosa que de no ser por los sentimientos de odio que me animaban, nunca
ocurría a menudo porque los puntos no lo apreciaban. Barajaba habría pensado en ella. Y yo mismo me detestaba al descubrir en
las cartas de una forma que daba miedo, mientras que yo hacía mí un alma rencorosa: nunca hasta entonces había sabido que
fuera capaz de odiar.
67. Son varios los oficiales de esc apellido que pudieron ser com
pañeros de juego de Casanova. ¿Qué hacéis con vuestro dinero? me dijo de buenas a pri-
68. El
E l socio del banquero,
banque ro, que estaba a sus espaldas y lo ayudaba en meras un día después de cenar, cuando alguien me entregaba una
el manejo del dinero. suma perdida bajo palabra.

374
374 375
375

Lo guardo, señora le respondí, para hacer frente a mis fu El señor D. R. me envió, nada más cenar, cenar, a casa del
del señor de
Con dulm er,69capitán
er,69capitán de las galeazas, para entreg arle unas cartas
turas pérdidas.
Si no gastáis nada, mejor haríais en no jugar, pues perdéis  y esp erar
era r sus órde nes. Este capitán
capi tán me hiz o esp era r hasta me-
dianoche, de modo que cuando volví a casa, como el señor D. R
 vuestr
 vu estr o tiem po.
El tiempo que uno pasa divirtiéndose no se puede llamar  ya se había reti rado,
rad o, tamb ién me fui a la cama. Po r la mañana ,
tiempo perdido. Lo es en cambio el que uno pasa aburriéndose. nada más despertarse, entré en su alcoba para darle cuenta del
Un joven que se aburre se expone a la desgracia de enamorarse encargo. Un minuto después entra su ayuda de cámara y le en-
trega una nota diciéndole que el ayudante de la señora F. estaba
 y hace rse desp recia r.
Es posible; pero si os divertís haciendo de cajero de vuestro fuera y esperaba respuesta. Sale acto seguido y el señor D. R. la
propio dinero, demostráis avaricia, y un avaro no es más digno abre y lee. Luego desgarra la nota y la pisotea en un ataque de
de estima
estima que un enamorado. ¿ Po r qué no os co mpráis un par de luria; después pasea arriba y abajo por la habitación y finalmente
escribe la respuesta a la nota, la sella y llama para que entre el
guantes?
Todos se echaron a reír entonces, y me sentí estúpido. Tenía ayudante, a quien se la entrega. Acto seguido, dando muestras
razón. Entre las atribuciones de un ayudante figuraba la de de la mayor tranquilidad, termina de leer lo que el capitán de las
acompañar a una dama hasta la silla de manos, o a su carroza galeazas le respondía, y me ordena copiar una carta. Estaba él le-
cuando se levantaba
levantaba para irse, y en Co rfú la moda era servirla
servirla le-  yén dola
do la cuand
cua ndoo ent ró el ayu da de cámara
cám ara para decirme
dec irme que
qu e la
 van tando
tan do su vestid
ves tidoo con la m ano izquie
izq uie rda y po niéndo
nié ndo le la d e- señora F. tenía que hablar conmigo. El señor D. R. me dijo que
recha bajo la axila. Sin guantes, el sudor de la mano podía  ya no me neces itaba
itab a y que po día ir a v er lo que la Señora
Señ ora tenía
mancharla. Me sentí humillado, y la tacha de avaricia me llegó al que decirme. N ada más salir,salir, vuelve a llamarme para advertirme
alma. Atribuirla a falta de educación hubiera sido hacerme un que mi deber era ser discreto. N o necesitaba
necesitaba yo esa advertencia.
advertencia.
favor. Para vengarme, en lugar de comprar un par de guantes,  Vuelo
 Vu elo a casa de la Seño
Se ñora,
ra, sin conse
co nse guir
gu ir adivi
ad ivina
narr para qué
qu é me
decidí evitar a la señora F., abando nándola a la insípida galante- llamaba.
llamaba. Flabía estado en su casa varias veces, pero nunca a pe-
ría de Sanzonio, que tenía los dientes podridos, una peluca rubia, tición suya. Sólo me hizo esperar un minuto. Entro y me quedo
la piel negra y el aliento fétido. De este modo, vivía desdichado sorprendido al verla sentada en la cama, con el rostro encendido,
 y rab iando
ian do po r no po der
de r dej ar de od iar a aqu ella mujer. Des arrebatadora de belleza, pero con los ojos hinchados y enroje-
preciarla no me tranquilizaba en conciencia, pues con la cabeza cabeza cidos. Mi corazón palpitaba sin tregua y no sabía por qué.
fría no podía encontrarle ningún defecto. Ella no me odiaba, y Sentaos en esa butaquita me dijo, porque tengo que ha-
blaros.
no me amaba, así de sencillo; como era muy joven y tenía nece
sidad de divertirse, había puesto sus miradas en mí para entre O s escucharé de pie, señora, pues no me creo digno de ese
favor.
tenerse como habría hecho con un muñeco. ¿Podía sentirme
conforme con eso? Deseaba castigarla,
castigarla, hacer que se arrepintiese,
arrepintiese, No insistió, quizá recordando que nunca había sido tan ama-
 y rumiaba
rum iaba las veng anzas
anz as más cr ueles.
uele s. La de con
c on seg uir que se en ble conmigo y que nunca me había recibido estando ella en la
amorase de mí, para tratarla como a una cualquiera, era una de cama. Después de recogerse un momento, me dijo:
ellas; pero cuando me paraba a pensarlo, rechazaba esa idea con con Anoche mi marido perdió bajo palabra doscientos ccquíes
desdén: sabía que carecía del valor suficiente para resistir a la en el
el café de vuestra banca, creyendo que los tenía yo y que h oy 
fuerza de sus encantos, y menos todavía a sus insinuaciones en 69. Domenico Condulmer, nacido
nacido en 1709, capitán de galeaza desde
Lo guardo, señora le respondí, para hacer frente a mis fu El señor D. R. me envió, nada más cenar, cenar, a casa del
del señor de
Con dulm er,69capitán
er,69capitán de las galeazas, para entreg arle unas cartas
turas pérdidas.
Si no gastáis nada, mejor haríais en no jugar, pues perdéis  y esp erar
era r sus órde nes. Este capitán
capi tán me hiz o esp era r hasta me-
dianoche, de modo que cuando volví a casa, como el señor D. R
 vuestr
 vu estr o tiem po.
El tiempo que uno pasa divirtiéndose no se puede llamar  ya se había reti rado,
rad o, tamb ién me fui a la cama. Po r la mañana ,
tiempo perdido. Lo es en cambio el que uno pasa aburriéndose. nada más despertarse, entré en su alcoba para darle cuenta del
Un joven que se aburre se expone a la desgracia de enamorarse encargo. Un minuto después entra su ayuda de cámara y le en-
trega una nota diciéndole que el ayudante de la señora F. estaba
 y hace rse desp recia r.
Es posible; pero si os divertís haciendo de cajero de vuestro fuera y esperaba respuesta. Sale acto seguido y el señor D. R. la
propio dinero, demostráis avaricia, y un avaro no es más digno abre y lee. Luego desgarra la nota y la pisotea en un ataque de
de estima
estima que un enamorado. ¿ Po r qué no os co mpráis un par de luria; después pasea arriba y abajo por la habitación y finalmente
escribe la respuesta a la nota, la sella y llama para que entre el
guantes?
Todos se echaron a reír entonces, y me sentí estúpido. Tenía ayudante, a quien se la entrega. Acto seguido, dando muestras
razón. Entre las atribuciones de un ayudante figuraba la de de la mayor tranquilidad, termina de leer lo que el capitán de las
acompañar a una dama hasta la silla de manos, o a su carroza galeazas le respondía, y me ordena copiar una carta. Estaba él le-
cuando se levantaba
levantaba para irse, y en Co rfú la moda era servirla
servirla le-  yén dola
do la cuand
cua ndoo ent ró el ayu da de cámara
cám ara para decirme
dec irme que
qu e la
 van tando
tan do su vestid
ves tidoo con la m ano izquie
izq uie rda y po niéndo
nié ndo le la d e- señora F. tenía que hablar conmigo. El señor D. R. me dijo que
recha bajo la axila. Sin guantes, el sudor de la mano podía  ya no me neces itaba
itab a y que po día ir a v er lo que la Señora
Señ ora tenía
mancharla. Me sentí humillado, y la tacha de avaricia me llegó al que decirme. N ada más salir,salir, vuelve a llamarme para advertirme
alma. Atribuirla a falta de educación hubiera sido hacerme un que mi deber era ser discreto. N o necesitaba
necesitaba yo esa advertencia.
advertencia.
favor. Para vengarme, en lugar de comprar un par de guantes,  Vuelo
 Vu elo a casa de la Seño
Se ñora,
ra, sin conse
co nse guir
gu ir adivi
ad ivina
narr para qué
qu é me
decidí evitar a la señora F., abando nándola a la insípida galante- llamaba.
llamaba. Flabía estado en su casa varias veces, pero nunca a pe-
ría de Sanzonio, que tenía los dientes podridos, una peluca rubia, tición suya. Sólo me hizo esperar un minuto. Entro y me quedo
la piel negra y el aliento fétido. De este modo, vivía desdichado sorprendido al verla sentada en la cama, con el rostro encendido,
 y rab iando
ian do po r no po der
de r dej ar de od iar a aqu ella mujer. Des arrebatadora de belleza, pero con los ojos hinchados y enroje-
preciarla no me tranquilizaba en conciencia, pues con la cabeza cabeza cidos. Mi corazón palpitaba sin tregua y no sabía por qué.
fría no podía encontrarle ningún defecto. Ella no me odiaba, y Sentaos en esa butaquita me dijo, porque tengo que ha-
blaros.
no me amaba, así de sencillo; como era muy joven y tenía nece
sidad de divertirse, había puesto sus miradas en mí para entre O s escucharé de pie, señora, pues no me creo digno de ese
favor.
tenerse como habría hecho con un muñeco. ¿Podía sentirme
conforme con eso? Deseaba castigarla,
castigarla, hacer que se arrepintiese,
arrepintiese, No insistió, quizá recordando que nunca había sido tan ama-
 y rumiaba
rum iaba las veng anzas
anz as más cr ueles.
uele s. La de con
c on seg uir que se en ble conmigo y que nunca me había recibido estando ella en la
amorase de mí, para tratarla como a una cualquiera, era una de cama. Después de recogerse un momento, me dijo:
ellas; pero cuando me paraba a pensarlo, rechazaba esa idea con con Anoche mi marido perdió bajo palabra doscientos ccquíes
desdén: sabía que carecía del valor suficiente para resistir a la en el
el café de vuestra banca, creyendo que los tenía yo y que h oy 
fuerza de sus encantos, y menos todavía a sus insinuaciones en 69. Domenico Condulmer, nacido
nacido en 1709, capitán de galeaza desde
caso de que se produjeran. Mas un golpe de fortuna dio un giro 1742, mandaba los navios de guerra que dos años más tarde se encon-
radical a mi situación. traron ante Corfú durante una inspección del provisor general Dolfin.

376 377

podría pagarlos; pero yo he dispuesto


dispuesto de ese dinero
dinero y por tanto haciéndole firmar una declaración en la que se comprometía a no
debo conseguírselos. He pensado que vos podríais decir a Ma entregar el recibo sellado más que a la señora F., a su requeri-
roli que habéis recibido de mi marido la suma que perdió. Aquí miento y en propia mano. E sa noche el señor F. vino a mi banca,
tenéis
tenéis una sortija, quedaos con ella y ya me la devolve réis el pri- me pagó la suma, jugó con dinero en efectivo y ganó tres o cua-
mer día del año cuando os entregue los doscientos ducados por tro docenas de cequíes. Lo que me pareció más notable en esta
los que os haré un recibo. simpática aventura fue que el señor D. R. siguió siendo igual de
Acepto el recibo, señora, pero no quiero privaros de vues- atento con la señora F., lo mismo que ella con él, y que él no me
tra sortija. Os diré además que el señor F. debe ir o enviar a al- preguntó qué había querido su mujer de mí cuando me vio de
guien a pagar esa suma a la banca; dentro de diez minutos me nuevo en el palacio. Pero desde ese momento ella cambió com-
 veréis
 ver éis vo lv er para
par a entregá
ent regá rosla.
ros la. pletamente de actitud conmigo. No volvió a encontrarse frente
Tras haberle dicho esto, no esperé su respuesta. Salí, volví al a mí en la mesa sin dirigirme la palabra, haciéndome a menudo
palacete del
del señor D. R., metí en en mi bolso dos cartuchos de cien preguntas que me permitían expresar comentarios c ríticos en un
 y se los llev é, gua rdándo
rdá ndo me en el bo lsil lo el rec ibo en el que se estilo divertido pero siempre con aire serio. El de hacer reír sin
comprometía a pagarme la cantidad el primero de año. reír era en esa época mi mayor talento. Lo había aprendido del
Cuando me vio a punto de irme, me dijo estas palabras exac- señor Malipiero, mi primer maestro: «Para hacer llorar, me
tas: decía, hay que llorar, pero no hay que reír cuando se quiere
Si hubiera adivinado lo dispuesto que estabais a compla- hacer reír».7® En todo lo que yo hacía, en todo lo que decía
cerme, creo que no habría tenido valor para decidirme a pediros cuando la señora F. estaba presente, el el único ob jetivo de mi pen-
este favor. samiento era agradarla; pero como nunca la miraba sin motivo,
Bien, señora, para el futuro debéis pensar que no hay hom- nunca le daba un indicio seguro de que mi intención fuera agra-
bre en el mundo capaz de negaros uno tan insignificante si se lo darla. Quería obligarla a sentir curiosidad, a hacerle sospechar la
pedís en persona.  verd ad, a ad ivinar
ivi nar mi s ecreto
ecr eto.. De bía ir pas o a paso,
pas o, pe ro tiem po
Es muy halagador lo que me decís, mas espero no volver a era lo que me sobraba. Mientras tanto, gozaba viendo que el di-
encontrarme nunca en la cruel necesidad de hacer la experiencia. nero y la buena conducta me prestaban una consideración que
Me marché reflexionando en la sutileza de su respuesta. No no podía esperar ni de mi cargo, ni de mi edad, ni de algún ta-
me dijo que me equivocaba, como yo esperaba, porque se ha lento especial para la carrera que había emprendido.
bría comprometido. Sabía que yo estaba en el dormitorio del Hacia mediados de noviembre,71 mi soldado francés sufrió
señor D. R. cuando el ayudante le llevó su nota, y que debía de una fluxión de pecho. El capitán Camporcse ordenó trasladarlo
estar al corriente de que le había pedido dosc ientos cequíes, que al hospital en
en cuanto se lo comuniqué. A l cuarto día me dijo que
él le había negado; pero no me dijo nada. ¡Dios mío, cuánto me no volvería y que ya le habían administrado la extremaunción;
gustó! Lo adiviné todo. La vi celosa de su reputación, y la adoré.  y po r la noc he esta ba yo con él cua ndo nd o vin o el sac erd ote que
qu e
Quedé convencido de que no podía amar al señor D. R., y de había encomendado su alma a decirle que había muerto, entre-
que él tampoco la amaba, y mi corazón se alegró con este des gándole un paquetito que el difunto le había dado antes de en-
cubrimiento. Ese día empecé a enamorarme perdidamente de trar enen agonía a condició n de no dárselo al capitán hasta después
ella, con la esperanza de lograr conquistar su corazón. 70. I.a máxima se encuentra en Horacio (Artepoética, 102), aunque
Nada más llegar a mi cuarto taché con la tinta más negra todo más adelante
adelante (vol. 6, cap. X, pág. 1597), Cas anova la atribuya a Vol
lo que la señora F. había escrito en su recibo, salvo su nombre. t.iirc: «S» vis me flere, dolendum est primum ipso tibi
podría pagarlos; pero yo he dispuesto
dispuesto de ese dinero
dinero y por tanto haciéndole firmar una declaración en la que se comprometía a no
debo conseguírselos. He pensado que vos podríais decir a Ma entregar el recibo sellado más que a la señora F., a su requeri-
roli que habéis recibido de mi marido la suma que perdió. Aquí miento y en propia mano. E sa noche el señor F. vino a mi banca,
tenéis
tenéis una sortija, quedaos con ella y ya me la devolve réis el pri- me pagó la suma, jugó con dinero en efectivo y ganó tres o cua-
mer día del año cuando os entregue los doscientos ducados por tro docenas de cequíes. Lo que me pareció más notable en esta
los que os haré un recibo. simpática aventura fue que el señor D. R. siguió siendo igual de
Acepto el recibo, señora, pero no quiero privaros de vues- atento con la señora F., lo mismo que ella con él, y que él no me
tra sortija. Os diré además que el señor F. debe ir o enviar a al- preguntó qué había querido su mujer de mí cuando me vio de
guien a pagar esa suma a la banca; dentro de diez minutos me nuevo en el palacio. Pero desde ese momento ella cambió com-
 veréis
 ver éis vo lv er para
par a entregá
ent regá rosla.
ros la. pletamente de actitud conmigo. No volvió a encontrarse frente
Tras haberle dicho esto, no esperé su respuesta. Salí, volví al a mí en la mesa sin dirigirme la palabra, haciéndome a menudo
palacete del
del señor D. R., metí en en mi bolso dos cartuchos de cien preguntas que me permitían expresar comentarios c ríticos en un
 y se los llev é, gua rdándo
rdá ndo me en el bo lsil lo el rec ibo en el que se estilo divertido pero siempre con aire serio. El de hacer reír sin
comprometía a pagarme la cantidad el primero de año. reír era en esa época mi mayor talento. Lo había aprendido del
Cuando me vio a punto de irme, me dijo estas palabras exac- señor Malipiero, mi primer maestro: «Para hacer llorar, me
tas: decía, hay que llorar, pero no hay que reír cuando se quiere
Si hubiera adivinado lo dispuesto que estabais a compla- hacer reír».7® En todo lo que yo hacía, en todo lo que decía
cerme, creo que no habría tenido valor para decidirme a pediros cuando la señora F. estaba presente, el el único ob jetivo de mi pen-
este favor. samiento era agradarla; pero como nunca la miraba sin motivo,
Bien, señora, para el futuro debéis pensar que no hay hom- nunca le daba un indicio seguro de que mi intención fuera agra-
bre en el mundo capaz de negaros uno tan insignificante si se lo darla. Quería obligarla a sentir curiosidad, a hacerle sospechar la
pedís en persona.  verd ad, a ad ivinar
ivi nar mi s ecreto
ecr eto.. De bía ir pas o a paso,
pas o, pe ro tiem po
Es muy halagador lo que me decís, mas espero no volver a era lo que me sobraba. Mientras tanto, gozaba viendo que el di-
encontrarme nunca en la cruel necesidad de hacer la experiencia. nero y la buena conducta me prestaban una consideración que
Me marché reflexionando en la sutileza de su respuesta. No no podía esperar ni de mi cargo, ni de mi edad, ni de algún ta-
me dijo que me equivocaba, como yo esperaba, porque se ha lento especial para la carrera que había emprendido.
bría comprometido. Sabía que yo estaba en el dormitorio del Hacia mediados de noviembre,71 mi soldado francés sufrió
señor D. R. cuando el ayudante le llevó su nota, y que debía de una fluxión de pecho. El capitán Camporcse ordenó trasladarlo
estar al corriente de que le había pedido dosc ientos cequíes, que al hospital en
en cuanto se lo comuniqué. A l cuarto día me dijo que
él le había negado; pero no me dijo nada. ¡Dios mío, cuánto me no volvería y que ya le habían administrado la extremaunción;
gustó! Lo adiviné todo. La vi celosa de su reputación, y la adoré.  y po r la noc he esta ba yo con él cua ndo nd o vin o el sac erd ote que
qu e
Quedé convencido de que no podía amar al señor D. R., y de había encomendado su alma a decirle que había muerto, entre-
que él tampoco la amaba, y mi corazón se alegró con este des gándole un paquetito que el difunto le había dado antes de en-
cubrimiento. Ese día empecé a enamorarme perdidamente de trar enen agonía a condició n de no dárselo al capitán hasta después
ella, con la esperanza de lograr conquistar su corazón. 70. I.a máxima se encuentra en Horacio (Artepoética, 102), aunque
Nada más llegar a mi cuarto taché con la tinta más negra todo más adelante
adelante (vol. 6, cap. X, pág. 1597), Cas anova la atribuya a Vol
lo que la señora F. había escrito en su recibo, salvo su nombre. t.iirc: «S» vis me flere, dolendum est primum ipso tibi».
Luego lo sellé y lo llevé a casa de un notario, donde lo deposite 7 1. F.n
F.n realidad
realidad ese encuentro tuvo lugar en junio de 174 1.

378 379
379

de su muerte. Era un sello de latón con un escudo ducal, una Media hora después, en el momento en que abría un mazo
partida de bautismo y una hoja de papel en la que tuve que leer, de cartas, el ayudante Sanzonio entra y cuenta la importante no-
pues el capitán no entendía el francés, lo siguiente, muy mal es- ticia con la mayor seriedad. Venía del gobierno militar, donde
crito y con una ortografía pésima:
pésima: había
había visto llegar sin aliento
aliento a Campore se y entregar a Su Exc e-
«Quiero que este papel que he escrito y firmado de mi pro- lencia el sello y los documentos del difunto. Su Excelencia había
pio puño no se entregue a mi capitán hasta que yo haya muerto ordenado seguidamente enterrar al príncipe en una tumba aparte
con toda seguridad. De otro modo mi confesor no podrá hacer con los honores debidos a su rango. Otr a media hora después el
ningún uso de él, pues sólo se lo confío bajo el sagrado secreto señor Minotto,75 ayudante del provisor general, vino a decirme
de la confesión. Ruego a mi capitán que mande enterrarme en que Su Excelencia quería hablar conmigo. Terminada la partida,
una tumba de la que mi cuerpo pueda ser desenterrado si el paso las cartas al mayor Maroli y voy al gobierno militar. En-
duque, mi padre, lo pidiese. También le ruego que envíe al em- cuentro a Su Excelencia a la mesa con las principales damas y tres
bajador de Fr ancia, que está en Venecia, mi partida de bautismo, o cuatro jefes de mar; también veo a la señora F. y al señor D. R.
el sello con las armas de mi familia y un ce rtificado de mi muerte ¡Bueno! me dice el viejo general, de modo que su criado
en debida forma para que lo envíe al señor duque, mi padre: mi era un príncipe.
derecho de primogenitura debe pasar a mi hermano el príncipe. Nunca habría podido adivinarlo, Monseñor, y ni siquiera
En fe de lo cual, pongo mi firma, François V I, Charles, Philippe,
Philippe, ahora lo creo.
Louis FOUCAULD, príncipe de LA ROCHEFOUCAULD». ¡C óm o! Ha muerto, y no estaba
estaba loco. Habéis visto su par-
En el acta de bautismo, expedida en SaintSulpice,7' figuraba tida de bautismo, su escudo de armas, el escrito de su puño y
ese mismo nombre, y el del duque padre era François V. El nom- letra.
letra. Cuan do uno está muriéndose, no tiene ganas de represen-
bre de la madre era Gabrielle du Plessis. tar una farsa.
Cuan do terminé esta lectura
lectura no pude imped ir soltar una car-
car- Si Vuestra Excelencia cree cierto todo eso, el respeto que os
cajada; pero, viendo que el estúpido de mi capitán, a quien mi debo me impone silencio.
risa le parecía fuera de lugar, se apresuraba a ir a comunicar el N o pue de ser más que cierto, y me asombran vuestras dudas.
dudas.
hecho al provisor general, le dejé para dirigirme al café, seguro E s que, Monseñor, estoy informado tanto de la familia
familia de
de que Su Excelencia se burlaría de él y de que la extraordinaria
extraordinaria La Rochefoucauld como de la du Plessis; y, además, he cono-
bufonada haría reír a todo Corfú. En Roma, en casa del carde- cido demasiado bien al hombre en cuestión. No estaba loco,
nal
nal Acq uaviva había conocido y o al abate
abate de Liancou rt, biznie- pero era una bufón extravagante. Nunca lo vi escribir, y veinte
to de Charles, cuya hermana Gabrielle du Plessis había sido  veces
 vec es me dijo
di jo que
qu e nun ca había
hab ía apr en did o.
esposa de François V; pero esto había ocurrido a principios del Su escrito demuestra lo contrario. Su sello lleva las armas
siglo anterior. En la secretaría del cardenal había copiado tam ducales; tal vez no sepáis que el señor de La Rochefoucauld es
bién una declaración que el abate de Liancourt debía enviar a la duque y p ar de Francia.
corte de M adrid, y que contenía diversas circunstancias más re- O s pido perdón, Monseñor, sé todo eso, y más incluso,
incluso, pues
lativas a la
la casa du Plessis. Po r otra parte, la impostura de L a Va sé que François VI tuvo po r esposa a una señorita
señorita de Vivonnc.
leur me parecía tan loca como singular, dado que, si todas esas Vos no sabéis nada.
circunstancias no podían darse a conocer hasta después de su  An te sem ejan te sen ten cia, me imp use sile ncio.
nc io. Y vi con pla
muerte, no podían servirle de nada. 73. Un coronel Zuane Minotto aparece
aparece frecuentemente
frecuentemente mencio-
nado en los despachos de Dolfin entre 1743 y 1744, que lo nombró su-
de su muerte. Era un sello de latón con un escudo ducal, una Media hora después, en el momento en que abría un mazo
partida de bautismo y una hoja de papel en la que tuve que leer, de cartas, el ayudante Sanzonio entra y cuenta la importante no-
pues el capitán no entendía el francés, lo siguiente, muy mal es- ticia con la mayor seriedad. Venía del gobierno militar, donde
crito y con una ortografía pésima:
pésima: había
había visto llegar sin aliento
aliento a Campore se y entregar a Su Exc e-
«Quiero que este papel que he escrito y firmado de mi pro- lencia el sello y los documentos del difunto. Su Excelencia había
pio puño no se entregue a mi capitán hasta que yo haya muerto ordenado seguidamente enterrar al príncipe en una tumba aparte
con toda seguridad. De otro modo mi confesor no podrá hacer con los honores debidos a su rango. Otr a media hora después el
ningún uso de él, pues sólo se lo confío bajo el sagrado secreto señor Minotto,75 ayudante del provisor general, vino a decirme
de la confesión. Ruego a mi capitán que mande enterrarme en que Su Excelencia quería hablar conmigo. Terminada la partida,
una tumba de la que mi cuerpo pueda ser desenterrado si el paso las cartas al mayor Maroli y voy al gobierno militar. En-
duque, mi padre, lo pidiese. También le ruego que envíe al em- cuentro a Su Excelencia a la mesa con las principales damas y tres
bajador de Fr ancia, que está en Venecia, mi partida de bautismo, o cuatro jefes de mar; también veo a la señora F. y al señor D. R.
el sello con las armas de mi familia y un ce rtificado de mi muerte ¡Bueno! me dice el viejo general, de modo que su criado
en debida forma para que lo envíe al señor duque, mi padre: mi era un príncipe.
derecho de primogenitura debe pasar a mi hermano el príncipe. Nunca habría podido adivinarlo, Monseñor, y ni siquiera
En fe de lo cual, pongo mi firma, François V I, Charles, Philippe,
Philippe, ahora lo creo.
Louis FOUCAULD, príncipe de LA ROCHEFOUCAULD». ¡C óm o! Ha muerto, y no estaba
estaba loco. Habéis visto su par-
En el acta de bautismo, expedida en SaintSulpice,7' figuraba tida de bautismo, su escudo de armas, el escrito de su puño y
ese mismo nombre, y el del duque padre era François V. El nom- letra.
letra. Cuan do uno está muriéndose, no tiene ganas de represen-
bre de la madre era Gabrielle du Plessis. tar una farsa.
Cuan do terminé esta lectura
lectura no pude imped ir soltar una car-
car- Si Vuestra Excelencia cree cierto todo eso, el respeto que os
cajada; pero, viendo que el estúpido de mi capitán, a quien mi debo me impone silencio.
risa le parecía fuera de lugar, se apresuraba a ir a comunicar el N o pue de ser más que cierto, y me asombran vuestras dudas.
dudas.
hecho al provisor general, le dejé para dirigirme al café, seguro E s que, Monseñor, estoy informado tanto de la familia
familia de
de que Su Excelencia se burlaría de él y de que la extraordinaria
extraordinaria La Rochefoucauld como de la du Plessis; y, además, he cono-
bufonada haría reír a todo Corfú. En Roma, en casa del carde- cido demasiado bien al hombre en cuestión. No estaba loco,
nal
nal Acq uaviva había conocido y o al abate
abate de Liancou rt, biznie- pero era una bufón extravagante. Nunca lo vi escribir, y veinte
to de Charles, cuya hermana Gabrielle du Plessis había sido  veces
 vec es me dijo
di jo que
qu e nun ca había
hab ía apr en did o.
esposa de François V; pero esto había ocurrido a principios del Su escrito demuestra lo contrario. Su sello lleva las armas
siglo anterior. En la secretaría del cardenal había copiado tam ducales; tal vez no sepáis que el señor de La Rochefoucauld es
bién una declaración que el abate de Liancourt debía enviar a la duque y p ar de Francia.
corte de M adrid, y que contenía diversas circunstancias más re- O s pido perdón, Monseñor, sé todo eso, y más incluso,
incluso, pues
lativas a la
la casa du Plessis. Po r otra parte, la impostura de L a Va sé que François VI tuvo po r esposa a una señorita
señorita de Vivonnc.
leur me parecía tan loca como singular, dado que, si todas esas Vos no sabéis nada.
circunstancias no podían darse a conocer hasta después de su  An te sem ejan te sen ten cia, me imp use sile ncio.
nc io. Y vi con pla
muerte, no podían servirle de nada. 73. Un coronel Zuane Minotto aparece
aparece frecuentemente
frecuentemente mencio-
nado en los despachos de Dolfin entre 1743 y 1744, que lo nombró su-
72. Iglesia de París, construida entre 1655 y 1745. perintendente del servicio mé dico contra la peste en San Maura.

380 38 1

cer a todos los hombres presentes disfrutar con la humillación le daba el brazo, me dijo que entrase porque llovía. Era la pri-
que suponían estas palabras: «Vos no sabéis nada». Un oficial mera vez que me hacía tan señalado honor.
dijo que el difunto era atractivo, que tenía un aire noble, mucha Pienso como vos me dijo, pero habéis disgustado en grado
inteligencia, y que había sabido tomar tan bien sus precaucio- mimo al general.
nes que nadie habría podido imaginarse nunca que era quien era. Es una desgracia inevitable, señora, porque no sé mentir.
Una dama afirmó que, de haberlo conocido, ella lo habría habría des- ■ Pod íais haber ahorrado al al general
general la broma de mal mal gusto de
enmascarado. Otro adulador aseguró que siempre estaba alegre, que el confesor hará morir al príncipe me dijo el señor D. R.
que nunca era orgulloso con sus compañeros y que cantaba Pen sé que le haría reír, reír, como he visto reír a Vuestra Exc e-
como un ángel. lencia y a la señora. Suele apreciar el ingenio que hace reír.
Tenía veinticinco años dijo la señora
señora Sagredo74
Sagredo74 mirándo- Pero el ingenio que no ríe no lo aprecia.
me, y si es cierto que poseía esas cualidades, vos debéis de ha- Ap ues to cien cequícs a que que ese idiota termina
termina curándose, y
berlas advertido. a que, con el general de su parte, va a sacar provecho de su im-
N o pue do describíroslo sino
sino como me pareció,
pareció, señora.
señora. Siem- postura. Estoy impaciente por verlo tratado como un príncipe,
pre alegre, a menudo hasta la locura, porque hacía cabriolas,  y a él hac iendo
ien do la cort
c ort e a la se ñora
ño ra Sag rcd o.
cantaba coplillas subidas de tono y conocía un sorprendente nú-  Al oír
oí r e ste nomb
no mbre,re, la se ñor a F., qu e no apreci
apr eciaba
aba a la dama ,
mero de anécdotas populares de magia, milagros y maravillosas *0 echó a reír a carcajadas; y, al apearse del coche, el señor D . R .
proezas que chocaban con el sentido común, y que por ese mo- me dijo que subiese. Cu and o cenaba con ella en casa del general, general,
tivo podían hacer reír. En cuanto a sus defectos, era borracho, solían pasar juntos media hora en el domicilio de la señora F.,
sucio, libertino, pendenciero y algo bribón. Lo soportaba por- pues el marido nunca se dejaba ver. También era la primera vez
que me peinaba bien, y porque yo quería aprender a practicar el que la pareja admitía a un tercero, y yo, encantado con la dis-
francés con las frases propias del ge nio de la lengua. Siempre me tinción, estaba lejoslejos de creerla sin consecuen cias. La satisfacción
declaró que era picardo, hijo de un campesino, y desertor. Es que sentía, y que debía disimular, no debía impedirme estar
posible que me engañara cuando me dijo que no sabía escribir. alegre y dar un tinte cómico a todos los temas que el señor y la
Mientras así hablaba, entra Camporcse para anunciar a Su señora pusieron sobre el tapete. Nuestro trío duró cuatro horas.
Excelencia que La Valeur aún respiraba. Entonces, mientras me  Vol vimo s al p alac io a las dos do s de la m añana. Fu e esa noche
noc he cuan-
cu an-
dirigía una significativa mirada, el general me dijo que se ale- tío el señor D. R. y la señora F. me conocieron a fondo. La se-
graría mucho si conseguía superar la enfermedad. ñora F. dijo al señor D. R. que nunca se había divertido de
 Y también yo, Monseñor, pero seguro que el confeso r lo aquella manera ni creído que unas simples palabras pudieran
hará morir esta noche. hacer reír tanto.
¿Por qué queréis que lo mate? Lo cierto es que su risa provocada por todas las cosas que yo
Para evitar las galeras, a las que Vuestra Excelencia lo con- contaba me hizo descubrir en ella una inteligencia infinita, y su
denará por violar el secreto de confesión. entusiasmo me enamoró de tal modo que me fui a dormir con-
Los presentes sofocaron entonces las risas, y el viejo general  vencid
 ven cid o d e q ue ya no me s erí a p osiblos iblee hace r con
c on ella el pape l de
de
frunció sus negras cejas. Al final de la recepción, la señora F., a indiferente.
quien yo había precedido hasta su coche mientras el señor I). R.  Al día sigu iente,
ien te, cu and o me des per té, el nue vo sol dado da do que
me servía me dijo que La Valeur no sólo se encontraba mejor,
74. Lucia Elena Pasqualigo,
Pasqualigo , casada en 1739 con Zuan Francesco
Frances co S.i sino que el médico del hospital lo había declarado fuera de pe-
cer a todos los hombres presentes disfrutar con la humillación le daba el brazo, me dijo que entrase porque llovía. Era la pri-
que suponían estas palabras: «Vos no sabéis nada». Un oficial mera vez que me hacía tan señalado honor.
dijo que el difunto era atractivo, que tenía un aire noble, mucha Pienso como vos me dijo, pero habéis disgustado en grado
inteligencia, y que había sabido tomar tan bien sus precaucio- mimo al general.
nes que nadie habría podido imaginarse nunca que era quien era. Es una desgracia inevitable, señora, porque no sé mentir.
Una dama afirmó que, de haberlo conocido, ella lo habría habría des- ■ Pod íais haber ahorrado al al general
general la broma de mal mal gusto de
enmascarado. Otro adulador aseguró que siempre estaba alegre, que el confesor hará morir al príncipe me dijo el señor D. R.
que nunca era orgulloso con sus compañeros y que cantaba Pen sé que le haría reír, reír, como he visto reír a Vuestra Exc e-
como un ángel. lencia y a la señora. Suele apreciar el ingenio que hace reír.
Tenía veinticinco años dijo la señora
señora Sagredo74
Sagredo74 mirándo- Pero el ingenio que no ríe no lo aprecia.
me, y si es cierto que poseía esas cualidades, vos debéis de ha- Ap ues to cien cequícs a que que ese idiota termina
termina curándose, y
berlas advertido. a que, con el general de su parte, va a sacar provecho de su im-
N o pue do describíroslo sino
sino como me pareció,
pareció, señora.
señora. Siem- postura. Estoy impaciente por verlo tratado como un príncipe,
pre alegre, a menudo hasta la locura, porque hacía cabriolas,  y a él hac iendo
ien do la cort
c ort e a la se ñora
ño ra Sag rcd o.
cantaba coplillas subidas de tono y conocía un sorprendente nú-  Al oír
oí r e ste nomb
no mbre,re, la se ñor a F., qu e no apreci
apr eciaba
aba a la dama ,
mero de anécdotas populares de magia, milagros y maravillosas *0 echó a reír a carcajadas; y, al apearse del coche, el señor D . R .
proezas que chocaban con el sentido común, y que por ese mo- me dijo que subiese. Cu and o cenaba con ella en casa del general, general,
tivo podían hacer reír. En cuanto a sus defectos, era borracho, solían pasar juntos media hora en el domicilio de la señora F.,
sucio, libertino, pendenciero y algo bribón. Lo soportaba por- pues el marido nunca se dejaba ver. También era la primera vez
que me peinaba bien, y porque yo quería aprender a practicar el que la pareja admitía a un tercero, y yo, encantado con la dis-
francés con las frases propias del ge nio de la lengua. Siempre me tinción, estaba lejoslejos de creerla sin consecuen cias. La satisfacción
declaró que era picardo, hijo de un campesino, y desertor. Es que sentía, y que debía disimular, no debía impedirme estar
posible que me engañara cuando me dijo que no sabía escribir. alegre y dar un tinte cómico a todos los temas que el señor y la
Mientras así hablaba, entra Camporcse para anunciar a Su señora pusieron sobre el tapete. Nuestro trío duró cuatro horas.
Excelencia que La Valeur aún respiraba. Entonces, mientras me  Vol vimo s al p alac io a las dos do s de la m añana. Fu e esa noche
noc he cuan-
cu an-
dirigía una significativa mirada, el general me dijo que se ale- tío el señor D. R. y la señora F. me conocieron a fondo. La se-
graría mucho si conseguía superar la enfermedad. ñora F. dijo al señor D. R. que nunca se había divertido de
 Y también yo, Monseñor, pero seguro que el confeso r lo aquella manera ni creído que unas simples palabras pudieran
hará morir esta noche. hacer reír tanto.
¿Por qué queréis que lo mate? Lo cierto es que su risa provocada por todas las cosas que yo
Para evitar las galeras, a las que Vuestra Excelencia lo con- contaba me hizo descubrir en ella una inteligencia infinita, y su
denará por violar el secreto de confesión. entusiasmo me enamoró de tal modo que me fui a dormir con-
Los presentes sofocaron entonces las risas, y el viejo general  vencid
 ven cid o d e q ue ya no me s erí a p osiblos iblee hace r con
c on ella el pape l de
de
frunció sus negras cejas. Al final de la recepción, la señora F., a indiferente.
quien yo había precedido hasta su coche mientras el señor I). R.  Al día sigu iente,
ien te, cu and o me des per té, el nue vo sol dado da do que
me servía me dijo que La Valeur no sólo se encontraba mejor,
74. Lucia Elena Pasqualigo,
Pasqualigo , casada en 1739 con Zuan Francesco
Frances co S.i sino que el médico del hospital lo había declarado fuera de pe-
gredo, baile en Corfú de 1743 a 1745. ligro. Se habló de ello en la mesa, pero yo no abrí la boca. Dos

382

días más tarde fue trasladado, por orden del general, a un apo- hacerse a la vela lo reciba a bordo y lo oculte. El desdichado,
sento apropiado a su rango y le asignaron un lacayo; lo vistieron, en lugar de aceptar mi ofrecimiento, se dedicó a injuriarme.
le dieron camisas y, tras una visita que el ingenuo provisor ge- La dama a quien este loco hacía la corte era la señora Sa-
neral le hizo, todos los jefes de mar, sin exceptuar al señor D. gredo, que, halagada de que un príncipe francés hubiera reco-
R., se sintieron
sintieron obligados a visitarlo.
visitarlo. H abía en todo ello mucho nocido su mérito, su perio r al dede todas las demás, lo trataba bien.
de curiosidad. La señora Sagredo también fue a verlo, y todas Durante una comida de gala en casa del señor D. R., esta dama
las damas quisieron conocerlo, salvo la señora F., quien, riendo, me preguntó por qué había aconsejado yo al príncipe la huida.
me dijo que sólo iría en caso de que yo quisiera tener la amabi- Él mismo me lo ha contado me dijo, sorprendido ante
lidad de presentarla. Le rogu é que me dispensase. Le daban el tí-  vue str o e mp eño en cre erl e un imp ost or.
tulo de alteza, y él llamaba a la señora Sagredo «su princesa». Al L e he dado ese consejo, señora,
señora, porque tengo buen corazón
señor D. R., que quería convencerme para que fuera, le expli-  y so y sen sato .
qué que había hablado demasiado para tener el valor o la vileza Ento nces , ¿todos nosotros somos imbéciles, incluido el ge-
de desdecirme. Toda la impostura habría quedado al descubier- neral ?
to de haber tenido alguien un almanaque francés de esos en los N o sería justo deducir eso, señora.
señora. Una op inión contraria a
que figura la genealogía de todas las grandes familias de Francia; la de otro no convierte en imbécil al que la tiene.
tiene. Puede que den-
pero nadie tenía ninguno, y el mismo cónsul de Francia, zo- tro de ocho o diez días descubra que me he equivocado, pero
penco de primer orden, no sabía nada. El bellaco empezó a salir no por ello me creería más estúpido que otros. Por otro lado,
ocho días después de su metamorfosis. Co mía y cenaba a la mesa mesa una dama tan inteligente como vos puede haberse dado cuenta
del general y asistía todas las noches a la recepción, donde se de sisi ese hombre es príncipe o patán por sus modales, po r la edu-
quedaba dormido porque se emborrachaba. Pese a ello, seguían seguían cación que recibió. ¿Baila bien?
creyendo que era príncipe por dos razones: una, porque espe N o sabe dardar un paso, pero no le importa.
importa. D ice que no quiso
raba sin ningún temor la respuesta que el general debía recibir de aprender.
 Ven eci a, adon
ad onde
de habí a esc rit o de inm edi ato ; la otr a, po rque
rq ue so ¿Es educado en la mesa?
licitaba al obispado un castigo importante contra el sacerdote N o es ningún
ningún remilgado; no quiere que le cambien
cambien el plato;
plato;
que había traicionado su secreto, violando el de la confesión. Y.» come de la fuente del del centro con su propia cu chara; no sabe con-
estaba encarcelado el sacerdote , y el general no tenía fuerz a para tener un eructo en el estómago, bosteza y es el primero en le-
defenderlo. Todos los jefes de mar lo habían invitado a comer,  vant arse cuand
cu and o le da la g ana. Es m uy sen cil lo:
lo : no ha rec ib id o
pero el señor D. R. no se atrevía a invitarlo porque la señora I una
una buena edu cación.
le había manifestado con toda claridad que ese día ella se que |  Y sin embargo es muy amable, amable, ¿verdad? ¿Es limpio?
daría a comer en su casa. Yo ya le había advertido respetuosa N o , aunque todavía no dispone de suficiente ropa. ropa.
mente que ese día tampoco me encontraría a su mesa. Dicen que es sobrio.
Cierto día, al salir de la vieja fortaleza, me lo encontré en el Estáis de broma. Se levanta borracho de la mesa dos veces
puente que da a la explanada. Se para delante de mí y me hace rcíi todos los días; pero hasta en ese punto es de compadecer: no
reprochándome en tono de gran señor qu e no hubiera ido a verlo puede beber vino sin que se le suba a la cabeza. Blasfema como
Dejo de reír y le contesto que debería pensar en huir antes d» un húsar, y nosotros nos reímos; pero nunca se ofende.
que llegase la respuesta, p orqu e entonces el general se enteraría di I ¿ E s inteligente?
inteligente?
la verdad y se lo haría pagar caro. Me ofrezco a ayudarlo y a hacei I Tiene una memoria prodigiosa, porque todos los días nos
gestiones para que un capitán de navio napolitano dispuesto .1 cuenta
cuenta historias nuevas.
días más tarde fue trasladado, por orden del general, a un apo- hacerse a la vela lo reciba a bordo y lo oculte. El desdichado,
sento apropiado a su rango y le asignaron un lacayo; lo vistieron, en lugar de aceptar mi ofrecimiento, se dedicó a injuriarme.
le dieron camisas y, tras una visita que el ingenuo provisor ge- La dama a quien este loco hacía la corte era la señora Sa-
neral le hizo, todos los jefes de mar, sin exceptuar al señor D. gredo, que, halagada de que un príncipe francés hubiera reco-
R., se sintieron
sintieron obligados a visitarlo.
visitarlo. H abía en todo ello mucho nocido su mérito, su perio r al dede todas las demás, lo trataba bien.
de curiosidad. La señora Sagredo también fue a verlo, y todas Durante una comida de gala en casa del señor D. R., esta dama
las damas quisieron conocerlo, salvo la señora F., quien, riendo, me preguntó por qué había aconsejado yo al príncipe la huida.
me dijo que sólo iría en caso de que yo quisiera tener la amabi- Él mismo me lo ha contado me dijo, sorprendido ante
lidad de presentarla. Le rogu é que me dispensase. Le daban el tí-  vue str o e mp eño en cre erl e un imp ost or.
tulo de alteza, y él llamaba a la señora Sagredo «su princesa». Al L e he dado ese consejo, señora,
señora, porque tengo buen corazón
señor D. R., que quería convencerme para que fuera, le expli-  y so y sen sato .
qué que había hablado demasiado para tener el valor o la vileza Ento nces , ¿todos nosotros somos imbéciles, incluido el ge-
de desdecirme. Toda la impostura habría quedado al descubier- neral ?
to de haber tenido alguien un almanaque francés de esos en los N o sería justo deducir eso, señora.
señora. Una op inión contraria a
que figura la genealogía de todas las grandes familias de Francia; la de otro no convierte en imbécil al que la tiene.
tiene. Puede que den-
pero nadie tenía ninguno, y el mismo cónsul de Francia, zo- tro de ocho o diez días descubra que me he equivocado, pero
penco de primer orden, no sabía nada. El bellaco empezó a salir no por ello me creería más estúpido que otros. Por otro lado,
ocho días después de su metamorfosis. Co mía y cenaba a la mesa mesa una dama tan inteligente como vos puede haberse dado cuenta
del general y asistía todas las noches a la recepción, donde se de sisi ese hombre es príncipe o patán por sus modales, po r la edu-
quedaba dormido porque se emborrachaba. Pese a ello, seguían seguían cación que recibió. ¿Baila bien?
creyendo que era príncipe por dos razones: una, porque espe N o sabe dardar un paso, pero no le importa.
importa. D ice que no quiso
raba sin ningún temor la respuesta que el general debía recibir de aprender.
 Ven eci a, adon
ad onde
de habí a esc rit o de inm edi ato ; la otr a, po rque
rq ue so ¿Es educado en la mesa?
licitaba al obispado un castigo importante contra el sacerdote N o es ningún
ningún remilgado; no quiere que le cambien
cambien el plato;
plato;
que había traicionado su secreto, violando el de la confesión. Y.» come de la fuente del del centro con su propia cu chara; no sabe con-
estaba encarcelado el sacerdote , y el general no tenía fuerz a para tener un eructo en el estómago, bosteza y es el primero en le-
defenderlo. Todos los jefes de mar lo habían invitado a comer,  vant arse cuand
cu and o le da la g ana. Es m uy sen cil lo:
lo : no ha rec ib id o
pero el señor D. R. no se atrevía a invitarlo porque la señora I una
una buena edu cación.
le había manifestado con toda claridad que ese día ella se que |  Y sin embargo es muy amable, amable, ¿verdad? ¿Es limpio?
daría a comer en su casa. Yo ya le había advertido respetuosa N o , aunque todavía no dispone de suficiente ropa. ropa.
mente que ese día tampoco me encontraría a su mesa. Dicen que es sobrio.
Cierto día, al salir de la vieja fortaleza, me lo encontré en el Estáis de broma. Se levanta borracho de la mesa dos veces
puente que da a la explanada. Se para delante de mí y me hace rcíi todos los días; pero hasta en ese punto es de compadecer: no
reprochándome en tono de gran señor qu e no hubiera ido a verlo puede beber vino sin que se le suba a la cabeza. Blasfema como
Dejo de reír y le contesto que debería pensar en huir antes d» un húsar, y nosotros nos reímos; pero nunca se ofende.
que llegase la respuesta, p orqu e entonces el general se enteraría di I ¿ E s inteligente?
inteligente?
la verdad y se lo haría pagar caro. Me ofrezco a ayudarlo y a hacei I Tiene una memoria prodigiosa, porque todos los días nos
gestiones para que un capitán de navio napolitano dispuesto .1 cuenta
cuenta historias nuevas.

384 385

¿Habla de su familia? una limonada sin azúcar. En cuatro o cinco minutos me vi ro-
Mucho de su madre, a la que quiere mucho. Es una du deado por todos los oficiales jóvenes de la guarnición, que,
como no hacían más que decirme que debía haberlo matado, em-
Plessis.
Si todavía vive, debe de tener, mes arriba mes abajo, ciento pezaban a fastidiarme. Si no había muerto después de la forma
en que lo había tratado, no era por culpa mía. Quizá lo habría
cincuenta años.
matado si se hubiera atrevid o a sacar la espada .78 .78
¡Q ué locura
locura decís!
decís!
Sí, señora. Se casó
casó en los tiempos de María de M edid .7’
.7’ Una media hora después se presenta un ayudante del general general
Pue s su p artida
artida de bautismo la nombra; y su se llo. ..76
..76 para ordenarme de parte de Su Excelencia que me constituya
¿Sab e siquiera las armas de su escudo? arrestado en la Bastarda.7*  Recibe
  Recibe este nombre la galera coman-
dante, donde el arresto consiste en verse con una cadena en los
¿L o dudáis
dudáis??
C reo que no tiene
tiene ni idea.
idea. pies igual que un galeote. Le respondo que me doy por ente-
Todos los presentes se levantan de la mesa. Un minuto des- rado, y se marcha. Salgo del café, pero cuando llego al final de
pués anuncian al príncipe que entra en esc momento, y entonces la calle, en lugar de dirigirme a la explanada, tuerzo a mi iz-
quierda y me encamino hacia la orilla del mar. Después de ca-
la señora Sagredo le dice:
Casanova está seguro, mi querido príncipe, de que no co- minar un cuarto de hora, veo una barca vacía, amarrada y con
nocéis vuestros blasones. dos remos. Me meto en ella, suelto la amarra y remo hacia un
 A estas palab
pa labras
ras , La Valeu
Va leu r ava nza haci a mí con una son risa gran caique80de
caique80de tres remos que bo gaba contra el viento. Tras al-
burlona, me llama cobarde y me aplica un bofetón con el revés canzarlo, ruego al carabuchiri81 que se ponga a favor del viento
de la mano que me despeina y me aturde. Lentamente me enca-  y me llev e a b or do de una bar caz a d e pesca
pe sca do res que
qu e se di vi sa -
mino hacia la puerta
puerta cogiendo al pasar mi sombrero y mi bastón, ba y que iba hacia la roca de Vido .8í.8í Dejo ir mi barca a la deriva.
 y ba jo la esc alera
ale ra mie ntra s oi go al señ or D. R. ord enar en ar a gri tos Después de haber pagado bien mi caique, subo a la barcaza y
que arrojen a aquel loco por la ventana. ajusto con el patrón un pasaje. En cuanto llegamos a un acuerdo,
Salgo de palacio y me encamino a la explanada para espe- despliega tres velas
velas y con viento de popa al cabo de dos horas me
rarlo, pero al verlo salir por una puertecita lateral me meto por dice que estamos
estamos a quince millas
millas de Corfú. Co mo el viento
viento paró
la calle seguro de encontrarlo. Lo veo, corro a su encuentro y entonces, le hice bogar contra corriente. Hacia mediodía me di-
empiezo a golpearlo con tal violencia que podía haberlo matado  jer on qu e no po día n pesca
pe sca r sin vie nto y que
qu e dej aban
ab an de boga r.
en una esquina
esquina formada por dos muros, donde, al no poder es- Me aconsejan que duerma hasta el amanecer, pero no quiero.
capar, no le quedaba otro remedio que sacar la espada; pero Pago un poco más de dinero y me hago dejar en tierra sin pre
nunca pensó en ello. Sólo lo dejé cuando lo vi en tierra lleno de
78. En los despachos oficiales de Dolfi n no se menciona este
este episo-
sangre. Pasé entre la multitud de espectadores que me hizo calle dio, que Casanova parece haber exagerado para dar una mala imagen de
 y me fui al caf é d e S pile
pi lea77
a77 para
pa ra preci
pr eci pitar
pi tar mi sal iva am arg a c on Dolfin, con quien probablemente tuvo dificultades durante su estancia
en Corfú.
75. María de Medici (1 5731642), hija de Francisco II, gran duque 79. Tipo de galera comprendida entre la galera y el navio, más ro-
de Toscana, reina de Francia tras su matrimonio con Enrique IV y re busta y mejor armada que aquélla.
aquélla.
gente en nombre de su hijo Luis XIII desde 1620. 80. Embarcación larga y estrecha, utilizada en los mares del Le-
 vante.
 vante.
76. La frase está inacabada en el manuscrito. Al parecer, Casanova
escribió o reescribió la página siguiente sin darse cuenta de que no es 81. Propietario o capitán de una nave.
taba completa la anterior. 82. Pequeña isla enfrente de la ciudad, cubierta de olivares en la
época.
77. Barrio de Corfú, al oeste de la ciudad y de la ciudadcla.
¿Habla de su familia? una limonada sin azúcar. En cuatro o cinco minutos me vi ro-
Mucho de su madre, a la que quiere mucho. Es una du deado por todos los oficiales jóvenes de la guarnición, que,
como no hacían más que decirme que debía haberlo matado, em-
Plessis.
Si todavía vive, debe de tener, mes arriba mes abajo, ciento pezaban a fastidiarme. Si no había muerto después de la forma
en que lo había tratado, no era por culpa mía. Quizá lo habría
cincuenta años.
matado si se hubiera atrevid o a sacar la espada .78 .78
¡Q ué locura
locura decís!
decís!
Sí, señora. Se casó
casó en los tiempos de María de M edid .7’
.7’ Una media hora después se presenta un ayudante del general general
Pue s su p artida
artida de bautismo la nombra; y su se llo. ..76
..76 para ordenarme de parte de Su Excelencia que me constituya
¿Sab e siquiera las armas de su escudo? arrestado en la Bastarda.7*  Recibe
  Recibe este nombre la galera coman-
dante, donde el arresto consiste en verse con una cadena en los
¿L o dudáis
dudáis??
C reo que no tiene
tiene ni idea.
idea. pies igual que un galeote. Le respondo que me doy por ente-
Todos los presentes se levantan de la mesa. Un minuto des- rado, y se marcha. Salgo del café, pero cuando llego al final de
pués anuncian al príncipe que entra en esc momento, y entonces la calle, en lugar de dirigirme a la explanada, tuerzo a mi iz-
quierda y me encamino hacia la orilla del mar. Después de ca-
la señora Sagredo le dice:
Casanova está seguro, mi querido príncipe, de que no co- minar un cuarto de hora, veo una barca vacía, amarrada y con
nocéis vuestros blasones. dos remos. Me meto en ella, suelto la amarra y remo hacia un
 A estas palab
pa labras
ras , La Valeu
Va leu r ava nza haci a mí con una son risa gran caique80de
caique80de tres remos que bo gaba contra el viento. Tras al-
burlona, me llama cobarde y me aplica un bofetón con el revés canzarlo, ruego al carabuchiri81 que se ponga a favor del viento
de la mano que me despeina y me aturde. Lentamente me enca-  y me llev e a b or do de una bar caz a d e pesca
pe sca do res que
qu e se di vi sa -
mino hacia la puerta
puerta cogiendo al pasar mi sombrero y mi bastón, ba y que iba hacia la roca de Vido .8í.8í Dejo ir mi barca a la deriva.
 y ba jo la esc alera
ale ra mie ntra s oi go al señ or D. R. ord enar en ar a gri tos Después de haber pagado bien mi caique, subo a la barcaza y
que arrojen a aquel loco por la ventana. ajusto con el patrón un pasaje. En cuanto llegamos a un acuerdo,
Salgo de palacio y me encamino a la explanada para espe- despliega tres velas
velas y con viento de popa al cabo de dos horas me
rarlo, pero al verlo salir por una puertecita lateral me meto por dice que estamos
estamos a quince millas
millas de Corfú. Co mo el viento
viento paró
la calle seguro de encontrarlo. Lo veo, corro a su encuentro y entonces, le hice bogar contra corriente. Hacia mediodía me di-
empiezo a golpearlo con tal violencia que podía haberlo matado  jer on qu e no po día n pesca
pe sca r sin vie nto y que
qu e dej aban
ab an de boga r.
en una esquina
esquina formada por dos muros, donde, al no poder es- Me aconsejan que duerma hasta el amanecer, pero no quiero.
capar, no le quedaba otro remedio que sacar la espada; pero Pago un poco más de dinero y me hago dejar en tierra sin pre
nunca pensó en ello. Sólo lo dejé cuando lo vi en tierra lleno de
78. En los despachos oficiales de Dolfi n no se menciona este
este episo-
sangre. Pasé entre la multitud de espectadores que me hizo calle dio, que Casanova parece haber exagerado para dar una mala imagen de
 y me fui al caf é d e S pile
pi lea77
a77 para
pa ra preci
pr eci pitar
pi tar mi sal iva am arg a c on Dolfin, con quien probablemente tuvo dificultades durante su estancia
en Corfú.
75. María de Medici (1 5731642), hija de Francisco II, gran duque 79. Tipo de galera comprendida entre la galera y el navio, más ro-
de Toscana, reina de Francia tras su matrimonio con Enrique IV y re busta y mejor armada que aquélla.
aquélla.
gente en nombre de su hijo Luis XIII desde 1620. 80. Embarcación larga y estrecha, utilizada en los mares del Le-
 vante.
 vante.
76. La frase está inacabada en el manuscrito. Al parecer, Casanova
escribió o reescribió la página siguiente sin darse cuenta de que no es 81. Propietario o capitán de una nave.
taba completa la anterior. 82. Pequeña isla enfrente de la ciudad, cubierta de olivares en la
época.
77. Barrio de Corfú, al oeste de la ciudad y de la ciudadcla.

386 387

guntar dónde estábamos para no despertar sospechas. Sólo sabía nuncia en diez o doce palabras su oráculo. El griego de Cefalo-
que me encontraba a veinte millas
millas de Co rfú, y en un lugar donde nia, que desde luego no era ningún Ulises, vuelve a dar dinero
nadie podía suponer que estaba. A la luz de la luna sólo veía una con aire
aire satisfecho al
al imp ostor y se marcha.
marcha. Cuan do acompaño
pequeña iglesia contigua a una casa, una larga barraca cubierta y al griego a la barca, le pregunto si estaba contento con el oráculo.
abierta por ambos lados y, tras un ancho llano de cien pasos, Conten tísimo. Sé que mi suegro
suegro está vivo y que me pagará
pagará
unas montañas. Hasta el amanecer estuve bajo la barraca, dur- la dote si consiento en dejarle a mi hijo. Sé que siente pasión p or
miendo bastante bien tumbado sobre paja, a pesar del frío. Era el, y se lo dejaré.
el primero de diciem bre, mas, pese a la suavidad del clima, como ¿O s conoce eseese pope?
carecía de capa y mi uniforme era dema siado ligero, estaba tran- Sólo sabe mi nombre.
sido de frío. ¿Tenéis buenas mercancías en vuestro barco?
 Al o ír so nar
na r las c am pan as, vo y a la igle sia. El po pe8
pe 8’ de larga Bastante buenas. Venid a almorzar conmigo y las veréis.
barba, sorprendido ante mi aparición, me pregunta en griego si Acepto con gusto.
soy romeo, griego; le respondo que soy  frag ico,* *  italiano;
  italiano; y acto Encantado de haber sabido que siguen existiendo oráculos, y
seguido me vuelve la espalda sin querer escucharme. Entra en la seguro de que existirán mientras en el mundo haya sacerdotes
iglesia y se encierra. griegos, voy con el hombre a bordo de su tartana, donde ordena
Me vuelvo hacia el mar y veo una embarcación separarse de preparar un buen almuerzo. Sus mercancías consistían en algo-
una tartana anclada a cien pasos de la isla, que viene con cuatro dón, telas, uvas llamadas de Corinto, aceites y excelentes vinos.
remos para dejar en tierra a las personas que iban dentro preci- También llevaba calzas, gorro s de algodón, cap otes a la oriental,
samente donde yo me encontraba. Veo a un griego de buen as- paraguas y galleta de munición,86que me gustaba mucho, porque
pecto, a una mujer y a un niño de diez a doce años. Pregunto al entonces yo tenía treinta dientes tan buenos que era difícil ver-
hombre si había tenido buen viaje, y de dónde venía. Me res- los mejores. De esos treinta dientes hoy no me quedan más que
ponde en italiano que venía de Cefalonia con su mujer y su hijo dos; veintiocho se han ido junto con varias herramientas más;
 y que
qu e iba a Venecia
Ven ecia . Pero
Pe ro que
qu e ante s de segu
se guir
ir via je qu erí a oír pero dum vita superest, bene est .8; Le compré de todo, menos
misa en la iglesia de la Santa Virgen de C aso po 8' para sab er si su algodón, porque no habría sabido qué hacer con él; y sin rega-
suegro seguía vivo, y si estaba dispuesto a pagarle la dote de tear le pagué los treinta y cinco o cuarenta cequíes que me dijo
su mujer. que valía aquello. Me regaló entonces seis huevas de mújol ex-
¿ Y cómo lo sabréi
sabréis?
s? celentes.
Gra cias al pope Deldimóp ulo, que me trasladará
trasladará fielment
fielmentee Com o me oyera alabar un un vino de Zante que él llamaba ge n-
el oráculo de la Santa Virgen. eroydes , me dijo que, si quería acompañarlo hasta Venecia, me
Inclino la cabeza y lo sigo a la iglesia. Habla con el pope, 1c regalaría una botella todos los días, incluso durante la cuaren-
da dinero. El pope dice la misa, entra en el sancta sanctorum,  sale tena
tena.. Alg o sup ersticioso como siempre, y tomando aquella in-
al cuarto de hora, sube o tra vez al altar,
altar, se vuelve hacia nosotros,  vita ción po r un a v oz de Di os , a cep té d e in me dia to su pro puest
pu est a
se recoge y, después de haberse arreglado su larga barba, pro por la más tonta de todas las razones: porque aquella extraña
decisión no podía tener nada de premeditado. Así era yo, pero,
83. Sacerdote griego ortodoxo. Casanova escribe siempre «papa.
84. Romeo y fragico  son términos griegos (romeos,francos) que sig 86. Galleta de pasta de pan, de forma redonda, empleada como ali-
nifican respectivamente «griego» y «europeo occidental». mento para las tripulaciones por su excepcional conservación.
85. Pequeña península en la isla de Oros y ciudad situada en ella, l.i 87. «Mientras haya vida, todo va bien», verso del
del poeta latino Mece-
antigua Casíope; tenía una pequeña
pequeña iglesia, lugar de peregrinación. nas, citado por Séneca, Epístolas,  C I.
guntar dónde estábamos para no despertar sospechas. Sólo sabía nuncia en diez o doce palabras su oráculo. El griego de Cefalo-
que me encontraba a veinte millas
millas de Co rfú, y en un lugar donde nia, que desde luego no era ningún Ulises, vuelve a dar dinero
nadie podía suponer que estaba. A la luz de la luna sólo veía una con aire
aire satisfecho al
al imp ostor y se marcha.
marcha. Cuan do acompaño
pequeña iglesia contigua a una casa, una larga barraca cubierta y al griego a la barca, le pregunto si estaba contento con el oráculo.
abierta por ambos lados y, tras un ancho llano de cien pasos, Conten tísimo. Sé que mi suegro
suegro está vivo y que me pagará
pagará
unas montañas. Hasta el amanecer estuve bajo la barraca, dur- la dote si consiento en dejarle a mi hijo. Sé que siente pasión p or
miendo bastante bien tumbado sobre paja, a pesar del frío. Era el, y se lo dejaré.
el primero de diciem bre, mas, pese a la suavidad del clima, como ¿O s conoce eseese pope?
carecía de capa y mi uniforme era dema siado ligero, estaba tran- Sólo sabe mi nombre.
sido de frío. ¿Tenéis buenas mercancías en vuestro barco?
 Al o ír so nar
na r las c am pan as, vo y a la igle sia. El po pe8
pe 8’ de larga Bastante buenas. Venid a almorzar conmigo y las veréis.
barba, sorprendido ante mi aparición, me pregunta en griego si Acepto con gusto.
soy romeo, griego; le respondo que soy  frag ico,* *  italiano;
  italiano; y acto Encantado de haber sabido que siguen existiendo oráculos, y
seguido me vuelve la espalda sin querer escucharme. Entra en la seguro de que existirán mientras en el mundo haya sacerdotes
iglesia y se encierra. griegos, voy con el hombre a bordo de su tartana, donde ordena
Me vuelvo hacia el mar y veo una embarcación separarse de preparar un buen almuerzo. Sus mercancías consistían en algo-
una tartana anclada a cien pasos de la isla, que viene con cuatro dón, telas, uvas llamadas de Corinto, aceites y excelentes vinos.
remos para dejar en tierra a las personas que iban dentro preci- También llevaba calzas, gorro s de algodón, cap otes a la oriental,
samente donde yo me encontraba. Veo a un griego de buen as- paraguas y galleta de munición,86que me gustaba mucho, porque
pecto, a una mujer y a un niño de diez a doce años. Pregunto al entonces yo tenía treinta dientes tan buenos que era difícil ver-
hombre si había tenido buen viaje, y de dónde venía. Me res- los mejores. De esos treinta dientes hoy no me quedan más que
ponde en italiano que venía de Cefalonia con su mujer y su hijo dos; veintiocho se han ido junto con varias herramientas más;
 y que
qu e iba a Venecia
Ven ecia . Pero
Pe ro que
qu e ante s de segu
se guir
ir via je qu erí a oír pero dum vita superest, bene est .8; Le compré de todo, menos
misa en la iglesia de la Santa Virgen de C aso po 8' para sab er si su algodón, porque no habría sabido qué hacer con él; y sin rega-
suegro seguía vivo, y si estaba dispuesto a pagarle la dote de tear le pagué los treinta y cinco o cuarenta cequíes que me dijo
su mujer. que valía aquello. Me regaló entonces seis huevas de mújol ex-
¿ Y cómo lo sabréi
sabréis?
s? celentes.
Gra cias al pope Deldimóp ulo, que me trasladará
trasladará fielment
fielmentee Com o me oyera alabar un un vino de Zante que él llamaba ge n-
el oráculo de la Santa Virgen. eroydes , me dijo que, si quería acompañarlo hasta Venecia, me
Inclino la cabeza y lo sigo a la iglesia. Habla con el pope, 1c regalaría una botella todos los días, incluso durante la cuaren-
da dinero. El pope dice la misa, entra en el sancta sanctorum,  sale tena
tena.. Alg o sup ersticioso como siempre, y tomando aquella in-
al cuarto de hora, sube o tra vez al altar,
altar, se vuelve hacia nosotros,  vita ción po r un a v oz de Di os , a cep té d e in me dia to su pro puest
pu est a
se recoge y, después de haberse arreglado su larga barba, pro por la más tonta de todas las razones: porque aquella extraña
decisión no podía tener nada de premeditado. Así era yo, pero,
83. Sacerdote griego ortodoxo. Casanova escribe siempre «papa.
84. Romeo y fragico  son términos griegos (romeos,francos) que sig 86. Galleta de pasta de pan, de forma redonda, empleada como ali-
nifican respectivamente «griego» y «europeo occidental». mento para las tripulaciones por su excepcional conservación.
85. Pequeña península en la isla de Oros y ciudad situada en ella, l.i 87. «Mientras haya vida, todo va bien», verso del
del poeta latino Mece-
antigua Casíope; tenía una pequeña
pequeña iglesia, lugar de peregrinación. nas, citado por Séneca, Epístolas,  C I.

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para mi desgracia, hoy he cambiado. Dicen que la vejez vuelve a la que adoraba, y cuya mano ni siquiera había besado todavía.
al hombre sensato. No sé cómo se pueden amar los efectos de En medio de semejante angustia, no podía hacer otra cosa que
una mala causa. dejarme llevar por la exigencia del momento. Y en ese instante
En el mom ento en que iba a tomarle la palabra, me ofrece un debía pensar en buscar alojamiento y comida.
bello fusil por diez ccquíes, asegurándome que en Corfú todo el Llam o violentamente a la puerta de la casa del del cura. Se asoma
mundo me ofrecería doce por él. A la palabra de Corfú creí oír a la ventana y, sin esperar a que le dirija la palabra, vuelve a ce-
a mi mismo Dios ordenándome volver. Compré el fusil, y el rrarla. Llamo de nuevo, echo pestes y juramentos, nadie me res-
buen cefalonio me regaló una bonita cartuchera turca bien pro- ponde, y, presa de rabia, descargo mi fusil en la cabeza de un
 vist a de plom
pl om o y de pó lvo ra. Le dese é b uen via je y, co n mi f usil cordero que pastaba junto a otros a veinte pasos de mí. Se pone
cubierto por una excelente funda, tras meter cuanto había com- a gritar el pastor, y el pope, asomándose a la ventana, grita «¡Al
prado en un saco, regresé a la playa, decidido a alojarme de gra- ladrón!» y, acto seguido, toca a rebato. Oigo sonar tres campa-
do o por fuerza en casa de aquel pope granuja. La agudeza que nas al mismo tiem po y preveo que va a llegar mucha gente; ¿qué
el vino del griego me había dado debía tener consecuencias. En ocurrirá? No lo sé, pero vuelvo a cargar mi fusil.
los bolsillo s llevaba cuatrocientas o quinientas gacetas de cobre*11cobre*11 Ocho o diez minutos después veo bajar de la montaña un
que me resultaban demasiado pesadas; pero había tenido que tropel de aldeanos armados de fusiles, horcas y largos esponto
procurármelas, por haber previsto fácilmente que en la isla de nes. Me retiro bajo la barraca, pero sin ningún miedo, porque
Casopo esa moneda podía resultarme necesaria. no me parecía lógico que, estando solo, aquellas gentes quisie-
 A sí pues,
pu es, tra s hab er guard
gu ard ado
ad o el sac o en la bar rac a, me di - ran asesinarme sin escucharm e antes.
rijo, con el fusil al hombro, a casa del pope. La iglesia estaba ce- Los primeros que llegaron corriendo fueron diez o doce jó-
rrada. Pero ahora debo dar a mis lectores una idea exacta de mi  venes con los fus ile s pre pa rad os . Lo s det eng o arr ojá ndol
nd oles
es p u-
situación en ese momento. Estaba tranquilamente desesperado. ñados de gacetas, que recogen asombrados, y sigo haciendo lo
Los trescientos o cuatrocientos cequíes que llevaba encima no mismo a medida que llegan más pelotones, hasta que me quedo
podían impedirme pensar que en aquel sitio me hallaba en peli- sin monedas y ya no veo venir a nadie más. Aquellos palurdos
gro, que no podría permanecer allí mucho tiempo, que sin estaban allí como atontados, sin saber qué hacer contra un joven
mucho tardar se terminaría sabiendo dónde me encontraba, y de aire pacífico que les tiraba de aquel modo su dinero. Sólo
que, por haberme comportado de forma contumaz, se me trata- pude hablar cuando las campanas que me ensordecían dejaron
ría como a tal. Me veía impotente para tomar una decisión, y de sonar; pero el pastor, el pope y su sacristán me interrumpie-
sólo eso basta para volver horrible cualquiera situación. No ron, tanto más cuanto que yo hablaba italiano. Los tres se diri-
podía regresar voluntariamente a Corfú sin hacerme tratar de gieron al mismo tiempo a aquella chusma. Mientras tanto, me
loco, porq ue, volvien do, habría dado un indicio irrefutable de !¡ había sentado sobre mi saco y permanecía tranquilo.
gereza o de cobardía, y po r otro lado no tenía valor para deser deser Uno de los aldeanos, de aspecto razonable y edad avanzada, avanzada,
tar del todo. El principal motivo de aquella impotencia moral se me acerca y me pregunta en italiano por qué había matado el
no era ni los mil cequíes que tenía depositados en manos del ca- cordero.
 je ro del gra n café,
ca fé, ni mi eq uip aje basta
ba sta nte bie n su rt id o, ni el Pa ra comerlo después de haberlo pagado.
temor a no encontrar de qué vivir en otra parte; era la señora E, Pero su Santidad  bien
  bien puede pedirle un cequí.
Aquí está ese cequí.
88. Moneda veneciana con un valo r de 2 sueldos.
sueldos . Su nombre derivo El pope lo acepta, se marcha, y toda la pelea queda zanjada.
de ese valor de 2 sueldos, pr ecio que costaba una gaceta.
gaceta. El aldeano que había hablado conmigo me dijo que había ser-
para mi desgracia, hoy he cambiado. Dicen que la vejez vuelve a la que adoraba, y cuya mano ni siquiera había besado todavía.
al hombre sensato. No sé cómo se pueden amar los efectos de En medio de semejante angustia, no podía hacer otra cosa que
una mala causa. dejarme llevar por la exigencia del momento. Y en ese instante
En el mom ento en que iba a tomarle la palabra, me ofrece un debía pensar en buscar alojamiento y comida.
bello fusil por diez ccquíes, asegurándome que en Corfú todo el Llam o violentamente a la puerta de la casa del del cura. Se asoma
mundo me ofrecería doce por él. A la palabra de Corfú creí oír a la ventana y, sin esperar a que le dirija la palabra, vuelve a ce-
a mi mismo Dios ordenándome volver. Compré el fusil, y el rrarla. Llamo de nuevo, echo pestes y juramentos, nadie me res-
buen cefalonio me regaló una bonita cartuchera turca bien pro- ponde, y, presa de rabia, descargo mi fusil en la cabeza de un
 vist a de plom
pl om o y de pó lvo ra. Le dese é b uen via je y, co n mi f usil cordero que pastaba junto a otros a veinte pasos de mí. Se pone
cubierto por una excelente funda, tras meter cuanto había com- a gritar el pastor, y el pope, asomándose a la ventana, grita «¡Al
prado en un saco, regresé a la playa, decidido a alojarme de gra- ladrón!» y, acto seguido, toca a rebato. Oigo sonar tres campa-
do o por fuerza en casa de aquel pope granuja. La agudeza que nas al mismo tiem po y preveo que va a llegar mucha gente; ¿qué
el vino del griego me había dado debía tener consecuencias. En ocurrirá? No lo sé, pero vuelvo a cargar mi fusil.
los bolsillo s llevaba cuatrocientas o quinientas gacetas de cobre*11cobre*11 Ocho o diez minutos después veo bajar de la montaña un
que me resultaban demasiado pesadas; pero había tenido que tropel de aldeanos armados de fusiles, horcas y largos esponto
procurármelas, por haber previsto fácilmente que en la isla de nes. Me retiro bajo la barraca, pero sin ningún miedo, porque
Casopo esa moneda podía resultarme necesaria. no me parecía lógico que, estando solo, aquellas gentes quisie-
 A sí pues,
pu es, tra s hab er guard
gu ard ado
ad o el sac o en la bar rac a, me di - ran asesinarme sin escucharm e antes.
rijo, con el fusil al hombro, a casa del pope. La iglesia estaba ce- Los primeros que llegaron corriendo fueron diez o doce jó-
rrada. Pero ahora debo dar a mis lectores una idea exacta de mi  venes con los fus ile s pre pa rad os . Lo s det eng o arr ojá ndol
nd oles
es p u-
situación en ese momento. Estaba tranquilamente desesperado. ñados de gacetas, que recogen asombrados, y sigo haciendo lo
Los trescientos o cuatrocientos cequíes que llevaba encima no mismo a medida que llegan más pelotones, hasta que me quedo
podían impedirme pensar que en aquel sitio me hallaba en peli- sin monedas y ya no veo venir a nadie más. Aquellos palurdos
gro, que no podría permanecer allí mucho tiempo, que sin estaban allí como atontados, sin saber qué hacer contra un joven
mucho tardar se terminaría sabiendo dónde me encontraba, y de aire pacífico que les tiraba de aquel modo su dinero. Sólo
que, por haberme comportado de forma contumaz, se me trata- pude hablar cuando las campanas que me ensordecían dejaron
ría como a tal. Me veía impotente para tomar una decisión, y de sonar; pero el pastor, el pope y su sacristán me interrumpie-
sólo eso basta para volver horrible cualquiera situación. No ron, tanto más cuanto que yo hablaba italiano. Los tres se diri-
podía regresar voluntariamente a Corfú sin hacerme tratar de gieron al mismo tiempo a aquella chusma. Mientras tanto, me
loco, porq ue, volvien do, habría dado un indicio irrefutable de !¡ había sentado sobre mi saco y permanecía tranquilo.
gereza o de cobardía, y po r otro lado no tenía valor para deser deser Uno de los aldeanos, de aspecto razonable y edad avanzada, avanzada,
tar del todo. El principal motivo de aquella impotencia moral se me acerca y me pregunta en italiano por qué había matado el
no era ni los mil cequíes que tenía depositados en manos del ca- cordero.
 je ro del gra n café,
ca fé, ni mi eq uip aje basta
ba sta nte bie n su rt id o, ni el Pa ra comerlo después de haberlo pagado.
temor a no encontrar de qué vivir en otra parte; era la señora E, Pero su Santidad  bien
  bien puede pedirle un cequí.
Aquí está ese cequí.
88. Moneda veneciana con un valo r de 2 sueldos.
sueldos . Su nombre derivo El pope lo acepta, se marcha, y toda la pelea queda zanjada.
de ese valor de 2 sueldos, pr ecio que costaba una gaceta.
gaceta. El aldeano que había hablado conmigo me dijo que había ser-

390 39 i

 vid o en la gue rra del año 16 y d efe nd ido Co rfú .®9 L o fel ici té y le embarcación armada. Lo s dos o tres primeros días creía estar ju-
pedí que me buscara alojamiento
alojamiento cóm odo y un buen criado que gando; pero dejé de considerarlo un juego cuando me di cuenta
supiera prepararme comida. Me dijo que me conseguiría una de que llegaría el momento en que tendría que utilizar la fuerza
casa entera y que él mismo me haría la comida, pero que había para defenderme de la fuerza. Pensé en hacerles prestar jura-
que subir. Me muestro conforme y empezamos a ascender se- mento de fidelidad; pero no me decidí, aunque mi lugarteniente
guidos por dos mocetones, uno de los cuales llevaba mi saco, y me aseguró que sólo dependía de mí, porque mi generosidad me
el otro mi cordero. Le digo al hombre que me gustaría tener a mi había ganado el amor de toda la isla. La cocinera, que me había
servicio veinticuatro mozos como aquellos dos, con disciplina encontrado costureras para hacerme las camisas, esperaba que
militar, a los que pagaría veinte gacetas diarias, y a él cuarenta en me enamoraría de alguna, y no de todas; sobrepasé sus esperan-
calidad de mi lugarteniente. Me responde que no estoy equivo- zas; ella misma me procuró el goce de todas las que me gustaron,
cado, y que él me organizaría una guardia militar que me deja-  y fue rec om pens pe nsada
ada . Ll ev ab a una exist
ex ist en cia ver da de ram ente
en te
ría satisfecho. feliz, porque mi mesa también era exquisita. No comía más que
Llegamos a una casa muy cómoda, en cuya planta baja yo suculento
suculento cordero y becadas becadas como no volví a probarlas iguales iguales
disponía de tres habitaciones, cocina y una larga cuadra que en- hasta veintidós años después, en Petersburgo.9' Sólo bebía vino
seguida transformé en cuerpo de guardia. Me dejó allí para ir a de Scopolo y los m ejores moscateles de las islas del del archipiélago.
buscarme todo lo que necesitaba, y principalmente una mujer Mi lugarteniente era mi único comensal. Nunca salía a pasear
para hacerme camisas. Conseguí todo aquello en la jornada: sin él y sin dos de mis  pa lica ri,  que me seguían para defenderme
cama, muebles, una buena comida, baterías de cocina, veinticu a- de algunos jóvenes que me odiaban al imaginar que mis costu-
tro mocetones todo s ellos armados de fusil, y una vieja costurera reras, sus amantes, los habían abandonado por culpa mía. Pen-
 jun to con var ias jóv ene s apr end iza s para co rta r y co ser
se r cam isas . saba yo que sin dinero habría sido desgraciado; pero no puede
Después de la cena me sentí del mejor humor del mundo en saberse si, en caso de no haber tenido dinero, me habría atre-
aquella compañía de treinta personas que me trataban como a  vid o a s ali r d e C o rfú .
soberano y que no podían comprender qué había ido a hacer hacer yo  Al cabo
ca bo de una sem ana, cuand
cu and o, tres hor as ante s de me dia -
en aquella isla. Sólo me resultaba desagradab le que las chicas no noche, me encontraba en la mesa, oí el quién vive  de mi centinela
hablaran italiano; yo sabía demasiado poco griego para esperar en el cuerpo de guardia. Piosine aftü.91  Sale mi lugarteniente y
refinarles las ideas con mis palabras.  vuelv
 vu elv e al mo men to par a dec irm e que un buen ho mb re que ha-
N o vi montada mi guardia hasta la mañana siguiente. ¡D ios, blaba italiano venía a comunicarme algo importante. Lo hago
cuánto me reí! Todos mis bellos soldados eran  pa lic ar i;90 i;90 pero entrar, y, en presencia de mi lugarteniente, me dice con aire triste
una compañía de soldados sin uniforme y sin disciplina da risa. estas palabras que me dejan asombrado:
Parecía peor que un rebaño de corderos. Aprendieron sin em- Pasado mañana domingo, el santísimo pope Dcldimópulo
bargo a presentar armas y a obedecer las órdenes de sus oficia- fulminará contra vos la Cataramonaquia .9J Si no lo impedís, una
les. Dispuse tres centinelas, uno en el cuerpo de guardia, otro fiebre lenta os hará pasar al otro mundo en seis semanas.
en mis habitaciones y el tercero a los pies de la montaña, desde Nu nca he oído hablar de esa esa droga.
donde se veía la playa; éste debía avisarnos si veía llegar alguna N o es una droga. Es una maldición lanzada con el Santo Santo Sa-
cramento en la mano, y tiene ese poder.
89. En 171 6, el conde Matthias
Matthias Schulenburg rechazó el
el ataque de
de 91. Casanova viajó a Petersburgo en 1765.
los turcos contra Corfú. 92. Del griego moderno: poix einai afton  («¿quién anda ahí?»).
90. Término griego que significa «joven vigoroso y muy valiente». 93. Del griego moderno:
moderno: calara  («maldición») y moñacos («monje»).
 vid o en la gue rra del año 16 y d efe nd ido Co rfú .®9 L o fel ici té y le embarcación armada. Lo s dos o tres primeros días creía estar ju-
pedí que me buscara alojamiento
alojamiento cóm odo y un buen criado que gando; pero dejé de considerarlo un juego cuando me di cuenta
supiera prepararme comida. Me dijo que me conseguiría una de que llegaría el momento en que tendría que utilizar la fuerza
casa entera y que él mismo me haría la comida, pero que había para defenderme de la fuerza. Pensé en hacerles prestar jura-
que subir. Me muestro conforme y empezamos a ascender se- mento de fidelidad; pero no me decidí, aunque mi lugarteniente
guidos por dos mocetones, uno de los cuales llevaba mi saco, y me aseguró que sólo dependía de mí, porque mi generosidad me
el otro mi cordero. Le digo al hombre que me gustaría tener a mi había ganado el amor de toda la isla. La cocinera, que me había
servicio veinticuatro mozos como aquellos dos, con disciplina encontrado costureras para hacerme las camisas, esperaba que
militar, a los que pagaría veinte gacetas diarias, y a él cuarenta en me enamoraría de alguna, y no de todas; sobrepasé sus esperan-
calidad de mi lugarteniente. Me responde que no estoy equivo- zas; ella misma me procuró el goce de todas las que me gustaron,
cado, y que él me organizaría una guardia militar que me deja-  y fue rec om pens pe nsada
ada . Ll ev ab a una exist
ex ist en cia ver da de ram ente
en te
ría satisfecho. feliz, porque mi mesa también era exquisita. No comía más que
Llegamos a una casa muy cómoda, en cuya planta baja yo suculento
suculento cordero y becadas becadas como no volví a probarlas iguales iguales
disponía de tres habitaciones, cocina y una larga cuadra que en- hasta veintidós años después, en Petersburgo.9' Sólo bebía vino
seguida transformé en cuerpo de guardia. Me dejó allí para ir a de Scopolo y los m ejores moscateles de las islas del del archipiélago.
buscarme todo lo que necesitaba, y principalmente una mujer Mi lugarteniente era mi único comensal. Nunca salía a pasear
para hacerme camisas. Conseguí todo aquello en la jornada: sin él y sin dos de mis  pa lica ri,  que me seguían para defenderme
cama, muebles, una buena comida, baterías de cocina, veinticu a- de algunos jóvenes que me odiaban al imaginar que mis costu-
tro mocetones todo s ellos armados de fusil, y una vieja costurera reras, sus amantes, los habían abandonado por culpa mía. Pen-
 jun to con var ias jóv ene s apr end iza s para co rta r y co ser
se r cam isas . saba yo que sin dinero habría sido desgraciado; pero no puede
Después de la cena me sentí del mejor humor del mundo en saberse si, en caso de no haber tenido dinero, me habría atre-
aquella compañía de treinta personas que me trataban como a  vid o a s ali r d e C o rfú .
soberano y que no podían comprender qué había ido a hacer hacer yo  Al cabo
ca bo de una sem ana, cuand
cu and o, tres hor as ante s de me dia -
en aquella isla. Sólo me resultaba desagradab le que las chicas no noche, me encontraba en la mesa, oí el quién vive  de mi centinela
hablaran italiano; yo sabía demasiado poco griego para esperar en el cuerpo de guardia. Piosine aftü.91  Sale mi lugarteniente y
refinarles las ideas con mis palabras.  vuelv
 vu elv e al mo men to par a dec irm e que un buen ho mb re que ha-
N o vi montada mi guardia hasta la mañana siguiente. ¡D ios, blaba italiano venía a comunicarme algo importante. Lo hago
cuánto me reí! Todos mis bellos soldados eran  pa lic ar i;90 i;90 pero entrar, y, en presencia de mi lugarteniente, me dice con aire triste
una compañía de soldados sin uniforme y sin disciplina da risa. estas palabras que me dejan asombrado:
Parecía peor que un rebaño de corderos. Aprendieron sin em- Pasado mañana domingo, el santísimo pope Dcldimópulo
bargo a presentar armas y a obedecer las órdenes de sus oficia- fulminará contra vos la Cataramonaquia .9J Si no lo impedís, una
les. Dispuse tres centinelas, uno en el cuerpo de guardia, otro fiebre lenta os hará pasar al otro mundo en seis semanas.
en mis habitaciones y el tercero a los pies de la montaña, desde Nu nca he oído hablar de esa esa droga.
donde se veía la playa; éste debía avisarnos si veía llegar alguna N o es una droga. Es una maldición lanzada con el Santo Santo Sa-
cramento en la mano, y tiene ese poder.
89. En 171 6, el conde Matthias
Matthias Schulenburg rechazó el
el ataque de
de 91. Casanova viajó a Petersburgo en 1765.
los turcos contra Corfú. 92. Del griego moderno: poix einai afton  («¿quién anda ahí?»).
90. Término griego que significa «joven vigoroso y muy valiente». 93. Del griego moderno:
moderno: calara  («maldición») y moñacos («monje»).

39* 393

¿Que motivo puede tener esc sacerdote para asesinarme así? Con mucho gusto. Luego nos iremos juntos.
Turbáis la paz y el orden de su parroquia. Os habéis apo- O s iréis solo , si eso os place. Yo no me iré de aquí hasta no
derado de varias vírgenes a las que sus antiguos novios ya no estar seguro, no sólo de no ser arrestado, sino de recibir una sa-
quieren desposar. tisfacción. El general debe condenar a galeras al loco.
Tras haberle ofrecido de beber y darle las gracias, le deseé Sed sensato y venid conmigo por las buenas. Tengo orden
buenas noches. El asunto me pareció importante, pues, aunque de llevaros por la fuerza, pero, com o no so y lo bastante fuerte,
fuerte,
 yo no cre ía en la Cataramonaquia, sí creía, y mucho, en los ve- haré mi informe, y enviarán a prenderos de tal forma que ten-
nenos. A l día siguiente, sába do, al clarear el día, sin decir nada a dréis que rendiros.
mi lugarteniente,
lugarteniente, fui solo a la iglesia,
iglesia, donde sorpr endí al pope di Nu nca , querido amigo; sólo me tendrán
tendrán muerto.
muerto.
ciéndole estas palabras: Ento nces os habéis vuelto loco, porque hacéis mal.
mal. Habéis
A los primeros síntoma s de fiebre que sienta,
sienta, os salto la tapa desobedecido la orden que os transmití de quedar confinado en
de los sesos, o sea que andaos con cuidado. Echadme una mal- la Bastarda.   Ése ha sido vuestro error, porque, en el otro caso,
dición que me mate en un día, o haced testamento. Adiós. tenéis razón cien mil veces. Hasta el general lo dice.
Tras haberle dado este aviso, regresé a mi palacio. El lunes, ¿Debía entonces considerarme arrestado?
muy temprano, vino a visitarme. Me dolía la cabeza. Cuando me C laro . La subordinación es nuestro
nuestro primer debe
deber.
r.
preguntó cómo me encontraba, se lo dije; y me reí mucho al En mi lugar, ¿habríais ido vos?
 ve rlo jur ánd om e mu y so líc ito qu e mi do lo r só lo po día deb ers e N o puedo saberlo, pero sé que,
que, de no ir,
ir, habría cometido
una falta.
al aire pesado de la isla de Casopo.
Tres días después de esta visita, en el momento en que me Si voy ahora seré tratado
tratado como culpable, y con más dureza
dureza
disponía a sentarme a la mesa, el centinela avanzado que vigila- que si hubiera obedecido la orden injusta.
ba la orilla del mar da la alarma. Sale mi lugarteniente y cuatro N o lo creo.
creo. Venid, y lo sabréis todo.
todo.
minutos después vuelve a decirme que un o ficial había desem- ¿Que vaya sin saber mi destino? No lo esperéis. Cenemos.
barcado de un falucho armado que acababa de llegar. Tras orde-  Ya qu e so y tan culpa
cu lpa ble co m o para que
qu e teng an que
qu e em ple ar la
nar a toda mi tropa que se armase, salgo y veo a un oficial que, tuerza, iré a la fuerza; y no seré más culpable a pesar de que haya
acompañado por un aldeano, subía en dirección a mis cuarteles. derramado sangre.
Traía calado el sombrero y se dedicaba a apartar con su bastón Sí, seréis más culpable. Comamos. Una buena comida qui-
la maleza que le impedía el paso. Venía solo, por lo tanto no zás os haga razonar mejor.
había nada que temer. Entro en mi aposento ordenando a mi lu- Hacia el fin de la comida oímos un gran alboroto. Mi lugar-
garteniente que le hiciera los honores de la guerra y le dejara teniente me dijo que se trataba de bandas de aldeanos, que se
pasar. Después de ceñirme la espada, lo espero de pie. reunían alrededor de mi casa para ponerse a mis órdenes, pues
 Veo ent rar ent onces
on ces a aqu el mis mo ayud
ay ud ante
an te M in ot to que había
había corrido el rumor de que el falucho sólo había venido de
me había ordenado considerarme arrestado en la Bastarda. Corfú para llevarme. Le ordené que calmara a aquellas buenas y 
Venís solo le dije, y por lo tanto venís como amigo. Dé  val ero sas gent es, y las des pidie
pi die se dán do les un barri
ba rri l de vi no de
la Ca va lla .94
.94
monos un abrazo.
Es preciso que venga como amigo, pues como enemigo no  Al
 A l mar charse
cha rse des carga
ca rga ron al a ire sus fusi les . El ayud
ay ud ant e me
tendría la fuerza necesaria para cumplir mi cometido. Pero veo dijo sonriendo que todo aquello parecía muy divertido, pero que
lo que me parece un sueño.
Sentao s, y comamos a solas. La comida será bue 94 Quizás un vino macedonio.
¿Que motivo puede tener esc sacerdote para asesinarme así? Con mucho gusto. Luego nos iremos juntos.
Turbáis la paz y el orden de su parroquia. Os habéis apo- O s iréis solo , si eso os place. Yo no me iré de aquí hasta no
derado de varias vírgenes a las que sus antiguos novios ya no estar seguro, no sólo de no ser arrestado, sino de recibir una sa-
quieren desposar. tisfacción. El general debe condenar a galeras al loco.
Tras haberle ofrecido de beber y darle las gracias, le deseé Sed sensato y venid conmigo por las buenas. Tengo orden
buenas noches. El asunto me pareció importante, pues, aunque de llevaros por la fuerza, pero, com o no so y lo bastante fuerte,
fuerte,
 yo no cre ía en la Cataramonaquia, sí creía, y mucho, en los ve- haré mi informe, y enviarán a prenderos de tal forma que ten-
nenos. A l día siguiente, sába do, al clarear el día, sin decir nada a dréis que rendiros.
mi lugarteniente,
lugarteniente, fui solo a la iglesia,
iglesia, donde sorpr endí al pope di Nu nca , querido amigo; sólo me tendrán
tendrán muerto.
muerto.
ciéndole estas palabras: Ento nces os habéis vuelto loco, porque hacéis mal.
mal. Habéis
A los primeros síntoma s de fiebre que sienta,
sienta, os salto la tapa desobedecido la orden que os transmití de quedar confinado en
de los sesos, o sea que andaos con cuidado. Echadme una mal- la Bastarda.   Ése ha sido vuestro error, porque, en el otro caso,
dición que me mate en un día, o haced testamento. Adiós. tenéis razón cien mil veces. Hasta el general lo dice.
Tras haberle dado este aviso, regresé a mi palacio. El lunes, ¿Debía entonces considerarme arrestado?
muy temprano, vino a visitarme. Me dolía la cabeza. Cuando me C laro . La subordinación es nuestro
nuestro primer debe
deber.
r.
preguntó cómo me encontraba, se lo dije; y me reí mucho al En mi lugar, ¿habríais ido vos?
 ve rlo jur ánd om e mu y so líc ito qu e mi do lo r só lo po día deb ers e N o puedo saberlo, pero sé que,
que, de no ir,
ir, habría cometido
una falta.
al aire pesado de la isla de Casopo.
Tres días después de esta visita, en el momento en que me Si voy ahora seré tratado
tratado como culpable, y con más dureza
dureza
disponía a sentarme a la mesa, el centinela avanzado que vigila- que si hubiera obedecido la orden injusta.
ba la orilla del mar da la alarma. Sale mi lugarteniente y cuatro N o lo creo.
creo. Venid, y lo sabréis todo.
todo.
minutos después vuelve a decirme que un o ficial había desem- ¿Que vaya sin saber mi destino? No lo esperéis. Cenemos.
barcado de un falucho armado que acababa de llegar. Tras orde-  Ya qu e so y tan culpa
cu lpa ble co m o para que
qu e teng an que
qu e em ple ar la
nar a toda mi tropa que se armase, salgo y veo a un oficial que, tuerza, iré a la fuerza; y no seré más culpable a pesar de que haya
acompañado por un aldeano, subía en dirección a mis cuarteles. derramado sangre.
Traía calado el sombrero y se dedicaba a apartar con su bastón Sí, seréis más culpable. Comamos. Una buena comida qui-
la maleza que le impedía el paso. Venía solo, por lo tanto no zás os haga razonar mejor.
había nada que temer. Entro en mi aposento ordenando a mi lu- Hacia el fin de la comida oímos un gran alboroto. Mi lugar-
garteniente que le hiciera los honores de la guerra y le dejara teniente me dijo que se trataba de bandas de aldeanos, que se
pasar. Después de ceñirme la espada, lo espero de pie. reunían alrededor de mi casa para ponerse a mis órdenes, pues
 Veo ent rar ent onces
on ces a aqu el mis mo ayud
ay ud ante
an te M in ot to que había
había corrido el rumor de que el falucho sólo había venido de
me había ordenado considerarme arrestado en la Bastarda. Corfú para llevarme. Le ordené que calmara a aquellas buenas y 
Venís solo le dije, y por lo tanto venís como amigo. Dé  val ero sas gent es, y las des pidie
pi die se dán do les un barri
ba rri l de vi no de
la Ca va lla .94
.94
monos un abrazo.
Es preciso que venga como amigo, pues como enemigo no  Al
 A l mar charse
cha rse des carga
ca rga ron al a ire sus fusi les . El ayud
ay ud ant e me
tendría la fuerza necesaria para cumplir mi cometido. Pero veo dijo sonriendo que todo aquello parecía muy divertido, pero que
lo que me parece un sueño.
Sentao s, y comamos a solas. La comida será buena.
buena. 94  Quizás un vino macedonio.

394

sería horrible si tenía que volver a Corfú sin mí, porque estaba nadie se atreve a mencionárselo al general, porque su error fue
obligado a ser muy ex acto en su informe. demasiado burdo.
Ir é con vos si me dais vuestra
vuestra palabra de desembarcarme en en Pe ro, tras los bastonazos
bastonazos que le di, ¿siguieron
¿siguieron recibiéndolo
libertad cuando lleguemos a la isla de Corfú. en las recepciones?
Te ngo orden de entregaros al señor Fosc ari9'ari9' en la Bastarda. N i hablar.
hablar. ¿No recordáis que tenía
tenía una espada?
espada? Bastó eso
P or esta vez no cumpliréis
cumpliréis esa orden.
orden. para que nadie haya querido volver a verlo. Lo encontraron con
Si el general no encuentra medio de hacer que obedezcáis, el antebrazo roto y la mandíbula hundida;
hundida; y ocho días después,
le va su honor en ello, y creedme que lo encontrará. Pero de- a pesar del lamentable estado en que se encontraba, Su Excelen-
cidme, por favor, ¿qué haríais si, para divertirse, el general deci- cia lo hizo desaparecer. Lo único que pareció maravilloso a todo
diese dejaros aquí? No, no os dejará. Cuando yo haga el infor- Cor fú fue vuestra evasión.
evasión. Durante tres días seguidos se creyó
me, decidirán terminar este asunto sin efusión de sangre. que el señor D. R. os tenía escondido en su casa, y se le criti-
Sin matanza
matanza será difícil.
difícil. Co n quinientos aldeanos aquí, no caba abiertamente, hasta que durante una comida en casa del del ge -
tengo miedo a tres mil hombres. neral
neral dijo en v oz alta que no sabía dónde estabais. Su Exc elencia
Só lo utilizarán
utilizarán a uno, y os tratarán
tratarán como a jefe de rebeldes.
rebeldes. mismo estuvo muy preocupado por vuestra huida hasta ayer a
Todos estos hombres, que tan fieles fieles os son, no podrán defende- mediodía, cuando se supo todo. El protopope97 Bulgari recibió
ros de uno solo al que se pagará para que os vuele la tapa de los una carta
carta del pope de aquí quejándose de que un oficial italiano
sesos. Os diré más: de todos estos griegos que os rodean, no hay se había apoderado desde hacía diez días de esta isla donde co-
uno solo que no esté dispuesto a asesinaros para ganarse veinte metía toda clase de violencias. Os acusa de corromper a todas
cequíes. Hacedme caso, venid conmigo, venid a gozar en Corfú las jóvenes y de haberlo amenazado de muerte si os daba la
de una especie de triunfo. Seréis aplaudido y festejado; vos Cataramonaquia.  C uando se leyó esta carta
carta durante
durante una recep-
mismo contaréis la locura que habéis cometido, y se reirán ad ción, el general se echó a reír; pero no por eso ha dejado de or-
mirando al mismo tiempo que hayáis recuperado la razón en denarme esta mañana venir a arrestaros trayendo conmigo a
cuanto he venido a haceros que la comprendáis. Todo el mundo doce granaderos.
os estima. El señor D. R. os tiene en gran consideración tras L a culpa de todo esto la tiene la señora Sagredo.
Sagredo.
el valor que demostrasteis al no atravesar con vuestra espada el Es cierto; y está muy mortificada. Haríais bien en venir con-
cuerpo de aquel loco para no faltar el respeto a su palacio. Pro migo mañana a visitarla.
bablemente hasta el general
general os estima, pues debe recordar lo que ¿M añana ? ¿Estáis seguro de que no seré detenido?
detenido?
le dijisteis. Sí . Seguro, porq ue sé que Su
Su Excelencia es hombre de honor.
honor.
¿Qué ha sido de ese desgraciado? Y yo también. Embarquémonos. Partiremos juntos juntos después
después
H ace cuatro días llegó la fragata
fragata del comandante Sordina” de medianoche.
con despachos que, evidentemente, informaron al general de ¿P or qué no ahora
ahora mismo?
todas las aclaraciones q ue necesitaba para hacer lo q ue ha hecho. Porque no quiero arriesgarme a pasar la noche en la Bas
Ha hecho desaparecer al loco, nadie sabe qué ha sido de él, y  tarda.   Quiero llegar a Corfú en pleno día, así vuestro triunfo
será más brillante.
95. Tal vez se trate de Alvise Foscari, nombrado comandante de l.i Pe ro ¿qué haremos durante las ocho horas que faltan?
faltan?
nave Bastarda en marzo de 1745.
96. Aunque el nombre aparece en diversos documentos relativos .1 97. Dignatario del
del clero griego
griego con rango de arcipreste; en sus Re 
la administración de la ciudad, no hubo ningún oficial de este apellido  futaciones, Casanova cita a un protopope Bulgari que relata cosas inte-
en Corfú. resantes sobre Corfú.
sería horrible si tenía que volver a Corfú sin mí, porque estaba nadie se atreve a mencionárselo al general, porque su error fue
obligado a ser muy ex acto en su informe. demasiado burdo.
Ir é con vos si me dais vuestra
vuestra palabra de desembarcarme en en Pe ro, tras los bastonazos
bastonazos que le di, ¿siguieron
¿siguieron recibiéndolo
libertad cuando lleguemos a la isla de Corfú. en las recepciones?
Te ngo orden de entregaros al señor Fosc ari9'ari9' en la Bastarda. N i hablar.
hablar. ¿No recordáis que tenía
tenía una espada?
espada? Bastó eso
P or esta vez no cumpliréis
cumpliréis esa orden.
orden. para que nadie haya querido volver a verlo. Lo encontraron con
Si el general no encuentra medio de hacer que obedezcáis, el antebrazo roto y la mandíbula hundida;
hundida; y ocho días después,
le va su honor en ello, y creedme que lo encontrará. Pero de- a pesar del lamentable estado en que se encontraba, Su Excelen-
cidme, por favor, ¿qué haríais si, para divertirse, el general deci- cia lo hizo desaparecer. Lo único que pareció maravilloso a todo
diese dejaros aquí? No, no os dejará. Cuando yo haga el infor- Cor fú fue vuestra evasión.
evasión. Durante tres días seguidos se creyó
me, decidirán terminar este asunto sin efusión de sangre. que el señor D. R. os tenía escondido en su casa, y se le criti-
Sin matanza
matanza será difícil.
difícil. Co n quinientos aldeanos aquí, no caba abiertamente, hasta que durante una comida en casa del del ge -
tengo miedo a tres mil hombres. neral
neral dijo en v oz alta que no sabía dónde estabais. Su Exc elencia
Só lo utilizarán
utilizarán a uno, y os tratarán
tratarán como a jefe de rebeldes.
rebeldes. mismo estuvo muy preocupado por vuestra huida hasta ayer a
Todos estos hombres, que tan fieles fieles os son, no podrán defende- mediodía, cuando se supo todo. El protopope97 Bulgari recibió
ros de uno solo al que se pagará para que os vuele la tapa de los una carta
carta del pope de aquí quejándose de que un oficial italiano
sesos. Os diré más: de todos estos griegos que os rodean, no hay se había apoderado desde hacía diez días de esta isla donde co-
uno solo que no esté dispuesto a asesinaros para ganarse veinte metía toda clase de violencias. Os acusa de corromper a todas
cequíes. Hacedme caso, venid conmigo, venid a gozar en Corfú las jóvenes y de haberlo amenazado de muerte si os daba la
de una especie de triunfo. Seréis aplaudido y festejado; vos Cataramonaquia.  C uando se leyó esta carta
carta durante
durante una recep-
mismo contaréis la locura que habéis cometido, y se reirán ad ción, el general se echó a reír; pero no por eso ha dejado de or-
mirando al mismo tiempo que hayáis recuperado la razón en denarme esta mañana venir a arrestaros trayendo conmigo a
cuanto he venido a haceros que la comprendáis. Todo el mundo doce granaderos.
os estima. El señor D. R. os tiene en gran consideración tras L a culpa de todo esto la tiene la señora Sagredo.
Sagredo.
el valor que demostrasteis al no atravesar con vuestra espada el Es cierto; y está muy mortificada. Haríais bien en venir con-
cuerpo de aquel loco para no faltar el respeto a su palacio. Pro migo mañana a visitarla.
bablemente hasta el general
general os estima, pues debe recordar lo que ¿M añana ? ¿Estáis seguro de que no seré detenido?
detenido?
le dijisteis. Sí . Seguro, porq ue sé que Su
Su Excelencia es hombre de honor.
honor.
¿Qué ha sido de ese desgraciado? Y yo también. Embarquémonos. Partiremos juntos juntos después
después
H ace cuatro días llegó la fragata
fragata del comandante Sordina” de medianoche.
con despachos que, evidentemente, informaron al general de ¿P or qué no ahora
ahora mismo?
todas las aclaraciones q ue necesitaba para hacer lo q ue ha hecho. Porque no quiero arriesgarme a pasar la noche en la Bas
Ha hecho desaparecer al loco, nadie sabe qué ha sido de él, y  tarda.   Quiero llegar a Corfú en pleno día, así vuestro triunfo
será más brillante.
95. Tal vez se trate de Alvise Foscari, nombrado comandante de l.i Pe ro ¿qué haremos durante las ocho horas que faltan?
faltan?
nave Bastarda en marzo de 1745.
96. Aunque el nombre aparece en diversos documentos relativos .1 97. Dignatario del
del clero griego
griego con rango de arcipreste; en sus Re 
la administración de la ciudad, no hubo ningún oficial de este apellido  futaciones, Casanova cita a un protopope Bulgari que relata cosas inte-
en Corfú. resantes sobre Corfú.

396

Iremos a ver a unas chicas como no las hay en Corfú, y des- Cuando me presenté en casa del señor D. R., vi la alegría en
pués gozaremos de una buena cena. todos los rostros. Los buenos momentos siempre me han com-
Ordené a mi lugarteniente que llevaran de comer a los sol- pensado de los malos, hasta el punto de h acerme amar su causa.
dados que estaban en el falucho y preparasen para nosotros la Es imposible sentir a fondo un placer si no lo ba precedido algún
mejor cena posible sin reparar en gastos, pues quería p artir a me- dolor,
dolor, y la intensidad d el placer está
está en proporción al dolor su
dianoche. Le regalé todas mis provisiones, enviando al falucho  fri do.  El señor D. R. se puso tan contento al verme que me abra-
las cosas que me quería llevar. Mis veinticuatro soldados, a los zó y, regalándome una bonita sortija, me dijo que había hecho
que di la paga de una semana, quisieron acompañarme al falucho muy bien en no decir a nadie, y sobre todo a él, el lugar donde
con mi lugarteniente al frente, cosa que hizo re ír a Minotto toda me había refugiado.
la noche. Llegamos a las ocho de la mañana a Corfú, y me dejó N o podríais
podríais creer me me dijo con aire aire noble
noble y sinc ero lo
consignado en la Bastarda después de asegurarme que, tras en- mucho que la señora F. se interesa por vos. Le daríais una gran
 via r inm edia tam ente
ent e to do mi eq uip aje a casa d el señ or D. R. , r e- alegría yendo a verla ahora mismo.
dactaría su informe al general. ¡Qué placer recibir aquel consejo de sus propios labios! Pero
El señor Foscari, que mandaba la galera, me recibió muy mal. la expresión ahora mismo  no me agradó, pues, tras pasar la
Si hubiera tenido un mínimo de nobleza de alma, no se habría noche en el falucho, tenía la impresión de que habría de pare
dado tanta prisa en encadenarme. Con que se hubiera entrete- cerle espantoso. Sin embargo, tenía que ir, explicarle la razón e
nido un cuarto de hora hablando conmigo, no me habría sen- incluso hacer de ella un mé rito.
tido tan humillado. Sin decirme la menor palabra me envió al  Así
 A sí pues,
pue s, vo y a su casa;
cas a; aún dor mía , y su don cella
ce lla me hace
lugar donde el jefe de Scala9* me hizo sentar y adelantar el pie pasar a susu alcoba asegurándom e que la señora no tardaría en lla-
para ponerme la cadena, que sin embargo en ese país no des- mar, y que estaría encantada de saber que me encontraba allí.
honra a nadie, por desgracia ni siquiera a los galeotes, a quienes Durante la media hora que pasé en su compañía, la joven me
se respeta más que a los soldados. contó gran cantidad de comentarios hechos en la casa sobre mi
 Ya me había n c lavado
lav ado la cad ena del pie de rec ho y me de scaí caso y mi huida. Cuanto me dijo no pudo dejar de causarme el
zaban el zapato para ponerme la segunda en el izquierdo, cuan- mayor placer, pues quedé convencido de que mi conducta había
do un ayudante de Su Excelencia llegó ordenando al señor Fos conseguido la aprobación general.
cari que me devolviera la espada y me pusiera en libertad. ¡ Un minuto después de entrar en el dorm itorio, me llamó. La
Solicité presentar mis respetos al noble gobernador;99pero su señora mandó descorrer las cortinas, y entonces creí ver a la
ayudante me dijo que Su Excelencia me dispensaba de hacerlo.  Au ror a e spa rcir
rci r rosa
r osa s, lirio s y jun quillos
qu illos . Na da más d ecir le que,
q ue,
Me dirigí acto seg uido a hacer una profund a reverencia al ge de no ser porque me lo había ordenado el señor D . R ., nunca me
ncral sin decirle una sola palabra. En tono grave me dijo que habría atrevido a presentarme ante ella en el estado en que me
debía ser más sensato en lo sucesivo y aprender que mi primer  veía, me respre spon
on dió que el seño se ñorr D. R. sabía lo mucho
mu cho que es -
deber en la profesión que había emprendido era obedecer; y, so taba interesada en mi persona y que me apreciaba tanto como
ella.
bre todo, ser discreto y modesto. Co mprend iendo toda la fuerza fuerza
de estas dos palabras, decidí actuar en consecuencia. Ignoro, señora, cómo he podido alcanzar una dicha tan
grande, cuando sólo aspiraba a sentimientos de indulgencia.
98. Capo di Scala: comandante del puerto. Todos admiramos la fuerza que demostrasteis al absteneros
99. También el gobernador de Corfú, patricio veneciano, recibía el
título de baile, así como todos los magistrados que representaban a la de sacar
sacar la espada y atravesar con ella el cue rpo de aquel loco al
República en el Levante. que habrían tirado por la ventana de no haber escapado.
Iremos a ver a unas chicas como no las hay en Corfú, y des- Cuando me presenté en casa del señor D. R., vi la alegría en
pués gozaremos de una buena cena. todos los rostros. Los buenos momentos siempre me han com-
Ordené a mi lugarteniente que llevaran de comer a los sol- pensado de los malos, hasta el punto de h acerme amar su causa.
dados que estaban en el falucho y preparasen para nosotros la Es imposible sentir a fondo un placer si no lo ba precedido algún
mejor cena posible sin reparar en gastos, pues quería p artir a me- dolor,
dolor, y la intensidad d el placer está
está en proporción al dolor su
dianoche. Le regalé todas mis provisiones, enviando al falucho  fri do.  El señor D. R. se puso tan contento al verme que me abra-
las cosas que me quería llevar. Mis veinticuatro soldados, a los zó y, regalándome una bonita sortija, me dijo que había hecho
que di la paga de una semana, quisieron acompañarme al falucho muy bien en no decir a nadie, y sobre todo a él, el lugar donde
con mi lugarteniente al frente, cosa que hizo re ír a Minotto toda me había refugiado.
la noche. Llegamos a las ocho de la mañana a Corfú, y me dejó N o podríais
podríais creer me me dijo con aire aire noble
noble y sinc ero lo
consignado en la Bastarda después de asegurarme que, tras en- mucho que la señora F. se interesa por vos. Le daríais una gran
 via r inm edia tam ente
ent e to do mi eq uip aje a casa d el señ or D. R. , r e- alegría yendo a verla ahora mismo.
dactaría su informe al general. ¡Qué placer recibir aquel consejo de sus propios labios! Pero
El señor Foscari, que mandaba la galera, me recibió muy mal. la expresión ahora mismo  no me agradó, pues, tras pasar la
Si hubiera tenido un mínimo de nobleza de alma, no se habría noche en el falucho, tenía la impresión de que habría de pare
dado tanta prisa en encadenarme. Con que se hubiera entrete- cerle espantoso. Sin embargo, tenía que ir, explicarle la razón e
nido un cuarto de hora hablando conmigo, no me habría sen- incluso hacer de ella un mé rito.
tido tan humillado. Sin decirme la menor palabra me envió al  Así
 A sí pues,
pue s, vo y a su casa;
cas a; aún dor mía , y su don cella
ce lla me hace
lugar donde el jefe de Scala9* me hizo sentar y adelantar el pie pasar a susu alcoba asegurándom e que la señora no tardaría en lla-
para ponerme la cadena, que sin embargo en ese país no des- mar, y que estaría encantada de saber que me encontraba allí.
honra a nadie, por desgracia ni siquiera a los galeotes, a quienes Durante la media hora que pasé en su compañía, la joven me
se respeta más que a los soldados. contó gran cantidad de comentarios hechos en la casa sobre mi
 Ya me había n c lavado
lav ado la cad ena del pie de rec ho y me de scaí caso y mi huida. Cuanto me dijo no pudo dejar de causarme el
zaban el zapato para ponerme la segunda en el izquierdo, cuan- mayor placer, pues quedé convencido de que mi conducta había
do un ayudante de Su Excelencia llegó ordenando al señor Fos conseguido la aprobación general.
cari que me devolviera la espada y me pusiera en libertad. ¡ Un minuto después de entrar en el dorm itorio, me llamó. La
Solicité presentar mis respetos al noble gobernador;99pero su señora mandó descorrer las cortinas, y entonces creí ver a la
ayudante me dijo que Su Excelencia me dispensaba de hacerlo.  Au ror a e spa rcir
rci r rosa
r osa s, lirio s y jun quillos
qu illos . Na da más d ecir le que,
q ue,
Me dirigí acto seg uido a hacer una profund a reverencia al ge de no ser porque me lo había ordenado el señor D . R ., nunca me
ncral sin decirle una sola palabra. En tono grave me dijo que habría atrevido a presentarme ante ella en el estado en que me
debía ser más sensato en lo sucesivo y aprender que mi primer  veía, me respre spon
on dió que el seño se ñorr D. R. sabía lo mucho
mu cho que es -
deber en la profesión que había emprendido era obedecer; y, so taba interesada en mi persona y que me apreciaba tanto como
ella.
bre todo, ser discreto y modesto. Co mprend iendo toda la fuerza fuerza
de estas dos palabras, decidí actuar en consecuencia. Ignoro, señora, cómo he podido alcanzar una dicha tan
grande, cuando sólo aspiraba a sentimientos de indulgencia.
98. Capo di Scala: comandante del puerto. Todos admiramos la fuerza que demostrasteis al absteneros
99. También el gobernador de Corfú, patricio veneciano, recibía el
título de baile, así como todos los magistrados que representaban a la de sacar
sacar la espada y atravesar con ella el cue rpo de aquel loco al
República en el Levante. que habrían tirado por la ventana de no haber escapado.

398

 jugaba , per o gozab


go zabaa de
d e su
s u fav or en calida
c alida d de Me rcur
rc ur io galante.
galan te.
N o d udéis, señora,
señora, de que lo habría
habría matado
matado si vos no hu- De regreso al palacio, encontré allí a la señora F. Se encon-
bierais estado allí. traba
traba sola porque el señor D. R. estaba ocupado esc ribiendo. Me
El cumplido es muy galante, pero no puedo creer que hayáis
pidió que le contara todo lo que me había sucedido en Cons
pensado en mí en ese momento de apuro. t.mtinopla,
t.mtinopla, y no tuve motivo de arrepentirme. Mi e ncuentro con
 A est as p alabras
alab ras,, bajé
b ajé los ojos
oj os y vo lví
lv í la ca bez a. O bs er vó ella la mujer de Yusuf le interesó muchísimo, y la noche que pasé
mi sortija e hizo el elogio del señor D. R. cuando le dije cómo con Ismail asistiendo al baño de sus amantes la encendió tanto
me la había regalado. Luego quiso que le contase la vida que que la vi sonrojarse. En mi relato ocultaba entre velos todo lo
había llevado
llevado despué s de mi fuga. Le conté tod o fielmente, salvo que podía, pero, cuando a ella le parecía oscuro, me obligaba a
el asunto de las mujeres, que desde luego no le habría gustado y explicárselo algo mejor, y cuando yo me había hecho compren-
a mí no me habría honrado. En el comercio de la vida hay que der no dejaba de reñirme diciéndome que había hablado con de-
saber poner un límite a las confidencias. El número de verdades masiada
masiada claridad. Estaba segur o de conseguir insinuarle, por ese
que hay que pasar en silencio es mucho mayor que el de las es- camino, alguna fantasía en mi favor. Quien causa el nacimiento
peciosas hechas para ser publicadas. de los deseos, fácilmente puede verse con denado a apagarlos: ésa
 A la se ñor a F. le d ivirt
iv irt ió much
mu cho,
o, y, c om o mi c ondu
on du cta le pa- era la recompensa a la que aspiraba y en la que había puesto mi
reció mu y admirable, me pregunt ó si tendría valor para contarle esperanza a pesar de verla muy lejana.
al provisor general toda aquella historia en los mismos térmi-  Aq ue l día el señor
se ñor D. R. había invitad
inv itad o casualm
cas ualm ent e a ce nar
nos. Le respondí que sí, siempre que el general me lo pidiese, y  a mucha gente, y, como es lógico, hube de hacer el gasto de la
ella me replicó que estuviera preparado. conversación contando de manera muy circunstanciada y con el
Qu iero  m e dijo  que os aprecie, que se convierta
convierta en vues
vues
mayor detalle cuanto me había ocurrido después de haber re-
tro principal protector y os garantice sus favores. Dejadme hacer cibido la orden de consignarme arrestado en la Bastarda, cuyo
a mí. gobernador, el señor Foscari, estaba sentado a mi lado. Mi na-
Fui a ver al mayor M aroli para informarme sob re los asuntos
rración agradó a todos los presentes, y se decidió que el provi-
de nuestra banca; y me alegró mucho saber que, cuando des-
sor general debía tener el placer de oírla de mis labios. Como
aparecí, no dio por concluida nuestra sociedad. Tenía allí cua había dicho que en Casopo había mucho heno, del que sin em-
trocientos cequíes que retiré, reservándome el derecho a entrar
bargo en Corfú había gran necesidad, el señor D. R. me sugirió
de nuevo en la sociedad, según las circunstancias. que debía aprovechar la ocasión para hacer méritos yendo a in
Flacia el atardecer, después de haberme arreglado, fui a reu
lormar de ello al general, cosa que hice a la mañana siguiente.
nirme con Minotto para visitar a la señora Sagredo. Era la favo
Su Excelencia ordenó enseguida a los gobernadores de galeras
rita del general y, exceptuan do a la señora F., la más hermosa de que cada
cada uno de ellos enviase a Caso po un número su ficiente de
las damas venecianas que había en Corfú. Se sorprendió al ver
galeotes para cortarlo y transportarlo a Corfú.
me, pues, por ser causa de la aventura que me había obligado a Tres o cuatro días más tarde, cuando se hacía de noche, el
salir pitando, creía que le guardaba rencor. La desengañé ha ayudante Minotto vino a buscarme al café para decirme que
blándole con franqueza, y ella me respondió con las frases más el general quería hablar conmigo. Fui inmediatamente.
amables, rogándome incluso que fuera a pasar alguna vez la ve
lada a su casa.
casa. Inc liné la cabeza sin aceptar ni re chazar la invita
ción. ¿C óm o habría podid o ir sabiendo que la señora F. no podí.i
podí.i
soportarla? Adem ás, a la Sagredo le gustaba el juego y sólo apre-
apre-
 jugaba , per o gozab
go zabaa de
d e su
s u fav or en calida
c alida d de Me rcur
rc ur io galante.
galan te.
N o d udéis, señora,
señora, de que lo habría
habría matado
matado si vos no hu- De regreso al palacio, encontré allí a la señora F. Se encon-
bierais estado allí. traba
traba sola porque el señor D. R. estaba ocupado esc ribiendo. Me
El cumplido es muy galante, pero no puedo creer que hayáis
pidió que le contara todo lo que me había sucedido en Cons
pensado en mí en ese momento de apuro. t.mtinopla,
t.mtinopla, y no tuve motivo de arrepentirme. Mi e ncuentro con
 A est as p alabras
alab ras,, bajé
b ajé los ojos
oj os y vo lví
lv í la ca bez a. O bs er vó ella la mujer de Yusuf le interesó muchísimo, y la noche que pasé
mi sortija e hizo el elogio del señor D. R. cuando le dije cómo con Ismail asistiendo al baño de sus amantes la encendió tanto
me la había regalado. Luego quiso que le contase la vida que que la vi sonrojarse. En mi relato ocultaba entre velos todo lo
había llevado
llevado despué s de mi fuga. Le conté tod o fielmente, salvo que podía, pero, cuando a ella le parecía oscuro, me obligaba a
el asunto de las mujeres, que desde luego no le habría gustado y explicárselo algo mejor, y cuando yo me había hecho compren-
a mí no me habría honrado. En el comercio de la vida hay que der no dejaba de reñirme diciéndome que había hablado con de-
saber poner un límite a las confidencias. El número de verdades masiada
masiada claridad. Estaba segur o de conseguir insinuarle, por ese
que hay que pasar en silencio es mucho mayor que el de las es- camino, alguna fantasía en mi favor. Quien causa el nacimiento
peciosas hechas para ser publicadas. de los deseos, fácilmente puede verse con denado a apagarlos: ésa
 A la se ñor a F. le d ivirt
iv irt ió much
mu cho,
o, y, c om o mi c ondu
on du cta le pa- era la recompensa a la que aspiraba y en la que había puesto mi
reció mu y admirable, me pregunt ó si tendría valor para contarle esperanza a pesar de verla muy lejana.
al provisor general toda aquella historia en los mismos térmi-  Aq ue l día el señor
se ñor D. R. había invitad
inv itad o casualm
cas ualm ent e a ce nar
nos. Le respondí que sí, siempre que el general me lo pidiese, y  a mucha gente, y, como es lógico, hube de hacer el gasto de la
ella me replicó que estuviera preparado. conversación contando de manera muy circunstanciada y con el
Qu iero  m e dijo  que os aprecie, que se convierta
convierta en vues
vues
mayor detalle cuanto me había ocurrido después de haber re-
tro principal protector y os garantice sus favores. Dejadme hacer cibido la orden de consignarme arrestado en la Bastarda, cuyo
a mí. gobernador, el señor Foscari, estaba sentado a mi lado. Mi na-
Fui a ver al mayor M aroli para informarme sob re los asuntos
rración agradó a todos los presentes, y se decidió que el provi-
de nuestra banca; y me alegró mucho saber que, cuando des-
sor general debía tener el placer de oírla de mis labios. Como
aparecí, no dio por concluida nuestra sociedad. Tenía allí cua había dicho que en Casopo había mucho heno, del que sin em-
trocientos cequíes que retiré, reservándome el derecho a entrar
bargo en Corfú había gran necesidad, el señor D. R. me sugirió
de nuevo en la sociedad, según las circunstancias. que debía aprovechar la ocasión para hacer méritos yendo a in
Flacia el atardecer, después de haberme arreglado, fui a reu
lormar de ello al general, cosa que hice a la mañana siguiente.
nirme con Minotto para visitar a la señora Sagredo. Era la favo
Su Excelencia ordenó enseguida a los gobernadores de galeras
rita del general y, exceptuan do a la señora F., la más hermosa de que cada
cada uno de ellos enviase a Caso po un número su ficiente de
las damas venecianas que había en Corfú. Se sorprendió al ver
galeotes para cortarlo y transportarlo a Corfú.
me, pues, por ser causa de la aventura que me había obligado a Tres o cuatro días más tarde, cuando se hacía de noche, el
salir pitando, creía que le guardaba rencor. La desengañé ha ayudante Minotto vino a buscarme al café para decirme que
blándole con franqueza, y ella me respondió con las frases más el general quería hablar conmigo. Fui inmediatamente.
amables, rogándome incluso que fuera a pasar alguna vez la ve
lada a su casa.
casa. Inc liné la cabeza sin aceptar ni re chazar la invita
ción. ¿C óm o habría podid o ir sabiendo que la señora F. no podí.i
podí.i
soportarla? Adem ás, a la Sagredo le gustaba el juego y sólo apre-
apre-
ciaba a los que perdían o que sabían hacerla ganar. Minotto no
40 1
400

C AP
AP Í T U L O V que me había ocurrido en Constantinopla con la mujer de un
turco, y en un baño, en casa de otro, cierta noche. Muy sor-
PROGRESOS DE MI
MI S AMORES.
AMORES. VOY A OTRANTO. prendido por la petición, le respondí que se trataba de travesu
E NTR O AL SERVI
SERVI CI O DF. LA SE ÑORA F.
F. tas que no merecía la pena que contase, y no insistió; pero me
U N R A S G U Ñ O P R OV
OV I DE N CI
CI A L pareció increíble la indiscreción de la señora F., que no debía
hacer saber a todo C orfú de qué especie eran las historias
historias que yo
Eran muy numerosos los invitados. Entro de puntillas, Su le contaba en privado. Como amaba su reputación más todavía
Excelencia me ve, desarruga el ceño y hace que las miradas de que su persona, no habría podido decidirme a comprometerla.
todos los presentes se vuelvan hacia mí diciendo en voz alta: Dos o tres días después, cuando estaba solo con ella en la te-
H e ahí a un joven que entiende de príncipes. rraza, me dijo:
H e aprendido a entenderlos le respon dí a fuerza de acer-
acer- ¿Por que no habéis querido contarle al general vuestras
carme a los que se os parecen, Monseñor. aventuras
aventuras de C onstantinopla?
Estas damas tienen curiosidad por saber de vuestros labios Po rqu e no quiero que la gente sepa
sepa que me permitís que os
todo lo que habéis
habéis hecho desde vuestra desaparición
desaparición de Co rfú. cuente aventuras de este tipo. Lo que me atrevo a contaros a
Con toda justicia me veo condenado a una confesión pú solas, señora, no os lo contaría desde luego en público.
blica. ¿Por qué no? Creo, sin embargo, que, si es por un senti-
M uy cierto. Y tened
tened mucho cuidado de no olvidar la menor menor miento de respeto, me debéis más cuando estoy sola que cuando
circunstancia. Imaginad que yo no estoy aquí. me encuentro en público.
A l con trario, pues sólo de Vuestra
Vuestra Excelencia puedo espe Por aspirar al honor de divertiros, me he expuesto al riesgo
rar mi absolución. Pero la historia será larga. de disgustaros; pero no volverá a suceder.
E n ese caso, el el confesor os permite sentaros. N o qu iero adivinar vuestras intenciones,
intenciones, pero me parece
parece
Conté entonces toda la historia, omitiendo únicamente mis que hacéis mal por exponeros al riesgo de desagradarme por
encuentros con las novias de los pastores. agradarme. Vamos a cenar a casa del general, que ha encargado
Todo este caso me dijo el anciano es muy instructivo. al señor D. R. llevaros: os dirá, estoy segura, que oiría gustoso
Sí, Monseñor, enseña que un joven nunca corre tanto pcli esas dos historias. No os quedará más remedio que satisfacerlo.
gro de perecer como cuando se ve sacudido por una gran pasión El señor D. R. llegó a recogerla, y fuimos a casa del general.
 y tiene la p osi bili dad de sat isfa cerla
ce rla gracias
gra cias a una
u na bolsa
bo lsa llena de I'cse a que durante el diálogo en la terraza había querido morti
oro que posee. !¡carme, me alegró muchísimo que un golpe de suerte la hubiera
Iba a marcharme porqu e empezaban a serv ir la mesa, cuando cuando llevado a ese punto. Obligándome a justificarme, había tenido
el mayordomo me dijo que Su Excelencia me  per mi tía  quedarme que tolerar una declaración bastante explícita.
a cenar. Tuve el honor de sentarme a su mesa, pero no el de El señor provisor general me hizo el favor, ante todo, de en-
comer, pues la obligación de responde r a todas las preguntas que que tregarme una carta
carta que, dirigida a mí, había encontrad o en la co-
me hicieron lo impidió. Como estaba al lado del protopopc Bul rrespondencia que había recibido en Constantinopla. Iba a
gari, le rogué disculparme si en mi narración había ridiculizado guardármela en el bolsillo cuando me dijo que le gustaban las
el oráculo del pope Dcldimópulo. Me respondió que se trataba noticias frescas y que podía leerla. Era de Yusuf, anunciándome
de una antigua patraña difícil de remediar. la mala noticia de que el señor de Bonneval había muerto.'
 A los postr
po str es, el g ene ral, tras
tra s h abe r es cuch
cu chado
ado alg o qu e la si
ñora F. le susurró al oído, me dijo que escucharía encantado lu 1. Bonneval murió en realidad
realidad el 2} de marzo de 1747.
C AP
AP Í T U L O V que me había ocurrido en Constantinopla con la mujer de un
turco, y en un baño, en casa de otro, cierta noche. Muy sor-
PROGRESOS DE MI
MI S AMORES.
AMORES. VOY A OTRANTO. prendido por la petición, le respondí que se trataba de travesu
E NTR O AL SERVI
SERVI CI O DF. LA SE ÑORA F.
F. tas que no merecía la pena que contase, y no insistió; pero me
U N R A S G U Ñ O P R OV
OV I DE N CI
CI A L pareció increíble la indiscreción de la señora F., que no debía
hacer saber a todo C orfú de qué especie eran las historias
historias que yo
Eran muy numerosos los invitados. Entro de puntillas, Su le contaba en privado. Como amaba su reputación más todavía
Excelencia me ve, desarruga el ceño y hace que las miradas de que su persona, no habría podido decidirme a comprometerla.
todos los presentes se vuelvan hacia mí diciendo en voz alta: Dos o tres días después, cuando estaba solo con ella en la te-
H e ahí a un joven que entiende de príncipes. rraza, me dijo:
H e aprendido a entenderlos le respon dí a fuerza de acer-
acer- ¿Por que no habéis querido contarle al general vuestras
carme a los que se os parecen, Monseñor. aventuras
aventuras de C onstantinopla?
Estas damas tienen curiosidad por saber de vuestros labios Po rqu e no quiero que la gente sepa
sepa que me permitís que os
todo lo que habéis
habéis hecho desde vuestra desaparición
desaparición de Co rfú. cuente aventuras de este tipo. Lo que me atrevo a contaros a
Con toda justicia me veo condenado a una confesión pú solas, señora, no os lo contaría desde luego en público.
blica. ¿Por qué no? Creo, sin embargo, que, si es por un senti-
M uy cierto. Y tened
tened mucho cuidado de no olvidar la menor menor miento de respeto, me debéis más cuando estoy sola que cuando
circunstancia. Imaginad que yo no estoy aquí. me encuentro en público.
A l con trario, pues sólo de Vuestra
Vuestra Excelencia puedo espe Por aspirar al honor de divertiros, me he expuesto al riesgo
rar mi absolución. Pero la historia será larga. de disgustaros; pero no volverá a suceder.
E n ese caso, el el confesor os permite sentaros. N o qu iero adivinar vuestras intenciones,
intenciones, pero me parece
parece
Conté entonces toda la historia, omitiendo únicamente mis que hacéis mal por exponeros al riesgo de desagradarme por
encuentros con las novias de los pastores. agradarme. Vamos a cenar a casa del general, que ha encargado
Todo este caso me dijo el anciano es muy instructivo. al señor D. R. llevaros: os dirá, estoy segura, que oiría gustoso
Sí, Monseñor, enseña que un joven nunca corre tanto pcli esas dos historias. No os quedará más remedio que satisfacerlo.
gro de perecer como cuando se ve sacudido por una gran pasión El señor D. R. llegó a recogerla, y fuimos a casa del general.
 y tiene la p osi bili dad de sat isfa cerla
ce rla gracias
gra cias a una
u na bolsa
bo lsa llena de I'cse a que durante el diálogo en la terraza había querido morti
oro que posee. !¡carme, me alegró muchísimo que un golpe de suerte la hubiera
Iba a marcharme porqu e empezaban a serv ir la mesa, cuando cuando llevado a ese punto. Obligándome a justificarme, había tenido
el mayordomo me dijo que Su Excelencia me  per mi tía  quedarme que tolerar una declaración bastante explícita.
a cenar. Tuve el honor de sentarme a su mesa, pero no el de El señor provisor general me hizo el favor, ante todo, de en-
comer, pues la obligación de responde r a todas las preguntas que que tregarme una carta
carta que, dirigida a mí, había encontrad o en la co-
me hicieron lo impidió. Como estaba al lado del protopopc Bul rrespondencia que había recibido en Constantinopla. Iba a
gari, le rogué disculparme si en mi narración había ridiculizado guardármela en el bolsillo cuando me dijo que le gustaban las
el oráculo del pope Dcldimópulo. Me respondió que se trataba noticias frescas y que podía leerla. Era de Yusuf, anunciándome
de una antigua patraña difícil de remediar. la mala noticia de que el señor de Bonneval había muerto.'
 A los postr
po str es, el g ene ral, tras
tra s h abe r es cuch
cu chado
ado alg o qu e la si
ñora F. le susurró al oído, me dijo que escucharía encantado lu 1. Bonneval murió en realidad
realidad el 2} de marzo de 1747.

402 40 3

Cuando el general me oyó nombrar a Yusuf, me rogó que le Os obedeceré, señora.
contara la conversación que mantuve con su mujer, y entonces, Pero queda entendido añadió el señor D. R. que la señora
como no me quedaba otro remedio, le conté una historia que \icmpre se reserva el derecho de revocar esa orden cuando le pa-
duró una hora y que interesó a todos los presentes, pero que in- rezca oportuno.
 vent é sobr
so bree la marcha.
mar cha. C on aqu ella his tor ia caíd a del cie lo no Disimulé mi despecho, y un cuarto de hora más tarde nos
hice daño alguno ni a mi amigo Yusuf, ni a la señora F., ni a mi despedimos. Empezaba a conocerla a fondo y adivinaba las las crue-
persona. La historia me sirvió de mucho desde el punto de vista les pruebas a las que había de someterme; pero el amor me pro-
del sentimiento, y sentí verdadera alegría al al mirar de so slayo a la metía la victoria y me ordenaba esperar. Mientras tanto, me
señora F., que me pareció satisfecha aunque un tanto cortada. aseguré de que el señor D. R. no tenía celos de mí, pese a que ella
Esa misma noche, cuando vo lvimos a su casa, casa, dijo en mi pre- parecía desafiarlo a tenerlos. Y eso era muy importante.
sencia al señor D. R. que toda la historia que había contado Pocos días después de haberme dado esa orden, la conversa-
sobre mi conversación con la mujer de Yusuf era pura fábula; ción recayó sobre la desgracia que me había acontecido cuando
pero que no podía reprochárm elo, porque le había había parecido muy entré en el lazareto de Ancona sin un céntimo.
graciosa, aunque lo cierto era que yo no había querido compla- Pese a ello le dije, me enamoré de una esclava griega que
cerla en lo que me había pedido. a punto estuvo de hacerme violar las leyes de los lazaretos.
Pretende siguió diciéndole que, contando la historia sin ¿Cómo fue?
alterar la verdad, habría hecho pensar a los reunidos que me en- Señora, estáis sola, y recuerdo vuestra orden.
tretiene con cuentos lascivos. Quiero que vos seáis su juez. ¿Es muy indecente?
¿Queréis tener la bondad me dijo  de contar esc encuentro en en En absoluto, pero nunca querría contárosla
contárosla en público.
los mismos términos que utilizasteis para contármelo a mí? ¿Po ¡Bien! me respondió riendo, revoco la orden, como el
déis hacerlo? señor D. R. dijo. Hablad.
Sí, señora. Puedo y quiero. Le hice entonces un relato
relato muy pormenorizado y fiel de toda
Picado en lo vivo por una indiscreción que, por no conocer la aventura; y, al verla pensativa, le exageré mi desgracia.
todavía bien a las mujeres, me parecía inaudita, y sin temor al ¿ A qué llamáis vuestra desgracia? La pobre griega me pa-
fracaso, conté la aventura como pintor sin olvidar describir los rece mucho más desventurada que vos. ¿Habéis vuelto a verla
impulsos que el fuego del amor había despertado en mi alma .1 desde entonces?
la vista de las bellezas de la griega. Perdonadm e, pero no me atrevo a decíroslo.
¿ Y os parece que debía contar esaesa historia a todos los pre Acabad la historia de una vez. Es una tontería. Contádmelo
sentes en esos mismos términos? d ijo el señ or D. R. a la señora.
señora. todo. Será cualquier perfidia de vuestra parte.
S i hu biera hecho mal contando así a todos los presentes, ¿no N o se trata
trata de ninguna
ninguna perfidia; fue un
un auténtico goce, aun-
aun-
habría hecho mal también cuando me la contó? que imperfecto.
Sólo vos podéis saber si hizo mal. ¿Os desagradó? Por lo Contádmelo, pero 110 llaméis a las cosas por su nombre; eso
que a mí respecta, puedo deciros que me habría disgustado mu es lo principal.
cho si hubiera contado la aventura tal como acaba de contar Después de esta nueva orden, le conté sin mirarla a la cara
nosla. todo lo que hice con la griega en presencia de Bcllino, y, al no
¡Bie n! me d ijo ella
ella entonces, de hoy en adelante
adelante os
os ruego
ruego oírla decirme nada, orienté la conversación hacia otra materia.
que nunca me contéis en privado lo que no me contaríais en pre Mis relaciones con ella eran excelentes, pero debía avanzar con
sencia de cincuenta personas. cautela, porque, joven como ella era, estaba convencido de que
Cuando el general me oyó nombrar a Yusuf, me rogó que le Os obedeceré, señora.
contara la conversación que mantuve con su mujer, y entonces, Pero queda entendido añadió el señor D. R. que la señora
como no me quedaba otro remedio, le conté una historia que \icmpre se reserva el derecho de revocar esa orden cuando le pa-
duró una hora y que interesó a todos los presentes, pero que in- rezca oportuno.
 vent é sobr
so bree la marcha.
mar cha. C on aqu ella his tor ia caíd a del cie lo no Disimulé mi despecho, y un cuarto de hora más tarde nos
hice daño alguno ni a mi amigo Yusuf, ni a la señora F., ni a mi despedimos. Empezaba a conocerla a fondo y adivinaba las las crue-
persona. La historia me sirvió de mucho desde el punto de vista les pruebas a las que había de someterme; pero el amor me pro-
del sentimiento, y sentí verdadera alegría al al mirar de so slayo a la metía la victoria y me ordenaba esperar. Mientras tanto, me
señora F., que me pareció satisfecha aunque un tanto cortada. aseguré de que el señor D. R. no tenía celos de mí, pese a que ella
Esa misma noche, cuando vo lvimos a su casa, casa, dijo en mi pre- parecía desafiarlo a tenerlos. Y eso era muy importante.
sencia al señor D. R. que toda la historia que había contado Pocos días después de haberme dado esa orden, la conversa-
sobre mi conversación con la mujer de Yusuf era pura fábula; ción recayó sobre la desgracia que me había acontecido cuando
pero que no podía reprochárm elo, porque le había había parecido muy entré en el lazareto de Ancona sin un céntimo.
graciosa, aunque lo cierto era que yo no había querido compla- Pese a ello le dije, me enamoré de una esclava griega que
cerla en lo que me había pedido. a punto estuvo de hacerme violar las leyes de los lazaretos.
Pretende siguió diciéndole que, contando la historia sin ¿Cómo fue?
alterar la verdad, habría hecho pensar a los reunidos que me en- Señora, estáis sola, y recuerdo vuestra orden.
tretiene con cuentos lascivos. Quiero que vos seáis su juez. ¿Es muy indecente?
¿Queréis tener la bondad me dijo  de contar esc encuentro en en En absoluto, pero nunca querría contárosla
contárosla en público.
los mismos términos que utilizasteis para contármelo a mí? ¿Po ¡Bien! me respondió riendo, revoco la orden, como el
déis hacerlo? señor D. R. dijo. Hablad.
Sí, señora. Puedo y quiero. Le hice entonces un relato
relato muy pormenorizado y fiel de toda
Picado en lo vivo por una indiscreción que, por no conocer la aventura; y, al verla pensativa, le exageré mi desgracia.
todavía bien a las mujeres, me parecía inaudita, y sin temor al ¿ A qué llamáis vuestra desgracia? La pobre griega me pa-
fracaso, conté la aventura como pintor sin olvidar describir los rece mucho más desventurada que vos. ¿Habéis vuelto a verla
impulsos que el fuego del amor había despertado en mi alma .1 desde entonces?
la vista de las bellezas de la griega. Perdonadm e, pero no me atrevo a decíroslo.
¿ Y os parece que debía contar esaesa historia a todos los pre Acabad la historia de una vez. Es una tontería. Contádmelo
sentes en esos mismos términos? d ijo el señ or D. R. a la señora.
señora. todo. Será cualquier perfidia de vuestra parte.
S i hu biera hecho mal contando así a todos los presentes, ¿no N o se trata
trata de ninguna
ninguna perfidia; fue un
un auténtico goce, aun-
aun-
habría hecho mal también cuando me la contó? que imperfecto.
Sólo vos podéis saber si hizo mal. ¿Os desagradó? Por lo Contádmelo, pero 110 llaméis a las cosas por su nombre; eso
que a mí respecta, puedo deciros que me habría disgustado mu es lo principal.
cho si hubiera contado la aventura tal como acaba de contar Después de esta nueva orden, le conté sin mirarla a la cara
nosla. todo lo que hice con la griega en presencia de Bcllino, y, al no
¡Bie n! me d ijo ella
ella entonces, de hoy en adelante
adelante os
os ruego
ruego oírla decirme nada, orienté la conversación hacia otra materia.
que nunca me contéis en privado lo que no me contaríais en pre Mis relaciones con ella eran excelentes, pero debía avanzar con
sencia de cincuenta personas. cautela, porque, joven como ella era, estaba convencido de que

404 405

hablar con todas las personas que, enfrente, se ponen detrás de


nunca había tenido relaciones
relaciones con personas inferiores a su rang o, otra, a una distancia de dos toesas.' En cuanto dije que estaba
 y el m ío de bía parece
par ece rle abs olutam
olu tam ente
en te i nfe rio r. Pe ro ob tuve
tu ve un allí para contratar a una compañía de cómicos para C orfú , los di
favor, el primero, y de un género muy particular. Se había pin- 1 ectores de dos de ellas que entonces se encontraban en Otrant o
chado con un alfiler el dedo medio y, como allí no estaba su don -  vini ero n a ha blar con mig o. Em pecé
pe cé dic ién doles
do les que dese aba ver
cella, me rogó que se lo ch upara para que dejara de sangrar. Si mi detenidamente
detenidamente a todos los actores de las dos compañías, uno tras
lector ha estado enamorado alguna vez, puede imaginar con qué «•tro.
pasión
pasión hice el encargo;
encargo; porque ¿qué es un beso? N o es otra cosa Me pareció cómica y singular una pelea que se produjo entre
que el verdadero efecto del deseo de absorber una porción del aquellos dos directores. Cada uno quería ser el último en mos-
ser amado. Tras darme las gracias, me dijo que escupiera en mi trarme a sus actores. El capitán del puerto me dijo que sólo de-
pañuelo la sangre que había chupado. pendía de mí acabar la disputa
disputa y dictaminar qué com pañía era la
L a he tragado, señora,
señora, y sólo D ios sabe con qué placer.
placer. que quería ver primero, la napolitana
napolitana o la siciliana.
siciliana. Com o no c o-
¿H abé is tragado mi sangre con
con placer? ¿Sois antropófago? nocía a ninguna de las dos, dije que la napolitana, y a don Fas-
Só lo sé que la
la he tragado involuntariamente,
involuntariamente, pero con
con pía
pía I tidio, que era su director, le desagradó m ucho, todo lo contrario
cer. I que a don Battipaglia,6seguro de que, hecha la comparación, yo
Durante una recepción se quejó de que en el próximo carna- daría la preferencia a su compañía. Una hora después vi llegar a
 val no hab ría tea tro . Sin pérdi
pé rdi da de tie mp o me ofre
of re cí a pro cu  I don Fastidio con todos sus secuaces.
rarles a mi costa una compañía de cómicos de Otranto si se me No fue pequeña mi sorpresa cuando vi a Petronio con su her-
concedían por adelantado todos los palcos y se me otorgaba en mana Marina; pero aún fue mayor cuando vi a Marina saltar al
exclusiva la banca de faraón. Acogieron mi ofrecimiento con otro lado de la barra después de dar un grito y caer entre mis
presteza, y el provisor general puso un falucho a mi servicio. En brazos. Entonces se armó un gran alboroto entre don Fastidio y
tres días vendí todos los palcos, y a un judío todo el patio,2salvo el capitán del puerto. Como Marina estaba al servicio de don
dos días a la semana, cuya venta me reservé para mí. El carnaval Fastidio, el capitán del puerto debía obligarme a devolverla al
de ese año fue muy largo.5 Dicen que el oficio de empresario es es lazareto, donde tendría que g uardar la cuarentena a su costa. La
difícil,
difícil, y no es cierto.
cierto. Salí de Corfú al atardecer
atardecer y llegué a Otran- pobre chica lloraba, y yo no sabía qué hacer. Detuve la disputa
to al alba sin que mis remeros mojasen sus remos. De Corfú a diciendo a don Fastidio que me hiciera ver uno por uno a todos
Otranto sólo hay catorce insignificantes leguas.« sus personajes. Petronio estaba entre ellos, hacía los papeles de
Sin pensar en desembarcar debido a la cuarentena, que en Ita- galán, y me dijo que tenía que entregarme una carta de Teresa.
lia es permanente para todos los que llegan del Levan te, bajé sin  Vi a un ven eciano
ec iano de mi co nocim
no cim ien to que hacía de Pan talón
tal ón,7
,7aa
embargo al locutorio , donde, desde detrás de una barra, se puede
f. 3,90 metros.
metros.
 í.
 í . En las antiguas salas de teatro, el patio (parterre) era el lugar 6. Casanova da a los dos directores nombres apropiados a sus
donde el público, formado exclusivamente por hombres, asistía de pie tipos, sacados de la commedia dcll’arte; pero ni don Fastidio ni don
a las representaciones. Sólo al final del siglo XVI I I se introdujeron en battipaglia existían aún, aunque heredaron características de anterio-
ese patio res personajes de la comedia napolitana. El primero fue creado por el
3. Elasientos.
único año posible es 1745 , cuando el carnaval
carnaval duró desde el i(>
i(> actor Francesco Massaro
M assaro (muerto en 1768), a sugerencia del autor de
de diciembre, día de inicio de la temporada teatral en Italia, hasta el 3 de comedias Giuseppe Pasquale Cirillo (17091778), y encarna al criado
marzo,
marzo, miércoles de Ceniza. Si Casanova llegó a Corfú en mayo de 174 s taimado e impertinente. Don Battipaglia, creado en 1750, terminaría
 y dejó la isla en octubre, no pudo haber
haber participado en el carnaval
carnaval.. llamándose Battaglia.
4. La distancia
distancia entre Cor fú y Otranto es de 180 kilómetros apro 7. Máscara de la commedia dell’arte,  encarnada por un viejo y bar
hablar con todas las personas que, enfrente, se ponen detrás de
nunca había tenido relaciones
relaciones con personas inferiores a su rang o, otra, a una distancia de dos toesas.' En cuanto dije que estaba
 y el m ío de bía parece
par ece rle abs olutam
olu tam ente
en te i nfe rio r. Pe ro ob tuve
tu ve un allí para contratar a una compañía de cómicos para C orfú , los di
favor, el primero, y de un género muy particular. Se había pin- 1 ectores de dos de ellas que entonces se encontraban en Otrant o
chado con un alfiler el dedo medio y, como allí no estaba su don -  vini ero n a ha blar con mig o. Em pecé
pe cé dic ién doles
do les que dese aba ver
cella, me rogó que se lo ch upara para que dejara de sangrar. Si mi detenidamente
detenidamente a todos los actores de las dos compañías, uno tras
lector ha estado enamorado alguna vez, puede imaginar con qué «•tro.
pasión
pasión hice el encargo;
encargo; porque ¿qué es un beso? N o es otra cosa Me pareció cómica y singular una pelea que se produjo entre
que el verdadero efecto del deseo de absorber una porción del aquellos dos directores. Cada uno quería ser el último en mos-
ser amado. Tras darme las gracias, me dijo que escupiera en mi trarme a sus actores. El capitán del puerto me dijo que sólo de-
pañuelo la sangre que había chupado. pendía de mí acabar la disputa
disputa y dictaminar qué com pañía era la
L a he tragado, señora,
señora, y sólo D ios sabe con qué placer.
placer. que quería ver primero, la napolitana
napolitana o la siciliana.
siciliana. Com o no c o-
¿H abé is tragado mi sangre con
con placer? ¿Sois antropófago? nocía a ninguna de las dos, dije que la napolitana, y a don Fas-
Só lo sé que la
la he tragado involuntariamente,
involuntariamente, pero con
con pía
pía I tidio, que era su director, le desagradó m ucho, todo lo contrario
cer. I que a don Battipaglia,6seguro de que, hecha la comparación, yo
Durante una recepción se quejó de que en el próximo carna- daría la preferencia a su compañía. Una hora después vi llegar a
 val no hab ría tea tro . Sin pérdi
pé rdi da de tie mp o me ofre
of re cí a pro cu  I don Fastidio con todos sus secuaces.
rarles a mi costa una compañía de cómicos de Otranto si se me No fue pequeña mi sorpresa cuando vi a Petronio con su her-
concedían por adelantado todos los palcos y se me otorgaba en mana Marina; pero aún fue mayor cuando vi a Marina saltar al
exclusiva la banca de faraón. Acogieron mi ofrecimiento con otro lado de la barra después de dar un grito y caer entre mis
presteza, y el provisor general puso un falucho a mi servicio. En brazos. Entonces se armó un gran alboroto entre don Fastidio y
tres días vendí todos los palcos, y a un judío todo el patio,2salvo el capitán del puerto. Como Marina estaba al servicio de don
dos días a la semana, cuya venta me reservé para mí. El carnaval Fastidio, el capitán del puerto debía obligarme a devolverla al
de ese año fue muy largo.5 Dicen que el oficio de empresario es es lazareto, donde tendría que g uardar la cuarentena a su costa. La
difícil,
difícil, y no es cierto.
cierto. Salí de Corfú al atardecer
atardecer y llegué a Otran- pobre chica lloraba, y yo no sabía qué hacer. Detuve la disputa
to al alba sin que mis remeros mojasen sus remos. De Corfú a diciendo a don Fastidio que me hiciera ver uno por uno a todos
Otranto sólo hay catorce insignificantes leguas.« sus personajes. Petronio estaba entre ellos, hacía los papeles de
Sin pensar en desembarcar debido a la cuarentena, que en Ita- galán, y me dijo que tenía que entregarme una carta de Teresa.
lia es permanente para todos los que llegan del Levan te, bajé sin  Vi a un ven eciano
ec iano de mi co nocim
no cim ien to que hacía de Pan talón
tal ón,7
,7aa
embargo al locutorio , donde, desde detrás de una barra, se puede
f. 3,90 metros.
metros.
 í.
 í . En las antiguas salas de teatro, el patio (parterre) era el lugar 6. Casanova da a los dos directores nombres apropiados a sus
donde el público, formado exclusivamente por hombres, asistía de pie tipos, sacados de la commedia dcll’arte; pero ni don Fastidio ni don
a las representaciones. Sólo al final del siglo XVI I I se introdujeron en battipaglia existían aún, aunque heredaron características de anterio-
ese patio res personajes de la comedia napolitana. El primero fue creado por el
3. Elasientos.
único año posible es 1745 , cuando el carnaval
carnaval duró desde el i(>
i(> actor Francesco Massaro
M assaro (muerto en 1768), a sugerencia del autor de
de diciembre, día de inicio de la temporada teatral en Italia, hasta el 3 de comedias Giuseppe Pasquale Cirillo (17091778), y encarna al criado
marzo,
marzo, miércoles de Ceniza. Si Casanova llegó a Corfú en mayo de 174 s taimado e impertinente. Don Battipaglia, creado en 1750, terminaría
 y dejó la isla en octubre, no pudo haber
haber participado en el carnaval
carnaval.. llamándose Battaglia.
4. La distancia
distancia entre Cor fú y Otranto es de 180 kilómetros apro 7. Máscara de la commedia dell’arte,  encarnada por un viejo y bar
ximadamente.
407
406

tres actrices
actrices que podían gustar,
gustar, a un Polichinela,8 a un Scara- si, al cabo de una, mi carabuchiri no me hubiera dicho que, a la
mouche,9en conjunto todo bastante aceptable. Pregunté a don luz de la luna, veía un navio que parecía corsario y que podría
Fastidio, para que me respondiera con una sola palabra, cuánto apoderarse
apoderarse de nosotros. Co mo no quería correr ningún ningún riesgo,
pedía por día, advirtiéndole q ue, si don Battipaglia me hacía
hacía una ordené plegar velas y volver a Otranto. Al alba partimos de
propuesta más ventajosa, lo preferiría. Me respondió entonces nuevo con un viento de poniente que de todos mo dos nos habría
que tendría que alojar a veinte personas, por lo menos, en seis llevado a Corfú; pero tras dos horas de mar, el timonel me dijo
habitaciones,
habitaciones, pro porcionarle una sala libre, diez camas, viajes que veía un bergantín11 que sólo podía ser pirata, porqu e trataba
pagados y treinta
treinta ducados napolitanos10diarios.
napolitanos10diarios. Cu ando me ha- de ponernos a sotavento. Le dije que cambiara la ruta y fuera a
cía la propuesta, me entregó un libreto con el repertorio de todas estribor para ver si nos seguía: hizo la maniobra y el bergantín
las comedias que podía hacer representar a su compañía, depen- maniobró también. Como ya no podía volver a Otranto, y no te-
diendo siempre de lo que yo ordenase para la elección de las nía ninguna gana de ir a África, debía tratar de llegar a tierra a
obras. Pensando entonces en Marina, que tendría que ir a pur- tuerza de remos, a una playa de Calabria y en el lugar más pró-
garse al lazareto si no contrataba a la compañía de don Fastidio, ximo. Los marineros contagiaron su miedo a los cómicos, que se
le dije que fuera a preparar el contrato po rque quería marcharme pusieron a gritar,
gritar, a llorar y a encomendarse a algún santo, ningu-
enseguida.
enseguida. Pero ocurrió un incidente
incidente muy divertido: don Batti- no a Dios. Las muecas de Scaramouche y del serio don Fastidio
paglia llamó a Marina «pequeña p...», diciéndole que había me habrían hecho reír si no me hubiera hallado en tan apurado
hecho aquello de acuerdo con don Fastidio para obligarme a trance. Sólo Marina, que no comprendía aquel peligro, reía y se
contratar a su compañía. Petronio y don Fastidio lo sacaron hurlaba deldel miedo de to dos los demás. H acia el anochecer, como
afuera, y se pelearon a puñetazos. Un cuarto de hora más tarde se había
había levantado un fuerte viento, ordené tomarlo de popa aun-
llegó Petronio trayéndome la carta de Teresa, que se hacía rica que aumentase.
aumentase. Para ponerme al resguardo del navio corsa rio es-
mientras arruinaba al duque, y que, siempre fiel, me esperaba en taba dispuesto a atravesar el el golfo. Naveg ando así toda la noche,
Nápoles. decidí ir a Co rfú a fuerza de remos: nos encontrábamos a ochenta
Hacia el anochecer partí de Otranto con veinte cómicos y millas. Estábamo s en medio del golfo , y al final de la jornada los
seis grandes baúles donde tenían cuanto necesitaban para rep re- remeros del falucho no podían más, pero ya no había nada que
sentar sus farsas. Un leve viento de mediodía que soplaba en el temer. Empezó a soplar un viento de septentrión, y en menos
momento de la partida me habría llevado a Corfú en diez horas de una hora se volvió tan fuerte que orzábamos de una manera
espantosa. Parecía que el falucho iba a zozobrar en cualquier
budo negociante veneciano, de capa negra, camisa, zapatillas y gorro momento. Yo mismo sostenía el gobernalle con la mano. Todo
de lana. Creado durante el Renacimiento, en el siglo XVI I aún llevaba el mundo permanecía callado porque había ordenado silencio so
pantalones largos, traje típico de Venccia adoptado más tarde
tarde en Fran- pena de la vida; pero los sollozo s de Scaramouche debían de pro-
cia por la Revolución; en el siglo xvm Pantalón volvió a vestir calzo-
 vo car la risa . C o n vie nto fue rte , y con mi cap itán al tim ón, no
nes cortos y medias rojas.
8. Máscara de la commedia dcll'arte  que encarna al criado bufón, tenía nada que temer. Cuando amanecía divisamos Corfú, y a
descarado y glotón; de origen napolitano, siempre hablaba en esc dia dia las nueve desembarcamos en el mandracchio.'1 Todo el mundo se
lecto. quedó muy sorprendido de vernos llegar por aquel lado.
9. Máscara de la commedia
commedia d ell'arte  que encarna al tipo de fanfa
rrón cobarde; capitán napolitano, iba vestido de negro de la cabeza a los
pies. 11 . Pequeña
Pequeña embarcación a vela, con un puente y dos mástiles.
mástiles.
10. Ducados del Reino de Nápoles, acuñados en el siglo XVI , con 12. Termino veneciano:
veneciano: parte interior de un puerto, cerrada
cerrada por una
una
un valor de 10 cari¡ni. cadena, para refugio de pequeñas embarcaciones.
tres actrices
actrices que podían gustar,
gustar, a un Polichinela,8 a un Scara- si, al cabo de una, mi carabuchiri no me hubiera dicho que, a la
mouche,9en conjunto todo bastante aceptable. Pregunté a don luz de la luna, veía un navio que parecía corsario y que podría
Fastidio, para que me respondiera con una sola palabra, cuánto apoderarse
apoderarse de nosotros. Co mo no quería correr ningún ningún riesgo,
pedía por día, advirtiéndole q ue, si don Battipaglia me hacía
hacía una ordené plegar velas y volver a Otranto. Al alba partimos de
propuesta más ventajosa, lo preferiría. Me respondió entonces nuevo con un viento de poniente que de todos mo dos nos habría
que tendría que alojar a veinte personas, por lo menos, en seis llevado a Corfú; pero tras dos horas de mar, el timonel me dijo
habitaciones,
habitaciones, pro porcionarle una sala libre, diez camas, viajes que veía un bergantín11 que sólo podía ser pirata, porqu e trataba
pagados y treinta
treinta ducados napolitanos10diarios.
napolitanos10diarios. Cu ando me ha- de ponernos a sotavento. Le dije que cambiara la ruta y fuera a
cía la propuesta, me entregó un libreto con el repertorio de todas estribor para ver si nos seguía: hizo la maniobra y el bergantín
las comedias que podía hacer representar a su compañía, depen- maniobró también. Como ya no podía volver a Otranto, y no te-
diendo siempre de lo que yo ordenase para la elección de las nía ninguna gana de ir a África, debía tratar de llegar a tierra a
obras. Pensando entonces en Marina, que tendría que ir a pur- tuerza de remos, a una playa de Calabria y en el lugar más pró-
garse al lazareto si no contrataba a la compañía de don Fastidio, ximo. Los marineros contagiaron su miedo a los cómicos, que se
le dije que fuera a preparar el contrato po rque quería marcharme pusieron a gritar,
gritar, a llorar y a encomendarse a algún santo, ningu-
enseguida.
enseguida. Pero ocurrió un incidente
incidente muy divertido: don Batti- no a Dios. Las muecas de Scaramouche y del serio don Fastidio
paglia llamó a Marina «pequeña p...», diciéndole que había me habrían hecho reír si no me hubiera hallado en tan apurado
hecho aquello de acuerdo con don Fastidio para obligarme a trance. Sólo Marina, que no comprendía aquel peligro, reía y se
contratar a su compañía. Petronio y don Fastidio lo sacaron hurlaba deldel miedo de to dos los demás. H acia el anochecer, como
afuera, y se pelearon a puñetazos. Un cuarto de hora más tarde se había
había levantado un fuerte viento, ordené tomarlo de popa aun-
llegó Petronio trayéndome la carta de Teresa, que se hacía rica que aumentase.
aumentase. Para ponerme al resguardo del navio corsa rio es-
mientras arruinaba al duque, y que, siempre fiel, me esperaba en taba dispuesto a atravesar el el golfo. Naveg ando así toda la noche,
Nápoles. decidí ir a Co rfú a fuerza de remos: nos encontrábamos a ochenta
Hacia el anochecer partí de Otranto con veinte cómicos y millas. Estábamo s en medio del golfo , y al final de la jornada los
seis grandes baúles donde tenían cuanto necesitaban para rep re- remeros del falucho no podían más, pero ya no había nada que
sentar sus farsas. Un leve viento de mediodía que soplaba en el temer. Empezó a soplar un viento de septentrión, y en menos
momento de la partida me habría llevado a Corfú en diez horas de una hora se volvió tan fuerte que orzábamos de una manera
espantosa. Parecía que el falucho iba a zozobrar en cualquier
budo negociante veneciano, de capa negra, camisa, zapatillas y gorro momento. Yo mismo sostenía el gobernalle con la mano. Todo
de lana. Creado durante el Renacimiento, en el siglo XVI I aún llevaba el mundo permanecía callado porque había ordenado silencio so
pantalones largos, traje típico de Venccia adoptado más tarde
tarde en Fran- pena de la vida; pero los sollozo s de Scaramouche debían de pro-
cia por la Revolución; en el siglo xvm Pantalón volvió a vestir calzo-
 vo car la risa . C o n vie nto fue rte , y con mi cap itán al tim ón, no
nes cortos y medias rojas.
8. Máscara de la commedia dcll'arte  que encarna al criado bufón, tenía nada que temer. Cuando amanecía divisamos Corfú, y a
descarado y glotón; de origen napolitano, siempre hablaba en esc dia dia las nueve desembarcamos en el mandracchio.'1 Todo el mundo se
lecto. quedó muy sorprendido de vernos llegar por aquel lado.
9. Máscara de la commedia
commedia d ell'arte  que encarna al tipo de fanfa
rrón cobarde; capitán napolitano, iba vestido de negro de la cabeza a los
pies. 11 . Pequeña
Pequeña embarcación a vela, con un puente y dos mástiles.
mástiles.
10. Ducados del Reino de Nápoles, acuñados en el siglo XVI , con 12. Termino veneciano:
veneciano: parte interior de un puerto, cerrada
cerrada por una
una
un valor de 10 cari¡ni. cadena, para refugio de pequeñas embarcaciones.

408

En cuanto la compañía quedó alojada, todos los oficiales jó -  A las o nce de la maña na lleg aba yo a ca sa d e la señ ora F. p re -
 ven es ac ud ier on a vi sit ar a las act ric es, que les par eci ero n feas , guntándole por qué había mandado llamarme.
salvo Marina, que recibió sin quejarse la noticia de que yo no Para devolveros los doscientos cequíes que tan amable-
podía ser su amante. Estaba seguro de que no le faltarían adora- mente me prestasteis. Aquí los tenéis. Os ruego que me devol-
dores. L as cómicas, que habían parecid o feas a todos los galanes,  váis mi rec ibo .
les parecieron guapas en cuanto las vieron actuar. Hubo una ac- Vue stro recibo, señora,
señora, ya no obra en mi poder. Está depo-
triz que gustó mucho, y fue la mujer de Pantalón. El señor sitado en
en un sobre bien sellado en casa
casa del notario X X ..., que,
Du od o,co m and ante de un navio navio de guerra,
guerra, lele hizo una
una visita
visita en virtud de esta carta de pago, sólo a vos puede entregarlo.
 y, co mo su ma rid o se m os tró in to ler ante,an te, le pr op in ó algun
alg unos
os Le yó entonces la
la carta
carta de pago y me preguntó por qué no lo
bastonazos. Don Fastidio vino a decirme al día siguiente que había
había guardado yo.
Pantalón no quería seguir actuando, y su mujer tampoco. Lo re- Tuv e m iedo a que me lo robasen, señora;
señora; tuve miedo a per-
medié dándoles el dinero de una representación. La mujer de derlo; tuve miedo a que me lo encontraran encima en caso de
Pantalón fue muy aplaudida, pero, considerándose insultada muerte o de algún otro accidente.
porque, cuando la aplaudía, el público gritaba bravo Duodo , fue Vuestro proceder es desde
desde luego delicado, pero creo que de-
a quejarse al palco del general, donde yo solía estar casi siem- bíais reservaros el derecho a retirarlo en persona de manos del
pre. Para consolarla, el general le prometió que yo le regalaría notario.
los ingresos de otra representación al final del carnaval; y hube N o podía imaginar que se presentaría
presentaría la ocasión
ocasión de verme
de confirmar la promesa; pero si hubiera querido contentar a los en la necesidad de retirarlo.
demás actores, habría tenido que distribuir entre ellos la totali- Sin embargo, esa ocasión habría podido presentarse fácil-
dad de mis diecisiete representaciones.'4La que regalé a Marina, mente. ¿Puedo entonces mandar decir al notario que me traiga
que bailaba con su hermano, fue más que nada por contentar a en persona el sobre?
la señora F., que se declaró protectora suya en cuanto supo que Sí, señora.
el señor D. R. había almorzado a solas con ella fuera de la ciu Envía a su ayudante; viene el notario a traerle el recibo; se
dad, en una casita
casita propiedad del señor Cazzaetti. 1745. marcha; ella abre el sobre y encuentra un papel en el que sólo
Esa generosidad me costó cuatrocientos cequíes por lo se veía su nombre; todo lo demás estaba tachado con una tinta
menos; pero la banca de faraón me produjo más de mil, pese a muy negra, de forma que era imposible ver lo que se había es-
que nunca tuviera tiempo para llev ar la banca. Y a todos les ex crito antes del borrón.
trañó que no quisiera tener la menor relación con las actrices. E sto prueba de vuestra parte
parte una forma de actuar tan
tan noble
La seño ra F. me dijo que no me creía tan prudente, pero durante como delicada me d ijo; pero habéis de admitir que no puedo
todo el carnaval las cosas del teatro me mantuvieron tan ocu estar segura de que éste sea mi recibo pese a que se lea en él mi
pado que no me permitieron pensar en el amor. nombre.
 Y no fu e ha sta p rin cip ios de la cu are sm a,1' des pué s de la mar Cierto, señora, y si no estáis segura he cometido el mayor
cha de los cómicos, cuando empecé a tomármelo en serio. de los errores.
Es to y segura porque tengo que estarlo, mas
mas admitid que no
no
13. Domenico Duodo di Santa Maria Zobenigo, nacido en 1721, os podría jurar que es mi recibo.
taba al frente de la nave San Francesco  en 1744. L o admito,
admito, señora
señora..
14. En 1745 fueron diecinueve las representaciones que hubo du
rantc el carnaval. Los días siguientes aprovechaba cualquier ocasión para pi
1 El 3 de marzo. rme. Ya no me recibía hasta que no se había vestido, y enton-
En cuanto la compañía quedó alojada, todos los oficiales jó -  A las o nce de la maña na lleg aba yo a ca sa d e la señ ora F. p re -
 ven es ac ud ier on a vi sit ar a las act ric es, que les par eci ero n feas , guntándole por qué había mandado llamarme.
salvo Marina, que recibió sin quejarse la noticia de que yo no Para devolveros los doscientos cequíes que tan amable-
podía ser su amante. Estaba seguro de que no le faltarían adora- mente me prestasteis. Aquí los tenéis. Os ruego que me devol-
dores. L as cómicas, que habían parecid o feas a todos los galanes,  váis mi rec ibo .
les parecieron guapas en cuanto las vieron actuar. Hubo una ac- Vue stro recibo, señora,
señora, ya no obra en mi poder. Está depo-
triz que gustó mucho, y fue la mujer de Pantalón. El señor sitado en
en un sobre bien sellado en casa
casa del notario X X ..., que,
Du od o,co m and ante de un navio navio de guerra,
guerra, lele hizo una
una visita
visita en virtud de esta carta de pago, sólo a vos puede entregarlo.
 y, co mo su ma rid o se m os tró in to ler ante,an te, le pr op in ó algun
alg unos
os Le yó entonces la
la carta
carta de pago y me preguntó por qué no lo
bastonazos. Don Fastidio vino a decirme al día siguiente que había
había guardado yo.
Pantalón no quería seguir actuando, y su mujer tampoco. Lo re- Tuv e m iedo a que me lo robasen, señora;
señora; tuve miedo a per-
medié dándoles el dinero de una representación. La mujer de derlo; tuve miedo a que me lo encontraran encima en caso de
Pantalón fue muy aplaudida, pero, considerándose insultada muerte o de algún otro accidente.
porque, cuando la aplaudía, el público gritaba bravo Duodo , fue Vuestro proceder es desde
desde luego delicado, pero creo que de-
a quejarse al palco del general, donde yo solía estar casi siem- bíais reservaros el derecho a retirarlo en persona de manos del
pre. Para consolarla, el general le prometió que yo le regalaría notario.
los ingresos de otra representación al final del carnaval; y hube N o podía imaginar que se presentaría
presentaría la ocasión
ocasión de verme
de confirmar la promesa; pero si hubiera querido contentar a los en la necesidad de retirarlo.
demás actores, habría tenido que distribuir entre ellos la totali- Sin embargo, esa ocasión habría podido presentarse fácil-
dad de mis diecisiete representaciones.'4La que regalé a Marina, mente. ¿Puedo entonces mandar decir al notario que me traiga
que bailaba con su hermano, fue más que nada por contentar a en persona el sobre?
la señora F., que se declaró protectora suya en cuanto supo que Sí, señora.
el señor D. R. había almorzado a solas con ella fuera de la ciu Envía a su ayudante; viene el notario a traerle el recibo; se
dad, en una casita
casita propiedad del señor Cazzaetti. 1745. marcha; ella abre el sobre y encuentra un papel en el que sólo
Esa generosidad me costó cuatrocientos cequíes por lo se veía su nombre; todo lo demás estaba tachado con una tinta
menos; pero la banca de faraón me produjo más de mil, pese a muy negra, de forma que era imposible ver lo que se había es-
que nunca tuviera tiempo para llev ar la banca. Y a todos les ex crito antes del borrón.
trañó que no quisiera tener la menor relación con las actrices. E sto prueba de vuestra parte
parte una forma de actuar tan
tan noble
La seño ra F. me dijo que no me creía tan prudente, pero durante como delicada me d ijo; pero habéis de admitir que no puedo
todo el carnaval las cosas del teatro me mantuvieron tan ocu estar segura de que éste sea mi recibo pese a que se lea en él mi
pado que no me permitieron pensar en el amor. nombre.
 Y no fu e ha sta p rin cip ios de la cu are sm a,1' des pué s de la mar Cierto, señora, y si no estáis segura he cometido el mayor
cha de los cómicos, cuando empecé a tomármelo en serio. de los errores.
Es to y segura porque tengo que estarlo, mas
mas admitid que no
no
13. Domenico Duodo di Santa Maria Zobenigo, nacido en 1721, os podría jurar que es mi recibo.
taba al frente de la nave San Francesco  en 1744. L o admito,
admito, señora
señora..
14. En 1745 fueron diecinueve las representaciones que hubo du
rantc el carnaval. Los días siguientes aprovechaba cualquier ocasión para pi
1 El 3 de marzo. rme. Ya no me recibía hasta que no se había vestido, y enton-

4 10 411

ces tenía que aburrirme en la antecámara. Cuando yo contaba D el todo, pues cuando me acuerdo de ella
ella siento indiferen-
indiferen-
algo divertido, fingía no comprender en qué consistía la gracia. cia; pero la convalecencia duró mucho.
Muchas veces ni siquiera me miraba mientras yo hablaba, y en- D uró , creo yo, hasta
hasta que os enamorasteis
enamorasteis de otra.
otra.
tonces contaba mal las cosas. Bastante a menudo, cuando el ¿De otra? ¿No habéis oído, señora, que la tercera vez ha
señor D. R. se reía de algo que yo había dicho, le preguntaba sido la última?
por qué se reía, y, tras verse obligado a repetírselo, lo encon- Tres o cuadro días después, el señor D. R. me dijo, al levan-
traba vulgar. Si se le soltaba una de sus pulseras, cuando me ha- tarnos de la mesa, que la señora estaba indispuesta y sola, y que
bría correspondido a mí abrochársela llamaba a su doncella él no podía ir a hacerle compañía; me dijo que fuera yo, con la
diciéndome que yo no sabía cómo funcionaba el broche. Era evi- seguridad de que a ella le gustaría. Voy a verla, y le traslado el
dente que su actitud me ponía de mal humor, pero fingía no cumplido palabra por palabra. Estaba tumbada en una chaise
darse cuenta. El señor D. R. me animaba a contar algo agrada- longue.  Me responde, sin mirarme, que debía de tener fiebre, y 
ble, y, como no sabía qué contar, ella decía riendo que el saco se que no me invitaba a quedarme porque estaba segura de que me
me había quedado vacío. No podía dejar de admitir que tenía aburriría.
razón, y, mientras reventaba de despecho, no sabía a qué atri- N o puedo irme, señora,
señora, a menos que me lo ordenéis
ordenéis expre-
buir un cambio de humor para el que yo no había dado ningún samente, y aun así pasaré estas cuatro horas en vuestra antecá-
motivo. Para vengarme, todos los días pensaba en empezar a mara, porque el señor D. R. me ha dicho que lo aguarde.
darle muestras claras de desprecio, pero cuando llegaba el mo- En ese caso, sentaos si queréis.
mento no era capaz de poner en práctica mi propósito; cuando Me indignaba aquella dureza de modales, pero la amaba; y
estaba solo, lloraba muy a menudo. Una noche, el señor D. R. nunca me había parecido tan hermosa. Su indisposición no me
me preguntó si me había enamorado con frecuencia. parecía falsa: su cara estaba encendida. Permanecía allí desde
Tres veces, Monseñor. hacía un cuarto de hora totalmente mudo. Después de beber
Y siempre
siempre correspondido,
correspondido, ¿verdad?
¿verdad? medio vaso de limonada, llamó a su doncella rogándome que sa-
Siemp re despreciado. La primera, quizás
quizás porque, com o era
era liese
liese un momento. Cua ndo me hizo volve r a entrar,
entrar, me preguntó
abate, nunca me atreví a declararme. La segunda, porque un su dónde había ido a parar toda mi alegría.
ceso fatal me obligó a alejarme de la mujer que amaba precisa Si mi alegría, señora, se ha ido a alguna parte, creo que ha
mente en el momento en que iba a conseguirlo. La tercera, sido por orden vuestra; llamadla, y siempre la veréis feliz en
porque la compasión que inspiré a la persona amada, en lugar  vues tra pre senc ia.
de animarla a hacerme feliz, pro vocó en ella deseos de curarme de
de ¿Qué debo hacer para llamarla?
mi pasión. Ser como erais cuando volví de Casopo. Os desagrado
¿ Y qué remedios empleó para ello? desde hace cuatro meses, y, como no sé por qué, sufro.
Dejó de ser amable. Pero si soy la misma de siempre. ¿En qué os parezco dis-
Entiendo: os maltrató. ¿Y atribuís eso a compasión? Os tinta?
equivocáis. ¡San to cielo! En todo, salvo en lo físico. Pero he tomado mi
Sin duda alguna añadió la señora F.. Sólo se compadece .1 decisión.
alguien que se ama; y no se desea curarlo haciéndolo desdichado p ¿Y cuál
cuál es
es esa
esa deci
decisi
sión
ón??
Esa mujer no os amó nunca. L a de su frir en silencio,
silencio, sin que nada pueda menguar loslos
N o puedo creerlo, señora.
señora. sentimientos de respeto que me habéis inspirado, siempre insa-
Pero ¿estáis curado? nable por convenceros de mi completa sumisión, siempre dis-
ces tenía que aburrirme en la antecámara. Cuando yo contaba D el todo, pues cuando me acuerdo de ella
ella siento indiferen-
indiferen-
algo divertido, fingía no comprender en qué consistía la gracia. cia; pero la convalecencia duró mucho.
Muchas veces ni siquiera me miraba mientras yo hablaba, y en- D uró , creo yo, hasta
hasta que os enamorasteis
enamorasteis de otra.
otra.
tonces contaba mal las cosas. Bastante a menudo, cuando el ¿De otra? ¿No habéis oído, señora, que la tercera vez ha
señor D. R. se reía de algo que yo había dicho, le preguntaba sido la última?
por qué se reía, y, tras verse obligado a repetírselo, lo encon- Tres o cuadro días después, el señor D. R. me dijo, al levan-
traba vulgar. Si se le soltaba una de sus pulseras, cuando me ha- tarnos de la mesa, que la señora estaba indispuesta y sola, y que
bría correspondido a mí abrochársela llamaba a su doncella él no podía ir a hacerle compañía; me dijo que fuera yo, con la
diciéndome que yo no sabía cómo funcionaba el broche. Era evi- seguridad de que a ella le gustaría. Voy a verla, y le traslado el
dente que su actitud me ponía de mal humor, pero fingía no cumplido palabra por palabra. Estaba tumbada en una chaise
darse cuenta. El señor D. R. me animaba a contar algo agrada- longue.  Me responde, sin mirarme, que debía de tener fiebre, y 
ble, y, como no sabía qué contar, ella decía riendo que el saco se que no me invitaba a quedarme porque estaba segura de que me
me había quedado vacío. No podía dejar de admitir que tenía aburriría.
razón, y, mientras reventaba de despecho, no sabía a qué atri- N o puedo irme, señora,
señora, a menos que me lo ordenéis
ordenéis expre-
buir un cambio de humor para el que yo no había dado ningún samente, y aun así pasaré estas cuatro horas en vuestra antecá-
motivo. Para vengarme, todos los días pensaba en empezar a mara, porque el señor D. R. me ha dicho que lo aguarde.
darle muestras claras de desprecio, pero cuando llegaba el mo- En ese caso, sentaos si queréis.
mento no era capaz de poner en práctica mi propósito; cuando Me indignaba aquella dureza de modales, pero la amaba; y
estaba solo, lloraba muy a menudo. Una noche, el señor D. R. nunca me había parecido tan hermosa. Su indisposición no me
me preguntó si me había enamorado con frecuencia. parecía falsa: su cara estaba encendida. Permanecía allí desde
Tres veces, Monseñor. hacía un cuarto de hora totalmente mudo. Después de beber
Y siempre
siempre correspondido,
correspondido, ¿verdad?
¿verdad? medio vaso de limonada, llamó a su doncella rogándome que sa-
Siemp re despreciado. La primera, quizás
quizás porque, com o era
era liese
liese un momento. Cua ndo me hizo volve r a entrar,
entrar, me preguntó
abate, nunca me atreví a declararme. La segunda, porque un su dónde había ido a parar toda mi alegría.
ceso fatal me obligó a alejarme de la mujer que amaba precisa Si mi alegría, señora, se ha ido a alguna parte, creo que ha
mente en el momento en que iba a conseguirlo. La tercera, sido por orden vuestra; llamadla, y siempre la veréis feliz en
porque la compasión que inspiré a la persona amada, en lugar  vues tra pre senc ia.
de animarla a hacerme feliz, pro vocó en ella deseos de curarme de
de ¿Qué debo hacer para llamarla?
mi pasión. Ser como erais cuando volví de Casopo. Os desagrado
¿ Y qué remedios empleó para ello? desde hace cuatro meses, y, como no sé por qué, sufro.
Dejó de ser amable. Pero si soy la misma de siempre. ¿En qué os parezco dis-
Entiendo: os maltrató. ¿Y atribuís eso a compasión? Os tinta?
equivocáis. ¡San to cielo! En todo, salvo en lo físico. Pero he tomado mi
Sin duda alguna añadió la señora F.. Sólo se compadece .1 decisión.
alguien que se ama; y no se desea curarlo haciéndolo desdichado p ¿Y cuál
cuál es
es esa
esa deci
decisi
sión
ón??
Esa mujer no os amó nunca. L a de su frir en silencio,
silencio, sin que nada pueda menguar loslos
N o puedo creerlo, señora.
señora. sentimientos de respeto que me habéis inspirado, siempre insa-
Pero ¿estáis curado? nable por convenceros de mi completa sumisión, siempre dis-

4 12 413
413

puesto a aprovechar cualquier ocasión para daros nuevas prue- de esas cuatro galeras era la que mandaba el señor F.: F.: necesitaba
bas de mi celo. un ayudante y pensó en mí. Tardé dos horas en estar en el falu-
O s lo agradezco, pero no entiendo qué es lo que podéis podéis su- cho del señor F. La corta ya estaba hecha. Durante los dos días
frir en silencio por mi causa. Me intereso por vos, y siempre es- siguientes se embarcó la leña cortada; y al cuarto día estaba de
cucho complacida vuestras aventuras: siento tanta curiosidad  vue lta en C or fú , don de,
de , des pués
pu és de haber
hab er pre sen tad o mis res-
re s-
por los tres amores de los que nos habéis hablado... petos al señor F., volví a casa del señor de D. R., a quien encon-
Obligado a ser complaciente, inventé tres pequeñas novelas tré solo en la terraza. Era Viernes Santo. Este caballero, que me
en las que hice ostentación de sentimientos y de un amor per- pareció más pensativo que de costumbre , me dijo estas palabras,
fecto, sin hablar nunca de goce cuando me daba cuenta de que nada fáciles
fáciles de olvidar:
ella parecía esperarlo. La delicadeza, el respeto y el deber lo im- —El señor F., cu yo ayud ante m urió anoche, necesita otro
pedían siempre; pero un verdadero amante, le decía yo, no ne- hasta que encuentre una persona que pueda sustituirlo. Ha pen-
cesita esa convicción para sentirse feliz. Era evidente que ella sado en vos, y esta mañana me ha pedido que os ceda a él. Le he
imaginaba las las cosas tal com o eran; pero también me daba cuenta respondido que, como no me creo con derecho a disponer de
de que mi reserva y mi discreción le agradaban. Ahora la cono-  vue stra per son a, pue de dir igirs
igi rsee a vos.
vos . Le he ase gurad
gu rad o que , si
cía bien, y no veía medio más seguro para decidirla. Comen- me pedíais permiso, no tendría la menor dificultad en concedé-
tando el caso de la última dama a la que había amado, la que roslo, pese a que tengo necesidad de dos ayudantes. ¿No os ha
había intentado curarme por compasión, hizo una observación dicho nada esta mañana?
que me llegó al alma; pero fingí que no la comprendía. Nada. Me ha dado las gracias por haber estado en Butintro
Si es cierto que os amaba me dijo, puede ser que no haya en su galera y nada más.
pensado en curaros, sino en curarse. Ent once s os hablará
hablará hoy de ello. ¿Qué le contestaréis?
contestaréis?
 Al
 A l día sig uie nte de est a espe
e spe cie de rec on cili aci ón,
ón , el seño
se ño r F. Simplemente que no dejaré nunca a Vuestra Excelencia,
pidió al señor D. R. que me dejara ir a Butintro'6para sustituir salvo por orden vuestra.
a su ayudante, gravemente enfermo. Debía estar de vuelta tres Y o nunca os daré esaesa orden, así que no iréis.
iréis.
días después. En esc momento, el centinela da dos golpes y aparece el
Butintro está a siete millas
millas de distancia
distancia de C orfú . E s la loca- señor F. con la mujer. Los dejo con el señor D. R., y un cuarto
lidad de tierra firme más cercana. No se trata de un fuerte, sino de hora después me llaman. El señor F. me dice, en tono de con-
de un pueblo del Epiro que hoy se llama Albania y pertenece a fianza:
los venecianos. El axioma político «derecho descuidado es de ¿ N o es cierto, Casan ova, que vendríais de buena gana a ser
recho perdido» hace que los venecianos envíen allí cuatro gale mi ayudante?
ras todos los años: los galeotes desembarcan para cortar leña, ¿M e ha despedido acasoacaso Su Excelencia?
que cargan en barcas
barcas y transportan a Corfú . U n destacamento de Nada de eso me dijo el señor D. R.; me limito a dejaros
tropas regulares forma la guarnición de esas cuatro galeras, y al elegir.
mismo tiempo escolta a los galeotes, que, de no estar vigilados, E n tal
tal caso, no puedo mostrarme ingrato.
ingrato.
fácilmente podrían desertar y pasar a convertirse en turcos. Una Me quedé allí, de pie, visiblemente
visiblemente desconcertado y sin poder
ocultar una confusión que sólo podía ser fruto de la circunstan-
16. La antigua Buthrotum, fundada por Héleno, hijo de Príamo, Príamo,
cia. Con los ojos clavados en el suelo, antes me los habría arran-
según Virgilio, se había convertido en la época en importante lugar es
tratégico
tratégic o aun que peligroso
pelig roso por la malaria,
malaria, que al parecer contrajo ( i cado que alzarlos y mirar a la señora, que debía adivinar el
sanova y contaba con un pequeño fuerte veneciano. estado de mi alma. Un instante después, su marido dijo fría-
puesto a aprovechar cualquier ocasión para daros nuevas prue- de esas cuatro galeras era la que mandaba el señor F.: F.: necesitaba
bas de mi celo. un ayudante y pensó en mí. Tardé dos horas en estar en el falu-
O s lo agradezco, pero no entiendo qué es lo que podéis podéis su- cho del señor F. La corta ya estaba hecha. Durante los dos días
frir en silencio por mi causa. Me intereso por vos, y siempre es- siguientes se embarcó la leña cortada; y al cuarto día estaba de
cucho complacida vuestras aventuras: siento tanta curiosidad  vue lta en C or fú , don de,
de , des pués
pu és de haber
hab er pre sen tad o mis res-
re s-
por los tres amores de los que nos habéis hablado... petos al señor F., volví a casa del señor de D. R., a quien encon-
Obligado a ser complaciente, inventé tres pequeñas novelas tré solo en la terraza. Era Viernes Santo. Este caballero, que me
en las que hice ostentación de sentimientos y de un amor per- pareció más pensativo que de costumbre , me dijo estas palabras,
fecto, sin hablar nunca de goce cuando me daba cuenta de que nada fáciles
fáciles de olvidar:
ella parecía esperarlo. La delicadeza, el respeto y el deber lo im- —El señor F., cu yo ayud ante m urió anoche, necesita otro
pedían siempre; pero un verdadero amante, le decía yo, no ne- hasta que encuentre una persona que pueda sustituirlo. Ha pen-
cesita esa convicción para sentirse feliz. Era evidente que ella sado en vos, y esta mañana me ha pedido que os ceda a él. Le he
imaginaba las las cosas tal com o eran; pero también me daba cuenta respondido que, como no me creo con derecho a disponer de
de que mi reserva y mi discreción le agradaban. Ahora la cono-  vue stra per son a, pue de dir igirs
igi rsee a vos.
vos . Le he ase gurad
gu rad o que , si
cía bien, y no veía medio más seguro para decidirla. Comen- me pedíais permiso, no tendría la menor dificultad en concedé-
tando el caso de la última dama a la que había amado, la que roslo, pese a que tengo necesidad de dos ayudantes. ¿No os ha
había intentado curarme por compasión, hizo una observación dicho nada esta mañana?
que me llegó al alma; pero fingí que no la comprendía. Nada. Me ha dado las gracias por haber estado en Butintro
Si es cierto que os amaba me dijo, puede ser que no haya en su galera y nada más.
pensado en curaros, sino en curarse. Ent once s os hablará
hablará hoy de ello. ¿Qué le contestaréis?
contestaréis?
 Al
 A l día sig uie nte de est a espe
e spe cie de rec on cili aci ón,
ón , el seño
se ño r F. Simplemente que no dejaré nunca a Vuestra Excelencia,
pidió al señor D. R. que me dejara ir a Butintro'6para sustituir salvo por orden vuestra.
a su ayudante, gravemente enfermo. Debía estar de vuelta tres Y o nunca os daré esaesa orden, así que no iréis.
iréis.
días después. En esc momento, el centinela da dos golpes y aparece el
Butintro está a siete millas
millas de distancia
distancia de C orfú . E s la loca- señor F. con la mujer. Los dejo con el señor D. R., y un cuarto
lidad de tierra firme más cercana. No se trata de un fuerte, sino de hora después me llaman. El señor F. me dice, en tono de con-
de un pueblo del Epiro que hoy se llama Albania y pertenece a fianza:
los venecianos. El axioma político «derecho descuidado es de ¿ N o es cierto, Casan ova, que vendríais de buena gana a ser
recho perdido» hace que los venecianos envíen allí cuatro gale mi ayudante?
ras todos los años: los galeotes desembarcan para cortar leña, ¿M e ha despedido acasoacaso Su Excelencia?
que cargan en barcas
barcas y transportan a Corfú . U n destacamento de Nada de eso me dijo el señor D. R.; me limito a dejaros
tropas regulares forma la guarnición de esas cuatro galeras, y al elegir.
mismo tiempo escolta a los galeotes, que, de no estar vigilados, E n tal
tal caso, no puedo mostrarme ingrato.
ingrato.
fácilmente podrían desertar y pasar a convertirse en turcos. Una Me quedé allí, de pie, visiblemente
visiblemente desconcertado y sin poder
ocultar una confusión que sólo podía ser fruto de la circunstan-
16. La antigua Buthrotum, fundada por Héleno, hijo de Príamo, Príamo,
cia. Con los ojos clavados en el suelo, antes me los habría arran-
según Virgilio, se había convertido en la época en importante lugar es
tratégico
tratégic o aun que peligroso
pelig roso por la malaria,
malaria, que al parecer contrajo ( i cado que alzarlos y mirar a la señora, que debía adivinar el
sanova y contaba con un pequeño fuerte veneciano. estado de mi alma. Un instante después, su marido dijo fría-

4 14 415

mente que, de hecho, en su casa, tendría mucho más trabajo que A h, sí. Ya sabéis
sabéis que ha ha muerto nuestro ayudante y que ne-
con D. R., y que, además, era mayor honor servir al comandante cesitamos encontrar otro. A mi marido, que os aprecia y está
de las galeras que a un simple sopracomito. convencido de que el señor D. R. os deja plena libertad, se le ha
Casanova tiene razón añadió la señora F. con aire avisado. metido en la cabeza que vendríais si yo en persona os pido ese
Se habló de otras cosas y yo me fui a la antecámara para, lavor. ¿Se equivoca? Si aceptáis venir, tendréis este aposento.
echado en un sillón, reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir Me enseña entonces desde su ventana las de una estancia
 y tratar
tra tar de aclararm
acla rarm e. contigua a la que le servía a ella ella de dormito rio, situada de flanco,
Llegué a la conclusión de que el señor F. no podía haber so- siguiendo la esquina de tal manera que, para ve r tod o el interior,
licitado mis servicios al señor D. R. sin haber obtenido de ante- ni siquiera habría tenido que asomarme a la ventana. Como tar-
mano el consentimiento de la señora; y hasta podía ser que me daba en responderle me dijo que el señor D. R. no me aprecia-
hubiera reclamado a instancias de ella, lo cual adulaba en grado ría menos, y que, viéndome todos los días en casa de ella, no
sumo mi pasión. Pero mi honor no me permitía aceptar la pro- olvidaría mis intereses.
puesta sin antes estar seguro de complacer al señor D. R. ¿Cómo Decidme, pues, ¿queréis venir o no?
podía aceptarlo? Lo aceptaré cuando el señor D. R. me diga a Señora, no puedo.
las claras que, yéndome con el señor F., le hago un favor. El N o podéis. Qué raro. Sentaos.Sentaos. ¿Cóm o es que no no podéis si,
si,
asunto dependía del señor F. aceptando venir a nuestra casa, estáis seguro de complacer tam-
Esa misma noche, durante la gran procesión en que toda la bién al señor D. R.?
nobleza va a pie en honor de Jesucristo muerto en la cruz, me Si estuviera seguro de eso, no vacilaría un solo instante. Lo
tocó dar el brazo a la señora F., que no me dirigió la palabra en único que sé de sus labios es que me deja decidir.
ningún momento. En su desesperación, mi amor me hizo pasar ¿Teméis acaso desagradarle si venís a nuestra casa?
toda la noche sin pegar ojo. Temía que mi negativa hubiera sido Es posible.
tomada por una muestra de desprecio, y esa idea me traspasaba Estoy segura de todo lo contrario.
el alma. Al día siguiente no pude comer, y por la noche no dije Tened la bondad de hacer que me lo diga.
una sola palabra en la recepción. Me fui a dormir con escalo  Y en esc
esc caso ¿vendríais?
¿vendríais?
fríos, a los que siguió una fiebre que me tuvo postrado en cama ¡Ay! ¡Dios mío!
todo el día de Pascua.'7Como me sentía muy débil, el lunes no Tras esta exclamación que quizá decía demasiado, aparté rá-
habría salido de mi cuarto si un criado de la señora F. no hubiera pidamente la vista por miedo a verla sonrojarse. Pidió su man-
 ven ido a dec
d ecirm
irm e que querí
qu erí a hab lar conm
co nm igo . Le ord ené
en é dec irle tilla para ir a misa y, por primera vez, al bajar la escalera apoyó
que me había encontrado en cama, y que le asegurase que iría a su mano completamente desnuda en la mía. Mientras se ponía
 verla
 ver la de nt ro de una hora . los guantes me preguntó si tenía fiebre, porque mi mano estaba
Entro en su gabinete pálido como un muerto. Ella estaba ardiendo.
buscando algo con su doncella. Me ve descompuesto, pero no  Al salir
sal ir de la igl esia la ay ud é a subir
su bir al coch
c och e del
d el seño
se ñorr D. R.,
R. ,
me pregunta cómo estoy. Cuando su criada sale, me mira y re a quien encontramos por casualidad; y acto seguido me fui a mi
flexiona un instante como si quisiera recordar por qué me había cuarto, para respirar y dar rienda suelta a toda la alegría de
hecho llamar. mi alma, pues por fin el paso dado p or la señora F. me hacía ver
con toda claridad que me amaba. Estaba convencido de que iría
17. De 1745, antes del viaje a Const antin opla y tras una estancia en a vivir a su
su casa por orden misma del señor D. R.
Corfú.  ¡L o qu e es e l a m or ! Po r más qu e ha ya leí do cuan to p re te nd i
mente que, de hecho, en su casa, tendría mucho más trabajo que A h, sí. Ya sabéis
sabéis que ha ha muerto nuestro ayudante y que ne-
con D. R., y que, además, era mayor honor servir al comandante cesitamos encontrar otro. A mi marido, que os aprecia y está
de las galeras que a un simple sopracomito. convencido de que el señor D. R. os deja plena libertad, se le ha
Casanova tiene razón añadió la señora F. con aire avisado. metido en la cabeza que vendríais si yo en persona os pido ese
Se habló de otras cosas y yo me fui a la antecámara para, lavor. ¿Se equivoca? Si aceptáis venir, tendréis este aposento.
echado en un sillón, reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir Me enseña entonces desde su ventana las de una estancia
 y tratar
tra tar de aclararm
acla rarm e. contigua a la que le servía a ella ella de dormito rio, situada de flanco,
Llegué a la conclusión de que el señor F. no podía haber so- siguiendo la esquina de tal manera que, para ve r tod o el interior,
licitado mis servicios al señor D. R. sin haber obtenido de ante- ni siquiera habría tenido que asomarme a la ventana. Como tar-
mano el consentimiento de la señora; y hasta podía ser que me daba en responderle me dijo que el señor D. R. no me aprecia-
hubiera reclamado a instancias de ella, lo cual adulaba en grado ría menos, y que, viéndome todos los días en casa de ella, no
sumo mi pasión. Pero mi honor no me permitía aceptar la pro- olvidaría mis intereses.
puesta sin antes estar seguro de complacer al señor D. R. ¿Cómo Decidme, pues, ¿queréis venir o no?
podía aceptarlo? Lo aceptaré cuando el señor D. R. me diga a Señora, no puedo.
las claras que, yéndome con el señor F., le hago un favor. El N o podéis. Qué raro. Sentaos.Sentaos. ¿Cóm o es que no no podéis si,
si,
asunto dependía del señor F. aceptando venir a nuestra casa, estáis seguro de complacer tam-
Esa misma noche, durante la gran procesión en que toda la bién al señor D. R.?
nobleza va a pie en honor de Jesucristo muerto en la cruz, me Si estuviera seguro de eso, no vacilaría un solo instante. Lo
tocó dar el brazo a la señora F., que no me dirigió la palabra en único que sé de sus labios es que me deja decidir.
ningún momento. En su desesperación, mi amor me hizo pasar ¿Teméis acaso desagradarle si venís a nuestra casa?
toda la noche sin pegar ojo. Temía que mi negativa hubiera sido Es posible.
tomada por una muestra de desprecio, y esa idea me traspasaba Estoy segura de todo lo contrario.
el alma. Al día siguiente no pude comer, y por la noche no dije Tened la bondad de hacer que me lo diga.
una sola palabra en la recepción. Me fui a dormir con escalo  Y en esc
esc caso ¿vendríais?
¿vendríais?
fríos, a los que siguió una fiebre que me tuvo postrado en cama ¡Ay! ¡Dios mío!
todo el día de Pascua.'7Como me sentía muy débil, el lunes no Tras esta exclamación que quizá decía demasiado, aparté rá-
habría salido de mi cuarto si un criado de la señora F. no hubiera pidamente la vista por miedo a verla sonrojarse. Pidió su man-
 ven ido a dec
d ecirm
irm e que querí
qu erí a hab lar conm
co nm igo . Le ord ené
en é dec irle tilla para ir a misa y, por primera vez, al bajar la escalera apoyó
que me había encontrado en cama, y que le asegurase que iría a su mano completamente desnuda en la mía. Mientras se ponía
 verla
 ver la de nt ro de una hora . los guantes me preguntó si tenía fiebre, porque mi mano estaba
Entro en su gabinete pálido como un muerto. Ella estaba ardiendo.
buscando algo con su doncella. Me ve descompuesto, pero no  Al salir
sal ir de la igl esia la ay ud é a subir
su bir al coch
c och e del
d el seño
se ñorr D. R.,
R. ,
me pregunta cómo estoy. Cuando su criada sale, me mira y re a quien encontramos por casualidad; y acto seguido me fui a mi
flexiona un instante como si quisiera recordar por qué me había cuarto, para respirar y dar rienda suelta a toda la alegría de
hecho llamar. mi alma, pues por fin el paso dado p or la señora F. me hacía ver
con toda claridad que me amaba. Estaba convencido de que iría
17. De 1745, antes del viaje a Const antin opla y tras una estancia en a vivir a su
su casa por orden misma del señor D. R.
Corfú.  ¡L o qu e es e l a m or ! Po r más qu e ha ya leí do cuan to p re te nd i

4 16 417

ñora, atento y sumiso, sin aire alguno de la menor pretensión,


dos sabios
sabios han escrito
escrito sobre su naturaleza, por más que haya pen 
cenando a menudo a solas con ella, acompañándola a todas par-
sado sobre
sobre él a medida que me hacia hacia viejo, nunca admitiré que sea
sea
tes cuando el señor D. R. no podía, alojado a su lado y expuesto
ni bagatela ni vanidad. Es una especie de locura sobre la que la
a su vista cuando yo escribía y en todo momento, como ella a la
 filo sofí a no tiene ningú n pod er; una enf erm eda d a la q ue está su
mía.
 jet o e l hombr e a toda edad , y q ue es incur able si ataca en la veje z.
Transcurrieron tres semanas sin que mi nueva morada pro-
 ¡A m or in de fin ible ! ¡Dios de la n atu ralez a! No hay amarg ura más
curase el menor alivio a mi ardor. Lo único que me atrevía a pen-
dulce ni dulzur a más amarga.
amarga. Monstruo div ino que sólo se puede
sar para no perder la esperanza era que su amor aún no tenía
defin ir con paradojas.
paradojas.
Dos días después de mi breve coloquio con la señora F., el suficiente fuerza para vencer su orgullo. Lo esperaba todo de la
ocasión propicia, aguardaba esa ocasión, contaba con ella, ple-
señor D. R. me ordenó ir a servir al señor F. en su galera, que
namente decidido a no envilecer a la criatura que amaba desc ui-
debía dirigirse
dirigirse a G ouin ,1*d onde se detendría cinco o seis días.
días.
dándola. E l enamorado que no sabe coger la fortun a por los pelos pelos
Hago a escape mi equipaje y c orro a presentarme al señor F., di
que lleva en la frente, está perdido.
ciéndole que estaba encantado de verme a sus órdenes. Me res-
Pero me desagradaba la distinción con que me honraba en
ponde que también él estaba muy satisfecho, y nos hacemos a la
público, mientras en privado se mostraba avara de cualquier
mar sin ver a la señora, que aún dormía.
amabilidad: yo deseaba lo contrario. Todo el mundo me creía
Cinco días después regresamos a Corfú y acompaño al señor
afortunado, pe ro como mi amor era puro, en él no entraba la va-
F. a su casa, pensando en volver enseguida con el señor D. R.
nidad.
después de haberle preguntado si ordenaba alguna cosa más.
Tenéis enemigos m e dijo un día; pero anoche, asumiendo
asumiendo
Pero en ese mismo instante aparece el señor D. R. en botas: entra
 y, de spu és de habe rle d ich o «Benvenuto»,'*  le
  le pregunta si estaba  vue stra def ens a, los hice callar.
Son envidiosos, señora, a los que, si supieran todo, les daría
satisfecho conmigo. Acto seguido me hace la misma pregunta, y
lástima y de los que fácilmente podríais librarme.
como ambos estábamos satisfechos uno del otro, me dice que
¿Por qué ibais a darles lástima, y cómo conseguiré libraros
puedo estar segur o de comp lacerlo si me quedo a las las órdenes de
de ellos?
F. Obedezco con un aire en que se mezclan sumisión y satisfac
Yo les daría lástima porque me consumo de amor, y vos me
ción, y acto seguido el señor F. manda que me lleven a mi apo
libraríais de ellos si me tratáis mal. Entonces nadie me odiaría.
sentó, el mismo que la señora F. me había enseñado. En menos
¿Seríais acaso menos sensible a mi maltrato que al odio de
de una hora hago trasladar a él mi pequeño equipaje, y al ano
los malvados?
checer voy a la recepción. Al verme entrar, la señora F. me dice
Sí, señora, siempre que el maltrato público fuera compen-
en voz alta que acaba de enterarse de que me alojo en su casa,
sado por vuestras bondades en privado; pues, en la dicha que
cosa que la alegraba mucho. Le hice una profunda reverencia.
Heme , pues, com o la salamandra, en el fuego en que deseaba
deseaba siento de pcrtencceros, no me anima ningún sentimiento de va-
nidad. Que me compadezcan, que yo estaré contento siempre
arder. Nada más levantarme estaba condenado a presentarme en
que se equivoquen.
la antecámara del señor, y con frecuencia a las órdenes de la se
N un ca podré representar
representar ese papel
papel..
18. Forma arcaica de Govino, bahía a 7 kilómetros al noroeste d<  A men udo me situ aba d etrá s de las cor tina s de la ventan a más
Corfú, convertida por los venecianos, tras el asalto turco de 1716, en alejada de las de su dormitorio para contemplarla cuando pen-
puerto militar con negocios, arsenales y canteras; sin embargo, la 111.1 saba que no la veía nadie. Habría podido verla levantarse de la
laria acabó con él. cama, y gozar de ella en mi imaginación enamorada; y ella habría
19. «Sed bienvenido.»
ñora, atento y sumiso, sin aire alguno de la menor pretensión,
dos sabios
sabios han escrito
escrito sobre su naturaleza, por más que haya pen 
cenando a menudo a solas con ella, acompañándola a todas par-
sado sobre
sobre él a medida que me hacia hacia viejo, nunca admitiré que sea
sea
tes cuando el señor D. R. no podía, alojado a su lado y expuesto
ni bagatela ni vanidad. Es una especie de locura sobre la que la
a su vista cuando yo escribía y en todo momento, como ella a la
 filo sofí a no tiene ningú n pod er; una enf erm eda d a la q ue está su
mía.
 jet o e l hombr e a toda edad , y q ue es incur able si ataca en la veje z.
Transcurrieron tres semanas sin que mi nueva morada pro-
 ¡A m or in de fin ible ! ¡Dios de la n atu ralez a! No hay amarg ura más
curase el menor alivio a mi ardor. Lo único que me atrevía a pen-
dulce ni dulzur a más amarga.
amarga. Monstruo div ino que sólo se puede
sar para no perder la esperanza era que su amor aún no tenía
defin ir con paradojas.
paradojas.
Dos días después de mi breve coloquio con la señora F., el suficiente fuerza para vencer su orgullo. Lo esperaba todo de la
ocasión propicia, aguardaba esa ocasión, contaba con ella, ple-
señor D. R. me ordenó ir a servir al señor F. en su galera, que
namente decidido a no envilecer a la criatura que amaba desc ui-
debía dirigirse
dirigirse a G ouin ,1*d onde se detendría cinco o seis días.
días.
dándola. E l enamorado que no sabe coger la fortun a por los pelos pelos
Hago a escape mi equipaje y c orro a presentarme al señor F., di
que lleva en la frente, está perdido.
ciéndole que estaba encantado de verme a sus órdenes. Me res-
Pero me desagradaba la distinción con que me honraba en
ponde que también él estaba muy satisfecho, y nos hacemos a la
público, mientras en privado se mostraba avara de cualquier
mar sin ver a la señora, que aún dormía.
amabilidad: yo deseaba lo contrario. Todo el mundo me creía
Cinco días después regresamos a Corfú y acompaño al señor
afortunado, pe ro como mi amor era puro, en él no entraba la va-
F. a su casa, pensando en volver enseguida con el señor D. R.
nidad.
después de haberle preguntado si ordenaba alguna cosa más.
Tenéis enemigos m e dijo un día; pero anoche, asumiendo
asumiendo
Pero en ese mismo instante aparece el señor D. R. en botas: entra
 y, de spu és de habe rle d ich o «Benvenuto»,'*  le
  le pregunta si estaba  vue stra def ens a, los hice callar.
Son envidiosos, señora, a los que, si supieran todo, les daría
satisfecho conmigo. Acto seguido me hace la misma pregunta, y
lástima y de los que fácilmente podríais librarme.
como ambos estábamos satisfechos uno del otro, me dice que
¿Por qué ibais a darles lástima, y cómo conseguiré libraros
puedo estar segur o de comp lacerlo si me quedo a las las órdenes de
de ellos?
F. Obedezco con un aire en que se mezclan sumisión y satisfac
Yo les daría lástima porque me consumo de amor, y vos me
ción, y acto seguido el señor F. manda que me lleven a mi apo
libraríais de ellos si me tratáis mal. Entonces nadie me odiaría.
sentó, el mismo que la señora F. me había enseñado. En menos
¿Seríais acaso menos sensible a mi maltrato que al odio de
de una hora hago trasladar a él mi pequeño equipaje, y al ano
los malvados?
checer voy a la recepción. Al verme entrar, la señora F. me dice
Sí, señora, siempre que el maltrato público fuera compen-
en voz alta que acaba de enterarse de que me alojo en su casa,
sado por vuestras bondades en privado; pues, en la dicha que
cosa que la alegraba mucho. Le hice una profunda reverencia.
Heme , pues, com o la salamandra, en el fuego en que deseaba
deseaba siento de pcrtencceros, no me anima ningún sentimiento de va-
nidad. Que me compadezcan, que yo estaré contento siempre
arder. Nada más levantarme estaba condenado a presentarme en
que se equivoquen.
la antecámara del señor, y con frecuencia a las órdenes de la se
N un ca podré representar
representar ese papel
papel..
18. Forma arcaica de Govino, bahía a 7 kilómetros al noroeste d<  A men udo me situ aba d etrá s de las cor tina s de la ventan a más
Corfú, convertida por los venecianos, tras el asalto turco de 1716, en alejada de las de su dormitorio para contemplarla cuando pen-
puerto militar con negocios, arsenales y canteras; sin embargo, la 111.1 saba que no la veía nadie. Habría podido verla levantarse de la
laria acabó con él. cama, y gozar de ella en mi imaginación enamorada; y ella habría
19. «Sed bienvenido.»
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podido conceder ese alivio a mi ardor sin comprometerse en ab- enamorado encuentra a la persona que ama indigna, odiosa y
soluto, pues bien podía dispensarse de adivinar que yo la ace- despreciable. Cuando vinieron a llamarme para la cena, dije que
chaba. Eso era, sin embargo, lo que ella no hacía, aunque yo estaba enfermo. No pude dormir, y, curioso por ver qué me ocu-
tuviera la impresión de que mandaba abrir sus ventanas sólo rriría, seguí en la
la cama y dije que estaba enfermo cuan do me lla-
para atormentarme. La veía en la cama. Su doncella iba a ves- maron a comer.
comer. Po r la noche me alegró encontrarm e sin fuerzas.
tirla colocándose delante de tal modo que yo dejaba de verla. Si Cuan do el señor F. vino a verme, me libré de él él diciendo que era
después de levantarse del lecho se asomaba a la ventana para ver un violento dolor de cabeza, a los que era propenso, y del que
qué tiempo hacía, no miraba a las de mi cuarto. Estaba seguro de sólo me curaría el ayuno.
que sabía que yo la veía, pero no quería darme la menor satis- Hacia las once, la señora y el señor D. R. entran en mi cuarto.
facción de hacer un movimiento que pudiera hacerme suponer ¿Qué os ocurre, mi pobre Casanova? me dice ella.
que pensaba en mí. Un fuerte dolor de cabeza, señora, del que mañana estaré
Un día que su doncella estaba cortándole las puntas abiertas curado.
de sus largos cabellos, recogí y deposité en el tocador todos los ¿P or qué queréis esperar a mañana? mañana? Tenéis
Tenéis que curaros en-
mechones que habían caído al suelo, excepto unos pocos que me seguida. He mandado que os preparen un caldo y dos huevos
guardé en el bolsillo totalmente convencido de que no se daría frescos.
cuenta.
cuenta. E n cuanto la criada se marchó, me dijo con dulzura, pero N o, señora. Sólo
Sólo el ayuno puede curarme.
con bastante firmeza, que sacase del bolsillo los mechones que Tien e razón dijo el señor D. R .; conozco esa enfermedad. enfermedad.
había recogido. Lo encontré excesivo, me pareció injusto, cruel Mientras el señor D. R . examinaba un dibujo que había sobre
 y fuera
fue ra de lugar. Tem blan do de d esp ech o más aú n que de c ólera , mi mesa, ella aprovechó ese momento para decirme que le en-
obedecí, pero arrojando los mechones sobre su tocador con el cantaría verme tomar un caldo, pues debía de estar extenuado.
aire más desdeñoso. Le respondí que había que dejar morir a los que eran insolentes
Seño r, sois insolente. con ella. Sólo me contestó poniendo en mi mano un paquetito;
Por una vez, señora, habríais podido fingir que no habíais luego fue a ver el dibujo.
 vis to mi hurto
hu rto .  A br o el paquet
paq uet e y veo
ve o que con tien e uno s mec hon es. Lo es -
E s muy m olesto
olesto fingi
fingir.
r. condo a escape bajo la manta; pero en un instante la sangre se me
¿Q ué negrura de almaalma podía haceros sospechar un hurto tan
tan sube a la cabeza de tal manera que me asusto. Pido agua fresca.
pueril? La señora acude con el señor D. R., y ambos quedan sorprendi-
Ninguna, pero sí unos sentimientos hacia mí que no os esta dos al ver mi cara
cara toda encendida cuando un momen to antes pa-
permitido tener. recía la
la de un muerto. Ella echa en el agua que yo iba a beber un
Sólo pueden prohibírmelos el odio o el orgullo. Si tuvierais  vaso de agua
agu a de c a r m e li t a s ,l a bebo,
be bo, y al inst ante vomi
vo mi to to do
corazón no seríais víctima ni del uno ni del otro; pero sólo tenéis el agua junto con la bilis. Enseg uida me encuentro mejor, y pido
cerebro, y debe de ser malvado, pues se complace en humill.u algo de comer. Ella me sonríe: llega la doncella con una sopa y
Habéis descubierto mi secreto, pero a cambio os he conocido .1 dos huevos que como con avidez, luego me río con ellos y les
fondo. Mi descubrimiento me será más útil que el vuestro; 1.1I cuento a propósito la historia de Pandolfin.11 El señor D. R.
 vez me vuelv
vu elv a pruden
pru den te. creía asistir a un milagro mientras yo veía en la cara de la señora
Tras este despropósito salí, y, al no oír que me llamase, me luí 20. Agua de melisa cuya fabricación era un secreto de los carmeli-
a mi cuarto, donde, c onfiand o en que el sueño podría calmarme,
calmarme, tas. Estuvo muy en boga en el siglo XVI I I .
me desnudé y me metí en la cama. En momentos como ésos, un 21. Probable diminutivo de Pandolfo, tipo de la comedia italiana
podido conceder ese alivio a mi ardor sin comprometerse en ab- enamorado encuentra a la persona que ama indigna, odiosa y
soluto, pues bien podía dispensarse de adivinar que yo la ace- despreciable. Cuando vinieron a llamarme para la cena, dije que
chaba. Eso era, sin embargo, lo que ella no hacía, aunque yo estaba enfermo. No pude dormir, y, curioso por ver qué me ocu-
tuviera la impresión de que mandaba abrir sus ventanas sólo rriría, seguí en la
la cama y dije que estaba enfermo cuan do me lla-
para atormentarme. La veía en la cama. Su doncella iba a ves- maron a comer.
comer. Po r la noche me alegró encontrarm e sin fuerzas.
tirla colocándose delante de tal modo que yo dejaba de verla. Si Cuan do el señor F. vino a verme, me libré de él él diciendo que era
después de levantarse del lecho se asomaba a la ventana para ver un violento dolor de cabeza, a los que era propenso, y del que
qué tiempo hacía, no miraba a las de mi cuarto. Estaba seguro de sólo me curaría el ayuno.
que sabía que yo la veía, pero no quería darme la menor satis- Hacia las once, la señora y el señor D. R. entran en mi cuarto.
facción de hacer un movimiento que pudiera hacerme suponer ¿Qué os ocurre, mi pobre Casanova? me dice ella.
que pensaba en mí. Un fuerte dolor de cabeza, señora, del que mañana estaré
Un día que su doncella estaba cortándole las puntas abiertas curado.
de sus largos cabellos, recogí y deposité en el tocador todos los ¿P or qué queréis esperar a mañana? mañana? Tenéis
Tenéis que curaros en-
mechones que habían caído al suelo, excepto unos pocos que me seguida. He mandado que os preparen un caldo y dos huevos
guardé en el bolsillo totalmente convencido de que no se daría frescos.
cuenta.
cuenta. E n cuanto la criada se marchó, me dijo con dulzura, pero N o, señora. Sólo
Sólo el ayuno puede curarme.
con bastante firmeza, que sacase del bolsillo los mechones que Tien e razón dijo el señor D. R .; conozco esa enfermedad. enfermedad.
había recogido. Lo encontré excesivo, me pareció injusto, cruel Mientras el señor D. R . examinaba un dibujo que había sobre
 y fuera
fue ra de lugar. Tem blan do de d esp ech o más aú n que de c ólera , mi mesa, ella aprovechó ese momento para decirme que le en-
obedecí, pero arrojando los mechones sobre su tocador con el cantaría verme tomar un caldo, pues debía de estar extenuado.
aire más desdeñoso. Le respondí que había que dejar morir a los que eran insolentes
Seño r, sois insolente. con ella. Sólo me contestó poniendo en mi mano un paquetito;
Por una vez, señora, habríais podido fingir que no habíais luego fue a ver el dibujo.
 vis to mi hurto
hu rto .  A br o el paquet
paq uet e y veo
ve o que con tien e uno s mec hon es. Lo es -
E s muy m olesto
olesto fingi
fingir.
r. condo a escape bajo la manta; pero en un instante la sangre se me
¿Q ué negrura de almaalma podía haceros sospechar un hurto tan
tan sube a la cabeza de tal manera que me asusto. Pido agua fresca.
pueril? La señora acude con el señor D. R., y ambos quedan sorprendi-
Ninguna, pero sí unos sentimientos hacia mí que no os esta dos al ver mi cara
cara toda encendida cuando un momen to antes pa-
permitido tener. recía la
la de un muerto. Ella echa en el agua que yo iba a beber un
Sólo pueden prohibírmelos el odio o el orgullo. Si tuvierais  vaso de agua
agu a de c a r m e li t a s ,l a bebo,
be bo, y al inst ante vomi
vo mi to to do
corazón no seríais víctima ni del uno ni del otro; pero sólo tenéis el agua junto con la bilis. Enseg uida me encuentro mejor, y pido
cerebro, y debe de ser malvado, pues se complace en humill.u algo de comer. Ella me sonríe: llega la doncella con una sopa y
Habéis descubierto mi secreto, pero a cambio os he conocido .1 dos huevos que como con avidez, luego me río con ellos y les
fondo. Mi descubrimiento me será más útil que el vuestro; 1.1I cuento a propósito la historia de Pandolfin.11 El señor D. R.
 vez me vuelv
vu elv a pruden
pru den te. creía asistir a un milagro mientras yo veía en la cara de la señora
Tras este despropósito salí, y, al no oír que me llamase, me luí 20. Agua de melisa cuya fabricación era un secreto de los carmeli-
a mi cuarto, donde, c onfiand o en que el sueño podría calmarme,
calmarme, tas. Estuvo muy en boga en el siglo XVI I I .
me desnudé y me metí en la cama. En momentos como ésos, un 21. Probable diminutivo de Pandolfo, tipo de la comedia italiana

42 0 42 1

F. amor, piedad y arrepentimiento. Si el señor D. R. no hubiera guró mi inminente felicidad. Me ha despedido, me dije, porque
estado presente, esa habría sido la ocasión de mi felicidad; pero ha previsto que, de seguir a solas con ella, le hubiera pedido una
estaba convencido de que sólo se aplazaba. Tras haberlos entre- recompensa o, por lo menos, unas arras que no habría podido
tenido media hora con cuentos maravillosos, el señor D. R. le negarme.
dijo a la señora que, si no me hubiera visto vomitar, creería fin- Feliz por la posesión de sus cabellos, consulté a mi amor para
gida mi enfermedad, pues, en su opinión, era imposible pasar saber lo que debía hacer. Para reparar la falta que había cometido
con tanta rapidez de la tristeza a la alegría. al privarme de los pequeños mechones que yo había recogido,
Es la virtud de mi agua dijo la señora mirándome, y voy me dio una cantidad lo bastante grande para hacer una trenza.
a dejaros el frasco. Tenían vara y media de longitud. T ras decidir lo qu e debía hacer,
hacer,
Llev áos lo, señora, porque sin sin vuestra presencia el agua
agua ca- fui a casa de un confitero judío cuya hija bordaba. Le encargué
rece de virtud. que bordase con el pelo las cuatro iniciales de nuestros nombres
También y o lo creo dijo el señor. Y por eso voy a dejaros dejaros sobre una pulsera de raso verde, y empleé el resto en hacer una
aquí con el enfermo. larga trenza que parecía un delgado cordoncillo. En una de las
N o, no, ahora tiene
tiene que dormir. puntas había una cinta negra, y en la otra, la cinta, cosida y do-
Dormí profundamente; pero soñando con ella de un modo blada en dos, formaba un lazo que era en realidad un nudo
tan intenso que tal vez la realidad no hubiera podido ser más de- corredizo excelente para ahorcarme si el amor me hubiera redu-
liciosa. Había avanzado mucho. Treinta y cuatro horas de ayuno cido a la desesperación. Me puse ese cordón alrededor del cue-
me habían permitido obtener el derecho de hablarle de amor llo, sobre la piel, dándole cuatro vueltas. De una pequeña parte
abiertamente. El regalo de sus mechones sólo podía indicar una de sus mismos cabellos hice una especie de polvo cortándolos
cosa: que le agradaba que siguiese amándola. con tijeras muy finas en trozos muy menudos. Pedí al judío que
 Al
 A l día sigu ien te, despu
de spu és de habe rme pre sen tad o al señ
s eñor
or F , los empastase en mi presencia en azúcar con esencias de ámbar,“
fui a esperar en el cuarto de la doncella, porque la señora aún de angélica,
angélica, de vainilla,
vainilla, de
de alquermes1* y de estoraque .'4 Y no
dormía. Tuve el placer de oírla reír cuando supo que yo estaba me marché hasta
hasta que no me entregó mis grageas hechas con esos
allí. Me hizo entrar para decirm e, sin darme tiempo p ara hacerle hacerle ingredientes. También mandé hacer otras de igual forma y sus-
el menor cumplido, que la alegraba verme con buena salud, y tancia, salvo que no tenían cabellos. Metí las que los tenían en
que debía ir a dar los buenos días al señor D. R. de su parte. una bella caja de cristal de roca, y las otras en una de concha de
Una mujer hermosa está cien veces más deslumbrante tortuga.
cuando sale del sueño que cuando sale del tocador, y no sólo a Despué s del regalo que me había hecho de sus cabellos, ya no
ojos de un enamorado, sino a los de todos los que puedan verl.t perdía el tiempo con ella contándole historias: sólo le hablaba
en ese momento. Al decirme que me fuera, la señora F. inundo de mi pasión y de mis deseos. Le hacía ver que debía desterrar-
mi alma con los rayos que salían de su divino rostro con la me de su presencia o hacerme feliz; pero no se decidía. Me re-
misma rapidez que cuando el Sol derrama la luz sobre el uni plicaba que sólo podíamos ser felices absteniéndonos de violar
 vers
 ve rso.
o. Pes e a ello,
ell o, cuan
cu anto
to más herm
he rmosa
osa es una muj er, más ap ego
siente por su tocador. Siempre se quiere sacar más partido de lo n .   Producto de las secreciones intestinales de los cachalotes, el
que se tiene. La ord en que la señora F. me dio de dejarla me ase ase ámbar se utilizaba en la preparación de perfumes.
23. Licor de sabor dulce y color rojo vivo, que recibía su nombre
del quermes, animal empleado para su coloración roja.
que ya había dado título a una ópera de Giuseppc Scolari (1745) y a un 24. Sustancia
S ustancia aromática resinosa que se extraía de la corteza hervida
interme/./.o de G. A. Hassc (1739), ambos estrenados en Vcnecia. del árbol homónimo.
F. amor, piedad y arrepentimiento. Si el señor D. R. no hubiera guró mi inminente felicidad. Me ha despedido, me dije, porque
estado presente, esa habría sido la ocasión de mi felicidad; pero ha previsto que, de seguir a solas con ella, le hubiera pedido una
estaba convencido de que sólo se aplazaba. Tras haberlos entre- recompensa o, por lo menos, unas arras que no habría podido
tenido media hora con cuentos maravillosos, el señor D. R. le negarme.
dijo a la señora que, si no me hubiera visto vomitar, creería fin- Feliz por la posesión de sus cabellos, consulté a mi amor para
gida mi enfermedad, pues, en su opinión, era imposible pasar saber lo que debía hacer. Para reparar la falta que había cometido
con tanta rapidez de la tristeza a la alegría. al privarme de los pequeños mechones que yo había recogido,
Es la virtud de mi agua dijo la señora mirándome, y voy me dio una cantidad lo bastante grande para hacer una trenza.
a dejaros el frasco. Tenían vara y media de longitud. T ras decidir lo qu e debía hacer,
hacer,
Llev áos lo, señora, porque sin sin vuestra presencia el agua
agua ca- fui a casa de un confitero judío cuya hija bordaba. Le encargué
rece de virtud. que bordase con el pelo las cuatro iniciales de nuestros nombres
También y o lo creo dijo el señor. Y por eso voy a dejaros dejaros sobre una pulsera de raso verde, y empleé el resto en hacer una
aquí con el enfermo. larga trenza que parecía un delgado cordoncillo. En una de las
N o, no, ahora tiene
tiene que dormir. puntas había una cinta negra, y en la otra, la cinta, cosida y do-
Dormí profundamente; pero soñando con ella de un modo blada en dos, formaba un lazo que era en realidad un nudo
tan intenso que tal vez la realidad no hubiera podido ser más de- corredizo excelente para ahorcarme si el amor me hubiera redu-
liciosa. Había avanzado mucho. Treinta y cuatro horas de ayuno cido a la desesperación. Me puse ese cordón alrededor del cue-
me habían permitido obtener el derecho de hablarle de amor llo, sobre la piel, dándole cuatro vueltas. De una pequeña parte
abiertamente. El regalo de sus mechones sólo podía indicar una de sus mismos cabellos hice una especie de polvo cortándolos
cosa: que le agradaba que siguiese amándola. con tijeras muy finas en trozos muy menudos. Pedí al judío que
 Al
 A l día sigu ien te, despu
de spu és de habe rme pre sen tad o al señ
s eñor
or F , los empastase en mi presencia en azúcar con esencias de ámbar,“
fui a esperar en el cuarto de la doncella, porque la señora aún de angélica,
angélica, de vainilla,
vainilla, de
de alquermes1* y de estoraque .'4 Y no
dormía. Tuve el placer de oírla reír cuando supo que yo estaba me marché hasta
hasta que no me entregó mis grageas hechas con esos
allí. Me hizo entrar para decirm e, sin darme tiempo p ara hacerle hacerle ingredientes. También mandé hacer otras de igual forma y sus-
el menor cumplido, que la alegraba verme con buena salud, y tancia, salvo que no tenían cabellos. Metí las que los tenían en
que debía ir a dar los buenos días al señor D. R. de su parte. una bella caja de cristal de roca, y las otras en una de concha de
Una mujer hermosa está cien veces más deslumbrante tortuga.
cuando sale del sueño que cuando sale del tocador, y no sólo a Despué s del regalo que me había hecho de sus cabellos, ya no
ojos de un enamorado, sino a los de todos los que puedan verl.t perdía el tiempo con ella contándole historias: sólo le hablaba
en ese momento. Al decirme que me fuera, la señora F. inundo de mi pasión y de mis deseos. Le hacía ver que debía desterrar-
mi alma con los rayos que salían de su divino rostro con la me de su presencia o hacerme feliz; pero no se decidía. Me re-
misma rapidez que cuando el Sol derrama la luz sobre el uni plicaba que sólo podíamos ser felices absteniéndonos de violar
 vers
 ve rso.
o. Pes e a ello,
ell o, cuan
cu anto
to más herm
he rmosa
osa es una muj er, más ap ego
siente por su tocador. Siempre se quiere sacar más partido de lo n .   Producto de las secreciones intestinales de los cachalotes, el
que se tiene. La ord en que la señora F. me dio de dejarla me ase ase ámbar se utilizaba en la preparación de perfumes.
23. Licor de sabor dulce y color rojo vivo, que recibía su nombre
del quermes, animal empleado para su coloración roja.
que ya había dado título a una ópera de Giuseppc Scolari (1745) y a un 24. Sustancia
S ustancia aromática resinosa que se extraía de la corteza hervida
interme/./.o de G. A. Hassc (1739), ambos estrenados en Vcnecia. del árbol homónimo.

42 2 4*3

nuestros deberes. Cuando me arrojaba a sus pies para obtener de cuencia de vuestros sofismas. Los dos moriremos dentro de
antemano su total perdón por la violencia que iba a cometer con poco, vos de consunción, yo de inanición, inanición, porque me veo ob li-
ella, me rechazaba con una fuerza mu y sup erior a la que hubiera
hubiera gado a gozar de vuestro fantasma día y noche, siempre, en todas
podido emplear la más vigorosa de todas las mujeres para re- partes, excepto cuando estoy en vuestra presencia.
chazar los ataques del amante más emprendedor. Me decía, sin  Vién
 Vi én do la est upefa
up efa cta
ct a y en ter necid
ne cid a po r est as palabr
pal abr as, cr eí
cólera ni tono imperativo, con una dulzura divina y unos ojos que había llegado el momento de la felicidad, y ya le pasaba mi
llenos de amor, sin apenas defenderse: brazo derecho alrededor de la cintura, y mi brazo izquierdo iba
N o , mi querido amigo, moderaos, no abuséis de mi cariño.cariño. a apoderarse de... cuando el centinela dio los dos golpes. Me
No os pido que me respetéis, sino que me protejáis, porque os compongo la ropa, me levanto, me sitúo de pie ante ella y apa-
amo. rece el señor D. R., que esta vez me vio de tan buen humor que
M e amáis, ¿y nunca os decidiréis a que seamos felices?
felices? No se quedó con nosotros hasta la una de la noche.
es creíble ni natural. Me obligáis a pensar que no me amáis. Mis grageas empezaban a dar que hablar. La señora, el señor
Dejad que pose un solo instante mis labios en los vuestros, y os D. R. y yo éramos los únicos que teníamos las bomboneras lle-
prometo no exigir más. más. nas; yo las administraba con avaricia y nadie se atrevía a pedirme pedirme
N o , porque nuestros deseos aumentarí
aumentarían
an y nos sentiríamos
sentiríamos porque había dicho que eran muy caras y que no había en Corfú
más infelices todavía. un químico capaz de analizarlas. De mi caja de cristal no daba a
De esta forma me condenaba a la desesperación, y luego se nadie, y la señora F. lo había notado. Desde luego no creía yo
lamentaba de no encontrar en mí, cuando estábamos en socie- que fueran un filtro amoroso, ni que unos cabellos pudieran vol-
dad, ni aquel ingenio ni aquella alegría que tanto le habían agra  ver las más ex qu isit as,as , pe ro el am or las co nv er tía en prec
pr ecios
ios as
dado a mi regreso de Constantinopla. El señor D. R., que a para mí. Gozaba pensando que comía algo que era ella. La se-
menudo discutía conmigo, me decía por gentileza que yo adel adel ñora F. enloquecía por mis grageas. Aseguraba que eran un
gazaba a ojos vistas. remedio universal, y, como su autor le pertenecía, no se preo-
Un d ía, la señora F. me dijo que aque llo le desagradaba, poi cupaba por saber de qué estaban hechas; pero como había había ob -
que, cuando los maliciosos se fijaran, podrían pensar que me tra servado varias veces que y o só lo daba de la caja de concha, y que
taba mal. sólo yo c omía las de la caja de cristal, me preguntó el motivo. L e
¡Extraña idea que no parece lógica, y que, sin embargo, era respondí, sin pensarlo, que en las que yo comía había algo que
la de una mujer enamorada! Escribí con este motivo un idilio en me obligaba a amarla.
forma de égloga, que aún hoy me hace llorar cuando lo Ico. N o lo creo; pero, entonces,
entonces, ¿son distinta
distintass de las que yo como?
¡P er o cóm o! le dije. ¿Adm itís entonces
entonces la injust
injustici
iciaa de Son iguales, salvo que el ingrediente que obliga a amaros
 vues
 vu estro
tro pro ced er, ya que
qu e tem éis que el mu ndo
nd o la adi vine?
vin e? Sin solo está en las mías.
guiar temor de una inteligencia divina que no puede ponerse de i H ac ed el favor de decirme qué ingrediente es ése.
acuerdo con su propio corazón enamorado. ¿Os encantaría en Es un secreto que no puedo revelaros.
tonces verme gordo y rubicundo, aunque los demás pudieran Pu es no volveré a comer vuestras grageas. grageas.
pensar que se debía al celestial alimento que daríais a mi amni ’  Y dic ien do esto
es to s e levan
le vanta,
ta, va a vac iar su bom bone
bo nera,
ra, la llena
Q ue lo piensen,
piensen, siempre que no sea cierto. de chocolatinas y a continuación me pone mala cara. Hace lo
¡Q u é contr adicción! ¿S ería posible que yo no os ama amauiui,, mismo los días siguientes, evitando quedarse a solas conmigo.
dado lo poco naturales que parecen estas contradicciones? P<m I'.sta reacción me apena, me entristece, pero no puedo resol-
también vos adelgazáis, y debo deciros lo que ocurrirá a conso  verme a decd ecirle
irle que esto
es to y comi
co mien
en do encan
en can tad o sus cabello
cab ello s.
nuestros deberes. Cuando me arrojaba a sus pies para obtener de cuencia de vuestros sofismas. Los dos moriremos dentro de
antemano su total perdón por la violencia que iba a cometer con poco, vos de consunción, yo de inanición, inanición, porque me veo ob li-
ella, me rechazaba con una fuerza mu y sup erior a la que hubiera
hubiera gado a gozar de vuestro fantasma día y noche, siempre, en todas
podido emplear la más vigorosa de todas las mujeres para re- partes, excepto cuando estoy en vuestra presencia.
chazar los ataques del amante más emprendedor. Me decía, sin  Vién
 Vi én do la est upefa
up efa cta
ct a y en ter necid
ne cid a po r est as palabr
pal abr as, cr eí
cólera ni tono imperativo, con una dulzura divina y unos ojos que había llegado el momento de la felicidad, y ya le pasaba mi
llenos de amor, sin apenas defenderse: brazo derecho alrededor de la cintura, y mi brazo izquierdo iba
N o , mi querido amigo, moderaos, no abuséis de mi cariño.cariño. a apoderarse de... cuando el centinela dio los dos golpes. Me
No os pido que me respetéis, sino que me protejáis, porque os compongo la ropa, me levanto, me sitúo de pie ante ella y apa-
amo. rece el señor D. R., que esta vez me vio de tan buen humor que
M e amáis, ¿y nunca os decidiréis a que seamos felices?
felices? No se quedó con nosotros hasta la una de la noche.
es creíble ni natural. Me obligáis a pensar que no me amáis. Mis grageas empezaban a dar que hablar. La señora, el señor
Dejad que pose un solo instante mis labios en los vuestros, y os D. R. y yo éramos los únicos que teníamos las bomboneras lle-
prometo no exigir más. más. nas; yo las administraba con avaricia y nadie se atrevía a pedirme pedirme
N o , porque nuestros deseos aumentarí
aumentarían
an y nos sentiríamos
sentiríamos porque había dicho que eran muy caras y que no había en Corfú
más infelices todavía. un químico capaz de analizarlas. De mi caja de cristal no daba a
De esta forma me condenaba a la desesperación, y luego se nadie, y la señora F. lo había notado. Desde luego no creía yo
lamentaba de no encontrar en mí, cuando estábamos en socie- que fueran un filtro amoroso, ni que unos cabellos pudieran vol-
dad, ni aquel ingenio ni aquella alegría que tanto le habían agra  ver las más ex qu isit as,as , pe ro el am or las co nv er tía en prec
pr ecios
ios as
dado a mi regreso de Constantinopla. El señor D. R., que a para mí. Gozaba pensando que comía algo que era ella. La se-
menudo discutía conmigo, me decía por gentileza que yo adel adel ñora F. enloquecía por mis grageas. Aseguraba que eran un
gazaba a ojos vistas. remedio universal, y, como su autor le pertenecía, no se preo-
Un d ía, la señora F. me dijo que aque llo le desagradaba, poi cupaba por saber de qué estaban hechas; pero como había había ob -
que, cuando los maliciosos se fijaran, podrían pensar que me tra servado varias veces que y o só lo daba de la caja de concha, y que
taba mal. sólo yo c omía las de la caja de cristal, me preguntó el motivo. L e
¡Extraña idea que no parece lógica, y que, sin embargo, era respondí, sin pensarlo, que en las que yo comía había algo que
la de una mujer enamorada! Escribí con este motivo un idilio en me obligaba a amarla.
forma de égloga, que aún hoy me hace llorar cuando lo Ico. N o lo creo; pero, entonces,
entonces, ¿son distinta
distintass de las que yo como?
¡P er o cóm o! le dije. ¿Adm itís entonces
entonces la injust
injustici
iciaa de Son iguales, salvo que el ingrediente que obliga a amaros
 vues
 vu estro
tro pro ced er, ya que
qu e tem éis que el mu ndo
nd o la adi vine?
vin e? Sin solo está en las mías.
guiar temor de una inteligencia divina que no puede ponerse de i H ac ed el favor de decirme qué ingrediente es ése.
acuerdo con su propio corazón enamorado. ¿Os encantaría en Es un secreto que no puedo revelaros.
tonces verme gordo y rubicundo, aunque los demás pudieran Pu es no volveré a comer vuestras grageas. grageas.
pensar que se debía al celestial alimento que daríais a mi amni ’  Y dic ien do esto
es to s e levan
le vanta,
ta, va a vac iar su bom bone
bo nera,
ra, la llena
Q ue lo piensen,
piensen, siempre que no sea cierto. de chocolatinas y a continuación me pone mala cara. Hace lo
¡Q u é contr adicción! ¿S ería posible que yo no os ama amauiui,, mismo los días siguientes, evitando quedarse a solas conmigo.
dado lo poco naturales que parecen estas contradicciones? P<m I'.sta reacción me apena, me entristece, pero no puedo resol-
también vos adelgazáis, y debo deciros lo que ocurrirá a conso  verme a decd ecirle
irle que esto
es to y comi
co mien
en do encan
en can tad o sus cabello
cab ello s.

42 4 4*5

Cuatro o cinco días después me pregunta por qué estoy Tras la dulzura del beso que me concedisteis de forma es-
pontánea, vi que sólo debo aspirar a lo que pueda venir de vues-
triste.
Porque ya no coméis de mis grageas. tro total consentimiento.
consentimiento. N o podríais imaginar lo dulce que fue
Vos sois dueño de vuestro secreto, y yo de comer lo que aquel beso.

quiero. ¿C óm o podría ignorar su dulzura? Hombre ingrato, ¿quién


Esto es lo que he salido ganando por haceros una confi- de nosotros dos dio aquel beso?
dencia. Tenéis razón, ángel mío, ninguno de los dos: fue el amor.
 Y dic ien do est o ab ro mi caj a de cris tal y la va cío ent era en Sí, mi querido amigo, el amor, cuyos tesoros son inagota-
bles.
mi boca; luego digo:
D o s veces más,
más, y moriré loco de
de amor por vos. Así os ve- Sin decir una palabra más, empezamos a besarnos ap asiona-
réis vengada de mi reserva. Adiós, señora. damente. Me estrechaba contra su seno con una fuerza que me
Me llama entonces, me hace sentarme a susu lado y me dice qui- impedía emplear mis brazos, y menos todavía mis manos. A
no haga locuras que la apenarían, pues yo sabía que ella me pesar de esa angustia me sentía feliz. Cuando aquella deliciosa
amaba, y que estaba segura de que no era por aquellas drogas. lucha terminó, le pregunté si creía que siempre nos manten-
Y para demostraros
demostraros me dijo  que no las necesi
necesitáis
táis para
para que dríamos en aquel punto.
os ame, aquí tenéis una prenda de mi cariño. Siempre, mi querido amigo, y nunca más. El amor es un
Tras estas palabras me ofrece su boca, y la abandona en la niño al que se debe calmar con fruslerías; un alimento en abun
mía hasta que tuve que separarme para respirar. Recobrado de dancia sólo puede hacerlo morir.
mi éxtasis, me postro a sus pies y, con mis mejillas inundadas -L o sé mejor que vos.
vos. Exige alimentos susta
sustancio
nciosos
sos;; y si uno se
por lágrimas de gratitud, le digo que si me promete perdonarme obstina en negárselos , se seca.  Dejadme esperar.
Esperad, si eso os agrada.
le confesaría mi delito.
¿Delito? Me asustáis. Os perdono. Contádmelo todo ense- ¿Q ué haría
haría si no? No esperaría
esperaría si no supiese
supiese que tenéis
tenéis co-
razón.
guida.
Todo. Mis grageas están empastadas con vuestros cabellos ¡ A propósito ! ¿O s acordáis del
del día en
en que me dijisteis que
que
reducidos a polvo. Ved aquí, en mi brazo, esta pulsera, donde sólo tenía cerebro, creyendo que me decíais un gran insulto?
 vues
 vu es tro s cabe
ca bello
llo s esc rib en nue stro s nomb
no mb res , y aquí
aq uí en mi c ue - ¡Ah, cuánto me he reído después pensando en ello! Sí, querido,
llo este cordón co n el que me ahorcaré cuando dejéis de amarme. tengo corazón, y sin esc corazón ahora no sería feliz. Manten-
Éstos son todo s mis crímenes.
crímenes. N o habría cometido uno so lo si gámonos en la felicidad que gozamos ahora, y contentémonos
con ella sin pretender más.
no os adorase.
Se ríe, me levanta, me dice que, efectivamente, soy el más cri Sometiéndome a sus leyes, y cada vez más enamorado, con-
minal de todos los hombres, enjuga mis lágrimas y me asegura fiaba en la naturaleza, a la larga más poderosa siempre que los
que no me ahorcaré nunca. prejuicios. Pero, además de la naturaleza, también la fortuna me
Tras esta conversación en la que el amor me hizo saborear ayudó a triunfar.
triunfar. Y tuve que agradecérselo a una desgracia.
desgracia. Ésta
por prim era vez el néctar de un beso de mi divinidad, tuve fuerza es la historia:
suficiente para comportarme con ella de un modo totalmente Un día, cuando la señora F. paseaba por un jardín del brazo
distinto. Ella me veía ardiendo, y, quizá quemándose, admiraba del señor D.R., su pierna chocó con tal fuerza contra el tronco
la fuerza que tenía yo para controlarme. de un rosal que se hizo en el tobillo un rasguño de dos pulga-
¿C óm o habéis llegado
llegado a dominaros? me dijo un día. das de largo. El señor D. R. taponó enseguida la herida, que san-
Cuatro o cinco días después me pregunta por qué estoy Tras la dulzura del beso que me concedisteis de forma es-
pontánea, vi que sólo debo aspirar a lo que pueda venir de vues-
triste.
Porque ya no coméis de mis grageas. tro total consentimiento.
consentimiento. N o podríais imaginar lo dulce que fue
Vos sois dueño de vuestro secreto, y yo de comer lo que aquel beso.

quiero. ¿C óm o podría ignorar su dulzura? Hombre ingrato, ¿quién


Esto es lo que he salido ganando por haceros una confi- de nosotros dos dio aquel beso?
dencia. Tenéis razón, ángel mío, ninguno de los dos: fue el amor.
 Y dic ien do est o ab ro mi caj a de cris tal y la va cío ent era en Sí, mi querido amigo, el amor, cuyos tesoros son inagota-
bles.
mi boca; luego digo:
D o s veces más,
más, y moriré loco de
de amor por vos. Así os ve- Sin decir una palabra más, empezamos a besarnos ap asiona-
réis vengada de mi reserva. Adiós, señora. damente. Me estrechaba contra su seno con una fuerza que me
Me llama entonces, me hace sentarme a susu lado y me dice qui- impedía emplear mis brazos, y menos todavía mis manos. A
no haga locuras que la apenarían, pues yo sabía que ella me pesar de esa angustia me sentía feliz. Cuando aquella deliciosa
amaba, y que estaba segura de que no era por aquellas drogas. lucha terminó, le pregunté si creía que siempre nos manten-
Y para demostraros
demostraros me dijo  que no las necesi
necesitáis
táis para
para que dríamos en aquel punto.
os ame, aquí tenéis una prenda de mi cariño. Siempre, mi querido amigo, y nunca más. El amor es un
Tras estas palabras me ofrece su boca, y la abandona en la niño al que se debe calmar con fruslerías; un alimento en abun
mía hasta que tuve que separarme para respirar. Recobrado de dancia sólo puede hacerlo morir.
mi éxtasis, me postro a sus pies y, con mis mejillas inundadas -L o sé mejor que vos.
vos. Exige alimentos susta
sustancio
nciosos
sos;; y si uno se
por lágrimas de gratitud, le digo que si me promete perdonarme obstina en negárselos , se seca.  Dejadme esperar.
Esperad, si eso os agrada.
le confesaría mi delito.
¿Delito? Me asustáis. Os perdono. Contádmelo todo ense- ¿Q ué haría
haría si no? No esperaría
esperaría si no supiese
supiese que tenéis
tenéis co-
razón.
guida.
Todo. Mis grageas están empastadas con vuestros cabellos ¡ A propósito ! ¿O s acordáis del
del día en
en que me dijisteis que
que
reducidos a polvo. Ved aquí, en mi brazo, esta pulsera, donde sólo tenía cerebro, creyendo que me decíais un gran insulto?
 vues
 vu es tro s cabe
ca bello
llo s esc rib en nue stro s nomb
no mb res , y aquí
aq uí en mi c ue - ¡Ah, cuánto me he reído después pensando en ello! Sí, querido,
llo este cordón co n el que me ahorcaré cuando dejéis de amarme. tengo corazón, y sin esc corazón ahora no sería feliz. Manten-
Éstos son todo s mis crímenes.
crímenes. N o habría cometido uno so lo si gámonos en la felicidad que gozamos ahora, y contentémonos
con ella sin pretender más.
no os adorase.
Se ríe, me levanta, me dice que, efectivamente, soy el más cri Sometiéndome a sus leyes, y cada vez más enamorado, con-
minal de todos los hombres, enjuga mis lágrimas y me asegura fiaba en la naturaleza, a la larga más poderosa siempre que los
que no me ahorcaré nunca. prejuicios. Pero, además de la naturaleza, también la fortuna me
Tras esta conversación en la que el amor me hizo saborear ayudó a triunfar.
triunfar. Y tuve que agradecérselo a una desgracia.
desgracia. Ésta
por prim era vez el néctar de un beso de mi divinidad, tuve fuerza es la historia:
suficiente para comportarme con ella de un modo totalmente Un día, cuando la señora F. paseaba por un jardín del brazo
distinto. Ella me veía ardiendo, y, quizá quemándose, admiraba del señor D.R., su pierna chocó con tal fuerza contra el tronco
la fuerza que tenía yo para controlarme. de un rosal que se hizo en el tobillo un rasguño de dos pulga-
¿C óm o habéis llegado
llegado a dominaros? me dijo un día. das de largo. El señor D. R. taponó enseguida la herida, que san-

426 4*7

graba, con un pañuelo, y desde mi ventana la vi llegar a casa en aire risueño, dejándome sin embargo coger de sus labios un beso
una especie de palanquín llevado por dos criados. cuya dulzura, después de cuatro días de abstinencia, necesitaba
Las heridas en las piernas son muy peligrosas en Corfú: si no recordar. Tras ese beso, lamí su su herida, creyen do firmem ente que
se cuidan bien, no se curan, y a veces, para conseguir que cica- mi lengua se la embalsamaría; pero volvió la doncella, obligán-
tricen, hay que ir a otra parte. dome a suspender el dulce remedio que mi amor médico me
El cirujano le prescribió enseguida guardar cama, cama, y mi afor hacía creer infalible en ese momento.
tunado empleo me condenó a estar siempre a sus órdenes. La  A solas
sola s ya con ella, y ard ien do en d eseo,
es eo, la co nju ré para
par a que,
qu e,
 veía
 veí a en to do mo me nto ; pe ro,
ro , d uran
ur ante
te los tre s p rim eros
er os día s, las al menos, hiciera la felicidad de mis ojos.
frecuentes visitas nunca me dejaron a solas con ella. Por la N o puedo ocu ltaros el placer que que mi alma
alma ha sentido al ver
noche, después de que todos se hubieran marchado, cenábamos;  vue str a bella
bel la pierna
pie rna y un terci
te rcioo de vues
vu estr
troo mu slo;
slo ; pe ro,
ro , ángel
su marido se retiraba, el señor D. R. lo hacía una hora después, mío, me siento humillado cuando pienso que mi placer ha de-
 y ent onc es la de cen cia exigí
ex igíaa que
q ue tam bién yo me ret iras e. Mi si pendido de un robo.
tuación era mejor que antes de la herida; se lo dije en tono de Es posible que te equivoques.
broma y al día siguiente ella me procuró un momento de felici Cuando, al día siguiente, se marchó el cirujano, me rogó que
dad. le arreglara la almohada y los cojines; y como si se dispusiese a
Un viejo cirujano venía todos los días a las cinco de la ma facilitarme la tarea, cogió la colcha y tiró de ella hacia arriba.
ñaña para curarle la herida, y durante esa visita sólo estaba prc Como entonces mi cabeza estaba inclinada detrás de la suya,
senté su doncella. Cuando llegaba el cirujano, enseguida iba yo pude ver dos columnas de m arfil arfil que formaban los lados de una
en gorro de dormir al aposento de la doncella para ser el pri pirámide, entre los que me habría creído feliz si hubiera podido
mero en saber cómo se encontraba mi diosa. lanzar en ese instante mi último suspiro. Una tela celosa escon-
 Al
 A l día sig uie nte de mi brev
br ev e rec on venc
ve nc ión , la don cella
cel la vino día a mis ávidos ojos la cumbre: era feliz en aquel ángulo donde
a decirme que entrara justo cuando el cirujano la vendaba. todos mis deseos se concentraban. Lo que más satisfacía mi pa-
O s ru ego que veáis si es cierto que mi pierna está menos en sajera alegría era que a mi ídolo no le parecía que me entretenía
carnada. demasiado en la tarea de arreglarle los cojines.
Par a saberlo, señora, tendría que haberla visto ayer. Una vez acabada esa tarea, me dejé caer absorto en una es-
E s cierto. Tengo dolores, y temo una erisipela
erisipela.*'
.*' pecie de éxtasis sobre un sillón. Contemplaba a aquella criatura
N o temáis
temáis nada, señora dijo el viejo M acaón ;16;16 guarda
guardad
d divina que, sin artificio alguno, nunca me procuraba un placer
cama y estoy seguro de curaros. sin que al mismo tiempo me prometiese otro mayor.
Como el viejo había ido hasta la mesa, junto a la ventanti, ¿E n qué pensáis?
pensáis? me preguntó.
para preparar una cataplasma, y la doncella había salido pan En la gran felicidad que he gozado.
buscar lien zos, le pregun té si en la parte carnosa de la pierna n»
n» Sois cruel.
taba puntos duros, y si la inflamación subía extendiéndose lu\t i N o , no so y cruel, pues si me amáis
amáis no debéis ruborizaros
el muslo. Era natural que, al hacer estas preguntas, las acomp* por ser indulgente conmigo. Pensad también que, para amaros
ñase con las manos y los ojos: no palpé punto s dur os ni noté m de manera perfecta, debo creer que no he visto casualmente unas
flamacioncs; pero la tierna enferma bajó enseguida las ropas mu bellezas encantadoras, pues si lo creyese debería pensar que un
hombre vil, un cobarde y un indigno podría haber disfrutado
2j. Enfermedad de la piel.
26. Hijo de Esculapio,
Escu lapio, dios griego
grieg o de la medicina, y,
y, como él, m< por azar de la misma felicidad que yo he gozado. Dejad que os
dico famoso (¡liada, XI, vv. 507, 631 y 637). quede agradecido por haberme enseñado esta mañana la felici-
graba, con un pañuelo, y desde mi ventana la vi llegar a casa en aire risueño, dejándome sin embargo coger de sus labios un beso
una especie de palanquín llevado por dos criados. cuya dulzura, después de cuatro días de abstinencia, necesitaba
Las heridas en las piernas son muy peligrosas en Corfú: si no recordar. Tras ese beso, lamí su su herida, creyen do firmem ente que
se cuidan bien, no se curan, y a veces, para conseguir que cica- mi lengua se la embalsamaría; pero volvió la doncella, obligán-
tricen, hay que ir a otra parte. dome a suspender el dulce remedio que mi amor médico me
El cirujano le prescribió enseguida guardar cama, cama, y mi afor hacía creer infalible en ese momento.
tunado empleo me condenó a estar siempre a sus órdenes. La  A solas
sola s ya con ella, y ard ien do en d eseo,
es eo, la co nju ré para
par a que,
qu e,
 veía
 veí a en to do mo me nto ; pe ro,
ro , d uran
ur ante
te los tre s p rim eros
er os día s, las al menos, hiciera la felicidad de mis ojos.
frecuentes visitas nunca me dejaron a solas con ella. Por la N o puedo ocu ltaros el placer que que mi alma
alma ha sentido al ver
noche, después de que todos se hubieran marchado, cenábamos;  vue str a bella
bel la pierna
pie rna y un terci
te rcioo de vues
vu estr
troo mu slo;
slo ; pe ro,
ro , ángel
su marido se retiraba, el señor D. R. lo hacía una hora después, mío, me siento humillado cuando pienso que mi placer ha de-
 y ent onc es la de cen cia exigí
ex igíaa que
q ue tam bién yo me ret iras e. Mi si pendido de un robo.
tuación era mejor que antes de la herida; se lo dije en tono de Es posible que te equivoques.
broma y al día siguiente ella me procuró un momento de felici Cuando, al día siguiente, se marchó el cirujano, me rogó que
dad. le arreglara la almohada y los cojines; y como si se dispusiese a
Un viejo cirujano venía todos los días a las cinco de la ma facilitarme la tarea, cogió la colcha y tiró de ella hacia arriba.
ñaña para curarle la herida, y durante esa visita sólo estaba prc Como entonces mi cabeza estaba inclinada detrás de la suya,
senté su doncella. Cuando llegaba el cirujano, enseguida iba yo pude ver dos columnas de m arfil arfil que formaban los lados de una
en gorro de dormir al aposento de la doncella para ser el pri pirámide, entre los que me habría creído feliz si hubiera podido
mero en saber cómo se encontraba mi diosa. lanzar en ese instante mi último suspiro. Una tela celosa escon-
 Al
 A l día sig uie nte de mi brev
br ev e rec on venc
ve nc ión , la don cella
cel la vino día a mis ávidos ojos la cumbre: era feliz en aquel ángulo donde
a decirme que entrara justo cuando el cirujano la vendaba. todos mis deseos se concentraban. Lo que más satisfacía mi pa-
O s ru ego que veáis si es cierto que mi pierna está menos en sajera alegría era que a mi ídolo no le parecía que me entretenía
carnada. demasiado en la tarea de arreglarle los cojines.
Par a saberlo, señora, tendría que haberla visto ayer. Una vez acabada esa tarea, me dejé caer absorto en una es-
E s cierto. Tengo dolores, y temo una erisipela
erisipela.*'
.*' pecie de éxtasis sobre un sillón. Contemplaba a aquella criatura
N o temáis
temáis nada, señora dijo el viejo M acaón ;16;16 guarda
guardad
d divina que, sin artificio alguno, nunca me procuraba un placer
cama y estoy seguro de curaros. sin que al mismo tiempo me prometiese otro mayor.
Como el viejo había ido hasta la mesa, junto a la ventanti, ¿E n qué pensáis?
pensáis? me preguntó.
para preparar una cataplasma, y la doncella había salido pan En la gran felicidad que he gozado.
buscar lien zos, le pregun té si en la parte carnosa de la pierna n»
n» Sois cruel.
taba puntos duros, y si la inflamación subía extendiéndose lu\t i N o , no so y cruel, pues si me amáis
amáis no debéis ruborizaros
el muslo. Era natural que, al hacer estas preguntas, las acomp* por ser indulgente conmigo. Pensad también que, para amaros
ñase con las manos y los ojos: no palpé punto s dur os ni noté m de manera perfecta, debo creer que no he visto casualmente unas
flamacioncs; pero la tierna enferma bajó enseguida las ropas mu bellezas encantadoras, pues si lo creyese debería pensar que un
hombre vil, un cobarde y un indigno podría haber disfrutado
2j. Enfermedad de la piel.
26. Hijo de Esculapio,
Escu lapio, dios griego
grieg o de la medicina, y,
y, como él, m< por azar de la misma felicidad que yo he gozado. Dejad que os
dico famoso (¡liada, XI, vv. 507, 631 y 637). quede agradecido por haberme enseñado esta mañana la felici-

42S 429

dad que puede darme uno solo de mis sentidos. ¿Podéis estar C A P Í T U L O VI
enfadada
enfadada con mis ojos?
Sí. H OR
OR R I B L E D E S GR
GR AC
AC I A Q U E M E A FL
FL I GE . E N F R I A MI
MI E N T O
Arrancádmelos. AMOROSO.
AMOROSO. MI PARTI DA DF. CORF Ú Y MI REGRES O A VENECI
VENECI A.
 Al dí a sig ui en te , cu an do se ma rch ó el ciru
ci ru ja no , en vió a su A B A N D O N O E L SE
SE RV
RV I CI O MI L I T AR
AR Y ME
ME H A G O V I OL I NI S TA
TA
doncella a hacer recados.
¡Ah! me dijo, se le ha olvidado ponerme la camisa. La herida iba cicatrizando y llegaba el momento en que la se-
Permitidme que yo la sustituya. ñora, al dejar la cama, volvería a sus antiguas costumbres.
Encantada, pero debes pensar que sólo a tus ojos les está El señor Renicr, comandante general
general de las galeras,' había or-
permitido gozar. denado una revista en Gouin, y el señor F. había ido la víspera a
De acuerdo. esa ciudad después de ordenarme que saliera temprano en el fa-
Se desabrocha entonces el corsé, se lo quita, luego retira su lucho para reunirme con él. Cuando cenaba a solas con la se-
camisa y me dice que le pase la limpia. Yo estaba embriagado, ñora me quejé de que no podría verla al día siguiente.
admirando aquel hermoso tercio de su persona. Venguémonos me dijo, y pasemos la noche hablando. Id
Pásame la camisa. Está en la mesilla. a vuestro cuarto y volved aquí por el de mi marido; tomad las
¿Dónde? llaves. Venid en cuanto veáis desde vuestras ventanas que mi
A l pie de la cama. Yo misma la cogeré. doncella se ha ido.
Se inclina entonces y, estirándose hacia la mesita, me deja ver Cumplo su orden al pie de la letra, y poco después estábamos
la mejor parte de cuanto yo deseaba poseer; no se da prisa. Me frente a frente con cinco horas por delante. Era el mes de julio,
sentía morir. Cojo de sus manos la camisa, ella las ve trémulas el calor resultaba asfixiante; ella estaba acostada. La estrecho
como las de un paralítico. Tiene piedad de mí, pero sólo de mis entre mis brazos, me estrecha entre los suyos; pero, como ejerce
ojos; les deja todos sus encantos y me embriaga con un nuevo sobre sí misma la más cruel de todas las tiranías, piensa que no
prodigio. La veo mirarse atentamente: está encantada consigo puedo tener motivo de queja si me encuentro en su misma si-
misma y de una forma cap az de convencerse de que se compla- tuación. Mis reproches, mis ruegos, todas las palabras que em-
cía en su propia hermosura. Inclina por fin la cabeza y le paso la pleo son inútiles. El amor debía soportar que lo tuviéramos
camisa; pero, cayendo so bre ella, la estrecho entre
entre mis brazos, y embridado, y reírse de que, pese a la dura ley que le imponía-
me devuelve a la vida dejándose devorar a besos y no impi mos, no dejáramos de alcanzar el dulce éxtasis que lo calma.
diendo a mis manos todo lo que mis ojos habían visto, pero sólo Después del placer, nuestros ojos y nuestras bocas se abren
superficialmente. Nuestras bocas se unen y permanecemos allí, en el mismo instante, y nuestras cabezas se alejan una de otra
inmóviles y sin respirar, hasta instantes después de nuestro des para gozar de las muestras de satisfacción que debía resplande-
fallecimiento amoroso, insuficiente para nuestros deseos, pero lo cer en nuestras fisonomías. Nuestros deseos estaban a punto de
bastante dulce para procurarles una salida. Se comportó de tal renacer, y nos disponíamos a satisfacerlos cuando la veo echar
modo que me fue imp osible penetrar en el santuario;
santuario; y siempre una ojeada sobre mi desnudez totalmente expuesta a su vista;
tuvo cuidado de impedir a mis manos cualquier movimiento que parece turbarse, y, después de arrojar lejos de sí cuanto podía
hubiera podido poner ante sus ojos lo que la habría dejado in-  vo lv er más in có m od o el ca lo r y di sm in ui r mi pla cer , se lanza
lan za
defensa.
i. Antonio Renicr, con el cargo de provv cditor v d'Arm ata,  o co-
mandante de escuadra.
dad que puede darme uno solo de mis sentidos. ¿Podéis estar C A P Í T U L O VI
enfadada
enfadada con mis ojos?
Sí. H OR
OR R I B L E D E S GR
GR AC
AC I A Q U E M E A FL
FL I GE . E N F R I A MI
MI E N T O
Arrancádmelos. AMOROSO.
AMOROSO. MI PARTI DA DF. CORF Ú Y MI REGRES O A VENECI
VENECI A.
 Al dí a sig ui en te , cu an do se ma rch ó el ciru
ci ru ja no , en vió a su A B A N D O N O E L SE
SE RV
RV I CI O MI L I T AR
AR Y ME
ME H A G O V I OL I NI S TA
TA
doncella a hacer recados.
¡Ah! me dijo, se le ha olvidado ponerme la camisa. La herida iba cicatrizando y llegaba el momento en que la se-
Permitidme que yo la sustituya. ñora, al dejar la cama, volvería a sus antiguas costumbres.
Encantada, pero debes pensar que sólo a tus ojos les está El señor Renicr, comandante general
general de las galeras,' había or-
permitido gozar. denado una revista en Gouin, y el señor F. había ido la víspera a
De acuerdo. esa ciudad después de ordenarme que saliera temprano en el fa-
Se desabrocha entonces el corsé, se lo quita, luego retira su lucho para reunirme con él. Cuando cenaba a solas con la se-
camisa y me dice que le pase la limpia. Yo estaba embriagado, ñora me quejé de que no podría verla al día siguiente.
admirando aquel hermoso tercio de su persona. Venguémonos me dijo, y pasemos la noche hablando. Id
Pásame la camisa. Está en la mesilla. a vuestro cuarto y volved aquí por el de mi marido; tomad las
¿Dónde? llaves. Venid en cuanto veáis desde vuestras ventanas que mi
A l pie de la cama. Yo misma la cogeré. doncella se ha ido.
Se inclina entonces y, estirándose hacia la mesita, me deja ver Cumplo su orden al pie de la letra, y poco después estábamos
la mejor parte de cuanto yo deseaba poseer; no se da prisa. Me frente a frente con cinco horas por delante. Era el mes de julio,
sentía morir. Cojo de sus manos la camisa, ella las ve trémulas el calor resultaba asfixiante; ella estaba acostada. La estrecho
como las de un paralítico. Tiene piedad de mí, pero sólo de mis entre mis brazos, me estrecha entre los suyos; pero, como ejerce
ojos; les deja todos sus encantos y me embriaga con un nuevo sobre sí misma la más cruel de todas las tiranías, piensa que no
prodigio. La veo mirarse atentamente: está encantada consigo puedo tener motivo de queja si me encuentro en su misma si-
misma y de una forma cap az de convencerse de que se compla- tuación. Mis reproches, mis ruegos, todas las palabras que em-
cía en su propia hermosura. Inclina por fin la cabeza y le paso la pleo son inútiles. El amor debía soportar que lo tuviéramos
camisa; pero, cayendo so bre ella, la estrecho entre
entre mis brazos, y embridado, y reírse de que, pese a la dura ley que le imponía-
me devuelve a la vida dejándose devorar a besos y no impi mos, no dejáramos de alcanzar el dulce éxtasis que lo calma.
diendo a mis manos todo lo que mis ojos habían visto, pero sólo Después del placer, nuestros ojos y nuestras bocas se abren
superficialmente. Nuestras bocas se unen y permanecemos allí, en el mismo instante, y nuestras cabezas se alejan una de otra
inmóviles y sin respirar, hasta instantes después de nuestro des para gozar de las muestras de satisfacción que debía resplande-
fallecimiento amoroso, insuficiente para nuestros deseos, pero lo cer en nuestras fisonomías. Nuestros deseos estaban a punto de
bastante dulce para procurarles una salida. Se comportó de tal renacer, y nos disponíamos a satisfacerlos cuando la veo echar
modo que me fue imp osible penetrar en el santuario;
santuario; y siempre una ojeada sobre mi desnudez totalmente expuesta a su vista;
tuvo cuidado de impedir a mis manos cualquier movimiento que parece turbarse, y, después de arrojar lejos de sí cuanto podía
hubiera podido poner ante sus ojos lo que la habría dejado in-  vo lv er más in có m od o el ca lo r y di sm in ui r mi pla cer , se lanza
lan za
defensa.
i. Antonio Renicr, con el cargo de provv cditor v d'Arm ata,  o co-
mandante de escuadra.

43° 43 '

cegarte, querida amiga, con sofismas. Seamos totalmente felices,


sobre mí. Cr eí ver algo más que furor, una especie
especie de encarni- seguros de que nuestros deseos renacerán cada vez que llegue-
zamiento. Cre o que ha llegado el momento, comparto su delirio; mos a satisfacerlos disfrutándolos.
es imposible que una fuerza humana pueda estrecharla con más L o que veo me convence de lo contrario. Mírate, estás estás vivo.
fuerza; pero en el momento decisivo se debate, me esquiva y, Si estuvieras enterrado en esa tumba fatal, sé por experiencia que
dulce y risueña, acude con una mano que me parece de hielo a no parecerías estar vivo, o que no lo estarías sino después de un
calmar mi ardor, que, obstaculizado, podía hacer temer que e x- largo rato.
plotase con fuerza devastadora.
devastadora. ¡Ay, querida amiga! Deja, deja, por favor, de creer en tu ex-
M i querida amiga, estás
estás sudando a mares. periencia. Nunca has conocido el amor. Eso que tú llamas su
-Sécame. tumba es su m orada de delicias: la única donde se pued e llegar a
¡D ios , cuántos encantos! El placer supremo me ha causado ser inmortal. Es, en fin, su verdadero paraíso. Déjame que entre,
una muerte cuyas delicias tú no has compartido. Déjame, glo- ángel mío, y te prometo morir en ella; entonces sabrás que hay
rioso objeto de mis deseos, que te haga completamente
completamente feliz. El una gran diferencia entre la muerte del amor y la del himeneo.
amor sólo me conserva vivo para permitirme volver a morir; Éste m ucre para librarse de la vida, mientras que el amor sólo se
pero no fuera de este paraíso cuya entrada sigues prohibién- complace en expirar para gozar. Desengáñate, encantadora ami-
dome. ga, y cree que, una vez que hayamos gozado enteramente de
¡Ay, querido amigo! Hay aquí un horno. ¿Cómo puede nosotros mismos, nos amaremos todavía más.2
aguantar tu dedo sin que no lo queme el fuego que me devora? M uy bien. Quiero creer lo que dices; pero retrasémoslo.
¡Ay, amigo mío! Para. Abrázame con todas tus fuerzas. Ponmc Mientras tanto, abandonémonos a todos los juegos que pueden
al borde de la tumba, pero cuídate de entrar. Eres due ño de todo acariciar a nuestros sentidos; libremos del freno a todas nues-
lo demás, de mi corazón, de mi alma. ¡Dios es! El alma se escapa.
escapa. tras
tras facultades. Devóra me; pero déjame también hacer de ti todo
Cóge la en tus labios y dame la tuya. lo que quiera; y si esta noche nos parece demasiado breve, ma-
Esta vez permanecimos un rato algo más largo en silencio; ñana nos consolaremos tranquilamente con la certeza de que
pero gozar de aquel modo incompleto me afligía.
afligía. nuestro amor sabrá procurarnos otra.
¿C óm o puedes lamentar
lamentarte
te me decía ella cuando es esta
esta ¿ Y si nuestra mutua ternura llegara
llegara a descu brirse?
abstinencia la que vuelve inmortal nuestro am or? Te amaba hace
hace ¿A cas o hacemos de ellaella un misterio? Todo el mundo ve que
un cuarto de hora y en este momento te amo todavía más; pero nos amamos; y quienes piensan que no consumamos nuestro
te amaría menos si hubieras agotado toda mi alegría colmando amor son precisamente aquellos a los que deberíamos temer si
todos mis deseos. pensaran lo contrario. Sólo hemos de intentar que nunca consi-
Te engañas,
engañas, querida amiga, los deseos no son otra cosa que gan sorprendernos cometiendo el delito. Por lo demás, el cielo
 verd
 ve rdad
adero
ero s s ufrim
uf rim ien tos , pe nas que
qu e n os mat arían si la espe ranz a  y la natura
nat ura leza tiene n el deber
de ber de prote
pr ote gern
ge rnos:
os: cu and o se ama
no mitigase su fuerza asesina. Créem e, las penas del infierno sólo como nosotros nos amamos no se puede ser culpable. Desde que
pueden consistir en deseos vanos. tengo uso de razón siempre me sentí arrastrada por la volup-
Pe ro los deseos siempre acompañan a la esperanza
esperanza.. tuosidad amorosa. Cuando veía a un hombre, me encantaba ver
N o . En el infierno no hay esperanza.
esperanza.
Por lo tanto no hay deseos, porque es imposible, a menos
2. Según Angelandrea
Angelandre a Zottoli
Zot toli,, toda esta argumentación ha sido sa
que uno esté loco, desear sin esperar. i.ida por Casanova de la traducción de Lesage de las Lettres galantes
Dime: si deseas ser totalmente mía, y si lo esperas, ¿cómo il'Aristénete (1695).
cegarte, querida amiga, con sofismas. Seamos totalmente felices,
sobre mí. Cr eí ver algo más que furor, una especie
especie de encarni- seguros de que nuestros deseos renacerán cada vez que llegue-
zamiento. Cre o que ha llegado el momento, comparto su delirio; mos a satisfacerlos disfrutándolos.
es imposible que una fuerza humana pueda estrecharla con más L o que veo me convence de lo contrario. Mírate, estás estás vivo.
fuerza; pero en el momento decisivo se debate, me esquiva y, Si estuvieras enterrado en esa tumba fatal, sé por experiencia que
dulce y risueña, acude con una mano que me parece de hielo a no parecerías estar vivo, o que no lo estarías sino después de un
calmar mi ardor, que, obstaculizado, podía hacer temer que e x- largo rato.
plotase con fuerza devastadora.
devastadora. ¡Ay, querida amiga! Deja, deja, por favor, de creer en tu ex-
M i querida amiga, estás
estás sudando a mares. periencia. Nunca has conocido el amor. Eso que tú llamas su
-Sécame. tumba es su m orada de delicias: la única donde se pued e llegar a
¡D ios , cuántos encantos! El placer supremo me ha causado ser inmortal. Es, en fin, su verdadero paraíso. Déjame que entre,
una muerte cuyas delicias tú no has compartido. Déjame, glo- ángel mío, y te prometo morir en ella; entonces sabrás que hay
rioso objeto de mis deseos, que te haga completamente
completamente feliz. El una gran diferencia entre la muerte del amor y la del himeneo.
amor sólo me conserva vivo para permitirme volver a morir; Éste m ucre para librarse de la vida, mientras que el amor sólo se
pero no fuera de este paraíso cuya entrada sigues prohibién- complace en expirar para gozar. Desengáñate, encantadora ami-
dome. ga, y cree que, una vez que hayamos gozado enteramente de
¡Ay, querido amigo! Hay aquí un horno. ¿Cómo puede nosotros mismos, nos amaremos todavía más.2
aguantar tu dedo sin que no lo queme el fuego que me devora? M uy bien. Quiero creer lo que dices; pero retrasémoslo.
¡Ay, amigo mío! Para. Abrázame con todas tus fuerzas. Ponmc Mientras tanto, abandonémonos a todos los juegos que pueden
al borde de la tumba, pero cuídate de entrar. Eres due ño de todo acariciar a nuestros sentidos; libremos del freno a todas nues-
lo demás, de mi corazón, de mi alma. ¡Dios es! El alma se escapa.
escapa. tras
tras facultades. Devóra me; pero déjame también hacer de ti todo
Cóge la en tus labios y dame la tuya. lo que quiera; y si esta noche nos parece demasiado breve, ma-
Esta vez permanecimos un rato algo más largo en silencio; ñana nos consolaremos tranquilamente con la certeza de que
pero gozar de aquel modo incompleto me afligía.
afligía. nuestro amor sabrá procurarnos otra.
¿C óm o puedes lamentar
lamentarte
te me decía ella cuando es esta
esta ¿ Y si nuestra mutua ternura llegara
llegara a descu brirse?
abstinencia la que vuelve inmortal nuestro am or? Te amaba hace
hace ¿A cas o hacemos de ellaella un misterio? Todo el mundo ve que
un cuarto de hora y en este momento te amo todavía más; pero nos amamos; y quienes piensan que no consumamos nuestro
te amaría menos si hubieras agotado toda mi alegría colmando amor son precisamente aquellos a los que deberíamos temer si
todos mis deseos. pensaran lo contrario. Sólo hemos de intentar que nunca consi-
Te engañas,
engañas, querida amiga, los deseos no son otra cosa que gan sorprendernos cometiendo el delito. Por lo demás, el cielo
 verd
 ve rdad
adero
ero s s ufrim
uf rim ien tos , pe nas que
qu e n os mat arían si la espe ranz a  y la natura
nat ura leza tiene n el deber
de ber de prote
pr ote gern
ge rnos:
os: cu and o se ama
no mitigase su fuerza asesina. Créem e, las penas del infierno sólo como nosotros nos amamos no se puede ser culpable. Desde que
pueden consistir en deseos vanos. tengo uso de razón siempre me sentí arrastrada por la volup-
Pe ro los deseos siempre acompañan a la esperanza
esperanza.. tuosidad amorosa. Cuando veía a un hombre, me encantaba ver
N o . En el infierno no hay esperanza.
esperanza.
Por lo tanto no hay deseos, porque es imposible, a menos
2. Según Angelandrea
Angelandre a Zottoli
Zot toli,, toda esta argumentación ha sido sa
que uno esté loco, desear sin esperar. i.ida por Casanova de la traducción de Lesage de las Lettres galantes
Dime: si deseas ser totalmente mía, y si lo esperas, ¿cómo il'Aristénete (1695).
puedes poner obstáculos a tu propia esperanza? Debes dejar di
433
432

a un ser que era la mitad de mi especie, que había nacido para mí diez o doce días sin que pudiéramos encontrar el momento
como yo estaba hecha para él, y estaba impaciente por unirme a oportuno de apagar la menor chispa del fuego que nos devoraba,
él con los lazos del matrimonio. Creía que lo que se llama amor cuando ocurrió el fatal incidente que me perdió para siempre.
llegaba después de la unión; y me quedé sorprendida cuando mi Después de cenar, y una vez que el señor D. R. se hubo mar-
marido, al hacerme mujer, sólo me hizo conocerlo con un dolor chado, el señor F. le dice a su mujer en mi presencia que, tras es-
que no era compensado por ningún placer. Me di cuenta de que cribir dos breve s cartas, iría a acostarse con ella. En cuanto salió,
me gustaban más mis fantasías
fantasías del convento. De ahí que nos ha- la señora se sienta al pie de la cama, me mira, yo caigo entre sus
 yam os co nv er tido
ti do en bu en os am igo s, mu y frí os : rara
rar a ve z nos brazos ardien do de amo r; ella se entrega, me deja penetrar en el
acostamos juntos y no sentimos ninguna curiosidad el uno por santuario y por fin mi alma nada en la felicidad; pero no me tiene
el otro. Sin embargo, estamos bastante de acuerdo, porque cuan- dentro más que un solo instante; no me deja un solo momento
do él me requiere siempre estoy dispuesta a satisfacer sus órde- el inexplicable placer de verme dueño del tesoro; se aparta brus-
nes; pero como la pitanza no está sazonada con el amor, la camente rechazándome, se levanta y va a sentarse con aire ex-
encuentra insípida, por eso sólo la pide cuando cree necesitarla. traviado en un sillón. Inmóvil y sorprendido, la miro temblando
Enseguida me di cuenta de que me amabas, y me alegré mucho,  y trata
t rata ndo
nd o d e com
c om pre nd er la cau sa d e aquel
aq uel mo vim ien to ant ina-
 y te prop
pr op orcio
or cio né tod a clas e de ocasio
oc asio nes para enamo
en amo rart e cada tural; y la oigo decir, mirándome con ojos que ardían de amor:
 vez más, seg ura por po r mi part e de
d e que
q ue no te am aría nunca;
nun ca; y cuan Amigo mío, estábamos a punto de perdernos.
do vi que me había equivocado, y que también me enamoraba, ¿Perdernos? Me habéis matado. ¡Ay!, siento que me muero.
empecé a tratarte mal, como para castigarte por haberme vuelto Quizá no me volváis a ver.
sensible. Tu paciencia y tu resistencia me maravillaron y, al Tras estas palabras, salgo de su habitación, luego de la casa,
mismo tiempo, me hicieron re conocer mi error; después del pri  y me di rij o a la expla
e xplanad
nad a para
par a res pirar
pir ar un po co de aire fre sco,
sc o,
mer beso no he vuelto a ser dueña de mí misma. No sabía que un pues realmente me sentía morir. El hombre que no conoce por
beso pudiera tener consecuencias tan grandes. Me convencí de experiencia la crueldad de un momento parecido no puede ima-
que sólo podía ser feliz haciéndote feliz. Eso me halagó y me ginársela; y yo no sería capaz de describirla. En medio de la ho-
agradó, y esta noche he reconocido sobre todo que únicamente rrible turbación en que estaba, me oigo llamar desde una ven-
lo soy cuando veo que tú lo eres. tana. Respondo, me acerco, y a la luz de la luna veo en su balcón
Querida amiga, el amor es el más delicado de todos los sen a Melulla.
timientos; pero nunca me harás feliz del todo mientras no te de de- ¿Qué hacéis ahí, a esta hora? le digo.
cidas a alojarme aquí. Estoy sola, y no tengo ganas de irme a dormir. Subid un
Aquí no; pero eres dueño de las alamedas y de los pabello momento.
nes. ¡Qué lástima no tener un centenar! La tal Melulla era una cortesana de Zante que con su ex-
Pasamos el resto de la noche entreg ándonos a todas las locu traordinaria belleza seducía desde hacía cuatro meses a todo
ras que provocaban nuestros deseos excitados; y, por mi parte, Corfú. Cuantos la habían visto celebraban sus encantos; sólo se
consentí en todas a las que ella me incitaba con la esperanza hablaba de ella. Yo la había visto varias veces, y, aunque bella, me
siempre vana de que se resarciera de su abstinencia. había
había parecido inferior a la señora F., incluso aunque no hubiera
Co n las primeras luces del alba hube de despe dirme para ir .1.1 estado enamorado. En 1790, en Dresde, vi a una mujer que me
Gouin; y lloró de alegría al ver que la dejaba como triunfadoi pareció el verdadero retrato de Melulla. Se llamaba Magnus.
Creía que eso no era natural. Murió dos o tres años después.
Tras aquella noche tan opulenta en delicias, transcurrieron Me lleva a un saloncito voluptuoso donde, después de re-
a un ser que era la mitad de mi especie, que había nacido para mí diez o doce días sin que pudiéramos encontrar el momento
como yo estaba hecha para él, y estaba impaciente por unirme a oportuno de apagar la menor chispa del fuego que nos devoraba,
él con los lazos del matrimonio. Creía que lo que se llama amor cuando ocurrió el fatal incidente que me perdió para siempre.
llegaba después de la unión; y me quedé sorprendida cuando mi Después de cenar, y una vez que el señor D. R. se hubo mar-
marido, al hacerme mujer, sólo me hizo conocerlo con un dolor chado, el señor F. le dice a su mujer en mi presencia que, tras es-
que no era compensado por ningún placer. Me di cuenta de que cribir dos breve s cartas, iría a acostarse con ella. En cuanto salió,
me gustaban más mis fantasías
fantasías del convento. De ahí que nos ha- la señora se sienta al pie de la cama, me mira, yo caigo entre sus
 yam os co nv er tido
ti do en bu en os am igo s, mu y frí os : rara
rar a ve z nos brazos ardien do de amo r; ella se entrega, me deja penetrar en el
acostamos juntos y no sentimos ninguna curiosidad el uno por santuario y por fin mi alma nada en la felicidad; pero no me tiene
el otro. Sin embargo, estamos bastante de acuerdo, porque cuan- dentro más que un solo instante; no me deja un solo momento
do él me requiere siempre estoy dispuesta a satisfacer sus órde- el inexplicable placer de verme dueño del tesoro; se aparta brus-
nes; pero como la pitanza no está sazonada con el amor, la camente rechazándome, se levanta y va a sentarse con aire ex-
encuentra insípida, por eso sólo la pide cuando cree necesitarla. traviado en un sillón. Inmóvil y sorprendido, la miro temblando
Enseguida me di cuenta de que me amabas, y me alegré mucho,  y trata
t rata ndo
nd o d e com
c om pre nd er la cau sa d e aquel
aq uel mo vim ien to ant ina-
 y te prop
pr op orcio
or cio né tod a clas e de ocasio
oc asio nes para enamo
en amo rart e cada tural; y la oigo decir, mirándome con ojos que ardían de amor:
 vez más, seg ura por po r mi part e de
d e que
q ue no te am aría nunca;
nun ca; y cuan Amigo mío, estábamos a punto de perdernos.
do vi que me había equivocado, y que también me enamoraba, ¿Perdernos? Me habéis matado. ¡Ay!, siento que me muero.
empecé a tratarte mal, como para castigarte por haberme vuelto Quizá no me volváis a ver.
sensible. Tu paciencia y tu resistencia me maravillaron y, al Tras estas palabras, salgo de su habitación, luego de la casa,
mismo tiempo, me hicieron re conocer mi error; después del pri  y me di rij o a la expla
e xplanad
nad a para
par a res pirar
pir ar un po co de aire fre sco,
sc o,
mer beso no he vuelto a ser dueña de mí misma. No sabía que un pues realmente me sentía morir. El hombre que no conoce por
beso pudiera tener consecuencias tan grandes. Me convencí de experiencia la crueldad de un momento parecido no puede ima-
que sólo podía ser feliz haciéndote feliz. Eso me halagó y me ginársela; y yo no sería capaz de describirla. En medio de la ho-
agradó, y esta noche he reconocido sobre todo que únicamente rrible turbación en que estaba, me oigo llamar desde una ven-
lo soy cuando veo que tú lo eres. tana. Respondo, me acerco, y a la luz de la luna veo en su balcón
Querida amiga, el amor es el más delicado de todos los sen a Melulla.
timientos; pero nunca me harás feliz del todo mientras no te de de- ¿Qué hacéis ahí, a esta hora? le digo.
cidas a alojarme aquí. Estoy sola, y no tengo ganas de irme a dormir. Subid un
Aquí no; pero eres dueño de las alamedas y de los pabello momento.
nes. ¡Qué lástima no tener un centenar! La tal Melulla era una cortesana de Zante que con su ex-
Pasamos el resto de la noche entreg ándonos a todas las locu traordinaria belleza seducía desde hacía cuatro meses a todo
ras que provocaban nuestros deseos excitados; y, por mi parte, Corfú. Cuantos la habían visto celebraban sus encantos; sólo se
consentí en todas a las que ella me incitaba con la esperanza hablaba de ella. Yo la había visto varias veces, y, aunque bella, me
siempre vana de que se resarciera de su abstinencia. había
había parecido inferior a la señora F., incluso aunque no hubiera
Co n las primeras luces del alba hube de despe dirme para ir .1.1 estado enamorado. En 1790, en Dresde, vi a una mujer que me
Gouin; y lloró de alegría al ver que la dejaba como triunfadoi pareció el verdadero retrato de Melulla. Se llamaba Magnus.
Creía que eso no era natural. Murió dos o tres años después.
Tras aquella noche tan opulenta en delicias, transcurrieron Me lleva a un saloncito voluptuoso donde, después de re-

434 435
435

procharme que fuera el único que nunca había ido a visitarla, el aposento. Cuand o volvió mi marido, tuve que ir ir a acostarme
acostarme con
único que la había despreciado y el único al que ella habría que- la triste certeza de que no estabais en vuestro cuarto. Irritada
rido tener por amigo, me dice que me tenía en su poder, que no por lo que había hecho, y siempre enamorada, sólo he dormido
me dejaría escapar y que iba a vengarse. Mi frialdad no la de- poco y mal. Esta mañana, el señor mandó a un suboficial deci-
tiene. Experta en su oficio, exhibe sus encantos, se apodera de ros que tenía que hablaros, y le he oído responder que estabais
mí, y yo, como un cobarde, me dejo arrastrar al precipicio. Sus durmiendo porque habíais vuelto tarde. No estoy celosa, pues sé
bellezas estaban cien veces por debajo de las que poseía la di- que no podríais amar a otra mujer.
 vina
 vin a m ujer
uje r a la que yo ult raja ba; per o la in dign a m ujer
uje r qu e el in- »Esta mañana, en el momento en que, pensando en vos, me
fierno había puesto allí para que se cumpliera mi negro destino disponía a demostraros mi arrepentimiento, os oigo entrar en
me asaltó
asaltó en un mome nto en que lo que acababa acababa de ocurrirm e ya mi cuarto, os miro y, en verdad, me ha parecido ver a otro hom-
no me permitía ser dueño de mí. bre. Aún os estoy examinando, y mi alma lee a pesar mío en
No fueron ni el amor, ni la imaginación, ni el mérito de Mc  vue stra cara que soi s culpa
cu lpable
ble de habe rme ofen
of en did o y ultraja
ult raja do,
do ,
lulla, que desde luego no era digna de poseerme, lo que me hizo no sé de qué manera. Dec idme ahora, qu erido am igo, si he leído
prevaricar, sino la indolencia, la debilidad y la condescendencia bien; decidme la verdad en nombre del amor; y si me habéis trai-
en un momento en que mi ángel me había enfadado por un ca- cionado, decídmelo sin rodeos. Como debo reconocer que soy
pricho que, si no hubiera sido un malvado indigno de ella, habría la causa de todo, es a mí a quien no perdonaré; vos podéis estar
debido enamorarme mucho más. Segura de haberme compla- seguro del perdón.
cido, Melulla me dejó irme dos horas después, rechazando de Muchas veces a lo largo de mi vida me he encontrado en la
plano las monedas de oro que quise darle. dura necesidad de decir alguna mentira a las mujeres que amaba;
Me fui a dormir detestándola y odiándome. Después de ha- pero, tras esas palabras, ¿podía mentir, como hombre honesto,
ber pasado cuatro horas durmiendo mal, me visto y voy a casa a aquel ángel? Me sentía tan incapaz de mentirle que, sorpren-
de F., que me había mandado llamar. Cumplo sus órdenes, vuel- dido por la emoción, no pude responderle hasta después de
 vo a la casa , en tro en los
l os a pos ent os de la señ ora, la veo en su aseo haber enjugado mis lágrimas.
 y le doy
d oy los bue nos días en el esp ejo . En su rost ro stro
ro veo la alegr ía, Lloras, querido amigo. Dime enseguida si me has traicio-
 y la tr anquili
anq uili dad
da d del can do r y de la in ocencia
oce ncia . Sus bellos
bel los ojo s se nado. ¿Qué negra venganza has podido tomarte contra mí, que
encuentran con los míos, y de repente veo su celestial fisonomía 110 sabría cómo ofenderte? No he podido hacerte sufrir, y si lo
oscurecida por una nube de tristeza. Baja los párpados; no dice he hecho ha sido con la inocencia de mi corazón enamorado.
nada; un instante después, vuelve a levantarlos y me mira fija- N o he pensado
pensado en vengarme,
vengarme, porque mi corazón nunca ha
mente como para reconocerme y leer en mi alma. Luego se en- dejado de adoraros. Pero mi cobardía me ha llevado a cometer
trega al silencio que sólo rompe cuando se encuentra a solas un crimen contra mí mismo que me vuelve indigno de vuestras
conmigo. bondades para el resto de mi vida.
M i que rido amigo, dejem os de fingir por mi parte y por I.I.» ¿Te entregaste a alguna desgraciada?
 vue str a. An oche
oc he me qu edé mu y aflig ida cu and o os fui ste is, pues Pa sé d os horas en un desenfreno en el que mi alma sólo par-
comprendí que lo que había hecho podía provocar una turba ticipó como testigo de mi tristeza, de mis remordimientos y de
ción peligrosa en el temperamento de un hombre. Por eso decidí mi error.
que en el futuro haría las las cosas bien. Imaginé que habíais salido ¡Triste y agobiado por los remordimientos! Lo creo. Es
a tomar el aire, y no os condené. Para asegurarme, me asomé a culpa mía, querido, y soy yo quien debo pedirte perdón.
la ventana
ventana y pasé allí toda una hora sin ver nunca luz en vucslm  Al ver
ve r sus lágri mas no pud e po r meno s de dar libre
libr e cu rso
rs o a
procharme que fuera el único que nunca había ido a visitarla, el aposento. Cuand o volvió mi marido, tuve que ir ir a acostarme
acostarme con
único que la había despreciado y el único al que ella habría que- la triste certeza de que no estabais en vuestro cuarto. Irritada
rido tener por amigo, me dice que me tenía en su poder, que no por lo que había hecho, y siempre enamorada, sólo he dormido
me dejaría escapar y que iba a vengarse. Mi frialdad no la de- poco y mal. Esta mañana, el señor mandó a un suboficial deci-
tiene. Experta en su oficio, exhibe sus encantos, se apodera de ros que tenía que hablaros, y le he oído responder que estabais
mí, y yo, como un cobarde, me dejo arrastrar al precipicio. Sus durmiendo porque habíais vuelto tarde. No estoy celosa, pues sé
bellezas estaban cien veces por debajo de las que poseía la di- que no podríais amar a otra mujer.
 vina
 vin a m ujer
uje r a la que yo ult raja ba; per o la in dign a m ujer
uje r qu e el in- »Esta mañana, en el momento en que, pensando en vos, me
fierno había puesto allí para que se cumpliera mi negro destino disponía a demostraros mi arrepentimiento, os oigo entrar en
me asaltó
asaltó en un mome nto en que lo que acababa acababa de ocurrirm e ya mi cuarto, os miro y, en verdad, me ha parecido ver a otro hom-
no me permitía ser dueño de mí. bre. Aún os estoy examinando, y mi alma lee a pesar mío en
No fueron ni el amor, ni la imaginación, ni el mérito de Mc  vue stra cara que soi s culpa
cu lpable
ble de habe rme ofen
of en did o y ultraja
ult raja do,
do ,
lulla, que desde luego no era digna de poseerme, lo que me hizo no sé de qué manera. Dec idme ahora, qu erido am igo, si he leído
prevaricar, sino la indolencia, la debilidad y la condescendencia bien; decidme la verdad en nombre del amor; y si me habéis trai-
en un momento en que mi ángel me había enfadado por un ca- cionado, decídmelo sin rodeos. Como debo reconocer que soy
pricho que, si no hubiera sido un malvado indigno de ella, habría la causa de todo, es a mí a quien no perdonaré; vos podéis estar
debido enamorarme mucho más. Segura de haberme compla- seguro del perdón.
cido, Melulla me dejó irme dos horas después, rechazando de Muchas veces a lo largo de mi vida me he encontrado en la
plano las monedas de oro que quise darle. dura necesidad de decir alguna mentira a las mujeres que amaba;
Me fui a dormir detestándola y odiándome. Después de ha- pero, tras esas palabras, ¿podía mentir, como hombre honesto,
ber pasado cuatro horas durmiendo mal, me visto y voy a casa a aquel ángel? Me sentía tan incapaz de mentirle que, sorpren-
de F., que me había mandado llamar. Cumplo sus órdenes, vuel- dido por la emoción, no pude responderle hasta después de
 vo a la casa , en tro en los
l os a pos ent os de la señ ora, la veo en su aseo haber enjugado mis lágrimas.
 y le doy
d oy los bue nos días en el esp ejo . En su rost ro stro
ro veo la alegr ía, Lloras, querido amigo. Dime enseguida si me has traicio-
 y la tr anquili
anq uili dad
da d del can do r y de la in ocencia
oce ncia . Sus bellos
bel los ojo s se nado. ¿Qué negra venganza has podido tomarte contra mí, que
encuentran con los míos, y de repente veo su celestial fisonomía 110 sabría cómo ofenderte? No he podido hacerte sufrir, y si lo
oscurecida por una nube de tristeza. Baja los párpados; no dice he hecho ha sido con la inocencia de mi corazón enamorado.
nada; un instante después, vuelve a levantarlos y me mira fija- N o he pensado
pensado en vengarme,
vengarme, porque mi corazón nunca ha
mente como para reconocerme y leer en mi alma. Luego se en- dejado de adoraros. Pero mi cobardía me ha llevado a cometer
trega al silencio que sólo rompe cuando se encuentra a solas un crimen contra mí mismo que me vuelve indigno de vuestras
conmigo. bondades para el resto de mi vida.
M i que rido amigo, dejem os de fingir por mi parte y por I.I.» ¿Te entregaste a alguna desgraciada?
 vue str a. An oche
oc he me qu edé mu y aflig ida cu and o os fui ste is, pues Pa sé d os horas en un desenfreno en el que mi alma sólo par-
comprendí que lo que había hecho podía provocar una turba ticipó como testigo de mi tristeza, de mis remordimientos y de
ción peligrosa en el temperamento de un hombre. Por eso decidí mi error.
que en el futuro haría las las cosas bien. Imaginé que habíais salido ¡Triste y agobiado por los remordimientos! Lo creo. Es
a tomar el aire, y no os condené. Para asegurarme, me asomé a culpa mía, querido, y soy yo quien debo pedirte perdón.
la ventana
ventana y pasé allí toda una hora sin ver nunca luz en vucslm  Al ver
ve r sus lágri mas no pud e po r meno s de dar libre
libr e cu rso
rs o a

43 6 437

las mías. ¡Alma grande! Alma divina, hecha para redimir al peor meses, y cumplió su palabra: a principios de septiembre, mo-
de todos los hombres. Que tuviera la fuerza de considerarse la mento en el que volví a Venecia, mi salud era perfecta.5
única culpable me indujo a emplear toda mi inteligencia en con- Lo primero que hice fue informar de mi desgracia a la señora
 ven cerla
ce rla de que aqu ello
ell o nun ca hab ría oc ur rid o si hubie
hu biera
ra en - F. No debía esperar el momento en que mi confesión habría sido
contrado en mí un hombre realmente digno de su amor. Y era para ella un reproche de imprudencia y debilidad. No debía
cierto. darle motivos de pensar que la pasión que había concebido por
Pasamos tranquilamente el día encerrando en nuestros cora- mí la exponía a peligros tan atroces, y de qué forma habría po-
zones toda nuestra tristeza. Quiso saber todas las circunstancias dido resultarle funesta. Apreciaba demasiado su cariño para
de mi lamentable aventura, y me aseguró que ambos debíamos exponerme al riesgo de perderla por falta de confianza.
confianza. C on o-
considerar aquel episodio como algo fatal, «porque aquello», me ciendo su inteligencia, el candor de su alma y la generosidad con
dijo, «podía haberle ocurrido al hombre más prudente». Sólo que me había encontrado digno de lástima, debía demostrarle
me encontraba digno de compasión, y no por eso debía amarme con mi sinceridad que al menos era merecedor de su estima.
menos. Estábamos seguros de que aprovecharíamos el primer Le hice, pues, cumplida narración del estado en que me en-
instante favorable para darnos muestras del mismo cariño. Pero contraba, pintándole el de mi alma cuando pensaba en las ho-
el ciclo, justo con frecuencia, no lo permitió: me había conde- rribles secuelas que nuestro cariño habría tenido si nos hubié-
nado, y yo debía sufrir su castigo.
castigo. ramos entregado a transportes amorosos una vez que le había
Tres días después, al levantarme de la cama, siento algo que confesado mi delito. La vi estremecerse ante la idea, la vi pali-
me molesta: una especie de escozor. Me echo a temblar imagi decer y temblar después, cuando le dije que la hubiera vengado
nándome lo que podía ser. ser. Qu iero asegurarme, y me quedo pe- dándome la muerte. Durante mi relato no hacía más que llamar
trificado al verme infectado por el veneno de Melulla. Me quedé malvada a la infame Melulla. Todo Corfú sabía que yo le había
desconcertado. Vuelvo a acostarme y me entrego a desoladoras hecho una visita, y todos se sorprendían al ver mi aspecto de
reflexiones. Pero ¡cuál no fue mi espanto cuando medité en la buena salud, pues no era pequeño el número de jóvenes a los
desgracia que habría podido ocurrirme la víspera! ¿Qué habría que había tratado como a mí.
sido de mí si la señora F. me hubiera concedido totalmente sus Pero mi enfermedad no era mi único dolor. Se había decidido
favores para convencerme de su constante cariño? Quien hu que volviese a Venecia de simple alférez, como cuando había sa-
bicra sabido mi historia, ¿habría podido condenarme si me lido de esa ciudad. El provisor general no me había cumplido su
hubiera librado de mis remordimientos con una muerte volun palabra porque en la propia Venecia habían preferido al bastardo
taria? No, porque ningún pensador me habría considerado de un patricio. Entonces resolví abandonar la carrera militar.
como a un d esgraciado que se mata de desesperac ión, sino como Causa de otro pesar todavía más doloroso era el total
total abandono
a un justo ejecutor del castigo que mi crimen habría merecido. 3. Hay una
una confusión de fechas; de conformidad con los textos,
Es seguro que me habría matado. Casanova habría estado dirigiéndose al mismo tiempo hacia Corfú y
Sumido en el dolor, víctima de aquella peste por cuarta ve/, hacia Venecia; después de afirmar que dejó Constantinopla con el baile
me disponía a un régimen que seis semanas más tarde me habría
habría Dona que se hizo a la mar
mar el
el 12 de octubre de 17 45,
45 , asegura haber re-
devuelto la salud sin que nadie se hubiera enterado de nada; peí o gresado a Venecia con la flota de Renier tres galeazas y tres galeras,
seguía engañándome. Melulla me había comunicado todos los que salió de
de Constantinopla el 25 de octubre de 174 5. Lo más probable
probable
es que Casanova saliera de Constantinopla antes del t de noviembre de
desastres de su infierno, y ocho días después vi todos sus l.i 1745, fecha de la llegada de Dona a Corfú; o que dejara Corfú después
mentables síntomas. Tuve entonces que confiar en un viejo de Renier. La confusión se debería a dos estancias distintas en Corfú,
médico, que, muy experto, me aseguró que me curaría en do* acompañada cada una de ellas por un viaje a Constantinopla.
las mías. ¡Alma grande! Alma divina, hecha para redimir al peor meses, y cumplió su palabra: a principios de septiembre, mo-
de todos los hombres. Que tuviera la fuerza de considerarse la mento en el que volví a Venecia, mi salud era perfecta.5
única culpable me indujo a emplear toda mi inteligencia en con- Lo primero que hice fue informar de mi desgracia a la señora
 ven cerla
ce rla de que aqu ello
ell o nun ca hab ría oc ur rid o si hubie
hu biera
ra en - F. No debía esperar el momento en que mi confesión habría sido
contrado en mí un hombre realmente digno de su amor. Y era para ella un reproche de imprudencia y debilidad. No debía
cierto. darle motivos de pensar que la pasión que había concebido por
Pasamos tranquilamente el día encerrando en nuestros cora- mí la exponía a peligros tan atroces, y de qué forma habría po-
zones toda nuestra tristeza. Quiso saber todas las circunstancias dido resultarle funesta. Apreciaba demasiado su cariño para
de mi lamentable aventura, y me aseguró que ambos debíamos exponerme al riesgo de perderla por falta de confianza.
confianza. C on o-
considerar aquel episodio como algo fatal, «porque aquello», me ciendo su inteligencia, el candor de su alma y la generosidad con
dijo, «podía haberle ocurrido al hombre más prudente». Sólo que me había encontrado digno de lástima, debía demostrarle
me encontraba digno de compasión, y no por eso debía amarme con mi sinceridad que al menos era merecedor de su estima.
menos. Estábamos seguros de que aprovecharíamos el primer Le hice, pues, cumplida narración del estado en que me en-
instante favorable para darnos muestras del mismo cariño. Pero contraba, pintándole el de mi alma cuando pensaba en las ho-
el ciclo, justo con frecuencia, no lo permitió: me había conde- rribles secuelas que nuestro cariño habría tenido si nos hubié-
nado, y yo debía sufrir su castigo.
castigo. ramos entregado a transportes amorosos una vez que le había
Tres días después, al levantarme de la cama, siento algo que confesado mi delito. La vi estremecerse ante la idea, la vi pali-
me molesta: una especie de escozor. Me echo a temblar imagi decer y temblar después, cuando le dije que la hubiera vengado
nándome lo que podía ser. ser. Qu iero asegurarme, y me quedo pe- dándome la muerte. Durante mi relato no hacía más que llamar
trificado al verme infectado por el veneno de Melulla. Me quedé malvada a la infame Melulla. Todo Corfú sabía que yo le había
desconcertado. Vuelvo a acostarme y me entrego a desoladoras hecho una visita, y todos se sorprendían al ver mi aspecto de
reflexiones. Pero ¡cuál no fue mi espanto cuando medité en la buena salud, pues no era pequeño el número de jóvenes a los
desgracia que habría podido ocurrirme la víspera! ¿Qué habría que había tratado como a mí.
sido de mí si la señora F. me hubiera concedido totalmente sus Pero mi enfermedad no era mi único dolor. Se había decidido
favores para convencerme de su constante cariño? Quien hu que volviese a Venecia de simple alférez, como cuando había sa-
bicra sabido mi historia, ¿habría podido condenarme si me lido de esa ciudad. El provisor general no me había cumplido su
hubiera librado de mis remordimientos con una muerte volun palabra porque en la propia Venecia habían preferido al bastardo
taria? No, porque ningún pensador me habría considerado de un patricio. Entonces resolví abandonar la carrera militar.
como a un d esgraciado que se mata de desesperac ión, sino como Causa de otro pesar todavía más doloroso era el total
total abandono
a un justo ejecutor del castigo que mi crimen habría merecido. 3. Hay una
una confusión de fechas; de conformidad con los textos,
Es seguro que me habría matado. Casanova habría estado dirigiéndose al mismo tiempo hacia Corfú y
Sumido en el dolor, víctima de aquella peste por cuarta ve/, hacia Venecia; después de afirmar que dejó Constantinopla con el baile
me disponía a un régimen que seis semanas más tarde me habría
habría Dona que se hizo a la mar
mar el
el 12 de octubre de 17 45,
45 , asegura haber re-
devuelto la salud sin que nadie se hubiera enterado de nada; peí o gresado a Venecia con la flota de Renier tres galeazas y tres galeras,
seguía engañándome. Melulla me había comunicado todos los que salió de
de Constantinopla el 25 de octubre de 174 5. Lo más probable
probable
es que Casanova saliera de Constantinopla antes del t de noviembre de
desastres de su infierno, y ocho días después vi todos sus l.i 1745, fecha de la llegada de Dona a Corfú; o que dejara Corfú después
mentables síntomas. Tuve entonces que confiar en un viejo de Renier. La confusión se debería a dos estancias distintas en Corfú,
médico, que, muy experto, me aseguró que me curaría en do* acompañada cada una de ellas por un viaje a Constantinopla.

438 439

en que me tenía la suerte. Para aliviar mis penas me di al juego, darme la menor muestra de estima. No me escuchaban cuando
 y per día tod os los días. De sde
sd e el mom ent o en que
qu e c om etí
et í la co - hablaba, o parecía vulgar todo lo que habrían encontrado inge-
bardía de entregarme a Melulla, todas las maldiciones se acu- nioso si hubiera seguido siendo rico.  Na m be ne nu mm atu m dec -
mulaban sobre mí. La última, que sin embargo recibí como un orat Suadela Venusque .' Me evitaban como si la desventura que
golpe de gracia, fue que, ocho o diez días antes de la marcha de me agobiaba fuera epidémica; y quizá tenían razón.
todo el ejercito, el señor D. R. volvió a tomarme a su servicio. El  A fina les de septi
se ptiem
embr
bree partim
par tim os con cin co gale ras,ras , do s ga-
señor F. había tenido que buscar un nuevo ayudante. La señora leazas y numerosos barcos pequeños bajo el mando del señor
F. me dijo con aire afligido que en Venecia ya no pod ríamos ver Renier,
Renier, costeando el mar A driático hasta el el norte del golfo, lugar
nos por varias razones. Le rogué que no las mencionara, seguro tan rico en puertos por ese lado como pobre lo es el lado
de que sólo podrían pareccrme humillantes.
humillantes. Compren dí el fon- opuesto. Todas las noches llegábamos a un puerto, y por eso veía
do de su alma un día que me dijo que yo le daba pena. Sólo si ya todos los días a la señora F., que acudía con su marido a cenar a
no me amaba podía albergar ese sentimiento; además, el despre la galeaza. Nuestro viaje fue tranquilo. Atracamos en el puerto
cio nunca deja de aparecer tras el triste sentimiento de la com de Venecia el 14 de octubre de 1745, y, después de haber pasado
 pas ión.  De sde ese instante no volví a estar a solas con ella.
ella. Co mo la cuarentena en la galeaza, desembarcamos el 25 de noviembre6
aún la amaba, me habría resultado fácil hacerla ruborizarse re-  y dos meses más tarde se suprimían
suprimían las galeazas.7Eran un modelo
prochándole la gran facilidad con que se había curado de su pa- de navio muy antiguo, de mantenimiento muy costoso y cuya
sión. Nada más llegar a Venecia se enamoró del señor F. R.;4y lo utilidad no resultaba ya evidente. La galeaza tenía el casco de
amó fielmente hasta que él murió de una tisis. Ella se quedó una fragata® y los bancos a modo de galera, donde quinientos
ciega veinte años después y creo que todavía vive. galeotes bogaban cuando no había viento.
En los dos últimos meses que viví en Corfú vi algo que me-  An tes
te s de q ue se pro du jera
jer a esa
e sa s abia sup resió
re sió n, hubo
hu bo gran des
rece la pena poner ante los ojos del alma de mis queridos lecto debates en el Senado.9Los que se oponían alegaban varias razo-
res. Supe lo que es un hombre al que le da la espalda la fortuna. nes, y entre ellas la de mayor peso abogaba por el respeto y la
 An te s de hab er co no cido
ci do a M elu lla yo go zab a de buena conservación de todo lo que era viejo. Esta razón que parece ri-
salud, era rico, afortunado en el juego, prudente, apreciado por dicula es, sin embargo, la que tiene mayor fuerza en todas las
todo el mu ndo y adorado por la más hermosa de las damas damas de la repúblicas. No hay república que no tiemble al solo nombre de
ciudad. Cada vez que hablaba, todo el mundo se ponía de mi la palabra novedad, no sólo de lo importante, sino también de lo
parte. Desde que conocí a esa fatal criatura perdí rápidamente baladí.  M ira nt ur qu e ni hi l nis i qu od Li bi tin a sa cr av it. '0 En este
salud, dinero, crédito, buen humor, consideración, ingenio y fa punto, la superstición siempre anda por medio.
cuitad para explicarme, pues ya no convencía; y, además, el as
5. «La diosa de la persuasión
persu asión y de la belleza acompaña con sus
cendientc que tenía sobre el espíritu de la señora F., quien, casi dones a quien tiene escudos*, Horacio, Epístolas, 1, VI, 38.
sin darse cuenta, se volvió la más indiferente de todas las muje- 6. Vuelve a darse la confusión de fechas: Renier partió rumbo a
res hacia cuanto me afectaba. Salí, pues, de Corfú sin dinero, y  Vcnccia el
el 25 de octubre; además del viaje, tuvo que sufrir la obligada
obligada
después de haber vendido o empeñado cuanto poseía. Además, cuarentena.
contraje deudas que nunca pensé pagar, no por mala voluntad, 7. Supresión
Supres ión que debió de producirse
produ cirse más tarde; Casanova habla
de ella en 1769.
sino por despreocupación. Lo que me pareció más singular fin- 8. Navio
Nav io de guerra a vela.
que, cuando me vieron delgado y sin dinero, no volvieron .1 9. Los primeros debates sobre esa supresión tuvieron lugar el 12
de febrero de 1748.
4. Al parecer habría que leer D. R., es
es decir, Giacomo
Giaco mo da Riva. 10. «Sólo admira lo que Libitina ha consagrado», Horacio, Episto-
en que me tenía la suerte. Para aliviar mis penas me di al juego, darme la menor muestra de estima. No me escuchaban cuando
 y per día tod os los días. De sde
sd e el mom ent o en que
qu e c om etí
et í la co - hablaba, o parecía vulgar todo lo que habrían encontrado inge-
bardía de entregarme a Melulla, todas las maldiciones se acu- nioso si hubiera seguido siendo rico.  Na m be ne nu mm atu m dec -
mulaban sobre mí. La última, que sin embargo recibí como un orat Suadela Venusque .' Me evitaban como si la desventura que
golpe de gracia, fue que, ocho o diez días antes de la marcha de me agobiaba fuera epidémica; y quizá tenían razón.
todo el ejercito, el señor D. R. volvió a tomarme a su servicio. El  A fina les de septi
se ptiem
embr
bree partim
par tim os con cin co gale ras,ras , do s ga-
señor F. había tenido que buscar un nuevo ayudante. La señora leazas y numerosos barcos pequeños bajo el mando del señor
F. me dijo con aire afligido que en Venecia ya no pod ríamos ver Renier,
Renier, costeando el mar A driático hasta el el norte del golfo, lugar
nos por varias razones. Le rogué que no las mencionara, seguro tan rico en puertos por ese lado como pobre lo es el lado
de que sólo podrían pareccrme humillantes.
humillantes. Compren dí el fon- opuesto. Todas las noches llegábamos a un puerto, y por eso veía
do de su alma un día que me dijo que yo le daba pena. Sólo si ya todos los días a la señora F., que acudía con su marido a cenar a
no me amaba podía albergar ese sentimiento; además, el despre la galeaza. Nuestro viaje fue tranquilo. Atracamos en el puerto
cio nunca deja de aparecer tras el triste sentimiento de la com de Venecia el 14 de octubre de 1745, y, después de haber pasado
 pas ión.  De sde ese instante no volví a estar a solas con ella.
ella. Co mo la cuarentena en la galeaza, desembarcamos el 25 de noviembre6
aún la amaba, me habría resultado fácil hacerla ruborizarse re-  y dos meses más tarde se suprimían
suprimían las galeazas.7Eran un modelo
prochándole la gran facilidad con que se había curado de su pa- de navio muy antiguo, de mantenimiento muy costoso y cuya
sión. Nada más llegar a Venecia se enamoró del señor F. R.;4y lo utilidad no resultaba ya evidente. La galeaza tenía el casco de
amó fielmente hasta que él murió de una tisis. Ella se quedó una fragata® y los bancos a modo de galera, donde quinientos
ciega veinte años después y creo que todavía vive. galeotes bogaban cuando no había viento.
En los dos últimos meses que viví en Corfú vi algo que me-  An tes
te s de q ue se pro du jera
jer a esa
e sa s abia sup resió
re sió n, hubo
hu bo gran des
rece la pena poner ante los ojos del alma de mis queridos lecto debates en el Senado.9Los que se oponían alegaban varias razo-
res. Supe lo que es un hombre al que le da la espalda la fortuna. nes, y entre ellas la de mayor peso abogaba por el respeto y la
 An te s de hab er co no cido
ci do a M elu lla yo go zab a de buena conservación de todo lo que era viejo. Esta razón que parece ri-
salud, era rico, afortunado en el juego, prudente, apreciado por dicula es, sin embargo, la que tiene mayor fuerza en todas las
todo el mu ndo y adorado por la más hermosa de las damas damas de la repúblicas. No hay república que no tiemble al solo nombre de
ciudad. Cada vez que hablaba, todo el mundo se ponía de mi la palabra novedad, no sólo de lo importante, sino también de lo
parte. Desde que conocí a esa fatal criatura perdí rápidamente baladí.  M ira nt ur qu e ni hi l nis i qu od Li bi tin a sa cr av it. '0 En este
salud, dinero, crédito, buen humor, consideración, ingenio y fa punto, la superstición siempre anda por medio.
cuitad para explicarme, pues ya no convencía; y, además, el as
5. «La diosa de la persuasión
persu asión y de la belleza acompaña con sus
cendientc que tenía sobre el espíritu de la señora F., quien, casi dones a quien tiene escudos*, Horacio, Epístolas, 1, VI, 38.
sin darse cuenta, se volvió la más indiferente de todas las muje- 6. Vuelve a darse la confusión de fechas: Renier partió rumbo a
res hacia cuanto me afectaba. Salí, pues, de Corfú sin dinero, y  Vcnccia el
el 25 de octubre; además del viaje, tuvo que sufrir la obligada
obligada
después de haber vendido o empeñado cuanto poseía. Además, cuarentena.
contraje deudas que nunca pensé pagar, no por mala voluntad, 7. Supresión
Supres ión que debió de producirse
produ cirse más tarde; Casanova habla
de ella en 1769.
sino por despreocupación. Lo que me pareció más singular fin- 8. Navio
Nav io de guerra a vela.
que, cuando me vieron delgado y sin dinero, no volvieron .1 9. Los primeros debates sobre esa supresión tuvieron lugar el 12
de febrero de 1748.
4. Al parecer habría que leer D. R., es
es decir, Giacomo
Giaco mo da Riva. 10. «Sólo admira lo que Libitina ha consagrado», Horacio, Episto-

440

Lo que la República de Venecia no reformará nunca son las oficial al servicio del infante duque de Parma.'> En cuanto a Mar
galeras, no sólo porque le prestan un gran servicio en un mar es- ton, era monja en Murano. Dos años más tarde me escribió una
trecho y que necesita recorrer a despecho incluso de la calma, carta para conjurarme en nombre de Jesuc risto y de la Santísima Santísima
sino porque no sabría dónde meter ni qué hacer con los crimi-  Virg en a no pres ent arm e ant e su vista. En ella a firm aba que tenía
nales que condena a remar.
remar. que perdonarme el crimen que había cometido seduciéndola,
En Corfú, donde a menudo hay tres mil galeotes, observé porque, por esc mismo crimen, estaba segura de ganarse la vida
algo singular: quienes están condenados a galeras por un crimen eterna a cambio de pasarse toda la vida terrenal arrepintiéndose.
merecedor de ese castigo son des preciados, mientras a los buon- Terminaba la carta asegurándome que nunca dejaría de rezar a
avoglia"   se los respeta en cierto modo. En mi opinión debería Dios por mi conversión. N o he vuelto a verla, pero ella me vio el
ser todo lo contrario. Por lo demás, desde todos los puntos de año 1754, como contaré cuando lleguemos a esc punto.
 vist a, en C or fú se trat a a los gale ote s mejor
me jor que a los solda
so lda dos
do s y Encontré a la señora Manzoni igual que siempre. Antes de
gozan de muchos privilegios; de ahí se sigue que gran cantidad mi marcha al al Levante me había profetizad o que tampoco aguan-
de soldados deserte para ir a venderse a un sopracomito.  El ca- taría mucho tiempo en el ejército, y se echó a reír cuan do le dije
pitán que pierde un soldado de su compañía debe tomárselo con que estaba decidido a abandonar esa carrera, pues no podía
paciencia, pues sería inútil reclamarlo. La República de Venecia soportar la injusticia
injusticia con que se me había preterido en contra de
creía entonces que tenía más necesidad de galeotes que de sol- la palabra dada. Me preguntó qué estado abrazaría después
dados. En este momento debe de pensar de otra manera. (Es- de haber renunciado al oficio de la guerra, y le respondí que me
cribo esto en 1797.) haría abogado. Se echó a reír, y me dijo que era demasiado
Entre otros privilegios, un galeote tiene el de poder robar tarde.'4
impunemente. Es, según dicen, el menor de los crímenes que Cuando me presenté al señor Grimani, me recibió muy bien;
deben perdonársele. «Estad sobre aviso», dice el patrón del ga- pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, tras preguntarle dónde
leote, «y si lo sorprendéis con las manos en la masa, dadle una  viví a mi her man o Franc
Fra nc esc o, me dijo
di jo que
qu e lo tenía
ten ía en cer rad o en
paliza,
paliza, pero no lo desgraciéis, porque entonces deberéis pagarme el fuerte de Sant’Andrea, el mismo donde había ordenado ence-
los cien ducados que me cuesta.» rrarme a mí antes de la llegada del obispo de Martorano.
Ni siquiera la justicia puede ordenar el arresto de un galeote En ese fuerte me dijo trabaja para el comandante. Copia
criminal si no paga a su patrón el dinero que le costó. batallas
batallas de Simonetti1’ y el comandante le paga por ello; así va v i-
Nada más desembarcar en Venecia una vez acabada la cua  vien do y co nvirt
nv irt ién do se en un bue n pint or.
rentena, fui a casa de la señora Orio; pero encontré la casa vacía. ¿Pero no está detenido?
Un vecino me dijo que el procurador Rosa se había casado con Es como si lo estuviera, porque no es dueño de salir del
ella y se la había llevado a vivir con él. Fui inmediatamente a su luerte. Esc comandante, llamado Spirid ion,“ es un buen amigo
casa y me recibieron muy bien. Ella me dijo que Nancttc se había
convertido en la condesa R.1' y se había ido a Guastalla con su 13. Fernando, infante de Kspaña y hermano de Carlos IV (1751
marido. Veinticuatro años después conocí a su hijo, distinguido 1802), duque de Parma desde 1765. Guastalla pertenecía a Parma desde
1748.
las, III, I, 49. Libitina, o la Muerte, era la diosa que presidía los func 14. Casanova trató de ejercer el derecho en 1742 y 1744; y habría
rales. trabajado como pasante en el despacho de Marco da Lezze.
11 . Galeotes voluntar
voluntarios.
ios. 15. Francesco Simonini
Simonini (168 91753)
917 53),, pintor de batallas
batallas famoso en
en la
12. Nanette,
Nanette , probablemente condesa Rambaldi, se casó el 2 de mar
mar época.
zo de 1745, fecha en la que Casanova ya había abandonado Venecia. 16. Casanova parece haber olvidado el nombre del comandante de
Lo que la República de Venecia no reformará nunca son las oficial al servicio del infante duque de Parma.'> En cuanto a Mar
galeras, no sólo porque le prestan un gran servicio en un mar es- ton, era monja en Murano. Dos años más tarde me escribió una
trecho y que necesita recorrer a despecho incluso de la calma, carta para conjurarme en nombre de Jesuc risto y de la Santísima Santísima
sino porque no sabría dónde meter ni qué hacer con los crimi-  Virg en a no pres ent arm e ant e su vista. En ella a firm aba que tenía
nales que condena a remar.
remar. que perdonarme el crimen que había cometido seduciéndola,
En Corfú, donde a menudo hay tres mil galeotes, observé porque, por esc mismo crimen, estaba segura de ganarse la vida
algo singular: quienes están condenados a galeras por un crimen eterna a cambio de pasarse toda la vida terrenal arrepintiéndose.
merecedor de ese castigo son des preciados, mientras a los buon- Terminaba la carta asegurándome que nunca dejaría de rezar a
avoglia"   se los respeta en cierto modo. En mi opinión debería Dios por mi conversión. N o he vuelto a verla, pero ella me vio el
ser todo lo contrario. Por lo demás, desde todos los puntos de año 1754, como contaré cuando lleguemos a esc punto.
 vist a, en C or fú se trat a a los gale ote s mejor
me jor que a los solda
so lda dos
do s y Encontré a la señora Manzoni igual que siempre. Antes de
gozan de muchos privilegios; de ahí se sigue que gran cantidad mi marcha al al Levante me había profetizad o que tampoco aguan-
de soldados deserte para ir a venderse a un sopracomito.  El ca- taría mucho tiempo en el ejército, y se echó a reír cuan do le dije
pitán que pierde un soldado de su compañía debe tomárselo con que estaba decidido a abandonar esa carrera, pues no podía
paciencia, pues sería inútil reclamarlo. La República de Venecia soportar la injusticia
injusticia con que se me había preterido en contra de
creía entonces que tenía más necesidad de galeotes que de sol- la palabra dada. Me preguntó qué estado abrazaría después
dados. En este momento debe de pensar de otra manera. (Es- de haber renunciado al oficio de la guerra, y le respondí que me
cribo esto en 1797.) haría abogado. Se echó a reír, y me dijo que era demasiado
Entre otros privilegios, un galeote tiene el de poder robar tarde.'4
impunemente. Es, según dicen, el menor de los crímenes que Cuando me presenté al señor Grimani, me recibió muy bien;
deben perdonársele. «Estad sobre aviso», dice el patrón del ga- pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, tras preguntarle dónde
leote, «y si lo sorprendéis con las manos en la masa, dadle una  viví a mi her man o Franc
Fra nc esc o, me dijo
di jo que
qu e lo tenía
ten ía en cer rad o en
paliza,
paliza, pero no lo desgraciéis, porque entonces deberéis pagarme el fuerte de Sant’Andrea, el mismo donde había ordenado ence-
los cien ducados que me cuesta.» rrarme a mí antes de la llegada del obispo de Martorano.
Ni siquiera la justicia puede ordenar el arresto de un galeote En ese fuerte me dijo trabaja para el comandante. Copia
criminal si no paga a su patrón el dinero que le costó. batallas
batallas de Simonetti1’ y el comandante le paga por ello; así va v i-
Nada más desembarcar en Venecia una vez acabada la cua  vien do y co nvirt
nv irt ién do se en un bue n pint or.
rentena, fui a casa de la señora Orio; pero encontré la casa vacía. ¿Pero no está detenido?
Un vecino me dijo que el procurador Rosa se había casado con Es como si lo estuviera, porque no es dueño de salir del
ella y se la había llevado a vivir con él. Fui inmediatamente a su luerte. Esc comandante, llamado Spirid ion,“ es un buen amigo
casa y me recibieron muy bien. Ella me dijo que Nancttc se había
convertido en la condesa R.1' y se había ido a Guastalla con su 13. Fernando, infante de Kspaña y hermano de Carlos IV (1751
marido. Veinticuatro años después conocí a su hijo, distinguido 1802), duque de Parma desde 1765. Guastalla pertenecía a Parma desde
1748.
las, III, I, 49. Libitina, o la Muerte, era la diosa que presidía los func 14. Casanova trató de ejercer el derecho en 1742 y 1744; y habría
rales. trabajado como pasante en el despacho de Marco da Lezze.
11 . Galeotes voluntar
voluntarios.
ios. 15. Francesco Simonini
Simonini (168 91753)
917 53),, pintor de batallas
batallas famoso en
en la
12. Nanette,
Nanette , probablemente condesa Rambaldi, se casó el 2 de mar
mar época.
zo de 1745, fecha en la que Casanova ya había abandonado Venecia. 16. Casanova parece haber olvidado el nombre del comandante de

442 443

de Razzetta, que no ha tenido dificultad en hacerle el favor de Pocos días después re cibí mi dimisión, y cien ccquíes; y hube
ocuparse de vuestro hermano. de quitarme el uniforme.
Como me parecía horrible y fatal que Razzetta debiera ser el Como debía pensar en buscar un oficio para ganarme la vida,
 ver du go d e t oda mi f amilia,
am ilia, le pr egu nto si mi herm
he rman
ana'7
a'7 sigu e en pensé en hacerme jugador profesional; pero la fortuna no
su casa, y me dice que había ido a Dresde para vivir con su ma- aprobó mi proyecto. En menos de ocho días me encontré sin un
dre. Nada más salir de casa del señor Grimani me dirijo al fuer- céntimo; y para entonces ya había tomado la decisión de con-
te Sant’Andrea, donde encuentro a mi hermano pincel en mano,  ver tir me en vio lin ist a. El do ct or G oz zi me había
habí a ens eña do lo
con buena salud y ni contento ni descontento de su destino. suficiente para rascar el violín en la orquesta de un teatro. Soli-
¿Qué crimen has cometido le digo para estar condenado cité ese empleo al señor Grim ani, que enseguida me colocó en la
a vivir aquí? orquesta de su teatro de San Samuele,'9donde, ganando un es-
Pregúntaselo al comandante, que ahí llega. cudo diario, tenía suficiente para ir tirando. Para hacerme justi-
Entra el comandante, mi hermano le dice quién soy, le hago cia a mí mismo, dejé de frecuentar todas las amistades de buen
la reverencia y le pregunto con qué derecho tiene a mi hermano tono, y todas las casas que frecuentaba antes de entregarme a esc
detenido. Me responde que no tiene que rendirme cuentas. Le oficio tan bajo. Sabía que me llamarían granuja, pero no me im-
digo a mi hermano que recoja su sombrero y su capa y se venga portaba. Debían despreciarme, pero me consolaba sabiendo que
a comer conmigo. El comandante se echa a reír diciéndome que no era despreciable. Viéndome reducido a ese oficio después de
si el centinela lo dejaba pasar podría irse. Disimulo entonces y tantos bellos títulos, sentía vergüenza, pero me la guardaba para
me marcho solo, decidido a hablar con el Sabio de la escritura. mí. Me sentía humillado, no envilecido. Tras haber renunciado
Fue al día siguiente cuando me presenté en su oficina, donde a la fortuna, aún creía que podía contar con ella. ella. Sabía que ejerce
encontré a mi querido comandante Pelodoro, que había pasado su poder sobre todos los m ortales sin sin consultarlos con tal de
de que
al fuerte de Chioggia. Le informo de la queja que quiero pre- sean jóvenes; y yo era joven.
sentar al Sabio por lo que le ocurría a mi hermano, y, al mismo
tiempo, de mi decisión de abandonar mi empleo en la milicia.
Me responde que, en cuanto hubiera conseguido el beneplácito CAPÍTULO VII
del Sabio, él haría vender mi despacho por el mismo dinero que
me había costado. Llegó el Sabio, y en media hora todo quedó ME CONVIERTO EN UN VERDADERO GOLFO.
resuelto. Me prometió dar su beneplácito a mi dimisión en UNA GRAN SUERTE ME SACA DE LA ABYECCIÓN Y LLEGO A SER
cuanto le pareciera capaz la persona que se presentara; y, como UN HOMBRE RICO
en ese momento apareció el mayor Spiridion, el Sabio le ordeno
dejar a mi hermano en libertad después de haberle soltado una  17 46 ' 
fuerte bronca en mi presencia. Me fui a liberarlo después de Después de haber recibido una educación capaz de encami-
comer, y lo llevé a alojarse conmigo en San Luca, en una habi narme hacia una posición honorable y apropiada para un joven
tación amueblada en la calle del Carbón.'8
19. Constru ido en 1655, también
también se llamó teatro Grimani por su
Sant’Andrea, Picro Socardo, sucesor en ese fuerte de Pelodoro, con constructor, Giovanni Grimani. Incendiado en 1747 y reconstruido al
quien había intercambiado el cargo en Chioggia. .1110
.1110 siguiente, fue cerrado en 1 81 8 y utilizado para otros menesteres:
menesteres: al-
17. María Maddalcna Casanova. macén, escuela, etcétera.
18. Calle del Carbón, en la riva  del Carbón, muy cerca de donde 1. Esta fecha corrige 1745 (calendario veneciano); los hechos na-
 vivi ó sus ú ltimo s años el A reti no. rrados arrancan del inicio de 1746.
de Razzetta, que no ha tenido dificultad en hacerle el favor de Pocos días después re cibí mi dimisión, y cien ccquíes; y hube
ocuparse de vuestro hermano. de quitarme el uniforme.
Como me parecía horrible y fatal que Razzetta debiera ser el Como debía pensar en buscar un oficio para ganarme la vida,
 ver du go d e t oda mi f amilia,
am ilia, le pr egu nto si mi herm
he rman
ana'7
a'7 sigu e en pensé en hacerme jugador profesional; pero la fortuna no
su casa, y me dice que había ido a Dresde para vivir con su ma- aprobó mi proyecto. En menos de ocho días me encontré sin un
dre. Nada más salir de casa del señor Grimani me dirijo al fuer- céntimo; y para entonces ya había tomado la decisión de con-
te Sant’Andrea, donde encuentro a mi hermano pincel en mano,  ver tir me en vio lin ist a. El do ct or G oz zi me había
habí a ens eña do lo
con buena salud y ni contento ni descontento de su destino. suficiente para rascar el violín en la orquesta de un teatro. Soli-
¿Qué crimen has cometido le digo para estar condenado cité ese empleo al señor Grim ani, que enseguida me colocó en la
a vivir aquí? orquesta de su teatro de San Samuele,'9donde, ganando un es-
Pregúntaselo al comandante, que ahí llega. cudo diario, tenía suficiente para ir tirando. Para hacerme justi-
Entra el comandante, mi hermano le dice quién soy, le hago cia a mí mismo, dejé de frecuentar todas las amistades de buen
la reverencia y le pregunto con qué derecho tiene a mi hermano tono, y todas las casas que frecuentaba antes de entregarme a esc
detenido. Me responde que no tiene que rendirme cuentas. Le oficio tan bajo. Sabía que me llamarían granuja, pero no me im-
digo a mi hermano que recoja su sombrero y su capa y se venga portaba. Debían despreciarme, pero me consolaba sabiendo que
a comer conmigo. El comandante se echa a reír diciéndome que no era despreciable. Viéndome reducido a ese oficio después de
si el centinela lo dejaba pasar podría irse. Disimulo entonces y tantos bellos títulos, sentía vergüenza, pero me la guardaba para
me marcho solo, decidido a hablar con el Sabio de la escritura. mí. Me sentía humillado, no envilecido. Tras haber renunciado
Fue al día siguiente cuando me presenté en su oficina, donde a la fortuna, aún creía que podía contar con ella. ella. Sabía que ejerce
encontré a mi querido comandante Pelodoro, que había pasado su poder sobre todos los m ortales sin sin consultarlos con tal de
de que
al fuerte de Chioggia. Le informo de la queja que quiero pre- sean jóvenes; y yo era joven.
sentar al Sabio por lo que le ocurría a mi hermano, y, al mismo
tiempo, de mi decisión de abandonar mi empleo en la milicia.
Me responde que, en cuanto hubiera conseguido el beneplácito CAPÍTULO VII
del Sabio, él haría vender mi despacho por el mismo dinero que
me había costado. Llegó el Sabio, y en media hora todo quedó ME CONVIERTO EN UN VERDADERO GOLFO.
resuelto. Me prometió dar su beneplácito a mi dimisión en UNA GRAN SUERTE ME SACA DE LA ABYECCIÓN Y LLEGO A SER
cuanto le pareciera capaz la persona que se presentara; y, como UN HOMBRE RICO
en ese momento apareció el mayor Spiridion, el Sabio le ordeno
dejar a mi hermano en libertad después de haberle soltado una  17 46 ' 
fuerte bronca en mi presencia. Me fui a liberarlo después de Después de haber recibido una educación capaz de encami-
comer, y lo llevé a alojarse conmigo en San Luca, en una habi narme hacia una posición honorable y apropiada para un joven
tación amueblada en la calle del Carbón.'8
19. Constru ido en 1655, también
también se llamó teatro Grimani por su
Sant’Andrea, Picro Socardo, sucesor en ese fuerte de Pelodoro, con constructor, Giovanni Grimani. Incendiado en 1747 y reconstruido al
quien había intercambiado el cargo en Chioggia. .1110
.1110 siguiente, fue cerrado en 1 81 8 y utilizado para otros menesteres:
menesteres: al-
17. María Maddalcna Casanova. macén, escuela, etcétera.
18. Calle del Carbón, en la riva  del Carbón, muy cerca de donde 1. Esta fecha corrige 1745 (calendario veneciano); los hechos na-
 vivi ó sus ú ltimo s años el A reti no. rrados arrancan del inicio de 1746.

444
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que unía a una buena cultura literaria las las afortunad as cualidades impertinencias
impertinencias imaginable
imaginables.s. N os divertíamos, por ejemplo, sol-
de la inteligencia
inteligencia y las accidentales de su físico, que siempre y en tando de la orilla de las casas particulares las góndolas, que luego
todas partes se respetan, pese a ello me encontraba, a la edad de iban solas, llevadas por la corriente, a un lado u otro del Gran
 vein te años,
año s, co nver
nv ertid
tid o en vil segu
se gu ido r de un arte sublim
su blim e, en el Canal, co nvirtiendo en motivo de alegría laslas maldiciones que los
que, si se admira al hombre que sobresale, se desprecia con ra- barqueros debían lanzarnos por la mañana al no encontrar sus
zón al mediocre. En la orquesta de un teatro de la que formaba góndolas donde las habían amarrado.
parte no podía exigir estima ni consideración, y debía soportar Con frecuencia íbamos a despertar a las comadronas, las ha-
la risa burlona de quienes me habían conocido como abogado, cíamos vestirse y salir para ayudar en el parto de mujeres que,
luego como eclesiástico y más tarde como militar, y me habían cuando llegaban, las trataban de locas. Hacíamos lo mismo con
acogido y festejado en las nobles reuniones de la buena sociedad.sociedad. los más famosos médicos, cuyo descanso interrumpíamos para
Conocía mi situación; pero el desprecio, al que no habría po- que fueran a casa de ricos señores que, según decíamos, habían
dido mostrarme indiferente, no aparecía por ninguna parte. Lo sufrido una apoplejía; y sacábamos de la cama a curas para que
desafiaba por saber que sólo era debido a la cobardía, y yo no fueran a encomendar el alma de personas que se encontraban
podía reprocharm e ninguna. Po r lo que se refiere a la estima,
estima, de- perfectamente y que , según nuestras palabras, estaban en la ago-
 jaba a mi am bic ión dor mir . Sat isfe ch o de no per ten ece r a nadie, nía.
seguía hacia delante sin preocuparme por el futuro. Forzado a Por todas las calles por las que pasábamos cortábamos sin
seguir la carrera eclesiástica, en la que no hubiera podido abrirme piedad alguna todos los cordones de las campanillas que colga-
camino sin recurrir a la hipocresía, me habría despreciado; y ban de las puertas de las casas; y cuando, por casualidad, encon-
para seguir en el oficio de las armas, hubiera debido poseer una trábamos una puerta abierta porque habían olvidado cerrarla,
paciencia de la que no me sentía capaz. Estaba convencido de- subíamos las escaleras a tientas y asustábamos en las puertas de
que el estado que uno abraza debe proporcionar ganancias sufi- los pisos a todos los que dormían avisándoles de que la puerta
cientes para satisfacer las necesidades de la vida, y los honorarios de la calle de su casa estaba abierta. Luego echábamos a correr
que hubiera recibido sirviendo en las tropas de la República no dejando la puerta abierta como la habíamos encontrado.
me habrían bastado, pues, debido a mi educación, mis necesida- Cierta noche muy oscura decidimos volcar una gran mesa de
des eran mayores que las de cualquier otro. Tocando el violín mármol que era una especie de monumento. Esa mesa estaba si-
ganaba lo suficiente para poder mantenerme sin recurrir a nadie. tuada casi en el centro de la plaza Sant’Angelo;1 de ella se decía
Felices los que pueden preciarse de bastarse a si mismos.  Mi em- que, en tiempos de la guerra que la República había sostenido
pleo no era noble, pero me daba igual. igual. Viendo prejuicio en todo, contra la Liga de Cambrai,* los comisarios pagaban sobre aque-
no tarde en compartir las costumbres de mis infames camara lla gran mesa a los reclutas que se alistaban bajo la bandera de
das. Después de la función iba con ellos a la taberna, de donde san Marcos.
salíamos borrachos para ir a pasar la noche en lugares de mala Cuando podíamos entrar en los campanarios, no había para
fama. Cuando los encontrábamos ocupados, obligábamos a los nosotros mayor placer que alarmar a toda la parroquia tocando
ocupantes a retirarse, y robábamos el mísero salario que la ley .1 rebato la campana que anunciaba el fuego, o cortar todas las
asigna a las desdichadas que se habían sometido a nuestra bru
talidad.
talidad. P or estas violencias corríamos a menudo los riesgos más más 2. La mesa existió
existió en la
la iglesia
iglesia de la
la plaza
plaza del Campo Sant’A ngelo,
i|ue fue destruida en 1837. Esas mesas se utilizaban para pagar a los sol-
evidentes.
dados  veneciano s.
Muchas veces pasábamos las las noches recorrien do los distintos 3. Coalición pactada
pactada en 1508 por el el papa
papa Julio II, el emperador Ma-
barrios de la ciudad inventando y poniendo en práctica todas las las ximiliano, Luis XII de Francia y Fernando de Aragón contra Venecia.
que unía a una buena cultura literaria las las afortunad as cualidades impertinencias
impertinencias imaginable
imaginables.s. N os divertíamos, por ejemplo, sol-
de la inteligencia
inteligencia y las accidentales de su físico, que siempre y en tando de la orilla de las casas particulares las góndolas, que luego
todas partes se respetan, pese a ello me encontraba, a la edad de iban solas, llevadas por la corriente, a un lado u otro del Gran
 vein te años,
año s, co nver
nv ertid
tid o en vil segu
se gu ido r de un arte sublim
su blim e, en el Canal, co nvirtiendo en motivo de alegría laslas maldiciones que los
que, si se admira al hombre que sobresale, se desprecia con ra- barqueros debían lanzarnos por la mañana al no encontrar sus
zón al mediocre. En la orquesta de un teatro de la que formaba góndolas donde las habían amarrado.
parte no podía exigir estima ni consideración, y debía soportar Con frecuencia íbamos a despertar a las comadronas, las ha-
la risa burlona de quienes me habían conocido como abogado, cíamos vestirse y salir para ayudar en el parto de mujeres que,
luego como eclesiástico y más tarde como militar, y me habían cuando llegaban, las trataban de locas. Hacíamos lo mismo con
acogido y festejado en las nobles reuniones de la buena sociedad.sociedad. los más famosos médicos, cuyo descanso interrumpíamos para
Conocía mi situación; pero el desprecio, al que no habría po- que fueran a casa de ricos señores que, según decíamos, habían
dido mostrarme indiferente, no aparecía por ninguna parte. Lo sufrido una apoplejía; y sacábamos de la cama a curas para que
desafiaba por saber que sólo era debido a la cobardía, y yo no fueran a encomendar el alma de personas que se encontraban
podía reprocharm e ninguna. Po r lo que se refiere a la estima,
estima, de- perfectamente y que , según nuestras palabras, estaban en la ago-
 jaba a mi am bic ión dor mir . Sat isfe ch o de no per ten ece r a nadie, nía.
seguía hacia delante sin preocuparme por el futuro. Forzado a Por todas las calles por las que pasábamos cortábamos sin
seguir la carrera eclesiástica, en la que no hubiera podido abrirme piedad alguna todos los cordones de las campanillas que colga-
camino sin recurrir a la hipocresía, me habría despreciado; y ban de las puertas de las casas; y cuando, por casualidad, encon-
para seguir en el oficio de las armas, hubiera debido poseer una trábamos una puerta abierta porque habían olvidado cerrarla,
paciencia de la que no me sentía capaz. Estaba convencido de- subíamos las escaleras a tientas y asustábamos en las puertas de
que el estado que uno abraza debe proporcionar ganancias sufi- los pisos a todos los que dormían avisándoles de que la puerta
cientes para satisfacer las necesidades de la vida, y los honorarios de la calle de su casa estaba abierta. Luego echábamos a correr
que hubiera recibido sirviendo en las tropas de la República no dejando la puerta abierta como la habíamos encontrado.
me habrían bastado, pues, debido a mi educación, mis necesida- Cierta noche muy oscura decidimos volcar una gran mesa de
des eran mayores que las de cualquier otro. Tocando el violín mármol que era una especie de monumento. Esa mesa estaba si-
ganaba lo suficiente para poder mantenerme sin recurrir a nadie. tuada casi en el centro de la plaza Sant’Angelo;1 de ella se decía
Felices los que pueden preciarse de bastarse a si mismos.  Mi em- que, en tiempos de la guerra que la República había sostenido
pleo no era noble, pero me daba igual. igual. Viendo prejuicio en todo, contra la Liga de Cambrai,* los comisarios pagaban sobre aque-
no tarde en compartir las costumbres de mis infames camara lla gran mesa a los reclutas que se alistaban bajo la bandera de
das. Después de la función iba con ellos a la taberna, de donde san Marcos.
salíamos borrachos para ir a pasar la noche en lugares de mala Cuando podíamos entrar en los campanarios, no había para
fama. Cuando los encontrábamos ocupados, obligábamos a los nosotros mayor placer que alarmar a toda la parroquia tocando
ocupantes a retirarse, y robábamos el mísero salario que la ley .1 rebato la campana que anunciaba el fuego, o cortar todas las
asigna a las desdichadas que se habían sometido a nuestra bru
talidad.
talidad. P or estas violencias corríamos a menudo los riesgos más más 2. La mesa existió
existió en la
la iglesia
iglesia de la
la plaza
plaza del Campo Sant’A ngelo,
i|ue fue destruida en 1837. Esas mesas se utilizaban para pagar a los sol-
evidentes.
dados  veneciano s.
Muchas veces pasábamos las las noches recorrien do los distintos 3. Coalición pactada
pactada en 1508 por el el papa
papa Julio II, el emperador Ma-
barrios de la ciudad inventando y poniendo en práctica todas las las ximiliano, Luis XII de Francia y Fernando de Aragón contra Venecia.

446 447

cuerdas de las campanas. Cuando íbamos al otro lado del Canal, mos ocho, todos con máscara, merodeando por la ciudad, y
en vez de pasar todos en la misma góndola, cada uno de no- todos pensando en inventar alguna travesura que nos honrase
sotros alquilaba una y, cuando llegábamos al otro lado, echá- ante nuestros camaradas. Al pasar delante del almacén de la pa-
bamos a correr perseguidos por los barqueros a los que no ha- rroquia llamada la Cruz,k tuvimos ganas de beber algo. Entra-
bíamos pagado. mos, damos una vuelta y sólo vem os a tres hombres y una m ujer
Toda la ciudad protestaba por este vandalismo nocturno, bastante guapa que bebían apaciblemente en un reservado.
mientras nosotros nos reíamos de las pesquisas que se hacían Nu estro jefe, un noble veneciano de la familia Balbi,7 nos dice
para descubrir a los perturbadores de la tranquilidad pública. que sería un buen golpe y una novedad raptar a los tres pobres
Debíamos mantener el secreto con gran cuidado, porque, en bebedores, separarlos de la mujer y gozar de la dama a nuestro
caso de descubrirnos, habríanhabrían podido divertirse
divertirse condenándonos antojo. Nos explica detalladamente el plan, lo aprobamos, nos
a todos, por algún tiempo, a la galera del Consejo de los Diez, reparte los papeles y, bien cubiertos con nuestras máscaras, en-
que se encuentra frente a las dos grandes columnas de la pi az - tramos en la habitación, con él al frente. Tras quitarse la más-
zetta  de San Marcos.
cara, seguro pese a ello de no ser reconocido, les dice a los tres
Éramos siete,
siete, algunas
algunas veces ocho, porque, c omo quería mu- hombres, muy sorprendidos, estas palabras:
cho a mi hermano Francesco, a menudo lo hacía participar en So pena de la vida, y por orden de los jefes del Consejo de
nuestras juergas. Pero lo que ocurrió para que el miedo pusiera los Diez, venid ahora mismo con nosotros, sin hacer el menor
freno, e incluso fin, a nuestras locuras fue lo siguiente: ruido; y vos, buena señora, no temáis nada. Os acompañarán a
En cada una de las setenta y dos parroquias4de la ciudad de  vue stra casa.
 Ve nec ia ha y una gran tab erna er na que llam an alm acénac én ,' do nd e se  Ap en as pro nunc
nu nciad
iad as estas palabra
pal abra s, dos de la banda
ba nda se apo-
ap o-
 ven de v ino
in o al det alle,
alle , qu e es tá ab ier to tod a la noc he, y ado nde
nd e se deran de la mujer para llevarla rápidamente a donde nuestro jefe
 va a be ber
be r más bar ato qu e en las dem ás tab ern as de la ciudad ciu dad les había ordenado ir a esperarnos, y nosotros nos abalanzamos
donde también dan de comer. En el almacén también se puede sobre los tres hombres, que, temblando de pies a cabeza, pien-
comer, pero encargando lo que uno quiera de la salchichería, san en todo menos en oponer resistencia. El mozo del almacén
que, también por institución, está abierta casi toda la noche en acude para que le paguen, y nu estro jefe le paga imponiéndole si-
cada parroquia. Es un figonero el que prepara, muy mal, la co- lencio, siempre so pena de la vida. Llevamos a los tres hombres
mida, pero como lo vende todo muy barato, el establecimiento a una gran embarcación. Nuestro jefe sube a popa y ordena al
es muy útil para los pobres. Como es lógico, en el almacén barquero bogar de proa. El barquero tiene que obedecer sin
nunca se ve a nobles ni a burgueses acomodados, porque todo saber adonde va: la ruta depende del timonel de popa. Ninguno
está sucio. Sólo el bajo pu eblo frecuenta estos lugares, en los que de nosotros sabía adonde iba a llevar nuestro jefe a los tres po-
hay pequeños reservados que sólo tienen una mesa rodeada de bres diablos.
bancos en lugar de sillas. Enfila la salida del Canal, sale de él y llega un cuarto de hora
Fue du rante el carnaval: ya había sonado la medianoche, éra
6. El sestiere Santa Croce, al noroeste de la ciudad, junto a la actual
4. Las setenta y dos iglesias parroquiales, en memoria
memoria de los setena
sete na estación de ferrocarril. La iglesia y el convento de ese nombre fueron
 y dos discípulos de C risto. demolidos a finales del siglo XIX
XI X.
5. Tienda donde sólo se vendía una clase de vino a precio muy ba 7. En los informes
infor mes de policía de ese
ese año se cita a un
un joven noble de
rato a lo sumo dos clases de vino; también podían empeñarse obje ese apellido como disoluto y «de costumbres levantinas», conducido a
tos; dos tercios del valor de lo empeñado se pagaban en dinero, y el re\i<> los Plomos junto con otro compañero y trasladado luego a una fortaleza
en vino. por orden de los Inquisidores de Estado.
cuerdas de las campanas. Cuando íbamos al otro lado del Canal, mos ocho, todos con máscara, merodeando por la ciudad, y
en vez de pasar todos en la misma góndola, cada uno de no- todos pensando en inventar alguna travesura que nos honrase
sotros alquilaba una y, cuando llegábamos al otro lado, echá- ante nuestros camaradas. Al pasar delante del almacén de la pa-
bamos a correr perseguidos por los barqueros a los que no ha- rroquia llamada la Cruz,k tuvimos ganas de beber algo. Entra-
bíamos pagado. mos, damos una vuelta y sólo vem os a tres hombres y una m ujer
Toda la ciudad protestaba por este vandalismo nocturno, bastante guapa que bebían apaciblemente en un reservado.
mientras nosotros nos reíamos de las pesquisas que se hacían Nu estro jefe, un noble veneciano de la familia Balbi,7 nos dice
para descubrir a los perturbadores de la tranquilidad pública. que sería un buen golpe y una novedad raptar a los tres pobres
Debíamos mantener el secreto con gran cuidado, porque, en bebedores, separarlos de la mujer y gozar de la dama a nuestro
caso de descubrirnos, habríanhabrían podido divertirse
divertirse condenándonos antojo. Nos explica detalladamente el plan, lo aprobamos, nos
a todos, por algún tiempo, a la galera del Consejo de los Diez, reparte los papeles y, bien cubiertos con nuestras máscaras, en-
que se encuentra frente a las dos grandes columnas de la pi az - tramos en la habitación, con él al frente. Tras quitarse la más-
zetta  de San Marcos.
cara, seguro pese a ello de no ser reconocido, les dice a los tres
Éramos siete,
siete, algunas
algunas veces ocho, porque, c omo quería mu- hombres, muy sorprendidos, estas palabras:
cho a mi hermano Francesco, a menudo lo hacía participar en So pena de la vida, y por orden de los jefes del Consejo de
nuestras juergas. Pero lo que ocurrió para que el miedo pusiera los Diez, venid ahora mismo con nosotros, sin hacer el menor
freno, e incluso fin, a nuestras locuras fue lo siguiente: ruido; y vos, buena señora, no temáis nada. Os acompañarán a
En cada una de las setenta y dos parroquias4de la ciudad de  vue stra casa.
 Ve nec ia ha y una gran tab erna er na que llam an alm acénac én ,' do nd e se  Ap en as pro nunc
nu nciad
iad as estas palabra
pal abra s, dos de la banda
ba nda se apo-
ap o-
 ven de v ino
in o al det alle,
alle , qu e es tá ab ier to tod a la noc he, y ado nde
nd e se deran de la mujer para llevarla rápidamente a donde nuestro jefe
 va a be ber
be r más bar ato qu e en las dem ás tab ern as de la ciudad ciu dad les había ordenado ir a esperarnos, y nosotros nos abalanzamos
donde también dan de comer. En el almacén también se puede sobre los tres hombres, que, temblando de pies a cabeza, pien-
comer, pero encargando lo que uno quiera de la salchichería, san en todo menos en oponer resistencia. El mozo del almacén
que, también por institución, está abierta casi toda la noche en acude para que le paguen, y nu estro jefe le paga imponiéndole si-
cada parroquia. Es un figonero el que prepara, muy mal, la co- lencio, siempre so pena de la vida. Llevamos a los tres hombres
mida, pero como lo vende todo muy barato, el establecimiento a una gran embarcación. Nuestro jefe sube a popa y ordena al
es muy útil para los pobres. Como es lógico, en el almacén barquero bogar de proa. El barquero tiene que obedecer sin
nunca se ve a nobles ni a burgueses acomodados, porque todo saber adonde va: la ruta depende del timonel de popa. Ninguno
está sucio. Sólo el bajo pu eblo frecuenta estos lugares, en los que de nosotros sabía adonde iba a llevar nuestro jefe a los tres po-
hay pequeños reservados que sólo tienen una mesa rodeada de bres diablos.
bancos en lugar de sillas. Enfila la salida del Canal, sale de él y llega un cuarto de hora
Fue du rante el carnaval: ya había sonado la medianoche, éra
6. El sestiere Santa Croce, al noroeste de la ciudad, junto a la actual
4. Las setenta y dos iglesias parroquiales, en memoria
memoria de los setena
sete na estación de ferrocarril. La iglesia y el convento de ese nombre fueron
 y dos discípulos de C risto. demolidos a finales del siglo XIX
XI X.
5. Tienda donde sólo se vendía una clase de vino a precio muy ba 7. En los informes
infor mes de policía de ese
ese año se cita a un
un joven noble de
rato a lo sumo dos clases de vino; también podían empeñarse obje ese apellido como disoluto y «de costumbres levantinas», conducido a
tos; dos tercios del valor de lo empeñado se pagaban en dinero, y el re\i<> los Plomos junto con otro compañero y trasladado luego a una fortaleza
en vino. por orden de los Inquisidores de Estado.

448 449
449

 vio q ue me s eguía
egu ía un terc
t erc ero ya no dudó
du dó de su feliz
fe liz des tin o, que
más tarde a San Giorgio,* donde manda desembarcar a los tres
prisioneros, muy contentos de verse abandonados allí porque le prometía a todos los miembros de la pandilla. No se equivocó.
Sólo mi hermano se negó fingiend o que estaba enfermo, la única
debían de temer que serían asesinados. A continuación nuestro
 jef e, que
qu e se sie nte can sad o, hace que
qu e sub a a p opa
op a el bar quer
qu eroo y  jus tifi cac ión válid a, porq
po rqueue entre
ent re nos otr os regí a la irre voc able
abl e
le ordena llevarnos a San Geremia,9donde, después de haberle ley de que todos tenían que hacer lo que hicieran los demás.
Después de tan bella hazaña, volvimos a ponernos las más-
pagado generosamente, lo deja en su barco.
De San Geremia fuimos a la placita del Ramier, en San Mar caras, pagamos al posadero y acompañamos a la feliz mujer a
cuola,'0en una de cuyas esquinas nos esperaban mi hermano y San Giobbe,'* donde vivía. No la dejamos hasta que no la vimos
otro de la banda sentados en el suelo con la bella bella mujer, que llo - abrir su puerta; y cuando nos dio las gracias con la más sincera
 y mejor
me jor bue na fe, no pu dim os con tene te nerr las car cajada
caj ada s. Lu ego
eg o
raba. nos separamos para ir cada uno a su casa.
N o lloréis,
lloréis, hermosa
hermosa le dice nuestro jefe, porque no os ha-
remos ningún daño. Vamos a beber una jarra a Rialto, y luego os No fue hasta dos días más tarde cuando esta aventura em-
pezó a dar que hablar. El marido de la joven era tejedor, igual
llevaremos a vuestra casa.
que sus otros dos amigos. Se unió a ellos y presentó ante los jefes
¿Dónde está mi marido?
Mañana por la mañana lo veréis en vuestra casa. del Consejo de los Diez'* una queja en la que les comunicaban
Consolada por esta respuesta y dócil como un cordero, vino los hechos con toda verdad, aunque su atrocidad se vio dismi-
con nosotros a la hostería
hostería de las
las «Dos Espadas»,“ donde man- nuida por una circunstancia que debió de hacer reír a los tres
damos encender un buen fuego en una habitación de arriba, y  juece s como
co mo hizo
hiz o reír a tod a la ciudad
ciu dad . La den unc ia dec ía que
donde, tras hacer que nos subieran bebida y comida, despedi- las ocho máscaras no habían maltratado en modo alguno a la
mos al criado. Entonces nos despojamos de nuestras máscaras mujer. Las dos máscaras que la habían secuestrado la habían lle-
 y vim os que la se cue str ada se anim aba al v er nue str os ros tro s y  vado a tal p laza,
laza , de sde donde
do nde , una
u na hora más t arde , cuan
c uan do lleg a-
nuestros modales. Después de haberla estimulado con nuestras ron los otros seis, todos habían ido a las «Espadas», para pasar
palabras y con vasos de vino le ocurrió lo que debía esperarse. allí toda una hora bebiendo. Luego habían acompañado a la
Nuestro jefe, como es lógico, fue el primero en rendirle su tri mujer a su casa, pidiéndole disculpas por haber querido gastar
buto amoroso, no sin antes haber vencido con mucha cortesía una broma al marido. Lo s tres tejedores no habían podido aban-
donar la isla de San Giorgio hasta el amanecer, y el marido, al re-
toda la repugnancia que ella sentía en ser complaciente con él
gresar a casa, había encontrado a su mujer durmiendo profun-
delante de toda la banda.
banda. La mujer tomó la sabia
sabia decisión de rcú
damente en la cama. Cuando despertó, la mujer se lo había
 y dejars
de jars e hacer. contado todo. S ólo se quejaba del gran miedo que había sentido,
Pero cuando me presenté para ser el segundo la vi sorpren
 y po r eso exi gía jus tic ia y un cas tig o ejem plar. En aquella aqu ella de -
dida: creyó que debía demostrarme agradecimiento; y cuando
nuncia todo era cómico, pues el marido decía que las ocho más-
caras no los habrían
habrían enco ntrado tan dóciles si su jefe no hubiera
8. La isla San Giorgio Mag giore, frente a San Marcos.
9. Iglesia parroquial del siglo XI ,  junto a la actual estación de f« pronunciado el respetable nombre del tribunal.
rrocarril. 12. Iglesia construida en el
el siglo XV, en Cannaregio, junto a la actual
10. Exactamente la iglesia de los Santos Ermagoro y Fortunato,
tación de ferrocarril.
cuyos nombres, en extraña contracción, dan Marcuola. Se halla en 1 1
13. / capí del Consiglio dei Dieci   eran elegidos cada mes entre los
Gran Canal. La pequeña plaza es el Campillo delta Colombina , o bien
miembros del Consejo de los Diez. Abrían los mensajes dirigidos al
uno de los dos Campielli del Remer (remer -   fabricante de remos).
nsejo, lo convocaban y decidían sobre los asuntos en curso.
11. La hostería Alie Spada, en San Matteo di Rialto.
más tarde a San Giorgio,* donde manda desembarcar a los tres  vio q ue me s eguía
egu ía un terc
t erc ero ya no dudó
du dó de su feliz
fe liz des tin o, que
prisioneros, muy contentos de verse abandonados allí porque le prometía a todos los miembros de la pandilla. No se equivocó.
debían de temer que serían asesinados. A continuación nuestro Sólo mi hermano se negó fingiend o que estaba enfermo, la única
 jef e, que
qu e se sie nte can sad o, hace que
qu e sub a a p opa
op a el bar quer
qu eroo y  jus tifi cac ión válid a, porq
po rqueue entre
ent re nos otr os regí a la irre voc able
abl e
le ordena llevarnos a San Geremia,9donde, después de haberle ley de que todos tenían que hacer lo que hicieran los demás.
Después de tan bella hazaña, volvimos a ponernos las más-
pagado generosamente, lo deja en su barco.
De San Geremia fuimos a la placita del Ramier, en San Mar caras, pagamos al posadero y acompañamos a la feliz mujer a
San Giobbe,'* donde vivía. No la dejamos hasta que no la vimos
cuola,'0en una de cuyas esquinas nos esperaban mi hermano y
otro de la banda sentados en el suelo con la bella bella mujer, que llo - abrir su puerta; y cuando nos dio las gracias con la más sincera
 y mejor
me jor bue na fe, no pu dim os con tene te nerr las car cajada
caj ada s. Lu ego
eg o
raba. nos separamos para ir cada uno a su casa.
N o lloréis,
lloréis, hermosa
hermosa le dice nuestro jefe, porque no os ha-
remos ningún daño. Vamos a beber una jarra a Rialto, y luego os No fue hasta dos días más tarde cuando esta aventura em-
pezó a dar que hablar. El marido de la joven era tejedor, igual
llevaremos a vuestra casa.
que sus otros dos amigos. Se unió a ellos y presentó ante los jefes
¿Dónde está mi marido?
Mañana por la mañana lo veréis en vuestra casa. del Consejo de los Diez'* una queja en la que les comunicaban
Consolada por esta respuesta y dócil como un cordero, vino los hechos con toda verdad, aunque su atrocidad se vio dismi-
con nosotros a la hostería
hostería de las
las «Dos Espadas»,“ donde man- nuida por una circunstancia que debió de hacer reír a los tres
damos encender un buen fuego en una habitación de arriba, y  juece s como
co mo hizo
hiz o reír a tod a la ciudad
ciu dad . La den unc ia dec ía que
donde, tras hacer que nos subieran bebida y comida, despedi- las ocho máscaras no habían maltratado en modo alguno a la
mos al criado. Entonces nos despojamos de nuestras máscaras mujer. Las dos máscaras que la habían secuestrado la habían lle-
 y vim os que la se cue str ada se anim aba al v er nue str os ros tro s y  vado a tal p laza,
laza , de sde donde
do nde , una
u na hora más t arde , cuan
c uan do lleg a-
nuestros modales. Después de haberla estimulado con nuestras ron los otros seis, todos habían ido a las «Espadas», para pasar
palabras y con vasos de vino le ocurrió lo que debía esperarse. allí toda una hora bebiendo. Luego habían acompañado a la
Nuestro jefe, como es lógico, fue el primero en rendirle su tri mujer a su casa, pidiéndole disculpas por haber querido gastar
buto amoroso, no sin antes haber vencido con mucha cortesía una broma al marido. Lo s tres tejedores no habían podido aban-
donar la isla de San Giorgio hasta el amanecer, y el marido, al re-
toda la repugnancia que ella sentía en ser complaciente con él
gresar a casa, había encontrado a su mujer durmiendo profun-
delante de toda la banda.
banda. La mujer tomó la sabia
sabia decisión de rcú
damente en la cama. Cuando despertó, la mujer se lo había
 y dejars
de jars e hacer. contado todo. S ólo se quejaba del gran miedo que había sentido,
Pero cuando me presenté para ser el segundo la vi sorpren
 y po r eso exi gía jus tic ia y un cas tig o ejem plar. En aquella aqu ella de -
dida: creyó que debía demostrarme agradecimiento; y cuando
nuncia todo era cómico, pues el marido decía que las ocho más-
caras no los habrían
habrían enco ntrado tan dóciles si su jefe no hubiera
8. La isla San Giorgio Mag giore, frente a San Marcos.
9. Iglesia parroquial del siglo XI ,  junto a la actual estación de f« pronunciado el respetable nombre del tribunal.
rrocarril. 12. Iglesia construida en el
el siglo XV, en Cannaregio, junto a la actual
10. Exactamente la iglesia de los Santos Ermagoro y Fortunato,
tación de ferrocarril.
cuyos nombres, en extraña contracción, dan Marcuola. Se halla en 1 1
13. / capí del Consiglio dei Dieci   eran elegidos cada mes entre los
Gran Canal. La pequeña plaza es el Campillo delta Colombina , o bien
miembros del Consejo de los Diez. Abrían los mensajes dirigidos al
uno de los dos Campielli del Remer (remer -   fabricante de remos).
nsejo, lo convocaban y decidían sobre los asuntos en curso.
11. La hostería Alie Spada, en San Matteo di Rialto.

45 0 45 1

La denuncia produjo tres consecuencias: la primera fue hacer caba el pañuelo del bolsillo. R eco jo la carta y,
y, alcanzando al ele-
reír a toda la ciudad; la segunda, hacer ir a todos los desocupa- gante caballero
caballero justo cu ando ya descendía los escalones, se la en-
dos a San Giohbe para oír a la heroína contar en persona la his- trego. Me da las gracias, me pregunta dónde vivo, se lo digo, se
toria; la tercera fue la sentencia del tribunal, que prometía empeña en llevarme hasta casa, acepto el favor que quiere ha-
quinientos ducados a quien descubriera a los culpables, aunque cerme y me instalo a su lado en la banqueta. Tres minutos des-
sólo fuera uno de la banda exceptuando el jefe. Esa recompensa pués, me pide que le frote el brazo izquierdo: «Tengo un entu-
nos habría hecho temblar si nuestro jefe, el único del que se mecimiento tan fuerte que me parece que no tengo brazo», me
podía temer que se convirtiera en delator, no hubiera sido un dice. Se lo sacudo con todas mis fuerzas y le oigo decirme con
noble veneciano. Esa condición de nuestro jefe me garantizaba palabras mal articuladas que tampoco sentía la pierna y que creía
que, en caso de que alguno de nosotros fuera capaz de cometer que se moría.
tal villanía para ganarse los quinientos ducados, el tribunal no Muy alarmado, descorro las cortinas, cojo la linterna, miro
haría nada porque se habría visto obligado a castigar a un patri- su cara y me asusto al notar que tenía la boca torcida hacia su
cio. Entre nosotros, pese a ser todos pobres, no hubo ningún oreja izquierda y los ojos desfallecidos.
traidor. Pero nos asustamos tanto que todos nos volvimos pru- Grito a los barqueros para que se detengan y yo pueda bajar
dentes y nuestras correrías nocturnas cesaron. para ir en busca de un cirujano que sangre a Su Excelencia, que
Tres o cuatro meses después, el caballero
caballero Nico la Tron ,'4In sin duda había sufrido un ataque de apoplejía.
quisidor de Estado, me dejó estupefacto contándome toda la his- Salto de la góndola; estábamos en el puente de la calle Ber-
toria del caso y nom brando uno por uno a todos mis camaradas.
camaradas. nardo, donde tres años antes yo había dado de palos a Razzetta.
Corro al café; me indican la casa donde vive un cirujano. Llamo
 17 46 con fuerza, grito, acuden, despiertan al hombre, le meto prisa,
 A mediad
me diad os de la prim
p rim avera
ave ra del año sigu iente,
ien te, 174 6, el se ñor no permito que se vista, coge su estuche, y viene conmigo a la
Girolamo Cornaro, primogénito de la casa Cornaro della Re góndola. El moribundo está sangrando y yo rasgo mi camisa
gina,1’ se casó con una hija de la familia Soranzo di San Polo, y para hacerle un vendaje.
 yo fui uno
un o de los vio linist
lin ist as que
qu e for mab an una de las varia s or Poco después llegamos a Santa Marina ;"1 ;" 1despertamos a los
questas que toc aron en los bailes que se dieron d urante tres días días criados, lo sacamos de la góndola, lo llevan al primer piso de la
consecutivos en el palacio Soranzo'6con ocasión de esa boda. casa, lo desnudan, y lo acuestan en la cama casi muerto. Le digo
El tercer día, cuando la fiesta estaba a punto de acabar, una a un criado que vaya enseguida en busca de un médico. Llega el
hora antes del alba, abandono la orquesta para irme a casa y, al médico, le practica una nueva sangría. Me siento al lado de la
bajar la escalera, veo a un senador con toga r oja '7 dispuest o .1.1 cama, creyendo que era mi deber no dejarlo solo.
subir a su góndola; y observo que se le cae una carta cuando s.i Una hora después llega un patricio amigo suyo, luego veo
entrar a otro; están desesperados. Preguntan a los barqueros,
14. Niccoló Tron, senador. que les dicen que yo podía informarlos mucho mejor. Me hacen
15. De la rama Cornaro, llamada della Regina  porque una antep.i preguntas, les digo todo lo que sé; ignoran quién soy yo, no se
sada,
sada, Catcrina Cornaro, fue reina de Chipre (145 4151 4 151 0); el matrim
matrimoni
onioo atreven a preguntármelo y yo no les digo nada. El enfermo sc
tuvo lugar el 18 de abril de 1746.
16. El  palazzo  Soranzo, en campo San Polo, con frescos de (Jior 18. El palacio Bragadin, construido
const ruido probablemente en el siglo XI V,
gione. fue restaurado hacia 1530; pasó a otra rama familiar a la muerte del úl-
17. El traje oficial de los patricios era la toga; la de los senadores n i, timo miembro de ese apellido, Matteo Giovanni Bragadin, el protector
por lo general, roja. de Casanova.
La denuncia produjo tres consecuencias: la primera fue hacer caba el pañuelo del bolsillo. R eco jo la carta y,
y, alcanzando al ele-
reír a toda la ciudad; la segunda, hacer ir a todos los desocupa- gante caballero
caballero justo cu ando ya descendía los escalones, se la en-
dos a San Giohbe para oír a la heroína contar en persona la his- trego. Me da las gracias, me pregunta dónde vivo, se lo digo, se
toria; la tercera fue la sentencia del tribunal, que prometía empeña en llevarme hasta casa, acepto el favor que quiere ha-
quinientos ducados a quien descubriera a los culpables, aunque cerme y me instalo a su lado en la banqueta. Tres minutos des-
sólo fuera uno de la banda exceptuando el jefe. Esa recompensa pués, me pide que le frote el brazo izquierdo: «Tengo un entu-
nos habría hecho temblar si nuestro jefe, el único del que se mecimiento tan fuerte que me parece que no tengo brazo», me
podía temer que se convirtiera en delator, no hubiera sido un dice. Se lo sacudo con todas mis fuerzas y le oigo decirme con
noble veneciano. Esa condición de nuestro jefe me garantizaba palabras mal articuladas que tampoco sentía la pierna y que creía
que, en caso de que alguno de nosotros fuera capaz de cometer que se moría.
tal villanía para ganarse los quinientos ducados, el tribunal no Muy alarmado, descorro las cortinas, cojo la linterna, miro
haría nada porque se habría visto obligado a castigar a un patri- su cara y me asusto al notar que tenía la boca torcida hacia su
cio. Entre nosotros, pese a ser todos pobres, no hubo ningún oreja izquierda y los ojos desfallecidos.
traidor. Pero nos asustamos tanto que todos nos volvimos pru- Grito a los barqueros para que se detengan y yo pueda bajar
dentes y nuestras correrías nocturnas cesaron. para ir en busca de un cirujano que sangre a Su Excelencia, que
Tres o cuatro meses después, el caballero
caballero Nico la Tron ,'4In sin duda había sufrido un ataque de apoplejía.
quisidor de Estado, me dejó estupefacto contándome toda la his- Salto de la góndola; estábamos en el puente de la calle Ber-
toria del caso y nom brando uno por uno a todos mis camaradas.
camaradas. nardo, donde tres años antes yo había dado de palos a Razzetta.
Corro al café; me indican la casa donde vive un cirujano. Llamo
 17 46 con fuerza, grito, acuden, despiertan al hombre, le meto prisa,
 A mediad
me diad os de la prim
p rim avera
ave ra del año sigu iente,
ien te, 174 6, el se ñor no permito que se vista, coge su estuche, y viene conmigo a la
Girolamo Cornaro, primogénito de la casa Cornaro della Re góndola. El moribundo está sangrando y yo rasgo mi camisa
gina,1’ se casó con una hija de la familia Soranzo di San Polo, y para hacerle un vendaje.
 yo fui uno
un o de los vio linist
lin ist as que
qu e for mab an una de las varia s or Poco después llegamos a Santa Marina ;"1 ;" 1despertamos a los
questas que toc aron en los bailes que se dieron d urante tres días días criados, lo sacamos de la góndola, lo llevan al primer piso de la
consecutivos en el palacio Soranzo'6con ocasión de esa boda. casa, lo desnudan, y lo acuestan en la cama casi muerto. Le digo
El tercer día, cuando la fiesta estaba a punto de acabar, una a un criado que vaya enseguida en busca de un médico. Llega el
hora antes del alba, abandono la orquesta para irme a casa y, al médico, le practica una nueva sangría. Me siento al lado de la
bajar la escalera, veo a un senador con toga r oja '7 dispuest o .1.1 cama, creyendo que era mi deber no dejarlo solo.
subir a su góndola; y observo que se le cae una carta cuando s.i Una hora después llega un patricio amigo suyo, luego veo
entrar a otro; están desesperados. Preguntan a los barqueros,
14. Niccoló Tron, senador. que les dicen que yo podía informarlos mucho mejor. Me hacen
15. De la rama Cornaro, llamada della Regina  porque una antep.i preguntas, les digo todo lo que sé; ignoran quién soy yo, no se
sada,
sada, Catcrina Cornaro, fue reina de Chipre (145 4151 4 151 0); el matrim
matrimoni
onioo atreven a preguntármelo y yo no les digo nada. El enfermo sc
tuvo lugar el 18 de abril de 1746.
16. El  palazzo  Soranzo, en campo San Polo, con frescos de (Jior 18. El palacio Bragadin, construido
const ruido probablemente en el siglo XI V,
gione. fue restaurado hacia 1530; pasó a otra rama familiar a la muerte del úl-
17. El traje oficial de los patricios era la toga; la de los senadores n i, timo miembro de ese apellido, Matteo Giovanni Bragadin, el protector
por lo general, roja. de Casanova.

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guía allí, inmóvil, sin más señal de vida que la respiración. Le que estaban a su lado; uno pertenecía a la familia Dándolo ,22 el
ponían fomentos, y el sacerdote que habían ido a buscar espe- otro a la de Barbaro,2’ ambos hombres de bien y amables como
raba su muerte. No se permite entrar a ninguna visita, los dos él. El carácter del senador, hombre elegante, culto y simpático,
patricios
patricios y yo éramos los únicos que no nos apartábamos de su era de una dulzura extrema. Tenía en ese momento cincuenta
lado. A mediodía tomo con ellos una ligera colación sin salir de años .24
la alcoba. Al anochecer, el mayor de los dos patricios me dice El médico que se encargaba de curarle, un tal Ferro,2’ pensó,
que si tenía cosas que hacer podía irme, pues ellos se quedarían con un razonamiento muy personal, que podría hacerle recupe-
toda la noche junto al enfermo, acostándose en unos colchones rar la salud mediante un ungüento de mercurio en el pecho; y se
que mandarían traer. Les respondo que yo dormiría en el mis- le dejó hacer. El rápido efecto de ese remedio, que los patricios
mo sillón donde me encontraba, porque estaba seguro de que, tomaron por una buena señal, me asustó. Esa rapidez tuvo una
si me marchaba, el enfermo moriría, igual que estaba seguro de secuela: en menos de veinticuatro horas el enfermo se vio presa
que no podía morirse mientras yo estuviera allí. Veo a los dos de una violenta efervescencia en la cabeza. El médico dijo que,
patricios sorprendidos por la respuesta e intercambiar una mi- como sabía por experiencia, el ungüento tenía que provocar tal
rada. efecto, pero que, al día siguiente, su violencia sobre la cabeza
Durante la cena, ellos mismos me informaron de que aquel disminuiría para actuar sobre las demás partes del cuerpo que
caballero moribundo era el señor de Bragadin, hermano único necesitaban ser vivificadas por medio del equilibrio artificial de
del procurador de ese apellido.'» Que el tal señor de Bragadin 20 la circulación de los fluidos.
era famoso en Venecia, tanto por su elocuencia y su talento en  A median
me dian och e el s eño r d e Bra gad in esta ba ard ien do y sufría
su fría
calidad de hombre de Estado como por la vida galante con que una agitación mortal; me levanto y lo veo con ojos moribundos
se había distinguido en su ardiente juventud. Había hecho lo-  y apen as sin pode
po derr res pirar . Ha go levantar
leva ntar se de sus colch
col chon
ones
es a
curas por mujeres que también las habían hecho por él; había los dos amigos, diciéndoles que había que librar al paciente de lo
 jug ado
ad o much
mu choo y perd
pe rd ido mu cho,
ch o, y su herma
he rma no el proc
pr ocur
urad
ador
or que iba a provocar su muerte. Sin esperar su respuesta, le des-
era su enemigo más implacable porque se le había metido en la cubro el pecho, le quito el emplasto, lo lavo luego con agua tibia,
cabeza que había intentado envenenarle.2' Le había acusado de  y a los tres o cu atro
atr o min uto s vim os al pacient
paci ent e aliv iad o, tran
tr an--
ese crimen ante el Consejo de los Diez, que, ocho meses más quilo y presa del más dulce sueño. Volvimos a acostarnos.
tarde, lo habían
habían declarado inocente por unanimidad; pero no por  Al día sigu ien te mu y temp
te mpran
ran o llega el mé dic o, que se al egra
egr a
eso había cambiado de opinión el procurador. Aquel inocente, al ver a su enfermo en buen estado. El señor Dándolo le dice lo
perseguido por su injusto hermano, que lo había despojado de que habíamos hecho y que por eso el enfermo había mejorado.
la mitad de sus rentas, vivía sin embargo como amable filósofo El médico se queja de la libertad que nos hemos tomado, y pre-
en el seno de la amistad. Tenía dos amigos, aquellos dos patricios gunta quién se ha permitido deshacer su cura. El señor de Bra

19. Danielc Bragadin (17041755), embajador de Roma en España, 22. Marco Dándolo (17041779) murió soltero dejando a Casanova
fue nombrado procurador de San Marcos en 1735. un legado.
20. Mattco Giovanni Bragadin (16891767), protector de Casanova, 23. Marco Barbaro (168 81 77 1) murió soltero
soltero y dejó a Casanova una
una
fue el último vastago de una familia patricia de origen dálmata. En un in renta vitalicia de seis ccquícs al mes.
forme policial se dice que Casanova se ganó la confianza de Bragadin 24. De hecho, en 1746 Bragadin tenía cincuenta y siete años.
aprovechando la pasión de éste por las ciencias ocultas. 25. l.ud ovi co Fer ro, médico, tenía unos
unos setenta
setenta y cinco años cuando
21. Matteo Giovanni Bragadin fue acusado de haber intentado en murió, en
en abril de 17 57. Había otro Iuigi
Iuigi Ferro, también
también médico, falle-
 venenar a su hermano en 173 5. cido en 1762.
guía allí, inmóvil, sin más señal de vida que la respiración. Le que estaban a su lado; uno pertenecía a la familia Dándolo ,22 el
ponían fomentos, y el sacerdote que habían ido a buscar espe- otro a la de Barbaro,2’ ambos hombres de bien y amables como
raba su muerte. No se permite entrar a ninguna visita, los dos él. El carácter del senador, hombre elegante, culto y simpático,
patricios
patricios y yo éramos los únicos que no nos apartábamos de su era de una dulzura extrema. Tenía en ese momento cincuenta
lado. A mediodía tomo con ellos una ligera colación sin salir de años .24
la alcoba. Al anochecer, el mayor de los dos patricios me dice El médico que se encargaba de curarle, un tal Ferro,2’ pensó,
que si tenía cosas que hacer podía irme, pues ellos se quedarían con un razonamiento muy personal, que podría hacerle recupe-
toda la noche junto al enfermo, acostándose en unos colchones rar la salud mediante un ungüento de mercurio en el pecho; y se
que mandarían traer. Les respondo que yo dormiría en el mis- le dejó hacer. El rápido efecto de ese remedio, que los patricios
mo sillón donde me encontraba, porque estaba seguro de que, tomaron por una buena señal, me asustó. Esa rapidez tuvo una
si me marchaba, el enfermo moriría, igual que estaba seguro de secuela: en menos de veinticuatro horas el enfermo se vio presa
que no podía morirse mientras yo estuviera allí. Veo a los dos de una violenta efervescencia en la cabeza. El médico dijo que,
patricios sorprendidos por la respuesta e intercambiar una mi- como sabía por experiencia, el ungüento tenía que provocar tal
rada. efecto, pero que, al día siguiente, su violencia sobre la cabeza
Durante la cena, ellos mismos me informaron de que aquel disminuiría para actuar sobre las demás partes del cuerpo que
caballero moribundo era el señor de Bragadin, hermano único necesitaban ser vivificadas por medio del equilibrio artificial de
del procurador de ese apellido.'» Que el tal señor de Bragadin 20 la circulación de los fluidos.
era famoso en Venecia, tanto por su elocuencia y su talento en  A median
me dian och e el s eño r d e Bra gad in esta ba ard ien do y sufría
su fría
calidad de hombre de Estado como por la vida galante con que una agitación mortal; me levanto y lo veo con ojos moribundos
se había distinguido en su ardiente juventud. Había hecho lo-  y apen as sin pode
po derr res pirar . Ha go levantar
leva ntar se de sus colch
col chon
ones
es a
curas por mujeres que también las habían hecho por él; había los dos amigos, diciéndoles que había que librar al paciente de lo
 jug ado
ad o much
mu choo y perd
pe rd ido mu cho,
ch o, y su herma
he rma no el proc
pr ocur
urad
ador
or que iba a provocar su muerte. Sin esperar su respuesta, le des-
era su enemigo más implacable porque se le había metido en la cubro el pecho, le quito el emplasto, lo lavo luego con agua tibia,
cabeza que había intentado envenenarle.2' Le había acusado de  y a los tres o cu atro
atr o min uto s vim os al pacient
paci ent e aliv iad o, tran
tr an--
ese crimen ante el Consejo de los Diez, que, ocho meses más quilo y presa del más dulce sueño. Volvimos a acostarnos.
tarde, lo habían
habían declarado inocente por unanimidad; pero no por  Al día sigu ien te mu y temp
te mpran
ran o llega el mé dic o, que se al egra
egr a
eso había cambiado de opinión el procurador. Aquel inocente, al ver a su enfermo en buen estado. El señor Dándolo le dice lo
perseguido por su injusto hermano, que lo había despojado de que habíamos hecho y que por eso el enfermo había mejorado.
la mitad de sus rentas, vivía sin embargo como amable filósofo El médico se queja de la libertad que nos hemos tomado, y pre-
en el seno de la amistad. Tenía dos amigos, aquellos dos patricios gunta quién se ha permitido deshacer su cura. El señor de Bra

19. Danielc Bragadin (17041755), embajador de Roma en España, 22. Marco Dándolo (17041779) murió soltero dejando a Casanova
fue nombrado procurador de San Marcos en 1735. un legado.
20. Mattco Giovanni Bragadin (16891767), protector de Casanova, 23. Marco Barbaro (168 81 77 1) murió soltero
soltero y dejó a Casanova una
una
fue el último vastago de una familia patricia de origen dálmata. En un in renta vitalicia de seis ccquícs al mes.
forme policial se dice que Casanova se ganó la confianza de Bragadin 24. De hecho, en 1746 Bragadin tenía cincuenta y siete años.
aprovechando la pasión de éste por las ciencias ocultas. 25. l.ud ovi co Fer ro, médico, tenía unos
unos setenta
setenta y cinco años cuando
21. Matteo Giovanni Bragadin fue acusado de haber intentado en murió, en
en abril de 17 57. Había otro Iuigi
Iuigi Ferro, también
también médico, falle-
 venenar a su hermano en 173 5. cido en 1762.

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gadin le responde que quien lo había librado del mercurio que clavícula de Salom ón/ 6 que el vulgo llamaba cábala.
cábala. Me pre -
iba a matarle era un médico que sabía más que él; y al decir esto guntó de quién había aprendido aquella ciencia, y al oírme res-
le señala mi persona. ponderle que me la había enseñado un ermitaño que vivía en el
No sé cuál de los dos se quedó entonces más sorprendido, si Monte Carpegna en la época en que había sido prisionero del
el médico al ver a un joven desconocido que le presentaban ejército español, me dijo que el ermitaño, sin que y o me hubiera
como más sabio que él, o yo, que no sabía que lo era. Mantuve dado cuenta, había unido al cálculo una inteligencia invisible,
un modesto silencio, tratando de contener las ganas que tenía porque los números simples no podían tener la facultad de ra-
de reírme. Mientras, el médico me miraba y me tomaba con zonar.
razón por un descarado charlatán que había osado suplantarle. Posees un tesoro añadió, y sólo de ti depende sacarle el
Dijo fríamente al enfermo que me cedía su puesto, y le tomaron mayor partido.
la palabra.
palabra. Se marcha, y heme aqu í convertido en médico de uno Le dije que no sabía cómo podría sacarle esc gran partido,
de los miembros más ilustres
ilustres del Senado de Venecia. En el fondo sobre todo porque, como las respuestas que mi cálculo me daba
estaba encantado. Le dije al enfermo que lo único que necesi- eran tan oscuras, ya no le hacía preguntas casi nunca.
taba era un régimen, y que la naturaleza haría
haría todo lo demás du- Es bien cierto, sin embargo añadí, que si no hubiera
rante el buen tiempo, al que nos encaminábamos. hecho mi pirámide27hace tres semanas, no habría tenido la dicha
Cuan do fue despedido, el doctor Ferro con tó la historia
historia por ile conocer a Vuestra Excelencia.
toda la ciudad; y como el enfermo se encon traba cada día mejor,
mejor, ¿Por qué?
uno de sus parientes que fue a visitarlo le dijo que todo el E l segu ndo día de fiesta en la casa Soranzo p regunté a mi
mundo estaba extrañado de que hubiera elegido por médico a oráculo si en aquel baile encontraría a alguien al que no habría
un violinista de la orquesta de un teatro. El se ñor de Bragad in le querido encontrar; me respondió que debía abandonar la fiesta
respondió riendo que un violinista podía saber más que todos .1 las diez en p unt o,28
o,28 una hora antes de amanecer. Obe decí, y
los médicos de Venecia. i’ncontre a Vuestra Excelencia.
Bragadin me escuchaba como a un oráculo; y sus dos ami- El señor de Bragadin y sus dos amigos se quedaron como pe-
gos, atónitos por el suceso, me prestaban la misma atención. Esta trificados. El señor Dándolo me pidió entonces que respondiera
sumisión aumentó mi valor y yo hablaba como médico, soltaba .1 una pregunta que él mismo iba a hacerme. Sólo él podía inter
una sentencia tras otra y citaba autores que nunca había leído. pretar la respuesta porque nadie más que él sabía de qué se tra-
El señor de Bragadin, que tenía la debilidad de cultivar las taba. Escribe la pregunta, me la da, la leo, no comprendo nada
ciencias abstractas, me dijo un día que, para ser tan joven, le pa- ni del asunto ni de la materia, pero no importa, tengo que res-
recía demasiado sabio, y que, por lo tanto, debía de poseer al ponder. Si la pregunta era tan oscura que yo no podía comprcn
guna virtud sobrenatural. Me rogó que le dijera la verdad. Fue
26. La clavicula de Salomón ( Clavicula Salomonis), libro de magia
en ese momento cuando, para no herir su vanidad dicicndolc i|iic enseña a dominar los espíritus elementales y los espíritus infernales.
que se equivocaba, me decidí por el extraño recurso de hacerle, Impreso en hebreo, pronto pasó al latín y a las lenguas modernas.
en presencia de sus dos amigos, la falsa y extravagante conti 27. Uno de los temas preferidos de la cábala: expresar cifras me
dencia de que dominaba un cálculo numérico por el que, me iluntc letras, y viceversa. Las veintidós letras del alfabeto hebreo cx
diante una fórmula que escribía, y que traducía a números, pirs.in tanto números como letras, y con ellas se formaban dos grupos
il> arcana, los grandes (las veintidós letras) y los pequeños (las nueve ci
recibía también en números una respu esta que me inform aba di li.is, sin el cero). Los arcana de los cabalistas orientales pasaron a los
cuanto quería saber, y de la que nadie en el mundo habría po m.igos de la Edad Media y, a través de éstos, a los rosacruces.
dido informarme. El señor de Bragadin dijo que aquello era l.i iX. Hacia las cuatro
cuat ro de la mañana.
gadin le responde que quien lo había librado del mercurio que clavícula de Salom ón/ 6 que el vulgo llamaba cábala.
cábala. Me pre -
iba a matarle era un médico que sabía más que él; y al decir esto guntó de quién había aprendido aquella ciencia, y al oírme res-
le señala mi persona. ponderle que me la había enseñado un ermitaño que vivía en el
No sé cuál de los dos se quedó entonces más sorprendido, si Monte Carpegna en la época en que había sido prisionero del
el médico al ver a un joven desconocido que le presentaban ejército español, me dijo que el ermitaño, sin que y o me hubiera
como más sabio que él, o yo, que no sabía que lo era. Mantuve dado cuenta, había unido al cálculo una inteligencia invisible,
un modesto silencio, tratando de contener las ganas que tenía porque los números simples no podían tener la facultad de ra-
de reírme. Mientras, el médico me miraba y me tomaba con zonar.
razón por un descarado charlatán que había osado suplantarle. Posees un tesoro añadió, y sólo de ti depende sacarle el
Dijo fríamente al enfermo que me cedía su puesto, y le tomaron mayor partido.
la palabra.
palabra. Se marcha, y heme aqu í convertido en médico de uno Le dije que no sabía cómo podría sacarle esc gran partido,
de los miembros más ilustres
ilustres del Senado de Venecia. En el fondo sobre todo porque, como las respuestas que mi cálculo me daba
estaba encantado. Le dije al enfermo que lo único que necesi- eran tan oscuras, ya no le hacía preguntas casi nunca.
taba era un régimen, y que la naturaleza haría
haría todo lo demás du- Es bien cierto, sin embargo añadí, que si no hubiera
rante el buen tiempo, al que nos encaminábamos. hecho mi pirámide27hace tres semanas, no habría tenido la dicha
Cuan do fue despedido, el doctor Ferro con tó la historia
historia por ile conocer a Vuestra Excelencia.
toda la ciudad; y como el enfermo se encon traba cada día mejor,
mejor, ¿Por qué?
uno de sus parientes que fue a visitarlo le dijo que todo el E l segu ndo día de fiesta en la casa Soranzo p regunté a mi
mundo estaba extrañado de que hubiera elegido por médico a oráculo si en aquel baile encontraría a alguien al que no habría
un violinista de la orquesta de un teatro. El se ñor de Bragad in le querido encontrar; me respondió que debía abandonar la fiesta
respondió riendo que un violinista podía saber más que todos .1 las diez en p unt o,28
o,28 una hora antes de amanecer. Obe decí, y
los médicos de Venecia. i’ncontre a Vuestra Excelencia.
Bragadin me escuchaba como a un oráculo; y sus dos ami- El señor de Bragadin y sus dos amigos se quedaron como pe-
gos, atónitos por el suceso, me prestaban la misma atención. Esta trificados. El señor Dándolo me pidió entonces que respondiera
sumisión aumentó mi valor y yo hablaba como médico, soltaba .1 una pregunta que él mismo iba a hacerme. Sólo él podía inter
una sentencia tras otra y citaba autores que nunca había leído. pretar la respuesta porque nadie más que él sabía de qué se tra-
El señor de Bragadin, que tenía la debilidad de cultivar las taba. Escribe la pregunta, me la da, la leo, no comprendo nada
ciencias abstractas, me dijo un día que, para ser tan joven, le pa- ni del asunto ni de la materia, pero no importa, tengo que res-
recía demasiado sabio, y que, por lo tanto, debía de poseer al ponder. Si la pregunta era tan oscura que yo no podía comprcn
guna virtud sobrenatural. Me rogó que le dijera la verdad. Fue
26. La clavicula de Salomón ( Clavicula Salomonis), libro de magia
en ese momento cuando, para no herir su vanidad dicicndolc i|iic enseña a dominar los espíritus elementales y los espíritus infernales.
que se equivocaba, me decidí por el extraño recurso de hacerle, Impreso en hebreo, pronto pasó al latín y a las lenguas modernas.
en presencia de sus dos amigos, la falsa y extravagante conti 27. Uno de los temas preferidos de la cábala: expresar cifras me
dencia de que dominaba un cálculo numérico por el que, me iluntc letras, y viceversa. Las veintidós letras del alfabeto hebreo cx
diante una fórmula que escribía, y que traducía a números, pirs.in tanto números como letras, y con ellas se formaban dos grupos
il> arcana, los grandes (las veintidós letras) y los pequeños (las nueve ci
recibía también en números una respu esta que me inform aba di li.is, sin el cero). Los arcana de los cabalistas orientales pasaron a los
cuanto quería saber, y de la que nadie en el mundo habría po m.igos de la Edad Media y, a través de éstos, a los rosacruces.
dido informarme. El señor de Bragadin dijo que aquello era l.i iX. Hacia las cuatro
cuat ro de la mañana.

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der nada, tampoco debía comprender nada de la respuesta. Res- creían


creían en la ma g ia ,a la que daban
daban el especioso
especioso nombre de física
física
pondo, pues, con cuatro versos en cifras corrientes, que sólo el oculta.
podía interpretar, sin que yo preste el menor interés a la inter- Una vez convencidos de la virtud divina de mi cábala me-
pretación. El señor Dándolo los lee, los relee, se muestra sor- diante preguntas sobre el pasado, decidieron servirse de ella con-
prendido, lo entiende todo, es algo divino, algo único, es un sultándola
sultándola siempre sobre el presente
presente y el futuro; y no me resul-
tesoro del cielo. Los números no son más que el el vehículo, pero taba difícil adivinar, pues nunca daba una respuesta que no
la respuesta sólo puede venir de una inteligencia inmortal. Des- tuviera dos sentidos; uno de ellos, que sólo conocía yo, única-
pués del señor Dándolo, los señores Barbaro y de Bragadin tam- mente podía interpretarse después de ocurridos los aconteci-
bién me hacen preguntas sobre todas las materias. Mis respuestas mientos. Mi cábala nunca se equivocaba. Entonces supe lo fácil
les parecen divinas, los felicito y me felicito por poseer una vir- que había resultado a los antiguos sacerdotes del paganismo em-
tud a la que yo no había hecho caso hasta ese momento, pero a baucar al ignorante y crédulo universo. Pero lo que siempre me
la que se lo haría a partir de entonces viendo que con ella podía ha extrañado es que los santos padres cristianos, que no eran
ser útil a Sus Excelencias. simples e ignorantes como los evangelistas, creyeran que no po-
Entonces los tres, de común acu erdo, me preguntaron cuánto dían negar la divinidad de los oráculos y los atribuyesen al dia-
tiempo podría tardar en enseñarles la regla de aquel cálculo. Les blo. No habrían pensado eso si hubieran sabido hacer la cábala.
contesté que era cosa de m uy poc o tiempo, y que lo haría a pesar pesar Mis tres amigos se parecían a los santos padres: al ver la divi-
de que el ermitaño me había dicho que, si se lo enseñaba a al nidad de mis respuestas, como no eran bastante malvados para
guien antes de que cumpliese los cincuenta años, moriría de creerme un diablo, creían en mi oráculo inspirado por un ángel.
muerte súbita tres días después. «No creo en esa amenaza», les Estos tres caballeros no sólo eran cristianos fidelísimos a su
expliqué. El señor de Bragadin me dijo entonces, en tono muy religión, sino devotos y escrupulosos: los tres eran solteros, y
serio, que debía creerla, y, desde ese momento, a ninguno de los los tres se habían convertido en enemigos irreconciliables de las
tres se le volvió a ocurrir pedirme que les enseñara a hacer la cá mujeres tras haber renunciad o a ellas. Según sus ideas, ésa era la
bala. Pensaron que, si conseguían unirme a ellos, el resultado condición principal que los espíritus elementales exigían a cuan-
sería el mismo que si la poseyeran. Así me convertí en el hiero tos querían frecuentarlos. Lo uno excluía lo otro.
fante^ de aquellas tres personas, honestísimas y amabilísimas, En los primeros tiempos de mi amistad con estos tres patri-
pero nada prudentes, porque los tres sentían gran inclinación cios, me pareció muy singular el hecho de que poseyeran en
por lo que se llama la quimera de las ciencias: creían posible lo grado sumo lo que se denomina inteligencia. Pero la inteligen-
imposible en el orden moral. Creían que, teniéndome a sus ói cia preocupada razona mal, y lo importante es razonar bien.
denes, dominaban la piedra filosofal, la medicina universal,' el Muchas veces me reía para mis adentros oyén dolos hablar de los los
espíritus elementales' 1 y tod as las inte
coloquio con los espíritus in te lig en cia
ci a misterios de nuestra religión, y burlándose de los que tenían tan
del ciclo, y el secreto de todos los gabinetes europeos. También limitadas sus facultades intelectuales que consideraban incom-
prensibles esos misterios. Para Dios, la encarnación del verbo
 í9 . Hier ofan te quier e decir literalmen te «hom bre que mucstr.i
mucstr.i l.i«

cosas sagradas»; en la cultura griega, sumo sacerdote que presidí.) los según los cabalistas: los gnomos (la tierra), las ondinas (el agua), los sil-
misterios de Elcusis. fos (el aire), la salamandra (el fuego).
30. La panacea (de Pankcia, hija de Esculapio a quien se atrilnii.i l.i 3*. La magia blanca, o alta
alta magia, se interesaba por las fuerzas celes-
facultad de curar todas las enfermedades), el aurum potabile  de los il tiales y enseñaba los secretos para evitar desgracias, conseguir curaciones,
quimistas, que prolonga la vida y cura las enfermedades.
enfermedades.  Jr ea liz ar cosas sobrenaturales, etc. La magia negra, o baja magia, se diri-
31. Espíritus de naturaleza muy sutil que presiden los elemento« gía a los espíritus malos y se practicaba de noche, alrededor de tumbas.
der nada, tampoco debía comprender nada de la respuesta. Res- creían
creían en la ma g ia ,a la que daban
daban el especioso
especioso nombre de física
física
pondo, pues, con cuatro versos en cifras corrientes, que sólo el oculta.
podía interpretar, sin que yo preste el menor interés a la inter- Una vez convencidos de la virtud divina de mi cábala me-
pretación. El señor Dándolo los lee, los relee, se muestra sor- diante preguntas sobre el pasado, decidieron servirse de ella con-
prendido, lo entiende todo, es algo divino, algo único, es un sultándola
sultándola siempre sobre el presente
presente y el futuro; y no me resul-
tesoro del cielo. Los números no son más que el el vehículo, pero taba difícil adivinar, pues nunca daba una respuesta que no
la respuesta sólo puede venir de una inteligencia inmortal. Des- tuviera dos sentidos; uno de ellos, que sólo conocía yo, única-
pués del señor Dándolo, los señores Barbaro y de Bragadin tam- mente podía interpretarse después de ocurridos los aconteci-
bién me hacen preguntas sobre todas las materias. Mis respuestas mientos. Mi cábala nunca se equivocaba. Entonces supe lo fácil
les parecen divinas, los felicito y me felicito por poseer una vir- que había resultado a los antiguos sacerdotes del paganismo em-
tud a la que yo no había hecho caso hasta ese momento, pero a baucar al ignorante y crédulo universo. Pero lo que siempre me
la que se lo haría a partir de entonces viendo que con ella podía ha extrañado es que los santos padres cristianos, que no eran
ser útil a Sus Excelencias. simples e ignorantes como los evangelistas, creyeran que no po-
Entonces los tres, de común acu erdo, me preguntaron cuánto dían negar la divinidad de los oráculos y los atribuyesen al dia-
tiempo podría tardar en enseñarles la regla de aquel cálculo. Les blo. No habrían pensado eso si hubieran sabido hacer la cábala.
contesté que era cosa de m uy poc o tiempo, y que lo haría a pesar pesar Mis tres amigos se parecían a los santos padres: al ver la divi-
de que el ermitaño me había dicho que, si se lo enseñaba a al nidad de mis respuestas, como no eran bastante malvados para
guien antes de que cumpliese los cincuenta años, moriría de creerme un diablo, creían en mi oráculo inspirado por un ángel.
muerte súbita tres días después. «No creo en esa amenaza», les Estos tres caballeros no sólo eran cristianos fidelísimos a su
expliqué. El señor de Bragadin me dijo entonces, en tono muy religión, sino devotos y escrupulosos: los tres eran solteros, y
serio, que debía creerla, y, desde ese momento, a ninguno de los los tres se habían convertido en enemigos irreconciliables de las
tres se le volvió a ocurrir pedirme que les enseñara a hacer la cá mujeres tras haber renunciad o a ellas. Según sus ideas, ésa era la
bala. Pensaron que, si conseguían unirme a ellos, el resultado condición principal que los espíritus elementales exigían a cuan-
sería el mismo que si la poseyeran. Así me convertí en el hiero tos querían frecuentarlos. Lo uno excluía lo otro.
fante^ de aquellas tres personas, honestísimas y amabilísimas, En los primeros tiempos de mi amistad con estos tres patri-
pero nada prudentes, porque los tres sentían gran inclinación cios, me pareció muy singular el hecho de que poseyeran en
por lo que se llama la quimera de las ciencias: creían posible lo grado sumo lo que se denomina inteligencia. Pero la inteligen-
imposible en el orden moral. Creían que, teniéndome a sus ói cia preocupada razona mal, y lo importante es razonar bien.
denes, dominaban la piedra filosofal, la medicina universal,' el Muchas veces me reía para mis adentros oyén dolos hablar de los los
espíritus elementales' 1 y tod as las inte
coloquio con los espíritus in te lig en cia
ci a misterios de nuestra religión, y burlándose de los que tenían tan
del ciclo, y el secreto de todos los gabinetes europeos. También limitadas sus facultades intelectuales que consideraban incom-
prensibles esos misterios. Para Dios, la encarnación del verbo
 í9 . Hier ofan te quier e decir literalmen te «hom bre que mucstr.i
mucstr.i l.i«

cosas sagradas»; en la cultura griega, sumo sacerdote que presidí.) los según los cabalistas: los gnomos (la tierra), las ondinas (el agua), los sil-
misterios de Elcusis. fos (el aire), la salamandra (el fuego).
30. La panacea (de Pankcia, hija de Esculapio a quien se atrilnii.i l.i 3*. La magia blanca, o alta
alta magia, se interesaba por las fuerzas celes-
facultad de curar todas las enfermedades), el aurum potabile  de los il tiales y enseñaba los secretos para evitar desgracias, conseguir curaciones,
quimistas, que prolonga la vida y cura las enfermedades.
enfermedades.  Jr ea liz ar cosas sobrenaturales, etc. La magia negra, o baja magia, se diri-
31. Espíritus de naturaleza muy sutil que presiden los elemento« gía a los espíritus malos y se practicaba de noche, alrededor de tumbas.

458 459
459

era una fruslería, y la resurrección tan poca cosa que no les pa- meter la barbarie de dejar expuestas aquellas tres honestas per-
recía un prodigio, pues, si la carne es lo accesorio y Dios no sonas a los engaños de algún granuja deshonesto que hubiera
puede morir, Jesucristo tenía que resucitar necesariamente. En podido introducirse entre ellos y arruinarlos, induciéndolos a
cuanto a la Eucaristía, la presencia real y la transubstanciación emprender la quimérica operación de la gran obra ?}4  Además,
eran para ellos de una evidencia palmaria (praemissis concessis ).J> un invencible amor propio me impedía declararme indigno de
Se confesaban cada ocho días sin sentir el menor apuro ante sus su amistad por mi ignorancia, o por mi orgullo, o por mi des-
confesores, cuya ignorancia lamentaban. No se creían obligados cortesía, de los que les habría dado pruebas evidentes despre-
a darles cuenta de lo que creían que era un pecado, y en este ciando su compañía.
punto tenían toda la razón. Tomé la mejor decisión, la más noble, la única natural. La de
Estos tres seres originales, respetables por su probidad, por ponerme en situación de no volver a carecer de lo necesario, y
su cuna, por su crédito y por su edad me agradaban mucho, pese nadie podía ser mejor juez que yo de lo que era necesario para
a que su sed de conocimientos me tuviera ocupado de ocho a mí. Con la amistad de esos tres personajes me convertía en un
diez horas diarias, con los cuatro encerrados e inaccesibles para hombre que iba a gozar en su misma patria de consideración y
todo el mundo. Me hice amigo íntimo suyo cuando les conté la respeto. Además, debía de sentirme muy halagado por conver-
historia de todo lo que hasta entonces me había ocurrido en tirme en tema de sus conversaciones, y de las especulaciones de
la vida; y se la conté con bastante sinceridad, aunque no con quienes, en su ociosidad, pretenden adivinar las causas de todos
todas sus circunstancias, como acabo de escribir, para no indu- los fenómenos naturales que ven. En Venccia nadie podía com-
cirlos a cometer pecados mortales. prender mi amistad con tres hombres de aquel carácter, ellos
Sé que los engañé, y que por lo tanto no actué con ellos con todo ciclo y yo todo mundo; ellos muy severos en sus costum-
honestidad en toda la significación de este término; pero, si mi bres, y yo entregado al mayor libertinaje.
lector es un hombre de mundo, le ruego que reflexione un poco  A princ
pr inc ipios
ipi os de ver ano,
an o, el señ or de Bragad
Bra gad in se enco
en cont
ntró
ró lo
antes de creerme indigno de su indulgencia. bastante bien para volver al Senado. Y esto es lo que me dijo la
Se me dirá que, si hubiera querido poner en práctica una  vísp era del día en q ue saliósal ió po r p rim era
er a vez:
moral muy pura, habría debido no unirme a ellos o desengañar- Quienquiera que seas, te debo la vida. Tus protectores, que
los. Desengañarlos, no, respondo, porque no me creía con fuer- quisieron hacerte sacerdote, médico, abogado, soldado y luego
za bastante para conseguirlo. Los habría hecho reír; me habrían  vio linista
lini sta,, no fue ron más que uno s nec ios que no comp co mp rend
re nd ie-
tratado de ignorante y me habrían puesto de patitas en la calle. ron nada de ti. Dios ordenó a tu ángel guiarte hasta mis manos.
Por eso no me habrían pagado, y yo no me sentía encargado de  Yo te he comc om pren
pr endid
did o: si qu ier es ser hijo mío no tien es más q ue
ninguna misión para erigirme en ap óstol. E n cuan to a la heroica
heroica reconocerme por padre, y desde ahora hasta mi muerte te trataré
resolución que hubiera podido tomar de abandonarlos en cuan como a hijo en mi casa. Tus habitaciones están preparadas, haz
to vi que eran unos visionarios, responderé que, para tomarla, que traigan tus cosas, tendrás un criado y una góndola pagada,
habría necesitado una moral propia de un misántropo, enemigo además de nuestra mesa y de diez ccquíes al mes. A tu edad yo
del hombre, de la naturaleza, de los buenos modales y de sí 110 recibía de mi padre una pensión mayor. No es necesario que
mismo. En mi calidad de joven que necesitaba vivir bien y gozar te ocupes del futuro; piensa en divertirte y confía en mi consejo
de los placeres que la constitución de la edad implica, ¿hubiera para todo lo que pueda ocurrirte o quieras emprender; siempre
debido correr el riesgo de dejar morir al señor de Bragadin y co encontrarás en mí a un buen amigo.

33. «Concedidas las premisas.» 34. I.a búsqueda de la piedra filosofal.


era una fruslería, y la resurrección tan poca cosa que no les pa- meter la barbarie de dejar expuestas aquellas tres honestas per-
recía un prodigio, pues, si la carne es lo accesorio y Dios no sonas a los engaños de algún granuja deshonesto que hubiera
puede morir, Jesucristo tenía que resucitar necesariamente. En podido introducirse entre ellos y arruinarlos, induciéndolos a
cuanto a la Eucaristía, la presencia real y la transubstanciación emprender la quimérica operación de la gran obra ?}4  Además,
eran para ellos de una evidencia palmaria (praemissis concessis ).J> un invencible amor propio me impedía declararme indigno de
Se confesaban cada ocho días sin sentir el menor apuro ante sus su amistad por mi ignorancia, o por mi orgullo, o por mi des-
confesores, cuya ignorancia lamentaban. No se creían obligados cortesía, de los que les habría dado pruebas evidentes despre-
a darles cuenta de lo que creían que era un pecado, y en este ciando su compañía.
punto tenían toda la razón. Tomé la mejor decisión, la más noble, la única natural. La de
Estos tres seres originales, respetables por su probidad, por ponerme en situación de no volver a carecer de lo necesario, y
su cuna, por su crédito y por su edad me agradaban mucho, pese nadie podía ser mejor juez que yo de lo que era necesario para
a que su sed de conocimientos me tuviera ocupado de ocho a mí. Con la amistad de esos tres personajes me convertía en un
diez horas diarias, con los cuatro encerrados e inaccesibles para hombre que iba a gozar en su misma patria de consideración y
todo el mundo. Me hice amigo íntimo suyo cuando les conté la respeto. Además, debía de sentirme muy halagado por conver-
historia de todo lo que hasta entonces me había ocurrido en tirme en tema de sus conversaciones, y de las especulaciones de
la vida; y se la conté con bastante sinceridad, aunque no con quienes, en su ociosidad, pretenden adivinar las causas de todos
todas sus circunstancias, como acabo de escribir, para no indu- los fenómenos naturales que ven. En Venccia nadie podía com-
cirlos a cometer pecados mortales. prender mi amistad con tres hombres de aquel carácter, ellos
Sé que los engañé, y que por lo tanto no actué con ellos con todo ciclo y yo todo mundo; ellos muy severos en sus costum-
honestidad en toda la significación de este término; pero, si mi bres, y yo entregado al mayor libertinaje.
lector es un hombre de mundo, le ruego que reflexione un poco  A princ
pr inc ipios
ipi os de ver ano,
an o, el señ or de Bragad
Bra gad in se enco
en cont
ntró
ró lo
antes de creerme indigno de su indulgencia. bastante bien para volver al Senado. Y esto es lo que me dijo la
Se me dirá que, si hubiera querido poner en práctica una  vísp era del día en q ue saliósal ió po r p rim era
er a vez:
moral muy pura, habría debido no unirme a ellos o desengañar- Quienquiera que seas, te debo la vida. Tus protectores, que
los. Desengañarlos, no, respondo, porque no me creía con fuer- quisieron hacerte sacerdote, médico, abogado, soldado y luego
za bastante para conseguirlo. Los habría hecho reír; me habrían  vio linista
lini sta,, no fue ron más que uno s nec ios que no comp co mp rend
re nd ie-
tratado de ignorante y me habrían puesto de patitas en la calle. ron nada de ti. Dios ordenó a tu ángel guiarte hasta mis manos.
Por eso no me habrían pagado, y yo no me sentía encargado de  Yo te he comc om pren
pr endid
did o: si qu ier es ser hijo mío no tien es más q ue
ninguna misión para erigirme en ap óstol. E n cuan to a la heroica
heroica reconocerme por padre, y desde ahora hasta mi muerte te trataré
resolución que hubiera podido tomar de abandonarlos en cuan como a hijo en mi casa. Tus habitaciones están preparadas, haz
to vi que eran unos visionarios, responderé que, para tomarla, que traigan tus cosas, tendrás un criado y una góndola pagada,
habría necesitado una moral propia de un misántropo, enemigo además de nuestra mesa y de diez ccquíes al mes. A tu edad yo
del hombre, de la naturaleza, de los buenos modales y de sí 110 recibía de mi padre una pensión mayor. No es necesario que
mismo. En mi calidad de joven que necesitaba vivir bien y gozar te ocupes del futuro; piensa en divertirte y confía en mi consejo
de los placeres que la constitución de la edad implica, ¿hubiera para todo lo que pueda ocurrirte o quieras emprender; siempre
debido correr el riesgo de dejar morir al señor de Bragadin y co encontrarás en mí a un buen amigo.

33. «Concedidas las premisas.» 34. I.a búsqueda de la piedra filosofal.

460 461

Me arrojé a sus pies para agradecérselo y darle el dulce nom- naturaleza de un físico imponente, jugador d ecidido, m anirroto,
bre de padre. Le juré obediencia en calidad de hijo. Los otros gran hablador siempre mordaz, nada modesto, intrépido, muje-
dos amigos, que también vivían en el palacio, me abrazaron, y riego impenitente, dispuesto a suplantar a los rivales y aficio-
nado únicamente a la compañía que me divertía, sólo podía ser
los cuatro nos juramos fraternidad eterna.
Esta es, querido lector, toda la historia de mi metamorfosis odiado. Siempre presto a dar la cara, creía que todo me estaba
 y de la feli
f eli z época
ép oca que me hizo
hiz o salt ar del vil ofic
of icio
io de vio linist
lin ist a permitido, pues el abuso que me irritaba me parecía hecho para
ser atropellado.
al de señor.
Semejante conducta no podía por menos que disgustar a las
tres buenas personas en cuyo oráculo me había convertido, pero
 17 46 no se atrevían a reprocharme nada. Sonriendo, el señor de Bra
gadin se limitaba a decirme que yo ponía ante sus ojos la loca
CAPÍTULO VIII  vida que había llevado
lleva do c uan do tenía mi edad , pe ro que debí a pre-
p re-
pararme a pagar su costo y a verme castigado como él cuando
 VID A DE SO RD EN AD A QU E LL EV O . ZA W OI SK I. R IN AI .D I. tuviera sus años. Sin faltarle al respeto que le debía, convertía
L’ABADIE. LA JOVEN
JOVEN CONDESA. EL CAPUCHINO
en bromas sus temibles profecías y seguía viviendo a mi aire.
DON STEFFANI. ANCIL 1.A. LA RAMON. ME EMBARCO EN UNA
Pero he aquí cómo me dio la primera prueba de su carácter, la
GÓNDOLA EN SAN GIOBBF. PARA IR A MESTRE
tercera o cuarta semana después de conocernos.
En el casino'   de la señora Avogadro,¡ mujer inteligente y
La misma Fortuna que se plugo en darme una prueba de su amable a pesar de sus sesenta años, conocí a un gentilhombre
despotismo haciéndome feliz por un camino totalmente totalmente desco- polaco muy joven llamado Cayetano Zawoiski.1 Esperaba di-
nocido para la sabiduría, no consiguió hacerme abrazar un sis- nero de su país y, mientras tanto, las mujeres venecianas se lo
tema de vida que me habría capacitado para no volve r a necesitar proporcionaban, encantadas con su belleza y sus modales pola-
de nadie en mi vida futura. Empecé a vivir con auténtica inde- cos. Nos hicimos buenos amigos; le abrí mi bolsa, y él me abrió
pendencia de cuanto podía poner límites a mis inclinaciones. más ampliamente la suya veinte años después, en Munich.4Era
Como respetaba las leyes, pensaba que podía despreciar los pre- un buen hombre que sólo tenía una pequeña dosis de intcligen
 jui cio s y cre ía p od er vivir
vi vir con tod a libert
li bert ad en un país sometid
som etid o
1. Los casini eran pequeñas construcciones, muy sencillas por fuera
a un gobierno aristocrático. Me habría equivocado aunque la
pero muy lujosas en su interior, que servían de lugar de encuentro, sobre
fortuna me hubiera convertido en miembro del gobierno. La Re todo amoroso. Durante el siglo XVI I I estuvieron de moda entre la no-
pública de Venecia, sabiendo que su primer deber es el de con bleza y la burguesía venecianas; los Inquisidores de Estado trataron de
servarse, es ella misma esclava de la imperiosa razón de Estado. suprimir estos casini  donde los patricios se refugiaban para llevar una
Debe, llegado el caso, sacrificarlo todo a ese deber, ante el que  vida priva da que co ntrastab a con su vid a pú blica.
hasta las
las mismas leyes dejan d e ser inviolables. Pero de jemos cs.i cs.i 2. Quizás Angela Vezzi, casada en 17 17 con Marín Avogadro, única única
mujer de esa familia con esta edad.
materia, demasiado conocida ahora: todo el género humano sabe  j . El cond e Cay eta no Zaw ois ki (1 72 5 17 88 ), gent ilhom bre de la
que la libertad no existe ni puede existir en ninguna parte. No he corte de Sajonia y coronel de la infantería polaca, luchó al servicio del
abordado esta cuestión para ofrecer al lector una idea de mi con con I.lector de Sajonia. Mariscal en la corte de Coblenza (17651771), ter-
ducta en mi patria, donde esc mismo año empecé a recorrer un minó
minó siendo enviado como embajador a Dresde.
camino que debía llevarme a una prisión estatal, impenetrable 4. Casanov a dirá entonces que le devolvió menosmenos dinero del que le
debía.
precisamente por inconstitucional. Bastante rico, dotado por 11
Me arrojé a sus pies para agradecérselo y darle el dulce nom- naturaleza de un físico imponente, jugador d ecidido, m anirroto,
bre de padre. Le juré obediencia en calidad de hijo. Los otros gran hablador siempre mordaz, nada modesto, intrépido, muje-
dos amigos, que también vivían en el palacio, me abrazaron, y riego impenitente, dispuesto a suplantar a los rivales y aficio-
nado únicamente a la compañía que me divertía, sólo podía ser
los cuatro nos juramos fraternidad eterna.
Esta es, querido lector, toda la historia de mi metamorfosis odiado. Siempre presto a dar la cara, creía que todo me estaba
 y de la feli
f eli z época
ép oca que me hizo
hiz o salt ar del vil ofic
of icio
io de vio linist
lin ist a permitido, pues el abuso que me irritaba me parecía hecho para
ser atropellado.
al de señor.
Semejante conducta no podía por menos que disgustar a las
tres buenas personas en cuyo oráculo me había convertido, pero
 17 46 no se atrevían a reprocharme nada. Sonriendo, el señor de Bra
gadin se limitaba a decirme que yo ponía ante sus ojos la loca
CAPÍTULO VIII  vida que había llevado
lleva do c uan do tenía mi edad , pe ro que debí a pre-
p re-
pararme a pagar su costo y a verme castigado como él cuando
 VID A DE SO RD EN AD A QU E LL EV O . ZA W OI SK I. R IN AI .D I. tuviera sus años. Sin faltarle al respeto que le debía, convertía
L’ABADIE. LA JOVEN
JOVEN CONDESA. EL CAPUCHINO
en bromas sus temibles profecías y seguía viviendo a mi aire.
DON STEFFANI. ANCIL 1.A. LA RAMON. ME EMBARCO EN UNA
Pero he aquí cómo me dio la primera prueba de su carácter, la
GÓNDOLA EN SAN GIOBBF. PARA IR A MESTRE
tercera o cuarta semana después de conocernos.
En el casino'   de la señora Avogadro,¡ mujer inteligente y
La misma Fortuna que se plugo en darme una prueba de su amable a pesar de sus sesenta años, conocí a un gentilhombre
despotismo haciéndome feliz por un camino totalmente totalmente desco- polaco muy joven llamado Cayetano Zawoiski.1 Esperaba di-
nocido para la sabiduría, no consiguió hacerme abrazar un sis- nero de su país y, mientras tanto, las mujeres venecianas se lo
tema de vida que me habría capacitado para no volve r a necesitar proporcionaban, encantadas con su belleza y sus modales pola-
de nadie en mi vida futura. Empecé a vivir con auténtica inde- cos. Nos hicimos buenos amigos; le abrí mi bolsa, y él me abrió
pendencia de cuanto podía poner límites a mis inclinaciones. más ampliamente la suya veinte años después, en Munich.4Era
Como respetaba las leyes, pensaba que podía despreciar los pre- un buen hombre que sólo tenía una pequeña dosis de intcligen
 jui cio s y cre ía p od er vivir
vi vir con tod a libert
li bert ad en un país sometid
som etid o
1. Los casini eran pequeñas construcciones, muy sencillas por fuera
a un gobierno aristocrático. Me habría equivocado aunque la
pero muy lujosas en su interior, que servían de lugar de encuentro, sobre
fortuna me hubiera convertido en miembro del gobierno. La Re todo amoroso. Durante el siglo XVI I I estuvieron de moda entre la no-
pública de Venecia, sabiendo que su primer deber es el de con bleza y la burguesía venecianas; los Inquisidores de Estado trataron de
servarse, es ella misma esclava de la imperiosa razón de Estado. suprimir estos casini  donde los patricios se refugiaban para llevar una
Debe, llegado el caso, sacrificarlo todo a ese deber, ante el que  vida priva da que co ntrastab a con su vid a pú blica.
hasta las
las mismas leyes dejan d e ser inviolables. Pero de jemos cs.i cs.i 2. Quizás Angela Vezzi, casada en 17 17 con Marín Avogadro, única única
mujer de esa familia con esta edad.
materia, demasiado conocida ahora: todo el género humano sabe  j . El cond e Cay eta no Zaw ois ki (1 72 5 17 88 ), gent ilhom bre de la
que la libertad no existe ni puede existir en ninguna parte. No he corte de Sajonia y coronel de la infantería polaca, luchó al servicio del
abordado esta cuestión para ofrecer al lector una idea de mi con con I.lector de Sajonia. Mariscal en la corte de Coblenza (17651771), ter-
ducta en mi patria, donde esc mismo año empecé a recorrer un minó
minó siendo enviado como embajador a Dresde.
camino que debía llevarme a una prisión estatal, impenetrable 4. Casanov a dirá entonces que le devolvió menosmenos dinero del que le
debía.
precisamente por inconstitucional. Bastante rico, dotado por 11

462 463

cia, pero la suficiente para vivir bien. Murió hace cinco o seis solas con Zawoiski porque el conde Rinaldi quiso darme la re-
años en Dresde, siendo embajador del Elector de Tréveris.* Ha-  vanc ha. Ju gu é bajo
baj o palabr
pal abr a, y el cond
co nd e só lo re co gió la baraja
bar aja
blaré de él a su debido tiempo. cuando vio que le debía quinientos cequíes. Volví a casa muy
Este amable joven, a quien todo el mundo apreciaba mucho abatido: el honor me obligaba a pagar mi deuda al día siguiente
porque frecuentaba a los los señores Angelo Que rini6 y Lunardo  y no tenía
ten ía un céntim
cén tim o. El amor
am or acre centaba
cen taba mi de ses per ació n,
 Ven ier,7 me pre sen tó en un u n jard ín de la Zuc
Z uc cc a8 a un a bella
b ella con-
co n- porque me veía haciendo el papel de un pordiosero miserable. Al
desa extranjera que me gustó. E sa misma noche fuim os a su casa día siguiente, mi estado de ánimo no se le escapó al señor Bra
en la Locanda del Castelletto,1' donde, después de haberme pre- gadin: me sondeó, me alentó tanto que le conté toda la historia
sentado a su marido, el conde Rinaldi, nos invitó a quedarnos a  y ter min é dic ién dole
do le que me ve ía desho
de sho nra do y que me m orir ía
cenar. El marido organizó una banca de faraón, en la que, pun- por ello. Me consoló diciéndome que esc mismo día pagaría mi
tuando a medias con la señora, gané una cincuentena de cequíes. deuda si estaba dispuesto a prometerle que no volvería a jugar
Encantado de haber hecho esta amistad, fui a verla a la mañana bajo palabra. Se lo juré, le besé la mano y salí a pascar muy c on-
siguiente completamente solo. Su marido, tras disculparse por tento. Estaba seguro de que aquel hombre divino me daría qui-
que su mujer aún estuviera en la cama, me hizo pasar a la alcoba. nientos cequíes esa misma tarde,
tarde, y me alegraba
alegraba por el hon or que
Cuan do nos quedamos a solas, ella tuvo la habilidad de hacerme mi puntualidad me haría ganar ante la dama, que ya no dudaría
esperar todo sin conced erme nada, y, cuando vio que me iba, iba, me en concederme sus favores. Era la única razón que me impedía
invitó a cenar. Fui, gané como la víspera, también a medias con echar de menos la cantidad perdida; pero, muy emocionado por
ella, y volví a mi casa enamorado. Pensé que a la mañana siguien- la gran generosidad de mi querido amigo, estaba totalmente de-
te se mostraría complaciente, pero cuando fui a su casa, me di- cidido a no jugar bajo palabra.
 jero n que
qu e había salido.
sali do. Vo lví po r la noche
n oche , y, d esp ués de d isc ul-
ul - Co mí muy contento con él y los otros dos amigos sin hablar hablar
parse, jugamos, y perdí todo mi dinero, siempre a medias con ella. en absoluto del asunto. Nada más levantarnos de la mesa, llegó
Después de cenar, los extraños se fueron y yo me quedé a un hombre para entregar al señor de Bragadin una carta y un pa-
quete. Leyó la carta: «Está bien». El hombre se marchó, y a mí
$. Clemens Wenze
Wenzeslau
slauss (1739 18 12) , hijo
hijo de
de Augusto III, rey do do me dijo que lo acompañara a su aposento.
Polonia y Elector de Sajonia. Fue Elector de Tréveris de 1768 a 1802.
6. Angelo Querini (17 21 179 6), literato c historiador
historiador veneciano
veneciano que Es te paquete
paquete te pertenece
pertenece me dijo.
mantuvo estrechos contactos con intelectuales de la época (con Voltaire, Lo abro y encuentra treinta o cuarenta
cuarenta cequíes. Al verme sor-
por ejemplo). M asón, fue uno de los amantes
amantes de la Cavamacchie. Inter- prendido, se echa a reír y me da a leer la carta:
 vino activa mente en la vida p olítica vene ciana, se enfre ntó, sien do « aho- «Aseguro al señor de Casanova que nuestra partida de la pa-
gador del Común», al Consejo de los Diez y a los Inquisidores, y fue sada noche bajo palabra no fue más que una broma: no me debe
arrestado, aunque no tardó en ser puesto en libertad.
7. Lunard o Venier di San Felice, hijo de Nicco ló, procurador de nada.
nada. Mi mujer le envía la mitad del oro que perdió al contado.
El conde RINAI.D1».
San Marcos.
8. La isla de la Giu decc a, vulgarmente llamada la Zuec ca, al sur de de Miro al señor de Bragadin, que se retorcía de risa al ver mi
la ciudad. En sus numerosos jardines y viñedos se organizaban fiestas asombro. Comprendo entonces todo. Le doy las gracias, lo
durante el verano. abrazo y le prometo ser más prudente en el futuro. Se me abren
9. Gru po de casas en la la parroquia de San Matteo, en Rialto, donde
los ojos y me encuentro curado del amor, avergonzado de haber
en 1360 se reunió a todas las mujeres de mala vida, que eran encerradas
por la noche y durante los días de fiesta. Una vez abolida esta costum
sido víctima del conde y su mujer.
bre, las prostitutas se dispersaron por toda la ciudad. La posada citada Esta noche me dijo aquel sabio médico cenarás alegre-
por Casa nova debía de conservar el nombre de la antigua construcción.
construcción. mente
mente con la encantadora condesa.
cia, pero la suficiente para vivir bien. Murió hace cinco o seis solas con Zawoiski porque el conde Rinaldi quiso darme la re-
años en Dresde, siendo embajador del Elector de Tréveris.* Ha-  vanc ha. Ju gu é bajo
baj o palabr
pal abr a, y el cond
co nd e só lo re co gió la baraja
bar aja
blaré de él a su debido tiempo. cuando vio que le debía quinientos cequíes. Volví a casa muy
Este amable joven, a quien todo el mundo apreciaba mucho abatido: el honor me obligaba a pagar mi deuda al día siguiente
porque frecuentaba a los los señores Angelo Que rini6 y Lunardo  y no tenía
ten ía un céntim
cén tim o. El amor
am or acre centaba
cen taba mi de ses per ació n,
 Ven ier,7 me pre sen tó en un u n jard ín de la Zuc
Z uc cc a8 a un a bella
b ella con-
co n- porque me veía haciendo el papel de un pordiosero miserable. Al
desa extranjera que me gustó. E sa misma noche fuim os a su casa día siguiente, mi estado de ánimo no se le escapó al señor Bra
en la Locanda del Castelletto,1' donde, después de haberme pre- gadin: me sondeó, me alentó tanto que le conté toda la historia
sentado a su marido, el conde Rinaldi, nos invitó a quedarnos a  y ter min é dic ién dole
do le que me ve ía desho
de sho nra do y que me m orir ía
cenar. El marido organizó una banca de faraón, en la que, pun- por ello. Me consoló diciéndome que esc mismo día pagaría mi
tuando a medias con la señora, gané una cincuentena de cequíes. deuda si estaba dispuesto a prometerle que no volvería a jugar
Encantado de haber hecho esta amistad, fui a verla a la mañana bajo palabra. Se lo juré, le besé la mano y salí a pascar muy c on-
siguiente completamente solo. Su marido, tras disculparse por tento. Estaba seguro de que aquel hombre divino me daría qui-
que su mujer aún estuviera en la cama, me hizo pasar a la alcoba. nientos cequíes esa misma tarde,
tarde, y me alegraba
alegraba por el hon or que
Cuan do nos quedamos a solas, ella tuvo la habilidad de hacerme mi puntualidad me haría ganar ante la dama, que ya no dudaría
esperar todo sin conced erme nada, y, cuando vio que me iba, iba, me en concederme sus favores. Era la única razón que me impedía
invitó a cenar. Fui, gané como la víspera, también a medias con echar de menos la cantidad perdida; pero, muy emocionado por
ella, y volví a mi casa enamorado. Pensé que a la mañana siguien- la gran generosidad de mi querido amigo, estaba totalmente de-
te se mostraría complaciente, pero cuando fui a su casa, me di- cidido a no jugar bajo palabra.
 jero n que
qu e había salido.
sali do. Vo lví po r la noche
n oche , y, d esp ués de d isc ul-
ul - Co mí muy contento con él y los otros dos amigos sin hablar hablar
parse, jugamos, y perdí todo mi dinero, siempre a medias con ella. en absoluto del asunto. Nada más levantarnos de la mesa, llegó
Después de cenar, los extraños se fueron y yo me quedé a un hombre para entregar al señor de Bragadin una carta y un pa-
quete. Leyó la carta: «Está bien». El hombre se marchó, y a mí
$. Clemens Wenze
Wenzeslau
slauss (1739 18 12) , hijo
hijo de
de Augusto III, rey do do me dijo que lo acompañara a su aposento.
Polonia y Elector de Sajonia. Fue Elector de Tréveris de 1768 a 1802.
6. Angelo Querini (17 21 179 6), literato c historiador
historiador veneciano
veneciano que Es te paquete
paquete te pertenece
pertenece me dijo.
mantuvo estrechos contactos con intelectuales de la época (con Voltaire, Lo abro y encuentra treinta o cuarenta
cuarenta cequíes. Al verme sor-
por ejemplo). M asón, fue uno de los amantes
amantes de la Cavamacchie. Inter- prendido, se echa a reír y me da a leer la carta:
 vino activa mente en la vida p olítica vene ciana, se enfre ntó, sien do « aho- «Aseguro al señor de Casanova que nuestra partida de la pa-
gador del Común», al Consejo de los Diez y a los Inquisidores, y fue sada noche bajo palabra no fue más que una broma: no me debe
arrestado, aunque no tardó en ser puesto en libertad.
7. Lunard o Venier di San Felice, hijo de Nicco ló, procurador de nada.
nada. Mi mujer le envía la mitad del oro que perdió al contado.
El conde RINAI.D1».
San Marcos.
8. La isla de la Giu decc a, vulgarmente llamada la Zuec ca, al sur de de Miro al señor de Bragadin, que se retorcía de risa al ver mi
la ciudad. En sus numerosos jardines y viñedos se organizaban fiestas asombro. Comprendo entonces todo. Le doy las gracias, lo
durante el verano. abrazo y le prometo ser más prudente en el futuro. Se me abren
9. Gru po de casas en la la parroquia de San Matteo, en Rialto, donde
los ojos y me encuentro curado del amor, avergonzado de haber
en 1360 se reunió a todas las mujeres de mala vida, que eran encerradas
por la noche y durante los días de fiesta. Una vez abolida esta costum
sido víctima del conde y su mujer.
bre, las prostitutas se dispersaron por toda la ciudad. La posada citada Esta noche me dijo aquel sabio médico cenarás alegre-
por Casa nova debía de conservar el nombre de la antigua construcción.
construcción. mente
mente con la encantadora condesa.

464 465

Esta noche cenaré con vos; me habéis dado una lección de Bragadin me dio otra segunda muestra, todavía más fuerte, de su
gran maestro. carácter. Zawoiski me había presentado a un francés llamado
La primera vez que pierdas bajo palabra harás muy bien en L’Ab adie," que solicitaba
solicitaba del gobierno la plaza
plaza de inspector de
no pagar. todas las tropas de tierra de la República. Esa elección dependía
Quedaré deshonrado
deshonrado.. del Senado. Le presenté a mi protector, que le prometió su voto;
N o imp orta. Cuanto antes te te deshonres, más
más ahorrarás,  y para
par a impe
im pedir
dir le que
qu e c um plie ra su palab ra, pas ó lo sigu ient e:
porque te verás obligado a deshonrarte cuando te encuentres en Como yo necesitaba cien cequíes para pagar unas deudas, le
la imposibilidad segura de pagar. Por eso, más vale no esperar a pedí que me los prestase. Me preguntó por qué no pedía ese
que llegue inevitablemente ese fatal momento. favor al señor de L’Abadie.
Pe ro todavía vale más evitarlo jugando únicamente
únicamente con di- N o me atrev
atreverí
ería.
a.
nero contante. Atr évet e; estoy seguro de que te los prestarprestará.
á.
Sin duda, porque salvarás el el honor y el dinero; pero ya que Lo dudo mucho; pero lo intentaré.
te gustan los juegos de azar, te aconsejo que no puntúes nunca;  Vo y a verlo
ve rlo al día sig uie nte , y, tras un preám
pr eám bu lo bast ante
hazte cargo de la banca y ganarás siempre. breve pero cortés, le pido el préstamo; y con bastante cortesía
Sí, pero poco.
poco. también, se disculpa diciéndome todo lo que suele decirse cuan-
Poco, si quieres; pero ganarás. El punto es un loco. El ban- do no se quiere o no se pueden hacer favores de este tipo. Llega
quero piensa.  Ap ue sto ,   dice, a que no adivinas.   El punto res- entonces Zawoiski, me despido y voy a dar cuenta a mi bienhe-
ponde:  Ap ues to a qu e a di vi no .  ¿Quién es el loco? chor de la inutilidad de mi intento. Sonríe y me dice que aquel
E l punto.
punto. francés no era demasiado inteligente.
A sí pues, en nombre de Dios , sé prudente.
prudente. Y si se te ocurre
ocurre Ese mismo día debía ser presentado en el Senado el decreto
puntuar y e mpiezas ganando, has de saber que sólo eres un necio para nombrarlo inspector de los ejércitos venecianos. Dedico el
si acabas perdiendo. día a mis ocupaciones habituales, vuelvo a casa a medianoche,
¿Por qué necio? La fortuna cambia.  y, al sab er que
qu e el señ or de Bra gad in aún no ha v ue lto , me vo y a
Déjala en cuanto la veas cambiar, aunque sólo vayas ga la cama. Al d ía siguiente fui a darle los buenos días y le digo que
nando un óbolo. Siempre habrás salido ganando.  vo y a ir a fe licita
lic ita r al nu evo
ev o in specto
spe cto r. Me res pon de que
qu e me a ho -
 Yo había
habí a leíd o a P latón
lat ón , y me marav
ma ravillab
illab a hab er enc ontrad
ont radoo rre la molestia, porque el Senado había rechazado la propuesta.
a un hombre que razonaba como Sócrates. ¿ Y eso por qué? Hace tres días días L’A badic estaba
estaba seguro de lo lo
 Al día sig uie nte Za wo isk i vin o a ve rme m uy de mañan a para contrario.
decirme que me habían esperado a cenar, y que se había elogiado elogiado Y no se equivocaba,
equivocaba, porque el decreto habría sido aprobado
la puntualidad con que había pagado la suma perdida. No quise si yo no hubiera decidido oponerme. Demostré al Senado que
desengañarlo; y no volví a ver al conde y a la condesa sino clic una buena política no nos permitía conceder ese empleo a un ex-
ciséis años después, en Milán. Zawoiski no supo toda esa histo tranjero.
ria de mis labios hasta cuarenta años después, en Karlsb ad.1 I >• M e sorprende, porqu e Vuestra Excelencia no pensaba
pensaba así
así
encontré sordo. anteayer.
Tres o cuatro semanas después de este episodio, el señor do
1 1. Según
Según la documentación
documentación inquisitorial,
inquisitorial, L’Abadie, que firmaba
firmaba
como «barón de L’Abadie» y era de probable origen gasccSn, fue deste
10. Zaw oisk i estaba en Karlsbad en
en 1786 y Casa nova fue a su en irado de los Estados Venecianos en 1756. Más tarde entró a formar
cucntro para verle desde í)ux. parte, al parecer, del ejército austríaco.
Esta noche cenaré con vos; me habéis dado una lección de Bragadin me dio otra segunda muestra, todavía más fuerte, de su
gran maestro. carácter. Zawoiski me había presentado a un francés llamado
La primera vez que pierdas bajo palabra harás muy bien en L’Ab adie," que solicitaba
solicitaba del gobierno la plaza
plaza de inspector de
no pagar. todas las tropas de tierra de la República. Esa elección dependía
Quedaré deshonrado
deshonrado.. del Senado. Le presenté a mi protector, que le prometió su voto;
N o imp orta. Cuanto antes te te deshonres, más
más ahorrarás,  y para
par a impe
im pedir
dir le que
qu e c um plie ra su palab ra, pas ó lo sigu ient e:
porque te verás obligado a deshonrarte cuando te encuentres en Como yo necesitaba cien cequíes para pagar unas deudas, le
la imposibilidad segura de pagar. Por eso, más vale no esperar a pedí que me los prestase. Me preguntó por qué no pedía ese
que llegue inevitablemente ese fatal momento. favor al señor de L’Abadie.
Pe ro todavía vale más evitarlo jugando únicamente
únicamente con di- N o me atrev
atreverí
ería.
a.
nero contante. Atr évet e; estoy seguro de que te los prestarprestará.
á.
Sin duda, porque salvarás el el honor y el dinero; pero ya que Lo dudo mucho; pero lo intentaré.
te gustan los juegos de azar, te aconsejo que no puntúes nunca;  Vo y a verlo
ve rlo al día sig uie nte , y, tras un preám
pr eám bu lo bast ante
hazte cargo de la banca y ganarás siempre. breve pero cortés, le pido el préstamo; y con bastante cortesía
Sí, pero poco.
poco. también, se disculpa diciéndome todo lo que suele decirse cuan-
Poco, si quieres; pero ganarás. El punto es un loco. El ban- do no se quiere o no se pueden hacer favores de este tipo. Llega
quero piensa.  Ap ue sto ,   dice, a que no adivinas.   El punto res- entonces Zawoiski, me despido y voy a dar cuenta a mi bienhe-
ponde:  Ap ues to a qu e a di vi no .  ¿Quién es el loco? chor de la inutilidad de mi intento. Sonríe y me dice que aquel
E l punto.
punto. francés no era demasiado inteligente.
A sí pues, en nombre de Dios , sé prudente.
prudente. Y si se te ocurre
ocurre Ese mismo día debía ser presentado en el Senado el decreto
puntuar y e mpiezas ganando, has de saber que sólo eres un necio para nombrarlo inspector de los ejércitos venecianos. Dedico el
si acabas perdiendo. día a mis ocupaciones habituales, vuelvo a casa a medianoche,
¿Por qué necio? La fortuna cambia.  y, al sab er que
qu e el señ or de Bra gad in aún no ha v ue lto , me vo y a
Déjala en cuanto la veas cambiar, aunque sólo vayas ga la cama. Al d ía siguiente fui a darle los buenos días y le digo que
nando un óbolo. Siempre habrás salido ganando.  vo y a ir a fe licita
lic ita r al nu evo
ev o in specto
spe cto r. Me res pon de que
qu e me a ho -
 Yo había
habí a leíd o a P latón
lat ón , y me marav
ma ravillab
illab a hab er enc ontrad
ont radoo rre la molestia, porque el Senado había rechazado la propuesta.
a un hombre que razonaba como Sócrates. ¿ Y eso por qué? Hace tres días días L’A badic estaba
estaba seguro de lo lo
 Al día sig uie nte Za wo isk i vin o a ve rme m uy de mañan a para contrario.
decirme que me habían esperado a cenar, y que se había elogiado elogiado Y no se equivocaba,
equivocaba, porque el decreto habría sido aprobado
la puntualidad con que había pagado la suma perdida. No quise si yo no hubiera decidido oponerme. Demostré al Senado que
desengañarlo; y no volví a ver al conde y a la condesa sino clic una buena política no nos permitía conceder ese empleo a un ex-
ciséis años después, en Milán. Zawoiski no supo toda esa histo tranjero.
ria de mis labios hasta cuarenta años después, en Karlsb ad.1 I >• M e sorprende, porqu e Vuestra Excelencia no pensaba
pensaba así
así
anteayer.
encontré sordo.
Tres o cuatro semanas después de este episodio, el señor do
1 1. Según
Según la documentación
documentación inquisitorial,
inquisitorial, L’Abadie, que firmaba
firmaba
como «barón de L’Abadie» y era de probable origen gasccSn, fue deste
10. Zaw oisk i estaba en Karlsbad en
en 1786 y Casa nova fue a su en irado de los Estados Venecianos en 1756. Más tarde entró a formar
cucntro para verle desde í)ux. parte, al parecer, del ejército austríaco.

466 46 7

N o lo conocía bien.
bien. Ayer me di cuenta cuenta de que esc esc hombre siento impulsado por una fuerza oculta a acercarme y ofrecerle
no tiene suficiente cabeza para el empleo que solicitaba. ¿Se pu e- mis servicios en caso de que los necesitase. Me responde con voz
de tener sentido común y negarte cien ccquíes? Esa negativa le tímida que precisaría de una información. Le digo que el mue-
ha hecho perder una renta de tres mil escudos, que ahora tendría. lle donde estábamos no era un lugar apropiado para detenerse y
Salgo, y me encuentro con Zawoiski y L’Abadie, que estaba la invito a entrar conmigo en una malvasia ,'■* donde podría ha-
furioso. blarme con toda libertad. Ella vacila, yo insisto, y termina rin-
Si me hubieras avisado me dijo que los cien ccquíes ser- diéndose. El almacén no estaba más que a veinte pasos; entramos
 virí an para
par a hac er c alla r al se ño r de
d e Braga
Br aga din , hab ría encon
en con trado
tra do  y nos sen tam os solos
so los uno
un o frente
fre nte a ot ro.
ro . Yo me qu ito la m áscar a
la manera de conseguíroslos.  y la co rte sía la ob liga
lig a a a br ir la capuch
cap uch a. Un a am plia cofia
co fia que le
C on la cabeza
cabeza de un inspector lo habríaishabríais adivinado. cubre toda la cabeza sólo me deja ver los ojos, la nariz, la boca
Este hombre contó la historia a todo el mundo, y me fui muy  y el men tón;
tón ; per o no nec esit o más para dis tin gu ir con tod a cla -
útil. Quienes luego tuvieron necesidad del voto del senador su- ridad juventud, belleza, tristeza, nobleza y candor. Tan pode-
pieron el camino para conseguirlo. Pagué todas mis deudas. rosa carta de recomendación me interesa en grado sumo. Tras
En esa época vino
vino mi hermano Giovanni a Vcnecia Vcnecia en com- haber enjugado algunas
algunas lágrimas, me dice que es joven de con-
pañía
pañía del
del ex judío
judío G ua rien ti,gr an experto
experto en cuadros,
cuadros, que via-via- dición, y que se había escapado de la casa paterna completa-
 jaba a exp ensas
en sas del rey de PolonPo lon ia y Ele ct or de Sajo nia.
nia . Fu e él mente sola para unirse a un un veneciano qu e, tras haberla seducido
quien le facilitó la adquisición de la galería del duque de Mó  y eng añado,
aña do, la h abía hec ho des grac iad a.
dena por cien mil ccquíes. Viajaron juntos a Roma, donde mi ¿Tenéis entonces la esperanza de recordarle su deber? Su-
hermano se quedó en la escuela del célebre Mengs. Hablaré de pongo que os ha prometido su mano.
él dentro de catorce años. Ahora, como historiador fiel, debo M e d io su palabra
palabra por escrito. El favor que os pido es que
narrar un suceso del que dependió la felicidad de una de las mu- me llevéis hasta su casa, me dejéis allí y seáis d iscreto.
 jeres
 jer es más ama bles de Italia,
Ita lia, que habr ía sid o inf eliz
eli z si yo me hu - Podéis contar, señora, con los sentimientos de un hombre
biera comportado con sensatez. de honor. Lo soy, y ya estoy interesado en todo lo que os afecta.
¿Quién es ese ese hombre?
 17 46 ¡A y de mí!, me pongo en manos del del destino.
destino.
 A pr inc ipi os del mes de octu
oc tubr
bre,
e, cuand
cu and o ya est aban abie rtos  Y, dic ien do est as pala bra s, saca del sen o un papel pap el y me lo da
los teatros, salía yo enmascarado de la posta de Roma cuando a leer: se trata de un documento de Zanetto Steffani,1' cuya es-
 veo una
un a f igu ra de mu jer jove
jo ve n, con la c abe za envu
en vuelt
elt a en la ca critura conozco, de fecha reciente. Prometía a la señorita con-
pucha de su capa, salir del barco c o r r i e r e de Ferrara, que aca desa A. S. casarse con ella en Venecia al cabo de ocho días. Le
baba de llegar. Al verla sola y observar su paso inseguro, me devuelvo la carta y le digo que conozco muy bien a su autor, que
trabajaba en la cancillería1'’
cancillería1'’ y era un gran libertino q ue sería rico
12. Pietro Guarienti, nacido en Vcrona y muerto en Dresde (1676
1753), fue segundo inspector de la Galería de Dresde, que se vendió en Carbón, y una de las postas extranjeras servida por correos también ex-
septiembre de 174 5. E l apellido Guarienti pertenecía
pertenecía a una noble fami
fami tranjeros, no por la Compagnia dei Corrieri Veneziani.
lia veronesa, que lo vendió a un hebreo en el momento de su convcr 14. En las malvaste se vendían toda clase de vinos de calidad, sobre
sión al cristianismo. todo la malvasia, vino griego importado del Peloponeso.
13. Era un burchiello  («paquebote») la embarcación que cubría el 15. Zanetto Steffani era en 1744 uno de los  giova nni di cancelleria,
cancelleria,
servicio de Ferrara a Venecia por un canal directo. La posta de Roma, primer grado en la carrera de los secretarios.
donde concluía su viaje el burchiello,  tenía sus oficinas en la riva del 16. En 1 268 se creó en Vcnecia el cargo de canciller, que ostentó en
N o lo conocía bien.
bien. Ayer me di cuenta cuenta de que esc esc hombre siento impulsado por una fuerza oculta a acercarme y ofrecerle
no tiene suficiente cabeza para el empleo que solicitaba. ¿Se pu e- mis servicios en caso de que los necesitase. Me responde con voz
de tener sentido común y negarte cien ccquíes? Esa negativa le tímida que precisaría de una información. Le digo que el mue-
ha hecho perder una renta de tres mil escudos, que ahora tendría. lle donde estábamos no era un lugar apropiado para detenerse y
Salgo, y me encuentro con Zawoiski y L’Abadie, que estaba la invito a entrar conmigo en una malvasia ,'■* donde podría ha-
furioso. blarme con toda libertad. Ella vacila, yo insisto, y termina rin-
Si me hubieras avisado me dijo que los cien ccquíes ser- diéndose. El almacén no estaba más que a veinte pasos; entramos
 virí an para
par a hac er c alla r al se ño r de
d e Braga
Br aga din , hab ría encon
en con trado
tra do  y nos sen tam os solos
so los uno
un o frente
fre nte a ot ro.
ro . Yo me qu ito la m áscar a
la manera de conseguíroslos.  y la co rte sía la ob liga
lig a a a br ir la capuch
cap uch a. Un a am plia cofia
co fia que le
C on la cabeza
cabeza de un inspector lo habríaishabríais adivinado. cubre toda la cabeza sólo me deja ver los ojos, la nariz, la boca
Este hombre contó la historia a todo el mundo, y me fui muy  y el men tón;
tón ; per o no nec esit o más para dis tin gu ir con tod a cla -
útil. Quienes luego tuvieron necesidad del voto del senador su- ridad juventud, belleza, tristeza, nobleza y candor. Tan pode-
pieron el camino para conseguirlo. Pagué todas mis deudas. rosa carta de recomendación me interesa en grado sumo. Tras
En esa época vino
vino mi hermano Giovanni a Vcnecia Vcnecia en com- haber enjugado algunas
algunas lágrimas, me dice que es joven de con-
pañía
pañía del
del ex judío
judío G ua rien ti,gr an experto
experto en cuadros,
cuadros, que via-via- dición, y que se había escapado de la casa paterna completa-
 jaba a exp ensas
en sas del rey de PolonPo lon ia y Ele ct or de Sajo nia.
nia . Fu e él mente sola para unirse a un un veneciano qu e, tras haberla seducido
quien le facilitó la adquisición de la galería del duque de Mó  y eng añado,
aña do, la h abía hec ho des grac iad a.
dena por cien mil ccquíes. Viajaron juntos a Roma, donde mi ¿Tenéis entonces la esperanza de recordarle su deber? Su-
hermano se quedó en la escuela del célebre Mengs. Hablaré de pongo que os ha prometido su mano.
él dentro de catorce años. Ahora, como historiador fiel, debo M e d io su palabra
palabra por escrito. El favor que os pido es que
narrar un suceso del que dependió la felicidad de una de las mu- me llevéis hasta su casa, me dejéis allí y seáis d iscreto.
 jeres
 jer es más ama bles de Italia,
Ita lia, que habr ía sid o inf eliz
eli z si yo me hu - Podéis contar, señora, con los sentimientos de un hombre
biera comportado con sensatez. de honor. Lo soy, y ya estoy interesado en todo lo que os afecta.
¿Quién es ese ese hombre?
 17 46 ¡A y de mí!, me pongo en manos del del destino.
destino.
 A pr inc ipi os del mes de octu
oc tubr
bre,
e, cuand
cu and o ya est aban abie rtos  Y, dic ien do est as pala bra s, saca del sen o un papel pap el y me lo da
los teatros, salía yo enmascarado de la posta de Roma cuando a leer: se trata de un documento de Zanetto Steffani,1' cuya es-
 veo una
un a f igu ra de mu jer jove
jo ve n, con la c abe za envu
en vuelt
elt a en la ca critura conozco, de fecha reciente. Prometía a la señorita con-
pucha de su capa, salir del barco c o r r i e r e de Ferrara, que aca desa A. S. casarse con ella en Venecia al cabo de ocho días. Le
baba de llegar. Al verla sola y observar su paso inseguro, me devuelvo la carta y le digo que conozco muy bien a su autor, que
trabajaba en la cancillería1'’
cancillería1'’ y era un gran libertino q ue sería rico
12. Pietro Guarienti, nacido en Vcrona y muerto en Dresde (1676
1753), fue segundo inspector de la Galería de Dresde, que se vendió en Carbón, y una de las postas extranjeras servida por correos también ex-
septiembre de 174 5. E l apellido Guarienti pertenecía
pertenecía a una noble fami
fami tranjeros, no por la Compagnia dei Corrieri Veneziani.
lia veronesa, que lo vendió a un hebreo en el momento de su convcr 14. En las malvaste se vendían toda clase de vinos de calidad, sobre
sión al cristianismo. todo la malvasia, vino griego importado del Peloponeso.
13. Era un burchiello  («paquebote») la embarcación que cubría el 15. Zanetto Steffani era en 1744 uno de los  giova nni di cancelleria,
cancelleria,
servicio de Ferrara a Venecia por un canal directo. La posta de Roma, primer grado en la carrera de los secretarios.
donde concluía su viaje el burchiello,  tenía sus oficinas en la riva del 16. En 1 268 se creó en Vcnecia el cargo de canciller, que ostentó en

468 469

cuando muriera su madre,'7 pero que en ese momento estaba cioncs eran puras. Yo le respondía que se presentara a mis padres
muy desacreditado y cargado de deudas.  y me p idie se en matri
ma tri mo nio , p ero
er o aleg aba buena
bu enass o malas razo
ra zo -
Llevad me a su su casa.
casa. nes para demostrarme que sólo podía hacerlo feliz teniendo en
Haré cuanto me ordenéis, pero escuchadme y confiad ple- él una confianza sin límites. Debía decidirme a irme con él sin
namente en mí. Os aconsejo que no vayáis a su casa. Si ya os ha que nadie se enterase: mi honor, me decía, no sufriría nada,
incumplido su palabra, no podéis esperar un amable recibi- puesto que tres días después de mi fuga toda la ciudad sabría
miento suponiendo que lo encontréis; y si no está en casa, sólo que yo era su esposa, y me prometía regresar como tal pública-
podéis ser mal acogida por su madre si os dais a conocer. Con- mente. ¡ A y!, me cegó el amor; lo creí, consentí. M e dio el escrito
fiad en mí, y creed que es Dios quien me ha enviado en vuestra que habéis visto, y la noche siguiente le permití entrar en mi
ayuda. Os prometo que mañana a más tardar sabréis si Steffani cuarto por la misma ventana desde donde le hablaba. Consentí
está en Venecia, qué piensa hacer de vos y qué se le puede obli- en un crimen que tres días después debía ser borrado. Me dejó
gar a hacer. Antes de dar este paso, no debéis hacerle saber ni asegurándome que la noche siguiente iría a la misma ventana
que os encontráis en Venecia ni el lugar donde estáis. para recogerme en sus brazos. ¿Podía dudar después de la gran
¿Adonde iré esta noche? falta que había cometido? Preparé mi escaso equipaje y lo es-
A un lugar respetab
respetable.
le. peré; fue en vano. A l día siguiente supe que el mon struo se había
A vuestra casa, sisi estáis
estáis casado. marchado en su coche con su criado, una hora después de que,
Soy soltero.
soltero. tras salir por la ventana, renovase su promesa de ir a recogerme
Decido llevarla
llevarla a casa de una viuda cuya seriedad
seriedad conozco, a medianoche. Imaginad mi desesperación. Tomé la decisión decisión que
que tenía dos habitaciones amuebladas y vivía en una calle sin él me había sugerido, y que no podía ser buena. Una hora antes
salida. Se deja convencer y sube conmigo a una góndola. Or de medianoche de jé, totalmente sola, mi casa, terminando así de
deno al gondolero llevarme a donde quiero ir. De camino me deshonrarme, pero decidida a morir si el cruel que me había
cuenta que, hacía un mes, Steffani se había detenido en su ciudad arrebatado mi mayor bien, y al que estaba segura de encontrar
para arreglar su coche, que se había roto , y qu e ese mismo día la aquí, incumplía su palabra. Caminé toda la noche y casi todo el
había conocido en una casa a la que ella había ido con su madre día siguiente sin tomar el menor alimento, salvo un cuarto de
para felicitar a una recién casada. hora antes de subir al corriere   que me ha traído aquí en veinti-
Fu e ese día me dijo  cuando tuve la desgracia
desgracia de inspir
inspirarl
arlee cuatro horas. Lo s cinco hom bres y las dos mujeres que venían venían en
amor. Ya no pensó en marcharse. Se quedó en C. cuatro sema el barco no han visto mi cara ni han oído el sonido de mi voz. He
ñas, sin salir ni una sola vez de d ía de su posada y pasando todas  ven ido siem pre sent ada, sie mpre
mp re a dor mecid
me cida,
a, y siem pre con este
las noches en la calle, debajo de mi ventana, desde donde ha devocionario en las manos. Me han dejado tranquila. Nadie me
biaba con él. Siempre me decía que me amaba y que sus inte» ha dirigido la palabra, y le doy gracias a Dios. Al bajar al mue-
lle, no me habéis dado tiempo siquiera de pensar qué camino
principio un ciudadano que no pertenecía a las familias patricias y ci.i tomar para ir a casa de Steffani, en San Samuele, en la calle calle Gar
elegido por el Gran Consejo. De cargo honorífico o administrativo ni zoni. Imaginaos la impresión que ha debido de causarme la pre-
sus inicios, terminó siendo de los más importantes. sencia de un hombre enmascarado que, como si hubiera estado
17 . Parece tratarse de la madrastra de Steffani, Cecilia Cavalli, <.1
sada en primeras nupcia s con el padre de Steffani en 1 736 , y en segun
segun esperándome y al tanto de mi angustia, me ofrece sus servicios.
das con Giacomo Martironi en 1751. Murió en junio de 1754. a lm No sólo no he sentido ninguna repugnancia a responderos, sino
cuarenta y seis años. Zanetto Steffani y su hermano eran hijastros <lr que he pensado que debía mostrarme digna de vuestro celo con-
esta mujer,
mujer, que también tuvo hijos propios. fiando en vos, pese a la máxima de prudencia que debía volverme
cuando muriera su madre,'7 pero que en ese momento estaba cioncs eran puras. Yo le respondía que se presentara a mis padres
muy desacreditado y cargado de deudas.  y me p idie se en matri
ma tri mo nio , p ero
er o aleg aba buena
bu enass o malas razo
ra zo -
Llevad me a su su casa.
casa. nes para demostrarme que sólo podía hacerlo feliz teniendo en
Haré cuanto me ordenéis, pero escuchadme y confiad ple- él una confianza sin límites. Debía decidirme a irme con él sin
namente en mí. Os aconsejo que no vayáis a su casa. Si ya os ha que nadie se enterase: mi honor, me decía, no sufriría nada,
incumplido su palabra, no podéis esperar un amable recibi- puesto que tres días después de mi fuga toda la ciudad sabría
miento suponiendo que lo encontréis; y si no está en casa, sólo que yo era su esposa, y me prometía regresar como tal pública-
podéis ser mal acogida por su madre si os dais a conocer. Con- mente. ¡ A y!, me cegó el amor; lo creí, consentí. M e dio el escrito
fiad en mí, y creed que es Dios quien me ha enviado en vuestra que habéis visto, y la noche siguiente le permití entrar en mi
ayuda. Os prometo que mañana a más tardar sabréis si Steffani cuarto por la misma ventana desde donde le hablaba. Consentí
está en Venecia, qué piensa hacer de vos y qué se le puede obli- en un crimen que tres días después debía ser borrado. Me dejó
gar a hacer. Antes de dar este paso, no debéis hacerle saber ni asegurándome que la noche siguiente iría a la misma ventana
que os encontráis en Venecia ni el lugar donde estáis. para recogerme en sus brazos. ¿Podía dudar después de la gran
¿Adonde iré esta noche? falta que había cometido? Preparé mi escaso equipaje y lo es-
A un lugar respetab
respetable.
le. peré; fue en vano. A l día siguiente supe que el mon struo se había
A vuestra casa, sisi estáis
estáis casado. marchado en su coche con su criado, una hora después de que,
Soy soltero.
soltero. tras salir por la ventana, renovase su promesa de ir a recogerme
Decido llevarla
llevarla a casa de una viuda cuya seriedad
seriedad conozco, a medianoche. Imaginad mi desesperación. Tomé la decisión decisión que
que tenía dos habitaciones amuebladas y vivía en una calle sin él me había sugerido, y que no podía ser buena. Una hora antes
salida. Se deja convencer y sube conmigo a una góndola. Or de medianoche de jé, totalmente sola, mi casa, terminando así de
deno al gondolero llevarme a donde quiero ir. De camino me deshonrarme, pero decidida a morir si el cruel que me había
cuenta que, hacía un mes, Steffani se había detenido en su ciudad arrebatado mi mayor bien, y al que estaba segura de encontrar
para arreglar su coche, que se había roto , y qu e ese mismo día la aquí, incumplía su palabra. Caminé toda la noche y casi todo el
había conocido en una casa a la que ella había ido con su madre día siguiente sin tomar el menor alimento, salvo un cuarto de
para felicitar a una recién casada. hora antes de subir al corriere   que me ha traído aquí en veinti-
Fu e ese día me dijo  cuando tuve la desgracia
desgracia de inspir
inspirarl
arlee cuatro horas. Lo s cinco hom bres y las dos mujeres que venían venían en
amor. Ya no pensó en marcharse. Se quedó en C. cuatro sema el barco no han visto mi cara ni han oído el sonido de mi voz. He
ñas, sin salir ni una sola vez de d ía de su posada y pasando todas  ven ido siem pre sent ada, sie mpre
mp re a dor mecid
me cida,
a, y siem pre con este
las noches en la calle, debajo de mi ventana, desde donde ha devocionario en las manos. Me han dejado tranquila. Nadie me
biaba con él. Siempre me decía que me amaba y que sus inte» ha dirigido la palabra, y le doy gracias a Dios. Al bajar al mue-
lle, no me habéis dado tiempo siquiera de pensar qué camino
principio un ciudadano que no pertenecía a las familias patricias y ci.i tomar para ir a casa de Steffani, en San Samuele, en la calle calle Gar
elegido por el Gran Consejo. De cargo honorífico o administrativo ni zoni. Imaginaos la impresión que ha debido de causarme la pre-
sus inicios, terminó siendo de los más importantes. sencia de un hombre enmascarado que, como si hubiera estado
17 . Parece tratarse de la madrastra de Steffani, Cecilia Cavalli, <.1
sada en primeras nupcia s con el padre de Steffani en 1 736 , y en segun
segun esperándome y al tanto de mi angustia, me ofrece sus servicios.
das con Giacomo Martironi en 1751. Murió en junio de 1754. a lm No sólo no he sentido ninguna repugnancia a responderos, sino
cuarenta y seis años. Zanetto Steffani y su hermano eran hijastros <lr que he pensado que debía mostrarme digna de vuestro celo con-
esta mujer,
mujer, que también tuvo hijos propios. fiando en vos, pese a la máxima de prudencia que debía volverme

47 0 47 '

sorda a vuestro lenguaje y a la invitación de entrar con vos en el decisión. Apo yé su idea. Le rogué que me permitiera comer en
lugar al que me habéis traído. Os he contado todo. Os ruego su compañía, y, cuando le pregunté cómo pasaba el tiempo en su
que no me juzguéis con demasiado rigor por mi condescenden- casa, me dijo que leía, y que, como le gustaba la música, el cla-
cia. Sólo he dejado de ser prudente hace un mes, y la educación  vic or di o hac ía sus de licias.
lici as. V olví
ol ví a verla
ve rla po r la noc he,
he , con un
 y la lect ura me han ins tru ido en la c ienc ia del mu ndo . El amo r cestillo lleno de libros, un clavicordio y varias melodías muy
me hizo sucumbir, y también la falta de experiencia. Estoy en nuevas. La vi sorprendida; pero mucho más cuando saqué de mi
 vue str as man os, y no me a rre pie nto nt o de
d e h aberm
abe rmee p ue sto
st o en ellas . bolsillo tres pares de chinelas de distinto tamaño. Me dio las gra-
 Yo
 Y o nec esit aba esta s palabr
pal abrasas par a c on fir m ar el inte rés que
qu e la cias mientras sus mejillas se ruborizaban. Su larga caminata a pie pie
 jov en me hab ía in spirad
spi rad o. Le dije
di je cru elm ente
en te q ue Steff
St eff ani la ha - debía de haber desgarrado sus zapatos; por esa razón me per-
bía seducido y engañado con premeditación, y que sólo debía mitió dejarle sobre la cómoda sin probar un par que le iría bien.
pensar en él para vengarse. Se echó a temblar ocultando la cabeza  Al ver la llena de gratit
gra tit ud y no tener
ten er sob re ella el menor
me nor de sig -
entre sus manos. Llegamos a la casa de la viuda. Hice que le die- nio capaz de alarmar su virtud, gozaba de los sentimientos que
ran una buena habitación, encargué una cena ligera y recomendé mi conducta debía inspirarle ventajosamente hacia mí. Mi único
a la buena posadera que tuv iera con ella toda clase de atenciones propósito era tranquilizar su corazón y borrar la idea que el mal
 y no perm
pe rmitie
itie se que le faltar
fal tar a nada . Me de sp ed í de ella ase gu - comportamiento de Steffani podía haberle hecho concebir de los
rándole que volvería a verme la mañana siguiente. hombres. No se me había pasado por la cabeza inspirarle amor,
Lo primero que hice nada más dejarla fue ir a casa de Steffani. Steffani.  y esta ba mu y lejo s de pensar
pen sar que pud iera enamoena mo rarme
rar me.. Me agr a-
Supe por uno de los gondoleros de su madre que hacía tres días daba la idea de que nunca me interesaría en ella, salvo en calidad
que había llegado, y que veinticuatro horas después se había de desdichada que merecía toda la amistad de un hombre que,
marchado completamente solo, sin que nadie supiera adonde siendo un desconocido, se veía honrado con toda su confianza.
había ido, ni siquiera su madre. Esa misma noche me informé  Ad em ás, en una situ ació n tan horri ho rri ble no podía
po día cre erla cap az de
en el teatro sobre la familia de la desdichada gracias a un abate enamorarse de nuevo, y la idea de que mis atenciones pudieran
boloñés que casualmente la conocía muy bien. La joven tenía un inducirla a ser complaciente conmigo me habría horrorizado si
hermano que servía en las tropas pontificias. se me hubiera ocurrido.
 Al día sig uie nte fui a ver la mu y tem pran o. Aú n dormí do rmí a. La Sólo estuve con ella un cuarto de hora. Me fui para evitarle
 viud a me
m e di jo q ue había cen ado basta nte bien sin dec irle una sola la embarazosa situación en que la veía; de hecho, no sabía de qué
palabra y que luego se había encerrado en su cuarto. Cuando se palabras servirse para expresarme su gratitud.
dejó oír, me presenté y, cortando por lo sano todas las disculpas Me veía envuelto en un delicado compromiso cuyo fin no
que me pedía, le inform é de tod o lo que había sabid o. Tenía una podía prever, pero no me importaba. Como no me planteaba
tez de bello colorido, y la encontré triste, pero menos inquieta. ningún problema continuarlo, no deseaba que acabase. Aquella
 Ad m iré su bue n juici
ju ici o cu and o la o í d ecirm
ec irm e que
qu e no era ver osí
os í intriga heroica con que la fortuna me honraba por vez primera
mil que Steffani se hubiera marchado para volver a C. Me ofrecí, me halagaba en grado sumo. Hacía un experimento sobre mí
de todos modos, a ir a C. y hacer todas las gestiones necesarias mismo, convencido de no conocerme bastante bien. Sentía cu-
para que pudiera regresar cuanto antes a su casa; y la vi cncan riosidad. Al t ercer día, después de haberse deshecho en muestras
tada cuando le dije tod o lo que había sabido de su respetable l.i l.i de agradecimiento, me dijo que no comprendía cómo podía
milia. No rechazó la oferta que le hice de ir enseguida a C., pero tener yo tan buena opinión de ella cuando había aceptado con
me rogó aplazar el proyecto. Ella pensaba que Steffani volvería tanta facilidad entrar conmigo en una malvasía. La vi sonreír
pronto, y que entonces podría tomar con sangre fría una buena cuando le contesté que tampoco yo comprendía cómo a pesar
sorda a vuestro lenguaje y a la invitación de entrar con vos en el decisión. Apo yé su idea. Le rogué que me permitiera comer en
lugar al que me habéis traído. Os he contado todo. Os ruego su compañía, y, cuando le pregunté cómo pasaba el tiempo en su
que no me juzguéis con demasiado rigor por mi condescenden- casa, me dijo que leía, y que, como le gustaba la música, el cla-
cia. Sólo he dejado de ser prudente hace un mes, y la educación  vic or di o hac ía sus de licias.
lici as. V olví
ol ví a verla
ve rla po r la noc he,
he , con un
 y la lect ura me han ins tru ido en la c ienc ia del mu ndo . El amo r cestillo lleno de libros, un clavicordio y varias melodías muy
me hizo sucumbir, y también la falta de experiencia. Estoy en nuevas. La vi sorprendida; pero mucho más cuando saqué de mi
 vue str as man os, y no me a rre pie nto nt o de
d e h aberm
abe rmee p ue sto
st o en ellas . bolsillo tres pares de chinelas de distinto tamaño. Me dio las gra-
 Yo
 Y o nec esit aba esta s palabr
pal abrasas par a c on fir m ar el inte rés que
qu e la cias mientras sus mejillas se ruborizaban. Su larga caminata a pie pie
 jov en me hab ía in spirad
spi rad o. Le dije
di je cru elm ente
en te q ue Steff
St eff ani la ha - debía de haber desgarrado sus zapatos; por esa razón me per-
bía seducido y engañado con premeditación, y que sólo debía mitió dejarle sobre la cómoda sin probar un par que le iría bien.
pensar en él para vengarse. Se echó a temblar ocultando la cabeza  Al ver la llena de gratit
gra tit ud y no tener
ten er sob re ella el menor
me nor de sig -
entre sus manos. Llegamos a la casa de la viuda. Hice que le die- nio capaz de alarmar su virtud, gozaba de los sentimientos que
ran una buena habitación, encargué una cena ligera y recomendé mi conducta debía inspirarle ventajosamente hacia mí. Mi único
a la buena posadera que tuv iera con ella toda clase de atenciones propósito era tranquilizar su corazón y borrar la idea que el mal
 y no perm
pe rmitie
itie se que le faltar
fal tar a nada . Me de sp ed í de ella ase gu - comportamiento de Steffani podía haberle hecho concebir de los
rándole que volvería a verme la mañana siguiente. hombres. No se me había pasado por la cabeza inspirarle amor,
Lo primero que hice nada más dejarla fue ir a casa de Steffani. Steffani.  y esta ba mu y lejo s de pensar
pen sar que pud iera enamoena mo rarme
rar me.. Me agr a-
Supe por uno de los gondoleros de su madre que hacía tres días daba la idea de que nunca me interesaría en ella, salvo en calidad
que había llegado, y que veinticuatro horas después se había de desdichada que merecía toda la amistad de un hombre que,
marchado completamente solo, sin que nadie supiera adonde siendo un desconocido, se veía honrado con toda su confianza.
había ido, ni siquiera su madre. Esa misma noche me informé  Ad em ás, en una situ ació n tan horri ho rri ble no podía
po día cre erla cap az de
en el teatro sobre la familia de la desdichada gracias a un abate enamorarse de nuevo, y la idea de que mis atenciones pudieran
boloñés que casualmente la conocía muy bien. La joven tenía un inducirla a ser complaciente conmigo me habría horrorizado si
hermano que servía en las tropas pontificias. se me hubiera ocurrido.
 Al día sig uie nte fui a ver la mu y tem pran o. Aú n dormí do rmí a. La Sólo estuve con ella un cuarto de hora. Me fui para evitarle
 viud a me
m e di jo q ue había cen ado basta nte bien sin dec irle una sola la embarazosa situación en que la veía; de hecho, no sabía de qué
palabra y que luego se había encerrado en su cuarto. Cuando se palabras servirse para expresarme su gratitud.
dejó oír, me presenté y, cortando por lo sano todas las disculpas Me veía envuelto en un delicado compromiso cuyo fin no
que me pedía, le inform é de tod o lo que había sabid o. Tenía una podía prever, pero no me importaba. Como no me planteaba
tez de bello colorido, y la encontré triste, pero menos inquieta. ningún problema continuarlo, no deseaba que acabase. Aquella
 Ad m iré su bue n juici
ju ici o cu and o la o í d ecirm
ec irm e que
qu e no era ver osí
os í intriga heroica con que la fortuna me honraba por vez primera
mil que Steffani se hubiera marchado para volver a C. Me ofrecí, me halagaba en grado sumo. Hacía un experimento sobre mí
de todos modos, a ir a C. y hacer todas las gestiones necesarias mismo, convencido de no conocerme bastante bien. Sentía cu-
para que pudiera regresar cuanto antes a su casa; y la vi cncan riosidad. Al t ercer día, después de haberse deshecho en muestras
tada cuando le dije tod o lo que había sabido de su respetable l.i l.i de agradecimiento, me dijo que no comprendía cómo podía
milia. No rechazó la oferta que le hice de ir enseguida a C., pero tener yo tan buena opinión de ella cuando había aceptado con
me rogó aplazar el proyecto. Ella pensaba que Steffani volvería tanta facilidad entrar conmigo en una malvasía. La vi sonreír
pronto, y que entonces podría tomar con sangre fría una buena cuando le contesté que tampoco yo comprendía cómo a pesar

472
472 473
473

de la máscara había podido parecerle desde el primer momento clavicordio, pero tres días después ni siquiera lo había abierto.
amigo de una virtud de la que mi aspecto más bien debía ha- La vieja patrona me lo confirmó. Desde mi punto de vista, la
cerme suponer enemigo.  jove n debía
de bía agrade
agr ade cer mis aten cion es dán dome
do me una mue stra de
Pero en vos, señora seguí diciéndole, y sobre todo en su talento musical. ¿Me habría mentido? Hubiera firmado su
 vue str a bella
be lla fis on om ía, vi noble
no ble za, sen tim ientos
ien tos y virt ud de s- perdición. Dejando para más adelante la sentencia, decidí sin
dichada. El divino carácter de verdad de vuestras primeras pala- embargo salir de dudas.
bras me demostró que lo que os sedujo fue el amor, y que fue el  Al día sigu iente
ien te fui a verla
v erla despu
de spu és de com er, con tra mi c os -
honor lo que os había obligado a dejar a vuestra familia y vues- tumbre, resuelto a pedirle que me diese una prueba de su talento.
tra tierra.
tierra. Vuestro yerro fue el de un corazón seduc ido sobre el La había sorprendido en su habitación, sentada ante un espejo
que vuestra razón había perdido todo control, y vuestra fuga, mientras, a su espalda, la vieja patrona le desenredaba unos ca-
efecto de un alma noble que clama venganza, os justifica por bellos muy largos, de un rubio claro y de una finura que supera
completo. Steffani debe expiar su crimen con la vida, y no ca- toda descripción. Se disculpó diciéndome que no me esperaba,
sándose con vos. N o es digno de poseeros después de lo que ha  y con
c ontin
tin uó:
uó : «L o necesit
nec esit aba con urg enc ia», me d ijo . Veo por
po r pr i-
hecho, y obligándolo a ello en vez de castigarlo por su crimen le mera vez toda su figura, su cuello y la mitad de sus brazos, y la
daríais una recompensa. admiro sin decir nada. Alabo el excelente olor de su pomada, y
Todo lo que decís es cierto: odio al monstruo; y tengo un la vieja dice que entre la pomada, el polvo y los peines, ya había
hermano que lo matará en duelo. gastado las tres libras que la señora le había dado. Me quedo
O s engañáis. Es un cobarde que nunca se se volverá digno de confund ido: me había dicho que había salido de C. con sólo diez
una muerte honorable.  pa oli ;  esto habría debido darme que pensar, pero me concentro
En este momento metió la mano en el bolsillo y, tras un ins- en silencio.
tante de reflexión, sacó un estilete de diez pulgadas'8y lo puso Después de peinarla, la viuda salió para prepararnos café.
sobre la mesa. Cojo un retrato engastado en una sortija que aún seguía en el
¿Qué es eso? tocador, lo miro y me río de su capricho de hacerse pintar ves-
Un arma con la que he contado hasta ahora con la inten tida de hombre con pelo negro. Me dice que es el retrato de su
ción de utilizarla contra mí misma. Me habéis abierto los ojos. hermano, que se le parecía mucho. Era dos años mayor que ella,
Os ruego que os la llevéis;
llevéis; y cuen to con vuestra amistad.
amistad. Estoy  y ser vía co mo ofic ial en las milic ias del San tís imo Pad re, com o
segura de que os deberé el honor y la vida.  ya me había dic ho. ho .
Me dejó atónito lo que acababa de decirme; cogí el estilete y Pretendo entonces ponerle la sortija en el dedo; lo tiende, y,
me marché con una turbación que me anunciaba la debilidad de tras habérsela colocado, quiero besarle la mano con un gesto de
un heroísmo que estuve a punto de considerar ridículo. Lo sos galantería habitual; pero la retira deprisa, ruborizándose. Con
tuve, sin embargo, hasta el séptimo día. toda buena fe le pido entonces perdón si le había dado motivos
Este episodio me permitía concebir una sospecha injuriosa para creer que podía faltarle al al respeto. Me contesta que en su si-
sobre la dama, y al mismo tiempo me hacía sufrir porque, de tuación debía pensar más en defenderse de ella misma que de
haber sido fundada, me habría obligado a reconocerme por víi mí. El cumplido me pareció tan sutil y tan halagüeño para mí
tima de su engaño. Hubiera sido humillante. Como me había que decidí pasarlo por alto; pero ella debió de ver en mis ojos
dicho que le gustaba la música, ese mismo día le había llevado un que conmigo nunca podría tener vanos deseos ni encontrarme
ingrato. Sin embargo, en esc instante mi amor salió de la infan-
18 . 27  centímetros. cia y ya no pude seguir disimulándolo.
de la máscara había podido parecerle desde el primer momento clavicordio, pero tres días después ni siquiera lo había abierto.
amigo de una virtud de la que mi aspecto más bien debía ha- La vieja patrona me lo confirmó. Desde mi punto de vista, la
cerme suponer enemigo.  jove n debía
de bía agrade
agr ade cer mis aten cion es dán dome
do me una mue stra de
Pero en vos, señora seguí diciéndole, y sobre todo en su talento musical. ¿Me habría mentido? Hubiera firmado su
 vue str a bella
be lla fis on om ía, vi noble
no ble za, sen tim ientos
ien tos y virt ud de s- perdición. Dejando para más adelante la sentencia, decidí sin
dichada. El divino carácter de verdad de vuestras primeras pala- embargo salir de dudas.
bras me demostró que lo que os sedujo fue el amor, y que fue el  Al día sigu iente
ien te fui a verla
v erla despu
de spu és de com er, con tra mi c os -
honor lo que os había obligado a dejar a vuestra familia y vues- tumbre, resuelto a pedirle que me diese una prueba de su talento.
tra tierra.
tierra. Vuestro yerro fue el de un corazón seduc ido sobre el La había sorprendido en su habitación, sentada ante un espejo
que vuestra razón había perdido todo control, y vuestra fuga, mientras, a su espalda, la vieja patrona le desenredaba unos ca-
efecto de un alma noble que clama venganza, os justifica por bellos muy largos, de un rubio claro y de una finura que supera
completo. Steffani debe expiar su crimen con la vida, y no ca- toda descripción. Se disculpó diciéndome que no me esperaba,
sándose con vos. N o es digno de poseeros después de lo que ha  y con
c ontin
tin uó:
uó : «L o necesit
nec esit aba con urg enc ia», me d ijo . Veo por
po r pr i-
hecho, y obligándolo a ello en vez de castigarlo por su crimen le mera vez toda su figura, su cuello y la mitad de sus brazos, y la
daríais una recompensa. admiro sin decir nada. Alabo el excelente olor de su pomada, y
Todo lo que decís es cierto: odio al monstruo; y tengo un la vieja dice que entre la pomada, el polvo y los peines, ya había
hermano que lo matará en duelo. gastado las tres libras que la señora le había dado. Me quedo
O s engañáis. Es un cobarde que nunca se se volverá digno de confund ido: me había dicho que había salido de C. con sólo diez
una muerte honorable.  pa oli ;  esto habría debido darme que pensar, pero me concentro
En este momento metió la mano en el bolsillo y, tras un ins- en silencio.
tante de reflexión, sacó un estilete de diez pulgadas'8y lo puso Después de peinarla, la viuda salió para prepararnos café.
sobre la mesa. Cojo un retrato engastado en una sortija que aún seguía en el
¿Qué es eso? tocador, lo miro y me río de su capricho de hacerse pintar ves-
Un arma con la que he contado hasta ahora con la inten tida de hombre con pelo negro. Me dice que es el retrato de su
ción de utilizarla contra mí misma. Me habéis abierto los ojos. hermano, que se le parecía mucho. Era dos años mayor que ella,
Os ruego que os la llevéis;
llevéis; y cuen to con vuestra amistad.
amistad. Estoy  y ser vía co mo ofic ial en las milic ias del San tís imo Pad re, com o
segura de que os deberé el honor y la vida.  ya me había dic ho. ho .
Me dejó atónito lo que acababa de decirme; cogí el estilete y Pretendo entonces ponerle la sortija en el dedo; lo tiende, y,
me marché con una turbación que me anunciaba la debilidad de tras habérsela colocado, quiero besarle la mano con un gesto de
un heroísmo que estuve a punto de considerar ridículo. Lo sos galantería habitual; pero la retira deprisa, ruborizándose. Con
tuve, sin embargo, hasta el séptimo día. toda buena fe le pido entonces perdón si le había dado motivos
Este episodio me permitía concebir una sospecha injuriosa para creer que podía faltarle al al respeto. Me contesta que en su si-
sobre la dama, y al mismo tiempo me hacía sufrir porque, de tuación debía pensar más en defenderse de ella misma que de
haber sido fundada, me habría obligado a reconocerme por víi mí. El cumplido me pareció tan sutil y tan halagüeño para mí
tima de su engaño. Hubiera sido humillante. Como me había que decidí pasarlo por alto; pero ella debió de ver en mis ojos
dicho que le gustaba la música, ese mismo día le había llevado un que conmigo nunca podría tener vanos deseos ni encontrarme
ingrato. Sin embargo, en esc instante mi amor salió de la infan-
18 . 27  centímetros. cia y ya no pude seguir disimulándolo.

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Tras darme las gracias por los libros que le había llevado adi- saber quién
quién era yo; pe ro ¿debía suponer por ello que no le inte-
 vin ando
an do su gu sto , pue s no le g ust aban las nove
no velas
las,, me pid ió ex - resaba? Nada de eso. Si hubiera actuado bien, habría debido de-
cusas porqu e, sabiendo que me gustaba la música, nunca se había había cirle quién era, y desde el primer día. Esa misma noche le
ofrecido a cantarme algo como ella sabía. Respiré. Mientras informé sobre mí mejor de lo que hubiera podido hacerlo cual-
decía esto se puso al clavicordio, y tocó de manera excelente va- quier otra persona, pidiéndole excusas por no haber cumplido
rias piezas de memoria. Luego, después de hacerse rogar un antes con ese deber. Me dio las gracias confesándome que en
poco, se acompañó cantando un aria con la partitura abierta de ciertos momentos había sentido mucha curiosidad; pero tam-
tal manera que de golpe me sentí elevado a su cielo por el amor. bién me aseguró que nunca habría sido tan estúpida como para
Entonces, con ojos moribundos, le pedí la mano a besar, y no informarse de mí por medio de la patrona.
me la dio, pero me permitió cogérsela. Pese a ello, supe abste- Cuando nuestra conversación abordó la larga c incompren-
nerme de devorarla. Me despedí enamorado y casi decidido a sible ausencia de Steffani, observó que era imposible que su
declararme. Cuando el hombre llega a saber que el ser que ama padre no creyese que estaba escondido con ella en alguna parte.
comparte su sensibilidad, es una estupidez dejar correr el tiem- De be de haberse
haberse enterado me de cía de que hablaba hablaba todas
todas
po. Pero yo necesitaba estar seguro. las noches con él por la ventana; y no es difícil que haya conse-
Cuantos conocían a Steffani hablaban por toda la ciudad de guido enterarse de que embarqué en el corriere de Ferrara. Debe
su huida. Yo lo oía todo, pero no abría la boca. Se decía que su de estar en Venecia, y estoy segura de que hace cuanto puede
madre se había negado a pagarle sus deudas, y qu e ésa había sido para encontrarme, aunque con gran secreto. Suele ir a hospe-
la causa. Era verosímil. Pero, tanto si volvía como si no, no darse a Boncousin.,, Intentad saber si está ahí.
podía resignarme a perder el tesoro que tenía entre mis manos.  Ya no pro nu nciab
nc iabaa el nom bre de Ste ffan i más que con sen ti-
Sin embargo, como no sabía ni a título de qué ni de qué forma mientos de odio, y sólo pensaba en ir a encerrarse en un con-
podría llegar a gozarla, me encontraba en un verdadero labe-  ven to lejo s de su tier ra; nadi e s abría
abr ía allí su ve rgon
rg on zosa
zo sa hist oria .
rinto. Cuando pensaba pedir consejo al señor de Bragadin, re- No tuve necesidad de informarme. El señor Barbaro pro-
chazaba la idea horrorizado. Lo había visto demasiado empírico nunció en la comida estas palabras:
en el asunto de Rinaldi, y más aún en el de L’Abadie. Temía M e han recomendad o a un gentilhombre súbd ito del papa
tanto sus remedios que prefería estar enfermo a curarme con su para que, con mi prestigio, le ayude en un asunto delicado y es-
ayuda. pinoso. Uno de nuestros ciudadanos ha raptado a su hija, y
Una mañana cometí la tontería de preguntar a la viuda si la desde hace quince días debe de estar con ella en alguna parte:
señora le había preguntado quién era yo. Enseguida comprendí nadie sabe
sabe dónde. Habría que llevar el asunto ante el Conse jo de
la falta que había cometido, porque, en lugar de responderme, los Diez. La madre del raptor pretende ser pariente mía; espero
me dijo: no verme mezclado en esta historia.
¿Por qué? ¿No sabe quién sois? Fingí no prestar el menor interés a este relato. Al día si-
Responded y no hagáis preguntas. guiente muy temprano fui a ver a la joven condesa para comu-
Pero aquella patrona acertó, y desde entonces no pudo ven nicarle la interesante noticia. Aún dormía, pero, como yo tenía
cer su curiosidad por la aventura; así suele nacer infaliblemente prisa, mandé a la viuda a decirle que sólo necesitaba dos minu
el chismorreo, y todo fue por culpa mía. Siempre hay que ser
cauto, pero nunca tanto como cuando se hacen preguntas a per 19. La familia Boncousin,
Boncous in, de origen francés, era propietaria
propietari a de una
sonas medio imbéciles. Durante los doce días que había estado hostería en San Giovann i G risos tomo, en la que en 1738 se hospedó
María Amalia, archiduquesa de Austria y más tarde esposa del empera-
entre sus manos, la joven nunca se había mostrado curiosa poi dor Carlos VIL
Tras darme las gracias por los libros que le había llevado adi- saber quién
quién era yo; pe ro ¿debía suponer por ello que no le inte-
 vin ando
an do su gu sto , pue s no le g ust aban las nove
no velas
las,, me pid ió ex - resaba? Nada de eso. Si hubiera actuado bien, habría debido de-
cusas porqu e, sabiendo que me gustaba la música, nunca se había había cirle quién era, y desde el primer día. Esa misma noche le
ofrecido a cantarme algo como ella sabía. Respiré. Mientras informé sobre mí mejor de lo que hubiera podido hacerlo cual-
decía esto se puso al clavicordio, y tocó de manera excelente va- quier otra persona, pidiéndole excusas por no haber cumplido
rias piezas de memoria. Luego, después de hacerse rogar un antes con ese deber. Me dio las gracias confesándome que en
poco, se acompañó cantando un aria con la partitura abierta de ciertos momentos había sentido mucha curiosidad; pero tam-
tal manera que de golpe me sentí elevado a su cielo por el amor. bién me aseguró que nunca habría sido tan estúpida como para
Entonces, con ojos moribundos, le pedí la mano a besar, y no informarse de mí por medio de la patrona.
me la dio, pero me permitió cogérsela. Pese a ello, supe abste- Cuando nuestra conversación abordó la larga c incompren-
nerme de devorarla. Me despedí enamorado y casi decidido a sible ausencia de Steffani, observó que era imposible que su
declararme. Cuando el hombre llega a saber que el ser que ama padre no creyese que estaba escondido con ella en alguna parte.
comparte su sensibilidad, es una estupidez dejar correr el tiem- De be de haberse
haberse enterado me de cía de que hablaba hablaba todas
todas
po. Pero yo necesitaba estar seguro. las noches con él por la ventana; y no es difícil que haya conse-
Cuantos conocían a Steffani hablaban por toda la ciudad de guido enterarse de que embarqué en el corriere de Ferrara. Debe
su huida. Yo lo oía todo, pero no abría la boca. Se decía que su de estar en Venecia, y estoy segura de que hace cuanto puede
madre se había negado a pagarle sus deudas, y qu e ésa había sido para encontrarme, aunque con gran secreto. Suele ir a hospe-
la causa. Era verosímil. Pero, tanto si volvía como si no, no darse a Boncousin.,, Intentad saber si está ahí.
podía resignarme a perder el tesoro que tenía entre mis manos.  Ya no pro nu nciab
nc iabaa el nom bre de Ste ffan i más que con sen ti-
Sin embargo, como no sabía ni a título de qué ni de qué forma mientos de odio, y sólo pensaba en ir a encerrarse en un con-
podría llegar a gozarla, me encontraba en un verdadero labe-  ven to lejo s de su tier ra; nadi e s abría
abr ía allí su ve rgon
rg on zosa
zo sa hist oria .
rinto. Cuando pensaba pedir consejo al señor de Bragadin, re- No tuve necesidad de informarme. El señor Barbaro pro-
chazaba la idea horrorizado. Lo había visto demasiado empírico nunció en la comida estas palabras:
en el asunto de Rinaldi, y más aún en el de L’Abadie. Temía M e han recomendad o a un gentilhombre súbd ito del papa
tanto sus remedios que prefería estar enfermo a curarme con su para que, con mi prestigio, le ayude en un asunto delicado y es-
ayuda. pinoso. Uno de nuestros ciudadanos ha raptado a su hija, y
Una mañana cometí la tontería de preguntar a la viuda si la desde hace quince días debe de estar con ella en alguna parte:
señora le había preguntado quién era yo. Enseguida comprendí nadie sabe
sabe dónde. Habría que llevar el asunto ante el Conse jo de
la falta que había cometido, porque, en lugar de responderme, los Diez. La madre del raptor pretende ser pariente mía; espero
me dijo: no verme mezclado en esta historia.
¿Por qué? ¿No sabe quién sois? Fingí no prestar el menor interés a este relato. Al día si-
Responded y no hagáis preguntas. guiente muy temprano fui a ver a la joven condesa para comu-
Pero aquella patrona acertó, y desde entonces no pudo ven nicarle la interesante noticia. Aún dormía, pero, como yo tenía
cer su curiosidad por la aventura; así suele nacer infaliblemente prisa, mandé a la viuda a decirle que sólo necesitaba dos minu
el chismorreo, y todo fue por culpa mía. Siempre hay que ser
cauto, pero nunca tanto como cuando se hacen preguntas a per 19. La familia Boncousin,
Boncous in, de origen francés, era propietaria
propietari a de una
sonas medio imbéciles. Durante los doce días que había estado hostería en San Giovann i G risos tomo, en la que en 1738 se hospedó
María Amalia, archiduquesa de Austria y más tarde esposa del empera-
entre sus manos, la joven nunca se había mostrado curiosa poi dor Carlos VIL

47 6
477

tos para comunicarle algo importante. Me recibió acostada, con guíente al oráculo la pregunta que me planteaba. Así gané tiem-
la colcha subida hasta el mentón. po para saber por adelantado la opinión del padre y del hijo. M e
En cuanto se entera de todo lo que tenía que decirle, me reía para mis adentros con la idea de tener que hacer asesinar a
ruega que incite al señor Barbaro a mediar entre su padre y ella, Steffani para no comprometer a mi oráculo.
pues prefería la muerte al horror de verse convertida en esposa Pasé toda la velada con la joven condesa, que ya no dudó ni
del monstruo. Quiere, sin embargo, confiarme la promesa de de la bondad que su padre tendría con ella, ni de la plena con-
matrimonio que había utilizado el para seducirla, y así poder de- fianza que debía depositar en mí.
mostrar a su padre la perfidia del malvado. Para sacarla del bol- ¡Qué placer para ella enterarse de que al día siguiente come-
sillo tuvo que exponer a mi vista su brazo completamente des- ría con su padre y su hermano, y que por la noche iría yo a re-
nudo. Lo que la hizo ruborizarse sólo pudo ser la vergüenza
vergüenza de petirle cuanto dijeran sobre ella! Pero ¡qué placer también para
haberme permitido ver que estaba sin camisa. Le prometí volver mí verla convencida de que debía adorarme, y de que, de no ser
a verla por la noche. por mí, se habría perdido infaliblemente en una ciudad donde
Para animar al señor Ba rbaro a hacer lo que ella deseaba, ha- la política del gobierno tolera de buena gana que el libertinaje
bría necesitado decirle que e staba en mi poder, y me parecía que sea un esbozo de la libertad
libertad que debería reinar! A los dos nos pa-
esa confidencia la perjudicaría. No tome ninguna decisión. Veía recía muy afortunada la casualidad de nuestro encuentro en el
acercarse el momento de perderla y me repugnaba acelerarlo. muelle de la posta de Roma, y prodigiosa la conformidad de
Después de comer anunciaron al señor Barbaro la visita del nuestras voluntades. Nos encantaba no poder atribuir a la atrac-
conde A. S. Lo vi con su hijo, éste de uniforme, y vivo retrato de ción de nuestras fisonomías, ella su condescendencia al aceptar
su hermana. Pasaron con él a su gabinete para hablar del asunto mi invitación, yo mi empeño en convencerla de que me siguiera
 y una hor a despu
de spu és se mar charo
ch aro n. Un a vez que se fuer
fu eron
on,, me  y se dej ara guiar
gu iar po r mis cons
co nsejo
ejo s. Yo llevaba
llev aba másc ara, y su ca -
rogó, como yo esperaba, que interrogase a mi ángel para saber pucha hacía el mismo efecto. Como todo nos parecía prodi-
si le convenía interesarse en favor del conde A. S. Con la mayor gioso, sin decirlo pensábamos que aquello no era sino obra de la
indiferencia le respondí en cifras que deb ía inmiscuirse
inmiscuirse en aquel  Providencia eterna, de la divinidad de nuestros ángeles guardia-
asunto, pero sólo para persuadir al conde a perdonar a su hija nes, para que así nos enamorásemos uno del ot ro. Qu isiera saber
abandonando la idea de obligarla a casarse con el malvado, si hay en el mundo un lector lo bastante osado para juzgar su-
 po rq ue Dio s lo ha bía con den ad o a mu ert e. persticioso un razonamiento como éste; se apoyaba en la más
La respuesta le pareció asombrosa, y yo mismo estaba ad- profunda filosofía, aunque sólo fuera plausible en relación con
mirado de haberme atrevido a darla. Tenía el presentimiento de nosotros mismos.
mismos.
que Stcffani había de perecer a manos de alguien. Era el amor lo Confesad le dije en un momento de entusiasmo y besán-
que me hacía pensar así. El señor de Bragadin, que creía infali- dole sus bellas manos que si descubriera que estoy enamorado
ble mi oráculo, d ijo que nunca había hablado con tanta claridad,
claridad, de vos me temeríais.
 y que con tod a certe
ce rte za Stc ffa ni había
habí a muert
mu ert o en el mis mo ins - ¡Ay!, lo único que temo es perderos.
tante en que el oráculo nos lo había anunciado. Le dijo al señor Esta respuesta, acompañada por una mirada que me garanti-
Barbar o que debía invitar a com er a padre e hijo al día siguiente.
siguiente. zaba su veracidad, me hizo abrir los brazos para estrechar con-
Había que hacer las cosas despacio, porque antes de persuadir- tra mi pecho a la bella criatura que me la había dado y para besar
los a perdonar a la señorita había que saber dónde estaba. El la boca que la había pronunciado. Al no ver en sus ojos ni la or
señor Barbaro casi me hizo reír cuando me dijo que, si yo que- gullosa indignación ni una fría complacencia que podía depen-
ría, podría hacérselo saber antes. I.e prometí hacer al día si der de un indigno temor a perderme, me dejé llevar por mi
tos para comunicarle algo importante. Me recibió acostada, con guíente al oráculo la pregunta que me planteaba. Así gané tiem-
la colcha subida hasta el mentón. po para saber por adelantado la opinión del padre y del hijo. M e
En cuanto se entera de todo lo que tenía que decirle, me reía para mis adentros con la idea de tener que hacer asesinar a
ruega que incite al señor Barbaro a mediar entre su padre y ella, Steffani para no comprometer a mi oráculo.
pues prefería la muerte al horror de verse convertida en esposa Pasé toda la velada con la joven condesa, que ya no dudó ni
del monstruo. Quiere, sin embargo, confiarme la promesa de de la bondad que su padre tendría con ella, ni de la plena con-
matrimonio que había utilizado el para seducirla, y así poder de- fianza que debía depositar en mí.
mostrar a su padre la perfidia del malvado. Para sacarla del bol- ¡Qué placer para ella enterarse de que al día siguiente come-
sillo tuvo que exponer a mi vista su brazo completamente des- ría con su padre y su hermano, y que por la noche iría yo a re-
nudo. Lo que la hizo ruborizarse sólo pudo ser la vergüenza
vergüenza de petirle cuanto dijeran sobre ella! Pero ¡qué placer también para
haberme permitido ver que estaba sin camisa. Le prometí volver mí verla convencida de que debía adorarme, y de que, de no ser
a verla por la noche. por mí, se habría perdido infaliblemente en una ciudad donde
Para animar al señor Ba rbaro a hacer lo que ella deseaba, ha- la política del gobierno tolera de buena gana que el libertinaje
bría necesitado decirle que e staba en mi poder, y me parecía que sea un esbozo de la libertad
libertad que debería reinar! A los dos nos pa-
esa confidencia la perjudicaría. No tome ninguna decisión. Veía recía muy afortunada la casualidad de nuestro encuentro en el
acercarse el momento de perderla y me repugnaba acelerarlo. muelle de la posta de Roma, y prodigiosa la conformidad de
Después de comer anunciaron al señor Barbaro la visita del nuestras voluntades. Nos encantaba no poder atribuir a la atrac-
conde A. S. Lo vi con su hijo, éste de uniforme, y vivo retrato de ción de nuestras fisonomías, ella su condescendencia al aceptar
su hermana. Pasaron con él a su gabinete para hablar del asunto mi invitación, yo mi empeño en convencerla de que me siguiera
 y una hor a despu
de spu és se mar charo
ch aro n. Un a vez que se fuer
fu eron
on,, me  y se dej ara guiar
gu iar po r mis cons
co nsejo
ejo s. Yo llevaba
llev aba másc ara, y su ca -
rogó, como yo esperaba, que interrogase a mi ángel para saber pucha hacía el mismo efecto. Como todo nos parecía prodi-
si le convenía interesarse en favor del conde A. S. Con la mayor gioso, sin decirlo pensábamos que aquello no era sino obra de la
indiferencia le respondí en cifras que deb ía inmiscuirse
inmiscuirse en aquel  Providencia eterna, de la divinidad de nuestros ángeles guardia-
asunto, pero sólo para persuadir al conde a perdonar a su hija nes, para que así nos enamorásemos uno del ot ro. Qu isiera saber
abandonando la idea de obligarla a casarse con el malvado, si hay en el mundo un lector lo bastante osado para juzgar su-
 po rq ue Dio s lo ha bía con den ad o a mu ert e. persticioso un razonamiento como éste; se apoyaba en la más
La respuesta le pareció asombrosa, y yo mismo estaba ad- profunda filosofía, aunque sólo fuera plausible en relación con
mirado de haberme atrevido a darla. Tenía el presentimiento de nosotros mismos.
mismos.
que Stcffani había de perecer a manos de alguien. Era el amor lo Confesad le dije en un momento de entusiasmo y besán-
que me hacía pensar así. El señor de Bragadin, que creía infali- dole sus bellas manos que si descubriera que estoy enamorado
ble mi oráculo, d ijo que nunca había hablado con tanta claridad,
claridad, de vos me temeríais.
 y que con tod a certe
ce rte za Stc ffa ni había
habí a muert
mu ert o en el mis mo ins - ¡Ay!, lo único que temo es perderos.
tante en que el oráculo nos lo había anunciado. Le dijo al señor Esta respuesta, acompañada por una mirada que me garanti-
Barbar o que debía invitar a com er a padre e hijo al día siguiente.
siguiente. zaba su veracidad, me hizo abrir los brazos para estrechar con-
Había que hacer las cosas despacio, porque antes de persuadir- tra mi pecho a la bella criatura que me la había dado y para besar
los a perdonar a la señorita había que saber dónde estaba. El la boca que la había pronunciado. Al no ver en sus ojos ni la or
señor Barbaro casi me hizo reír cuando me dijo que, si yo que- gullosa indignación ni una fría complacencia que podía depen-
ría, podría hacérselo saber antes. I.e prometí hacer al día si der de un indigno temor a perderme, me dejé llevar por mi

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ternura: no vi más que amor, y una gratitud que, lejos de men- guró que Steffani no había puesto nunca los pies en su casa, y
guar su pureza, acrecentaba su triunfo. que no lograba adivinar por qué sortilegio, hablándole sólo por
Pero nada más dejar de abrazarla,
abrazarla, baja los
los ojos y oig o un pr o- la noche, desde la calle y en una ventana, la había seducido hasta
fundo suspiro. Sospecho lo que temo, y, poniéndome de rodillas, el punto de inducirla a marcharse sola y a pie dos días después
la conjuro a que me perdone. de que él se hubiera ido.
¿Q ué ofensa tengo tengo que perdonaros?
perdonaros? me dice. Habéis adi- adi- Por lo tanto, no puede afirmarse le objetó el señor Bar-
 vinado
 vin ado mal mi pen sam iento. ien to. A l ver
ve r vue str a ternu
te rnu ra est aba pen - baro que haya sido raptada, ni demostrar que haya sido sedu-
sando en mi felicidad, y un cruel recuerdo ha venido a arrancar- cida por Steffani.
me un suspiro. Levantaos. Aunque no se pueda probar, no por ello es menos cierto.
Había sonado medianoche. Le digo que su honor me obli- Tan cierto que en este momento nadie sabe dónde está él; pero
gaba a dejarla.
dejarla. Vue lvo a ponerm e la máscara y me m archo. Tenía sólo puede estar con ella. Lo único que pido es que se casen.
tanto miedo a conseguir lo que en mi opinión aún no había me- C re o que más
más valdría no exigir un matrimonio
matrimonio forzado que
recido que mi marcha debió de parecerle brusca. N o dor mí bien. la haría desgraciada, porque Steffani es, sin la menor duda, uno
Pasé una de esas noches que un joven enamorado sólo puede de los peores sujetos que tenemos entre nuestros secretarios.
hacer felices obligando a la imaginación a jugar el papel de la Si yo estuviera enen vuestro lugar dijo el señor de Bragadin,
realidad.
realidad. Es fatigoso, p ero el amor lo exige y se complace en ella. ella. me dejaría ablandar por el arrepentimiento de vuestra hija y la
Seguro como estaba de mi inminente dicha, la esperanza sólo perdonaría.
desempeñaba en mi bello espectáculo el papel de un personaje ¿Dónde se encuentra? Estoy dispuesto a recibirla con los
mudo. La esperanza, de la que tanto bien se dice, no es en el brazos abiertos, pero no puedo suponerla arrepentida porque, lo
fondo más que un ser adulador que la razón sólo aprecia porque repito, sólo puede estar con él.
necesita paliativos.
paliativos. Felices los hombres que para gozar de la vida ¿Es seguro que al irse de C. vino aquí?
no necesitan ni esperanza ni previsión. L o sé por elel patrón mismo del del corriere,  del que desembarcó
 Al despe
de spe rtarm
rta rm e, lo q ue me p reoc
re oc up ó algo fue la se ntencia
nte ncia de en la orilla habitual a veinte pasos de la posta de Roma. Un per-
muerte que había lanzado contra Steffani. Hubiera querido en sonaje enmascarado que la esperaba se unió enseguida a ella y
contrar el modo de revocarla, tanto por el honor de mi oráculo, nadie sabe adonde fueron.
que veía en peligro, como por Steffani, a quien no podía odiar Quizás era Steffani.
del todo cu ando pensaba que, por así decir, era la causa causa eficiente N o , porqu e es de baja estatura, y el enmascarado era alto. alto.
de la felicidad que en aquellos momentos disfrutaba mi alma.  Ademá
 Ad emá s, he sabid
s abid o que
q ue Ste ffan i se había marchad
mar chad o d os días antes
El conde y su hijo vinieron a comer. El padre era un hombre de la llegada de mi hija. La máscara con la que ella se fue debe de
hecho todo de una pieza y sin ninguna afectación. Se le veía afli afli ser un amigo de Steffani, que la habrá llevado a reunirse con él.
gido por aquella
aquella aventura y no sabía sabía cómo ponerle término. I I Sólo son conjeturas.
hijo, guapo como el amor, era inteligente y de modales nobles Cuatro personas que vieron a la máscara pretenden saber
Me gustó su aire desenvuelto. Decidido a ganarme su amistad, quién es, pero no se ponen de acuerdo en el nombre. En esta
sólo me ocupé de él. nota están apuntados. Sin embargo, denunciaré a estos cuatro
 A los postr
po str es,
es , el se ño r Ba rbar
rb aroo se las arr eg ló tan bien para ante los jefes del Consejo de los Diez si Steffani niega que tiene
convencer al conde de que nosotros éramos cuatro personas v a mi hija en su poder.
una sola cabeza, que nos habló sin reservas. Después de hacei Sacó entonces de su cartera un papel en el que figuraban no
nos el elogio de su hijo desde todos los puntos de vista, nos ase solo los distintos nombres que habían puesto a la máscara, sino
ternura: no vi más que amor, y una gratitud que, lejos de men- guró que Steffani no había puesto nunca los pies en su casa, y
guar su pureza, acrecentaba su triunfo. que no lograba adivinar por qué sortilegio, hablándole sólo por
Pero nada más dejar de abrazarla,
abrazarla, baja los
los ojos y oig o un pr o- la noche, desde la calle y en una ventana, la había seducido hasta
fundo suspiro. Sospecho lo que temo, y, poniéndome de rodillas, el punto de inducirla a marcharse sola y a pie dos días después
la conjuro a que me perdone. de que él se hubiera ido.
¿Q ué ofensa tengo tengo que perdonaros?
perdonaros? me dice. Habéis adi- adi- Por lo tanto, no puede afirmarse le objetó el señor Bar-
 vinado
 vin ado mal mi pen sam iento. ien to. A l ver
ve r vue str a ternu
te rnu ra est aba pen - baro que haya sido raptada, ni demostrar que haya sido sedu-
sando en mi felicidad, y un cruel recuerdo ha venido a arrancar- cida por Steffani.
me un suspiro. Levantaos. Aunque no se pueda probar, no por ello es menos cierto.
Había sonado medianoche. Le digo que su honor me obli- Tan cierto que en este momento nadie sabe dónde está él; pero
gaba a dejarla.
dejarla. Vue lvo a ponerm e la máscara y me m archo. Tenía sólo puede estar con ella. Lo único que pido es que se casen.
tanto miedo a conseguir lo que en mi opinión aún no había me- C re o que más
más valdría no exigir un matrimonio
matrimonio forzado que
recido que mi marcha debió de parecerle brusca. N o dor mí bien. la haría desgraciada, porque Steffani es, sin la menor duda, uno
Pasé una de esas noches que un joven enamorado sólo puede de los peores sujetos que tenemos entre nuestros secretarios.
hacer felices obligando a la imaginación a jugar el papel de la Si yo estuviera enen vuestro lugar dijo el señor de Bragadin,
realidad.
realidad. Es fatigoso, p ero el amor lo exige y se complace en ella. ella. me dejaría ablandar por el arrepentimiento de vuestra hija y la
Seguro como estaba de mi inminente dicha, la esperanza sólo perdonaría.
desempeñaba en mi bello espectáculo el papel de un personaje ¿Dónde se encuentra? Estoy dispuesto a recibirla con los
mudo. La esperanza, de la que tanto bien se dice, no es en el brazos abiertos, pero no puedo suponerla arrepentida porque, lo
fondo más que un ser adulador que la razón sólo aprecia porque repito, sólo puede estar con él.
necesita paliativos.
paliativos. Felices los hombres que para gozar de la vida ¿Es seguro que al irse de C. vino aquí?
no necesitan ni esperanza ni previsión. L o sé por elel patrón mismo del del corriere,  del que desembarcó
 Al despe
de spe rtarm
rta rm e, lo q ue me p reoc
re oc up ó algo fue la se ntencia
nte ncia de en la orilla habitual a veinte pasos de la posta de Roma. Un per-
muerte que había lanzado contra Steffani. Hubiera querido en sonaje enmascarado que la esperaba se unió enseguida a ella y
contrar el modo de revocarla, tanto por el honor de mi oráculo, nadie sabe adonde fueron.
que veía en peligro, como por Steffani, a quien no podía odiar Quizás era Steffani.
del todo cu ando pensaba que, por así decir, era la causa causa eficiente N o , porqu e es de baja estatura, y el enmascarado era alto. alto.
de la felicidad que en aquellos momentos disfrutaba mi alma.  Ademá
 Ad emá s, he sabid
s abid o que
q ue Ste ffan i se había marchad
mar chad o d os días antes
El conde y su hijo vinieron a comer. El padre era un hombre de la llegada de mi hija. La máscara con la que ella se fue debe de
hecho todo de una pieza y sin ninguna afectación. Se le veía afli afli ser un amigo de Steffani, que la habrá llevado a reunirse con él.
gido por aquella
aquella aventura y no sabía sabía cómo ponerle término. I I Sólo son conjeturas.
hijo, guapo como el amor, era inteligente y de modales nobles Cuatro personas que vieron a la máscara pretenden saber
Me gustó su aire desenvuelto. Decidido a ganarme su amistad, quién es, pero no se ponen de acuerdo en el nombre. En esta
sólo me ocupé de él. nota están apuntados. Sin embargo, denunciaré a estos cuatro
 A los postr
po str es,
es , el se ño r Ba rbar
rb aroo se las arr eg ló tan bien para ante los jefes del Consejo de los Diez si Steffani niega que tiene
convencer al conde de que nosotros éramos cuatro personas v a mi hija en su poder.
una sola cabeza, que nos habló sin reservas. Después de hacei Sacó entonces de su cartera un papel en el que figuraban no
nos el elogio de su hijo desde todos los puntos de vista, nos ase solo los distintos nombres que habían puesto a la máscara, sino

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también los de las personas que se los habían dado. El señor Bar da es el único medio de volver inútiles las pesquisas de los espías
baro lee, y el último nombre que lee es el mío. Al oírlo hago un que se ponen tras los talones de alguien para saber adonde va.
movimiento de cabeza que hace estallar en carcajadas a mis tres Repetí palabra por palabra cuanto acabo de escribir a la cu-
amigos. El señor de Bragadin, que veía al conde sorprendido riosa condesa, que me esperaba con el corazón palpitante. Lloró
ante aquellas carcajadas, creyó que debía explicárselas en los si- de alegría al saber que su padre deseaba tenerla entre sus bra-
guientes términos: zos, y se p uso de rodillas para adorar a Dios cuando le aseguré aseguré
Cas ano va está delante
delante de vos, es mi
mi hijo, y os do y mi pala- que nadie sabía que el el malvado había entrado en su cuarto. Pero
bra de que, si vuestra hija está en sus manos, está a salvo, pese a cuando le repetí las palabras: «No lo mataréis hasta después de
que no parezca un tipo al que pueda confiarse ninguna joven. que me haya matado», que su hermano me dijo en tono de gran
El asombro, la sorpresa, el embarazo de padre e hijo se pin- firmeza, no pudo dejar de abrazarme rompiendo a llorar y lla-
taron en sus rostros. Aquel bondadoso y tierno padre me pidió mándome su ángel, su salvador. Le pro metí que la llevaría a pre-
excusas con lágrimas en los ojos, con jurándome a ponerme en su sencia de su hermano dos días después a más tardar. Cenamos
lugar. Lo tranquilicé abrazándolo varias veces. El que me había alegremente sin hablar de Steffani ni de venganza.
reconocido era un chu... al que había apaleado hacía unas se- Tras la ligera cena, el Amor hizo de nosotros cuanto quiso.
manas por haberme engañado haciéndome esp erar inútilmente a Se nos pasaron dos horas sin darnos cuenta porque los goces no
una bailarina que debía traerme. Si hubiera tardado un solo ins- nos dieron tiempo de concebir deseos. La dejé a medianoche,
tante en dirigirme a la desdichada condesa, él mismo se habría asegurándole que volvería a verme siete u ocho horas después.
apoderado de ella y la habría llevado a algún b... No pasé la noche allí porque quise que, ocurriera lo que ocu-
En conclusión: el conde no recurriría al Consejo de los Diez rriese, la patrona pudiera jurar que no había pasado ninguna.
hasta que se descubriera dónde se encontraba Stcffani.  Y me h abría arrep
arr epen
entid
tid o m uch o de no haber
hab er actu
a ctu ado así. E n -
Hace seis meses que no lo veo le dije, pero os prometo contré a mis tres nobles amigos todavía levantados y esperán-
matarlo en duelo tan pronto como aparezca. dome muy impacientes para darme una sorprendente noticia. El
Con una frialdad que me gustó muchísimo, el joven conde señor de Bragadin la había oído en el Senado.
me dijo: Steffani me dijo ha muerto, como nuestro ángel Paralís Jl
N o lo mataréis hasta
hasta después de que me haya matado.
matado. nos dijo en lenguaje de ángel. Ha muerto para el mundo al tomar
Pero entonces el señor de Bragadin no pudo dejar de decir: el hábito de capuchino, y, como es lógico, todo el Senado ha sido sido
N i el uno ni el otro os batiréis con Steffani, porque está informado. Nosotros, sin embargo, sabemos que es un castigo.
muerto.  Ad orem
or em os a D ios
io s y a su s jerarq
jer arquía
uía s, que
qu e nos cons
co nside
ide ran dig nos
no s
¡Mu erto! dijo el conde.
conde. de saber lo que nadie sabe. Ahora hay que rematar la tarea y
N o hay que tomar esta palabra al al pie de la
la letra añad ió el consolar a ese buen padre. Hay que preguntar a Paralís dónde
prudente Barbaro. El desdichado está muerto, desde luego, está la muchacha, que cabalmente no puede encontrarse con
para el honor. Steffani, pues no está condenada a hacerse capuchina.
Tras esta singular escena, viendo que el asunto había
había quedado N o consultaré
consultaré a mi ángel
ángel le respo ndí porque precisaprecisa
casi al descubierto, fui a ver al ángel que tenía bajo mi guarda
cambiando tres veces de góndola.10 En la gran ciudad de Vene 21 . En un primer momento, este nombre señala al ángel de Casan o-
 va y de sus tres
tres amigos.
amigos. Luego será el nombre de rosacruz de Casanova,
Casanova,
que recibía cartas dirigidas a M. Paralís. Probablemente tomó el nombre
 ío  .  Los venecianos recurrían al cambio de góndola para despistar .1 de una obra famosa en esa época, Le Comte J e Gabalis, ou Entretiens
Entretiens sur 
los espías. les sciences secretes (1670), del abate Montfaucon de Villars.
también los de las personas que se los habían dado. El señor Bar da es el único medio de volver inútiles las pesquisas de los espías
baro lee, y el último nombre que lee es el mío. Al oírlo hago un que se ponen tras los talones de alguien para saber adonde va.
movimiento de cabeza que hace estallar en carcajadas a mis tres Repetí palabra por palabra cuanto acabo de escribir a la cu-
amigos. El señor de Bragadin, que veía al conde sorprendido riosa condesa, que me esperaba con el corazón palpitante. Lloró
ante aquellas carcajadas, creyó que debía explicárselas en los si- de alegría al saber que su padre deseaba tenerla entre sus bra-
guientes términos: zos, y se p uso de rodillas para adorar a Dios cuando le aseguré aseguré
Cas ano va está delante
delante de vos, es mi
mi hijo, y os do y mi pala- que nadie sabía que el el malvado había entrado en su cuarto. Pero
bra de que, si vuestra hija está en sus manos, está a salvo, pese a cuando le repetí las palabras: «No lo mataréis hasta después de
que no parezca un tipo al que pueda confiarse ninguna joven. que me haya matado», que su hermano me dijo en tono de gran
El asombro, la sorpresa, el embarazo de padre e hijo se pin- firmeza, no pudo dejar de abrazarme rompiendo a llorar y lla-
taron en sus rostros. Aquel bondadoso y tierno padre me pidió mándome su ángel, su salvador. Le pro metí que la llevaría a pre-
excusas con lágrimas en los ojos, con jurándome a ponerme en su sencia de su hermano dos días después a más tardar. Cenamos
lugar. Lo tranquilicé abrazándolo varias veces. El que me había alegremente sin hablar de Steffani ni de venganza.
reconocido era un chu... al que había apaleado hacía unas se- Tras la ligera cena, el Amor hizo de nosotros cuanto quiso.
manas por haberme engañado haciéndome esp erar inútilmente a Se nos pasaron dos horas sin darnos cuenta porque los goces no
una bailarina que debía traerme. Si hubiera tardado un solo ins- nos dieron tiempo de concebir deseos. La dejé a medianoche,
tante en dirigirme a la desdichada condesa, él mismo se habría asegurándole que volvería a verme siete u ocho horas después.
apoderado de ella y la habría llevado a algún b... No pasé la noche allí porque quise que, ocurriera lo que ocu-
En conclusión: el conde no recurriría al Consejo de los Diez rriese, la patrona pudiera jurar que no había pasado ninguna.
hasta que se descubriera dónde se encontraba Stcffani.  Y me h abría arrep
arr epen
entid
tid o m uch o de no haber
hab er actu
a ctu ado así. E n -
Hace seis meses que no lo veo le dije, pero os prometo contré a mis tres nobles amigos todavía levantados y esperán-
matarlo en duelo tan pronto como aparezca. dome muy impacientes para darme una sorprendente noticia. El
Con una frialdad que me gustó muchísimo, el joven conde señor de Bragadin la había oído en el Senado.
me dijo: Steffani me dijo ha muerto, como nuestro ángel Paralís Jl
N o lo mataréis hasta
hasta después de que me haya matado.
matado. nos dijo en lenguaje de ángel. Ha muerto para el mundo al tomar
Pero entonces el señor de Bragadin no pudo dejar de decir: el hábito de capuchino, y, como es lógico, todo el Senado ha sido sido
N i el uno ni el otro os batiréis con Steffani, porque está informado. Nosotros, sin embargo, sabemos que es un castigo.
muerto.  Ad orem
or em os a D ios
io s y a su s jerarq
jer arquía
uía s, que
qu e nos cons
co nside
ide ran dig nos
no s
¡Mu erto! dijo el conde.
conde. de saber lo que nadie sabe. Ahora hay que rematar la tarea y
N o hay que tomar esta palabra al al pie de la
la letra añad ió el consolar a ese buen padre. Hay que preguntar a Paralís dónde
prudente Barbaro. El desdichado está muerto, desde luego, está la muchacha, que cabalmente no puede encontrarse con
para el honor. Steffani, pues no está condenada a hacerse capuchina.
Tras esta singular escena, viendo que el asunto había
había quedado N o consultaré
consultaré a mi ángel
ángel le respo ndí porque precisaprecisa
casi al descubierto, fui a ver al ángel que tenía bajo mi guarda
cambiando tres veces de góndola.10 En la gran ciudad de Vene 21 . En un primer momento, este nombre señala al ángel de Casan o-
 va y de sus tres
tres amigos.
amigos. Luego será el nombre de rosacruz de Casanova,
Casanova,
que recibía cartas dirigidas a M. Paralís. Probablemente tomó el nombre
 ío  .  Los venecianos recurrían al cambio de góndola para despistar .1 de una obra famosa en esa época, Le Comte J e Gabalis, ou Entretiens
Entretiens sur 
los espías. les sciences secretes (1670), del abate Montfaucon de Villars.

482 48 3

mente por obedecerlo he tenido que hacer un misterio hasta condesa, que sólo había disfrutado de mala manera y una sola
ahora del lugar donde se encuentra la joven condesa.  vez,
 vez , en la osc uri dad , los plac eres
ere s del amor
am or con un homb
ho mb rec illo
Tras este breve preámbulo les conté la historia en toda su ver- que no parecía hecho para inspirar amor a una mujer.
dad, salvo lo que no había que decirles, porque en la cabeza de Sólo después de largos retozos, y ya con la cabeza calmada,
aquellos tres excelentes caballeros, a los que las mujeres habían le di cuenta de toda la conversación que había mantenido con
hecho comete r gran cantidad
cantidad de locuras , los pecados de amor se mis tres amigos antes de acostarme. El amor había transformado
habían vuelto pecados espantosos. Los señores Dándolo y Bar de tal forma a la condesa que su asunto principal se había vuelto
baro se quedaron maravillados al saber que hacía quince días accesorio.
que la joven estaba bajo mi protección, pero el señor de Braga La noticia de que Steffani, en lugar de matarse, se había he-
din dijo en tono de iniciado que no era sorprendente, que en- cho capuchino la dejó atónita.
atónita. Hiz o a este
este propósito algunos co-
traba en el orden cabalístico y que, además, él lo sabía. mentarios muy sensatos. Llegó a sentir lástima por él. Cuando
Es absolutamente necesario añadió guardar el secreto se tiene lástima,
lástima, ya no se odia; pe ro esto sólo oc urre en las almas
ante el conde hasta que estemos seguros de que la perdona y la grandes. L e pareció bien que hubiera confiado a mis amigos que
lleva a su tierra o a dond e le parezca. se hallaba en mi poder, dejando en mis manos la decisión sobre
Habrá de perdonarla continué yo porque esa excelente la forma de presen tarla a su padre.
hija nunca se habría marchado de C. si el seductor no se hubiera Pero cuando pensábamos que la hora de separarnos se acer-
ido después de haberle dado la promesa de matrimonio que po- caba, nuestra consternación aparecía. La condesa estaba total-
déis ver. Fue a pie hasta el corriere, lo tomó y desembarcó justo mente segura de que si mi condición hubiera sido igual a la suya,
cuando yo salía de la posta de Roma. Una inspiración me or- no se habría separado de mí. Me decía que no había sido cono-
denó abordarla y decirle que viniera conmigo. Obed eció, y la lle- lle- cer a Steffani lo que la había hecho desgraciada, sino con ocerme
 vé a un lugar impe netra ble, a cas a de una m ujer tem eros a de D ios. a mí. Tras una unión que hace felices a dos corazones, ¿pueden
Mis tres amigos escuchaban con tal atención
atención que parecían
parecían es- no sentirse infelices en el momento de separarse?
tatuas.
tatuas. L es dije que invitaran a comer a los condes dos d ías más En la mesa, el señor Barbaro me dijo que había visitado a la
tarde, porque necesitaba tiempo para consultar a Paralís de señora Steffani, que se decía pariente suya, y que no le había pa-
modo tenendi.“   Le expliqué al señor Barbaro que hiciera saber recido afligida por la decisión que su hijo único había tomado.
al conde la manera en que debía considerar muerto a Steffani. Le había explicado que Steffani había tenido que optar entre ma-
Tras dormir cuatro o cinco horas fui a ver a la viuda, advirtién- tarse o hacerse capuchino, y que por lo tanto había hecho una
dole que no nos llevara el café hasta que no llamáramos porque elección sensata. Hablaba como buena cristiana, pero si no hu-
necesitábamos tres o cuatro horas para escribir. biera sido avara, su hijo ni se habría matado ni se habría hecho
Entro, la veo en la cama y me alegro de encontrar risueña capuchino. Hay en el mundo gran cantidad de madres crueles
una fisonomía que durante diez días seguidos sólo había visto de esa especie. Sólo se creen buenas cuando pisotean la natura-
triste. Empezamos como enamorados felices. El amor había de leza. Son malas mujeres.
purado tan bien su alma que ya no estaba ofuscada por el menor Sin embargo, la razón última de la desesperación de Steffani,
sentimiento hijo del prejuicio. Cuando la persona que se ama es que aún vive, sigue siendo desconocida para todos. Y cuando
nueva, todas sus bellezas son nuevas para la codicia de un mis memorias la hagan pública, ya no interesará a nadie.
amante. Y todo aquello no podía parecer sino muy nuevo a la El conde y su hijo, extrañamente sorprendidos ante aquel
episodio, sólo deseaban recuperar a la joven condesa para lle-
22. «Sobre el modo de actuar.»  várse la a C .
mente por obedecerlo he tenido que hacer un misterio hasta condesa, que sólo había disfrutado de mala manera y una sola
ahora del lugar donde se encuentra la joven condesa.  vez,
 vez , en la osc uri dad , los plac eres
ere s del amor
am or con un homb
ho mb rec illo
Tras este breve preámbulo les conté la historia en toda su ver- que no parecía hecho para inspirar amor a una mujer.
dad, salvo lo que no había que decirles, porque en la cabeza de Sólo después de largos retozos, y ya con la cabeza calmada,
aquellos tres excelentes caballeros, a los que las mujeres habían le di cuenta de toda la conversación que había mantenido con
hecho comete r gran cantidad
cantidad de locuras , los pecados de amor se mis tres amigos antes de acostarme. El amor había transformado
habían vuelto pecados espantosos. Los señores Dándolo y Bar de tal forma a la condesa que su asunto principal se había vuelto
baro se quedaron maravillados al saber que hacía quince días accesorio.
que la joven estaba bajo mi protección, pero el señor de Braga La noticia de que Steffani, en lugar de matarse, se había he-
din dijo en tono de iniciado que no era sorprendente, que en- cho capuchino la dejó atónita.
atónita. Hiz o a este
este propósito algunos co-
traba en el orden cabalístico y que, además, él lo sabía. mentarios muy sensatos. Llegó a sentir lástima por él. Cuando
Es absolutamente necesario añadió guardar el secreto se tiene lástima,
lástima, ya no se odia; pe ro esto sólo oc urre en las almas
ante el conde hasta que estemos seguros de que la perdona y la grandes. L e pareció bien que hubiera confiado a mis amigos que
lleva a su tierra o a dond e le parezca. se hallaba en mi poder, dejando en mis manos la decisión sobre
Habrá de perdonarla continué yo porque esa excelente la forma de presen tarla a su padre.
hija nunca se habría marchado de C. si el seductor no se hubiera Pero cuando pensábamos que la hora de separarnos se acer-
ido después de haberle dado la promesa de matrimonio que po- caba, nuestra consternación aparecía. La condesa estaba total-
déis ver. Fue a pie hasta el corriere, lo tomó y desembarcó justo mente segura de que si mi condición hubiera sido igual a la suya,
cuando yo salía de la posta de Roma. Una inspiración me or- no se habría separado de mí. Me decía que no había sido cono-
denó abordarla y decirle que viniera conmigo. Obed eció, y la lle- lle- cer a Steffani lo que la había hecho desgraciada, sino con ocerme
 vé a un lugar impe netra ble, a cas a de una m ujer tem eros a de D ios. a mí. Tras una unión que hace felices a dos corazones, ¿pueden
Mis tres amigos escuchaban con tal atención
atención que parecían
parecían es- no sentirse infelices en el momento de separarse?
tatuas.
tatuas. L es dije que invitaran a comer a los condes dos d ías más En la mesa, el señor Barbaro me dijo que había visitado a la
tarde, porque necesitaba tiempo para consultar a Paralís de señora Steffani, que se decía pariente suya, y que no le había pa-
modo tenendi.“   Le expliqué al señor Barbaro que hiciera saber recido afligida por la decisión que su hijo único había tomado.
al conde la manera en que debía considerar muerto a Steffani. Le había explicado que Steffani había tenido que optar entre ma-
Tras dormir cuatro o cinco horas fui a ver a la viuda, advirtién- tarse o hacerse capuchino, y que por lo tanto había hecho una
dole que no nos llevara el café hasta que no llamáramos porque elección sensata. Hablaba como buena cristiana, pero si no hu-
necesitábamos tres o cuatro horas para escribir. biera sido avara, su hijo ni se habría matado ni se habría hecho
Entro, la veo en la cama y me alegro de encontrar risueña capuchino. Hay en el mundo gran cantidad de madres crueles
una fisonomía que durante diez días seguidos sólo había visto de esa especie. Sólo se creen buenas cuando pisotean la natura-
triste. Empezamos como enamorados felices. El amor había de leza. Son malas mujeres.
purado tan bien su alma que ya no estaba ofuscada por el menor Sin embargo, la razón última de la desesperación de Steffani,
sentimiento hijo del prejuicio. Cuando la persona que se ama es que aún vive, sigue siendo desconocida para todos. Y cuando
nueva, todas sus bellezas son nuevas para la codicia de un mis memorias la hagan pública, ya no interesará a nadie.
amante. Y todo aquello no podía parecer sino muy nuevo a la El conde y su hijo, extrañamente sorprendidos ante aquel
episodio, sólo deseaban recuperar a la joven condesa para lle-
22. «Sobre el modo de actuar.»  várse la a C .

484 485

Para saber dónde podía estar, el padre estaba resuelto a citar dado, ocultaba yo aquel tesoro. Bajé rogándoles que esperasen.
ante los tres jefes del Consejo de los Diez a las personas que le Cuando le dije a la condesa que iba a presentarle a su hermano
habían indicado, excepto a mí. Así pues, nos veíamos obligados  y al se ño r Ba rb ar o, y qu e no vería
ve ría a su pad re hast a el día si-
si -
a darle la noticia de que estaba en mi poder, y fue el señor de guiente, me respondió:
Bragadin quien se encargó de hacerlo. Entonces todavía podremos pasar juntos unas horas. Corre,
Debía ser al día siguiente. Todos estábamos invitados a cenar  y sube
sub e con ellos.
ello s.
con el conde; pero el señor de Bragadin se había excusado. Esa ¡Qué golpe de efecto! El fraternal cariño reflejado en dos fi-
cena me impidió ir a ver a la condesa; pe ro no de je de hacerlo al sonomías angélicas fundidas en un mismo molde; una alegría
amanecer,
amanecer, y, tras decidir que ese mismo día co nfesaría a su padre pura que brilla en los más tiernos abrazos, seguida por un elo-
que estaba en mis mis manos, nos despedimos hasta el el mediodía. N o cuente silencio que concluye con algunas lágrimas; un impulso
esperábamos que pudiéramos estar juntos de nuevo. Le prometí de cortesía que confunde a la hermana por haber descuidado sus
 vo lve r a verla
ve rla despu
de spu és de come
co me r con su her man o el c onde.
ond e. deberes frente a un señor de aspecto imponente al que nunca
¡Qué sorpresa para el padre y para el hijo cuando el señor de había visto. Mi personaje, principal director de la arquitectura
Bragadin, al levantarnos de la mesa, les dijo que la señorita había del noble edificio, espectad or mudo, estaba allí, y totalmente ol-
sido encontrada! Sacó de su bolsillo la escritura de matrimonio  vida do.
que Steffani le había dado, y, poniéndola ante sus ojos, les dijo: Por fin nos sentamos; la señorita en un sofá entre el señor
Eso es lo que trastornó el cerebro de la muchacha cuando Barbaro y su hermano; yo frente a ella en un taburete.
supo que Steffani se había ido de C. sin ella. Se marchó de su ¿ A quién debemos la dicha de haberte
haberte recobrado? le dice
casa a pie, completamente sola, y nada más llegar aquí encontró su hermano.
por puro azar a este gran hombre que aquí veis, que la conven- A mi ángel
ángel respo nde ella tendiéndome la mano, a este este
ció para dejarse guiar a una casa muy honesta de la que nunca ha hombre que me esperaba sin saber que me esperaba, que me
salido y de la que no saldrá excepto para refugiarse en vuestros salvó, que me protegió de una deshonra de la que yo no sabía
brazos en cuanto esté segura de que le perdonáis la falta falta que co- nada, y que, como veis, besa esta mano por primera vez.
metió. Se llevó entonces el pañuelo a sus ojos para recoger unas lá-
Que no dude de ese perdón respondió el padre. grimas que también corrían de los nuestros. Ésa es la verdadera
 Y volvié
vo lvié nd ose
os e hacia mí, me r og ó que no tard ase en darle
dar le una honestidad, siempre honestidad incluso cuando miente. Pero en
alegría de la que dependía la felicidad de su vida. Abrazándolo, «•se momento la joven condesa no sabía que mentía. La que ha-
le dije que la vería al día siguiente, pero que acompañaría a su blaba era su alma pura y virtuosa, y ella la dejaba actuar. Su ho-
hijo al instante a la casa donde estaba, que prepararía el ánimo nestidad la obligaba a hacer su propio retrato, como si hubiera
de la joven para el deseado encuentro que, sin embargo, temía. querido dec ir que, a pesar de sus extravíos, nunca se había sepa
sepa
El señor Barbaro quiso sumarse a la partida, y el joven, encan 1 .ido de ella. Una joven que se rinde al amor unido a l sentimie
sentimiento
nto
tado de la marcha de las cosas, me juró amistad eterna. no puede haber cometido un crimen porque no puede sentir re
Subimos enseguida a una góndola, que nos llevó a una pa mordimientos.
rada,15
rada,15 y allí tomamos otra en la que fuim os a donde , bien guar ( Cuan
Cuando
do esa tierna
tierna visita concluía, dijo que estaba impaciente
por verse a los pies de su padre, pero que no deseaba hacerlo
23. Traghctto, en italiano: «parada de góndolas»; las había en diver lu\ta la noche, para no dar motivo al chismorreo de los vecinos.
sos puntos de la ciudad para facilitar el paso de una a otra parte del ( ir,111 I I encuentro que había de ser el desenlace de la obra quedó fi
Canal. |.ulo para el día siguiente.
Para saber dónde podía estar, el padre estaba resuelto a citar dado, ocultaba yo aquel tesoro. Bajé rogándoles que esperasen.
ante los tres jefes del Consejo de los Diez a las personas que le Cuando le dije a la condesa que iba a presentarle a su hermano
habían indicado, excepto a mí. Así pues, nos veíamos obligados  y al se ño r Ba rb ar o, y qu e no vería
ve ría a su pad re hast a el día si-
si -
a darle la noticia de que estaba en mi poder, y fue el señor de guiente, me respondió:
Bragadin quien se encargó de hacerlo. Entonces todavía podremos pasar juntos unas horas. Corre,
Debía ser al día siguiente. Todos estábamos invitados a cenar  y sube
sub e con ellos.
ello s.
con el conde; pero el señor de Bragadin se había excusado. Esa ¡Qué golpe de efecto! El fraternal cariño reflejado en dos fi-
cena me impidió ir a ver a la condesa; pe ro no de je de hacerlo al sonomías angélicas fundidas en un mismo molde; una alegría
amanecer,
amanecer, y, tras decidir que ese mismo día co nfesaría a su padre pura que brilla en los más tiernos abrazos, seguida por un elo-
que estaba en mis mis manos, nos despedimos hasta el el mediodía. N o cuente silencio que concluye con algunas lágrimas; un impulso
esperábamos que pudiéramos estar juntos de nuevo. Le prometí de cortesía que confunde a la hermana por haber descuidado sus
 vo lve r a verla
ve rla despu
de spu és de come
co me r con su her man o el c onde.
ond e. deberes frente a un señor de aspecto imponente al que nunca
¡Qué sorpresa para el padre y para el hijo cuando el señor de había visto. Mi personaje, principal director de la arquitectura
Bragadin, al levantarnos de la mesa, les dijo que la señorita había del noble edificio, espectad or mudo, estaba allí, y totalmente ol-
sido encontrada! Sacó de su bolsillo la escritura de matrimonio  vida do.
que Steffani le había dado, y, poniéndola ante sus ojos, les dijo: Por fin nos sentamos; la señorita en un sofá entre el señor
Eso es lo que trastornó el cerebro de la muchacha cuando Barbaro y su hermano; yo frente a ella en un taburete.
supo que Steffani se había ido de C. sin ella. Se marchó de su ¿ A quién debemos la dicha de haberte
haberte recobrado? le dice
casa a pie, completamente sola, y nada más llegar aquí encontró su hermano.
por puro azar a este gran hombre que aquí veis, que la conven- A mi ángel
ángel respo nde ella tendiéndome la mano, a este este
ció para dejarse guiar a una casa muy honesta de la que nunca ha hombre que me esperaba sin saber que me esperaba, que me
salido y de la que no saldrá excepto para refugiarse en vuestros salvó, que me protegió de una deshonra de la que yo no sabía
brazos en cuanto esté segura de que le perdonáis la falta falta que co- nada, y que, como veis, besa esta mano por primera vez.
metió. Se llevó entonces el pañuelo a sus ojos para recoger unas lá-
Que no dude de ese perdón respondió el padre. grimas que también corrían de los nuestros. Ésa es la verdadera
 Y volvié
vo lvié nd ose
os e hacia mí, me r og ó que no tard ase en darle
dar le una honestidad, siempre honestidad incluso cuando miente. Pero en
alegría de la que dependía la felicidad de su vida. Abrazándolo, «•se momento la joven condesa no sabía que mentía. La que ha-
le dije que la vería al día siguiente, pero que acompañaría a su blaba era su alma pura y virtuosa, y ella la dejaba actuar. Su ho-
hijo al instante a la casa donde estaba, que prepararía el ánimo nestidad la obligaba a hacer su propio retrato, como si hubiera
de la joven para el deseado encuentro que, sin embargo, temía. querido dec ir que, a pesar de sus extravíos, nunca se había sepa
sepa
El señor Barbaro quiso sumarse a la partida, y el joven, encan 1 .ido de ella. Una joven que se rinde al amor unido a l sentimie
sentimiento
nto
tado de la marcha de las cosas, me juró amistad eterna. no puede haber cometido un crimen porque no puede sentir re
Subimos enseguida a una góndola, que nos llevó a una pa mordimientos.
rada,15
rada,15 y allí tomamos otra en la que fuim os a donde , bien guar ( Cuan
Cuando
do esa tierna
tierna visita concluía, dijo que estaba impaciente
por verse a los pies de su padre, pero que no deseaba hacerlo
23. Traghctto, en italiano: «parada de góndolas»; las había en diver lu\ta la noche, para no dar motivo al chismorreo de los vecinos.
sos puntos de la ciudad para facilitar el paso de una a otra parte del ( ir,111 I I encuentro que había de ser el desenlace de la obra quedó fi
Canal. |.ulo para el día siguiente.

486 48 7

Fuimos a cenar a la hostería con los condes. El padre, con- había presentado al señor Barbaro. Sirvió para salvar el honor de
 ven cid o de que me d ebía su ho nor no r po r tod o lo que
qu e había
habí a hecho
hec ho su familia, y a mí para evitarme las desagradables consecuencias
en favor de su hija, me miraba con admiración. Estaba encan- que habría debido afrontar si me hubiera visto obligado a dar
tado de haber sabido, antes de que yo lo admitiese, que había cuenta de lo que le había ocurrido a la condesa después de que
sido el primero en hablar con su hija cuando salió del corriere. hubiera tenido que admitir que me la había llevado conmigo.
El señor Barbaro los invitó de nuevo a comer al día siguiente. siguiente. Los cuatro partimos luego hacia Padua para quedarnos allí
Supon ía un riesgo pasar toda la mañanamañana con mi ángel, que es- hasta el final del otoño.2' El doctor Gozzi no estaba; le habían
taba a punto de dejarme; pero ¿qué sería del amor si no desafiara nombrado cura de un pueblo'’ donde vivía con su hermana Bet
los peligros? La seguridad de que aquellas horas eran las últi- tina, quien no había podido vivir con el granuja de su marido:
mas para nosotros nos hizo esforzarnos para convertirlas ver- sólo se había casado con ella para despojarla de todo lo que le
daderamente en las últimas de nuestra vida; pero el amor feliz había aportado como dote.
nunca es suicida. Ella vio mi alma destilada en sangre y quiso En la tranquila ociosidad de esa gran ciudad me enamoré de
creer que se había mezclado con una parte de la suya. la más
más célebre de todas las cortesanas venecianas de la época. Se
Después de vestirse, se puso los zapatos y besó las chinelas llamaba
llamaba Anc illa,*7y era la misma que el bailarín Ca mp ioniiS des-
que estaba segura de conservar el resto de sus días. Le pedí un posó y se llevó a Londres, donde ella fue causa de la la muerte de
mechón de pelo para hacerme una trenza parecida a la que aún un inglés amabilísimo.
amabilísimo. D entro de cuatro años hablaré dede ella con
conservaba para acordarme de M. F. más detalle. Ahora sólo debo dar cuenta al lector de un pequeño
Me vio de nuevo por la noche, con su padre, su hermano y acontecimiento, causa de que mi amor sólo durase tres o cuatro
los señores Dándolo y Barbaro, que quisieron estar presentes semanas.
en aquel bello encuentro. Cuando apareció su padre, la hija se Quien me presentó a esa mujer fue el conde Medini,J* joven
postró de rodillas a sus pies. Él la levantó, la abrazó y la trató alocado como yo y de mis mismas inclinaciones, aunque como
con toda la bondad que ella podía desear. Una hora después  juga
 ju gado
do r em pede
pe de rni do era en em igo de clarad
cla rad o de la for tu na. Se
todos salimos para dirigirnos a la hostería de Boncousin, donde,  jug aba en casa de An cil la, de la qu e el
e l con
c onde
de era el amant
a mant e f av o-
tras desear feliz viaje a los tres nobles extranjeros, volví con mis rito, y si me facilitó su conocimiento, fue para convertirme en
dos amigos a casa del señor de Bragadin.  víc tim a en el jue go de car tas . N un ca había
hab ía so spec
sp ec ha do nada ,
 Al día sig uie nte los vim os llegar
lle gar al pal acio
aci o en una
un a  peo ta de hasta el momento fatal en que me di cuenta y, viéndome enga-
seis remos. Quisier on dar las gracias
gracias por última vez al señor Bar ñado de manera palmaria, se lo dije ponién dole una pistola en el
baro, a mí y al señor de Bragadin, que de este modo pudo ad pecho. Ancilla se desmayó; él me devolvió mi dinero y me des-
mirar el prodigioso parecido de las dos encantadoras criaturas. afió a salir con él para medir nuestras espadas. Acepté su invita
Tras tomar una taza de café se despidieron, y los vimos subir
25. Durante el verano, los nobles venecianos iban a Padua para di-
a su pe ot a,  que veinticuatro horas más tarde los desembarcó en  vertirse en la fe ria de San A nton io ( 13 de ju nio) y con las óperas que se
el Puente d el lago oscuro,1* 
oscuro,1*  lugar donde el río Po sirve de límite representaban durante todo el verano en el Teatro degli Obizzi y en el
al Estado del Papa y a la República de Venccia. Sólo con los ojos Teatro Nuovo, construido en 1742 y exclusivo para la nobleza hasta
pude expre sar a la condesa cuanto sentía por aqu ella cruel scp.i scp.i 1751. Bragadin poseía en Padua un palacio en la contrada Santa Sofia.
26.  En Cantarana, en el basso territorio de Padua.
ración, y leí en los suyos cuanto su alma me decía. Nunca rcco
27. Famosa bailarina y cortesana.
mendación alguna había sido más oportuna que la que el conde 28. Famoso bailarín, oriundo probablemente de Módena.
29. Tommaso Medin, o Medini (17251788?), poeta y literato, pero
24. Ponte di Lago oscuro, Pontclagoscuro. sobre todo jugador y aventurero.
Fuimos a cenar a la hostería con los condes. El padre, con- había presentado al señor Barbaro. Sirvió para salvar el honor de
 ven cid o de que me d ebía su ho nor no r po r tod o lo que
qu e había
habí a hecho
hec ho su familia, y a mí para evitarme las desagradables consecuencias
en favor de su hija, me miraba con admiración. Estaba encan- que habría debido afrontar si me hubiera visto obligado a dar
tado de haber sabido, antes de que yo lo admitiese, que había cuenta de lo que le había ocurrido a la condesa después de que
sido el primero en hablar con su hija cuando salió del corriere. hubiera tenido que admitir que me la había llevado conmigo.
El señor Barbaro los invitó de nuevo a comer al día siguiente. siguiente. Los cuatro partimos luego hacia Padua para quedarnos allí
Supon ía un riesgo pasar toda la mañanamañana con mi ángel, que es- hasta el final del otoño.2' El doctor Gozzi no estaba; le habían
taba a punto de dejarme; pero ¿qué sería del amor si no desafiara nombrado cura de un pueblo'’ donde vivía con su hermana Bet
los peligros? La seguridad de que aquellas horas eran las últi- tina, quien no había podido vivir con el granuja de su marido:
mas para nosotros nos hizo esforzarnos para convertirlas ver- sólo se había casado con ella para despojarla de todo lo que le
daderamente en las últimas de nuestra vida; pero el amor feliz había aportado como dote.
nunca es suicida. Ella vio mi alma destilada en sangre y quiso En la tranquila ociosidad de esa gran ciudad me enamoré de
creer que se había mezclado con una parte de la suya. la más
más célebre de todas las cortesanas venecianas de la época. Se
Después de vestirse, se puso los zapatos y besó las chinelas llamaba
llamaba Anc illa,*7y era la misma que el bailarín Ca mp ioniiS des-
que estaba segura de conservar el resto de sus días. Le pedí un posó y se llevó a Londres, donde ella fue causa de la la muerte de
mechón de pelo para hacerme una trenza parecida a la que aún un inglés amabilísimo.
amabilísimo. D entro de cuatro años hablaré dede ella con
conservaba para acordarme de M. F. más detalle. Ahora sólo debo dar cuenta al lector de un pequeño
Me vio de nuevo por la noche, con su padre, su hermano y acontecimiento, causa de que mi amor sólo durase tres o cuatro
los señores Dándolo y Barbaro, que quisieron estar presentes semanas.
en aquel bello encuentro. Cuando apareció su padre, la hija se Quien me presentó a esa mujer fue el conde Medini,J* joven
postró de rodillas a sus pies. Él la levantó, la abrazó y la trató alocado como yo y de mis mismas inclinaciones, aunque como
con toda la bondad que ella podía desear. Una hora después  juga
 ju gado
do r em pede
pe de rni do era en em igo de clarad
cla rad o de la for tu na. Se
todos salimos para dirigirnos a la hostería de Boncousin, donde,  jug aba en casa de An cil la, de la qu e el
e l con
c onde
de era el amant
a mant e f av o-
tras desear feliz viaje a los tres nobles extranjeros, volví con mis rito, y si me facilitó su conocimiento, fue para convertirme en
dos amigos a casa del señor de Bragadin.  víc tim a en el jue go de car tas . N un ca había
hab ía so spec
sp ec ha do nada ,
 Al día sig uie nte los vim os llegar
lle gar al pal acio
aci o en una
un a  peo ta de hasta el momento fatal en que me di cuenta y, viéndome enga-
seis remos. Quisier on dar las gracias
gracias por última vez al señor Bar ñado de manera palmaria, se lo dije ponién dole una pistola en el
baro, a mí y al señor de Bragadin, que de este modo pudo ad pecho. Ancilla se desmayó; él me devolvió mi dinero y me des-
mirar el prodigioso parecido de las dos encantadoras criaturas. afió a salir con él para medir nuestras espadas. Acepté su invita
Tras tomar una taza de café se despidieron, y los vimos subir
25. Durante el verano, los nobles venecianos iban a Padua para di-
a su pe ot a,  que veinticuatro horas más tarde los desembarcó en  vertirse en la fe ria de San A nton io ( 13 de ju nio) y con las óperas que se
el Puente d el lago oscuro,1* 
oscuro,1*  lugar donde el río Po sirve de límite representaban durante todo el verano en el Teatro degli Obizzi y en el
al Estado del Papa y a la República de Venccia. Sólo con los ojos Teatro Nuovo, construido en 1742 y exclusivo para la nobleza hasta
pude expre sar a la condesa cuanto sentía por aqu ella cruel scp.i scp.i 1751. Bragadin poseía en Padua un palacio en la contrada Santa Sofia.
26.  En Cantarana, en el basso territorio de Padua.
ración, y leí en los suyos cuanto su alma me decía. Nunca rcco
27. Famosa bailarina y cortesana.
mendación alguna había sido más oportuna que la que el conde 28. Famoso bailarín, oriundo probablemente de Módena.
29. Tommaso Medin, o Medini (17251788?), poeta y literato, pero
24. Ponte di Lago oscuro, Pontclagoscuro. sobre todo jugador y aventurero.

488 489

ción y lo seguí después de dejar mis pistolas sobra la mesa. Fui- blico presentándola en el teatro como bailarina, me tuvo enca-
mos al pra to del la Valle,*0 donde a la luz de la luna tuve la suerte denado durante una quincena de días; y lo hubiera estado más
de herirle en el hombro. Se vio obligado a pedirme cuartel, por- tiempo si el himeneo no hubiera roto las cadenas. La señora Ci
que no podía extender el brazo. Me fui a la cama; pero a la ma- cilia Valmarana,,} su protectora, le encontró un marido apro-
ñana siguiente me pareció oportuno seguir el consejo del señor piado en la persona del bailarín francés llamado Binet,'4que no
de Bragadin: dejar Padua enseguida
enseguida e ir á esperarlo
esperarlo a Venecia.
Venecia. El tardó en llamarse Binetti; de ahí que su esposa no se viera obli-
tal conde Medini fue enemigo mío el resto de su vida, y tendré gada a afrancesar su carácter veneciano, que debía permitirle
que hablar de él cuando el lector me vea en Nápoles. desplegar su temperamento en varias aventuras que la hicieron
Pasé el resto del año siguiendo mis viejas costumbres, unas célebre. Fue causa de buen número de las mías, que el lector en-
 vec es cont
co nten
en to y otr as desc
de scon
onten
ten to de la for
f ortu
tuna
na.. Co m o el Ri contrará con todo detalle a su debido tiempo. La naturaleza pri-
dottoJI estaba abierto, pasaba allí la mayor parte de la noche ju-  vile gió a la Binett
Bin ett i con el más rar o de tod os los don es: la edad
gando y buscando aventuras. nunca se mostró en sus facciones con esa indiscreción que las
mujeres consideran la más cruel. Siempre pareció joven a todos
'7 4 7 
sus amantes y a los más sutiles expertos en rasgos caducos. Los
Hacia finales de enero recibí una carta de la joven condesa A. hombres no piden otra cosa, y con razón no quieren cansarse
S., que ya no se llamaba así. Me escribía desde una de las más her- haciendo búsquedas y cálculos para convencerse de que son víc-
mosas ciudades de Italia, donde se había convertido en marquesa timas de la apariencia; pero las mujeres que envejecen a ojos vis -
 X.
 X . Me rog aba que qu e fing
f ingiese
iese no con oce rla si el azar me hacía d ete - tas también tienen razón cuand o critican a otra que no envejece.
nerme en la ciudad donde vivía feliz con un esposo que había La Binetti siempre se burló de esa especie de maledicencia, vi-
conquistado su corazón después de que le hubiera dado su mano.  vie nd o a su aire y rod eán dose
do se de aman tes. El últ imo al qu e hizo
hiz o
 Yo ya me había ent erado era do po r su her man o de que , nada más morir por exceso de goces amorosos fue el polaco M ossinski, a
llegar a C., su madre la había llevado a la ciudad desde la que me quien su destino llevó a Venecia hace ocho años. La Binetti tenía
escribía, a casa de unos parientes, don de había cono cido al hom entonces sesenta y tres.
bre que había de hacerla
hacerla feliz. Fu e al año siguiente, 1 748, cuando La vida que llevaba en Venecia habría
habría podido parecerme feliz
 vo lví
lv í a ver la. De no ser porpo r la cart a que me había
hab ía esc rit o para si hubiera conseguido abstenerme de jugar a la baceta. En el Ri-
prevenirme, me habría hecho presentar a su marido. La dulzura dotto sólo se permitía organizar la banca a los nobles que no
de la paz es preferible a los encantos del amor; pero no se piensa iban enmascarados, vestían la toga patria y la gran peluca que se
así cuando uno está enamorado. institucionalizó
institucionalizó de forma obligatoria a principios de siglo. Yo
En esa misma época, una joven veneciana»“ muy bonita, a  jug aba , y hacía mal, po rq ue no ten ía ni fuer fu er zas
za s para de jar lo
quien su padre Ramón había expuesto a la admiración del pú cuando la fortuna no me era propicia ni fuerzas para no correr
tras mi dinero. Era un sentimiento de avaricia lo que me impul-
30. P laza mayo r, cerca de la iglesia de San Anto nio. En 177 5 se c<
c<> saba a jugar: me gustaba gastar dinero, y me desagradaba gas-
locaron en ella estatuas de hombres célebres, pasando luego a llamarse tarlo cuando el dinero empleado no me lo había proporcionado
 piazza delle Statuc.
31. El Ridotto, edificio espacioso, estaba dedicado a los juegos de recorrió los principales escenarios de Europa. En 1766, cuando se ha-
azar (16381774), que sólo se permitían en el Teatro Nuovo, en S.m llaba en Varsovia, provocó el duelo de Casanova con el conde Branicki.
Moise. Sólo los patricios podían tener la banca, y debían ir vestidos con Su celebridad se debía más a sus «gracias naturales» que a las del arte.
el uniforme oficial; todos los demás debían ponerse la máscara. 33. Cicilia Priuli, casada en 1738 con Benedctto Valmarana.
32. Anna Binetti (Anna Ramón o Ramoni), bailarina y cortesana, que que 34. De este bailarín sólo se sabe lo que dice Casanova.
ción y lo seguí después de dejar mis pistolas sobra la mesa. Fui- blico presentándola en el teatro como bailarina, me tuvo enca-
mos al pra to del la Valle,*0 donde a la luz de la luna tuve la suerte denado durante una quincena de días; y lo hubiera estado más
de herirle en el hombro. Se vio obligado a pedirme cuartel, por- tiempo si el himeneo no hubiera roto las cadenas. La señora Ci
que no podía extender el brazo. Me fui a la cama; pero a la ma- cilia Valmarana,,} su protectora, le encontró un marido apro-
ñana siguiente me pareció oportuno seguir el consejo del señor piado en la persona del bailarín francés llamado Binet,'4que no
de Bragadin: dejar Padua enseguida
enseguida e ir á esperarlo
esperarlo a Venecia.
Venecia. El tardó en llamarse Binetti; de ahí que su esposa no se viera obli-
tal conde Medini fue enemigo mío el resto de su vida, y tendré gada a afrancesar su carácter veneciano, que debía permitirle
que hablar de él cuando el lector me vea en Nápoles. desplegar su temperamento en varias aventuras que la hicieron
Pasé el resto del año siguiendo mis viejas costumbres, unas célebre. Fue causa de buen número de las mías, que el lector en-
 vec es cont
co nten
en to y otr as desc
de scon
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ten to de la for
f ortu
tuna
na.. Co m o el Ri contrará con todo detalle a su debido tiempo. La naturaleza pri-
dottoJI estaba abierto, pasaba allí la mayor parte de la noche ju-  vile gió a la Binett
Bin ett i con el más rar o de tod os los don es: la edad
gando y buscando aventuras. nunca se mostró en sus facciones con esa indiscreción que las
mujeres consideran la más cruel. Siempre pareció joven a todos
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sus amantes y a los más sutiles expertos en rasgos caducos. Los
Hacia finales de enero recibí una carta de la joven condesa A. hombres no piden otra cosa, y con razón no quieren cansarse
S., que ya no se llamaba así. Me escribía desde una de las más her- haciendo búsquedas y cálculos para convencerse de que son víc-
mosas ciudades de Italia, donde se había convertido en marquesa timas de la apariencia; pero las mujeres que envejecen a ojos vis -
 X.
 X . Me rog aba que qu e fing
f ingiese
iese no con oce rla si el azar me hacía d ete - tas también tienen razón cuand o critican a otra que no envejece.
nerme en la ciudad donde vivía feliz con un esposo que había La Binetti siempre se burló de esa especie de maledicencia, vi-
conquistado su corazón después de que le hubiera dado su mano.  vie nd o a su aire y rod eán dose
do se de aman tes. El últ imo al qu e hizo
hiz o
 Yo ya me había ent erado era do po r su her man o de que , nada más morir por exceso de goces amorosos fue el polaco M ossinski, a
llegar a C., su madre la había llevado a la ciudad desde la que me quien su destino llevó a Venecia hace ocho años. La Binetti tenía
escribía, a casa de unos parientes, don de había cono cido al hom entonces sesenta y tres.
bre que había de hacerla
hacerla feliz. Fu e al año siguiente, 1 748, cuando La vida que llevaba en Venecia habría
habría podido parecerme feliz
 vo lví
lv í a ver la. De no ser porpo r la cart a que me había
hab ía esc rit o para si hubiera conseguido abstenerme de jugar a la baceta. En el Ri-
prevenirme, me habría hecho presentar a su marido. La dulzura dotto sólo se permitía organizar la banca a los nobles que no
de la paz es preferible a los encantos del amor; pero no se piensa iban enmascarados, vestían la toga patria y la gran peluca que se
así cuando uno está enamorado. institucionalizó
institucionalizó de forma obligatoria a principios de siglo. Yo
En esa misma época, una joven veneciana»“ muy bonita, a  jug aba , y hacía mal, po rq ue no ten ía ni fuer fu er zas
za s para de jar lo
quien su padre Ramón había expuesto a la admiración del pú cuando la fortuna no me era propicia ni fuerzas para no correr
tras mi dinero. Era un sentimiento de avaricia lo que me impul-
30. P laza mayo r, cerca de la iglesia de San Anto nio. En 177 5 se c<
c<> saba a jugar: me gustaba gastar dinero, y me desagradaba gas-
locaron en ella estatuas de hombres célebres, pasando luego a llamarse tarlo cuando el dinero empleado no me lo había proporcionado
 piazza delle Statuc.
31. El Ridotto, edificio espacioso, estaba dedicado a los juegos de recorrió los principales escenarios de Europa. En 1766, cuando se ha-
azar (16381774), que sólo se permitían en el Teatro Nuovo, en S.m llaba en Varsovia, provocó el duelo de Casanova con el conde Branicki.
Moise. Sólo los patricios podían tener la banca, y debían ir vestidos con Su celebridad se debía más a sus «gracias naturales» que a las del arte.
el uniforme oficial; todos los demás debían ponerse la máscara. 33. Cicilia Priuli, casada en 1738 con Benedctto Valmarana.
32. Anna Binetti (Anna Ramón o Ramoni), bailarina y cortesana, que que 34. De este bailarín sólo se sabe lo que dice Casanova.

490 49 1

el juego: me parecía que el dinero ganado en el juego no me  junt o a la hermo


her mo sa, quier
qu ieree cedé
ce dérm
rmelo;
elo; pero
pe ro yo le rue go que no
había costado nada. se mueva.
 A fin ale s del mism
mi sm o mes de en ero er o tuve
tu ve nec esidad
esi dad de d os -
cientos cequíes; la señora Manzoni hizo que otra dama me pres-
tase un brillante que valía quinientos. Decidí ir a empeñarlo a CAPÍTULO IX 
Treviso, ciudad en la que hay un Monte de Piedad3' que presta
sobre prendas al cinco p or ciento. Treviso está a quince millas de ME ENAMORO DE CRISTINA Y LE ENCUENTRO
 Venecia.
 Ven ecia. El Mo nte nt e de Piedad
Pie dad , que es una her mo sa institu
ins titu ció n, UN MARIDO DIGNO DE ELLA. SUS BODAS
no existe en Venecia porque los judíos son lo bastante podero-
sos para impedirlo. Así pues, me levanto muy de mañana, me ¡747 
meto en el bolsillo la batita'k porque p orque ese día, víspera de la Puri- Es tos gondoleros tienen
tienen suerte
suerte me dijo el viejo
viejo cura. N os
ficación de la Virgen, que se llama la Candelaria, estaba prohi- han embarcado en Rialto por treinta sueldos, a condición de
bido llevar máscara. poder recoger a otros pasajeros sobre la marcha; y ya tienen uno;
 Vo y a pie
pi e hast a el fina l del Ca na l Re gio57co
gi o57co n la in tención
ten ción de seguro que encuentran más.
tomar una góndola para Mestre, donde habría habría cogido una dili- Cuando yo estoy en una góndola, reverendo, ya no queda
gencia que en menos de dos horas me habría llevado a Treviso, sitio que alquilar.
de donde ese mismo día me habría marchado tras dejar en Mientras digo esto, doy cuarenta sueldos más a los barque-
prenda mi brillante para volver a Venecia. ros, que quedan satisfechos y me dan las gracias tratándome de
Cuando iba por el muelle hacia San Giobbe, veo en una gón- Excelencia. El abate se disculpa por no haberme dado mi título,
dola de dos rem os a una muchacha vestida de aldeana, aldeana, pero m uy  y le res pon do que
qu e ese títu lo no se me d ebía,
ebí a, pue s no era ge nt il-
elegante. Tanto me agrada su carita que me detengo para exami- hombre veneciano; la joven dijo que estaba muy contenta.
narla con más atención. El gondolero de proa, viendo que había ¿Por qué, señorita?
detenido mi marcha, se figuró que quería aprovechar la ocasión Porque cuando veo a un gentilhombre cerca, no sé, tengo
para ir a Mestre por menos dinero, y dijo a su compañero de miedo.
miedo. Me figuro que sois un lustrissimo.' 
popa que se acercase a la la orilla. N o vac ilo un instante: monto en Tampoco: soy pasante de abogado.1
la barca y le doy tres libras para asegurarme de que no admiti- Pues eso me alegra mucho más, porque me gusta verme en
ría a nadie más. Un viejo cura, que ocupaba el primer puesto compañía de personas que no se creen más que yo. Mi padre era
labrador, hermano de este tío mío, al que aqu í veis, cura de Pr.,}
35. El de Treviso era el mayor Monte de Piedad de los Estados Ve- donde nací y me crié como hija única. Soy heredera de todo, y
necianos. En Venecia no existía este tipo de establecimiento, aunque sus
también de los bienes de mi madre, que siempre está enferma
funciones de empeño para los pobres las cubrían
cubrían los jud íos.
36. Capuchón o muceta de seda negra, provista de encaje también
negro que, estrechamente pegado a la cabeza, casi llegaba hasta la cin- 1. Este título de cortesía
cortesía italiano se daba a los
los burgueses ricos y a
tura. El capote (tabardo) era negro o gris por lo general, y escarlata sólo
sólo quienes su rango colocaba entre el patriciado y el pueblo. Los peluque-
para la nobleza. El tricornio y la bauta  formaban el atuendo denomi- ros, convencidos de la importancia de su oficio, también se hacían llamar
nado «in tabarro e bauta», o máscara noble, también llamada «nacional» lustrisami.
porque podía llevarse fuera de los carnavales.
carnavales. 2. La profesión de abogado, muy considerada en en Venecia,
Venecia, fue
fue una
una
37. II Cannaregio, entre San
San Geremia y San Giobbe. Este canal dabadaba de las metas de Casanova, que al parecer en este momento vuelve a tra-
nombre también
también al barrio circundante, y hasta 1933 fue la principal vía bajar al servicio de Marco da Lezze.
de comunicación entre Venecia y Mestre. 3. Preganziol, a 7 kilómetros al
al sur de Treviso.
el juego: me parecía que el dinero ganado en el juego no me  junt o a la hermo
her mo sa, quier
qu ieree cedé
ce dérm
rmelo;
elo; pero
pe ro yo le rue go que no
había costado nada. se mueva.
 A fin ale s del mism
mi sm o mes de en ero er o tuve
tu ve nec esidad
esi dad de d os -
cientos cequíes; la señora Manzoni hizo que otra dama me pres-
tase un brillante que valía quinientos. Decidí ir a empeñarlo a CAPÍTULO IX 
Treviso, ciudad en la que hay un Monte de Piedad3' que presta
sobre prendas al cinco p or ciento. Treviso está a quince millas de ME ENAMORO DE CRISTINA Y LE ENCUENTRO
 Venecia.
 Ven ecia. El Mo nte nt e de Piedad
Pie dad , que es una her mo sa institu
ins titu ció n, UN MARIDO DIGNO DE ELLA. SUS BODAS
no existe en Venecia porque los judíos son lo bastante podero-
sos para impedirlo. Así pues, me levanto muy de mañana, me ¡747 
meto en el bolsillo la batita'k porque p orque ese día, víspera de la Puri- Es tos gondoleros tienen
tienen suerte
suerte me dijo el viejo
viejo cura. N os
ficación de la Virgen, que se llama la Candelaria, estaba prohi- han embarcado en Rialto por treinta sueldos, a condición de
bido llevar máscara. poder recoger a otros pasajeros sobre la marcha; y ya tienen uno;
 Vo y a pie
pi e hast a el fina l del Ca na l Re gio57co
gi o57co n la in tención
ten ción de seguro que encuentran más.
tomar una góndola para Mestre, donde habría habría cogido una dili- Cuando yo estoy en una góndola, reverendo, ya no queda
gencia que en menos de dos horas me habría llevado a Treviso, sitio que alquilar.
de donde ese mismo día me habría marchado tras dejar en Mientras digo esto, doy cuarenta sueldos más a los barque-
prenda mi brillante para volver a Venecia. ros, que quedan satisfechos y me dan las gracias tratándome de
Cuando iba por el muelle hacia San Giobbe, veo en una gón- Excelencia. El abate se disculpa por no haberme dado mi título,
dola de dos rem os a una muchacha vestida de aldeana, aldeana, pero m uy  y le res pon do que
qu e ese títu lo no se me d ebía,
ebí a, pue s no era ge nt il-
elegante. Tanto me agrada su carita que me detengo para exami- hombre veneciano; la joven dijo que estaba muy contenta.
narla con más atención. El gondolero de proa, viendo que había ¿Por qué, señorita?
detenido mi marcha, se figuró que quería aprovechar la ocasión Porque cuando veo a un gentilhombre cerca, no sé, tengo
para ir a Mestre por menos dinero, y dijo a su compañero de miedo.
miedo. Me figuro que sois un lustrissimo.' 
popa que se acercase a la la orilla. N o vac ilo un instante: monto en Tampoco: soy pasante de abogado.1
la barca y le doy tres libras para asegurarme de que no admiti- Pues eso me alegra mucho más, porque me gusta verme en
ría a nadie más. Un viejo cura, que ocupaba el primer puesto compañía de personas que no se creen más que yo. Mi padre era
labrador, hermano de este tío mío, al que aqu í veis, cura de Pr.,}
35. El de Treviso era el mayor Monte de Piedad de los Estados Ve- donde nací y me crié como hija única. Soy heredera de todo, y
necianos. En Venecia no existía este tipo de establecimiento, aunque sus
también de los bienes de mi madre, que siempre está enferma
funciones de empeño para los pobres las cubrían
cubrían los jud íos.
36. Capuchón o muceta de seda negra, provista de encaje también
negro que, estrechamente pegado a la cabeza, casi llegaba hasta la cin- 1. Este título de cortesía
cortesía italiano se daba a los
los burgueses ricos y a
tura. El capote (tabardo) era negro o gris por lo general, y escarlata sólo
sólo quienes su rango colocaba entre el patriciado y el pueblo. Los peluque-
para la nobleza. El tricornio y la bauta  formaban el atuendo denomi- ros, convencidos de la importancia de su oficio, también se hacían llamar
nado «in tabarro e bauta», o máscara noble, también llamada «nacional» lustrisami.
porque podía llevarse fuera de los carnavales.
carnavales. 2. La profesión de abogado, muy considerada en en Venecia,
Venecia, fue
fue una
una
37. II Cannaregio, entre San
San Geremia y San Giobbe. Este canal dabadaba de las metas de Casanova, que al parecer en este momento vuelve a tra-
nombre también
también al barrio circundante, y hasta 1933 fue la principal vía bajar al servicio de Marco da Lezze.
de comunicación entre Venecia y Mestre. 3. Preganziol, a 7 kilómetros al
al sur de Treviso.

492 493
493

 y que
qu e ya no pued
pu edee viv ir mu cho tie mp o, cos a q ue lament
lam ent o; per o los venecianos. Todos me han dicho que les encantaba, pero nin-
es lo que me ha dicho el medico. Así que, volviendo a lo de guno de los que yo habría querido se ha declarado.
antes, creo que no hay tanta diferencia entre un pasante de abo- ¿Qué declaración queríais?
gado y la hija de un rico labrador. Digo esto por cumplido, pues La declaración que me conviene, señor: la de una buena
 ya s é qu e en un v iaje una e ncu entra
ent ra a t oda clase de gent e, y siem - boda en la iglesia y delante de testigos. Y eso que nos hemos
pre sin consecuencias, ¿no es verdad, querido tío? quedado quince días en Venecia, ¿verdad, tío?
Sí, mi querida Cristina. Y aquí tienes la prueba: el señor se Aquí donde la veis, es un buen partido me dijo el tío, por-
ha embarcado con nosotros sin saber quiénes somos. que posee tres mil escudos. No quiere casarse en Pr., y quizá
¿P ero creéis
creéis dije al buen
buen cu ra que me habría metidometido aquí tenga razón. Siempre ha dicho que sólo quiere casarse con un
de no haberme impresionado la belleza de vuestra sobrina?  ven eciano
eci ano , y po r eso la traj e a Ven ecia,
eci a, para
pa ra qu e la c on ozcan
oz can .
 An te est as palabr
pal abras,
as, el cura
c ura y la so bri na se ech aron a reír
re ír con Una mujer respetable nos ha hospedado quince días y la ha lle-
todas sus fuerzas, y, como no me parecía parecía que fuera muy diver-  vad o a var ias casas dond
do nd e la han vis to jóven
jóv enes
es cas adero
ad ero s; pero
pe ro
tido lo que acababa de decir, comprendí que mis compañeros de los que le gustaban no quisieron oír hablar de matrimonio, y a
 viaj e eran algo estú
es túpid
pid os; pero
pe ro no me i mport
mp ort aba . ella, a su vez, no le han gustado los que se han ofrecido.
¿Por qué os reís tanto, guapa señorita? ¿Para enseñarme Pe ro ¿creéis le dije que un matrimonio se hace hace igual
igual que
 vues
 vu estrtros
os die ntes?
nt es? Co nf ie so que
qu e nunca
nun ca los he vis to tan bellos
be llos en una tortilla? Quince días en Venecia no es nada. Hay que pasar
 Ven ecia. seis meses por lo menos. Por ejemplo, vuestra sobrina me pa-
¡O h !, nada de eso, a pesar de que en Venecia todo el mundo rece linda como el amor, y me consideraría afortunado si la
me ha hecho ese cumplido. Os aseguro que en Pr. todas las chi mujer que Dios me destina se le pareciese; pero, aunque ahora
cas tienen unos dientes tan bonitos como los míos. ¿Verdad, tío? mismo me diera cincuenta mil escudos por casarme con ella, no
Sí, sobrina. querría. Antes de tomar esposa, un joven prudente debe cono-
M e reía siguió d icien do de una cosa que no os diré nunca. nunca. cer su carácter, pues no son ni el dinero ni la belleza los que
¡A h! , decídmela,
decídmela, por favor.favor. hacen la felicidad.
¡O h !, ni habla
hablar.r. Nunca, nunca. ¿Qué queréis decir con eso de carácter? me dijo ella.
Yo mismo os la diré me dijo el cura. ¿Una buena caligrafía?
N o quiero dijo la sobrina frunciendo sus negras negras cejas; sisi N o , ángel mío, no me hagáis reír: se trata de las las cualidades
se lo decís me voy. del corazón y de la inteligencia. Un día u otro tendré que ca-
Te desafío a que lo hagas dijo el tío. ¿Sabéis lo que lu sarme, y busco a la persona desde hace tres años, pero en vano.
dicho cuando os ha visto en el muelle? «Ahí hay un guapo mu He conocido a varias chicas casi tan bonitas como vos, y todas
chacho que me mira y que lamenta mucho no estar con noso con buena dote; pero, después de haber hablado con ellas dos o
tros.» Y cuando os ha visto mandar parar la góndola se ha puesto puesto tres meses, he visto que no podían convenirme.
muy contenta.
contenta. ¿Qué les faltaba?
La sobrina, indignada por su indiscreción, le daba golpes en Puedo decíroslo porque no las conocéis. Una, con la que
la espalda. desde luego me habría casado por que la quería much o, tenía una
¿Por qué le dije os molesta que sepa que os he gustado,  vani dad ins op orta
or table
ble . Me co st ó menos
me nos de do s mes es de sc u-
cuando yo estoy encantado de que sepáis que me parecéis en brirlo: me habría arruinado en trajes, modas y lujos. Figuraos
cantadora? que gastaba un cequí al mes en peluquero, y por lo menos otro
Sí, encantadora, pero sólo por un momento. Ya conozco i en pomadas y aguas de olor.
 y que
qu e ya no pued
pu edee viv ir mu cho tie mp o, cos a q ue lament
lam ent o; per o los venecianos. Todos me han dicho que les encantaba, pero nin-
es lo que me ha dicho el medico. Así que, volviendo a lo de guno de los que yo habría querido se ha declarado.
antes, creo que no hay tanta diferencia entre un pasante de abo- ¿Qué declaración queríais?
gado y la hija de un rico labrador. Digo esto por cumplido, pues La declaración que me conviene, señor: la de una buena
 ya s é qu e en un v iaje una e ncu entra
ent ra a t oda clase de gent e, y siem - boda en la iglesia y delante de testigos. Y eso que nos hemos
pre sin consecuencias, ¿no es verdad, querido tío? quedado quince días en Venecia, ¿verdad, tío?
Sí, mi querida Cristina. Y aquí tienes la prueba: el señor se Aquí donde la veis, es un buen partido me dijo el tío, por-
ha embarcado con nosotros sin saber quiénes somos. que posee tres mil escudos. No quiere casarse en Pr., y quizá
¿P ero creéis
creéis dije al buen
buen cu ra que me habría metidometido aquí tenga razón. Siempre ha dicho que sólo quiere casarse con un
de no haberme impresionado la belleza de vuestra sobrina?  ven eciano
eci ano , y po r eso la traj e a Ven ecia,
eci a, para
pa ra qu e la c on ozcan
oz can .
 An te est as palabr
pal abras,
as, el cura
c ura y la so bri na se ech aron a reír
re ír con Una mujer respetable nos ha hospedado quince días y la ha lle-
todas sus fuerzas, y, como no me parecía parecía que fuera muy diver-  vad o a var ias casas dond
do nd e la han vis to jóven
jóv enes
es cas adero
ad ero s; pero
pe ro
tido lo que acababa de decir, comprendí que mis compañeros de los que le gustaban no quisieron oír hablar de matrimonio, y a
 viaj e eran algo estú
es túpid
pid os; pero
pe ro no me i mport
mp ort aba . ella, a su vez, no le han gustado los que se han ofrecido.
¿Por qué os reís tanto, guapa señorita? ¿Para enseñarme Pe ro ¿creéis le dije que un matrimonio se hace hace igual
igual que
 vues
 vu estrtros
os die ntes?
nt es? Co nf ie so que
qu e nunca
nun ca los he vis to tan bellos
be llos en una tortilla? Quince días en Venecia no es nada. Hay que pasar
 Ven ecia. seis meses por lo menos. Por ejemplo, vuestra sobrina me pa-
¡O h !, nada de eso, a pesar de que en Venecia todo el mundo rece linda como el amor, y me consideraría afortunado si la
me ha hecho ese cumplido. Os aseguro que en Pr. todas las chi mujer que Dios me destina se le pareciese; pero, aunque ahora
cas tienen unos dientes tan bonitos como los míos. ¿Verdad, tío? mismo me diera cincuenta mil escudos por casarme con ella, no
Sí, sobrina. querría. Antes de tomar esposa, un joven prudente debe cono-
M e reía siguió d icien do de una cosa que no os diré nunca. nunca. cer su carácter, pues no son ni el dinero ni la belleza los que
¡A h! , decídmela,
decídmela, por favor.favor. hacen la felicidad.
¡O h !, ni habla
hablar.r. Nunca, nunca. ¿Qué queréis decir con eso de carácter? me dijo ella.
Yo mismo os la diré me dijo el cura. ¿Una buena caligrafía?
N o quiero dijo la sobrina frunciendo sus negras negras cejas; sisi N o , ángel mío, no me hagáis reír: se trata de las las cualidades
se lo decís me voy. del corazón y de la inteligencia. Un día u otro tendré que ca-
Te desafío a que lo hagas dijo el tío. ¿Sabéis lo que lu sarme, y busco a la persona desde hace tres años, pero en vano.
dicho cuando os ha visto en el muelle? «Ahí hay un guapo mu He conocido a varias chicas casi tan bonitas como vos, y todas
chacho que me mira y que lamenta mucho no estar con noso con buena dote; pero, después de haber hablado con ellas dos o
tros.» Y cuando os ha visto mandar parar la góndola se ha puesto puesto tres meses, he visto que no podían convenirme.
muy contenta.
contenta. ¿Qué les faltaba?
La sobrina, indignada por su indiscreción, le daba golpes en Puedo decíroslo porque no las conocéis. Una, con la que
la espalda. desde luego me habría casado por que la quería much o, tenía una
¿Por qué le dije os molesta que sepa que os he gustado,  vani dad ins op orta
or table
ble . Me co st ó menos
me nos de do s mes es de sc u-
cuando yo estoy encantado de que sepáis que me parecéis en brirlo: me habría arruinado en trajes, modas y lujos. Figuraos
cantadora? que gastaba un cequí al mes en peluquero, y por lo menos otro
Sí, encantadora, pero sólo por un momento. Ya conozco i en pomadas y aguas de olor.

494 495

Era una loca. Yo sólo gasto diez sueldos al año en cera, que M e río porque parecen negros, pero no lo son. son. A pesar de
mezclo con grasa de cabra, y consigo una pomada excelente todo, sois muy atractiva.
que me sirve para sostener mi tupé. Tien e gracia.
gracia. Creé is que llevo los ojos pintados,
pintados, y decís que
Otra, con la que hace dos años estuve a punto de casarme, sabéis distinguirlos. Mis ojos, señor, bellos o feos, son como
sufría una indisposición que me habría hecho desgraciado. Lo Dios me los dio, ¿verdad tío?
supe al cuarto mes, y la dejé. A l menos siempre
siempre lo he creído le responde el tío. tío.
¿Qué indisposición era? ¿ Y vos no lo creéis? me replica
replica ella vivamente.
vivamente.
U na que me habría
habría impedido tener hijos; y es terrible,
terrible, por- N o , son demasiado
demasiado bellos para que parezcan
parezcan naturales.
naturales.
que sólo quiero casarme para tenerlos. Dios mío, ¡esto ya es demasiado!
Es algo que está en manos de Dios, pero, por lo que a mí se Perdonad me, bella señorita,
señorita, si soy sincero, aunque veo que
refiere, sé que estoy bien de salud, ¿verdad, tío? lo he sido demasiado.
Otra era demasiado gazmoña, y no las soporto. Escrupu- Tras esta disputa vino un silencio. El cura sonreía de vez en
losa hasta el punto de que iba a confesarse cada tres o cuatro cuando, pero la sobrina no podía tragarse su disgusto. Yo la mi-
días. Quiero una mujer buena cristiana como yo. Su confesión raba a hurtadillas, la veía a punto de llorar y sentía pena por ella,
duraba una hora por lo menos. porque su figura era de las más seductoras. Iba ataviada como
Era una gran pecadora o una idiota. Yo sólo voy me inte- una labradora rica y llevaba en la cabeza por lo menos cien ce
rrumpió ella una vez al mes, y cuento todo en diez minutos, quíes en alfileres de oro q ue le sujetaban en trenza unos cabellos
¿verdad, tío? Si vos no me hicierais preguntas, no sabría qué de- más negros que el ébano. Sus largos pendientes de oro macizo y
ciros. una fina cadena de oro, que d aba más de veinte vueltas a su cue-
Otra pretendía saber más que yo, otra era triste, y yo quiero llo blanco como el mármol de Carrara, prestaban a su encarna-
una mujer que por encima de todo sea alegre. dura de lirio y rosa un brillante resplandor que me fascinaba.
¿ L o veis, tío?
tío? Y vos, de acuerdo
acuerdo con mi madre, siempre me Era la primera vez en mi vida que veía una belleza aldeana ata-
reprocháis mi alegría.  viada de aquel mod o. Seis años antes , en Pasiano
Pas iano , Lucia
Lu cia me ha bía
Otra, a la que dejé enseguida, tenía miedo de estar a solas producido una impresión completamente distinta. La mucha-
conmigo, y, si le daba un beso, corría a contárselo a su madre. cha, que ya no decía una palabra, debía de estar desesperada,
¡Q u é tonta! Yo aún no he he prestado oídos a ningún preten
preten porque precisamente los ojos eran lo más hermoso de su cuerpo,
diente, porque en Pr. sólo hay aldeanos sin civilizar; pero sé de  y yo había com eti do la barbar
bar barida
ida d de arr anc árselo
árs elos.
s. Sabía
Sabí a que
qu e
sobra que no iría a contarle a mi madre ciertas cosas. dentro de sí misma tenía que detestarme mortalmente, y que ha-
A otra le olía
olía el aliento. Por último, otra, cu yo colo r me pa
pa bía dejado de hablar porque su alma debía de estar furiosa; pero
recía natural, se maquillaba. Casi todas las chicas tienen esa fea no me preocupaba po r desengañarla, pues el desenlace debía lle- lle-
costumbre, y por eso mucho me temo que no me casaré nunca. gar paso a paso.
Quiero categóricamente, por ejemplo, que la que vaya a ser mi Nada más entrar en el largo canal de Marghera4pregunto al
esposa tenga los ojos negros, y hoy casi todas han aprendido el cura si tenía coche para ir a Treviso, pues había que pasar por
secreto de pint árselos; pero no me dejare atrapar, porque sé dis allí para ir a Pr.
tinguirlos. Iré a pie, porque mi parroquia es pobre, y a Cristina no me
¿Son negros los míos? costará mucho encontrarle sitio en algún coche.
¡Ja, ¡a!
¿Os reís? 4. Forta leza que protegía Vcnccia por el lado de tierra.
Era una loca. Yo sólo gasto diez sueldos al año en cera, que M e río porque parecen negros, pero no lo son. son. A pesar de
mezclo con grasa de cabra, y consigo una pomada excelente todo, sois muy atractiva.
que me sirve para sostener mi tupé. Tien e gracia.
gracia. Creé is que llevo los ojos pintados,
pintados, y decís que
Otra, con la que hace dos años estuve a punto de casarme, sabéis distinguirlos. Mis ojos, señor, bellos o feos, son como
sufría una indisposición que me habría hecho desgraciado. Lo Dios me los dio, ¿verdad tío?
supe al cuarto mes, y la dejé. A l menos siempre
siempre lo he creído le responde el tío. tío.
¿Qué indisposición era? ¿ Y vos no lo creéis? me replica
replica ella vivamente.
vivamente.
U na que me habría
habría impedido tener hijos; y es terrible,
terrible, por- N o , son demasiado
demasiado bellos para que parezcan
parezcan naturales.
naturales.
que sólo quiero casarme para tenerlos. Dios mío, ¡esto ya es demasiado!
Es algo que está en manos de Dios, pero, por lo que a mí se Perdonad me, bella señorita,
señorita, si soy sincero, aunque veo que
refiere, sé que estoy bien de salud, ¿verdad, tío? lo he sido demasiado.
Otra era demasiado gazmoña, y no las soporto. Escrupu- Tras esta disputa vino un silencio. El cura sonreía de vez en
losa hasta el punto de que iba a confesarse cada tres o cuatro cuando, pero la sobrina no podía tragarse su disgusto. Yo la mi-
días. Quiero una mujer buena cristiana como yo. Su confesión raba a hurtadillas, la veía a punto de llorar y sentía pena por ella,
duraba una hora por lo menos. porque su figura era de las más seductoras. Iba ataviada como
Era una gran pecadora o una idiota. Yo sólo voy me inte- una labradora rica y llevaba en la cabeza por lo menos cien ce
rrumpió ella una vez al mes, y cuento todo en diez minutos, quíes en alfileres de oro q ue le sujetaban en trenza unos cabellos
¿verdad, tío? Si vos no me hicierais preguntas, no sabría qué de- más negros que el ébano. Sus largos pendientes de oro macizo y
ciros. una fina cadena de oro, que d aba más de veinte vueltas a su cue-
Otra pretendía saber más que yo, otra era triste, y yo quiero llo blanco como el mármol de Carrara, prestaban a su encarna-
una mujer que por encima de todo sea alegre. dura de lirio y rosa un brillante resplandor que me fascinaba.
¿ L o veis, tío?
tío? Y vos, de acuerdo
acuerdo con mi madre, siempre me Era la primera vez en mi vida que veía una belleza aldeana ata-
reprocháis mi alegría.  viada de aquel mod o. Seis años antes , en Pasiano
Pas iano , Lucia
Lu cia me ha bía
Otra, a la que dejé enseguida, tenía miedo de estar a solas producido una impresión completamente distinta. La mucha-
conmigo, y, si le daba un beso, corría a contárselo a su madre. cha, que ya no decía una palabra, debía de estar desesperada,
¡Q u é tonta! Yo aún no he he prestado oídos a ningún preten
preten porque precisamente los ojos eran lo más hermoso de su cuerpo,
diente, porque en Pr. sólo hay aldeanos sin civilizar; pero sé de  y yo había com eti do la barbar
bar barida
ida d de arr anc árselo
árs elos.
s. Sabía
Sabí a que
qu e
sobra que no iría a contarle a mi madre ciertas cosas. dentro de sí misma tenía que detestarme mortalmente, y que ha-
A otra le olía
olía el aliento. Por último, otra, cu yo colo r me pa
pa bía dejado de hablar porque su alma debía de estar furiosa; pero
recía natural, se maquillaba. Casi todas las chicas tienen esa fea no me preocupaba po r desengañarla, pues el desenlace debía lle- lle-
costumbre, y por eso mucho me temo que no me casaré nunca. gar paso a paso.
Quiero categóricamente, por ejemplo, que la que vaya a ser mi Nada más entrar en el largo canal de Marghera4pregunto al
esposa tenga los ojos negros, y hoy casi todas han aprendido el cura si tenía coche para ir a Treviso, pues había que pasar por
secreto de pint árselos; pero no me dejare atrapar, porque sé dis allí para ir a Pr.
tinguirlos. Iré a pie, porque mi parroquia es pobre, y a Cristina no me
¿Son negros los míos? costará mucho encontrarle sitio en algún coche.
¡Ja, ¡a!
¿Os reís? 4. Forta leza que protegía Vcnccia por el lado de tierra.

496 497

Para mí será un verdadero placer si ambos aceptan viajar  Y ahora que


que lo acepto, ¿qué dirán?
dirán?
conmigo en el mío, que es de cuatro plazas. Que tal vez nos queramos, y alguno dirá que parecemos he-
E s una suerte
suerte que no esperábamos.
esperábamos. chos el uno para el otro.
Nada de eso dijo Cristina. No quiero ir con este caba- ¿ Y si alguien
alguien le cuenta a vuestra enamorada que os han visto
llero. dando el brazo a una chica?
¿Por qué, querida sobrina? Si también voy yo. N o tengo ninguna
ninguna enamorada,
enamorada, y ya no quiero tenerla,
tenerla, por-
Porque no quiero.
quiero. que no hay en Venecia una chica tan guapa.
¡ A sí se recompensa la sinceridad! dije en tonces sin mirarl
mirarla.
a. Lo lamento por vos. En cuanto a mí, estoy segura de que
Eso no ha sido sinceridad me replicó bruscamente, sino no volveré a Venecia; y aunque volviese, ¿cómo haría para que-
presunción y maldad. Nunca podréis encontrar unos ojos ne- darme seis meses? ¿No decís que necesitáis seis meses por lo
gros en todo el mundo; pero ya que os gustan, me alegro. menos para conocer bien a una chica?
O s equivocáis, bella Cristina, porque tengo un medio de de  Yo pagaría
pagaría encantado todo el gasto.
gasto.
saber la verdad. ¿ D e verdad ? Decíd selo entonces a mi mi tío para que lo piense,
¿Qué medio es ése? porque yo no puedo ir sola.
Lavarlos con agua de rosas un poco tibia; y también se va Y en seis
seis meses le d igo  también
también vos podréis conocerme.
todo el color artificial si la señorita llora. ¡O h !, p or lo que a mí respecta,
respecta, ya os conozco.
Tras estas palabras gocé de un espectáculo delicioso. La cara Ento nces os tendríais
tendríais que adaptar a mi persona.
de Cristina, en la que se pintaban la cólera y el desdén, cambió de ¿Por qué no?
pronto coloreándose de serenidad y satisfacción y poniendo una Me amaríais.
sonrisa que agrad ó al cura, porqu e viajar gratis le llegaba al alma.
alma. También, pero cuando fueseis mi marido.
Llora entonces, mi querida sobrina, y este caballero hará Miré con estupor a la muchacha, que me parecía una prin-
 jus tic ia a tus
t us ojo s. cesa disfrazada de aldeana.
aldeana. Su ves tido de gro s de Tours6azul, ga-
Lo cierto es que lloró, pero fue de reírse. Mi alma, a la que loneado de oro, era del mayor lujo y debía de costar el doble de
colman de alegría pruebas de esta clase, chisporroteaba de gozo. un vestido de ciudad. Las pulseras de oro que llevaba en las mu-
Cuando subíamos los escalones del atracadero, rendí plena jus- ñecas, a juego con el collar, completaban un atavío de los más
ticia a sus encantos y aceptó la oferta del coche. Acto seguido or- ricos. Su talle, que no había podido examinar en la góndola, era
dené a un cochero que enganchara mientras nosotros almorzá- de ninfa, y, como las aldeanas aún no conocían la moda de las
bamos; pero el cura me dijo que antes debía ir a decir misa. manteletas, yo podía apreciar, por el relieve de la delantera de
Id enseguida,
enseguida, nosotros la oiremos y vos la diréis por mis in- su vestido abotonado hasta el cuello, la belleza de sus pechos.
tenciones. Aquí tenéis la limosna que doy siempre. La parte inferior del vestido, también galoneado de oro y que
Era un ducado de plata:’ le asombró tanto que quería be- sólo le llegaba a los tobillos, me permitía ver su gracioso pie e
sarme la mano. Se va a la iglesia y yo ofrezco mi brazo a Cris- imaginar la finura de su pierna. Su andar armonioso y nada es-
tina, quien, no sabiendo si debía aceptarlo o no, me preguntó si tudiado me encantaba, y su rostro parecía decirme con dulzura:
no creía que pudiera caminar sola. Me encanta que me encontréis bonita». Me costaba compren-
Claro que lo creo, pero la gente diría que soy descortés o der cómo había podido estar quince días en Venecia aquella
que hay demasiada diferencia de condición entre vos y yo. 6. El tejido de seda llamado gros de Tours aún seguía estando entre
los más reputados, pese a la revocación del edicto de Nantes, que per-
5. Moneda acuñada en Vcnecia, con un
un valor de 160 soldt.  judicó su distribución a finales del siglo xvn.
Para mí será un verdadero placer si ambos aceptan viajar  Y ahora que
que lo acepto, ¿qué dirán?
dirán?
conmigo en el mío, que es de cuatro plazas. Que tal vez nos queramos, y alguno dirá que parecemos he-
E s una suerte
suerte que no esperábamos.
esperábamos. chos el uno para el otro.
Nada de eso dijo Cristina. No quiero ir con este caba- ¿ Y si alguien
alguien le cuenta a vuestra enamorada que os han visto
llero. dando el brazo a una chica?
¿Por qué, querida sobrina? Si también voy yo. N o tengo ninguna
ninguna enamorada,
enamorada, y ya no quiero tenerla,
tenerla, por-
Porque no quiero.
quiero. que no hay en Venecia una chica tan guapa.
¡ A sí se recompensa la sinceridad! dije en tonces sin mirarl
mirarla.
a. Lo lamento por vos. En cuanto a mí, estoy segura de que
Eso no ha sido sinceridad me replicó bruscamente, sino no volveré a Venecia; y aunque volviese, ¿cómo haría para que-
presunción y maldad. Nunca podréis encontrar unos ojos ne- darme seis meses? ¿No decís que necesitáis seis meses por lo
gros en todo el mundo; pero ya que os gustan, me alegro. menos para conocer bien a una chica?
O s equivocáis, bella Cristina, porque tengo un medio de de  Yo pagaría
pagaría encantado todo el gasto.
gasto.
saber la verdad. ¿ D e verdad ? Decíd selo entonces a mi mi tío para que lo piense,
¿Qué medio es ése? porque yo no puedo ir sola.
Lavarlos con agua de rosas un poco tibia; y también se va Y en seis
seis meses le d igo  también
también vos podréis conocerme.
todo el color artificial si la señorita llora. ¡O h !, p or lo que a mí respecta,
respecta, ya os conozco.
Tras estas palabras gocé de un espectáculo delicioso. La cara Ento nces os tendríais
tendríais que adaptar a mi persona.
de Cristina, en la que se pintaban la cólera y el desdén, cambió de ¿Por qué no?
pronto coloreándose de serenidad y satisfacción y poniendo una Me amaríais.
sonrisa que agrad ó al cura, porqu e viajar gratis le llegaba al alma.
alma. También, pero cuando fueseis mi marido.
Llora entonces, mi querida sobrina, y este caballero hará Miré con estupor a la muchacha, que me parecía una prin-
 jus tic ia a tus
t us ojo s. cesa disfrazada de aldeana.
aldeana. Su ves tido de gro s de Tours6azul, ga-
Lo cierto es que lloró, pero fue de reírse. Mi alma, a la que loneado de oro, era del mayor lujo y debía de costar el doble de
colman de alegría pruebas de esta clase, chisporroteaba de gozo. un vestido de ciudad. Las pulseras de oro que llevaba en las mu-
Cuando subíamos los escalones del atracadero, rendí plena jus- ñecas, a juego con el collar, completaban un atavío de los más
ticia a sus encantos y aceptó la oferta del coche. Acto seguido or- ricos. Su talle, que no había podido examinar en la góndola, era
dené a un cochero que enganchara mientras nosotros almorzá- de ninfa, y, como las aldeanas aún no conocían la moda de las
bamos; pero el cura me dijo que antes debía ir a decir misa. manteletas, yo podía apreciar, por el relieve de la delantera de
Id enseguida,
enseguida, nosotros la oiremos y vos la diréis por mis in- su vestido abotonado hasta el cuello, la belleza de sus pechos.
tenciones. Aquí tenéis la limosna que doy siempre. La parte inferior del vestido, también galoneado de oro y que
Era un ducado de plata:’ le asombró tanto que quería be- sólo le llegaba a los tobillos, me permitía ver su gracioso pie e
sarme la mano. Se va a la iglesia y yo ofrezco mi brazo a Cris- imaginar la finura de su pierna. Su andar armonioso y nada es-
tina, quien, no sabiendo si debía aceptarlo o no, me preguntó si tudiado me encantaba, y su rostro parecía decirme con dulzura:
no creía que pudiera caminar sola. Me encanta que me encontréis bonita». Me costaba compren-
Claro que lo creo, pero la gente diría que soy descortés o der cómo había podido estar quince días en Venecia aquella
que hay demasiada diferencia de condición entre vos y yo. 6. El tejido de seda llamado gros de Tours aún seguía estando entre
los más reputados, pese a la revocación del edicto de Nantes, que per-
5. Moneda acuñada en Vcnecia, con un
un valor de 160 soldt.  judicó su distribución a finales del siglo xvn.

498

chica sin encontrar a nadie que se casara con ella o la sedujese. después de haberlo presentado él, se viera llevar el diamante a
Otro encanto que me embriagaba era su forma de hablar, y su otra persona. Prometí pagarle el coche, y me aseguró que vol-
ingenuidad, que las costumbres de la ciudad me hacían tachar  verí a. Se trat aba de cons
co nseg
eguir
uir que con él volvie
vo lvie ra su sob rina.
rin a.
de ignorancia. Cuando, presa de rabia, había exclamado: «¡Por Durante la cena, Cristina me pareció más digna cada vez de
Dios!», no puede imaginar mi lector el placer que me causó. mi atención, y, temiendo perder su confianza si forzaba la con-
 Ab so rto
rt o en est as refle
re fle xio nes
ne s y decid
de cid ido a pon er en práctica
prác tica secución de algún goce incompleto en los pocos instantes que
cualquier medio para rendir a mi manera la justicia debida a podría procurarme aquella jornada, decidí que debía convencer
aquella obra maestra de la naturaleza, esperaba impaciente el al cura para que la acompañara a Venecia y se quedaran cinco o
final de la misa. seis meses. Una vez en Venecia, esperaba motivar el nacimiento
 Ac abad
ab adoo el des
d es ayu no , me c ostó
os tó un gran esfu
es fuer
erzo
zo con ven cer del amor y d arle el alimento
alimento que le conviene. Propu se mi idea al
al cura de que el sitio que me correspond ía en el coche era el úl- cura anunciándole que me encargaría de todos los gastos y que
timo; pero una vez que llegamos a Treviso, me costó menos con- encontraría una familia de bien donde la virtud de Cristina es-
 ven cer le de que deb ía que dar se a com er y a cen ar conm co nm igo en taría tan segura como en un convento; que sólo después de co-
una posada donde casi nunca hay gente. Aceptó cuando le pro- nocerla bien podía casarme con ella, cosa que no dejaría de
metí que después de cenar habría un coche preparado para lle- ocurrir. El cura me contestó que iría en persona a llevarla en
 varlo
 var lo en men os d e un a hor a a Pr ., bajo b ajo un bellí
b ellísim
sim o cla ro d e luna. cuanto yo le escribiese que había encontrado la casa donde de-
Tenía prisa por la solemnidad de la fiesta, y una absoluta nece- bería dejarla. Yo veía a Cristina contentísima con el acuerdo, y
sidad de cantar la misa en su iglesia. le prometía, seguro de cumplir mi palabra, que todo quedaría
 Así
 A sí pue s, nos apea mos en aquella
aqu ella posada
pos ada dond
do nd e, des pué s de arreglado dentro de ocho días a lo sumo. Pero me quedé algo
haber mandado encender fuego y encargar una buena cena, se sorprendido cuando, tras haberle prometido escribirle, me res-
me ocurre que el propio cura podría ir a empeñarme el diamante, pondió que su tío contestaría por ella, pues nunca había querido
 y así es tar a s olas una h ora con la inge nua Cr ist ina . Le rue go que- que- aprender a escribir aunque supiera leer muy bien.
me haga esc favor, diciéndole que, como no quería que me re- ¿ N o sabéis escribir?
escribir? ¿Cóm o queréis casaros
casaros con un un vene-
conocieran, no podía ir en persona, y él acepta encantado poder ciano sin saber escribir? Nunca me hubiera imaginado algo así.
hacerme cualquier favor. Se marchó enseguida, y me quedé a ¡V ay a una maravilla! En el pueblo no hay ninguna chica chica que
solas con aquella encantadora criatura delante del fuego. Pasé sepa escribir, ¿verdad, tío?
una hora con ella hablándole de cosas que me hicieron más se- Cierto respondió él, pero ninguna piensa en casarse en
ductora su ingenuidad y para inspirarle en mi favor la misma  Venecia.
 Ven ecia. El seño
se ñorr tien e r azó n, deb es apren der.
simpatía que yo sentía por ella. Tuve la fuerza suficiente para no C ier to  le d ije, c incluso antes
antes de venir a Venecia,
Venecia, porque
cogerle en ningún momento su regordeta mano que me moría de de se burlarían
burlarían de mí. Pero no os pongáis triste, me disgusta que os
ganas por besar.
besar. desagrade escribir.
El cura regresó y me devolvió el anillo explicándome que no M e desagrada porque no se puede aprender en ocho días.
podría empeñarlo y conseguir un recibo hasta dos días después, M e comprome to dijo el tío a hacerte hacerte aprender en quince
quince
debido a la festividad de la Virgen. Me contó que había hablado si te aplicas
aplicas a ello con todas tus fuerzas. S abrás lo suficiente para
con el cajero del Monte de Piedad, y éste le había dicho que, si perfeccionarte luego por ti misma.
quería, podían darme el doble de la suma que yo pedía. Enton E s un gran
gran esfuerzo, pero no importa,
importa, os prometo estudiar
ces le propuse que me hiciera un gran favor: que volviese de Pr. día y noche, y quiero empezar mañana mismo.
para empeñarlo él mismo, pues podría provocar sospechas que. Mientras comíamos le dije al cura que, en lugar de salir dcs
chica sin encontrar a nadie que se casara con ella o la sedujese. después de haberlo presentado él, se viera llevar el diamante a
Otro encanto que me embriagaba era su forma de hablar, y su otra persona. Prometí pagarle el coche, y me aseguró que vol-
ingenuidad, que las costumbres de la ciudad me hacían tachar  verí a. Se trat aba de cons
co nseg
eguir
uir que con él volvie
vo lvie ra su sob rina.
rin a.
de ignorancia. Cuando, presa de rabia, había exclamado: «¡Por Durante la cena, Cristina me pareció más digna cada vez de
Dios!», no puede imaginar mi lector el placer que me causó. mi atención, y, temiendo perder su confianza si forzaba la con-
 Ab so rto
rt o en est as refle
re fle xio nes
ne s y decid
de cid ido a pon er en práctica
prác tica secución de algún goce incompleto en los pocos instantes que
cualquier medio para rendir a mi manera la justicia debida a podría procurarme aquella jornada, decidí que debía convencer
aquella obra maestra de la naturaleza, esperaba impaciente el al cura para que la acompañara a Venecia y se quedaran cinco o
final de la misa. seis meses. Una vez en Venecia, esperaba motivar el nacimiento
 Ac abad
ab adoo el des
d es ayu no , me c ostó
os tó un gran esfu
es fuer
erzo
zo con ven cer del amor y d arle el alimento
alimento que le conviene. Propu se mi idea al
al cura de que el sitio que me correspond ía en el coche era el úl- cura anunciándole que me encargaría de todos los gastos y que
timo; pero una vez que llegamos a Treviso, me costó menos con- encontraría una familia de bien donde la virtud de Cristina es-
 ven cer le de que deb ía que dar se a com er y a cen ar conm co nm igo en taría tan segura como en un convento; que sólo después de co-
una posada donde casi nunca hay gente. Aceptó cuando le pro- nocerla bien podía casarme con ella, cosa que no dejaría de
metí que después de cenar habría un coche preparado para lle- ocurrir. El cura me contestó que iría en persona a llevarla en
 varlo
 var lo en men os d e un a hor a a Pr ., bajo b ajo un bellí
b ellísim
sim o cla ro d e luna. cuanto yo le escribiese que había encontrado la casa donde de-
Tenía prisa por la solemnidad de la fiesta, y una absoluta nece- bería dejarla. Yo veía a Cristina contentísima con el acuerdo, y
sidad de cantar la misa en su iglesia. le prometía, seguro de cumplir mi palabra, que todo quedaría
 Así
 A sí pue s, nos apea mos en aquella
aqu ella posada
pos ada dond
do nd e, des pué s de arreglado dentro de ocho días a lo sumo. Pero me quedé algo
haber mandado encender fuego y encargar una buena cena, se sorprendido cuando, tras haberle prometido escribirle, me res-
me ocurre que el propio cura podría ir a empeñarme el diamante, pondió que su tío contestaría por ella, pues nunca había querido
 y así es tar a s olas una h ora con la inge nua Cr ist ina . Le rue go que- que- aprender a escribir aunque supiera leer muy bien.
me haga esc favor, diciéndole que, como no quería que me re- ¿ N o sabéis escribir?
escribir? ¿Cóm o queréis casaros
casaros con un un vene-
conocieran, no podía ir en persona, y él acepta encantado poder ciano sin saber escribir? Nunca me hubiera imaginado algo así.
hacerme cualquier favor. Se marchó enseguida, y me quedé a ¡V ay a una maravilla! En el pueblo no hay ninguna chica chica que
solas con aquella encantadora criatura delante del fuego. Pasé sepa escribir, ¿verdad, tío?
una hora con ella hablándole de cosas que me hicieron más se- Cierto respondió él, pero ninguna piensa en casarse en
ductora su ingenuidad y para inspirarle en mi favor la misma  Venecia.
 Ven ecia. El seño
se ñorr tien e r azó n, deb es apren der.
simpatía que yo sentía por ella. Tuve la fuerza suficiente para no C ier to  le d ije, c incluso antes
antes de venir a Venecia,
Venecia, porque
cogerle en ningún momento su regordeta mano que me moría de de se burlarían
burlarían de mí. Pero no os pongáis triste, me disgusta que os
ganas por besar.
besar. desagrade escribir.
El cura regresó y me devolvió el anillo explicándome que no M e desagrada porque no se puede aprender en ocho días.
podría empeñarlo y conseguir un recibo hasta dos días después, M e comprome to dijo el tío a hacerte hacerte aprender en quince
quince
debido a la festividad de la Virgen. Me contó que había hablado si te aplicas
aplicas a ello con todas tus fuerzas. S abrás lo suficiente para
con el cajero del Monte de Piedad, y éste le había dicho que, si perfeccionarte luego por ti misma.
quería, podían darme el doble de la suma que yo pedía. Enton E s un gran
gran esfuerzo, pero no importa,
importa, os prometo estudiar
ces le propuse que me hiciera un gran favor: que volviese de Pr. día y noche, y quiero empezar mañana mismo.
para empeñarlo él mismo, pues podría provocar sospechas que. Mientras comíamos le dije al cura que, en lugar de salir dcs

500 501

pues de cenar, haría bien acostándose y no poniéndose en mar- Si el gasto no os importa, dejadlo de mi cuenta. Tendréis
cha con Cristina hasta una hora antes del alba. No necesitaba  vin o de la G atta
at ta .9
estar en Pr. antes
antes de las
las trece.7 Se dejó convencer, sobre todo Q uier o cenar a laslas tres.10
tres.10
cuando vio que el plan agradaba a su sobrina, que después Hay tiempo.
de haber cenado bien tenía sueño. Encargué el coche para el día  Vu elv o a s ub ir y encu
en cuen
entro
tro a C ris tin a aca rician
ric iando
do la cara
c ara de
siguiente y dije al cura que llamase a la posadera para pedirle su viejo tío, que tenía setenta y cinco años. Él reía.
que me dieran otra habitación y encendieran enseguida la chi- ¿Sabéis por qué tantatanta zalamería?
zalamería? me d ice. Mi sobrina me
menea. pide que la deje aquí hasta mi vuelta. Dice que esta mañana ha-
Eso no es necesario dijo el viejo y santo cura con gran béis pasado la hora que os he dejado a solas con ella como la
asombro de mi parte ; en esta habitación
habitación hay dos camas grandes habría pasado un hermano con su hermana, y la creo; pero no se
 y no ten emos
em os necesid
nec esid ad de hacer
hac er que pongan
pon gan sábanas
sába nas en otr a, da cuenta de que eso os molestaría.
porque Cristina se acuesta conmigo. Nosotros no nos quitare- N o , al contrar io; podéis estar seguro de que me encantaría,
mos la ropa, pero vos podéis desnudaros con toda libertad, por- porque la encuentro simpatiquísima. Y por lo que se refiere a
que, como no venís con nosotros, podéis quedaros durmiendo mi deber y al suyo, creo que podéis confiar en nosotros.
cuanto os plazca. N o lo dudo. A sí que os la la dejo hasta
hasta pasado mañana.
mañana. Me
Oh dijo Cristina; yo tengo que desnudarme, pues, si no,  veré is d e vu elta aqu í a las c at or ce " para res olver
olv er vuest
vu est ro asun to.
no podría dormir; pero no os haré esperar, porque sólo necesito Me quedé tan sorprendido por aquel arreglo tan inesperado
un cuarto de hora para estar lista.  y cons
co nsegeguid
uid o con tanta facilid
fac ilid ad que se me subió
su bió la sangre
san gre a la
 Yo no dec ía nada, pero
pe ro no podía
po día cree
cr eerlo.
rlo. Cr istin
is tin a encan ta cabeza. Estuve sangrando copiosamente por la nariz un cuarto
dora y hecha para tentar a Xenócrates,* dormía desnuda con su de hora, sin preocuparme, porque ya me había ocurrido otras
tío el cura, cierto que viejo, devoto y muy alejado de cuanto hu-  veces , pe ro el cura
cu ra esta ba asu stadís
sta dís imo po r tem or a una hemo he mo -
biera podido volver ¡lícita aquella situación, todo lo que se rragia. Luego se fue a sus asuntos diciéndonos que volvería al
quiera; pero el cura era hombre, y debía de haberlo sido y saber anochecer. En cuanto nos quedamos solos, le di a Cristina las
que se exponía al peligro. A mi razón carnal aquello le parecía gracias por la confianza que me manifestaba.
inaudito. Era algo inocente, no lo dudaba, y tan inocente que no O s aseguro que estoy impacienteimpaciente por que me conozcáis
sólo no se escondían, sino que no suponían que alguien, sabién bien. Veréis que no tengo ninguno de los defectos que tanto os
dolo, pudiera pensar mal. Veía todo aquello y no podía creerlo. disgustaron en las señoritas que habéis conocido en Venecia, y
Con los años he descubierto que es algo frecue nte entre la buena buena os prometo que aprenderé enseguida a escribir.
gente de todos los países por los que he viajado; pero, lo repito, Sois una joven adorable y llena de buena fe, pero os ruego
entre la buena gente; no me incluyo entre ellos. que seáis discreta en Pr. Nadie debe saber que habéis hecho un
Tras comer de vigilia y bastante mal, bajo para hablar con la compromiso conmigo. Haréis lo que os diga vuestro tío; se lo
posadera y decirle que no me preocupaba el gasto, que quería escribiré todo a él.
una cena exquisita, de vigilia
vigilia por supu esto, pero con pescado ex ■Podéis estar seguro de que ni mi madre sabrá nada hasta que
celente, trufas, ostras y lo mejor que hubiera en el mercado de  vo s lo permitáis.
Treviso, y, sobre todo, buen vino.
9. Quiz ás el vino de Vigatto, corriente de Parma; pero también se
II multa un vino de uva roja cultivada en Padua, Viccnza y Treviso.
7. Sobre las siete de la mañana.
mañana. 10. Sobre las nueve de la noche.
8. Filósofo griego (406314 a.C.), discípulo de Platón.
Platón. 1 r. Sobre las ocho de la mañana.
pues de cenar, haría bien acostándose y no poniéndose en mar- Si el gasto no os importa, dejadlo de mi cuenta. Tendréis
cha con Cristina hasta una hora antes del alba. No necesitaba  vin o de la G atta
at ta .9
estar en Pr. antes
antes de las
las trece.7 Se dejó convencer, sobre todo Q uier o cenar a laslas tres.10
tres.10
cuando vio que el plan agradaba a su sobrina, que después Hay tiempo.
de haber cenado bien tenía sueño. Encargué el coche para el día  Vu elv o a s ub ir y encu
en cuen
entro
tro a C ris tin a aca rician
ric iando
do la cara
c ara de
siguiente y dije al cura que llamase a la posadera para pedirle su viejo tío, que tenía setenta y cinco años. Él reía.
que me dieran otra habitación y encendieran enseguida la chi- ¿Sabéis por qué tantatanta zalamería?
zalamería? me d ice. Mi sobrina me
menea. pide que la deje aquí hasta mi vuelta. Dice que esta mañana ha-
Eso no es necesario dijo el viejo y santo cura con gran béis pasado la hora que os he dejado a solas con ella como la
asombro de mi parte ; en esta habitación
habitación hay dos camas grandes habría pasado un hermano con su hermana, y la creo; pero no se
 y no ten emos
em os necesid
nec esid ad de hacer
hac er que pongan
pon gan sábanas
sába nas en otr a, da cuenta de que eso os molestaría.
porque Cristina se acuesta conmigo. Nosotros no nos quitare- N o , al contrar io; podéis estar seguro de que me encantaría,
mos la ropa, pero vos podéis desnudaros con toda libertad, por- porque la encuentro simpatiquísima. Y por lo que se refiere a
que, como no venís con nosotros, podéis quedaros durmiendo mi deber y al suyo, creo que podéis confiar en nosotros.
cuanto os plazca. N o lo dudo. A sí que os la la dejo hasta
hasta pasado mañana.
mañana. Me
Oh dijo Cristina; yo tengo que desnudarme, pues, si no,  veré is d e vu elta aqu í a las c at or ce " para res olver
olv er vuest
vu est ro asun to.
no podría dormir; pero no os haré esperar, porque sólo necesito Me quedé tan sorprendido por aquel arreglo tan inesperado
un cuarto de hora para estar lista.  y cons
co nsegeguid
uid o con tanta facilid
fac ilid ad que se me subió
su bió la sangre
san gre a la
 Yo no dec ía nada, pero
pe ro no podía
po día cree
cr eerlo.
rlo. Cr istin
is tin a encan ta cabeza. Estuve sangrando copiosamente por la nariz un cuarto
dora y hecha para tentar a Xenócrates,* dormía desnuda con su de hora, sin preocuparme, porque ya me había ocurrido otras
tío el cura, cierto que viejo, devoto y muy alejado de cuanto hu-  veces , pe ro el cura
cu ra esta ba asu stadís
sta dís imo po r tem or a una hemo he mo -
biera podido volver ¡lícita aquella situación, todo lo que se rragia. Luego se fue a sus asuntos diciéndonos que volvería al
quiera; pero el cura era hombre, y debía de haberlo sido y saber anochecer. En cuanto nos quedamos solos, le di a Cristina las
que se exponía al peligro. A mi razón carnal aquello le parecía gracias por la confianza que me manifestaba.
inaudito. Era algo inocente, no lo dudaba, y tan inocente que no O s aseguro que estoy impacienteimpaciente por que me conozcáis
sólo no se escondían, sino que no suponían que alguien, sabién bien. Veréis que no tengo ninguno de los defectos que tanto os
dolo, pudiera pensar mal. Veía todo aquello y no podía creerlo. disgustaron en las señoritas que habéis conocido en Venecia, y
Con los años he descubierto que es algo frecue nte entre la buena buena os prometo que aprenderé enseguida a escribir.
gente de todos los países por los que he viajado; pero, lo repito, Sois una joven adorable y llena de buena fe, pero os ruego
entre la buena gente; no me incluyo entre ellos. que seáis discreta en Pr. Nadie debe saber que habéis hecho un
Tras comer de vigilia y bastante mal, bajo para hablar con la compromiso conmigo. Haréis lo que os diga vuestro tío; se lo
posadera y decirle que no me preocupaba el gasto, que quería escribiré todo a él.
una cena exquisita, de vigilia
vigilia por supu esto, pero con pescado ex ■Podéis estar seguro de que ni mi madre sabrá nada hasta que
celente, trufas, ostras y lo mejor que hubiera en el mercado de  vo s lo permitáis.
Treviso, y, sobre todo, buen vino.
9. Quiz ás el vino de Vigatto, corriente de Parma; pero también se
II multa un vino de uva roja cultivada en Padua, Viccnza y Treviso.
7. Sobre las siete de la mañana.
mañana. 10. Sobre las nueve de la noche.
8. Filósofo griego (406314 a.C.), discípulo de Platón.
Platón. 1 r. Sobre las ocho de la mañana.

502 503
503

Pasé así con ella toda la jornada , dedicado únicamente a hacer había sido premeditado, no podíamos ni jactarnos ni acusarnos
cuanto era preciso para enamorarme. Pequeñas historias galan- de nada. Durante varios minutos fuimos incapaces de hablar, y
tes que le interesaban, y cuya finalidad no le decía. Ella no la nuestras bocas, debido al acuerdo citado, sólo se ocupaban de
adivinaba; aparentaba, sin embargo, entenderlo todo, pues no dar y recibir besos. Pero tampoco tuvimos nada que decirnos
quería preguntarme nada por miedo a parecer ignorante. Le cuando, tras la fogosidad de los besos, nos quedamos tranquilos
gasté bromas que habrían desagradado a una chica de ciudad  y en u na qui etu d que nos hab ría hech o d ud ar de nuestra
nue stra prop
pr op ia
echada a perder por la educación, pero que debían de agradar a existencia si hubiera durado. Sólo fue momentánea. De común
una aldeana porque no la hacían ruborizarse. Cuando volvió su acuerdo, la naturaleza
naturaleza y el amor rompieron con una simple sa-
tío, yo hacía planes para casarme con ella y ya había decidido cudida el equilibrio del pudor y nos dejamos llevar por nuestros
colocarla en la misma casa donde había alojado a la condesa. deseos. Una hora después parecíamos tranquilos y nos mirába-
 A las tre s, hor a de Ital ia, nos sen tam os a la
l a mesa , y nues tra mos. Fue Cristina la primera en romper el silencio, para decirme
cena fue exquisita. Me tocó a mí enseñar a Cristina, que nunca con el aire más sereno y más dulce:
en su vida había comido ostras ni trufas. El vino de la Gatta no ¿Q ué hemos
hemos hecho?
hecho?
emborracha, alegra. Se bebe sin agua, es un vino que apenas dura N os hemos
hemos casad
casado.
o.
un año. Nos fuimos a la cama una hora antes de medianoche, y ¿Qué dirá mañana mi tío?
no me desperté hasta bien entrado el día. El cura se había mar- N o lo sabrá hasta
hasta que él mismo nos haya dado la bendición
bendición
chado con tanto sigilo que no lo oí. en la iglesia de su parroquia.
Miro la cama,
cama, y veo únicamente
únicamente a Cristina, dormida. L e doy ¿Cuándo?
los buenos días, abre los ojos, se da cuenta de dónde está, se ríe, Cu and o hayamos hecho
hecho todos los preparativos que
que exige
se incorpora sobre un codo, mira y dice: un matrimonio público.
M i tío se ha marchado.
marchado. ¿Cuánto tiempo se necesita para eso?
Por toda respuesta le digo que es bella como un ángel, y se Un mes poco más o menos.
ruboriza y se cubre algo mejor el seno. Pero estaremos en cuaresma'1 y no podremos casarnos.
M e muero de ganas,
ganas, mi querida Cristina, de ir a darte un un Conseguiré el permiso.
beso. N o me engañas,
engañas, ¿verdad?
Si tienes
tienes ganas, mimi querido am igo, ven a dármelo. N o, porque te
te adoro.
adoro.
Salto deprisa de la cama, y la decencia exige que rápidamente ¿Ya no tienes necesidad de conocerme?
corra a la suya. Hacía frío. Fuera cortesía o timidez, ella se N o, porque te conozco perfectamente
perfectamente y estoy seguro de
de
aparta; pero como no podía apartarse sin hacerme sitio, me pa que me harás feliz.
rece que es una invitación a ocuparlo. El frío, la naturaleza y el Y tú a mí. Levantém onos y vayam os a misa. ¡Quién hubiera
amor se ponen de acuerdo para meterme debajo de la manta, y creído que para encontrar marido no debía ir a Venecia, sino
nada me hace pensar en enfrenta rme a esas fuerz as de la natura
natura irme de esa ciudad para volver a casa!
leza. Ya tengo a Cristina entre mis brazos, y yo estoy entre los Nos levantamos y, después de haber almorzado, fuimos a
suyos. Veo en su cara sorpresa, inocencia y alegría; en la mía, misa. Luego hicimos una comida ligera. Mirando bien a Cris
ella sólo p odía leer el más tierno agradecimiento y el ardor de un lina, tuve la impresión de que su aire era distinto al que había
amor satisfecho por una victoria que se alcanza sin haber com  vis to en ella la vís pera,
pe ra, y le pregu
pr egu nté el m ot iv o. Me res po ndió
nd ió
batido.
En aquel feliz encuentro deb ido al puro azar, y en el que nada
nada 12. En 1747, el miércoles de Ceniza caía el 15 de febrero.
Pasé así con ella toda la jornada , dedicado únicamente a hacer había sido premeditado, no podíamos ni jactarnos ni acusarnos
cuanto era preciso para enamorarme. Pequeñas historias galan- de nada. Durante varios minutos fuimos incapaces de hablar, y
tes que le interesaban, y cuya finalidad no le decía. Ella no la nuestras bocas, debido al acuerdo citado, sólo se ocupaban de
adivinaba; aparentaba, sin embargo, entenderlo todo, pues no dar y recibir besos. Pero tampoco tuvimos nada que decirnos
quería preguntarme nada por miedo a parecer ignorante. Le cuando, tras la fogosidad de los besos, nos quedamos tranquilos
gasté bromas que habrían desagradado a una chica de ciudad  y en u na qui etu d que nos hab ría hech o d ud ar de nuestra
nue stra prop
pr op ia
echada a perder por la educación, pero que debían de agradar a existencia si hubiera durado. Sólo fue momentánea. De común
una aldeana porque no la hacían ruborizarse. Cuando volvió su acuerdo, la naturaleza
naturaleza y el amor rompieron con una simple sa-
tío, yo hacía planes para casarme con ella y ya había decidido cudida el equilibrio del pudor y nos dejamos llevar por nuestros
colocarla en la misma casa donde había alojado a la condesa. deseos. Una hora después parecíamos tranquilos y nos mirába-
 A las tre s, hor a de Ital ia, nos sen tam os a la
l a mesa , y nues tra mos. Fue Cristina la primera en romper el silencio, para decirme
cena fue exquisita. Me tocó a mí enseñar a Cristina, que nunca con el aire más sereno y más dulce:
en su vida había comido ostras ni trufas. El vino de la Gatta no ¿Q ué hemos
hemos hecho?
hecho?
emborracha, alegra. Se bebe sin agua, es un vino que apenas dura N os hemos
hemos casad
casado.
o.
un año. Nos fuimos a la cama una hora antes de medianoche, y ¿Qué dirá mañana mi tío?
no me desperté hasta bien entrado el día. El cura se había mar- N o lo sabrá hasta
hasta que él mismo nos haya dado la bendición
bendición
chado con tanto sigilo que no lo oí. en la iglesia de su parroquia.
Miro la cama,
cama, y veo únicamente
únicamente a Cristina, dormida. L e doy ¿Cuándo?
los buenos días, abre los ojos, se da cuenta de dónde está, se ríe, Cu and o hayamos hecho
hecho todos los preparativos que
que exige
se incorpora sobre un codo, mira y dice: un matrimonio público.
M i tío se ha marchado.
marchado. ¿Cuánto tiempo se necesita para eso?
Por toda respuesta le digo que es bella como un ángel, y se Un mes poco más o menos.
ruboriza y se cubre algo mejor el seno. Pero estaremos en cuaresma'1 y no podremos casarnos.
M e muero de ganas,
ganas, mi querida Cristina, de ir a darte un un Conseguiré el permiso.
beso. N o me engañas,
engañas, ¿verdad?
Si tienes
tienes ganas, mimi querido am igo, ven a dármelo. N o, porque te
te adoro.
adoro.
Salto deprisa de la cama, y la decencia exige que rápidamente ¿Ya no tienes necesidad de conocerme?
corra a la suya. Hacía frío. Fuera cortesía o timidez, ella se N o, porque te conozco perfectamente
perfectamente y estoy seguro de
de
aparta; pero como no podía apartarse sin hacerme sitio, me pa que me harás feliz.
rece que es una invitación a ocuparlo. El frío, la naturaleza y el Y tú a mí. Levantém onos y vayam os a misa. ¡Quién hubiera
amor se ponen de acuerdo para meterme debajo de la manta, y creído que para encontrar marido no debía ir a Venecia, sino
nada me hace pensar en enfrenta rme a esas fuerz as de la natura
natura irme de esa ciudad para volver a casa!
leza. Ya tengo a Cristina entre mis brazos, y yo estoy entre los Nos levantamos y, después de haber almorzado, fuimos a
suyos. Veo en su cara sorpresa, inocencia y alegría; en la mía, misa. Luego hicimos una comida ligera. Mirando bien a Cris
ella sólo p odía leer el más tierno agradecimiento y el ardor de un lina, tuve la impresión de que su aire era distinto al que había
amor satisfecho por una victoria que se alcanza sin haber com  vis to en ella la vís pera,
pe ra, y le pregu
pr egu nté el m ot iv o. Me res po ndió
nd ió
batido.
En aquel feliz encuentro deb ido al puro azar, y en el que nada
nada 12. En 1747, el miércoles de Ceniza caía el 15 de febrero.

504 505

que el motivo no podía ser otro que el mismo que me hacía pa- guió durmiendo. Le di la sortija y dos horas más tarde me trajo
recer pensativo. doscientos cequíes
cequíes y el recibo. N os encontró vestidos y delante
delante
M i aire pensativo, querida Cristina , es el que debe tenertener el de la chimenea.
 Am or cu and o dia log a c on el hon or. El asu nto se ha v uelto
ue lto mu y ¡Qué sorpresa para el buen hombre cuando Cristina puso
serio, y el Amor, muy sorprendido, se ve obligado a pensar. Se ante sus ojos todo su oro ! É l dio las gracias
gracias a Dios. To do le pa-
trata de casarnos ante la Iglesia y no podemos hacerlo antes de reció milagro y llegó a la conclusión de que habíamos nacido
cuaresma porque el tiempo que aún queda de carnaval es muy para hacer nuestra felicidad recíproca.
poco, y no podemos retrasarlo hasta después de Pascua porque En el momento de la despedida con su sobrina, le prometí ir
entonces sería
sería demasiado largo. N ecesitamos una dispensa jurí- a verle a principios de cuaresma, a condición, sin embargo, de
dica para celebrar nuestra boda en cuaresma. ¿No es motivo para que, a mi llegada, no encontrase a nadie informado ni de mi
pensar en ello? nombre ni de nuestros asuntos. Me entregó la partida de bau-
Levantarse y venir a abrazarme, tierna y agradecida, fue su tismo de su sobrina y el estado de su dote. Tras verlos partir, re-
respuesta. Cuanto le había dicho era cierto, pero no podía de- gresé a Vcnecia enamorado y firmemente decidido a no faltar a
cirle todo lo que me ponía pensativo. Me veía en una situación la palabra dada a la chica. Sólo dependía de mí convencer a fuer-
de compromiso que no me desagradaba, pero que hubiera de- za de oráculos a mis tres amigos de que mi boda estaba escrita
seado menos apremiante. No podía ocultarme a mí mismo ese en el gran libro del destino.
principio de arrepentimiento que serpenteaba en mi alma amo- Co mo no estaban
estaban acostumbrados a pasar tres días sin verme,
rosa y honesta, y eso me entristecía. Sin embargo, estaba seguro mi aparición los llenó de alegría. Temían que me hubiera ocu-
de que aquella excelente criatura nunca tendría que sufrir por rrido una desgracia, menos el señor de de Bragadin, porque estando
mi causa. bajo la protección de Paralís no podía ocurrirme nada malo.
Me había dicho ella que nunca había visto comedias ni tea- No más tarde del día siguiente decidí hacer feliz a Cristina
tros, y enseguida me propuse p rocurarle ese placer.
placer. Por m edio sin casarme con ella. La idea se me había ocurrido cuando la
del posadero hice venir a unun judío que me procuró tod o lo ne- amaba más que a m í mismo. D espués del goce, la balanza se había
cesario para enmascarar
enmascararla,
la, y fuimos. N o hay m ayor placer para inclinado tanto de mi parte que mi amor propio superaba al que
un amante que el que depende del placer que procura a la per- me habían
habían inspirado sus encantos. N o p odía decidirme a casarme
sona amada. Después del teatro la llevé al casino, donde se  y renu nci ar as í a las esp eran zas que pod ía alim enta r est ando libr e
quedó atónita viendo por primera vez una banca de faraón. No de todo compromiso. Pese a ello, me sentía invenciblemente es-
disponía de dinero suficiente para jugar yo, pero sí para que ella clavo del sentimiento. Ab andona r a la inocente muchacha era era una
pudiera divertirse jugando un poco. Le di diez cequíes expli- acción inicua que yo no podía cometer; la sola idea de hacerlo
cándole lo que debía hacer pese a no conocer las cartas. La hi- me estremecía. Podía estar embarazada, y sentía escalofríos ima-
cieron sentarse, y en menos de una hora resulta que ganó casi ginándola convertida en la vergüenza de su pueblo, detestán-
cien. Le dije que abandonara la partida y volvim os a la posada. dome, odiándome y sin otra esperanza que encontrar un marido
Cuando contó todo el dinero que había ganado y supo que le digno de ella después de haberse vuelto indigna de encontrarlo.
pertenecía, creyó que no era más que un sueño. «¿Qué dirá mi Me dediqu é a la tarea
tarea de buscarle un marido q ue desde cualquier
tío?» Tras una ligera comida, fuimos a pasar la noche entre los punto de vista valiese más que yo; un marido hecho, 110 sólo para
brazos del Amor. No s separamos al alba, para
para no ser sorprendi- que me perdonase la afrenta
afrenta que contra ella había cometido , sino
dos por el cura, que debía llegar dentro de poco. para que la hiciera estimar mi engaño y quererme todavía más.
Nos encontró dormidos, cada uno en su cama. Cristina si- Encontrarlo no podía ser difícil, ya que, además de ser de una
que el motivo no podía ser otro que el mismo que me hacía pa- guió durmiendo. Le di la sortija y dos horas más tarde me trajo
recer pensativo. doscientos cequíes
cequíes y el recibo. N os encontró vestidos y delante
delante
M i aire pensativo, querida Cristina , es el que debe tenertener el de la chimenea.
 Am or cu and o dia log a c on el hon or. El asu nto se ha v uelto
ue lto mu y ¡Qué sorpresa para el buen hombre cuando Cristina puso
serio, y el Amor, muy sorprendido, se ve obligado a pensar. Se ante sus ojos todo su oro ! É l dio las gracias
gracias a Dios. To do le pa-
trata de casarnos ante la Iglesia y no podemos hacerlo antes de reció milagro y llegó a la conclusión de que habíamos nacido
cuaresma porque el tiempo que aún queda de carnaval es muy para hacer nuestra felicidad recíproca.
poco, y no podemos retrasarlo hasta después de Pascua porque En el momento de la despedida con su sobrina, le prometí ir
entonces sería
sería demasiado largo. N ecesitamos una dispensa jurí- a verle a principios de cuaresma, a condición, sin embargo, de
dica para celebrar nuestra boda en cuaresma. ¿No es motivo para que, a mi llegada, no encontrase a nadie informado ni de mi
pensar en ello? nombre ni de nuestros asuntos. Me entregó la partida de bau-
Levantarse y venir a abrazarme, tierna y agradecida, fue su tismo de su sobrina y el estado de su dote. Tras verlos partir, re-
respuesta. Cuanto le había dicho era cierto, pero no podía de- gresé a Vcnecia enamorado y firmemente decidido a no faltar a
cirle todo lo que me ponía pensativo. Me veía en una situación la palabra dada a la chica. Sólo dependía de mí convencer a fuer-
de compromiso que no me desagradaba, pero que hubiera de- za de oráculos a mis tres amigos de que mi boda estaba escrita
seado menos apremiante. No podía ocultarme a mí mismo ese en el gran libro del destino.
principio de arrepentimiento que serpenteaba en mi alma amo- Co mo no estaban
estaban acostumbrados a pasar tres días sin verme,
rosa y honesta, y eso me entristecía. Sin embargo, estaba seguro mi aparición los llenó de alegría. Temían que me hubiera ocu-
de que aquella excelente criatura nunca tendría que sufrir por rrido una desgracia, menos el señor de de Bragadin, porque estando
mi causa. bajo la protección de Paralís no podía ocurrirme nada malo.
Me había dicho ella que nunca había visto comedias ni tea- No más tarde del día siguiente decidí hacer feliz a Cristina
tros, y enseguida me propuse p rocurarle ese placer.
placer. Por m edio sin casarme con ella. La idea se me había ocurrido cuando la
del posadero hice venir a unun judío que me procuró tod o lo ne- amaba más que a m í mismo. D espués del goce, la balanza se había
cesario para enmascarar
enmascararla,
la, y fuimos. N o hay m ayor placer para inclinado tanto de mi parte que mi amor propio superaba al que
un amante que el que depende del placer que procura a la per- me habían
habían inspirado sus encantos. N o p odía decidirme a casarme
sona amada. Después del teatro la llevé al casino, donde se  y renu nci ar as í a las esp eran zas que pod ía alim enta r est ando libr e
quedó atónita viendo por primera vez una banca de faraón. No de todo compromiso. Pese a ello, me sentía invenciblemente es-
disponía de dinero suficiente para jugar yo, pero sí para que ella clavo del sentimiento. Ab andona r a la inocente muchacha era era una
pudiera divertirse jugando un poco. Le di diez cequíes expli- acción inicua que yo no podía cometer; la sola idea de hacerlo
cándole lo que debía hacer pese a no conocer las cartas. La hi- me estremecía. Podía estar embarazada, y sentía escalofríos ima-
cieron sentarse, y en menos de una hora resulta que ganó casi ginándola convertida en la vergüenza de su pueblo, detestán-
cien. Le dije que abandonara la partida y volvim os a la posada. dome, odiándome y sin otra esperanza que encontrar un marido
Cuando contó todo el dinero que había ganado y supo que le digno de ella después de haberse vuelto indigna de encontrarlo.
pertenecía, creyó que no era más que un sueño. «¿Qué dirá mi Me dediqu é a la tarea
tarea de buscarle un marido q ue desde cualquier
tío?» Tras una ligera comida, fuimos a pasar la noche entre los punto de vista valiese más que yo; un marido hecho, 110 sólo para
brazos del Amor. No s separamos al alba, para
para no ser sorprendi- que me perdonase la afrenta
afrenta que contra ella había cometido , sino
dos por el cura, que debía llegar dentro de poco. para que la hiciera estimar mi engaño y quererme todavía más.
Nos encontró dormidos, cada uno en su cama. Cristina si- Encontrarlo no podía ser difícil, ya que, además de ser de una

506

belleza perfecta y gozar de una reputación sin tacha en materia de Tras estas dos gestiones, me sentí en paz. E staba m oralmente
costumbres, Cristina era dueña de catorce mil ducados corrien- seguro de que le encontrarían un marido como el que yo quería.
tes'5de Venecia. Así pues, me puse rápidamente a la tarea.  Ya só lo pensa
pe nsa ba en ter mi nar
na r bie n el carn
ca rnav
aval
al y arr eglár
eg lár me las
Encerrado con los tres adoradores de mi oráculo, hice a éste, para no encontrarme con la bolsa vacía en el momento en que
pluma en mano, una pregunta sobre el asunto que me preocu- necesitase mucho dinero.
paba. Me contestó que debía con fiar en Serenus,
Serenus, nombre caba- En cuaresma, la favorable Fortun a me hizo dueño de casi mil
lístico del señor de Bragadin, que se mostró dispuesto a hacer tequies después de haber pagado todas mis deudas, y la dispensa
cuanto Paralís le ordenase. Yo me encargaba de informarle. de Roma llegó diez después de que el señor de Bragadin la hu-
Le dije que se trataba de obtener de Rom a cuanto antes una biera solicitado del embajador; le devolví los cien escudos ro-
dispensa del Santo Padre en favor de una honestísima hija para manos que había
había adelantado
adelantado en la Dataría Apost ólica.'6 La dis-
que pudiera casarse púb licamente en la iglesia de su parroquia la pensa permitía a Cristina casarse en cualquier iglesia, una vez
próxima cuaresma. Era una labradora. Le di su partida de bau- que tuviera el sello de la cancillería episcopal diocesana, que
tismo y le dije que aún no se sabía quién era el
el espos o, lo cual no también la dispensaría de las amonestaciones. Para que mi dicha
debía suponer ningún obstáculo. Me respondió que al día si- fuera
fuera completa sólo faltaba el el esposo. E l señor Dá ndolo y a me
guiente escribiría personalmente al embajador y haría que el Sa- había propuesto tres o cuatro, que rechacé por muy buenas ra-
bio de semana'4le enviase la carta por un correo urgente. zones, pero al final encontró uno a medida.
Confía en mí me dijo, y haré pasar esta petición por un  An tes de ret irar la so rti ja d el Mo nte de Pied ad, com o no q ue -
asunto de Estado. Paralís será obedecido. Preveo que el esposo ría comparecer personalmente escribí al cura para que estuviera
será uno de
de nosotros cuatro, y hemos de prepararnos para obe- en Treviso a la hora que le indicaba. No me sorprendió verlo
decer. aparecer con Cristina. Convencida de que sólo iba a Treviso para
No fue pequeño el esfuerzo que hice para no soltar una una car- concertar todo lo relativo a nuestra boda, no se recató, me es-
cajada. Me veía dueño de convertir a Cristina en noble dama ve- trechó
trechó tiernamente
tiernamente entre sus sus brazos y yo hice otro tanto. Adiós
neciana, pero en realidad no pensaba hacerlo. Pregunté a Paralís al heroísmo. De no haber estado allí su tío, habría vuelto a darle
quién sería el esposo de la muchacha, y respondió que el señor pruebas de que nunca tendría más esposo que yo. La vi radiante
Dándolo debía encargarse de encontrar uno joven, apuesto, pru- de alegría cuando puse en m anos del cura la dispensa que le per-
dente y ciudadano'* capaz de servir a la República en puestos mitía casarse con quien quisiera durante la cuaresma. No podía
ministeriales, bien en el interior, bien en el exterior; pero que imaginar que yo hubiera podido trabajar por otro, pero, como
había que consultar conmigo antes de comprometerse a nada. aún no estaba seguro de nada, no me pareció oportuno desen-
Se animó cuando le dije que la muchacha aportaría en dote cua- gañarla en esc momento. Le prometí ir a Pr. dentro de ocho o
tro mil ducados venecianos, y que tenía quince días para en- diez días,
días, y que entonces organizaríamos
organizaríamos todo. Después de ce-
contrarlo. El señor de Bragadin, encantado de que no le fuera nar bastante contentos, di al cura el recibo y el dinero para des-
confiada esa tarca, se retorcía de risa. empeñar la sortija y fuimos a acostarnos; por suerte, en la habi-
tación en que estábamos sólo había una cama; tuve que irme a
i j. Moneda de cuenta empleada en Venecia, con un valor de 6 liras dormir a otra.
 y 4 soldi.  A la m añana sig uie nte entr é en la habi
h abi tac ión de Cr is tin a, que
14. El presidente de la
la Consulta (el Pequeño Colegio de Sabios) era
elegido cada semana entre los Grandes Sabios y los Sabios de tierra firme
para resolver asuntos corrientes. 16. I.a Dataria apostólica
apostólica era una de las cinco oficinas principales de
1 {. Miembro de una familia que tenía derecho de ciudadanía.
ciudadanía. la Curia; se encargaba de los beneficios y de las gracias.
belleza perfecta y gozar de una reputación sin tacha en materia de Tras estas dos gestiones, me sentí en paz. E staba m oralmente
costumbres, Cristina era dueña de catorce mil ducados corrien- seguro de que le encontrarían un marido como el que yo quería.
tes'5de Venecia. Así pues, me puse rápidamente a la tarea.  Ya só lo pensa
pe nsa ba en ter mi nar
na r bie n el carn
ca rnav
aval
al y arr eglár
eg lár me las
Encerrado con los tres adoradores de mi oráculo, hice a éste, para no encontrarme con la bolsa vacía en el momento en que
pluma en mano, una pregunta sobre el asunto que me preocu- necesitase mucho dinero.
paba. Me contestó que debía con fiar en Serenus,
Serenus, nombre caba- En cuaresma, la favorable Fortun a me hizo dueño de casi mil
lístico del señor de Bragadin, que se mostró dispuesto a hacer tequies después de haber pagado todas mis deudas, y la dispensa
cuanto Paralís le ordenase. Yo me encargaba de informarle. de Roma llegó diez después de que el señor de Bragadin la hu-
Le dije que se trataba de obtener de Rom a cuanto antes una biera solicitado del embajador; le devolví los cien escudos ro-
dispensa del Santo Padre en favor de una honestísima hija para manos que había
había adelantado
adelantado en la Dataría Apost ólica.'6 La dis-
que pudiera casarse púb licamente en la iglesia de su parroquia la pensa permitía a Cristina casarse en cualquier iglesia, una vez
próxima cuaresma. Era una labradora. Le di su partida de bau- que tuviera el sello de la cancillería episcopal diocesana, que
tismo y le dije que aún no se sabía quién era el
el espos o, lo cual no también la dispensaría de las amonestaciones. Para que mi dicha
debía suponer ningún obstáculo. Me respondió que al día si- fuera
fuera completa sólo faltaba el el esposo. E l señor Dá ndolo y a me
guiente escribiría personalmente al embajador y haría que el Sa- había propuesto tres o cuatro, que rechacé por muy buenas ra-
bio de semana'4le enviase la carta por un correo urgente. zones, pero al final encontró uno a medida.
Confía en mí me dijo, y haré pasar esta petición por un  An tes de ret irar la so rti ja d el Mo nte de Pied ad, com o no q ue -
asunto de Estado. Paralís será obedecido. Preveo que el esposo ría comparecer personalmente escribí al cura para que estuviera
será uno de
de nosotros cuatro, y hemos de prepararnos para obe- en Treviso a la hora que le indicaba. No me sorprendió verlo
decer. aparecer con Cristina. Convencida de que sólo iba a Treviso para
No fue pequeño el esfuerzo que hice para no soltar una una car- concertar todo lo relativo a nuestra boda, no se recató, me es-
cajada. Me veía dueño de convertir a Cristina en noble dama ve- trechó
trechó tiernamente
tiernamente entre sus sus brazos y yo hice otro tanto. Adiós
neciana, pero en realidad no pensaba hacerlo. Pregunté a Paralís al heroísmo. De no haber estado allí su tío, habría vuelto a darle
quién sería el esposo de la muchacha, y respondió que el señor pruebas de que nunca tendría más esposo que yo. La vi radiante
Dándolo debía encargarse de encontrar uno joven, apuesto, pru- de alegría cuando puse en m anos del cura la dispensa que le per-
dente y ciudadano'* capaz de servir a la República en puestos mitía casarse con quien quisiera durante la cuaresma. No podía
ministeriales, bien en el interior, bien en el exterior; pero que imaginar que yo hubiera podido trabajar por otro, pero, como
había que consultar conmigo antes de comprometerse a nada. aún no estaba seguro de nada, no me pareció oportuno desen-
Se animó cuando le dije que la muchacha aportaría en dote cua- gañarla en esc momento. Le prometí ir a Pr. dentro de ocho o
tro mil ducados venecianos, y que tenía quince días para en- diez días,
días, y que entonces organizaríamos
organizaríamos todo. Después de ce-
contrarlo. El señor de Bragadin, encantado de que no le fuera nar bastante contentos, di al cura el recibo y el dinero para des-
confiada esa tarca, se retorcía de risa. empeñar la sortija y fuimos a acostarnos; por suerte, en la habi-
tación en que estábamos sólo había una cama; tuve que irme a
i j. Moneda de cuenta empleada en Venecia, con un valor de 6 liras dormir a otra.
 y 4 soldi.  A la m añana sig uie nte entr é en la habi
h abi tac ión de Cr is tin a, que
14. El presidente de la
la Consulta (el Pequeño Colegio de Sabios) era
elegido cada semana entre los Grandes Sabios y los Sabios de tierra firme
para resolver asuntos corrientes. 16. I.a Dataria apostólica
apostólica era una de las cinco oficinas principales de
1 {. Miembro de una familia que tenía derecho de ciudadanía.
ciudadanía. la Curia; se encargaba de los beneficios y de las gracias.

508

aún estaba en la cama. Su tío se había ido a decir su misa y a re- labios que se casaría
casaría gustoso con una joven honrada que le apor-
tirar del Monte de Piedad mi solitario. Fue en esta ocasión tase en dote dinero suficiente para comprar un cargo que ya ocu-
cuando descubrí algo sobre mí mismo: Cristina era encantadora, paba, pero de manera provisional.
 y la querí
qu erí a; pe ro, mi rán do la co m o un ob jeto
je to que
qu e ya no po día Es estupendo, pero aún no puedo decidirlo; antes he de
pertenecerme, y a la que debía preparar para que entregase su oírlo hablar.
corazón a otro, sentí que debía empezar por abstenerme de darle darle Vendrá mañana
mañana a comer con nosotros.
las pruebas de un afecto que ella tenía derecho a esperar. Pase  Al día sigu ien te el jov en me p are ció mu y d ign o de los elo gio s
una hora teniéndola entre mis brazos y devorando con los ojos que el señor Dándolo le había prodigado. N os hicimos amigos. amigos.
 y los lab io s tod as sus bellez
bel lez as sin apa gar nunc a el fue go que en-
en - Le gustaba la poesía, y le enseñé algunos versos míos. Fui a vi-
cendían
cendían en mi alma. La veía enamorada y sorprendida, y adm i- sitarlo al día siguiente, y me enseñó otros suyos. Me presentó a
raba su virtud en el pudor natural que no le permitía tomar la su tía, en cuy a casa vivía con su hermana, y me encantaron su ca-
iniciativa. Se vistió, sin embargo, sin mostrarse enfadada ni ofen- rácter y la acogida que me dispensaron. A solas con él en su
dida; hubiera estado lo uno y lo otro de haber pod ido atribuir mi cuarto, le pregunté sus opiniones sobre el amor, y, después de
contención a desprecio. responderme que no le preocupaba mucho, añadió que inten-
 Vo lv ió su t ío, me en tre gó el b rill ant e y com im os. De spué
sp ués,
s, el taba casarse
casarse repitiéndome todo lo que el señor D ándolo había
buen hombre me mostró una pequeña maravilla: Cristina había dicho sobre él. Esc m ismo día le dije al señor Dándo lo que podía
aprendid o a escribir, y, para convencerm e, escribió al dictado en iniciar la negociación, y él empezó por tratar el asunto con el
mi presencia. conde Algarotti, que enseguida
enseguida habló con C ario; éste había
había res-
Me marché antes que ellos, confirmándoles la promesa que pondido que nunca diría ni sí ni no sin antes haber visto a su
les había hecho de volver a verlos al cabo de unos días. presunta futura, haber hablado con ella y haberse informado de
Fue el segundo domingo de cuaresma
cuaresma cuando el señor Dán - todo cuanto a ella se refería. El señor Algarotti respondía por
dolo, a su regreso del sermón, me dijo con aire de triunfo que el su hijo y estaba dispuesto a garantizar a la esposa cuatro mil es-
feliz esposo había sido hallado, y que estaba seguro de mi apro cudos si la dote los valía. Tras estos preliminares llegó mi turno.
bación. Se trataba
trataba de Cario X X ,'7 a quien
quien conocía de vista.
vista. Era Cario vino a mi cuarto con el señor Dándolo, que ya le había
un joven muy guapo, de buenas costumbres y unos veintidós dicho que, en lo referente a la esposa, todo el asunto estaba en
años; pasante del Ragionato  de Saverio C onstantini, era ahijado
ahijado mis manos. Me preguntó cuándo tendría la amabilidad de pre-
del conde Alga rotti, una de cuya s hermanas estaba casada con elel sentársela, y le propuse un día, advirtiéndole que debía disponer
hermano mayor del señor Dándolo.'8 de toda la jornada, porque la joven vivía a v eintidós millas de Ve
Este muchacho siguió diciéndome no tiene ya padre ni necia. Le dije que comeríamos con ella y que estaríamos de
madre, y estoy seguro de que su padrino será garante de la dote  vue lta en Vene cia el mis mo día . Me pr om eti ó po ner se a m is ór -
que la esposa aporte. Lo he sondeado, y he sabido de sus propios denes desde el amanecer.
amanecer. Ense guida env ié un mensaje urgente al
cura para avisarle del momento en que llegaría a su casa, con un
17. Cario Bernardi, el único de ese nombre que pertenecía al colegio amigo, para comer con él; Cristina también debía estar presente.
de los Ragionati. De camino a Pr. con Cario, me limité a decirle que la había
18. Elisabetta Algarotti, casada con Enrico Dándolo en 1725. I I cono cido po r casualidad en un viaje a Mcstre, hacía sólo un mes,
conde Algarotti es, sin duda, Bonomo, hermano mayor del celebre Fran
ccsco (véase nota 25, pág. 14), quien había recibido de Federico II el tí  y qu e y o mis mo me h ubi era of rec id o a c asar me con ella de haber
tulo de conde en 1740. Figura entre los autores de la traducción de l.i tenido una posición capaz de garantizarle cuatro mil ducados.
Llegamos a Pr. a casa del cura dos horas antes de mediodía,
aún estaba en la cama. Su tío se había ido a decir su misa y a re- labios que se casaría
casaría gustoso con una joven honrada que le apor-
tirar del Monte de Piedad mi solitario. Fue en esta ocasión tase en dote dinero suficiente para comprar un cargo que ya ocu-
cuando descubrí algo sobre mí mismo: Cristina era encantadora, paba, pero de manera provisional.
 y la querí
qu erí a; pe ro, mi rán do la co m o un ob jeto
je to que
qu e ya no po día Es estupendo, pero aún no puedo decidirlo; antes he de
pertenecerme, y a la que debía preparar para que entregase su oírlo hablar.
corazón a otro, sentí que debía empezar por abstenerme de darle darle Vendrá mañana
mañana a comer con nosotros.
las pruebas de un afecto que ella tenía derecho a esperar. Pase  Al día sigu ien te el jov en me p are ció mu y d ign o de los elo gio s
una hora teniéndola entre mis brazos y devorando con los ojos que el señor Dándolo le había prodigado. N os hicimos amigos. amigos.
 y los lab io s tod as sus bellez
bel lez as sin apa gar nunc a el fue go que en-
en - Le gustaba la poesía, y le enseñé algunos versos míos. Fui a vi-
cendían
cendían en mi alma. La veía enamorada y sorprendida, y adm i- sitarlo al día siguiente, y me enseñó otros suyos. Me presentó a
raba su virtud en el pudor natural que no le permitía tomar la su tía, en cuy a casa vivía con su hermana, y me encantaron su ca-
iniciativa. Se vistió, sin embargo, sin mostrarse enfadada ni ofen- rácter y la acogida que me dispensaron. A solas con él en su
dida; hubiera estado lo uno y lo otro de haber pod ido atribuir mi cuarto, le pregunté sus opiniones sobre el amor, y, después de
contención a desprecio. responderme que no le preocupaba mucho, añadió que inten-
 Vo lv ió su t ío, me en tre gó el b rill ant e y com im os. De spué
sp ués,
s, el taba casarse
casarse repitiéndome todo lo que el señor D ándolo había
buen hombre me mostró una pequeña maravilla: Cristina había dicho sobre él. Esc m ismo día le dije al señor Dándo lo que podía
aprendid o a escribir, y, para convencerm e, escribió al dictado en iniciar la negociación, y él empezó por tratar el asunto con el
mi presencia. conde Algarotti, que enseguida
enseguida habló con C ario; éste había
había res-
Me marché antes que ellos, confirmándoles la promesa que pondido que nunca diría ni sí ni no sin antes haber visto a su
les había hecho de volver a verlos al cabo de unos días. presunta futura, haber hablado con ella y haberse informado de
Fue el segundo domingo de cuaresma
cuaresma cuando el señor Dán - todo cuanto a ella se refería. El señor Algarotti respondía por
dolo, a su regreso del sermón, me dijo con aire de triunfo que el su hijo y estaba dispuesto a garantizar a la esposa cuatro mil es-
feliz esposo había sido hallado, y que estaba seguro de mi apro cudos si la dote los valía. Tras estos preliminares llegó mi turno.
bación. Se trataba
trataba de Cario X X ,'7 a quien
quien conocía de vista.
vista. Era Cario vino a mi cuarto con el señor Dándolo, que ya le había
un joven muy guapo, de buenas costumbres y unos veintidós dicho que, en lo referente a la esposa, todo el asunto estaba en
años; pasante del Ragionato  de Saverio C onstantini, era ahijado
ahijado mis manos. Me preguntó cuándo tendría la amabilidad de pre-
del conde Alga rotti, una de cuya s hermanas estaba casada con elel sentársela, y le propuse un día, advirtiéndole que debía disponer
hermano mayor del señor Dándolo.'8 de toda la jornada, porque la joven vivía a v eintidós millas de Ve
Este muchacho siguió diciéndome no tiene ya padre ni necia. Le dije que comeríamos con ella y que estaríamos de
madre, y estoy seguro de que su padrino será garante de la dote  vue lta en Vene cia el mis mo día . Me pr om eti ó po ner se a m is ór -
que la esposa aporte. Lo he sondeado, y he sabido de sus propios denes desde el amanecer.
amanecer. Ense guida env ié un mensaje urgente al
cura para avisarle del momento en que llegaría a su casa, con un
17. Cario Bernardi, el único de ese nombre que pertenecía al colegio amigo, para comer con él; Cristina también debía estar presente.
de los Ragionati. De camino a Pr. con Cario, me limité a decirle que la había
18. Elisabetta Algarotti, casada con Enrico Dándolo en 1725. I I cono cido po r casualidad en un viaje a Mcstre, hacía sólo un mes,
conde Algarotti es, sin duda, Bonomo, hermano mayor del celebre Fran
ccsco (véase nota 25, pág. 14), quien había recibido de Federico II el tí  y qu e y o mis mo me h ubi era of rec id o a c asar me con ella de haber
tulo de conde en 1740. Figura entre los autores de la traducción de l.i tenido una posición capaz de garantizarle cuatro mil ducados.
 ¡lia da  de Casanova. Llegamos a Pr. a casa del cura dos horas antes de mediodía,

51 0

 y un cuart
cu art o de
d e hora
hor a d espué
esp uéss lleg ó Cr ist ina
in a c on aire mu y d esen
es en-- que perder, le digo a Cristina que en la mesa debía estar alerta,
 vue lto salu dan do a su tío y dic ién domedo me sin ceremcer emoni
onias
as que se pues podría ser que aquel muchacho fuera el que Dios le había
alegraba mucho de volver a verme. A Cario sólo lo saludó con destinado.
una inclinación
inclinación de cabeza, preguntándom e si era pasante de abo- ¿A mí?
gado como yo. Él mismo le respondió que era pasante del Ra - A vos. Es un joven extraordinario . Seríais más más feliz con él
 gio na to , y Cristina fingió saber de qué se trataba. que conmigo, y, ya que el médico lo conoce, por él sabréis todo
Quiero enseñaros me dijo cómo escribo, y luego iremos lo que ahora no tengo tiempo de contaros.
a casa de mi madre si os place. No cenaremos hasta las dieci- Imagine el lector el dolor que esta explicación ex abrupto me
nueve,19 ¿verdad, tío? costó, y mi sorpresa al ver a Cristina tranquila y nada descon-
Sí, sobrina.
sobrina. certada. Su reacción frena el sentimiento que estaba a punto de
Encantada con el elogio con que Cario la cumplimentó cuan- hacerme llorar.
llorar. Tras un minuto de silencio nie pregunta si estaba
do sup o que no hacía un un mes que estaba aprendien do a escribir, seguro de que aquel apuesto joven querría casarse con ella. Esta
nos dijo que la siguiéramos. De camino, Cario le preguntó por pregunta, que enseguida me permitió conocer el estado de su su co -
qué había esperado hasta los diecinueve años para aprender a es- razón, me tranquiliza y consuela; no conocía yo bien a Cristina.
cribir. Le dije que, tal como ella era, no podía desagrad ar a nadie, y me
Y eso ¿qué os importa? Además, debéis saber
saber que sólo ten- reservé darle mayores detalles cuando volviese a Pr.
go diecisiete. Durante la comida, mi querida Cristina, mi amigo os estu-
Carlos le pidió excusas, pero riendo ante su tono brusco. diará, y sólo de vos depende hacer brillar todas las adorables
Cristina iba vestida de aldeana, pero estaba muy elegante con cualidades que Dios os ha dado. Y obrad de modo que nunca
sus collares de oro y sus pulseras. pueda adivinar hasta qué punt o ha sido íntima nuestra amistad.
Le dije que nos cogiera del brazo, y obedeció tras lanzarme ¡Q u é singular es todo! ¿Está informado mi tío de este este cam-
una mirada de sumisión. Encontramos a su madre condenada a bio de escena?
guardar cama por una ciática. Un hombre de buena presencia, No.
que estaba sentado al lado de la enferma, se levanta y viene a Y si le gusto,
gusto, ¿cuándo se casará
casará conmigo?
abrazar a Cario. Enseguida me dijeron que era el médico, y eso De ntro de ocho o diez días.
días. Yo me ocuparé
ocuparé de todo. Volve-
me agradó. réis a verme antes de que acabe la semana.
Tras los saludos de rigor hechos a la buena mujer y centrados  Vo lvi ó C ar io con
co n el médic
mé dic o, y C ris tina
ti na de jó la cam a de su
en los méritos de su hija, que se había sentado en la cama, el mé- madre para sentarse
sentarse frente a nosotros. Re spond ió con muy buen
dico pidió a Cario nuevas de la salud de su hermana y de su tía. sentido a todas las preguntas que Cario le hizo, provocando a
 Al
 A l ha bla r de su her man a, qu e ten ía una enfer
en ferme
me dad sec ret a, menudo la risa con sus ingenuidades, pero sin decir una sola ton-
Cario le dijo que debía hablar con él algo en privado. Salieron, tería. ¡Delicio sa ingenu idad, hija de la inteligencia y la ignoran-
dejándome a solas con madre e hija. Empiezo elogiand o al joven, cia! Sus gracias son encantadoras, ¡y sólo ella tiene el privilegio
hablo de su inteligencia, de su empleo y de la felicidad de la de decirlo todo sin que su expresión pueda ofender! ¡Pero qué
mujer que Dios pudiera darle por esposa. Ambas confirman a fea cuando no es natural! Por eso es una obra de arte cuando es
porfía mis elogios diciéndome que en su cara se anunciaban fingida y parece verdadera.
todas las cualidades que yo le atribuía. Como no había tiempo Durante la comida, no abrí la boca y, para impedir que Cris-
tina me mirase, nunca alcé los ojos hacia ella. Concentró toda
19. Sobre las 13 horas. su atención en Cario, y en ningún momento dejó de dirigirse a
 y un cuart
cu art o de
d e hora
hor a d espué
esp uéss lleg ó Cr ist ina
in a c on aire mu y d esen
es en-- que perder, le digo a Cristina que en la mesa debía estar alerta,
 vue lto salu dan do a su tío y dic ién domedo me sin ceremcer emoni
onias
as que se pues podría ser que aquel muchacho fuera el que Dios le había
alegraba mucho de volver a verme. A Cario sólo lo saludó con destinado.
una inclinación
inclinación de cabeza, preguntándom e si era pasante de abo- ¿A mí?
gado como yo. Él mismo le respondió que era pasante del Ra - A vos. Es un joven extraordinario . Seríais más más feliz con él
 gio na to , y Cristina fingió saber de qué se trataba. que conmigo, y, ya que el médico lo conoce, por él sabréis todo
Quiero enseñaros me dijo cómo escribo, y luego iremos lo que ahora no tengo tiempo de contaros.
a casa de mi madre si os place. No cenaremos hasta las dieci- Imagine el lector el dolor que esta explicación ex abrupto me
nueve,19 ¿verdad, tío? costó, y mi sorpresa al ver a Cristina tranquila y nada descon-
Sí, sobrina.
sobrina. certada. Su reacción frena el sentimiento que estaba a punto de
Encantada con el elogio con que Cario la cumplimentó cuan- hacerme llorar.
llorar. Tras un minuto de silencio nie pregunta si estaba
do sup o que no hacía un un mes que estaba aprendien do a escribir, seguro de que aquel apuesto joven querría casarse con ella. Esta
nos dijo que la siguiéramos. De camino, Cario le preguntó por pregunta, que enseguida me permitió conocer el estado de su su co -
qué había esperado hasta los diecinueve años para aprender a es- razón, me tranquiliza y consuela; no conocía yo bien a Cristina.
cribir. Le dije que, tal como ella era, no podía desagrad ar a nadie, y me
Y eso ¿qué os importa? Además, debéis saber
saber que sólo ten- reservé darle mayores detalles cuando volviese a Pr.
go diecisiete. Durante la comida, mi querida Cristina, mi amigo os estu-
Carlos le pidió excusas, pero riendo ante su tono brusco. diará, y sólo de vos depende hacer brillar todas las adorables
Cristina iba vestida de aldeana, pero estaba muy elegante con cualidades que Dios os ha dado. Y obrad de modo que nunca
sus collares de oro y sus pulseras. pueda adivinar hasta qué punt o ha sido íntima nuestra amistad.
Le dije que nos cogiera del brazo, y obedeció tras lanzarme ¡Q u é singular es todo! ¿Está informado mi tío de este este cam-
una mirada de sumisión. Encontramos a su madre condenada a bio de escena?
guardar cama por una ciática. Un hombre de buena presencia, No.
que estaba sentado al lado de la enferma, se levanta y viene a Y si le gusto,
gusto, ¿cuándo se casará
casará conmigo?
abrazar a Cario. Enseguida me dijeron que era el médico, y eso De ntro de ocho o diez días.
días. Yo me ocuparé
ocuparé de todo. Volve-
me agradó. réis a verme antes de que acabe la semana.
Tras los saludos de rigor hechos a la buena mujer y centrados  Vo lvi ó C ar io con
co n el médic
mé dic o, y C ris tina
ti na de jó la cam a de su
en los méritos de su hija, que se había sentado en la cama, el mé- madre para sentarse
sentarse frente a nosotros. Re spond ió con muy buen
dico pidió a Cario nuevas de la salud de su hermana y de su tía. sentido a todas las preguntas que Cario le hizo, provocando a
 Al
 A l ha bla r de su her man a, qu e ten ía una enfer
en ferme
me dad sec ret a, menudo la risa con sus ingenuidades, pero sin decir una sola ton-
Cario le dijo que debía hablar con él algo en privado. Salieron, tería. ¡Delicio sa ingenu idad, hija de la inteligencia y la ignoran-
dejándome a solas con madre e hija. Empiezo elogiand o al joven, cia! Sus gracias son encantadoras, ¡y sólo ella tiene el privilegio
hablo de su inteligencia, de su empleo y de la felicidad de la de decirlo todo sin que su expresión pueda ofender! ¡Pero qué
mujer que Dios pudiera darle por esposa. Ambas confirman a fea cuando no es natural! Por eso es una obra de arte cuando es
porfía mis elogios diciéndome que en su cara se anunciaban fingida y parece verdadera.
todas las cualidades que yo le atribuía. Como no había tiempo Durante la comida, no abrí la boca y, para impedir que Cris-
tina me mirase, nunca alcé los ojos hacia ella. Concentró toda
19. Sobre las 13 horas. su atención en Cario, y en ningún momento dejó de dirigirse a

5>2 51 3

el. La última frase que le dijo cuando nos despedíamos me llegó la había engañado; al contrario, debía estarme agradecida de que,
al alma. Cario le había dicho que con su belleza sería capaz de examinando luego con sangre fría mis asuntos y viendo que
hacer feliz a un príncipe, y Cristina respondió que se confor- nuestro matrimonio podía ser desgraciado, hubiera pensado en
maba con que la juzgara capaz de hacerlo feliz a él. A estas pa- encontrarle un marido más seguro y lo hubiera conseguido.
labras,
labras, Cario se sonrojó, me abrazó, y nos fuimos. Cristina era Con aire sereno me preguntó qué podría responder a su ma-
simple, pero su simplicidad no era la simplicidad de la inteli- rido si la primera noche le preguntaba quién era el amante que
gencia, que en mi opinión es pura estupidez; la tenía en el cora- le había quitado la virginidad. Le respondí que no era verosímil
zón, donde es virtud pese a proceder únicamente del tempera- que Cario, educado y discreto, le hiciera una pregunta tan cruel,
mento; era también simple en sus modales, y, por lo tanto, pero que, si se la hacía, debía responderle que nunca había te-
sincera, libre de falsa vergüenza, incapaz de falsa modestia, y sin nido amante alguno y qu e no se creía diferente de cualquier otra
sombra alguna de lo que se llama ostentación.  jove n.
Regresamos a Venecia, y durante todo el viaje Cario s ólo me ¿M e creerá?
creerá?
habló de su felicidad por haber encontrado a una joven como Sí, estoy seguro, porqu e también
también yo lo creería.
creería.
Cristina. Me dijo que al día siguiente iría a ver al conde Algarotti ¿ Y si no me cree?
 y que yo podr
po dríaía escri
es cribir
bir al c ura para que vinies
vin ies e a Ve nec ia con Se volvería digno de tu desprecio, y él mismo tendría que
todos los papeles necesarios para un contrato de matrimonio pagar la penitencia. Un hombre inteligente y bien educado, mi
que estaba impaciente por firmar. Se rió cuando le dije que le querida Cristina, no aventura nunca una pregunta así, porque
había regalado a Cristina una dispensa de Roma para casarse en no sólo está seguro de desagradar, sino de no recibir nunca la
cuaresma; me respondió que entonces había que darse prisa. La  verdad
 ver dad co mo res pue sta, sta , pue s si esa ver dad daña
dañ a la bue na op i-
reunión que al día siguiente tuvieron los señores Algarotti, Dán- nión que toda mujer debe desear que tenga de ella su marido,
dolo y Ca rio d ecidió que había que hacer venir a Venecia al al cura sólo una tonta podría resolverse a decírsela.
 y a la s obr ina . Me enc argué
arg ué de la gestión
ges tión y vo lv í a Pr. salie ndo Entiendo perfectamente lo que me dices. Abracémonos,
de Venecia dos horas antes del alba. Le dije al cura que primero pues, por última vez.
debíamos ir a Venecia con su sobrina para concluir cuanto antes N o, porque estamos
estamos solos y mi virtud es es débil.
débil. ¡Ay !, toda-
su matrimonio con el señor Cario, y él sólo me pidió el tiempo  vía te amo.
a mo.
suficiente para ir a decir su misa. Mientras esperaba, fui a infor- N o llores, querido amigo, porque, de veras, no me importa importa..
mar de todo a Cristina y le hice un sermón sentimental y pater- Fue este razonamiento lo que me hizo reír y al mismo tiempo
nal, cuyos preceptos no tenían más objeto que hacerla feliz para dejar de llorar.
llorar. Se vistió com o princesa de su aldea, y después de
el resto de sus días con un marido que cada vez se mostraría más comer partimos. Cuatro horas mas tarde llegábamos a Venecia;
digno de su estima y su cariño. Le expliqué las normas de com- los alojé en una buena posada y fui a casa del señor de Bragadin
portamiento con la tía y la hermana de Cario para ganarse su donde dije al señor Dándolo que el cura y su sobrina estaban ya
amistad. El final de mi discurso fue patético y humillante para en tal posada, que debía reunirse con el señor Cario al día si-
mí, pues, al recordarle el deber de fidelidad, tuve que pedirle guiente para poder yo presentarlos a la hora que él me indicase,
perdón por haberla seducido y engañado. Me interrumpió en  y d ejar
eja r lue go en sus mano s to do el a sun to, pues
pue s el ho no r d e los
tonces para preguntarme si, cuando le había prometido casarme isposos, el de sus parientes, sus amigos y el mío no me permi-
con ella la primera vez, tras la debilidad que habíamos cometido tían seguir interviniendo.
rindiéndonos al amor, había tenido intención de faltar a mi pa Comprendió toda la fuerza de mi razonamiento y obró en
labra, y, al oírme responderle que no, me dijo que entonces no consecuencia. Fue en busca de mi querido Cario; yo presenté
el. La última frase que le dijo cuando nos despedíamos me llegó la había engañado; al contrario, debía estarme agradecida de que,
al alma. Cario le había dicho que con su belleza sería capaz de examinando luego con sangre fría mis asuntos y viendo que
hacer feliz a un príncipe, y Cristina respondió que se confor- nuestro matrimonio podía ser desgraciado, hubiera pensado en
maba con que la juzgara capaz de hacerlo feliz a él. A estas pa- encontrarle un marido más seguro y lo hubiera conseguido.
labras,
labras, Cario se sonrojó, me abrazó, y nos fuimos. Cristina era Con aire sereno me preguntó qué podría responder a su ma-
simple, pero su simplicidad no era la simplicidad de la inteli- rido si la primera noche le preguntaba quién era el amante que
gencia, que en mi opinión es pura estupidez; la tenía en el cora- le había quitado la virginidad. Le respondí que no era verosímil
zón, donde es virtud pese a proceder únicamente del tempera- que Cario, educado y discreto, le hiciera una pregunta tan cruel,
mento; era también simple en sus modales, y, por lo tanto, pero que, si se la hacía, debía responderle que nunca había te-
sincera, libre de falsa vergüenza, incapaz de falsa modestia, y sin nido amante alguno y qu e no se creía diferente de cualquier otra
sombra alguna de lo que se llama ostentación.  jove n.
Regresamos a Venecia, y durante todo el viaje Cario s ólo me ¿M e creerá?
creerá?
habló de su felicidad por haber encontrado a una joven como Sí, estoy seguro, porqu e también
también yo lo creería.
creería.
Cristina. Me dijo que al día siguiente iría a ver al conde Algarotti ¿ Y si no me cree?
 y que yo podr
po dríaía escri
es cribir
bir al c ura para que vinies
vin ies e a Ve nec ia con Se volvería digno de tu desprecio, y él mismo tendría que
todos los papeles necesarios para un contrato de matrimonio pagar la penitencia. Un hombre inteligente y bien educado, mi
que estaba impaciente por firmar. Se rió cuando le dije que le querida Cristina, no aventura nunca una pregunta así, porque
había regalado a Cristina una dispensa de Roma para casarse en no sólo está seguro de desagradar, sino de no recibir nunca la
cuaresma; me respondió que entonces había que darse prisa. La  verdad
 ver dad co mo res pue sta, sta , pue s si esa ver dad daña
dañ a la bue na op i-
reunión que al día siguiente tuvieron los señores Algarotti, Dán- nión que toda mujer debe desear que tenga de ella su marido,
dolo y Ca rio d ecidió que había que hacer venir a Venecia al al cura sólo una tonta podría resolverse a decírsela.
 y a la s obr ina . Me enc argué
arg ué de la gestión
ges tión y vo lv í a Pr. salie ndo Entiendo perfectamente lo que me dices. Abracémonos,
de Venecia dos horas antes del alba. Le dije al cura que primero pues, por última vez.
debíamos ir a Venecia con su sobrina para concluir cuanto antes N o, porque estamos
estamos solos y mi virtud es es débil.
débil. ¡Ay !, toda-
su matrimonio con el señor Cario, y él sólo me pidió el tiempo  vía te amo.
a mo.
suficiente para ir a decir su misa. Mientras esperaba, fui a infor- N o llores, querido amigo, porque, de veras, no me importa importa..
mar de todo a Cristina y le hice un sermón sentimental y pater- Fue este razonamiento lo que me hizo reír y al mismo tiempo
nal, cuyos preceptos no tenían más objeto que hacerla feliz para dejar de llorar.
llorar. Se vistió com o princesa de su aldea, y después de
el resto de sus días con un marido que cada vez se mostraría más comer partimos. Cuatro horas mas tarde llegábamos a Venecia;
digno de su estima y su cariño. Le expliqué las normas de com- los alojé en una buena posada y fui a casa del señor de Bragadin
portamiento con la tía y la hermana de Cario para ganarse su donde dije al señor Dándolo que el cura y su sobrina estaban ya
amistad. El final de mi discurso fue patético y humillante para en tal posada, que debía reunirse con el señor Cario al día si-
mí, pues, al recordarle el deber de fidelidad, tuve que pedirle guiente para poder yo presentarlos a la hora que él me indicase,
perdón por haberla seducido y engañado. Me interrumpió en  y d ejar
eja r lue go en sus mano s to do el a sun to, pues
pue s el ho no r d e los
tonces para preguntarme si, cuando le había prometido casarme isposos, el de sus parientes, sus amigos y el mío no me permi-
con ella la primera vez, tras la debilidad que habíamos cometido tían seguir interviniendo.
rindiéndonos al amor, había tenido intención de faltar a mi pa Comprendió toda la fuerza de mi razonamiento y obró en
labra, y, al oírme responderle que no, me dijo que entonces no consecuencia. Fue en busca de mi querido Cario; yo presenté

51 4 515

ambos a Cristina y al cura, y luego les di una especie de adiós. saber quiénes eran los dos partidos que había rechazado, y que
Supe que todos juntos habían habían ido a ver al señor Algarotti, des- le había sorprendido, pues ambos tenían todas las cualidades
pués a casa de la tía de Cario, luego al notario para redactar el para ser aceptados. «Esta mujer», me decía, «es un don que el
contrato del matrimonio y de la dote; y que, por último, el cura cielo me ha destinado para hacer mi felicidad, y es a vos a quien
 y su sobr
so brina
ina habían
habí an regr
re gres
esadadoo a Pr., aco mp añado
añ ado s por
po r C ar io,
io , debo esta bella adquisición.» Su gratitud me complacía, y desde
que fijó la fecha en que volvería para celebrar la boda en la igle- luego no pensaba aprovecharla. Disfrutaba viendo que había
sia parroquial. conseguido hacer feliz a alguien.
 A su vuelt
vu elt a de
d e Pr.,
Pr. , C ar io vin o a h acer me una visit a de co rte - Cuando entramos en la iglesia una hora antes de mediodía,
sía. Me dijo que su futura había encantado con su belleza y su nos sorprendió encontrarla llena hasta el punto de que no sa-
carácter a su tía y a su hermana, y que su padrino Algarotti se bíamos dónde ponernos. Buena parte de la nobleza de Treviso
había hecho cargo de todos los gastos de la boda, que debía ce- había acudido para ver si era cierto que se celebraba solemne-
lebrarse en Pr. el día que me indicó. Me invitó a ella, y supo re- mente la boda de una aldeana en una época en que la disciplina
convenirme de tal modo cuando vio que pretendía excusarme eclesiástica prohibía celebrarlas. Todo el mundo estaba maravi-
que hube de ceder. Lo que más me agradó fue el relato del efec- llado, pues bastaba esperar un mes para no necesitar dispensa;
to que sobre su tía causó el lujo aldeano de Cristina, su forma de debía de haber una razón secreta, y se desesperaban por no
hablar y la ingenuidad de su carácter. No me negó que estaba poder adivinarla.
adivinarla. Pero cuando Cristina y C ario aparecieron, to-
enamoradísimo, y orgulloso de los elogios que le hacían. En dos admitieron que la encantadora pareja merecía aquella bri-
cuanto a la forma campesina de hablar que utilizaba Cristina, llante distinción y una excepción a todas las reglas.
estaba seguro de que no tardaría en perderla, porque en Venecia Una tal condesa Tos., de Treviso, madrina de Cristina, se
la envidia y la maldad se lo echarían en cara. Como todo esto acercó a ella después de la misa, cuando salía de la iglesia, y la
era obra mía, sentía verdadero placer, aunque en secreto estaba abrazó como a una amiga muy querida, quejándose humilde-
celoso de su felicidad. También le alabé mucho la elección que mente de que no le hubiera comunicado nada del feliz aconte-
había
había hecho del señor A lgarotti como padrino. cimiento al pasar por Treviso. En su ingenuidad, Cristina le
Car io invitó a los señores
señores Dánd olo y Barbaro, y con ellos fui fui contestó con modestia y dulzura que debía atribuir el olvido a
a Pr. el día fijado. Encontré en casa del cura una mesa preparada una urgencia aprobada, como podía ver, por el jefe mismo de la
para doce personas por los criados del conde, que había enviado Iglesia cristiana.
cristiana. N ada más darle esta sabiasabia respuesta, le presentó
a su cocinero y todo lo necesario para la comida. Cuando vi .1 a su esposo, y rogó a su padrino el conde que invitara a la señora,
Cristina escapé a otra sala para ocultar a todo el mundo mis lá madrina suya, a honrar con su presencia el banquete de bodas.
grimas. Estaba hermosa como un astro, e iba vestida de labra  As í se hizo.
hiz o. Esta
Es ta form
fo rm a d e c om porta
po rtarse
rse , que hub iera debid
de bid o ser
dora. Su es poso e incluso el conde habían intentado convencerla fruto de una noble educación y de una gran experiencia mun-
para que fuese a la iglesia ataviada a la veneciana y con su negro dana, en Cristina sólo era simple consecuencia de un espíritu
pelo empo lvado. L e dijo a Ca rio que se vestiría a la veneciana
veneciana ni honesto y sincero que habría brillado menos si se hubiera in-
cuanto estuviera con él en Venecia, pero que, en Pr., sólo la vi tentado hacerlo así con artificios.
rían vestida como siemp re la habían visto, p orque as í evitaríaevitaría que
que Nad a más entrar en la sala, la recién
recién casada fue a arrodillarse
todas las chicas con las que se había criado se burlaran de ella ante su madre, que, llorando d e alegría, la bendijo junto a su ma-
 A C ar io , Cr ist in a le parecía
par ecía una cos a sob ren atu ral. Me dijo rido. Aquella buena madre recibió la felicitación de todos los
que se había informado sobre ella por la mujer en cuya c.i' i presentes en un sillón del que la enfermedad no le permitía le-
había vivido los quince días que había pasado en Venecia p.u 1  vantar se.
ambos a Cristina y al cura, y luego les di una especie de adiós. saber quiénes eran los dos partidos que había rechazado, y que
Supe que todos juntos habían habían ido a ver al señor Algarotti, des- le había sorprendido, pues ambos tenían todas las cualidades
pués a casa de la tía de Cario, luego al notario para redactar el para ser aceptados. «Esta mujer», me decía, «es un don que el
contrato del matrimonio y de la dote; y que, por último, el cura cielo me ha destinado para hacer mi felicidad, y es a vos a quien
 y su sobr
so brina
ina habían
habí an regr
re gres
esadadoo a Pr., aco mp añado
añ ado s por
po r C ar io,
io , debo esta bella adquisición.» Su gratitud me complacía, y desde
que fijó la fecha en que volvería para celebrar la boda en la igle- luego no pensaba aprovecharla. Disfrutaba viendo que había
sia parroquial. conseguido hacer feliz a alguien.
 A su vuelt
vu elt a de
d e Pr.,
Pr. , C ar io vin o a h acer me una visit a de co rte - Cuando entramos en la iglesia una hora antes de mediodía,
sía. Me dijo que su futura había encantado con su belleza y su nos sorprendió encontrarla llena hasta el punto de que no sa-
carácter a su tía y a su hermana, y que su padrino Algarotti se bíamos dónde ponernos. Buena parte de la nobleza de Treviso
había hecho cargo de todos los gastos de la boda, que debía ce- había acudido para ver si era cierto que se celebraba solemne-
lebrarse en Pr. el día que me indicó. Me invitó a ella, y supo re- mente la boda de una aldeana en una época en que la disciplina
convenirme de tal modo cuando vio que pretendía excusarme eclesiástica prohibía celebrarlas. Todo el mundo estaba maravi-
que hube de ceder. Lo que más me agradó fue el relato del efec- llado, pues bastaba esperar un mes para no necesitar dispensa;
to que sobre su tía causó el lujo aldeano de Cristina, su forma de debía de haber una razón secreta, y se desesperaban por no
hablar y la ingenuidad de su carácter. No me negó que estaba poder adivinarla.
adivinarla. Pero cuando Cristina y C ario aparecieron, to-
enamoradísimo, y orgulloso de los elogios que le hacían. En dos admitieron que la encantadora pareja merecía aquella bri-
cuanto a la forma campesina de hablar que utilizaba Cristina, llante distinción y una excepción a todas las reglas.
estaba seguro de que no tardaría en perderla, porque en Venecia Una tal condesa Tos., de Treviso, madrina de Cristina, se
la envidia y la maldad se lo echarían en cara. Como todo esto acercó a ella después de la misa, cuando salía de la iglesia, y la
era obra mía, sentía verdadero placer, aunque en secreto estaba abrazó como a una amiga muy querida, quejándose humilde-
celoso de su felicidad. También le alabé mucho la elección que mente de que no le hubiera comunicado nada del feliz aconte-
había
había hecho del señor A lgarotti como padrino. cimiento al pasar por Treviso. En su ingenuidad, Cristina le
Car io invitó a los señores
señores Dánd olo y Barbaro, y con ellos fui fui contestó con modestia y dulzura que debía atribuir el olvido a
a Pr. el día fijado. Encontré en casa del cura una mesa preparada una urgencia aprobada, como podía ver, por el jefe mismo de la
para doce personas por los criados del conde, que había enviado Iglesia cristiana.
cristiana. N ada más darle esta sabiasabia respuesta, le presentó
a su cocinero y todo lo necesario para la comida. Cuando vi .1 a su esposo, y rogó a su padrino el conde que invitara a la señora,
Cristina escapé a otra sala para ocultar a todo el mundo mis lá madrina suya, a honrar con su presencia el banquete de bodas.
grimas. Estaba hermosa como un astro, e iba vestida de labra  As í se hizo.
hiz o. Esta
Es ta form
fo rm a d e c om porta
po rtarse
rse , que hub iera debid
de bid o ser
dora. Su es poso e incluso el conde habían intentado convencerla fruto de una noble educación y de una gran experiencia mun-
para que fuese a la iglesia ataviada a la veneciana y con su negro dana, en Cristina sólo era simple consecuencia de un espíritu
pelo empo lvado. L e dijo a Ca rio que se vestiría a la veneciana
veneciana ni honesto y sincero que habría brillado menos si se hubiera in-
cuanto estuviera con él en Venecia, pero que, en Pr., sólo la vi tentado hacerlo así con artificios.
rían vestida como siemp re la habían visto, p orque as í evitaríaevitaría que
que Nad a más entrar en la sala, la recién
recién casada fue a arrodillarse
todas las chicas con las que se había criado se burlaran de ella ante su madre, que, llorando d e alegría, la bendijo junto a su ma-
 A C ar io , Cr ist in a le parecía
par ecía una cos a sob ren atu ral. Me dijo rido. Aquella buena madre recibió la felicitación de todos los
que se había informado sobre ella por la mujer en cuya c.i' i presentes en un sillón del que la enfermedad no le permitía le-
había vivido los quince días que había pasado en Venecia p.u 1  vantar se.

5 16 517

No s sentamos a la mesa, mesa, donde la costumbre quiso que C ris- eterna, y nadie puede encontrar nada que decir. Espero que en
tina y su esposo ocuparan los primeros sitios. Yo ocupé el úl- el futuro frecuentéis siempre nuestra casa.
timo con el mayor placer. Pese a que todo estaba exquisito, Hice todo lo contrario; y se me agradeció. Todo fue bien en
apenas comí y no hablé. La única ocupación de Cristin a fue estar este encantador matrimonio. No fue hasta al cabo de un año
con todos los presentes, respondiendo o dirigiéndoles la pala- cuando Cristina dio un hijo a su marido.
bra, mirando de reojo a su querido esposo para buscar su apro- En Treviso todos estuvimos muy bien alojados, y después de
bación en todo lo que decía. En dos o tres ocasiones dijo cosas tomar varias jarras de limonada nos fuimos a la cama.
tan graciosas que su tía y su hermana no pudieron dejar de le-  A la mañan a sig uie nte ya est aba yo en la sala, con el seño se ñorr
 van tarse
tar se para
par a ir a be sarla,
sar la, y lue go a su espo
es poso
so,, a qu ien llamaron
llam aron  Al garo
ga rott
tt i y mis amigo
am igos,
s, cu and o ent ró el espo
es poso
so,, bello
be llo como
co mo un
el más afortunado de los hombres. En medio de mi alegría oí al ángel y con aspecto descansado. Tras responder con ingenio a
señor Alga rotti decirle a la señora Tos. que en toda su vida nunca todos los cumplidos de rigor, pidió a su tía y a su hermana que
había disfrutado de mayor placer. fueran a dar los buenos días a su mujer. Fueron al momento. Yo
 A las vein
ve intid
tid ós,10
ós ,10 Ca rio
ri o le dijo
di jo algo
alg o al oíd o, y enton
en ton ces ella lo miraba atentamente no sin inquietud, pero él me abrazó con
hizo una inclinación de cabeza a la señora Tos., que se levantó. toda cordialidad.
Tras los cumplidos de rigor, la recién casada salió para repartir Ha y quien se extraña de que haya m alvados alvados devotos que se
entre todas las muchachas del pueb lo que estaban en la sala con- encomienden a sus santos y les den las gracias cuando sus mal-
tigua todos los cucuruchos de peladillas que había en un gran dades tienen un feliz desenlace. Se equivocan, po rque se trata de
cesto. Se despidió de ellas, abrazando a todas sin la menor som- un sentimiento que sólo puede ser bueno, dado que combate el
bra de orgullo. Después del café, el conde Algarotti invitó a ateísmo.
todos los presentes a dormir en una casa que tenía en Treviso, y La esposa apareció bella y resplandeciente una hora después
a comer con él al día siguiente. El cura se excusó, y no le plan- entre su nueva tía y su cuñada. Saliendo a su enc uentro, el señor
tearon siquiera la posibilidad a la madre, que, cada vez peor  Algar
 Al gar ot ti le p reg un tó si había
hab ía pasado
pas ado bien
bie n la noc he, y po r tod a
desde ese feliz día, terminó muriendo dos o tres meses después. respuesta Cristina co rrió a abrazar a su su marido. Volviend o luego
Cristina dejó su casa y su pueblo para caer en manos de un sus bellos ojo s hacia mí, me dijo que era feliz, y qu e me debía su
esposo cuya felicidad hizo. El señor Algarotti se marchó con la felicidad.
condesa Tos. y mis dos nobles amigos; Cario y su mujer se fue- Las visitas empezaron por la señora Tos. y duraron hasta el
ron solos; y la tía y la hermana me acompañaron en mi carroza. momento en que nos sentamos a la mesa.
Esta hermana era una viuda de veinticinco años que no care- Despu és de comer fu imos a Mestre, y de ahí a Venecia en en una
cía de mérito; pero yo prefería a la tía. Me dijo que su nueva so- gran peo ta. Dejamos a los esposos en su casa, luego nos fuimos
brina era una verdadera joya, digna de ser adorada por todo el a divertir al señor de Bragadin contándole con detalle nuestra
mundo, pero que no la presentaría en sociedad hasta que no hu- bella expedición. Este hom bre, singularmente sabio, hizo mil re-
biera aprendido a hablar veneciano. flexiones profundas y absurdas sobre aquel matrimonio. Todas
Toda su alegría y su ingenuidad añadió no son otra cosa me parecieron cómicas, porque, basadas en algo falso, se con-
que inteligencia, que habrá que vestir a la moda de nuestra pa  vertían
 ver tían en una ext rañ a mezcla
me zcla de po líti ca mun dana
dan a y de falsa
fals a
tria, lo mismo que su persona. Estamos muy contentas de la metafísica.
elección de mi sobrino, que ha contraído con vos una deuda

20. Sobre las 16 horas.


No s sentamos a la mesa, mesa, donde la costumbre quiso que C ris- eterna, y nadie puede encontrar nada que decir. Espero que en
tina y su esposo ocuparan los primeros sitios. Yo ocupé el úl- el futuro frecuentéis siempre nuestra casa.
timo con el mayor placer. Pese a que todo estaba exquisito, Hice todo lo contrario; y se me agradeció. Todo fue bien en
apenas comí y no hablé. La única ocupación de Cristin a fue estar este encantador matrimonio. No fue hasta al cabo de un año
con todos los presentes, respondiendo o dirigiéndoles la pala- cuando Cristina dio un hijo a su marido.
bra, mirando de reojo a su querido esposo para buscar su apro- En Treviso todos estuvimos muy bien alojados, y después de
bación en todo lo que decía. En dos o tres ocasiones dijo cosas tomar varias jarras de limonada nos fuimos a la cama.
tan graciosas que su tía y su hermana no pudieron dejar de le-  A la mañan a sig uie nte ya est aba yo en la sala, con el seño se ñorr
 van tarse
tar se para
par a ir a be sarla,
sar la, y lue go a su espo
es poso
so,, a qu ien llamaron
llam aron  Al garo
ga rott
tt i y mis amigo
am igos,
s, cu and o ent ró el espo
es poso
so,, bello
be llo como
co mo un
el más afortunado de los hombres. En medio de mi alegría oí al ángel y con aspecto descansado. Tras responder con ingenio a
señor Alga rotti decirle a la señora Tos. que en toda su vida nunca todos los cumplidos de rigor, pidió a su tía y a su hermana que
había disfrutado de mayor placer. fueran a dar los buenos días a su mujer. Fueron al momento. Yo
 A las vein
ve intid
tid ós,10
ós ,10 Ca rio
ri o le dijo
di jo algo
alg o al oíd o, y enton
en ton ces ella lo miraba atentamente no sin inquietud, pero él me abrazó con
hizo una inclinación de cabeza a la señora Tos., que se levantó. toda cordialidad.
Tras los cumplidos de rigor, la recién casada salió para repartir Ha y quien se extraña de que haya m alvados alvados devotos que se
entre todas las muchachas del pueb lo que estaban en la sala con- encomienden a sus santos y les den las gracias cuando sus mal-
tigua todos los cucuruchos de peladillas que había en un gran dades tienen un feliz desenlace. Se equivocan, po rque se trata de
cesto. Se despidió de ellas, abrazando a todas sin la menor som- un sentimiento que sólo puede ser bueno, dado que combate el
bra de orgullo. Después del café, el conde Algarotti invitó a ateísmo.
todos los presentes a dormir en una casa que tenía en Treviso, y La esposa apareció bella y resplandeciente una hora después
a comer con él al día siguiente. El cura se excusó, y no le plan- entre su nueva tía y su cuñada. Saliendo a su enc uentro, el señor
tearon siquiera la posibilidad a la madre, que, cada vez peor  Algar
 Al gar ot ti le p reg un tó si había
hab ía pasado
pas ado bien
bie n la noc he, y po r tod a
desde ese feliz día, terminó muriendo dos o tres meses después. respuesta Cristina co rrió a abrazar a su su marido. Volviend o luego
Cristina dejó su casa y su pueblo para caer en manos de un sus bellos ojo s hacia mí, me dijo que era feliz, y qu e me debía su
esposo cuya felicidad hizo. El señor Algarotti se marchó con la felicidad.
condesa Tos. y mis dos nobles amigos; Cario y su mujer se fue- Las visitas empezaron por la señora Tos. y duraron hasta el
ron solos; y la tía y la hermana me acompañaron en mi carroza. momento en que nos sentamos a la mesa.
Esta hermana era una viuda de veinticinco años que no care- Despu és de comer fu imos a Mestre, y de ahí a Venecia en en una
cía de mérito; pero yo prefería a la tía. Me dijo que su nueva so- gran peo ta. Dejamos a los esposos en su casa, luego nos fuimos
brina era una verdadera joya, digna de ser adorada por todo el a divertir al señor de Bragadin contándole con detalle nuestra
mundo, pero que no la presentaría en sociedad hasta que no hu- bella expedición. Este hom bre, singularmente sabio, hizo mil re-
biera aprendido a hablar veneciano. flexiones profundas y absurdas sobre aquel matrimonio. Todas
Toda su alegría y su ingenuidad añadió no son otra cosa me parecieron cómicas, porque, basadas en algo falso, se con-
que inteligencia, que habrá que vestir a la moda de nuestra pa  vertían
 ver tían en una ext rañ a mezcla
me zcla de po líti ca mun dana
dan a y de falsa
fals a
tria, lo mismo que su persona. Estamos muy contentas de la metafísica.
elección de mi sobrino, que ha contraído con vos una deuda

20. Sobre las 16 horas.

5*8 5'9

C AP
AP Í T U L O X rió unos meses antes de mi última partida de Venecia, y dejó a su
mujer en situación muy desahogada, y a tres hijos muy bien si-
LEVES CONTRATIEMPOS QUE ME OBLIGAN tuados con los que quizá su madre vive todavía.
 A SA LI R DE VE NF .C IA . LO QU E ME O C U R R E EN M ILÁ N En el mes de junio, con ocasión de la feria de San Antonio
 Y EN MA NT UA  ile Padua,4hice amistad con un joven de mi edad que estudiaba
matemáticas con el profesor Suzzi. Se llamaba Tognolo* por su
¡ 74 7 ' ' 
apellido de familia, que en esa época cambió po r el de Fabris. Se
La segunda festividad de Pascua vino Car io a visitarnos con trata del mismo conde Fabris que murió hace ocho años en
su mujer, que, desde todos los puntos de vista, me pareció otra Transilvania, región cuyo mando ostentaba como lugarteniente
persona: era debido a la forma de vestirse y peinarse; ambos me general del ejército del emperador José II. Este hombre, que
parecieron totalmente felices. Para corresponder a los corteses debió su fortuna a sus virtudes, tal vez habría muerto oscura-
reproches que Cario me hizo por no haber ido ni una sola vez a mente si hubiera conservado su antiguo apellido de Tognolo,
 ver le, fui el día
d ía de San Marco s* c on Dánd
Dá nd olo ; y sen tí la ma yor sa- que de hecho es un nombre de campesino. Era de Uderzo, un
tisfacción
tisfacción cuando supe de sus pro pios labios que C ristina era el pueblo grande del Friuli veneciano. Un hermano suyo, abate,6
 ídolo
 íd olo de su tía y la me jor ami ga de su herman
her man a, qu e sie mp re la hombre inteligente y gran jugador, había tomado el apellido de
encontraban complaciente, respetuosa con todo lo que le insi- Fabris, e hizo que su hermano menor también lo tomara para
nuaban y dulce como un cordero. Y ya empezaba a librarse de no darle un mentís. Era lo que debía hacer cuando se vio bajo el
su acento dialectal. nuevo apellido de Fabris condecorado con el título de conde a
El día de San Marcos la encontramos en la habitación de su raíz de la compra de un feudo al Senado de Venecia. Convertido
tía; Cario había salido; al hilo de la conversación, la tía elogió en conde y ciudadano, dejó de ser campesino; convertido en Fa-
los progresos que hacía en el arte de escribir, y al mismo tiempo bris, dejó de ser Tognolo. Este apellido lo habría perjudicado,
le pidió que me enseñara su cuaderno. Cristina se levantó en- pues nunca hubiera podido pronunciarlo sin recordar a cuantos
tonces, yo la seguí. Me dijo que era feliz, y que cada día descu- lo oyeran su baja cuna. El refrán que dice que un aldeano siem-
bría en su marido un carácter más angelical. Cario le había di pre será un aldeano, está muy fundado en la experiencia; la gente
gente
cho, sin la menor sombra de sospecha o desagrado, que sabía cree que un aldeano no es capaz de un perfecto uso de la razón,
que había pasado dos días a solas conmigo, y que se había reído de sentimientos puros, de gentileza y cualquier virtud heroica.
en las narices de la malintencionada persona que le había dado Por otra parte, el nuevo co nde, aunque hacía olvidar a los demás
esa noticia sólo para turbar su paz. sus orígenes, no los olvidó, ni renegó de su pasado. Al contra-
Car io tenía todas
todas las virtudes, y veintiséis años después*
después* de su rio, lo recordaba para no comportarse nunca como se habría
boda me dio una gran prueba de amistad poniendo su bolsa a
4. Feria anual
anual de Padua,
Padua, que comenzaba el
el 1 3 de junio, aniversario
mi disposición. Nunca frecuenté su casa, y supo apreciarlo. Mu de la muerte del santo.
5. El apellido familiar del conde Fabris era Tomiotti, diminutivo
1. Más bien 1748. de Tommaso, y no Tognolo, diminutivo de Antonio. Domenico Tomiot-
2. El 25 de abril. ti de Fabris (17321789) hizo una rápida carrera militar en el ejército
3. Casano va debió de necesitar
necesitar la
la ayuda de Cario en la época de su austríaco.
 vuelta a Vene cia en septiem bre de 1774. Car io murió probablemente enen 6. Francesco Tomiotti de Fabris, literato
literato y miembro de la Accade
1783; Casanova estuvo por última vez en Venecia en enero de ese año, mia dei Granclleschi, fue asesinado en 1771 por su ama de llaves, Gio
salvo unas pocas horas que pasó en la ciudad
ciudad pocos meses después, el 16  vanna
 vanna Pettenuzzi, y el amante de ésta, el cura salernitano Michele de
de junio de ese mismo año. licllis, porque se oponía a sus relaciones.
C AP
AP Í T U L O X rió unos meses antes de mi última partida de Venecia, y dejó a su
mujer en situación muy desahogada, y a tres hijos muy bien si-
LEVES CONTRATIEMPOS QUE ME OBLIGAN tuados con los que quizá su madre vive todavía.
 A SA LI R DE VE NF .C IA . LO QU E ME O C U R R E EN M ILÁ N En el mes de junio, con ocasión de la feria de San Antonio
 Y EN MA NT UA  ile Padua,4hice amistad con un joven de mi edad que estudiaba
matemáticas con el profesor Suzzi. Se llamaba Tognolo* por su
¡ 74 7 ' ' 
apellido de familia, que en esa época cambió po r el de Fabris. Se
La segunda festividad de Pascua vino Car io a visitarnos con trata del mismo conde Fabris que murió hace ocho años en
su mujer, que, desde todos los puntos de vista, me pareció otra Transilvania, región cuyo mando ostentaba como lugarteniente
persona: era debido a la forma de vestirse y peinarse; ambos me general del ejército del emperador José II. Este hombre, que
parecieron totalmente felices. Para corresponder a los corteses debió su fortuna a sus virtudes, tal vez habría muerto oscura-
reproches que Cario me hizo por no haber ido ni una sola vez a mente si hubiera conservado su antiguo apellido de Tognolo,
 ver le, fui el día
d ía de San Marco s* c on Dánd
Dá nd olo ; y sen tí la ma yor sa- que de hecho es un nombre de campesino. Era de Uderzo, un
tisfacción
tisfacción cuando supe de sus pro pios labios que C ristina era el pueblo grande del Friuli veneciano. Un hermano suyo, abate,6
 ídolo
 íd olo de su tía y la me jor ami ga de su herman
her man a, qu e sie mp re la hombre inteligente y gran jugador, había tomado el apellido de
encontraban complaciente, respetuosa con todo lo que le insi- Fabris, e hizo que su hermano menor también lo tomara para
nuaban y dulce como un cordero. Y ya empezaba a librarse de no darle un mentís. Era lo que debía hacer cuando se vio bajo el
su acento dialectal. nuevo apellido de Fabris condecorado con el título de conde a
El día de San Marcos la encontramos en la habitación de su raíz de la compra de un feudo al Senado de Venecia. Convertido
tía; Cario había salido; al hilo de la conversación, la tía elogió en conde y ciudadano, dejó de ser campesino; convertido en Fa-
los progresos que hacía en el arte de escribir, y al mismo tiempo bris, dejó de ser Tognolo. Este apellido lo habría perjudicado,
le pidió que me enseñara su cuaderno. Cristina se levantó en- pues nunca hubiera podido pronunciarlo sin recordar a cuantos
tonces, yo la seguí. Me dijo que era feliz, y que cada día descu- lo oyeran su baja cuna. El refrán que dice que un aldeano siem-
bría en su marido un carácter más angelical. Cario le había di pre será un aldeano, está muy fundado en la experiencia; la gente
gente
cho, sin la menor sombra de sospecha o desagrado, que sabía cree que un aldeano no es capaz de un perfecto uso de la razón,
que había pasado dos días a solas conmigo, y que se había reído de sentimientos puros, de gentileza y cualquier virtud heroica.
en las narices de la malintencionada persona que le había dado Por otra parte, el nuevo co nde, aunque hacía olvidar a los demás
esa noticia sólo para turbar su paz. sus orígenes, no los olvidó, ni renegó de su pasado. Al contra-
Car io tenía todas
todas las virtudes, y veintiséis años después*
después* de su rio, lo recordaba para no comportarse nunca como se habría
boda me dio una gran prueba de amistad poniendo su bolsa a
4. Feria anual
anual de Padua,
Padua, que comenzaba el
el 1 3 de junio, aniversario
mi disposición. Nunca frecuenté su casa, y supo apreciarlo. Mu de la muerte del santo.
5. El apellido familiar del conde Fabris era Tomiotti, diminutivo
1. Más bien 1748. de Tommaso, y no Tognolo, diminutivo de Antonio. Domenico Tomiot-
2. El 25 de abril. ti de Fabris (17321789) hizo una rápida carrera militar en el ejército
3. Casano va debió de necesitar
necesitar la
la ayuda de Cario en la época de su austríaco.
 vuelta a Vene cia en septiem bre de 1774. Car io murió probablemente enen 6. Francesco Tomiotti de Fabris, literato
literato y miembro de la Accade
1783; Casanova estuvo por última vez en Venecia en enero de ese año, mia dei Granclleschi, fue asesinado en 1771 por su ama de llaves, Gio
salvo unas pocas horas que pasó en la ciudad
ciudad pocos meses después, el 16  vanna
 vanna Pettenuzzi, y el amante de ésta, el cura salernitano Michele de
de junio de ese mismo año. licllis, porque se oponía a sus relaciones.

compo rtado sin aquella metamorfosis. De ahí que en todos sus la puerta en las narices; él mismo se habría envilecido al oírse
contratos públicos siguiera utilizando su prim er apellido. llamar constantemente á rouer. D ’Alembert nunca habría habría lle-
Su hermano el abate le ofreció dos nobles empleos, para que gado a ser ilustre y célebre con el apellido Lerond ;"
; " y Metasta
eligiera: los mil cequíes que debían desembolsarse para conse- sio no hubiera brillado con el apellido de Trapasso.'1  Melanch
guir cualquiera de los dos estaban preparados; se trataba de op- ton'5con su nombre de «Tierra roja» nunca se hubiera atrevido
tar entre Marte y Minerva. Por vías directas estaba seguro de a hablar de la Eucaristía, y el señor de Beauharnais habría hecho
comprar para su hermano una compañía en las tropas de S. M. reír a todos si hubiera conservado el apellido Beauvit ,'4aunque
I. R. A .,7 y po r vías indirectas de conseguirle una cátedra en en la el fundador de su antigua familia debiera a ese nombre su for-
Universidad de Padua. Mientras tanto, mi amigo estudiaba ma- tuna. Los Bourbcux  quisieron ser llamados Bourbon'5y los Ca
temáticas porque, cualquiera que fuese el empleo que abrazara, raglio'6 adoptarían con toda seguridad
seguridad otro no mbre si fueran
fueran a
necesitaba una buena cultura. Eligió la vía militar, imitando en establecerse
establecerse en Portugal. Com pade zco al rey Poniato wski, quien,
ello a Aquiles, que prefirió la gloria a una vida larga. También él al renunciar a su corona y al título de rey, también habrá re-
pagó con su vida. Cierto que ya no era joven y que no murió en nunciado, creo yo, al nombre de Augusto que tomó al sub ir al
combate, en eso que se llama el lecho del honor; pero, de no ser trono.'7 Únicamente los Coleoni de Bérgamo se verían en un
por la pestilencial fiebre que se propagó por el país enemigo de aprieto si tuvieran que cambiar de apellido, porque, ostentando
la naturaleza al que su augusto amo lo envió, se puede creer que las glándulas necesarias para la procreación en el escudo de su
aún viviría, pues no tenía más años que yo.
los franceses en final de palabra, ese apellido suena al oído como si se
El aire distinguido, los nobles sentimientos, la inteligencia y
tratara de cerdos a matar en la rueda» (a rouer; es decir, en el suplicio de
las virtudes de Fabris habrían sido motivo de risa si hubiera se- la rueda).
guido llamándose Tognolo. Tal es la fuerza de un apelativo en el 1 1 .   JeanBaptiste Le Rond d’Alembert (17171783), hijo natural de
más necio de todos los mundos posibles.* Los que tienen un Mme. de Tencin y del caballero Destouchcs, fue recogido en las escali-
nombre malsonante, o que evoca una idea ridicula, deben aban natas de la iglesia parisina de SaintJcanI.cRond, que, según la cos-
donarlo y conseguir otro si aspiran a los honores y fortunas que tumbre,
tumbre, sirvió para darle darle nombre y apellido. Rond  significa
  significa en francés:
«redondo, rechoncho, gordo», e incluso «borracho» en lenguaje familiar.
dependen de las ciencias y las artes. Nadie puede discutirles ese 12. Pietro Metastasio es el nombre helenizado de Pietro Trapassi
derecho siempre que el nuevo nom bre escogido no pertenezca pertenezca a (16981782), poeta dramático italiano, autor sobre todo de «melodra-
nadie. En mi opinión, deben ser autores de ese nombre.9El al mas», es decir, tragedias acompañadas de música. Fue el celebre juris-
fabeto es público, y cada cual es dueño de utilizarlo para crear consulto G. V. Gravina quien, al adoptar al futuro poeta, le cambió el
una palabra y hacer que sea su propio nombre; Voltaire nunca apellido. Trapasso significa en italiano: «paso», «transición».
13 . Melanchton
Melanchton es la forma griega del
del apellido Schti'arzerd , que sig-
habría podido alcanzar la inmortalidad con el apellido de
nifica,
nifica, en contra de lo que dice Ca sanova, «tierra negra».
negra». El reformador
 Ar o ue t;10
t; 10 le ha bría n pr oh ib id o la en trad a de l tem plo y d ado
ad o con religioso Philipp Melanchton (14971560), principal colaborador de Lu-
lero, fue humanista y erudito.
7. Su Majestad Imperial y Real de Austria, siglas oficiales del empe 14. En francés, el adjetivo beau  significa «bello», y vi t designa el
miembro masculino.
rador austríaco.
8. Paráfrasis de la famosa máxima de Leibniz : «El mejor de todos 1 j. El origen de los apellidos Beauharnais y Bourbon (Borbón) es
los mundos posibles». desconocido. En cuanto a Bourbeux, parece haber derivado de su primer
9. Justificación de Casanova, que en 1760 se inventó el el patrónimo
patrónimo castillo, Burbuntis castrum.
Scingalt utilizando ocho letras del alfabeto. 16. Podría entenderse «carajo», que también designa el miembro
10. Apellido real de Voltaire, que, según Casanova, nunca le habría masculino.
permitido ser famoso, porque como «la t no suele ser pronunciada poi 17. Estanislao II Augusto abdicó el 25 de noviembre de 1795.
compo rtado sin aquella metamorfosis. De ahí que en todos sus la puerta en las narices; él mismo se habría envilecido al oírse
contratos públicos siguiera utilizando su prim er apellido. llamar constantemente á rouer. D ’Alembert nunca habría habría lle-
Su hermano el abate le ofreció dos nobles empleos, para que gado a ser ilustre y célebre con el apellido Lerond ;"
; " y Metasta
eligiera: los mil cequíes que debían desembolsarse para conse- sio no hubiera brillado con el apellido de Trapasso.'1  Melanch
guir cualquiera de los dos estaban preparados; se trataba de op- ton'5con su nombre de «Tierra roja» nunca se hubiera atrevido
tar entre Marte y Minerva. Por vías directas estaba seguro de a hablar de la Eucaristía, y el señor de Beauharnais habría hecho
comprar para su hermano una compañía en las tropas de S. M. reír a todos si hubiera conservado el apellido Beauvit ,'4aunque
I. R. A .,7 y po r vías indirectas de conseguirle una cátedra en en la el fundador de su antigua familia debiera a ese nombre su for-
Universidad de Padua. Mientras tanto, mi amigo estudiaba ma- tuna. Los Bourbcux  quisieron ser llamados Bourbon'5y los Ca
temáticas porque, cualquiera que fuese el empleo que abrazara, raglio'6 adoptarían con toda seguridad
seguridad otro no mbre si fueran
fueran a
necesitaba una buena cultura. Eligió la vía militar, imitando en establecerse
establecerse en Portugal. Com pade zco al rey Poniato wski, quien,
ello a Aquiles, que prefirió la gloria a una vida larga. También él al renunciar a su corona y al título de rey, también habrá re-
pagó con su vida. Cierto que ya no era joven y que no murió en nunciado, creo yo, al nombre de Augusto que tomó al sub ir al
combate, en eso que se llama el lecho del honor; pero, de no ser trono.'7 Únicamente los Coleoni de Bérgamo se verían en un
por la pestilencial fiebre que se propagó por el país enemigo de aprieto si tuvieran que cambiar de apellido, porque, ostentando
la naturaleza al que su augusto amo lo envió, se puede creer que las glándulas necesarias para la procreación en el escudo de su
aún viviría, pues no tenía más años que yo.
los franceses en final de palabra, ese apellido suena al oído como si se
El aire distinguido, los nobles sentimientos, la inteligencia y
tratara de cerdos a matar en la rueda» (a rouer; es decir, en el suplicio de
las virtudes de Fabris habrían sido motivo de risa si hubiera se- la rueda).
guido llamándose Tognolo. Tal es la fuerza de un apelativo en el 1 1 .   JeanBaptiste Le Rond d’Alembert (17171783), hijo natural de
más necio de todos los mundos posibles.* Los que tienen un Mme. de Tencin y del caballero Destouchcs, fue recogido en las escali-
nombre malsonante, o que evoca una idea ridicula, deben aban natas de la iglesia parisina de SaintJcanI.cRond, que, según la cos-
donarlo y conseguir otro si aspiran a los honores y fortunas que tumbre,
tumbre, sirvió para darle darle nombre y apellido. Rond  significa
  significa en francés:
«redondo, rechoncho, gordo», e incluso «borracho» en lenguaje familiar.
dependen de las ciencias y las artes. Nadie puede discutirles ese 12. Pietro Metastasio es el nombre helenizado de Pietro Trapassi
derecho siempre que el nuevo nom bre escogido no pertenezca pertenezca a (16981782), poeta dramático italiano, autor sobre todo de «melodra-
nadie. En mi opinión, deben ser autores de ese nombre.9El al mas», es decir, tragedias acompañadas de música. Fue el celebre juris-
fabeto es público, y cada cual es dueño de utilizarlo para crear consulto G. V. Gravina quien, al adoptar al futuro poeta, le cambió el
una palabra y hacer que sea su propio nombre; Voltaire nunca apellido. Trapasso significa en italiano: «paso», «transición».
13 . Melanchton
Melanchton es la forma griega del
del apellido Schti'arzerd , que sig-
habría podido alcanzar la inmortalidad con el apellido de
nifica,
nifica, en contra de lo que dice Ca sanova, «tierra negra».
negra». El reformador
 Ar o ue t;10
t; 10 le ha bría n pr oh ib id o la en trad a de l tem plo y d ado
ad o con religioso Philipp Melanchton (14971560), principal colaborador de Lu-
lero, fue humanista y erudito.
7. Su Majestad Imperial y Real de Austria, siglas oficiales del empe 14. En francés, el adjetivo beau  significa «bello», y vi t designa el
miembro masculino.
rador austríaco.
8. Paráfrasis de la famosa máxima de Leibniz : «El mejor de todos 1 j. El origen de los apellidos Beauharnais y Bourbon (Borbón) es
los mundos posibles». desconocido. En cuanto a Bourbeux, parece haber derivado de su primer
9. Justificación de Casanova, que en 1760 se inventó el el patrónimo
patrónimo castillo, Burbuntis castrum.
Scingalt utilizando ocho letras del alfabeto. 16. Podría entenderse «carajo», que también designa el miembro
10. Apellido real de Voltaire, que, según Casanova, nunca le habría masculino.
permitido ser famoso, porque como «la t no suele ser pronunciada poi 17. Estanislao II Augusto abdicó el 25 de noviembre de 1795.

522 5*3
5*3

antigua familia, se verían obligados al mismo tiempo a abdicar tenía que mostrarm e tranquilo. El trozo de tabla que había caído
de sus escudos de armas en detrimento de la gloria del heroico estaba visiblemente serrado. Me llevaron a la casa y me presta-
Bartolomeo.'*  ron traje y camisa, porque como no tenía intención de pasar allí
Hacia finales de otoño mi amigo Fabris me presentó a una más de veinticuatro horas no me había llevado nada.
familia que, digna de alimentar el corazón y la mente, vivía en el Me marcho, efectivamente, al día siguiente y vuelvo por la
de Ze ro. 1’ Jugábamo s, se hacía
campo, por la parte de hacía el amor y nos noche al alegre grupo. Fabris, que lamentaba la mala pasada
divertíamos haciéndonos diabluras unos a otros; algunas eran com o si se la hubieran hecho a él, me dijo que seguía sin saberse
sangrantes, y la audacia consistía en reírse de ellas.
ellas. N o había que quién había sido el autor. Un cequí prometido a una campesina
ofenderse por nada; era preciso aguantar las bromas o pasar por si podía decirme quién había serrado la tabla, lo descubrió todo:
necio.
necio. N os divertíamos volcando camas, asustando
asustando con apareci- había sido un joven al que estaba seguro de hacer hablar con
dos, dando a una señorita píldoras diuréticas y a otra las que otro cequí. Pero fueron mis amenazas, más todavía que mi cequí,
provocaban flatulcncias imposibles de retener. Había que reírse, las que le forzaron a revelarme que había serrado la tabla indu-
 y no era y o me nos qu e los
lo s dem ás, tan to ac tiv a co m o pa si va - cido por el señor Demetrio; era éste un griego comerciante de
mente. Sin embargo, una vez me hicieron una mala pasada que especias, de cuarenta y cinco a cincuenta años, hombre bonda-
clamaba venganza. doso y amable a quien yo no había gastado
gastado más broma que bir-
Solíamos ir a pascar hasta una granja que se hallaba a media larle la doncella de la señora Lin, de la que él estaba enamorado.
hora de distancia, pero se llegaba en un cuarto de hora atrave- Nunca he alambicado tanto mi cerebro como en esta ocasión
sando un foso sobre una tabla estrecha que servía de puente. Yo para idear la mala pasada que podía jugar a aquel bribón de
siempre quería ir por el camino más corto, a pesar de las damas, griego. Deb ía encontrar una, si no más fuerte, por lo menos igual
que, com o tenían que pasar sob re la estrecha tabla, tenían
tenían miedo a la suya, tanto por lo que se refiere a la invención como por el
pese a que yo, yendo delante, las animara a seguirme. Un buen dolor que debía causarle. Cuanto más pensaba, menos la en-
día, caminaba delante de los demás cuando, estando ya a mitad contraba, y estaba a punto de desesperar cuando vi enterrar a un
del puente, el trozo de tabla donde había puesto el pie cede y se muerto. Y esto es lo que maquiné e hice contemplando el cadá-
precipita conmigo en el foso, que no estaba lleno de agua, sino  ver .20
de un cieno sucio y líquido que apestaba. Estaba lleno de fango Fui después de medianoche al cementerio, totalmente solo,
hasta el cuello, pero hube de unirme a la carcajada general, que con mi cuchillo de monte; descubrí el muerto, le corté el brazo
sin embargo sólo du ró un m inuto porque en última instancia
instancia la hasta
hasta el hombro, no sin gran esfuerzo, y después de volver a cu-
broma era abominable y así lo reconocieron todos. Llamaron a brir de tierra el cadáver regresé a mi habitación llevando con-
unos campesinos, que me sacaron de allí en un estado que daba migo el brazo del difunto . A l día siguiente, nada más levantarme
levantarme
lástima.
lástima. Un traje de entretiempo completamente nuevo, bo rdado de la mesa donde había cenado con todos los demás, recojo mi
de lentejuelas, echado a perder, lo mismo que encajes y medias; brazo y voy a meterme debajo de la cama en la habitación del
pero no importaba; me reía, aunque estaba completamente de griego. Un cuarto de hora después, éste entra, se desviste, apaga
cidido a vengarme de una manera sangrienta, porque sangrienta la luz, se mete en la cama y, cuando me parece que empieza a
había sido la broma. Para saber quién había sido el autor sólo
20. Según Gugit z, Casanova habría
habría tomado el episodio de una no-
18. E l famoso condotiero
condotiero Bartolomco Collconi, o Coglioni (1400  vela corta, la séptima,
séptima, del volumen Cene del Lasca, del novelista italiano
1475),
1475 ), capitán general de la República
Repúbli ca de Venecia.
Venecia. En su escudo de armas
armas  Antonfranccsco Grazzi ni, llamado il Lasca ( 150 31 583);
58 3); este libro apa-
campean tres testículos a los que hace referencia su apellido. reció en 175 6, mientras que la aventura casanoviana transcurre en otoño
de 1748.
19. Zero Branco, en la provincia de Treviso.
antigua familia, se verían obligados al mismo tiempo a abdicar tenía que mostrarm e tranquilo. El trozo de tabla que había caído
de sus escudos de armas en detrimento de la gloria del heroico estaba visiblemente serrado. Me llevaron a la casa y me presta-
Bartolomeo.'*  ron traje y camisa, porque como no tenía intención de pasar allí
Hacia finales de otoño mi amigo Fabris me presentó a una más de veinticuatro horas no me había llevado nada.
familia que, digna de alimentar el corazón y la mente, vivía en el Me marcho, efectivamente, al día siguiente y vuelvo por la
de Ze ro. 1’ Jugábamo s, se hacía
campo, por la parte de hacía el amor y nos noche al alegre grupo. Fabris, que lamentaba la mala pasada
divertíamos haciéndonos diabluras unos a otros; algunas eran com o si se la hubieran hecho a él, me dijo que seguía sin saberse
sangrantes, y la audacia consistía en reírse de ellas.
ellas. N o había que quién había sido el autor. Un cequí prometido a una campesina
ofenderse por nada; era preciso aguantar las bromas o pasar por si podía decirme quién había serrado la tabla, lo descubrió todo:
necio.
necio. N os divertíamos volcando camas, asustando
asustando con apareci- había sido un joven al que estaba seguro de hacer hablar con
dos, dando a una señorita píldoras diuréticas y a otra las que otro cequí. Pero fueron mis amenazas, más todavía que mi cequí,
provocaban flatulcncias imposibles de retener. Había que reírse, las que le forzaron a revelarme que había serrado la tabla indu-
 y no era y o me nos qu e los
lo s dem ás, tan to ac tiv a co m o pa si va - cido por el señor Demetrio; era éste un griego comerciante de
mente. Sin embargo, una vez me hicieron una mala pasada que especias, de cuarenta y cinco a cincuenta años, hombre bonda-
clamaba venganza. doso y amable a quien yo no había gastado
gastado más broma que bir-
Solíamos ir a pascar hasta una granja que se hallaba a media larle la doncella de la señora Lin, de la que él estaba enamorado.
hora de distancia, pero se llegaba en un cuarto de hora atrave- Nunca he alambicado tanto mi cerebro como en esta ocasión
sando un foso sobre una tabla estrecha que servía de puente. Yo para idear la mala pasada que podía jugar a aquel bribón de
siempre quería ir por el camino más corto, a pesar de las damas, griego. Deb ía encontrar una, si no más fuerte, por lo menos igual
que, com o tenían que pasar sob re la estrecha tabla, tenían
tenían miedo a la suya, tanto por lo que se refiere a la invención como por el
pese a que yo, yendo delante, las animara a seguirme. Un buen dolor que debía causarle. Cuanto más pensaba, menos la en-
día, caminaba delante de los demás cuando, estando ya a mitad contraba, y estaba a punto de desesperar cuando vi enterrar a un
del puente, el trozo de tabla donde había puesto el pie cede y se muerto. Y esto es lo que maquiné e hice contemplando el cadá-
precipita conmigo en el foso, que no estaba lleno de agua, sino  ver .20
de un cieno sucio y líquido que apestaba. Estaba lleno de fango Fui después de medianoche al cementerio, totalmente solo,
hasta el cuello, pero hube de unirme a la carcajada general, que con mi cuchillo de monte; descubrí el muerto, le corté el brazo
sin embargo sólo du ró un m inuto porque en última instancia
instancia la hasta
hasta el hombro, no sin gran esfuerzo, y después de volver a cu-
broma era abominable y así lo reconocieron todos. Llamaron a brir de tierra el cadáver regresé a mi habitación llevando con-
unos campesinos, que me sacaron de allí en un estado que daba migo el brazo del difunto . A l día siguiente, nada más levantarme
levantarme
lástima.
lástima. Un traje de entretiempo completamente nuevo, bo rdado de la mesa donde había cenado con todos los demás, recojo mi
de lentejuelas, echado a perder, lo mismo que encajes y medias; brazo y voy a meterme debajo de la cama en la habitación del
pero no importaba; me reía, aunque estaba completamente de griego. Un cuarto de hora después, éste entra, se desviste, apaga
cidido a vengarme de una manera sangrienta, porque sangrienta la luz, se mete en la cama y, cuando me parece que empieza a
había sido la broma. Para saber quién había sido el autor sólo
20. Según Gugit z, Casanova habría
habría tomado el episodio de una no-
18. E l famoso condotiero
condotiero Bartolomco Collconi, o Coglioni (1400  vela corta, la séptima,
séptima, del volumen Cene del Lasca, del novelista italiano
1475),
1475 ), capitán general de la República
Repúbli ca de Venecia.
Venecia. En su escudo de armas
armas  Antonfranccsco Grazzi ni, llamado il Lasca ( 150 31 583);
58 3); este libro apa-
campean tres testículos a los que hace referencia su apellido. reció en 175 6, mientras que la aventura casanoviana transcurre en otoño
de 1748.
19. Zero Branco, en la provincia de Treviso.

524
524 525

dormirse, tiro hacia los pies de la colcha, lo suficiente para de- había recobrado el movimiento de los ojos, pero no la palabra,
 jar le de sc ub ier to hasta
has ta las cad era s. Le oig o re ír y decirm
de cirm e: ni la firmeza de los miembros. Al día siguiente pudo hablar, y
«Quienq uiera que seáis, marchaos y dejadme dormir, no creo en después de mi marcha supe que se quedó imbécil y con espas-
fantasmas». Diciend o esto tira hacia sí de la colcha e intenta vol- mos: en esc estado pasó el resto de su vida. Aquel mismo día el
arcipreste mandó enterrar el brazo, redactó un atestado y envió
 ver
 ve r a do rmirs
rm irs e.
Cinc o o seis minutos después yo repito el mismo juego y él a la cancillería episcopal de Treviso la denuncia de la fechoría.
me dice lo mismo; pero, cuando quiere volver a taparse con la Molesto por los reproches que se me hacían, volví a Venecia,
colcha, hago que encuentre resistencia. Entonces el griego alarga alarga  y, como
co mo quinc
qui nc e días más tard e rec ibí una cit ación
aci ón para
par a co mp a-
los brazos para coger las manos del hombre, o de la mujer, que recer ante el magistrado contra la blasfemia ,21 rogué al señor
sujetaba su cobertor, pero en vez de permitirle que encuentre mi Barbaro que se informara sobre los motivos, porque ésta es una
mano le hago agarrar la del muerto, cuyo brazo sujetaba yo con magistratura temible. Me asombraba que se procediera contra
fuerza. El griego tira también con fuerza de la mano que había mí como si hubieran estado seguros de que yo había cortado el
agarrado crey endo tirar al mismo tiempo de la persona; pero, de brazo del muerto. Pensaba que no podía sospecharse siquiera.
pronto, suelto el brazo, y ya no oigo que de la boca de mi hom- Pero no se trataba de eso; por la noche, el señor Barbaro me
bre salga la menor palabra. informó de que una mujer pedía justicia contra mí por haber
Una vez concluida así mi broma, me voy a mi cuarto seguro atraído a su hija a la
la Zuecca, d onde había abusado de ella por la
de haberle provocado un ataque de miedo, pero nada más. fuerza; y era tan cierto que la había violentado, decía la denun-
 A la m añana sigu iente
ien te me veo desp
de spert
ert ado po r un bu llic io de cia, que la joven estaba en cama, totalmente magullada a conse-
idas y venidas cuya razón no comprendo, me levanto para saber cuencia de los golpes que le había propinado.
de qué se trata, y la dueña misma de la casa me dice que lo que Este asunto era uno de esos que se hacen para provocar gas-
 yo había hec ho era dema
de masiad
siad o fuerte.
fue rte. tos y molestias al acusado, aunque sea inocente. Yo lo era de la
Pero ¿qué he hecho yo? acusación de haberla violado; pero era cierto que le había pe-
El señor Demetrio se nos muere. gado. Y ésta fue mi defensa, que rogué al señor Barbaro entre-
gar al notario del magistrado:
¿Acaso lo he matado?
La señora se va sin responderme; algo asustado y, en cual- «En tal día, vi a tal mujer con su hija. Como en la misma calle
quier caso, decidido a pasar por inocente, voy a la habitación donde las encontré había una bodega de malvasía, las invité a
del griego, donde encuentro a toda la casa, al arcipreste, y al per entrar.
entrar. L a chica había rechazado mis caricias, y la madre me dijo
tiguero que se pelea con él porque no quiere volver a enterrar el que era doncella y que hacía bien en no ceder sin sacar provecho.
brazo que allí estaba. Todo el mundo me mira horrorizado, y se Me permitió cerciorarme con la mano, y, tras reconocer que
burlan de mí cuando afirmo que no sé nada y que me asombra podía ser cierto, le ofrecí seis ccquíes si quería llevármela a la
que se permitan hacer sobre mí un juicio temerario. Me respon Zuecca por la tarde. Mi oferta fue aceptada y la madre me llevó
den: habéis sido vos, aquí sólo vos habéis podido atreveros a su hija al final del jardín de la Croce .22 Le entregué los seis ce

esto, es cosa vuestra; todos, de común acuerdo, me lo decían. El quíes y se marchó. Lo cierto es que cuando quise ir al grano, la
arcipreste me dijo que había cometido un gran crimen, y que es 21. En Venecia, cuatro patricios, que dependían del Consejo de los
taba obligado a levantar inmediatamente un atestado. L e replico Diez, se encargaban de juzgar los crímenes contra la religión y las bue-
que puede hacer lo que le venga en gana porque no tenía miedo nas costumbres.
a nada, y me marcho. 22. El jardín del convento de las benedictinas di Santa Croce, en la
En la mesa me dijeron que habían sangrado al griego, que (íiudecca, con vertido en correccional a principios del siglo XIX.
XIX.
dormirse, tiro hacia los pies de la colcha, lo suficiente para de- había recobrado el movimiento de los ojos, pero no la palabra,
 jar le de sc ub ier to hasta
has ta las cad era s. Le oig o re ír y decirm
de cirm e: ni la firmeza de los miembros. Al día siguiente pudo hablar, y
«Quienq uiera que seáis, marchaos y dejadme dormir, no creo en después de mi marcha supe que se quedó imbécil y con espas-
fantasmas». Diciend o esto tira hacia sí de la colcha e intenta vol- mos: en esc estado pasó el resto de su vida. Aquel mismo día el
arcipreste mandó enterrar el brazo, redactó un atestado y envió
 ver
 ve r a do rmirs
rm irs e.
Cinc o o seis minutos después yo repito el mismo juego y él a la cancillería episcopal de Treviso la denuncia de la fechoría.
me dice lo mismo; pero, cuando quiere volver a taparse con la Molesto por los reproches que se me hacían, volví a Venecia,
colcha, hago que encuentre resistencia. Entonces el griego alarga alarga  y, como
co mo quinc
qui nc e días más tard e rec ibí una cit ación
aci ón para
par a co mp a-
los brazos para coger las manos del hombre, o de la mujer, que recer ante el magistrado contra la blasfemia ,21 rogué al señor
sujetaba su cobertor, pero en vez de permitirle que encuentre mi Barbaro que se informara sobre los motivos, porque ésta es una
mano le hago agarrar la del muerto, cuyo brazo sujetaba yo con magistratura temible. Me asombraba que se procediera contra
fuerza. El griego tira también con fuerza de la mano que había mí como si hubieran estado seguros de que yo había cortado el
agarrado crey endo tirar al mismo tiempo de la persona; pero, de brazo del muerto. Pensaba que no podía sospecharse siquiera.
pronto, suelto el brazo, y ya no oigo que de la boca de mi hom- Pero no se trataba de eso; por la noche, el señor Barbaro me
bre salga la menor palabra. informó de que una mujer pedía justicia contra mí por haber
Una vez concluida así mi broma, me voy a mi cuarto seguro atraído a su hija a la
la Zuecca, d onde había abusado de ella por la
de haberle provocado un ataque de miedo, pero nada más. fuerza; y era tan cierto que la había violentado, decía la denun-
 A la m añana sigu iente
ien te me veo desp
de spert
ert ado po r un bu llic io de cia, que la joven estaba en cama, totalmente magullada a conse-
idas y venidas cuya razón no comprendo, me levanto para saber cuencia de los golpes que le había propinado.
de qué se trata, y la dueña misma de la casa me dice que lo que Este asunto era uno de esos que se hacen para provocar gas-
 yo había hec ho era dema
de masiad
siad o fuerte.
fue rte. tos y molestias al acusado, aunque sea inocente. Yo lo era de la
Pero ¿qué he hecho yo? acusación de haberla violado; pero era cierto que le había pe-
El señor Demetrio se nos muere. gado. Y ésta fue mi defensa, que rogué al señor Barbaro entre-
gar al notario del magistrado:
¿Acaso lo he matado?
La señora se va sin responderme; algo asustado y, en cual- «En tal día, vi a tal mujer con su hija. Como en la misma calle
quier caso, decidido a pasar por inocente, voy a la habitación donde las encontré había una bodega de malvasía, las invité a
del griego, donde encuentro a toda la casa, al arcipreste, y al per entrar.
entrar. L a chica había rechazado mis caricias, y la madre me dijo
tiguero que se pelea con él porque no quiere volver a enterrar el que era doncella y que hacía bien en no ceder sin sacar provecho.
brazo que allí estaba. Todo el mundo me mira horrorizado, y se Me permitió cerciorarme con la mano, y, tras reconocer que
burlan de mí cuando afirmo que no sé nada y que me asombra podía ser cierto, le ofrecí seis ccquíes si quería llevármela a la
que se permitan hacer sobre mí un juicio temerario. Me respon Zuecca por la tarde. Mi oferta fue aceptada y la madre me llevó
den: habéis sido vos, aquí sólo vos habéis podido atreveros a su hija al final del jardín de la Croce .22 Le entregué los seis ce

esto, es cosa vuestra; todos, de común acuerdo, me lo decían. El quíes y se marchó. Lo cierto es que cuando quise ir al grano, la
arcipreste me dijo que había cometido un gran crimen, y que es 21. En Venecia, cuatro patricios, que dependían del Consejo de los
taba obligado a levantar inmediatamente un atestado. L e replico Diez, se encargaban de juzgar los crímenes contra la religión y las bue-
que puede hacer lo que le venga en gana porque no tenía miedo nas costumbres.
a nada, y me marcho. 22. El jardín del convento de las benedictinas di Santa Croce, en la
En la mesa me dijeron que habían sangrado al griego, que (íiudecca, con vertido en correccional a principios del siglo XIX.
XIX.

526 527

muchacha empezó a esquivarme dejándome siempre con la miel miel certeza de que se decretaría mi arresto inmediato. Fue entonces
en los labios. Al principio el juego me hizo gracia; luego, mo- cuando el señor de Bragadin me dijo que debía esperar a que pa-
lesto y aburrido, le dije en serio que acabara. Me contestó en sase la tormenta. Por lo tanto, hice mis preparativos para irme.
tono suave que si yo no podía, no era culpa suya. Como cono- Nu nca he salido
salido de Venecia con más pena que entonces, por-
cía de sobra estos tejemanejes y había cometido la estupidez de que tenía en marcha tres o cuatro intrigas galantes que me inte-
pagar por adelantado, no pude resignarme a ser su víctima. Al resaban
resaban mucho y la fortuna me favorecía en el juego.
juego. Mis amigos
cabo de una hora logré colocar a la muchacha en una posición me aseguraron que ambas denuncias serían archivadas a lo sumo
en la que no podía seguir haciendo su juego; y entonces se esca- en un año. En Venecia, cuando la gente olvida un caso, todo se
bulló. arregla.
»¿Por qué no te quedas como te he puesto, bella niña? Después de preparar mi baúl, partí a la caída de la noche. Al
»Porque así no quiero. día siguiente dormí en Verona, y dos días más tarde en Milán,
»¿No quieres? donde me alojé en la posada del P ozz o.2*
o.2* Estaba solo, bien equ i-
»No. pado, perfectamente
perfectamente provisto de joyas y sin cartas de recomen-
»Entonces, sin hacer el menor ruido, cogí el palo de una es- dación, pero con cuatrocientos cequíes en mi bolsa, totalmente
coba que había allí y la molí a golpes. Gritaba como un cerdo, novato en la bella y grande ciudad de Milán, bien de salud y con
pero estábamos en la laguna y nadie podía acudir. Sé, sin em- la bienaventurada edad de veintitrés años. Era enero del año
bargo, que no le rompí ni brazos ni piernas, y que sólo en las I74 8.1’

nalgas puede haber grandes marcas de golpes. La obligué a ves Después de una buena comida, salgo solo, voy a un café,
tirsc, la hice subir a una barca que casualmente pasaba y la hice lueg o a la ópe ra,2,
ra,2,1 don de, tras ad mira r a la primera b elleza de
bajarse en lala pesquería.1» La madre de esa muchacha cobró sus Milán sin que nadie se fijase en mí, me alegro al ver a Marina
seis cequíes y la hija
hija ha conservado su detestable flor. Si soy cul de bailarina grotesca, calurosamente aplaudida con todo mere-
pable, sólo puedo serlo de haber pegado a una infame puta dis cimiento. Había crecido, ya estaba bien formada y tenía cuanto
cípula de una madre todavía más infame». debía tener una preciosa chica de diecisiete años. Tomo la de-
Mi declaración no surtió ningún efecto porq ue el magistrado cisión de reanudar mis relaciones con ella si no estaba compro-
estaba seguro de que la chica no era virgen, y la madre negaba metida. Al terminar la ópera hago que nic lleven a su aloja-
haber recibido seis cequíes e incluso haber hecho el trato. Los miento. Acababa de sentarse a la mesa con alguien, pero en
buenos oficios fueron inútiles. Fui citado, no comparecí, y es cuanto me ve, tira la servilleta y corre a mis brazos en medio de
taba mi arresto a punto de decretarse cuando al mismo magis una lluvia de besos que le devuelvo pensando que su invitado
trado le llegó la denuncia de que había desenterrado un muerto era persona sin ninguna importancia. Sin que se lo pida, me
con todo lo demás. Para mí, habría sido mejor que la hubieran
presentado ante el Consejo de los Diez, porque un tribunal tal 24. Antigua posada de Milán, en porta Ticinese; fue cerrada en 191 8.
 vez me hubie
hu biera
ra salva
sal vado
do del ot ro.
ro . El seg un do de lito,
lit o, que
qu e en el 25. Según un informe del espía Manuzzi, Casanova habría salido de
fondo sólo era cómico, suponía extrema gravedad. Fui citado .1  Venecia
 Venecia para
para no ser encarcelado
encarcelado bajo la acusación
acusación de operaciones
operaciones caba-
comparecer dentro de las veinticuatro horas siguientes, con l.i lísticas contra Bragadin. La acción transcurre a principios de 1749 (1 748,
more venero), momento en el que está atestiguada la presencia de Casa
23. Cuando
Cuan do se secaron las numerosas lagunas llamadas piscina, /><•> nova en la ciudad.
cherie,pescarie- que había en Venecia, los nombres pervivieron. Es im 26. No se trata de la Scala, inaugurada en 1778
1778,, sino probablemente
posible saber de qué calle se trata, ya que son varias las que se llaman
llaman .im del Regio Ducal Teatro,
Teatro, construido en 17 17 y destruido en 1776 por un
Pescherie. incendio.
muchacha empezó a esquivarme dejándome siempre con la miel miel certeza de que se decretaría mi arresto inmediato. Fue entonces
en los labios. Al principio el juego me hizo gracia; luego, mo- cuando el señor de Bragadin me dijo que debía esperar a que pa-
lesto y aburrido, le dije en serio que acabara. Me contestó en sase la tormenta. Por lo tanto, hice mis preparativos para irme.
tono suave que si yo no podía, no era culpa suya. Como cono- Nu nca he salido
salido de Venecia con más pena que entonces, por-
cía de sobra estos tejemanejes y había cometido la estupidez de que tenía en marcha tres o cuatro intrigas galantes que me inte-
pagar por adelantado, no pude resignarme a ser su víctima. Al resaban
resaban mucho y la fortuna me favorecía en el juego.
juego. Mis amigos
cabo de una hora logré colocar a la muchacha en una posición me aseguraron que ambas denuncias serían archivadas a lo sumo
en la que no podía seguir haciendo su juego; y entonces se esca- en un año. En Venecia, cuando la gente olvida un caso, todo se
bulló. arregla.
»¿Por qué no te quedas como te he puesto, bella niña? Después de preparar mi baúl, partí a la caída de la noche. Al
»Porque así no quiero. día siguiente dormí en Verona, y dos días más tarde en Milán,
»¿No quieres? donde me alojé en la posada del P ozz o.2*
o.2* Estaba solo, bien equ i-
»No. pado, perfectamente
perfectamente provisto de joyas y sin cartas de recomen-
»Entonces, sin hacer el menor ruido, cogí el palo de una es- dación, pero con cuatrocientos cequíes en mi bolsa, totalmente
coba que había allí y la molí a golpes. Gritaba como un cerdo, novato en la bella y grande ciudad de Milán, bien de salud y con
pero estábamos en la laguna y nadie podía acudir. Sé, sin em- la bienaventurada edad de veintitrés años. Era enero del año
bargo, que no le rompí ni brazos ni piernas, y que sólo en las I74 8.1’

nalgas puede haber grandes marcas de golpes. La obligué a ves Después de una buena comida, salgo solo, voy a un café,
tirsc, la hice subir a una barca que casualmente pasaba y la hice lueg o a la ópe ra,2,
ra,2,1 don de, tras ad mira r a la primera b elleza de
bajarse en lala pesquería.1» La madre de esa muchacha cobró sus Milán sin que nadie se fijase en mí, me alegro al ver a Marina
seis cequíes y la hija
hija ha conservado su detestable flor. Si soy cul de bailarina grotesca, calurosamente aplaudida con todo mere-
pable, sólo puedo serlo de haber pegado a una infame puta dis cimiento. Había crecido, ya estaba bien formada y tenía cuanto
cípula de una madre todavía más infame». debía tener una preciosa chica de diecisiete años. Tomo la de-
Mi declaración no surtió ningún efecto porq ue el magistrado cisión de reanudar mis relaciones con ella si no estaba compro-
estaba seguro de que la chica no era virgen, y la madre negaba metida. Al terminar la ópera hago que nic lleven a su aloja-
haber recibido seis cequíes e incluso haber hecho el trato. Los miento. Acababa de sentarse a la mesa con alguien, pero en
buenos oficios fueron inútiles. Fui citado, no comparecí, y es cuanto me ve, tira la servilleta y corre a mis brazos en medio de
taba mi arresto a punto de decretarse cuando al mismo magis una lluvia de besos que le devuelvo pensando que su invitado
trado le llegó la denuncia de que había desenterrado un muerto era persona sin ninguna importancia. Sin que se lo pida, me
con todo lo demás. Para mí, habría sido mejor que la hubieran
presentado ante el Consejo de los Diez, porque un tribunal tal 24. Antigua posada de Milán, en porta Ticinese; fue cerrada en 191 8.
 vez me hubie
hu biera
ra salva
sal vado
do del ot ro.
ro . El seg un do de lito,
lit o, que
qu e en el 25. Según un informe del espía Manuzzi, Casanova habría salido de
fondo sólo era cómico, suponía extrema gravedad. Fui citado .1  Venecia
 Venecia para
para no ser encarcelado
encarcelado bajo la acusación
acusación de operaciones
operaciones caba-
comparecer dentro de las veinticuatro horas siguientes, con l.i lísticas contra Bragadin. La acción transcurre a principios de 1749 (1 748,
more venero), momento en el que está atestiguada la presencia de Casa
23. Cuando
Cuan do se secaron las numerosas lagunas llamadas piscina, /><•> nova en la ciudad.
cherie,pescarie- que había en Venecia, los nombres pervivieron. Es im 26. No se trata de la Scala, inaugurada en 1778
1778,, sino probablemente
posible saber de qué calle se trata, ya que son varias las que se llaman
llaman .im del Regio Ducal Teatro,
Teatro, construido en 17 17 y destruido en 1776 por un
Pescherie. incendio.

528 529
529

ruega que coma con ella; pero, antes de sentarme, le pregunto miento que te he hecho ha debido disgustarle, me ha llamado
por aquel individuo. Si él se hubiera levantado cortésmente, yo put..., y ya conoces el resto. Ahora estoy aquí, donde espero
le habría pedido a Marina que me presentara; pero como per- alojarme hasta que me vaya a Mantua, donde me han contratado
manecía allí, sin moverse, debía saber quién era antes de sen- como primera bailarina .28 Le he dicho a mi criado que recoja de
tarme. casa todo lo necesario para esta noche, y mañana me haré traer
Este señor me dijo Marina es el conde Celi, romano, y es todas mis pertenencias. No volveré a ver a ese granuja, y seré
mi amante. sólo tuya si tú quieres.
quieres. En Co rfú estabas
estabas comprometido, espero
Te felicito. Caballero, no juzguéis mal nuestras manifesta- que no lo estés aquí, dime si todavía me quieres.
ciones de afecto, porque es mi hija. Te adoro, mi querida Marina, y creo que nos iremos juntos
E s una put...
put... a Mantua, pero debes ser totalmente mía.
Cierto me dijo Marina, y puedes creerle, porque es mi M i querido amigo, eso será para para mí la felicidad.
felicidad. Tengo tres-
chul... cientos cequíes y te los daré mañana sin otro interés que el de
 Aq ue l anim al le lanza
la nza enton
en ton ces un c uc hillo
hil lo a la cara,
car a, que ella  verme
 ver me due ña de tu coraz
co raz ón .
esquiva escapando. El hombre intenta perseguirla, pero lo freno N o necesito
necesito dinero. De ti sólo quiero que que me ames,
ames, y ma-
poniéndole la punta de mi espada en la garganta. Al mismo ñana por la noche estaremos más tranquilos.
tiempo ordeno a Marina que me alumbre; Marina coge su man- ¿Crees, acaso, que mañana vas a batirte? No te preocupes,
tilla, se apoya en mi brazo, yo envaino mi espada y la llevo en- querido; es un cobarde, lo conozco. Entiendo perfectamente que
cantado hacia la escalera. El supuesto conde me desafía a ir al tengas que ir, pero no encontrarás a nadie, y mejor así.
día siguiente, solo, a la Cascina de’ Pomi 27 para oír lo que tenía Entonces me contó que se había peleado con su hermano Pe
que decirme. Le respondo que me verá a las cuatro de la tarde. tronio, que Cecilia cantaba en en Gén ova, y que BellinoTeresa se-
Llevo a Marina a mi posada, donde la alojo en una habitación guía en Nápoles, donde se hacía rica arruinando a duques.
contigua a la mía y encargo cena para dos. Yo soy la única desgraciada.
En la mesa, al verme algo pensativo, Marina me preguntó si ¿P or qué desgraciada?
desgraciada? Te has
has convertido en una bella
bella y ex-
lamentaba que hubiera escapado de aquel animal para venirse celente bailarina. No seas tan pródiga de tus favores y encon-
conmigo. Tras asegurarle que para mí había sido un placer, le trarás a un hombre que te haga feliz.
rogué que me informara con detalle sobre aquel individuo. E s d ifícil ser avara de mis
mis favores, porque, cuando me ena-
Es un jugador profesional que se hace llamar conde Celi moro, me entrego totalmente, y cuando no es toy enamorada no
m e dijo . L o he conocido aquí; me hizo proposiciones, me in in tengo suerte. El hombre que me ha dado cincuenta cequíes
 vit ó a cenar,
cen ar, ju gó una partid
par tid a y, de spu és de gan ar bast ante
ant e di no vuelve. Querría tenerte a ti.
ñero a un inglés al que llevó a cenar asegurándole que yo tam N o soy rico, querida
querida amiga;
amiga; y mi honor...
bién iría, a la mañana siguiente me dio cincuenta guineas Calla . Ya sé lo que quieres decir.
decir.
diciendo que me había hecho socia suya en la banca. En cuanto ¿P or qué en lugar de un un criado no tienes una doncella?
se convirtió en mi amante, me obligó a ser complaciente con Tienes razón, me haría respetar más; pero ese granuja me
todos a los que quería engañar. Vino a vivir conmigo. El recibi sirve bien y es la fidelidad misma.
27. En torno a Milán existían muchas cascine, queserías o granjas Es por lo menos un chu...
La Caseína dei Pomi estaba formada por un grupo de viejas casas, a va 28. En el teatro del Palacio Real de Ferdinando Galli Bibliena,
Bibliena, des-
rios kilómetros de la ciudad; había servido de refugio a mendigos  y mal truido por un incendio en 1787 y reconstruido dos años más tarde; o
hechores. quizás el construido de 1549 a 1551 por G. B. Bertani.
ruega que coma con ella; pero, antes de sentarme, le pregunto miento que te he hecho ha debido disgustarle, me ha llamado
por aquel individuo. Si él se hubiera levantado cortésmente, yo put..., y ya conoces el resto. Ahora estoy aquí, donde espero
le habría pedido a Marina que me presentara; pero como per- alojarme hasta que me vaya a Mantua, donde me han contratado
manecía allí, sin moverse, debía saber quién era antes de sen- como primera bailarina .28 Le he dicho a mi criado que recoja de
tarme. casa todo lo necesario para esta noche, y mañana me haré traer
Este señor me dijo Marina es el conde Celi, romano, y es todas mis pertenencias. No volveré a ver a ese granuja, y seré
mi amante. sólo tuya si tú quieres.
quieres. En Co rfú estabas
estabas comprometido, espero
Te felicito. Caballero, no juzguéis mal nuestras manifesta- que no lo estés aquí, dime si todavía me quieres.
ciones de afecto, porque es mi hija. Te adoro, mi querida Marina, y creo que nos iremos juntos
E s una put...
put... a Mantua, pero debes ser totalmente mía.
Cierto me dijo Marina, y puedes creerle, porque es mi M i querido amigo, eso será para para mí la felicidad.
felicidad. Tengo tres-
chul... cientos cequíes y te los daré mañana sin otro interés que el de
 Aq ue l anim al le lanza
la nza enton
en ton ces un c uc hillo
hil lo a la cara,
car a, que ella  verme
 ver me due ña de tu coraz
co raz ón .
esquiva escapando. El hombre intenta perseguirla, pero lo freno N o necesito
necesito dinero. De ti sólo quiero que que me ames,
ames, y ma-
poniéndole la punta de mi espada en la garganta. Al mismo ñana por la noche estaremos más tranquilos.
tiempo ordeno a Marina que me alumbre; Marina coge su man- ¿Crees, acaso, que mañana vas a batirte? No te preocupes,
tilla, se apoya en mi brazo, yo envaino mi espada y la llevo en- querido; es un cobarde, lo conozco. Entiendo perfectamente que
cantado hacia la escalera. El supuesto conde me desafía a ir al tengas que ir, pero no encontrarás a nadie, y mejor así.
día siguiente, solo, a la Cascina de’ Pomi 27 para oír lo que tenía Entonces me contó que se había peleado con su hermano Pe
que decirme. Le respondo que me verá a las cuatro de la tarde. tronio, que Cecilia cantaba en en Gén ova, y que BellinoTeresa se-
Llevo a Marina a mi posada, donde la alojo en una habitación guía en Nápoles, donde se hacía rica arruinando a duques.
contigua a la mía y encargo cena para dos. Yo soy la única desgraciada.
En la mesa, al verme algo pensativo, Marina me preguntó si ¿P or qué desgraciada?
desgraciada? Te has
has convertido en una bella
bella y ex-
lamentaba que hubiera escapado de aquel animal para venirse celente bailarina. No seas tan pródiga de tus favores y encon-
conmigo. Tras asegurarle que para mí había sido un placer, le trarás a un hombre que te haga feliz.
rogué que me informara con detalle sobre aquel individuo. E s d ifícil ser avara de mis
mis favores, porque, cuando me ena-
Es un jugador profesional que se hace llamar conde Celi moro, me entrego totalmente, y cuando no es toy enamorada no
m e dijo . L o he conocido aquí; me hizo proposiciones, me in in tengo suerte. El hombre que me ha dado cincuenta cequíes
 vit ó a cenar,
cen ar, ju gó una partid
par tid a y, de spu és de gan ar bast ante
ant e di no vuelve. Querría tenerte a ti.
ñero a un inglés al que llevó a cenar asegurándole que yo tam N o soy rico, querida
querida amiga;
amiga; y mi honor...
bién iría, a la mañana siguiente me dio cincuenta guineas Calla . Ya sé lo que quieres decir.
decir.
diciendo que me había hecho socia suya en la banca. En cuanto ¿P or qué en lugar de un un criado no tienes una doncella?
se convirtió en mi amante, me obligó a ser complaciente con Tienes razón, me haría respetar más; pero ese granuja me
todos a los que quería engañar. Vino a vivir conmigo. El recibi sirve bien y es la fidelidad misma.
27. En torno a Milán existían muchas cascine, queserías o granjas Es por lo menos un chu...
La Caseína dei Pomi estaba formada por un grupo de viejas casas, a va 28. En el teatro del Palacio Real de Ferdinando Galli Bibliena,
Bibliena, des-
rios kilómetros de la ciudad; había servido de refugio a mendigos  y mal truido por un incendio en 1787 y reconstruido dos años más tarde; o
hechores. quizás el construido de 1549 a 1551 por G. B. Bertani.

531

Sí , pero está a mis órdenes. Créeme, no hay otro como él. a diez pasos, saco mi espada diciéndole a Celi que saque ense-
Pasé con Marina una noche muy agradable. A la mañana si- guida la suya, y el francés desenvaina también.
guiente
guiente llegaron todas sus cosas.
cosas. Almorzam os juntos muy con - ¿D os contra
contra uno? dice Celi.
tentos, y después de comer la dejé arreglándose para el teatro. A De cid a vuestro amigo que se marche,
marche, y este caballero
caballero tam-
las tres, metí en mi bolsillo todo lo que tenía de más valor, y or- bién se irá. Por otro lado, vuestro amigo tiene una espada, así
dené a un coche de alquiler que me llevara a la la Cascina de ’ Pomi, que somos dos contra dos.
donde lo despedí enseguida. Estaba convencido de que, de una El h ombre de la larga espada dijo entonc es que él no se batía
forma u otra, pondría fuera de combate a aquel bribón. Me daba con un bailarín. Mi segundo le responde que un bailarín valía
cuenta de que cometía una estupidez, y de que podía faltar a mi tanto como un mamarracho, y, mientras lo dice, se le acerca y le
palabra con un individuo de tan mala reputación sin arriesgar da un golpe de plano con la espada; yo le hago el mismo cum-
nada; pero tenía ganas de batirme y aquel duelo me parecía muy plido a Celi, que retrocede con el otro diciéndome que sólo que-
apropiado porque toda la razón estaba de mi parte. Una visita a ría decirme dos palabras y que luego se batiría.
Hablad.
una bailarina; un desvergonzado que se hace pasar por noble la
llama put... en mi presencia; después quiere matarla, se la quito, Vo s me conocéis, pero yo no os conozco. Decidme quién sois.
él lo tolera, pero dándome una cita que yo acepto. Me parecía Fue entonces cuando empecé a golpearlo en serio, igual que
que, si no acudía, le daba derecho a decir a todo el mundo que mi valiente
valiente bailarín
bailarín al otro; pero sólo un momento, porqu e echa-
ron a correr. Así terminó aquel gran duelo. Mi valiente segundo
 yo era un cob ard e.
Entré en un café a esperar que fueran las cuatro y me puse a estaba esperando a unos amigos, así que me volví a Milán solo
hablar con un francés que me pareció simpático. Como su con- tras haberle dado las gracias e invitarle
invitarle a cenar conmigo d espués
 ver sac ión me agr ada ba, le advie
ad vie rto que esp ero a alguie
al guie n que ha de la ópera en el Pozzo, donde me alojaba. Para ello le di el nom-
de venir solo, que mi honor exigía que también yo lo estuviese, bre con que me había inscrito en la posada.
 y que po r eso
e so le roga
r ogaba
ba que des aparec
apa recier
ieraa cuan
c uan do el otr
o troo llegara.
l legara. Encon tré a Marina cuando estaba a punto de salir; después
después de
Una hora después lo veo llegar en compañía de otro y le digo al haber escuchado cómo había discurrido el duelo, me prometió
francés que me complacería quedándose. contar los hechos a cuantos viese; pero le agradaba
agradaba sobre tod o el
El otro entra, y veo que el mocetón que viene con él llevaba hecho de estar segura de que mi segundo, si realmente era bai-
en el costado una espada de cuarenta pulgadas1'' y tenía todo el larín, no podía ser otro que Balletti,“ que debía bailar con ella
en Mantua.
aspecto de matón. Me levanto, diciendo en tono seco al mama-
Tras haber devuelto al baúl mis papeles y mis joyas, fui al
rracho :»0
M e habíais
habíais dicho que vendríais
vendríais solo. café, luego al teatro, a patio, donde vi a Balletti, que me señalaba
Mi amigo no está de más, pues sólo vengo aquí para hablaros. contando a todas sus amistades la grotesca historia. Al terminar
D e haberlo sabido, no me habría molestado. Pe ro no arme el teatro se unió a mí y juntos fuimos al Pozzo. Marina, que es-
mos jaleo, y vamos a hablar donde nadie nos vea. Seguidme. taba en su habitación, vino a la mía en cuanto me oyó hablar, y
Salgo con el francés, que, por conocer el lugar, me lleva a gocé con la sorpresa de Balletti al conocer a su futura compa
donde no había nadie, y nos detenemos para esperar a los otros 31 . Antonio Stefano
Stefano Balletti
Balletti (17241789) , hijo de Giuseppe Anto-
dos, que venían a paso lento hablando entre sí. Cuando los veo nio Balletti, o Mario, y de la célebre Silvia, actriz que estrenó en la Co-
media Italiana
Italiana de París las obras de Marivaux. Debutó en 1742 y en Italia
29. Más de un metro.
30. Jea n-Fe sse, o Je an -Fo ut re : «mamarracho, Juan lanas»; Casanov.i fue maestro de baile; tuvo que huir de Verona por deudas, y pasó a Ve
necia. Fue amigo de Casanova.
utiliza a menudo la abreviatura J. F.
Sí , pero está a mis órdenes. Créeme, no hay otro como él. a diez pasos, saco mi espada diciéndole a Celi que saque ense-
Pasé con Marina una noche muy agradable. A la mañana si- guida la suya, y el francés desenvaina también.
guiente
guiente llegaron todas sus cosas.
cosas. Almorzam os juntos muy con - ¿D os contra
contra uno? dice Celi.
tentos, y después de comer la dejé arreglándose para el teatro. A De cid a vuestro amigo que se marche,
marche, y este caballero
caballero tam-
las tres, metí en mi bolsillo todo lo que tenía de más valor, y or- bién se irá. Por otro lado, vuestro amigo tiene una espada, así
dené a un coche de alquiler que me llevara a la la Cascina de ’ Pomi, que somos dos contra dos.
donde lo despedí enseguida. Estaba convencido de que, de una El h ombre de la larga espada dijo entonc es que él no se batía
forma u otra, pondría fuera de combate a aquel bribón. Me daba con un bailarín. Mi segundo le responde que un bailarín valía
cuenta de que cometía una estupidez, y de que podía faltar a mi tanto como un mamarracho, y, mientras lo dice, se le acerca y le
palabra con un individuo de tan mala reputación sin arriesgar da un golpe de plano con la espada; yo le hago el mismo cum-
nada; pero tenía ganas de batirme y aquel duelo me parecía muy plido a Celi, que retrocede con el otro diciéndome que sólo que-
apropiado porque toda la razón estaba de mi parte. Una visita a ría decirme dos palabras y que luego se batiría.
Hablad.
una bailarina; un desvergonzado que se hace pasar por noble la
llama put... en mi presencia; después quiere matarla, se la quito, Vo s me conocéis, pero yo no os conozco. Decidme quién sois.
él lo tolera, pero dándome una cita que yo acepto. Me parecía Fue entonces cuando empecé a golpearlo en serio, igual que
que, si no acudía, le daba derecho a decir a todo el mundo que mi valiente
valiente bailarín
bailarín al otro; pero sólo un momento, porqu e echa-
ron a correr. Así terminó aquel gran duelo. Mi valiente segundo
 yo era un cob ard e.
Entré en un café a esperar que fueran las cuatro y me puse a estaba esperando a unos amigos, así que me volví a Milán solo
hablar con un francés que me pareció simpático. Como su con- tras haberle dado las gracias e invitarle
invitarle a cenar conmigo d espués
 ver sac ión me agr ada ba, le advie
ad vie rto que esp ero a alguie
al guie n que ha de la ópera en el Pozzo, donde me alojaba. Para ello le di el nom-
de venir solo, que mi honor exigía que también yo lo estuviese, bre con que me había inscrito en la posada.
 y que po r eso
e so le roga
r ogaba
ba que des aparec
apa recier
ieraa cuan
c uan do el otr
o troo llegara.
l legara. Encon tré a Marina cuando estaba a punto de salir; después
después de
Una hora después lo veo llegar en compañía de otro y le digo al haber escuchado cómo había discurrido el duelo, me prometió
francés que me complacería quedándose. contar los hechos a cuantos viese; pero le agradaba
agradaba sobre tod o el
El otro entra, y veo que el mocetón que viene con él llevaba hecho de estar segura de que mi segundo, si realmente era bai-
en el costado una espada de cuarenta pulgadas1'' y tenía todo el larín, no podía ser otro que Balletti,“ que debía bailar con ella
en Mantua.
aspecto de matón. Me levanto, diciendo en tono seco al mama-
Tras haber devuelto al baúl mis papeles y mis joyas, fui al
rracho :»0
M e habíais
habíais dicho que vendríais
vendríais solo. café, luego al teatro, a patio, donde vi a Balletti, que me señalaba
Mi amigo no está de más, pues sólo vengo aquí para hablaros. contando a todas sus amistades la grotesca historia. Al terminar
D e haberlo sabido, no me habría molestado. Pe ro no arme el teatro se unió a mí y juntos fuimos al Pozzo. Marina, que es-
mos jaleo, y vamos a hablar donde nadie nos vea. Seguidme. taba en su habitación, vino a la mía en cuanto me oyó hablar, y
Salgo con el francés, que, por conocer el lugar, me lleva a gocé con la sorpresa de Balletti al conocer a su futura compa
donde no había nadie, y nos detenemos para esperar a los otros 31 . Antonio Stefano
Stefano Balletti
Balletti (17241789) , hijo de Giuseppe Anto-
dos, que venían a paso lento hablando entre sí. Cuando los veo nio Balletti, o Mario, y de la célebre Silvia, actriz que estrenó en la Co-
media Italiana
Italiana de París las obras de Marivaux. Debutó en 1742 y en Italia
29. Más de un metro.
30. Jea n-Fe sse, o Je an -Fo ut re : «mamarracho, Juan lanas»; Casanov.i fue maestro de baile; tuvo que huir de Verona por deudas, y pasó a Ve
necia. Fue amigo de Casanova.
utiliza a menudo la abreviatura J. F.

533
53*

ñera de baile, con la que debía disponerse a bailar danza bur- tuvo a hablar con una encantadora mujer que ordenó detener su
lesca.
lesca. E ra imp osible que Marina se expusiese a bailar danza seria.
seria. coche en cuanto lo vio. Tras conversar con ella, se reunió con-
Estos amables secuaces de Terpsícore, que nunca habían traba- migo, y, cuando le pregunté quién era la bella dama, me respon-
 jad o jun to s, se decla
de clarar
rar on en la mes a una gue rra amor
am orosa
osa que dió lo siguiente, que, si no me equivoco, es digno de pasar a la
me la hizo muy agradable, porque Marina, que conocía su ofi- historia:
cio en materia de amor, mantenía una actitud totalmente distinta N o temo que me juzguéis indiscreto
indiscreto por lo que voy a con-
de la que su catecismo le ordenaba emplear con los tipos.  Ade- taros, pues lo que vais a saber lo sabe toda la ciudad. L a amable
más, Marina estaba de muy buen humor debido a los extraordi- dama que acabáis de ver posee una inteligencia extraordinaria, y
narios aplausos que saludaron su aparición en el segundo ballet, os daré un ejemplo: Un joven oficial de los muchos que la cor-
cuando todo el patio conocía ya la historia del conde Celi. tejaban cuando el mariscal de Richelieu mandaba en Génova,’*
Sólo quedaban diez representaciones, y, como Marina estaba se jactó de conseguir de ella más favores que todos los demás.
decidida a partir al día siguiente de la última, convinimos en par- Cierto día, en ese mismo café, aconsejó a uno de sus camaradas
tir juntos. Mientras tanto, invité a Balletti a venir a comer y que no perdiese el tiempo en cortejarla, pues nunca conseguiría
cenar con nosotros todos los días. Trabé con este joven una amis- nada. El otro le respondió que mejor haría siguiendo el consejo,
tad muy fuerte, que influyó mucho en gran parte de todo lo que porque él ya había conseguido de ella todo lo que un amante
me ha ocurrido en mi vida, como verá el lector en tiempo y podía desear.
desear. E l joven oficial, tras replicarle que estaba seguro de
lugar. Balletti tenía gran talento para su oficio, pero ésa era la que mentía, lo invitó a seguirle. «¿Para qué batirse por un hecho
menor de sus cualidades. Era virtuoso, tenía un gran corazón, cuya verdad no puede depender de un duelo?», le contestó el in-
había hecho sus estudios y recibido la mejor educación que discreto. «La señora me ha concedido todos sus favores, y si no
podía darse en Francia a una persona de calidad. me crees haré que lo oigas de sus labios.» El incrédulo replicó
No pasaron tres días sin que me diera cuenta de que Marina que apostaba veinticinco luises» a que no lo conseguiría; y el se-
deseaba conquistar a Balletti, y, sabiendo lo útil que éste podía dicente afortunado aceptó la apuesta; juntos fueron enseguida a
serle en Mantua, decidí ayudarla. Marina poseía una silla de casa de la dama que acabáis de ver, y que debía declarar cuál de
posta de dos p lazas, y fácilmente la conven cí para que se llevara los dos había ganado los veinticinco luises.
consigo a Balletti, por un motivo que no podía confiarle y que »La encontraron en el tocador.
me obligaba a no llegar a Mantua con ella, porque se habría »¿Qué buen viento, caballeros, os trac juntos aquí a esta hora?
dicho que era su amante, y eso se habría sabido donde yo no »Una apuesta, señora dijo el incrédulo, de la que sólo vos
quería que pudieran creerlo. Balletti estaba de acuerdo, pero se podéis ser árbitro. Este caballero se jacta de haber obtenido de
empeñó en pagar la mitad de los gastos de la posta; Marina  vos los ma yor es favore
fav ore s a que un amant e pued
p ued e aspira
a spira r, yo le he
se negó a permitirlo. Me costó mucho convencer a Balletti para dicho que mentía, y él, para evitar el duelo, me ha dicho que vos
que aceptara de Marina aquel regalo, pues las razones que ale- misma me diríais que no ha mentido; he apostado veinticinco
gaba eran muy buenas. Les prometí que los esperaría a comer y luises a que no lo haríais, y él ha aceptado. Por lo tanto, señora,
a cenar durante el viaje, y según lo acordado partí el día fijado pronunciaos.
una hora antes que ellos.
Llegué temprano a Cremona, donde debíamos cenar y dor- 32. En la guerra de Sucesión de Austria, Génova se alió a España,
Nápoles y Francia en 1745. Richelieu fue teniente general del ejército
mir. En lugar de e sperarlos en la posada, fui a matar el tiempo a de 1747 a 1749
un café. Encon tré en él a un oficial francés con el que enseguida 33. Moneda francesa
francesa acuñada
acuñada por Luis X III , cuyo valor cambió con
trabé conocimiento. Salimos juntos a dar una vuelta y él se de- el tiempo; en el siglo XVIII equivalía a 24 libras.
ñera de baile, con la que debía disponerse a bailar danza bur- tuvo a hablar con una encantadora mujer que ordenó detener su
lesca.
lesca. E ra imp osible que Marina se expusiese a bailar danza seria.
seria. coche en cuanto lo vio. Tras conversar con ella, se reunió con-
Estos amables secuaces de Terpsícore, que nunca habían traba- migo, y, cuando le pregunté quién era la bella dama, me respon-
 jad o jun to s, se decla
de clarar
rar on en la mes a una gue rra amor
am orosa
osa que dió lo siguiente, que, si no me equivoco, es digno de pasar a la
me la hizo muy agradable, porque Marina, que conocía su ofi- historia:
cio en materia de amor, mantenía una actitud totalmente distinta N o temo que me juzguéis indiscreto
indiscreto por lo que voy a con-
de la que su catecismo le ordenaba emplear con los tipos.  Ade- taros, pues lo que vais a saber lo sabe toda la ciudad. L a amable
más, Marina estaba de muy buen humor debido a los extraordi- dama que acabáis de ver posee una inteligencia extraordinaria, y
narios aplausos que saludaron su aparición en el segundo ballet, os daré un ejemplo: Un joven oficial de los muchos que la cor-
cuando todo el patio conocía ya la historia del conde Celi. tejaban cuando el mariscal de Richelieu mandaba en Génova,’*
Sólo quedaban diez representaciones, y, como Marina estaba se jactó de conseguir de ella más favores que todos los demás.
decidida a partir al día siguiente de la última, convinimos en par- Cierto día, en ese mismo café, aconsejó a uno de sus camaradas
tir juntos. Mientras tanto, invité a Balletti a venir a comer y que no perdiese el tiempo en cortejarla, pues nunca conseguiría
cenar con nosotros todos los días. Trabé con este joven una amis- nada. El otro le respondió que mejor haría siguiendo el consejo,
tad muy fuerte, que influyó mucho en gran parte de todo lo que porque él ya había conseguido de ella todo lo que un amante
me ha ocurrido en mi vida, como verá el lector en tiempo y podía desear.
desear. E l joven oficial, tras replicarle que estaba seguro de
lugar. Balletti tenía gran talento para su oficio, pero ésa era la que mentía, lo invitó a seguirle. «¿Para qué batirse por un hecho
menor de sus cualidades. Era virtuoso, tenía un gran corazón, cuya verdad no puede depender de un duelo?», le contestó el in-
había hecho sus estudios y recibido la mejor educación que discreto. «La señora me ha concedido todos sus favores, y si no
podía darse en Francia a una persona de calidad. me crees haré que lo oigas de sus labios.» El incrédulo replicó
No pasaron tres días sin que me diera cuenta de que Marina que apostaba veinticinco luises» a que no lo conseguiría; y el se-
deseaba conquistar a Balletti, y, sabiendo lo útil que éste podía dicente afortunado aceptó la apuesta; juntos fueron enseguida a
serle en Mantua, decidí ayudarla. Marina poseía una silla de casa de la dama que acabáis de ver, y que debía declarar cuál de
posta de dos p lazas, y fácilmente la conven cí para que se llevara los dos había ganado los veinticinco luises.
consigo a Balletti, por un motivo que no podía confiarle y que »La encontraron en el tocador.
me obligaba a no llegar a Mantua con ella, porque se habría »¿Qué buen viento, caballeros, os trac juntos aquí a esta hora?
dicho que era su amante, y eso se habría sabido donde yo no »Una apuesta, señora dijo el incrédulo, de la que sólo vos
quería que pudieran creerlo. Balletti estaba de acuerdo, pero se podéis ser árbitro. Este caballero se jacta de haber obtenido de
empeñó en pagar la mitad de los gastos de la posta; Marina  vos los ma yor es favore
fav ore s a que un amant e pued
p ued e aspira
a spira r, yo le he
se negó a permitirlo. Me costó mucho convencer a Balletti para dicho que mentía, y él, para evitar el duelo, me ha dicho que vos
que aceptara de Marina aquel regalo, pues las razones que ale- misma me diríais que no ha mentido; he apostado veinticinco
gaba eran muy buenas. Les prometí que los esperaría a comer y luises a que no lo haríais, y él ha aceptado. Por lo tanto, señora,
a cenar durante el viaje, y según lo acordado partí el día fijado pronunciaos.
una hora antes que ellos.
Llegué temprano a Cremona, donde debíamos cenar y dor- 32. En la guerra de Sucesión de Austria, Génova se alió a España,
Nápoles y Francia en 1745. Richelieu fue teniente general del ejército
mir. En lugar de e sperarlos en la posada, fui a matar el tiempo a de 1747 a 1749
un café. Encon tré en él a un oficial francés con el que enseguida 33. Moneda francesa
francesa acuñada
acuñada por Luis X III , cuyo valor cambió con
trabé conocimiento. Salimos juntos a dar una vuelta y él se de- el tiempo; en el siglo XVIII equivalía a 24 libras.

534
534 535

»Habé is perdido vos le respondió la señora, y ahora rue- Tras decirle a Marina que en Mantua no deseaba verla muy a
go a ambos que os vayáis, y os advierta que, si volvéis a poner menudo, fue a alojarse en el piso que el empres ario le había des-
los pies en mi casa, seréis muy mal recibidos. tinado, y Balletti se fue al suyo. Yo me alojé en San Marco, en la
»Aquellos dos botarates
botarates salieron
salieron m uy m ortificados;
ortificados; el incré- posada de la Posta .35
dulo pagó, pero, vivamente ofendido, trató al vencedor de tal Ese mismo día salí demasiado tarde a pasear fuera de Mantua
modo que ocho días después le propinó una estocada que lo  y entré en la tiend a de u n libre
li bre ro para ver las noved
n oved ades.
ade s. Cu ando
an do
mató. Desde entonces la señora va al casino y a todas partes, llegó la noche, al ver que no me iba, me dijo que quería cerr ar su
pero no ha querido recibir a nadie en su casa, donde vive muy tienda. Salgo y al final del pórtico me veo arrestado por una pa-
bien con su marido. trulla. El oficial me dice que habían dado las dos (de Italia), y
¿Cómo se tomó la cosa el marido? como no tenía linterna debía llevarme al puesto de guardia.
Dice que, si su mujer hubiera dado la razón al otro, se ha- Cuando le digo que, llegado ese mismo día, desconocía las leyes
bría divorciado, p orque nadie hubiera vuelto a tener dudas sobre de la ciudad, me responde que su deber era arrestarme; hube de
el asunto. ceder. Me presenta al capitán,
capitán, un joven apuesto y corpulento que
Ese marido es hombre inteligente. Si la señora hubiera se alegra al verme. Le pido que me devuelva a mi posada porque
dicho que el que se había jactado mentía, éste habría pagado la necesito acostarme, y mi petición le provoca la risa. Me asegura
apuesta; pero habría seguido dicien do, entre risas, que había ob- que me hará pasar una noche divertida y en buena compañía, y
tenido sus favores, y todo el mundo lo habría creído. Declarán- manda que me devuelvan la espada, pues sólo quiere conside-
dolo vencedor, cortó en seco los rum ores y se salvó de los juicios rarme como un amigo que iba a pasar la noche con él.
contrarios que la hubieran deshonrado. El desvergonzado co- Dio algunas órdenes a un soldado hablándole en alemán 16 y
metió un doble error, como demostraron los hechos, pues pagó una hora después preparan una mesa para cuatro personas, lle-
con su vida; pero el incrédulo también cometió un error graví- gan dos oficiales y cenamos m uy alegremente.
alegremente. A los postres se
simo, porque, en asuntos de esta clase, la honestidad no permite suman tres o cuatro oficiales más, y un cuarto de hora después
apuestas. Si el que apuesta por el sí es un impúdico, el que dos rameras repugnantes. Lo que atrae mi atención es una pe-
apuesta por el no es un gran ingenuo. Me encanta la presencia de queña banca de faraón que organiza uno de los oficiales. Punteo
ánimo de la dama. para no distinguirme de los demás, y, después de perder unos
 Y vos, ¿qué
¿qué creéis?
creéis? cuantos cequíes, me levanto para ir a tomar un poco el aire por-
Que es inocente. que había bebido demasiado. Una de las dos busconas me sigue,
Pienso lo mismo, y ésa es la opinión general. Si seguís aquí me hace reír, la dejo hacer y también le hago algo. Tras esta triste
mañana, os presentaré en el casino, y la conoceréis .14 hazaña vuelvo a la banca.
Invité a este oficial a cenar con nosotros, y nos entretuvo Un joven oficial muy amable, que había perdido entre quince
la velada agradablemente. Cuando se marchó, Marina dio una  y vein te d ucado
uc ado s, jura
j ura ba com
c om o un granad
gra nad ero porq
po rque
ue el banq
b anquer
uer o
muestra de inteligencia que me gustó mucho: había tomado una recogía el dinero y cerraba la partida. Tenía una gran suma de
habitación para ella sola, porque acostándose conmigo habría dinero delante de él y decía que el banquero estaba obligado a
creído ofender a su respetable compañero. advertir que era la última partida. Cortésmente le dije que no
34. Casanova utilizó este episodio en su tragicomedia Le Polé- tenía razón, por ser el faraón el más libre de todos los juegos, y 
moscope o h la Calomnie démasquée par la présence d'esprit, encontrada 35. No hay rastros documentales de esta posada.
después de su muerte. F.n el prólogo, Casanova sitúa su estancia en Crc 36. En esa época hacía un alto en Lombardía el regimiento de in-
mona en 1749. fantería real e imperial n.° 57.
»Habé is perdido vos le respondió la señora, y ahora rue- Tras decirle a Marina que en Mantua no deseaba verla muy a
go a ambos que os vayáis, y os advierta que, si volvéis a poner menudo, fue a alojarse en el piso que el empres ario le había des-
los pies en mi casa, seréis muy mal recibidos. tinado, y Balletti se fue al suyo. Yo me alojé en San Marco, en la
»Aquellos dos botarates
botarates salieron
salieron m uy m ortificados;
ortificados; el incré- posada de la Posta .35
dulo pagó, pero, vivamente ofendido, trató al vencedor de tal Ese mismo día salí demasiado tarde a pasear fuera de Mantua
modo que ocho días después le propinó una estocada que lo  y entré en la tiend a de u n libre
li bre ro para ver las noved
n oved ades.
ade s. Cu ando
an do
mató. Desde entonces la señora va al casino y a todas partes, llegó la noche, al ver que no me iba, me dijo que quería cerr ar su
pero no ha querido recibir a nadie en su casa, donde vive muy tienda. Salgo y al final del pórtico me veo arrestado por una pa-
bien con su marido. trulla. El oficial me dice que habían dado las dos (de Italia), y
¿Cómo se tomó la cosa el marido? como no tenía linterna debía llevarme al puesto de guardia.
Dice que, si su mujer hubiera dado la razón al otro, se ha- Cuando le digo que, llegado ese mismo día, desconocía las leyes
bría divorciado, p orque nadie hubiera vuelto a tener dudas sobre de la ciudad, me responde que su deber era arrestarme; hube de
el asunto. ceder. Me presenta al capitán,
capitán, un joven apuesto y corpulento que
Ese marido es hombre inteligente. Si la señora hubiera se alegra al verme. Le pido que me devuelva a mi posada porque
dicho que el que se había jactado mentía, éste habría pagado la necesito acostarme, y mi petición le provoca la risa. Me asegura
apuesta; pero habría seguido dicien do, entre risas, que había ob- que me hará pasar una noche divertida y en buena compañía, y
tenido sus favores, y todo el mundo lo habría creído. Declarán- manda que me devuelvan la espada, pues sólo quiere conside-
dolo vencedor, cortó en seco los rum ores y se salvó de los juicios rarme como un amigo que iba a pasar la noche con él.
contrarios que la hubieran deshonrado. El desvergonzado co- Dio algunas órdenes a un soldado hablándole en alemán 16 y
metió un doble error, como demostraron los hechos, pues pagó una hora después preparan una mesa para cuatro personas, lle-
con su vida; pero el incrédulo también cometió un error graví- gan dos oficiales y cenamos m uy alegremente.
alegremente. A los postres se
simo, porque, en asuntos de esta clase, la honestidad no permite suman tres o cuatro oficiales más, y un cuarto de hora después
apuestas. Si el que apuesta por el sí es un impúdico, el que dos rameras repugnantes. Lo que atrae mi atención es una pe-
apuesta por el no es un gran ingenuo. Me encanta la presencia de queña banca de faraón que organiza uno de los oficiales. Punteo
ánimo de la dama. para no distinguirme de los demás, y, después de perder unos
 Y vos, ¿qué
¿qué creéis?
creéis? cuantos cequíes, me levanto para ir a tomar un poco el aire por-
Que es inocente. que había bebido demasiado. Una de las dos busconas me sigue,
Pienso lo mismo, y ésa es la opinión general. Si seguís aquí me hace reír, la dejo hacer y también le hago algo. Tras esta triste
mañana, os presentaré en el casino, y la conoceréis .14 hazaña vuelvo a la banca.
Invité a este oficial a cenar con nosotros, y nos entretuvo Un joven oficial muy amable, que había perdido entre quince
la velada agradablemente. Cuando se marchó, Marina dio una  y vein te d ucado
uc ado s, jura
j ura ba com
c om o un granad
gra nad ero porq
po rque
ue el banq
b anquer
uer o
muestra de inteligencia que me gustó mucho: había tomado una recogía el dinero y cerraba la partida. Tenía una gran suma de
habitación para ella sola, porque acostándose conmigo habría dinero delante de él y decía que el banquero estaba obligado a
creído ofender a su respetable compañero. advertir que era la última partida. Cortésmente le dije que no
34. Casanova utilizó este episodio en su tragicomedia Le Polé- tenía razón, por ser el faraón el más libre de todos los juegos, y 
moscope o h la Calomnie démasquée par la présence d'esprit, encontrada 35. No hay rastros documentales de esta posada.
después de su muerte. F.n el prólogo, Casanova sitúa su estancia en Crc 36. En esa época hacía un alto en Lombardía el regimiento de in-
mona en 1749. fantería real e imperial n.° 57.

536
536
537
537

le pregunté por qué no abría él mismo una banca, ya que tenía comprometería a devolvérmelos dentro de ocho días. Consentí,
tanto dinero. Me responde que se aburriría, porque todos aque-  y me h izo el rec ibo . Me rog ó que
qu e no dij era nada a na die, y le di
llos caballeros punteaban poco dinero; y añade sonriendo que, mi palabra a condición de que no faltase él a la suya.
si me divertía, yo mismo podría abrirla. Pregunto al oficial de  Al día s iguien
igu iente
te me e ncontr
nco ntréé enfe
e nfe rm o deb
d ebido
ido al mal rato que
guardia si le interesaba asociarse conmigo en una cuarta parte, y, había pasado con la zorra en el cuerpo de guardia de la plaza San
una vez que acepta, declaro que sólo jugaré seis manos. Pido car- Pietro. Me curé por completo en seis semanas, bebiendo única-
tas nuevas, cuento trescientos ccquíes, y el oficial escribe al mente agua salnitrada, pero siguiendo un régimen que me fasti-
diaba mucho.
dorso de una carta: «Vale
«Vale por cien ccquíes. O ’N cilan »,17 y la co-
 Al cuart
cu art o dí a, el c apitán O ’ Nc ilan vin o a v isita rme ; y me so r-
loca sobre mi dinero.
Muy contento, el joven oficial dice en broma que quizá mi prendió verle reír cuando le mostré la situación en que me había
banca acabe antes de que yo consiga llegar a la sexta. No le res- puesto una de aquellas rameras que él había hecho venir al
cuerpo de guardia.
pondí.
 A la cu arta mano,
man o, mi banc a e stab a en la ag onía;
oní a; el joven
jov en ga- ¿Estab ais bien cuando llegastei
llegasteiss a Murano? m e preguntó.
D e maravil
maravilla.
la.
naba. Le sorprendí un poco al decirle que estaba encantado de
perder, porque desde que iba ganando me parecía mucho más Lástima que hayáis perdido la salud en esta cloaca. Si hu-
biera podido imaginarlo, os habría advertido.
amable. Cierta s cortesías traen mala suerte a la persona a la que
¿Lo sabíais entonces?
se hacen. Mi cumplido le hizo perder la cabeza. En la quinta
mano, un diluvio de cartas malas le hizo perder todo lo que ga- A la fuerza, porque ocho días antes hice con ella
ella la misma
misma
locura, y creo que entonces ya estaba enferma.
naba; y en la sexta, quiso forzar a la fortuna y perdió todo el
dinero que tenía delante. Me pidió la revancha para el día si- ¿Es a vos entonces a quien debo agradecer el regalo que me
ha hecho?
guiente, y le respondí que sólo jugaba cuando estaba detenido.
Conté mi dinero: había ganado doscientos cincuenta ccquíes N o tiene
tiene importancia,
importancia, y además podéis curaros, si eso os
divierte.
después de haber dado su cuarta parte al capitán O ’N cilan, que
¿Es que a vos no os divierte?
se hizo cargo de una deuda de cincuenta ccquíes que un oficial
llamado Lauren t18
t18 había perdido ba jo palabra.
palabra. Claro que no. Un régimen me aburriría mortalmente, y,
Cuan do desperté, vi ante mí a ese mismo capitán Laurent que además, ¿para qué curarse de unas purg...1” cuando nada más
había perdido en mi banca los cincuenta ducados. Creyendo estar uno curado atrapa otras? H e tenido paciencia para seguirlo
que había venido a pagármelos, le dije que se los debía al señor diez veces, pero hace dos años tomé la decisión de dejarlo.
O ’Neilan. Me respondió que ya lo sabía,
sabía, y terminó por pedirme
pedirme Os compadezco, porque con un físico como el vuestro se-
ríais muy afortunado en amor.
un préstamo de seis ccquíes a cambio de un recibo en el que se
N o me interesa.
interesa. Los cuidados que cuestan las mujeres me
37. F.1 barón Franz O ’Ncilan
’Nc ilan (172 917 57),
57) , de origen irlandés,
irlandés, sirvió perjudican más que la pequeña incomodidad que debo sopor-
tar.
en el ejército imperial, y en 1749 en el 57o regimiento de infantería.
Murió en Hirschfcldc en febrero de 1757, no en Praga como más abajo N o pienso como vos. El placer del amoramor sin amor es insí-
insí-
afirma Casanova; esa batalla
batalla ocurrió tres meses másmás tarde, en 1757,
175 7, en el pido. ¿Creéis que esc callo viejo vale los sufrimientos que ahora
transcurso de la guerra de los Siete Años. siento?
38. Se trataría de Joseph du Laurent, nacido en Ñapóles en 1718, que
se alistó en el ejercito imperial en 1 738 , llegando a teniente coronel 39. Abreviatura de «purgaciones», chaude-pisse , empleada a menudo
en estas Memorias.
(1773) y coronel (1777).
le pregunté por qué no abría él mismo una banca, ya que tenía comprometería a devolvérmelos dentro de ocho días. Consentí,
tanto dinero. Me responde que se aburriría, porque todos aque-  y me h izo el rec ibo . Me rog ó que
qu e no dij era nada a na die, y le di
llos caballeros punteaban poco dinero; y añade sonriendo que, mi palabra a condición de que no faltase él a la suya.
si me divertía, yo mismo podría abrirla. Pregunto al oficial de  Al día s iguien
igu iente
te me e ncontr
nco ntréé enfe
e nfe rm o deb
d ebido
ido al mal rato que
guardia si le interesaba asociarse conmigo en una cuarta parte, y, había pasado con la zorra en el cuerpo de guardia de la plaza San
una vez que acepta, declaro que sólo jugaré seis manos. Pido car- Pietro. Me curé por completo en seis semanas, bebiendo única-
tas nuevas, cuento trescientos ccquíes, y el oficial escribe al mente agua salnitrada, pero siguiendo un régimen que me fasti-
diaba mucho.
dorso de una carta: «Vale
«Vale por cien ccquíes. O ’N cilan »,17 y la co-
 Al cuart
cu art o dí a, el c apitán O ’ Nc ilan vin o a v isita rme ; y me so r-
loca sobre mi dinero.
Muy contento, el joven oficial dice en broma que quizá mi prendió verle reír cuando le mostré la situación en que me había
banca acabe antes de que yo consiga llegar a la sexta. No le res- puesto una de aquellas rameras que él había hecho venir al
cuerpo de guardia.
pondí.
 A la cu arta mano,
man o, mi banc a e stab a en la ag onía;
oní a; el joven
jov en ga- ¿Estab ais bien cuando llegastei
llegasteiss a Murano? m e preguntó.
D e maravil
maravilla.
la.
naba. Le sorprendí un poco al decirle que estaba encantado de
perder, porque desde que iba ganando me parecía mucho más Lástima que hayáis perdido la salud en esta cloaca. Si hu-
biera podido imaginarlo, os habría advertido.
amable. Cierta s cortesías traen mala suerte a la persona a la que
¿Lo sabíais entonces?
se hacen. Mi cumplido le hizo perder la cabeza. En la quinta
mano, un diluvio de cartas malas le hizo perder todo lo que ga- A la fuerza, porque ocho días antes hice con ella
ella la misma
misma
locura, y creo que entonces ya estaba enferma.
naba; y en la sexta, quiso forzar a la fortuna y perdió todo el
dinero que tenía delante. Me pidió la revancha para el día si- ¿Es a vos entonces a quien debo agradecer el regalo que me
ha hecho?
guiente, y le respondí que sólo jugaba cuando estaba detenido.
Conté mi dinero: había ganado doscientos cincuenta ccquíes N o tiene
tiene importancia,
importancia, y además podéis curaros, si eso os
divierte.
después de haber dado su cuarta parte al capitán O ’N cilan, que
¿Es que a vos no os divierte?
se hizo cargo de una deuda de cincuenta ccquíes que un oficial
llamado Lauren t18
t18 había perdido ba jo palabra.
palabra. Claro que no. Un régimen me aburriría mortalmente, y,
Cuan do desperté, vi ante mí a ese mismo capitán Laurent que además, ¿para qué curarse de unas purg...1” cuando nada más
había perdido en mi banca los cincuenta ducados. Creyendo estar uno curado atrapa otras? H e tenido paciencia para seguirlo
que había venido a pagármelos, le dije que se los debía al señor diez veces, pero hace dos años tomé la decisión de dejarlo.
O ’Neilan. Me respondió que ya lo sabía,
sabía, y terminó por pedirme
pedirme Os compadezco, porque con un físico como el vuestro se-
ríais muy afortunado en amor.
un préstamo de seis ccquíes a cambio de un recibo en el que se
N o me interesa.
interesa. Los cuidados que cuestan las mujeres me
37. F.1 barón Franz O ’Ncilan
’Nc ilan (172 917 57),
57) , de origen irlandés,
irlandés, sirvió perjudican más que la pequeña incomodidad que debo sopor-
tar.
en el ejército imperial, y en 1749 en el 57o regimiento de infantería.
Murió en Hirschfcldc en febrero de 1757, no en Praga como más abajo N o pienso como vos. El placer del amoramor sin amor es insí-
insí-
afirma Casanova; esa batalla
batalla ocurrió tres meses másmás tarde, en 1757,
175 7, en el pido. ¿Creéis que esc callo viejo vale los sufrimientos que ahora
transcurso de la guerra de los Siete Años. siento?
38. Se trataría de Joseph du Laurent, nacido en Ñapóles en 1718, que
se alistó en el ejercito imperial en 1 738 , llegando a teniente coronel 39. Abreviatura de «purgaciones», chaude-pisse , empleada a menudo
en estas Memorias.
(1773) y coronel (1777).

539
538

Por eso lo lamento. Habría podido presentaros a mujeres que cruzaba la calle no tiene tiempo de evitarlo, cae y se queda
que merecen la pena. allí,
allí, con la cabeza destrozada; O ’N eilan fue a parar al
al calabozo,
N o h ay en el
el mundo mujer que valga mimi salud. Sólo al amor pero al día siguiente salió tras probar que había sido una des-
se la puede sacrificar. gracia debida al azar.
O sea que queréis mujeres dignas de ser amadas; aquí tene- Por la mañana vamos a visitar a una dama y aguardamos en
mos algunas. Quedaos, y, cuando estéis curado, podréis aspirar la antecámara esperando a que se levante. Ve sobre el clavicor-
a conquistarlas. dio diez o doce dátiles, y se los come. Llega la señora, señora, y un mi-
O ’N eilan tenía veintitrés años, su padre había
había muerto con el el nuto después pregunta a su doncella por los dátiles; O ’Neilan
grado de general, la bella condesa Borsati era hermana suya; me le dice que se los había comido él; ella se enfada, le grita. Él le
presentó a una tal condesa Zanardi Nerli, más hermosa todavía, pregunta si quiere que se los devuelva, y ella le dice que sí, cre-
pero no ofrecí mi incienso a ninguna. Mi estado me humillaba:  yend
 ye nd o que los tení a en el bo lsillo
lsi llo . El de spr eciab
ec iable
le imp ert inente
ine nte
creía que todos estaban al corriente. hace entonces un pequeño movimiento con la boca y al instante
Nunca he conocido a un un joven más depravado
depravado que O ’Neilan. le vomita los dátiles en sus narices. La mujer escapa corriendo,
Pasaba las noches con él recorriendo los peores lugares, y siem  y el ma lvad o no hiz o más q ue reí rse . H e co no cid o a ot ro s c ap a-
pre me sorprendía lo que hacía. Cuando encontraba la plaza ces de hacer eso, sobre tod o en Inglaterra.
ocupada p or algún burgu és, le ordenaba darse p risa, y, si le
le hacía
hacía Com o el oficial del recibo de los seis seis cequíes no vino a reti-
esperar, mandaba darle de palos a un criado que sólo tenía a rarlo a los ocho días, le dije, cuando lo encontré en la calle, que
sueldo para que cumpliese órdenes de esa especie. Este criado le  ya no me sen tía ob ligad
lig ad o a guard
gu ard arle el sec ret o; me res pond
po nd ió
servía como un mastín sirve a un asesino para derribar al hom- bruscamente que le importaba un comino. Su respuesta me pa-
bre que quiere asesinar. El pobre lascivo al que veía así tratado reció una afrenta y pensé en la manera de obtener satisfacción
despertaba más mi risa que mi compasión. Tras esa ejecución, cuando O ’Ne ilan me dijo, contándom e las las novedades, que el ca-
castigaba a la ramera profanando con ella el más esencial de pitán de Laurcnt se había vuelto loco y habían tenido que ence-
todos los actos humanos; y después se iba sin pagarle, riéndose rrarlo. Llegó a curarse, pero debido a su mala conducta terminó
de sus lágrimas. por ser expulsado.
Pese a esto, O ’Neilan era noble, generoso, valiente,
valiente, y tenía
tenía O ’Neilan, el valiente
valiente O ’Neilan, m urió unos años
años después en en
un gran sentido del honor. la batalla de Praga. Dado su temperamento, este hombre debía
¿P or qué no pagáis
pagáis a esas
esas pobres desgraciadas? le pregun perecer víctima de Venus o de Marte. Tal vez seguiría vivo si hu-
taba yo. biera tenido el coraje del zorro; tenía el del león. Eso, en un ofi-
Por que querría verlas
verlas a todas muertas de hambre. cial, es un defecto, en un soldado una virtud. Los que desa-
Pues lo que les hacéis debe convencerlas de que las amáis, y fían
fían al peligro conociénd olo pueden ser dignos de elogio; pero
es evidente que un hombre apuesto como vos sólo puede darles los que no lo conocen sólo escapan de milagro. Sin embargo,
placer. hay que respetar a estos grandes guerreros, pues su valor indo -
¿Placer? Estoy totalmente seguro de que no se lo doy. ¿Veis mable deriva de una grandeza de ánimo y de un valor que los
este anillo con este pequeño espolón? pone por encima del común de los mortales.
L o veo. ¿Para
¿Para qué sirve?
sirve? Siempre que pienso en el el príncipe Charle s de Lign c,40
c,40 lloro.
Pa ra hacerlas caracolear, metién doselo en salva sea la parte.
parte.
¿Creé is que les hace cosquillas? 40. El príncipe Charles de Ligne (1759
(17 59 179 2) murió al frente de su
Un día entra a caballo en la ciudad a riend a suelta. Un a vieja
vieja regimiento
regimiento como coronel del ejército austríaco. Casanova quiere rendir
Por eso lo lamento. Habría podido presentaros a mujeres que cruzaba la calle no tiene tiempo de evitarlo, cae y se queda
que merecen la pena. allí,
allí, con la cabeza destrozada; O ’N eilan fue a parar al
al calabozo,
N o h ay en el
el mundo mujer que valga mimi salud. Sólo al amor pero al día siguiente salió tras probar que había sido una des-
se la puede sacrificar. gracia debida al azar.
O sea que queréis mujeres dignas de ser amadas; aquí tene- Por la mañana vamos a visitar a una dama y aguardamos en
mos algunas. Quedaos, y, cuando estéis curado, podréis aspirar la antecámara esperando a que se levante. Ve sobre el clavicor-
a conquistarlas. dio diez o doce dátiles, y se los come. Llega la señora, señora, y un mi-
O ’N eilan tenía veintitrés años, su padre había
había muerto con el el nuto después pregunta a su doncella por los dátiles; O ’Neilan
grado de general, la bella condesa Borsati era hermana suya; me le dice que se los había comido él; ella se enfada, le grita. Él le
presentó a una tal condesa Zanardi Nerli, más hermosa todavía, pregunta si quiere que se los devuelva, y ella le dice que sí, cre-
pero no ofrecí mi incienso a ninguna. Mi estado me humillaba:  yend
 ye nd o que los tení a en el bo lsillo
lsi llo . El de spr eciab
ec iable
le imp ert inente
ine nte
creía que todos estaban al corriente. hace entonces un pequeño movimiento con la boca y al instante
Nunca he conocido a un un joven más depravado
depravado que O ’Neilan. le vomita los dátiles en sus narices. La mujer escapa corriendo,
Pasaba las noches con él recorriendo los peores lugares, y siem  y el ma lvad o no hiz o más q ue reí rse . H e co no cid o a ot ro s c ap a-
pre me sorprendía lo que hacía. Cuando encontraba la plaza ces de hacer eso, sobre tod o en Inglaterra.
ocupada p or algún burgu és, le ordenaba darse p risa, y, si le
le hacía
hacía Com o el oficial del recibo de los seis seis cequíes no vino a reti-
esperar, mandaba darle de palos a un criado que sólo tenía a rarlo a los ocho días, le dije, cuando lo encontré en la calle, que
sueldo para que cumpliese órdenes de esa especie. Este criado le  ya no me sen tía ob ligad
lig ad o a guard
gu ard arle el sec ret o; me res pond
po nd ió
servía como un mastín sirve a un asesino para derribar al hom- bruscamente que le importaba un comino. Su respuesta me pa-
bre que quiere asesinar. El pobre lascivo al que veía así tratado reció una afrenta y pensé en la manera de obtener satisfacción
despertaba más mi risa que mi compasión. Tras esa ejecución, cuando O ’Ne ilan me dijo, contándom e las las novedades, que el ca-
castigaba a la ramera profanando con ella el más esencial de pitán de Laurcnt se había vuelto loco y habían tenido que ence-
todos los actos humanos; y después se iba sin pagarle, riéndose rrarlo. Llegó a curarse, pero debido a su mala conducta terminó
de sus lágrimas. por ser expulsado.
Pese a esto, O ’Neilan era noble, generoso, valiente,
valiente, y tenía
tenía O ’Neilan, el valiente
valiente O ’Neilan, m urió unos años
años después en en
un gran sentido del honor. la batalla de Praga. Dado su temperamento, este hombre debía
¿P or qué no pagáis
pagáis a esas
esas pobres desgraciadas? le pregun perecer víctima de Venus o de Marte. Tal vez seguiría vivo si hu-
taba yo. biera tenido el coraje del zorro; tenía el del león. Eso, en un ofi-
Por que querría verlas
verlas a todas muertas de hambre. cial, es un defecto, en un soldado una virtud. Los que desa-
Pues lo que les hacéis debe convencerlas de que las amáis, y fían
fían al peligro conociénd olo pueden ser dignos de elogio; pero
es evidente que un hombre apuesto como vos sólo puede darles los que no lo conocen sólo escapan de milagro. Sin embargo,
placer. hay que respetar a estos grandes guerreros, pues su valor indo -
¿Placer? Estoy totalmente seguro de que no se lo doy. ¿Veis mable deriva de una grandeza de ánimo y de un valor que los
este anillo con este pequeño espolón? pone por encima del común de los mortales.
L o veo. ¿Para
¿Para qué sirve?
sirve? Siempre que pienso en el el príncipe Charle s de Lign c,40
c,40 lloro.
Pa ra hacerlas caracolear, metién doselo en salva sea la parte.
parte.
¿Creé is que les hace cosquillas? 40. El príncipe Charles de Ligne (1759
(17 59 179 2) murió al frente de su
Un día entra a caballo en la ciudad a riend a suelta. Un a vieja
vieja regimiento
regimiento como coronel del ejército austríaco. Casanova quiere rendir

54'

Su coraje era el de Aquiles; pero Aquiles sabía que era invulne- tizos. Llevaba una peluca que se adaptaba muy mal a la frente y
rable. Aún viviría si en el combate hubiera podido acordarse de a las sienes, y sus manos temblorosas hicieron temblar las mías
que era mortal. ¿Quién que le haya conocido no ha llorado su cuando me las estrechó. Olía a ámbar como toda la habitación,
muerte? Era apuesto, dulce, cortés, muy instruido, amante de  y los melind
me lind res con que preten
pre ten día darm e a ent end er que le ag ra-
las artes, alegre, de conversación divertida y siempre de un hu- daba casi me hicieron soltar la carcajada a pesar de mis esfuer-
mor equilibrado. ¡Fatal e infame revolución!
revolución! Un cañonazo se lo zos por contenerme. Sus atavíos, muy rebuscados, pertenecían
arrebató a su ilustre familia, a sus amigos y a su futura gloria. en su totalidad a una moda de veinte años atrás. Vi con espanto
También el príncipe de Waldeck perdió el brazo izquierdo4' las huellas de la odiosa vejez en un rostro que, antes de que el
a causa
causa de su intrépido temperamento. Me han dicho que se con- tiempo lo hubiera ajado, había debido de enamorar a muchos.
suela porque la pérdida de un brazo no le impide mandar un Lo que más me anonadaba era el descaro infantil con que aquel
ejército. Decidme, vosotros que despreciáis la vida, si os basta desecho de la edad seguía poniendo en juego sus supuestos
ese desprecio para haceros más dignos de ella. atractivos.
La ópera empezó después de Pascua.41 No falté nunca. Es- Temiendo que mi asombro le chocase, Balletti le dijo que lo
taba totalmente
totalmente curado. Me encantaba ver que Balletti hacía des- que me encantaba era que el tiempo no hubiera podido marchi-
tacar a Marina. Yo no iba a casa de ella, pero Balletti venía casi tar la belleza de la fresa que brillaba en su pecho. Era un antojo
todas las mañanas
mañanas a desayunar conm igo. M e habló muchas veces parecido a una fresa.
del carácter de una antigua cómica que había sido buena amiga Esta fresa dijo la matrona sonriendo es la que me ha dado
de su padre4’ y hacía veinte años había dejado el teatro, y quise el nombre. Todavía soy y siempre seguiré siend o la Fragoletta.44
Fragoletta.44
conocerla.  Al oír
oí r este nom bre sen tí un esca
es calof
lofrío
río .
Su atuendo me sorprendió tanto como su persona. A pesar de de Tenía ante mí al fatal simulacro causa de mi existencia. Veía
sus arrugas, se llenaba la cara de blanquete y de colorete, y se a la criatura que, con sus atractivos, había seducido a mi padre
teñía de negro las cejas. Dejaba al descubierto la mitad de su treinta años antes; de no ser por ella, nunca habría abandonado
pecho flácido, que repugnaba precisamente porque mostraba lo la casa paterna ni habría ¡do nunca a engendrarme en una vene-
que había podido ser, y dos hileras de dientes visiblemente pos- ciana. Nunca he compartido la opinión del clásico que dice
homenaje a su padre, el príncipe Charles Joscph de Ligne (17351814), tierno vitam vellet si daretur scientibus .4' .4'
feldmariscal austríaco y amigo y protector suyo.  Vié ndome
nd ome dis traí do, pregun
pre gun tó cort ésm ente a Balle tti mi no m-
41. F.1 príncipe Christian August Waldeck (17441798), general de bre, y al verla sorprendida cuando oyó Casanova, le dije:
caballería austríaco, perdió un brazo en Thionville
Thion ville en 1792.
1 792. S í, señora, y mi padre que se llamaba
llamaba Gaetano era de Parma.
42. La del año 1749,
17 49, año del que se trata, cayó el 6 de abril; sin em
bargo, en el prólogo de Polcmoscope, Casanova afirma haber estado en ¿Qué oigo? ¿Qué veo? Yo adoraba a vuestro padre. Celoso
esa fecha en Cremona,
Cremona , ciudad donde una carta del 3 de enero de 1791
17 91 sitúa 44. Giovanna Calderón, conocida como actriz bajo el nombre de
una aventura que no aparece en estas Memorias:
 Memorias: «Hace
 «Hac e cuarenta años, co Flaminia, también era llamada Fragoletta porque tenía en el pecho el ca-
nocí en Cremona a una dama, que un día recibió una carta de su marido pricho de una fresa. Casada con Francesco Balletti, de quien tuvo una
ausente desde hacía dos años. La pobre mujer,
mujer, desesperada, me confió que hija, Elena, y un hijo, Giuseppe, conocido en el mundo del teatro como
estaba encinta. Pensé toda la noche en la situación, y al día siguiente Ir Mario, que se casó con la también famosa actriz Silvia. Tras una larga
dije que sólo podía hacer una cosa: simular un ataque de oftalmia total carrera europea, se retiró a Mantua, donde la conoció Goldoni en 1747.
que la obligaba a permanecer en la oscuridad. Su marido no la vería, y ella 45. «Ninguno querría la vida, si supiese lo que vale», cita de Séneca
esperaría a dar a luz para decir que había recobrado la vista». (Consolatio ad Marciam, XXII) que, completa, dice: *Nihil est tam fa-
43. De hecho, Fragoletta no había sido «buena amiga» de Balletti lla.x qttam vita humana, nihil tam insidiosum: non mehercule quisquam
padre, sino de su madre. illam accepisset, nisi daretur inscientibus »
Su coraje era el de Aquiles; pero Aquiles sabía que era invulne- tizos. Llevaba una peluca que se adaptaba muy mal a la frente y
rable. Aún viviría si en el combate hubiera podido acordarse de a las sienes, y sus manos temblorosas hicieron temblar las mías
que era mortal. ¿Quién que le haya conocido no ha llorado su cuando me las estrechó. Olía a ámbar como toda la habitación,
muerte? Era apuesto, dulce, cortés, muy instruido, amante de  y los melind
me lind res con que preten
pre ten día darm e a ent end er que le ag ra-
las artes, alegre, de conversación divertida y siempre de un hu- daba casi me hicieron soltar la carcajada a pesar de mis esfuer-
mor equilibrado. ¡Fatal e infame revolución!
revolución! Un cañonazo se lo zos por contenerme. Sus atavíos, muy rebuscados, pertenecían
arrebató a su ilustre familia, a sus amigos y a su futura gloria. en su totalidad a una moda de veinte años atrás. Vi con espanto
También el príncipe de Waldeck perdió el brazo izquierdo4' las huellas de la odiosa vejez en un rostro que, antes de que el
a causa
causa de su intrépido temperamento. Me han dicho que se con- tiempo lo hubiera ajado, había debido de enamorar a muchos.
suela porque la pérdida de un brazo no le impide mandar un Lo que más me anonadaba era el descaro infantil con que aquel
ejército. Decidme, vosotros que despreciáis la vida, si os basta desecho de la edad seguía poniendo en juego sus supuestos
ese desprecio para haceros más dignos de ella. atractivos.
La ópera empezó después de Pascua.41 No falté nunca. Es- Temiendo que mi asombro le chocase, Balletti le dijo que lo
taba totalmente
totalmente curado. Me encantaba ver que Balletti hacía des- que me encantaba era que el tiempo no hubiera podido marchi-
tacar a Marina. Yo no iba a casa de ella, pero Balletti venía casi tar la belleza de la fresa que brillaba en su pecho. Era un antojo
todas las mañanas
mañanas a desayunar conm igo. M e habló muchas veces parecido a una fresa.
del carácter de una antigua cómica que había sido buena amiga Esta fresa dijo la matrona sonriendo es la que me ha dado
de su padre4’ y hacía veinte años había dejado el teatro, y quise el nombre. Todavía soy y siempre seguiré siend o la Fragoletta.44
Fragoletta.44
conocerla.  Al oír
oí r este nom bre sen tí un esca
es calof
lofrío
río .
Su atuendo me sorprendió tanto como su persona. A pesar de de Tenía ante mí al fatal simulacro causa de mi existencia. Veía
sus arrugas, se llenaba la cara de blanquete y de colorete, y se a la criatura que, con sus atractivos, había seducido a mi padre
teñía de negro las cejas. Dejaba al descubierto la mitad de su treinta años antes; de no ser por ella, nunca habría abandonado
pecho flácido, que repugnaba precisamente porque mostraba lo la casa paterna ni habría ¡do nunca a engendrarme en una vene-
que había podido ser, y dos hileras de dientes visiblemente pos- ciana. Nunca he compartido la opinión del clásico que dice
homenaje a su padre, el príncipe Charles Joscph de Ligne (17351814), tierno vitam vellet si daretur scientibus .4' .4'
feldmariscal austríaco y amigo y protector suyo.  Vié ndome
nd ome dis traí do, pregun
pre gun tó cort ésm ente a Balle tti mi no m-
41. F.1 príncipe Christian August Waldeck (17441798), general de bre, y al verla sorprendida cuando oyó Casanova, le dije:
caballería austríaco, perdió un brazo en Thionville
Thion ville en 1792.
1 792. S í, señora, y mi padre que se llamaba
llamaba Gaetano era de Parma.
42. La del año 1749,
17 49, año del que se trata, cayó el 6 de abril; sin em
bargo, en el prólogo de Polcmoscope, Casanova afirma haber estado en ¿Qué oigo? ¿Qué veo? Yo adoraba a vuestro padre. Celoso
esa fecha en Cremona,
Cremona , ciudad donde una carta del 3 de enero de 1791
17 91 sitúa 44. Giovanna Calderón, conocida como actriz bajo el nombre de
una aventura que no aparece en estas Memorias:
 Memorias: «Hace
 «Hac e cuarenta años, co Flaminia, también era llamada Fragoletta porque tenía en el pecho el ca-
nocí en Cremona a una dama, que un día recibió una carta de su marido pricho de una fresa. Casada con Francesco Balletti, de quien tuvo una
ausente desde hacía dos años. La pobre mujer,
mujer, desesperada, me confió que hija, Elena, y un hijo, Giuseppe, conocido en el mundo del teatro como
estaba encinta. Pensé toda la noche en la situación, y al día siguiente Ir Mario, que se casó con la también famosa actriz Silvia. Tras una larga
dije que sólo podía hacer una cosa: simular un ataque de oftalmia total carrera europea, se retiró a Mantua, donde la conoció Goldoni en 1747.
que la obligaba a permanecer en la oscuridad. Su marido no la vería, y ella 45. «Ninguno querría la vida, si supiese lo que vale», cita de Séneca
esperaría a dar a luz para decir que había recobrado la vista». (Consolatio ad Marciam, XXII) que, completa, dice: *Nihil est tam fa-
43. De hecho, Fragoletta no había sido «buena amiga» de Balletti lla.x qttam vita humana, nihil tam insidiosum: non mehercule quisquam
padre, sino de su madre. illam accepisset, nisi daretur inscientibus ».

542 543

sin motivo, me abandonó. De no ser por eso, habríais sido mi si tuviera la bondad de ir a recogerme a la posada de San Marco ,
repararía mi falta y quedaría absuelto de mi error. En este co-
hijo. Dejadme abrazaros como una madre.
 Ya me lo esperab
esp erab a. Po r mie do a q ue se caye
ca yera
ra fui
fu i hacia ella, misario del Canone encontré a un original de los más estram-
entregándome a su tierno recuerdo. Siempre comediante, se bóticos. Las rarezas de su gabinete consistían en la genealogía
llevó un pañuelo a los ojos fingiendo enjugar sus lágrimas y di de su familia, algunos libros de magia, algunas reliquias de san-
ciéndome que no debía dudar de lo que me había dicho, a pesar tos, unas cuantas monedas antediluvianas, un modelo del arca
de que no pareciese tan vieja. Me aseguró que el único defec- ile Noé, varias medallas, una de las cuales era de Sesostris’ y la
to de mi padre era la ingratitud; y sin duda habrá encontrado el otra de Semíramis;4y en un viejo cuchillo de forma extraña todo
mismo defecto en el hijo, porque pese a todos sus apremiantes roído por la herrumbre. Bajo llave tenía todos los avíos de la
masonería.
ofrecimientos no volví a poner los pies en su casa.
Dueño de una bolsa llena de oro, decidí dejar Mantua para Decidme qué tienen en común la Historia natural y este ga-
darme el placer de ver de nuevo a mi querida Teresa, a doña Lu binete, porque no veo nada de lo que se refiere a los tres reinos
le dije.
crezia, a los
los Palo padre e hijo, a don Anton io Casan ova y a todos
todos
mis antiguos conocidos; pero mi Genio se opuso al proyecto. ¿ N o veis entonces el reino antediluviano, el de Sesostris y
el de Semíramis?
Me habría ido tres días después si no me hubieran entrado de
 An te esta respues
res pues ta, le doy
d oy un ab razo , y ento nces
nce s él desp liega
seos de ir a la ópera.
En los dos meses*6que pasé en Mantua, puedo decir que viví su erudición sobre cuanto tenía para terminar diciéndome que el
con gran prudencia deb ido a la locura que había cometido el pri cuchillo herrumbroso era el que había utilizado san Pedro para
cortar la oreja de Maleo.'
mer día. Sólo jugué esa vez, y tuve suerte; y la salud que perdí,
¿Tenéis esc cuchillo y no sois riquísimo?4
obligándome a estar a régimen, quizá me protegió de las des
¿C óm o podría hacerme rico con con este cuchillo?
cuchillo?
gracias que evité si no me hubiera dedicad o únicamente a recu
De dos formas. La primera, si lográis haceros dueño de to-
perarla.
dos los tesoros que se encuentran ocultos en tierras pertene-
cientes a la Iglesia.
C A P Í T U L O XI
XI
Es natural, porque es san Pedro quien tiene las llaves.
Alabado sea Dios. La segunda, vendiéndoselo al mismo
V O Y A C E S E N A P A R A A P O D E R A R M E D E U N T E S O R O.
O.
papa, si contáis con quirógrafos que atestigüen su autenticidad.
ME E S T A B L E Z C O E N C A S A DE
DE F R A NC
NC I A . S U HI
HI J A GE
GE N O V E F F A
¿ O s referís a la garantía de
de autenticidad? No lo habría
habría com-
prado sin ella. Lo tengo todo.

 ¡7 4 8 '   j. Nombre griego de Senusrct, patrónimo de tres reyes egipcios
En la ópera me vi abordado por un joven que, de buenas .1 ile la XII1 dinastía (19911778 a.C.); Sesostris III (18781843 a.C.) fue el
más celebre.
primeras, me dijo que, siendo extranjero, hacía mal en no halnhaln 1
4. Reina de Asiria,
Asiria , fundadora de Babilonia y famosa entre los grie-
grie -
¡do a ver el gabinete de H istoria natural de su padre, A ntonio «le gos por su depravación.
Capitani, comisario y presidente del Canone.2Le respondo que,  f. Servidor del
del sumo
sumo sacerdote judío (Nuevo Testamento, Juan, 1 8,
lo).
46. De abril a junio de 1749 probablemente.
1. De hecho,
hecho, 1749, porque Casanova cita
cita el
el año
año more veneto. 6. Casanova
Casan ova no podía dejar de saber que, entre las reliquias del te-
i . Recaudador
Recaud ador de cánones enfitéuticos, o quizá recaudador de in
ini soro de San Marcos, había
había un cuchillo del que se decía que había servido
 jl apóstol Pedro para cortar la oreja de Maleo.
Maleo.
sin motivo, me abandonó. De no ser por eso, habríais sido mi si tuviera la bondad de ir a recogerme a la posada de San Marco ,
repararía mi falta y quedaría absuelto de mi error. En este co-
hijo. Dejadme abrazaros como una madre.
 Ya me lo esperab
esp erab a. Po r mie do a q ue se caye
ca yera
ra fui
fu i hacia ella, misario del Canone encontré a un original de los más estram-
entregándome a su tierno recuerdo. Siempre comediante, se bóticos. Las rarezas de su gabinete consistían en la genealogía
llevó un pañuelo a los ojos fingiendo enjugar sus lágrimas y di de su familia, algunos libros de magia, algunas reliquias de san-
ciéndome que no debía dudar de lo que me había dicho, a pesar tos, unas cuantas monedas antediluvianas, un modelo del arca
de que no pareciese tan vieja. Me aseguró que el único defec- ile Noé, varias medallas, una de las cuales era de Sesostris’ y la
to de mi padre era la ingratitud; y sin duda habrá encontrado el otra de Semíramis;4y en un viejo cuchillo de forma extraña todo
mismo defecto en el hijo, porque pese a todos sus apremiantes roído por la herrumbre. Bajo llave tenía todos los avíos de la
masonería.
ofrecimientos no volví a poner los pies en su casa.
Dueño de una bolsa llena de oro, decidí dejar Mantua para Decidme qué tienen en común la Historia natural y este ga-
darme el placer de ver de nuevo a mi querida Teresa, a doña Lu binete, porque no veo nada de lo que se refiere a los tres reinos
le dije.
crezia, a los
los Palo padre e hijo, a don Anton io Casan ova y a todos
todos
mis antiguos conocidos; pero mi Genio se opuso al proyecto. ¿ N o veis entonces el reino antediluviano, el de Sesostris y
el de Semíramis?
Me habría ido tres días después si no me hubieran entrado de
 An te esta respues
res pues ta, le doy
d oy un ab razo , y ento nces
nce s él desp liega
seos de ir a la ópera.
En los dos meses*6que pasé en Mantua, puedo decir que viví su erudición sobre cuanto tenía para terminar diciéndome que el
con gran prudencia deb ido a la locura que había cometido el pri cuchillo herrumbroso era el que había utilizado san Pedro para
cortar la oreja de Maleo.'
mer día. Sólo jugué esa vez, y tuve suerte; y la salud que perdí,
¿Tenéis esc cuchillo y no sois riquísimo?4
obligándome a estar a régimen, quizá me protegió de las des
gracias que evité si no me hubiera dedicad o únicamente a recu ¿C óm o podría hacerme rico con con este cuchillo?
cuchillo?
De dos formas. La primera, si lográis haceros dueño de to-
perarla.
dos los tesoros que se encuentran ocultos en tierras pertene-
cientes a la Iglesia.
C A P Í T U L O XI
XI
Es natural, porque es san Pedro quien tiene las llaves.
Alabado sea Dios. La segunda, vendiéndoselo al mismo
V O Y A C E S E N A P A R A A P O D E R A R M E D E U N T E S O R O.
O.
papa, si contáis con quirógrafos que atestigüen su autenticidad.
ME E S T A B L E Z C O E N C A S A DE
DE F R A NC
NC I A . S U HI
HI J A GE
GE N O V E F F A
¿ O s referís a la garantía de
de autenticidad? No lo habría
habría com-
prado sin ella. Lo tengo todo.

 ¡7 4 8 '   j. Nombre griego de Senusrct, patrónimo de tres reyes egipcios
En la ópera me vi abordado por un joven que, de buenas .1 ile la XII1 dinastía (19911778 a.C.); Sesostris III (18781843 a.C.) fue el
más celebre.
primeras, me dijo que, siendo extranjero, hacía mal en no halnhaln 1
4. Reina de Asiria,
Asiria , fundadora de Babilonia y famosa entre los grie-
grie -
¡do a ver el gabinete de H istoria natural de su padre, A ntonio «le gos por su depravación.
Capitani, comisario y presidente del Canone.2Le respondo que,  f. Servidor del
del sumo
sumo sacerdote judío (Nuevo Testamento, Juan, 1 8,
lo).
46. De abril a junio de 1749 probablemente.
1. De hecho,
hecho, 1749, porque Casanova cita
cita el
el año
año more veneto. 6. Casanova
Casan ova no podía dejar de saber que, entre las reliquias del te-
i . Recaudador
Recaud ador de cánones enfitéuticos, o quizá recaudador de in
ini soro de San Marcos, había
había un cuchillo del que se decía que había servido
 jl apóstol Pedro para cortar la oreja de Maleo.
Maleo.
puestos.

545
544

Tanto mejor.
mejor. Po r conseguir ese cuchillo
cuchillo estoy seguro de que Yo. Quinientos mañana al contado, y los otros quinientos
el papa haría
haría cardenal a vuestro hijo; pero también querría tener en una letra de cambio pagadera a un mes.
la vaina. A eso lo llamo yo hablarhablar.. Hacedme el honor de venir ma-
N o la tengo; pero no es necesaria. En todo caso, puedo ha- ñana a comer con nosotros un plato de maccheroni, y hablare-
cer una. mos en el mayor secreto de un gran asunto.
H ay que tener la misma
misma en lala que san
san Ped ro metió el cuchi-  Ac ep té la invita
inv ita ció n, y fui . Lo prim
pr imero
ero que me dij o fue que
llo cuando Dios le dijo: mitte gladium tuum in vaginam .7 Existe, E xiste, sabía dónde había un tesoro en el Estado del Papa, y que estaba
 y está en manos
man os de algu ien que po drá
dr á ven déros
dé ros la a buen
bu en pre cio , decidido a comprar la vaina. Convencido de que no me tomaría
a menos que vos q ueráis venderle el cuchillo, p orque la vaina vaina sin la palabra, saqué una bolsa don de le hice ver quinien tos cequíes,
el cuchillo no le sirve de nada, como a vos el cuchillo sin la vaina. pero me respondió que el tesoro valía millones. Nos sentamos a
¿Cu ánto me costaría
costaría esa
esa vaina?
vaina? la mesa.
Mil cequíes. N o seréis servido
servido en vajilla
vajilla de plata
plata me dijo , pero sí en
en
Y ¿cuánto me daríadaría si yo quisiera venderle el el cuchillo? platos de Rafael.9
M il cequíes también.
también. Señor comisario, sois un anfitrión magnífico. Un necio
Entonces el comisario, muy sorprendido, mira a su hijo y le creería que es una vulgar mayólica.
pregunta si alguna vez hubiera creído que le ofrecerían mil cc Una persona muy acomodada me dijo el comisario des-
quíes por aquel viejo cuchillo. Y diciendo esto, abre un cajón y pués de comer, domiciliada en el Estado Pontificio y dueña de
despliega un papelajo escrito en hebreo donde estaba dibujado la casa de campo donde vive con toda su familia, está segura
el cuchillo. Finjo admirarlo y le aconsejo que compre la vaina. de tener un tesoro en su bodega. Le ha escrito a mi hijo que es-
N o es preciso me dice  ni que yo compre la vaina vaina nini que taría dispuesto a correr con todos los gastos necesarios para ha-
 vues
 vu estro
tro amigo
am igo com pre el cu ch illo. Pode
Po demomo s desen
de sen terra
te rrarr los te- cerse con él si pudiera encontrar un mago hábil que fuese capaz
soros a medias. de desenterrarlo.
Impo sible. El m agisterio
agisterio exige que elel propietario del cuchi- El hijo sacó entonces del bo lsillo una cartacarta y me leyó algunos
llo in vaginam  sea uno solo. Si el papa lo tuviese, podría cortar, fragmentos, pidiéndome excusas por no darme a leer la carta
mediante
mediante una operación mágica que con ozco, una oreja a todo completa, pues había prometido guardar el secreto; pero, sin que
rey cristiano que tratara de usurpar los derechos de la Iglesia. se diera cuenta, yo ya había visto Cesena, que era el nombre de
¡Q ué curioso! Sí, el evangelio
evangelio dice que san Pedro cortó una la ciudad donde había sido escrita.
oreja a alguien. Se trata prosiguió el comisario del Canone de conse-
Sí, a un rey. guirme a crédito la vaina, porque no tengo dinero contante. Vos
¡N o , a un rey
rey no! 110 arriesgaríais nada avalando mis letras de cambio, po rque te n-
A un rey,
rey, os lo aseguro. Inform aos si Maleo o Mclco no dríais la garantía
garantía de mis bienes; y si conocéis al mago, podré is ir
quiere decir rey.8 a medias con él.
Si me decidiera a vender mi cuchillo, ¿quién me daría los El mago está dispuesto: soy yo; pero si no empezáis por
mil cequíes? darme quinientos cequíes, no haremos nada.
N o tengo
tengo dinero
dinero..
Vende dme entonces el cuchillo.
cuchillo.
7. «Mete tu espada en su vaina»
vaina» (Juan, 18, 11)
1 1)..
8. En lengua semítica, malek  o
 o melek  significa
 significa «rey»; se utilizaba en No.
 Asiria y Fenicia, pero no entre los judíos. 9. Casanova tal
tal vez alude al pintor Rafael
Rafael Sanzio (148315
(14 8315 20).
Tanto mejor.
mejor. Po r conseguir ese cuchillo
cuchillo estoy seguro de que Yo. Quinientos mañana al contado, y los otros quinientos
el papa haría
haría cardenal a vuestro hijo; pero también querría tener en una letra de cambio pagadera a un mes.
la vaina. A eso lo llamo yo hablarhablar.. Hacedme el honor de venir ma-
N o la tengo; pero no es necesaria. En todo caso, puedo ha- ñana a comer con nosotros un plato de maccheroni, y hablare-
cer una. mos en el mayor secreto de un gran asunto.
H ay que tener la misma
misma en lala que san
san Ped ro metió el cuchi-  Ac ep té la invita
inv ita ció n, y fui . Lo prim
pr imero
ero que me dij o fue que
llo cuando Dios le dijo: mitte gladium tuum in vaginam .7 Existe, E xiste, sabía dónde había un tesoro en el Estado del Papa, y que estaba
 y está en manos
man os de algu ien que po drá
dr á ven déros
dé ros la a buen
bu en pre cio , decidido a comprar la vaina. Convencido de que no me tomaría
a menos que vos q ueráis venderle el cuchillo, p orque la vaina vaina sin la palabra, saqué una bolsa don de le hice ver quinien tos cequíes,
el cuchillo no le sirve de nada, como a vos el cuchillo sin la vaina. pero me respondió que el tesoro valía millones. Nos sentamos a
¿Cu ánto me costaría
costaría esa
esa vaina?
vaina? la mesa.
Mil cequíes. N o seréis servido
servido en vajilla
vajilla de plata
plata me dijo , pero sí en
en
Y ¿cuánto me daríadaría si yo quisiera venderle el el cuchillo? platos de Rafael.9
M il cequíes también.
también. Señor comisario, sois un anfitrión magnífico. Un necio
Entonces el comisario, muy sorprendido, mira a su hijo y le creería que es una vulgar mayólica.
pregunta si alguna vez hubiera creído que le ofrecerían mil cc Una persona muy acomodada me dijo el comisario des-
quíes por aquel viejo cuchillo. Y diciendo esto, abre un cajón y pués de comer, domiciliada en el Estado Pontificio y dueña de
despliega un papelajo escrito en hebreo donde estaba dibujado la casa de campo donde vive con toda su familia, está segura
el cuchillo. Finjo admirarlo y le aconsejo que compre la vaina. de tener un tesoro en su bodega. Le ha escrito a mi hijo que es-
N o es preciso me dice  ni que yo compre la vaina vaina nini que taría dispuesto a correr con todos los gastos necesarios para ha-
 vues
 vu estro
tro amigo
am igo com pre el cu ch illo. Pode
Po demomo s desen
de sen terra
te rrarr los te- cerse con él si pudiera encontrar un mago hábil que fuese capaz
soros a medias. de desenterrarlo.
Impo sible. El m agisterio
agisterio exige que elel propietario del cuchi- El hijo sacó entonces del bo lsillo una cartacarta y me leyó algunos
llo in vaginam  sea uno solo. Si el papa lo tuviese, podría cortar, fragmentos, pidiéndome excusas por no darme a leer la carta
mediante
mediante una operación mágica que con ozco, una oreja a todo completa, pues había prometido guardar el secreto; pero, sin que
rey cristiano que tratara de usurpar los derechos de la Iglesia. se diera cuenta, yo ya había visto Cesena, que era el nombre de
¡Q ué curioso! Sí, el evangelio
evangelio dice que san Pedro cortó una la ciudad donde había sido escrita.
oreja a alguien. Se trata prosiguió el comisario del Canone de conse-
Sí, a un rey. guirme a crédito la vaina, porque no tengo dinero contante. Vos
¡N o , a un rey
rey no! 110 arriesgaríais nada avalando mis letras de cambio, po rque te n-
A un rey,
rey, os lo aseguro. Inform aos si Maleo o Mclco no dríais la garantía
garantía de mis bienes; y si conocéis al mago, podré is ir
quiere decir rey.8 a medias con él.
Si me decidiera a vender mi cuchillo, ¿quién me daría los El mago está dispuesto: soy yo; pero si no empezáis por
mil cequíes? darme quinientos cequíes, no haremos nada.
N o tengo
tengo dinero
dinero..
Vende dme entonces el cuchillo.
cuchillo.
7. «Mete tu espada en su vaina»
vaina» (Juan, 18, 11)
1 1)..
8. En lengua semítica, malek  o
 o melek  significa
 significa «rey»; se utilizaba en No.
 Asiria y Fenicia, pero no entre los judíos. 9. Casanova tal
tal vez alude al pintor Rafael
Rafael Sanzio (148315
(14 8315 20).

546 547
547

Ha céis mal,


mal, porque ahora que lo he visto
visto podría robároslo. rique IV1' a ganar la guerra contra esa princesa. Él mismo ente-
Pero soy lo bastante honrado como para no jugaros esa mala pa- rró la caja donde actualmente se encuentra antes de ir a sitiar
sada. Roma. Gregorio VII,'6que era un gran mago, supo dónde es-
¿Q ue podríais robarme el el cuchillo? Me gustaría
gustaría verlo, por- taba enterrada la caja caja y dec idió ir a recuperarla en pers ona; pero
que no lo creo. la muerte se cruzó en su proyecto. Tras la muerte de la condesa
M uy bien. Mañana ya no lo lo tendréis; pero no esperéis que
que Matilde, en el año 1116 el Genio que preside los tesoros ocul-
os lo devuelva. Un espíritu elemental que tengo a mis órdenes tos'7dio a éste siete guardianes. Una noche de luna llena, un fi-
me lo llevará a medianoche a mi cuarto, y ese mismo espíritu me lósofo sabio conseguirá sacarla a la superficie de la tierra
dirá dónde está el tesoro. manteniéndose dentro del círculo máximo».
Hac ed lo que decís,
decís, y me habréis convencido.
convencido.  Al
 A l día sig uie nte , c om o esp era ba, veo en mi a pos ento
en to a padre
p adre
Pedí entonces pluma y tinta; interrogué en su presencia a mi e hijo. Les doy la historia del tesoro que había inventado y,
oráculo, y le hice responder que se encontraba junto al Rubi cuando más aturdidos están, Ies digo que estoy decidido a recu-
cón, pero fuera de la ciudad. No sabían qué era el Rubicón.10 perar el tesoro, prometiéndoles la cuarta parte si se decidían a
Les dije que se trataba de un torrente que había sido río en el comprar la vaina. En caso contrario les repito la amenaza de
pasado; buscaron un diccionario y, al encontrarlo en Cesena, se robar el cuchillo. El comisario me dice que se decidirá cuando
quedan boquiabiertos. Me marcho para dejarlos en libertad y  vea la vai na, y yo me c om prom pr om eto
et o a ens eñárse
eñá rsela
la al día sigu ient e.
darles tiempo a razonar mal. Me habían entrado ganas, no de Se fueron muy contentos.
robar quinientos cequíes a aquellos pobres idiotas, sino de ir con Pasé la jornada fabricando una vaina: era difícil ver una más
el joven a desenterrarlo a su costa a casa del otro necio de Cesena estrafalaria. Hice hervir la gruesa suela de una bota, y practiqué
que creía tenerlo en su bodega. Estaba impaciente por hacer el en ella una abertura en la que el cuchillo debía entrar forzosa-
papel de mago. mente. Frotándola luego con arena, le di la apariencia antigua
Para ello, nada más salir de casa de aquel buen hombre, fui a que debía tener. El comisario se quedó sorprendido cuando al
la bibliotec
bibliotecaa pú blica," donde, con ayuda de un diccionario, es- día siguiente fui a su casa y le hice meter dentro el cuchillo. Co-
cribí esta erudición bufa: «El tesoro está a diecisiete toesas y mimos juntos, y al final de la comida decidimos que su hijo me
media'*
media'* bajo tierra desde hace seis siglos. Su valor asciende a dos acompañaría para presentarme al dueño de la casa donde estaba
millones de cequíes, y la materia está encerrada en una caja, la el tesoro; que yo recibiría una letra de cambio por valor de mil
misma que Godofredo de Bouillon'1 robó a Matilde,'4condesa escudos romanos contra Bolonia a la orden de su hijo; pero que
de Toscana,
Toscana, el año 10 81, cu ando quiso ayudar al emperador En él no giraría la letra a mi nombre hasta que yo hubiera extraído
el tesoro, y que el cuchillo en la vaina sólo pasaría a mi poder
10. No se sabe nada
nada preciso sobre el nombre moder no de lo que que fue
cuando lo necesitase para hacer la gran gran operación. Hasta ese mo-
el río Rubicón ; en 1756 , el papa
papa lo identificó con el Luso, pero otros so
inclinaban por el Pisatello. Como muchos otros contemporáneos, C.1 mento, su hijo lo llevaría siempre en su bolsillo.
sanova cree que es el Fiumicino, que corre al este de Cesena.
11. Messedaglia afirma que no pudo encontrar rastros de esta bi 15. Enrique IV (10501106), rey germano de 1054 a 1106 y empera-
blioteca pública. La biblioteca comunal de Mantua no se fundó hast.i dor desde 1084.
1780. 16. Hildebrando (10201085), papa de 1073 a 1085, canonizado en
12. 34 metros. 1606.
13. Godofredo de Bouillon (10711 too), duque de Baja Lorena, jete 17. Según las antiguas doctrinas mágicas, había muchos genios en-
de la primera cruzada y primer rey de Jerusalén. cargados de custodiar los tesoros ocultos:  Aciel  (soloro),  Mar buel 
14. Condesa de Toscana (10461115). (lunaplata), Ari el  (agua).
 (agua).
Ha céis mal,
mal, porque ahora que lo he visto
visto podría robároslo. rique IV1' a ganar la guerra contra esa princesa. Él mismo ente-
Pero soy lo bastante honrado como para no jugaros esa mala pa- rró la caja donde actualmente se encuentra antes de ir a sitiar
sada. Roma. Gregorio VII,'6que era un gran mago, supo dónde es-
¿Q ue podríais robarme el el cuchillo? Me gustaría
gustaría verlo, por- taba enterrada la caja caja y dec idió ir a recuperarla en pers ona; pero
que no lo creo. la muerte se cruzó en su proyecto. Tras la muerte de la condesa
M uy bien. Mañana ya no lo lo tendréis; pero no esperéis que
que Matilde, en el año 1116 el Genio que preside los tesoros ocul-
os lo devuelva. Un espíritu elemental que tengo a mis órdenes tos'7dio a éste siete guardianes. Una noche de luna llena, un fi-
me lo llevará a medianoche a mi cuarto, y ese mismo espíritu me lósofo sabio conseguirá sacarla a la superficie de la tierra
dirá dónde está el tesoro. manteniéndose dentro del círculo máximo».
Hac ed lo que decís,
decís, y me habréis convencido.
convencido.  Al
 A l día sig uie nte , c om o esp era ba, veo en mi a pos ento
en to a padre
p adre
Pedí entonces pluma y tinta; interrogué en su presencia a mi e hijo. Les doy la historia del tesoro que había inventado y,
oráculo, y le hice responder que se encontraba junto al Rubi cuando más aturdidos están, Ies digo que estoy decidido a recu-
cón, pero fuera de la ciudad. No sabían qué era el Rubicón.10 perar el tesoro, prometiéndoles la cuarta parte si se decidían a
Les dije que se trataba de un torrente que había sido río en el comprar la vaina. En caso contrario les repito la amenaza de
pasado; buscaron un diccionario y, al encontrarlo en Cesena, se robar el cuchillo. El comisario me dice que se decidirá cuando
quedan boquiabiertos. Me marcho para dejarlos en libertad y  vea la vai na, y yo me c om prom pr om eto
et o a ens eñárse
eñá rsela
la al día sigu ient e.
darles tiempo a razonar mal. Me habían entrado ganas, no de Se fueron muy contentos.
robar quinientos cequíes a aquellos pobres idiotas, sino de ir con Pasé la jornada fabricando una vaina: era difícil ver una más
el joven a desenterrarlo a su costa a casa del otro necio de Cesena estrafalaria. Hice hervir la gruesa suela de una bota, y practiqué
que creía tenerlo en su bodega. Estaba impaciente por hacer el en ella una abertura en la que el cuchillo debía entrar forzosa-
papel de mago. mente. Frotándola luego con arena, le di la apariencia antigua
Para ello, nada más salir de casa de aquel buen hombre, fui a que debía tener. El comisario se quedó sorprendido cuando al
la bibliotec
bibliotecaa pú blica," donde, con ayuda de un diccionario, es- día siguiente fui a su casa y le hice meter dentro el cuchillo. Co-
cribí esta erudición bufa: «El tesoro está a diecisiete toesas y mimos juntos, y al final de la comida decidimos que su hijo me
media'*
media'* bajo tierra desde hace seis siglos. Su valor asciende a dos acompañaría para presentarme al dueño de la casa donde estaba
millones de cequíes, y la materia está encerrada en una caja, la el tesoro; que yo recibiría una letra de cambio por valor de mil
misma que Godofredo de Bouillon'1 robó a Matilde,'4condesa escudos romanos contra Bolonia a la orden de su hijo; pero que
de Toscana,
Toscana, el año 10 81, cu ando quiso ayudar al emperador En él no giraría la letra a mi nombre hasta que yo hubiera extraído
el tesoro, y que el cuchillo en la vaina sólo pasaría a mi poder
10. No se sabe nada
nada preciso sobre el nombre moder no de lo que que fue
cuando lo necesitase para hacer la gran gran operación. Hasta ese mo-
el río Rubicón ; en 1756 , el papa
papa lo identificó con el Luso, pero otros so
inclinaban por el Pisatello. Como muchos otros contemporáneos, C.1 mento, su hijo lo llevaría siempre en su bolsillo.
sanova cree que es el Fiumicino, que corre al este de Cesena.
11. Messedaglia afirma que no pudo encontrar rastros de esta bi 15. Enrique IV (10501106), rey germano de 1054 a 1106 y empera-
blioteca pública. La biblioteca comunal de Mantua no se fundó hast.i dor desde 1084.
1780. 16. Hildebrando (10201085), papa de 1073 a 1085, canonizado en
12. 34 metros. 1606.
13. Godofredo de Bouillon (10711 too), duque de Baja Lorena, jete 17. Según las antiguas doctrinas mágicas, había muchos genios en-
de la primera cruzada y primer rey de Jerusalén. cargados de custodiar los tesoros ocultos:  Aciel  (soloro),  Mar buel 
14. Condesa de Toscana (10461115). (lunaplata), Ari el  (agua).
 (agua).

548 549
549

 Ad op tam os estas cond co nd icio nes


ne s med iante esc rit ura s mut uas y Cuarenta escudos.
fijamos nuestra partida para dos días más tarde. En el momento A qu í están.
están. El cáñamo es mío, y diré a vuestro marido marido que
de salir, el padre dio su bendición al hijo, dicicndome al mismo lo lleve lejos de aquí.
tiempo que era conde palatino'8y mostrándome el diploma del Como mi compañero estaba llamándome, bajé. Francia me
papa reinante.'9Lo abracé entonces dándole el título de conde, rindió el homenaje que habría rendido a un gran mago, pese a
 y recib
re cib í la letr a de cam bio. que yo no tuviera aire de serlo. Acordamos que se quedaría con
Tras despedirme de M arina, que se había convertido en la fa- una cuarta parte del tesoro, otra cuarta parte pertenecería a Ca-
 vorit
 vo rit a del cond
co nd e Ar co na ti, 10 y de Ballet
Bal letti,
ti, a qu ien esta ba seguro
seg uro pitani, y yo me quedaría con las dos restantes. Le dije que nece-
de volver a ver en Venecia al año siguiente, me fui a cenar con mi sitaba una habitación para mí solo, con dos camas y una antecá-
querido
querido O ’Ncilan. mara donde habría una bañera. Capitani debía alojarse en el lado
Por la mañana me embarqué, y fui a Ferrara, y de allí a Bo- opuesto de la casa, y en mi aposento debía haber tres m esas, dos
lonia y a Cesena, donde nos alojamos en la posta. Al día si pequeñas y una grande. Le ordené además que me procurase una
guíente muy temprano fuim os dando un pasco a casa de de Gior gio costurera virgen que tuviera entre catorce y dieciocho años. Esta
Francia, rico campesino dueño del tesoro, que vivía a un cuarto muchacha debía ser capaz de guardar el secreto, como el resto de
de milla de la ciudad y que no esperaba tan dichosa visita. la casa, porque si la Inquisició n11 llegaba a enterarse de nuestros
 Abr
 A br azó
az ó a C ap ita ni,
ni , a qu ien con ocía,
oc ía, y, dej ánd om e con su fami asuntos todo estaría perdido. Le dije que iría a instalarme en su
lia, se fue con él para hablar del asunto. casa al
al día siguiente, que comía dos veces al día y que sólo bebía
Lo primero que vi, y que al instante reconocí como mi te-  vino Sang
Sa ng iov ese.
es e.11
11 Para desayu
de sayu nar,
nar , lleva ba con migo
mi go mi prop
pr op io
soro, fue a la hija mayor de aquel hombre. Vi también a la me- chocolate. Le prometí pagarle todo el gasto que hiciera si mi em-
nor, fea, a un hijo cretino, a la mujer, y a tres o cuatro criadas. presa fallaba. Lo último que le ordené fue que mandase trans-
La hija mayor, que me gustó desde el primer momento y que portar inmediatamente a otra parte el cáñamo, y purgar aquel
se llamaba Genoveffa, como casi todas las campesinas de Ce mismo día el aire con pólvora de cañón. Le dije que me buscase
sena, cuando me oyó decir que debía de tener dieciocho años, un hombre de confianza que fuera al día siguiente temprano a
me replicó muy seria que sólo tenía catorce. La casa estaba bien recoger nuestro equipaje a la posada de la Posta. En su casa de-
situada, y aislada en cuatrocientos pasos a la redonda. Vi con sa bía haber, dispuestas para mí, cien velas y tres antorchas.
tisfacción que me encontraría bien alojado. Lo que me molestó  Aú n no hab íam os dadoda do cien pas os cu ando
an do oig o a Franc
Fr anc ia,
fue un olor apestoso que debía infectar el aire. Pregunto a la se que corre detrás de mí para devolverme los cuarenta escu-
ñora Francia de dónde procedía aquella fetidez, y me dice que dos que yo había dado a su mujer por el cáñamo. No los cogí
era el olor del cáñamo puesto a macerar. hasta que me aseguró que estaba seguro de venderlo por igual
¿Cu ánto vale vale lo que ahí tenéis
tenéis??
21. La Inquisición contra herejes existía desde el siglo  XIII; en 1542
18. Además de ser un título de los caballeros de la Orden de la Es lúe reorganizada por Paulo III , y en 1 578 por Sixto V, que le dio el nom-
pada conferido por el papa, también era el de un antiguo magistrado bre que aún conserva: Congregaría Romans et universalis Inquisitionis
eclesiástico relacionado con el mundo de la universidad. S.iucti Officii.   Casanova no parece tener miedo a la Inquisición vene
19. Benedicto XIV (17401758), papa entre 1740 y 1758. tiana, hasta cierto punto independiente; pero sí debía temerla en Ce
20. El conde Giuscppe Antonio ArconaliVisconti (16981763), de sena, que pertenecía a los Estados de la Iglesia (15071859).
origen milanés, fue virrey del Imperio en Mantua (17461749) para con 22. Ninguna topografía de viñedos cita SaintJcvesc, como aquí es
 vertirse luego
luego en
en consejero personal
personal y chambelá
chambelán
n de la emperatriz
emperatriz Marí
Maríaa 1 libe Casanova, o Jevcs, como también hace en otras partes. Existe un
Teresa.  vino
 vino tinto Sangiovese
Sangiovese originario de la Romana.
Romana.
 Ad op tam os estas cond co nd icio nes
ne s med iante esc rit ura s mut uas y Cuarenta escudos.
fijamos nuestra partida para dos días más tarde. En el momento A qu í están.
están. El cáñamo es mío, y diré a vuestro marido marido que
de salir, el padre dio su bendición al hijo, dicicndome al mismo lo lleve lejos de aquí.
tiempo que era conde palatino'8y mostrándome el diploma del Como mi compañero estaba llamándome, bajé. Francia me
papa reinante.'9Lo abracé entonces dándole el título de conde, rindió el homenaje que habría rendido a un gran mago, pese a
 y recib
re cib í la letr a de cam bio. que yo no tuviera aire de serlo. Acordamos que se quedaría con
Tras despedirme de M arina, que se había convertido en la fa- una cuarta parte del tesoro, otra cuarta parte pertenecería a Ca-
 vorit
 vo rit a del cond
co nd e Ar co na ti, 10 y de Ballet
Bal letti,
ti, a qu ien esta ba seguro
seg uro pitani, y yo me quedaría con las dos restantes. Le dije que nece-
de volver a ver en Venecia al año siguiente, me fui a cenar con mi sitaba una habitación para mí solo, con dos camas y una antecá-
querido
querido O ’Ncilan. mara donde habría una bañera. Capitani debía alojarse en el lado
Por la mañana me embarqué, y fui a Ferrara, y de allí a Bo- opuesto de la casa, y en mi aposento debía haber tres m esas, dos
lonia y a Cesena, donde nos alojamos en la posta. Al día si pequeñas y una grande. Le ordené además que me procurase una
guíente muy temprano fuim os dando un pasco a casa de de Gior gio costurera virgen que tuviera entre catorce y dieciocho años. Esta
Francia, rico campesino dueño del tesoro, que vivía a un cuarto muchacha debía ser capaz de guardar el secreto, como el resto de
de milla de la ciudad y que no esperaba tan dichosa visita. la casa, porque si la Inquisició n11 llegaba a enterarse de nuestros
 Abr
 A br azó
az ó a C ap ita ni,
ni , a qu ien con ocía,
oc ía, y, dej ánd om e con su fami asuntos todo estaría perdido. Le dije que iría a instalarme en su
lia, se fue con él para hablar del asunto. casa al
al día siguiente, que comía dos veces al día y que sólo bebía
Lo primero que vi, y que al instante reconocí como mi te-  vino Sang
Sa ng iov ese.
es e.11
11 Para desayu
de sayu nar,
nar , lleva ba con migo
mi go mi prop
pr op io
soro, fue a la hija mayor de aquel hombre. Vi también a la me- chocolate. Le prometí pagarle todo el gasto que hiciera si mi em-
nor, fea, a un hijo cretino, a la mujer, y a tres o cuatro criadas. presa fallaba. Lo último que le ordené fue que mandase trans-
La hija mayor, que me gustó desde el primer momento y que portar inmediatamente a otra parte el cáñamo, y purgar aquel
se llamaba Genoveffa, como casi todas las campesinas de Ce mismo día el aire con pólvora de cañón. Le dije que me buscase
sena, cuando me oyó decir que debía de tener dieciocho años, un hombre de confianza que fuera al día siguiente temprano a
me replicó muy seria que sólo tenía catorce. La casa estaba bien recoger nuestro equipaje a la posada de la Posta. En su casa de-
situada, y aislada en cuatrocientos pasos a la redonda. Vi con sa bía haber, dispuestas para mí, cien velas y tres antorchas.
tisfacción que me encontraría bien alojado. Lo que me molestó  Aú n no hab íam os dadoda do cien pas os cu ando
an do oig o a Franc
Fr anc ia,
fue un olor apestoso que debía infectar el aire. Pregunto a la se que corre detrás de mí para devolverme los cuarenta escu-
ñora Francia de dónde procedía aquella fetidez, y me dice que dos que yo había dado a su mujer por el cáñamo. No los cogí
era el olor del cáñamo puesto a macerar. hasta que me aseguró que estaba seguro de venderlo por igual
¿Cu ánto vale vale lo que ahí tenéis
tenéis??
21. La Inquisición contra herejes existía desde el siglo  XIII; en 1542
18. Además de ser un título de los caballeros de la Orden de la Es lúe reorganizada por Paulo III , y en 1 578 por Sixto V, que le dio el nom-
pada conferido por el papa, también era el de un antiguo magistrado bre que aún conserva: Congregaría Romans et universalis Inquisitionis
eclesiástico relacionado con el mundo de la universidad. S.iucti Officii.   Casanova no parece tener miedo a la Inquisición vene
19. Benedicto XIV (17401758), papa entre 1740 y 1758. tiana, hasta cierto punto independiente; pero sí debía temerla en Ce
20. El conde Giuscppe Antonio ArconaliVisconti (16981763), de sena, que pertenecía a los Estados de la Iglesia (15071859).
origen milanés, fue virrey del Imperio en Mantua (17461749) para con 22. Ninguna topografía de viñedos cita SaintJcvesc, como aquí es
 vertirse luego
luego en
en consejero personal
personal y chambelá
chambelán
n de la emperatriz
emperatriz Marí
Maríaa 1 libe Casanova, o Jevcs, como también hace en otras partes. Existe un
Teresa.  vino
 vino tinto Sangiovese
Sangiovese originario de la Romana.
Romana.

550
550 55'

precio ese mismo día. Esta actitud mía hizo concebir al hombre Le digo que me siga, y, para hacer algo mágico, empapo una
la mayor veneración por mí, que aumentó todavía más cuando, toalla en agua; luego, tras pronunciar unas palabras espantosas
a pesar de Capitani, no quise los cien cequíes que pretendía que no pertenecían a ninguna lengua, les lavé los ojos, las sienes
darme para pagarme el viaje. Lo vi encantado cuando le dije que,  y el pech
pe cho,
o, que
qu e Ge no ve ffa tal vez
ve z no me habr ía dejad
de jad o to car si
en vísperas de conseguir un tesoro, no hay que reparar en nade- no hubiera empezado por el velludo pecho de su padre. Les hice
rías. Al día siguiente nos encontramos perfectamente instalados  jur ar sob re una cart era que saqu é del bo lsillo
lsi llo que no tenían
ten ían en-
en -
en su casa, y con todo nuestro equipaje. fermedades impuras, y a Genoveffa que era virgen. Como se
La comida fue demasiado abundante, y le dije a Francia que sonrojó mucho al hacerme ese juramento, tuve la crueldad de
debía hacer economías y limitarse a darme de cenar algún buen explicarle lo que significaba la palabra virginidad, y sentí el
pescado. Tras la cena vino a decirme que, respecto a la virgen, mayor placer cuando, queriendo hacerle repetir el juramento,
había consu ltado con su mujer, y que podía utilizar a su hija Gc me dijo poniéndose más colorada aún que lo sabía y que, por lo
noveffa. Después de responderle que volviera con ella, le pre- tanto, no había necesidad de que jurase de nuevo. Les ordené
gunté los motivos que le hacían creer que tenía un tesoro en su darme un beso, y, al sentir que de la boca de mi querida Geno-
casa.  vef fa salía una ins opor
op ortab
tab le fet ide z a ajo, se lo proh
pr oh ibí inm edi a-
En primer lugarme respondió, la tradición oral de padre tamente a los tres. Giorgio me aseguró que el ajo no volvería a
a hijo desde hace ocho generaciones. En segundo lugar, los gran entrar en su casa.
des golpes que se oyen bajo tierra durante toda la noche. En ter- Genoveffa no era una belleza perfecta por lo que se refiere a
cer lugar, la puerta de mi bodega, que se abre y se cierra total- la cara, demasiado morena, y tenía la boca algo grande; pero sus
mente sola cada
cada tres o cuatro minutos, obra de los de monios que dientes eran bellos y el labio inferior sobresalía un poco, como
 vem os pasear
pas ear tod as las noc hes po r el c am po en form
fo rm a d e llamas si estuviera hecho para recoger besos. Me había parecido inte-
piramidales. resante cuando, al lavarle el pecho, descubrí que sus senos te-
Si eso es así, es tan cierto como que dos y dos son cuatro nían una consistencia que no había imaginado que se pudiera
que tenéis en vuestra casa un tesoro. Dios os libre de poner una tener. Era también demasiado rubia, y sus manos, demasiado
cerradura en la puerta que se abre y se cierra, se produciría un carnosas, carecían
carecían de dulzura, pero había que pasar por alto todo
terremoto, y en este mismo recinto se formaría un cráter, porque esto. Mi propósito no era enamorarla, pues la tarea habría sido
los espíritus quieren tener libres la entrada y la salida para ir a demasiado larga con una campesina, sino volverla dócil y su-
sus asuntos. misa. Decidí hacer que se avergonzara de su malicia, y asegu-
Alab ado sea Dios, porque un sabio que mi padre hizo venir venir rarme así de que no encontraría la menor resistencia. A falta de
hace cuarenta años nos dijo lo mismo. Aquel gran hombre sólo amor,
amor, lo principal en este tipo de correrías es la sumisión. Cierto
necesitaba tres días para extraer el tesoro; pero c uando mi padre padre que no hay gracia, placer, ni arrebato; pero a cambio se saca bas-
se enteró de que la Inquisición estaba a punto de apresarlo, lo tante satisfacción del dominio absoluto que se ejerce. Advertí a
hizo escapar a toda prisa. Decidme, por favor, ¿cómo es que la todos que cenarían conmigo de uno en uno por orden de edad,
magia no puede resistir a la Inquisición?  y que
q ue G en ov ef fa do rm iría sie mp re en mi ant ecámar
ecá mara,
a, don de ha-
Porque los monjes tienen a su servicio un mayor número bría una bañera en la que yo lavaría a mi comensal, que debía
de diablos que nosotros. Estoy seguro de que vuestro padre ya estar en ayunas media hora antes de sentarse a la mesa.
había gastado mucho con aquel sabio. Di a Francia una lista con todos los objetos que debía ir a
Casi dos mil escudos. comprarme a Cescna al día siguiente, pero sin regatear. Una
M ás, más.
más. pieza de tela blanca de veinticinco a treinta varas por valor de
precio ese mismo día. Esta actitud mía hizo concebir al hombre Le digo que me siga, y, para hacer algo mágico, empapo una
la mayor veneración por mí, que aumentó todavía más cuando, toalla en agua; luego, tras pronunciar unas palabras espantosas
a pesar de Capitani, no quise los cien cequíes que pretendía que no pertenecían a ninguna lengua, les lavé los ojos, las sienes
darme para pagarme el viaje. Lo vi encantado cuando le dije que,  y el pech
pe cho,
o, que
qu e Ge no ve ffa tal vez
ve z no me habr ía dejad
de jad o to car si
en vísperas de conseguir un tesoro, no hay que reparar en nade- no hubiera empezado por el velludo pecho de su padre. Les hice
rías. Al día siguiente nos encontramos perfectamente instalados  jur ar sob re una cart era que saqu é del bo lsillo
lsi llo que no tenían
ten ían en-
en -
en su casa, y con todo nuestro equipaje. fermedades impuras, y a Genoveffa que era virgen. Como se
La comida fue demasiado abundante, y le dije a Francia que sonrojó mucho al hacerme ese juramento, tuve la crueldad de
debía hacer economías y limitarse a darme de cenar algún buen explicarle lo que significaba la palabra virginidad, y sentí el
pescado. Tras la cena vino a decirme que, respecto a la virgen, mayor placer cuando, queriendo hacerle repetir el juramento,
había consu ltado con su mujer, y que podía utilizar a su hija Gc me dijo poniéndose más colorada aún que lo sabía y que, por lo
noveffa. Después de responderle que volviera con ella, le pre- tanto, no había necesidad de que jurase de nuevo. Les ordené
gunté los motivos que le hacían creer que tenía un tesoro en su darme un beso, y, al sentir que de la boca de mi querida Geno-
casa.  vef fa salía una ins opor
op ortab
tab le fet ide z a ajo, se lo proh
pr oh ibí inm edi a-
En primer lugarme respondió, la tradición oral de padre tamente a los tres. Giorgio me aseguró que el ajo no volvería a
a hijo desde hace ocho generaciones. En segundo lugar, los gran entrar en su casa.
des golpes que se oyen bajo tierra durante toda la noche. En ter- Genoveffa no era una belleza perfecta por lo que se refiere a
cer lugar, la puerta de mi bodega, que se abre y se cierra total- la cara, demasiado morena, y tenía la boca algo grande; pero sus
mente sola cada
cada tres o cuatro minutos, obra de los de monios que dientes eran bellos y el labio inferior sobresalía un poco, como
 vem os pasear
pas ear tod as las noc hes po r el c am po en form
fo rm a d e llamas si estuviera hecho para recoger besos. Me había parecido inte-
piramidales. resante cuando, al lavarle el pecho, descubrí que sus senos te-
Si eso es así, es tan cierto como que dos y dos son cuatro nían una consistencia que no había imaginado que se pudiera
que tenéis en vuestra casa un tesoro. Dios os libre de poner una tener. Era también demasiado rubia, y sus manos, demasiado
cerradura en la puerta que se abre y se cierra, se produciría un carnosas, carecían
carecían de dulzura, pero había que pasar por alto todo
terremoto, y en este mismo recinto se formaría un cráter, porque esto. Mi propósito no era enamorarla, pues la tarea habría sido
los espíritus quieren tener libres la entrada y la salida para ir a demasiado larga con una campesina, sino volverla dócil y su-
sus asuntos. misa. Decidí hacer que se avergonzara de su malicia, y asegu-
Alab ado sea Dios, porque un sabio que mi padre hizo venir venir rarme así de que no encontraría la menor resistencia. A falta de
hace cuarenta años nos dijo lo mismo. Aquel gran hombre sólo amor,
amor, lo principal en este tipo de correrías es la sumisión. Cierto
necesitaba tres días para extraer el tesoro; pero c uando mi padre padre que no hay gracia, placer, ni arrebato; pero a cambio se saca bas-
se enteró de que la Inquisición estaba a punto de apresarlo, lo tante satisfacción del dominio absoluto que se ejerce. Advertí a
hizo escapar a toda prisa. Decidme, por favor, ¿cómo es que la todos que cenarían conmigo de uno en uno por orden de edad,
magia no puede resistir a la Inquisición?  y que
q ue G en ov ef fa do rm iría sie mp re en mi ant ecámar
ecá mara,
a, don de ha-
Porque los monjes tienen a su servicio un mayor número bría una bañera en la que yo lavaría a mi comensal, que debía
de diablos que nosotros. Estoy seguro de que vuestro padre ya estar en ayunas media hora antes de sentarse a la mesa.
había gastado mucho con aquel sabio. Di a Francia una lista con todos los objetos que debía ir a
Casi dos mil escudos. comprarme a Cescna al día siguiente, pero sin regatear. Una
M ás, más.
más. pieza de tela blanca de veinticinco a treinta varas por valor de

552 553
553

ocho a diez cequíes, hilo, tijeras, agujas, estoraque, mirra, azu- decir nada, y al cabo de un cuarto de hora me llamó. Fui con
fre, aceite de oliva, alcanfor, una resma de papel, plumas, tinta, aire dulce y serio a situarme en el borde de la bañera. Como es-
doce hojas de pergamino, pinceles y una rama de olivo con la taba de lado, le dije que se pusiera boca arriba y me mirara mien-
que pudiera hacerse un bastón de pie y medio. tras yo pronunciaba la fórmula del rito. Obedece muy sumisa y
Encantad o con el papel de mago que iba a representar, y para le hago una ablución general en todas las posturas. En el deber
el que no me suponía tantas habilidades, me metí en la cama. Al en que me veía de representar bien mi papel, sufrí más que gocé;
día siguiente ordené a Capitani que fuera todos los días a Cesena,  y  ella debió de encontrarse en el mismo caso, mostrándose in-
al Gran Café, para oír lo que se decía y poder informarme. Antes diferente y disimulando la excitación que debía provocarle mi
de mediodía llegó Francia con todo lo que le había mandado mano, que no acababa nunca de lavarla en los puntos que debían
comprar. Me dijo que no había regateado, y que el tendero que de ser más sensibles al tacto. La hice salir de la bañera para se-
le había vendido la tela iría a contar que estaba borracho, pues carla; y fue entonces cuando mi celo, para cumplir bien la tarca,
se la había pagado por lo menos seis escudos más de lo que valía. le ordenó posturas que poco faltó para que me forzaran a trai-
Le dije que me enviara a su hija y me dejara a solas con ella. cionarme. Un pequeño alivio que me procuré en un momento en
 A Ge no ve ffa le mand é cort
co rtar
ar cu atr o troz
tr ozos
os de cin co pies de que ella no podía verme, me calmó, y le dije que se vistiera.
largo, dos de dos pies, y un séptimo de dos pies y medio para Como estaba en ayunas, comió con un apetito voraz, y el
hacer la capucha de la túnica que necesitaba25
necesitaba25 para el gran con-  vino de San gio vese,
ve se, que bebió
be bió co mo si hubie
hu biera
ra sid o agua,
agua , la en -
 juro
 ju ro.. Le ord ené
en é que
qu e em pezara
pez ara a co ser
se r sentada
sen tada jun to a mi cama. cendió de tal forma que ya no vi que tenía morena la piel. Le
Comeréis aquí le dije y no saldréis hasta la noche. Cuan- pregunté, en cuanto estuvimos solos, si lo que la había obligado
do venga vuestro padre nos dejaréis, pero volveréis para acosta- a hacer le había desagradado, y me respondió que no, que, al
ros cuando él se vaya. contrario, le había gustado.
Genoveffa comió, pues, junto a mi cama, donde su madre le Espero entonces le dije que mañana no os moleste mete-
sirvió todo lo que le encargué, bebiendo únicamente vino de San ros en el baño conmigo y hacerme las mismas abluciones que yo
giovese. Hacia el atardecer, desapareció cuando llegó su padre. os he hecho.
Tuve la paciencia de lavar al buen hom bre en el baño y de t e- Con mucho gusto, pero ¿sabré hacerlo?
nerlo a lala mesa: comió co mo un lob o asegurándom e que por pri Ya os enseñaré, y en adelante dormiréis todas las noches en
mera vez en su vida había pasado veinticuatro horas sin tomar mi cuarto, porque debo estar seguro de que la noche de la gran
nada. Borracho de Sangiovese, durmió hasta que apareció su es operación os encontraré virgen todavía.
posa con mi chocolate. La hija vino a coser hasta la la noche, y des Tras esta advertencia, Genoveffa tuvo conmigo una actitud
apareció al llegar Capitani, a quien traté como a Francia. Al día desenvuelta, me miraba con aire seguro, sonreía con frecuencia
siguiente le llegó el turno a Genoveffa, a la que había esperado  y y a no se s int ió incóm
inc óm oda . Fu e a acost
ac ost ars e y, com
c om o ya no había
con la mayor impaciencia. nada que yo pudiera encontrar nuevo, no necesitó luchar contra
 A la hor a fija da le dij e que fuera
fu era a met erse en el bañ o y me ningún sentimiento de pudor. Para protegerse del calor, se des-
llamase cuando estuviera preparada, porque debía lavarla como nudó por completo y se durmió. Yo hice lo mismo, pero no sin
había lavado a su padre y a Capitani. Se fue rápidamente sin cierto arrepentimiento por haberme comprometido a no llevar
.1 cabo el gran sacrificio hasta la noche de la extracción del te-
23. Casanova
Casanov a sigue al pie de la
la letra las reglas dadas por Agrippa von
von soro. La operación fracasaría, eso ya lo sabía yo; pero también
Ncttesheim para conjurar a los espíritus, reglas que, por lo demás, se re sabía que ese fracaso no se debería al hecho de que la hubiera
montaban a las antiguas prescripciones dadas por Aarón a los sacerdo
tes hebreos (Éxodo, 28 y ss.). desvirgado.
ocho a diez cequíes, hilo, tijeras, agujas, estoraque, mirra, azu- decir nada, y al cabo de un cuarto de hora me llamó. Fui con
fre, aceite de oliva, alcanfor, una resma de papel, plumas, tinta, aire dulce y serio a situarme en el borde de la bañera. Como es-
doce hojas de pergamino, pinceles y una rama de olivo con la taba de lado, le dije que se pusiera boca arriba y me mirara mien-
que pudiera hacerse un bastón de pie y medio. tras yo pronunciaba la fórmula del rito. Obedece muy sumisa y
Encantad o con el papel de mago que iba a representar, y para le hago una ablución general en todas las posturas. En el deber
el que no me suponía tantas habilidades, me metí en la cama. Al en que me veía de representar bien mi papel, sufrí más que gocé;
día siguiente ordené a Capitani que fuera todos los días a Cesena,  y  ella debió de encontrarse en el mismo caso, mostrándose in-
al Gran Café, para oír lo que se decía y poder informarme. Antes diferente y disimulando la excitación que debía provocarle mi
de mediodía llegó Francia con todo lo que le había mandado mano, que no acababa nunca de lavarla en los puntos que debían
comprar. Me dijo que no había regateado, y que el tendero que de ser más sensibles al tacto. La hice salir de la bañera para se-
le había vendido la tela iría a contar que estaba borracho, pues carla; y fue entonces cuando mi celo, para cumplir bien la tarca,
se la había pagado por lo menos seis escudos más de lo que valía. le ordenó posturas que poco faltó para que me forzaran a trai-
Le dije que me enviara a su hija y me dejara a solas con ella. cionarme. Un pequeño alivio que me procuré en un momento en
 A Ge no ve ffa le mand é cort
co rtar
ar cu atr o troz
tr ozos
os de cin co pies de que ella no podía verme, me calmó, y le dije que se vistiera.
largo, dos de dos pies, y un séptimo de dos pies y medio para Como estaba en ayunas, comió con un apetito voraz, y el
hacer la capucha de la túnica que necesitaba25
necesitaba25 para el gran con-  vino de San gio vese,
ve se, que bebió
be bió co mo si hubie
hu biera
ra sid o agua,
agua , la en -
 juro
 ju ro.. Le ord ené
en é que
qu e em pezara
pez ara a co ser
se r sentada
sen tada jun to a mi cama. cendió de tal forma que ya no vi que tenía morena la piel. Le
Comeréis aquí le dije y no saldréis hasta la noche. Cuan- pregunté, en cuanto estuvimos solos, si lo que la había obligado
do venga vuestro padre nos dejaréis, pero volveréis para acosta- a hacer le había desagradado, y me respondió que no, que, al
ros cuando él se vaya. contrario, le había gustado.
Genoveffa comió, pues, junto a mi cama, donde su madre le Espero entonces le dije que mañana no os moleste mete-
sirvió todo lo que le encargué, bebiendo únicamente vino de San ros en el baño conmigo y hacerme las mismas abluciones que yo
giovese. Hacia el atardecer, desapareció cuando llegó su padre. os he hecho.
Tuve la paciencia de lavar al buen hom bre en el baño y de t e- Con mucho gusto, pero ¿sabré hacerlo?
nerlo a lala mesa: comió co mo un lob o asegurándom e que por pri Ya os enseñaré, y en adelante dormiréis todas las noches en
mera vez en su vida había pasado veinticuatro horas sin tomar mi cuarto, porque debo estar seguro de que la noche de la gran
nada. Borracho de Sangiovese, durmió hasta que apareció su es operación os encontraré virgen todavía.
posa con mi chocolate. La hija vino a coser hasta la la noche, y des Tras esta advertencia, Genoveffa tuvo conmigo una actitud
apareció al llegar Capitani, a quien traté como a Francia. Al día desenvuelta, me miraba con aire seguro, sonreía con frecuencia
siguiente le llegó el turno a Genoveffa, a la que había esperado  y y a no se s int ió incóm
inc óm oda . Fu e a acost
ac ost ars e y, com
c om o ya no había
con la mayor impaciencia. nada que yo pudiera encontrar nuevo, no necesitó luchar contra
 A la hor a fija da le dij e que fuera
fu era a met erse en el bañ o y me ningún sentimiento de pudor. Para protegerse del calor, se des-
llamase cuando estuviera preparada, porque debía lavarla como nudó por completo y se durmió. Yo hice lo mismo, pero no sin
había lavado a su padre y a Capitani. Se fue rápidamente sin cierto arrepentimiento por haberme comprometido a no llevar
.1 cabo el gran sacrificio hasta la noche de la extracción del te-
23. Casanova
Casanov a sigue al pie de la
la letra las reglas dadas por Agrippa von
von soro. La operación fracasaría, eso ya lo sabía yo; pero también
Ncttesheim para conjurar a los espíritus, reglas que, por lo demás, se re
sabía que ese fracaso no se debería al hecho de que la hubiera
montaban a las antiguas prescripciones dadas por Aarón a los sacerdo
tes hebreos (Éxodo, 28 y ss.). desvirgado.

554 555
555

Genoveffa se levantó muy temprano y se puso a trabajar. para explicar el fenómeno, decidí en mi fuero interno que allí
 Ac aba da la tú nica,
nic a, e mpleó
mp leó el res
r esto
to de la jo rna da en hace rme una había algún truco. Pero no me preocupé de decirlo.
corona de pergamino de siete puntas, sobre la que pinté unos De nuevo en el balcón, vi en el patio sombras que iban y ve-
signos espantosos. nían. Sólo podían ser masas de aire húmedo y espeso; y, por lo
Una hora antes de la cena fui a meterme en el baño, ella entró que se refería a las pirámides de llamas que veía planear en el
en él cuando le dije que era el momento, y me hizo las mismas campo, era un fenómeno14 que yo ya conocía. Dejé que siguie
abluciones que yo le había hecho la víspera con igual celo y la ran creyendo en los espíritus guardianes del tesoro. En toda la
misma dulzura, dándome pruebas de la más tierna amistad. amistad. Pasé Italia meridional, los campos están llenos de fuegos fatuos que
una hora deliciosa en la que sólo respeté el santuario. Al verse »•I pueblo toma por d iablos. D e ahí viene el nom bre de Spirito
cubierta de besos, creyó que debía hacer otro tanto conmigo  folletto .2*
.2*
desde el momento en que yo no se lo prohibía. Era en la noche...16
M e alegra comprobar le d ije que sientes sientes placer.
placer. Has de
saber, querida niña, que el éxito de nuestra operación depende
únicamente del placer que puedas procurarte en mi presencia sin sin
el menor escrúpulo.
Tras este anuncio, se dejó llevar completamente por la natu-
raleza e hizo cosas increíbles para convencerme de que el placer
que sentía estaba por encima de cualquier posibilidad expresiva.
 A pesar
pes ar de la abst
a bst inenci
ine nciaa d el fru to pr oh ibido
ibi do , nos alim entamo
ent amo s
lo bastante para ir a sentarnos a la mesa muy satisfechos el uno
del otro. Fue ella quien, en el momento de ir a meterse en la
cama, me preguntó si acostándonos juntos comprometíamos el
éxito de la operación. Cuando le dije que no, vino a echarse en
mis brazos muy contenta y nos entregamos al amor hasta que el
amor mismo tuvo ganas de dormir. Pude admirar la riqueza de
su temperamento en lo sublime de sus invenciones.
Pasé una buena parte de la noche siguiente con Franc ia y Ca
pitani para ver con mis propios ojos los fenómenos de que me
hablaba aquel aldeano. Situándome en el balcón que daba al
patio de la casa, oí cada tres o cuatro minutos el ruido de la
puerta que se abría y cerraba por sí misma, oí los golpes subte
rráncos que se sucedían a intervalos iguales iguales tres o cu atro por mi
ñuto. El ruido de esos golpes se parecía al que habría hecho uii.i
gran maza de bronce lanzada contra un gran m ortero del mismo
metal. Cogí mis pistolas, y fui a situarme con ellas cerca de la
24. El suelo volcánico de Cesena produce cráteres sulfurosos, de
de los
puerta que se movía, linterna en mano. Vi abrirse la puerta len i|iie verosímilmente provenían esas apariciones,
tamente, y treinta segundos después cerrarse con violencia. I.a ij. «Duende.»
abrí y cerré yo mismo, y al no hallar ninguna razón física oculta  16.  Así c oncluye el manuscrito.
manuscrito.

Genoveffa se levantó muy temprano y se puso a trabajar. para explicar el fenómeno, decidí en mi fuero interno que allí
 Ac aba da la tú nica,
nic a, e mpleó
mp leó el res
r esto
to de la jo rna da en hace rme una había algún truco. Pero no me preocupé de decirlo.
corona de pergamino de siete puntas, sobre la que pinté unos De nuevo en el balcón, vi en el patio sombras que iban y ve-
signos espantosos. nían. Sólo podían ser masas de aire húmedo y espeso; y, por lo
Una hora antes de la cena fui a meterme en el baño, ella entró que se refería a las pirámides de llamas que veía planear en el
en él cuando le dije que era el momento, y me hizo las mismas campo, era un fenómeno14 que yo ya conocía. Dejé que siguie
abluciones que yo le había hecho la víspera con igual celo y la ran creyendo en los espíritus guardianes del tesoro. En toda la
misma dulzura, dándome pruebas de la más tierna amistad. amistad. Pasé Italia meridional, los campos están llenos de fuegos fatuos que
una hora deliciosa en la que sólo respeté el santuario. Al verse »•I pueblo toma por d iablos. D e ahí viene el nom bre de Spirito
cubierta de besos, creyó que debía hacer otro tanto conmigo  folletto .2*
.2*
desde el momento en que yo no se lo prohibía. Era en la noche...16
M e alegra comprobar le d ije que sientes sientes placer.
placer. Has de
saber, querida niña, que el éxito de nuestra operación depende
únicamente del placer que puedas procurarte en mi presencia sin sin
el menor escrúpulo.
Tras este anuncio, se dejó llevar completamente por la natu-
raleza e hizo cosas increíbles para convencerme de que el placer
que sentía estaba por encima de cualquier posibilidad expresiva.
 A pesar
pes ar de la abst
a bst inenci
ine nciaa d el fru to pr oh ibido
ibi do , nos alim entamo
ent amo s
lo bastante para ir a sentarnos a la mesa muy satisfechos el uno
del otro. Fue ella quien, en el momento de ir a meterse en la
cama, me preguntó si acostándonos juntos comprometíamos el
éxito de la operación. Cuando le dije que no, vino a echarse en
mis brazos muy contenta y nos entregamos al amor hasta que el
amor mismo tuvo ganas de dormir. Pude admirar la riqueza de
su temperamento en lo sublime de sus invenciones.
Pasé una buena parte de la noche siguiente con Franc ia y Ca
pitani para ver con mis propios ojos los fenómenos de que me
hablaba aquel aldeano. Situándome en el balcón que daba al
patio de la casa, oí cada tres o cuatro minutos el ruido de la
puerta que se abría y cerraba por sí misma, oí los golpes subte
rráncos que se sucedían a intervalos iguales iguales tres o cu atro por mi
ñuto. El ruido de esos golpes se parecía al que habría hecho uii.i
gran maza de bronce lanzada contra un gran m ortero del mismo
metal. Cogí mis pistolas, y fui a situarme con ellas cerca de la
24. El suelo volcánico de Cesena produce cráteres sulfurosos, de
de los
puerta que se movía, linterna en mano. Vi abrirse la puerta len i|iie verosímilmente provenían esas apariciones,
tamente, y treinta segundos después cerrarse con violencia. I.a ij. «Duende.»
abrí y cerré yo mismo, y al no hallar ninguna razón física oculta  16.  Así c oncluye el manuscrito.
manuscrito.

556
556 557
557
Memoria mundi

I Las «M
«Mém
émoi
oire
res»
s» de Casanova constituyen el cuadro más completo
completo
I y detallad
det allado
o de las costumb
cost umbres
res de la sociedad del siglo XVIII: una
una auté
au tén-
n-
tica autobiografía de ese periodo. Probablemente ningún otro hombre
en la historia haya dejado un testimonio tan sincero de su existencia,
I ni haya tenido una
una vida tan rica, amena
ame na y lite
li tera
rari
ria
a junto a los más des-
tacados personajes de su tiempo.
Escrito en francés, en sus años de declive, cuando Giacomo Casa
nova (17251798) era bibliotecario del castillo del conde Waldstein en Bo-
hemia, el manuscrito de sus memorias fue vendido en 1820 al editor
/
I alemán Brockhaus. Este encargó su edición a Jean Laforgue, quien no

I
se conformó con corregir el estilo, plagado de italianismos, sino que
adaptó su forma de pensar al gusto prerromántico de la época, censu-
rando pasajes que consideraba subidos de tono. En 1928, Stefan Zweig
se lamentaba de la falta de un texto original de las «Mémoires» que
permitiera «juzgar fundadamente la producción literaria de Casanova».
Memoria mundi

I Las «M
«Mém
émoi
oire
res»
s» de Casanova constituyen el cuadro más completo
completo
I y detallad
det allado
o de las costumb
cost umbres
res de la sociedad del siglo XVIII: una
una auté
au tén-
n-
tica autobiografía de ese periodo. Probablemente ningún otro hombre
en la historia haya dejado un testimonio tan sincero de su existencia,
I ni haya tenido una
una vida tan rica, amena
ame na y lite
li tera
rari
ria
a junto a los más des-
tacados personajes de su tiempo.
Escrito en francés, en sus años de declive, cuando Giacomo Casa
nova (17251798) era bibliotecario del castillo del conde Waldstein en Bo-
hemia, el manuscrito de sus memorias fue vendido en 1820 al editor
/
I alemán Brockhaus. Este encargó su edición a Jean Laforgue, quien no

I
se conformó con corregir el estilo, plagado de italianismos, sino que
adaptó su forma de pensar al gusto prerromántico de la época, censu-
rando pasajes que consideraba subidos de tono. En 1928, Stefan Zweig
se lamentaba de la falta de un texto original de las «Mémoires» que
permitiera «juzgar fundadamente la producción literaria de Casanova».

[I
| No fue hasta 1960 cuando la editor
edi torial
ial Br
Broc
ockh
khau
aus
s decidió desemp
des empolv
olvar
ar
el manuscrito original para publicarlo por fin de forma fiel y completa,
en colaboración con la francesa Plon. La edición de BrockhausPlon se
i había traduci
traducido
do al inglés, alemán, italiano
ital iano y polaco,
polaco, pero
pero no al español
español..

Atalanta brinda al lector la oportunidad de gozar por primera vez en


i españo
esp añoll de la autént
aut éntica
ica versión
versión de este gran clásic
clá sico
o de la lite
litera
ratu
tura
ra un
uni

I
. versal
ver sal,, traducido
traduci do y anotado
anotado por
por Mauro
Mauro Armiño y prologado
prologado por
por Félix de
Azúa, con cronología, bibliografía e índice onomástico.

■ «Si sólo hubier


iera na
narrad
rrado
o “la verda
verdad”,
d”, el libro conocido
ido como “His
“Histoi
toire
de ma vie” creo que carecería de interés literario, aunque bien podría
haber sido un gran documento para historiadores y sociólogos. Lo asom-
broso es que, en su estado real, [...] es [...] también una obra maestra
literaria, un relato que conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y ex-
cita tanto la lujuria como el raciocinio.»
Félix de Azúa

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