Sei sulla pagina 1di 11

PERJUICIOS – DELITO Y CULPA – ACCION CRIMINAL Y ACCION CIVIL – RESPONSABILIDAD PENAL Y

RESPONSABILIDAD CIVIL – CONCEPTO DE VON TUHR – INDEMNIZACION DE PERJUICIOS – TEORIA DEL


RIESGO – RESPONSABILIDAD POR EL MANEJO DE MAQUINAS.

1. —La obligada distinción jurídica entre delito y culpa civil la hace nuestra ley escrita en diversas
oportunidades, de ellas en el art. 39 de la ley 169 de 1896. Si se ha decidido ya sobre el delito, es claro
que esta decisión en nada obsta a la acción civil de indemnización por culpa, porque siendo distintos el
delito y la culpa y no tratándose en el pleito civil de aquél sino de ésta, la decisión sobre aquél, extraña
por ende a la fuente de la acción civil, no puedo tener alcance de cosa juzgada. Muy distinta modalidad
del problema es la que se presenta cuando se ha decidido sobre el delito y en que la acción civil sobre
indemnización del daño se ejercita aduciendo ese delito como fuente o causa, porque entonces,
habiendo esta conexión o vinculación, ese alcance es incuestionablemente decisivo, haya habido
absolución o condena. La acción civil derivada de la sola culpa no puede ser afectada ni detenida por la
acción criminal, dada la diferencia de causales y de fines. El estudio de aquella y de la sola culpa en que
se basa no puede significar violación de la cosa juzgada en el juicio criminal. Distintas las fuentes,
distintas las acciones, distintos los fines, no puede conceptuarse que la absolución por el delito tenga
fuerza de cosa juzgada para absolver de la indemnización o impedir controversia por ésta. Si, por regla
general, todo delito determina indemnización, el solo hecho de no hallarse delictuoso un acto dado no
qautoriza para decir A PRIORI que no hay lugar a indemnización, puesto que no es necesario a ésta un
delito como causa única y perfectamente puede caber indemnización, aun sin pensarse en delito, tan
solo porque haya culpa civil. 2. —La obligación de indemnizar cae sobre el que ha cometido un delito o
culpa, al tenor del art. 2341 del C. C. El art. 2356 ibídem contempla una situación distinta y la regula,
naturalmente, como a esta diferencia corresponde. Exige tan sólo que el daño pueda IMPUTARSE a
malicia o negligencia de otra persona, 3. —La teoría del riesgo, según la cual al que lo crea se le tiene
por responsable, mira principalmente a ciertas actividades por los peligros que implican,
inevitablemente anexos a ellas y miran a la dificultad, que suelo llegar a imposibilidad, de levantar las
respectivas probanzas los damnificados por hechos ocurridos en razón o con motivo o con ocasión de
ejercicio de esas actividades. 4. —La carga de la prueba no es del damnificado sino del que causó el
daño, con sólo poder éste imputarse a su malicia o negligencia. En las actividades caracterizadas por su
peligrosidad, de que es ejemplo el uso y manejo do un automóvil, el hecho dañoso lleva en sí los
elementos de negligencia o malicia. Al autor de un hecho no le basta alegar que tuvo culpa ni puede con
esta alegación ponerse a esperar que el damnificado se la compruebe, sino que para excepcionar
eficazmente ha de destruir la referida presunción demostrando uno al menos de estos tres factores:
caso fortuito, fuerza mayor, Intervención de elementos extraños. Caso de esta intervención es el ejemplo
que trae el art. 2357 del C.C.

Corte Suprema de Justicia, - Sala de Casación Civil.


Bogotá, marzo catorce de mil novecientos treinta y ocho.

Magistrado ponente: Ricardo Hinestrosa Daza

Va a decidirse el recurso de casacioó n interpuesto por la parte demandante contra la sentencia del
Tribunal Superior de Pereira que, revocando la de primera instancia pronunciada por el Juzgado 2º Civil de ese
circuito, absolvioó al demandado de todos los cargos de la demanda en el juicio ordinario por perjuicio incoado
el 2 de noviembre de 1931 por el senñ or Rosendo Echeverri en su nombre y en el de su consorte senñ ora Lucrecia
Botero, asíó como en el de la sociedad conyugal existente entre los dos, contra el senñ or Pablo Villegas.

Antecedentes

Del aludido matrimonio nacioó el 12 de abril de 1913 un ninñ o bautizado enseguida con el nombre de
Arnulfo. Este iba a la izquierda de un companñ ero, en sendas bicicletas, en la tarde del domingo 29 de
septiembre de 1929 por la carretera de Nacederos hacia la ciudad de Pereira, cuando en la misma direccioó n
aparecioó detraó s de ellos un automoó vil conducido por el senñ or Pablo Villegas. En distancia entre treinta y quince
metros el joven Arnulfo, por el temor de verse alcanzado o por insuficiente pericia o por ambos o cualesquiera
otros motivos, comenzoó a zigzaguear cambiando de líónea transversalmente, y cuando ya casi estaba contra eó l el
automoó vil, en momentos en que Villegas lo desviaba para evitar el choque, Arnulfo impensadamente cayoó al
suelo y la rueda derecha trasera del auto le pasoó por encima, de resultas de lo cual esa noche murioó .

Este relato de los hechos se formula como resumen de las diversas probanzas que obran al respecto en
el expediente, entre ellas las posiciones absueltas por Villegas, muó ltiples declaraciones de testigos recibidas a
solicitud de una y otra de las partes litigantes y, de su lado, las correspondientes actas de estado civil.
En la actuacioó n seguida ante las autoridades de lo criminal se sobreseyoó por el Juzgado Superior de
Pereira definitivamente en providencia de 9 de diciembre de ese anñ o, la que el Tribunal confirmoó en la de 18 de
marzo de 1930.

Distinguiendo entre la actuacioó n criminal y la civil y llamando la atencioó n reiteradamente hacia la


diferencia entre las dos y hacia el hecho de que el sobreseimiento pone teó rmino a un juicio que versa
exclusivamente sobre el delito, el libelo inicial del presente juicio ordinario se concreta a la indemnizacioó n por
la culpa civil, con expresa prescindencia de la calidad del hecho que la origina como delictuoso o no y antes bien
situaó ndose en el pie de que no lo es.

La suó plica, repíótese, es soó lo de indemnizacioó n, fijada por el actor, no sin salvedad sobre alteracioó n
mediante avaluó o pericial, en diez mil y cinco mil pesos, respectivamente, por los danñ os materiales y morales.

El Juzgado acogioó el pedimento y condenoó por todo al pago de $ 4,200, en sentencia de 7 de abril de
1934, de que ambas partes apelaron. El Tribunal desechoó la accioó n y absolvioó al demandado, en fallo de 16 de
febrero de 1937, de cuya casacioó n se trata.

Se funda cardinalmente en que el sobreseimiento por ser definitivo tiene fuerza de cosa juzgada, seguó n
el art. 33 de la ley 104 de 1922, y en que ello es asíó en el presente caso no soó lo para lo penal, sino tambieó n sobre
este pleito civil en que se busca la indemnizacioó n del danñ o, observando que Juzgado y Tribunal sobreseyeron
definitivamente porque hallaron que no habíóa delito ni cuasi delito en el accidente causa causarum de todo
ello, o sea, la muerte del joven Arnulfo en las circunstancias ya expuestas sucintamente aquíó.

El recurso

Asíó las cosas, el primer problema del recurso es la determinacioó n del alcance de aquel sobreseimiento,
para establecer si llega a la accioó n civil y la abarca, Y en efecto, el recurrente formula como principal cargo la
violacioó n de los arts. 63, 2’341 y 2356 del C. Civil por haberlos interpretado erroó neamente y haber dejado de
aplicar el uó ltimo, confundiendo la sentencia recurrida las dos culpas, la delictual y la civil y las dos acciones, la
puó blica para el castigo del delito y la privada para la indemnizacioó n del danñ o,

Acogiendo la Sala este cargo, por lo que se ve en seguida, a eó l se concreta, sin considerar los restantes, de
conformidad con el art. 538 del C. J.

La obligada distincioó n juríódica entre delito y culpa civil la hace nuestra ley escrita en diversas
oportunidades, de ellas en el art. 39 de la 169 de 1896, en cuya parte uó ltima se refiere a los cuasi delitos y
culpas para establecer que la accioó n civil encaminada a indemnizar el danñ o puede intentarse “sin sujecioó n a lo
criminal”, despueó s de haber establecido en sus incisos precedentes algo atanñ edero al delito tan soó lo y a las dos
acciones, la criminal y la de reparacioó n del danñ o, para decir que pueden intentarse conjuntamente, sin
necesidad de constituirse acusador el interesado, o que puede la civil intentarse por separado, caso para el cual
advierte que esta accioó n estaraó en suspenso hasta que la criminal se decida.

Y es obvio que esto no podíóa suceder de otro modo, puesto que cuando se trata del delito como fuente
de la reparacioó n, mal podríóa decidirse sobre eó sta, que es efecto, sin tenerse como base la decisioó n sobre aqueó l,
que es la causa; y del propio modo, cuando no se trata de delito, no siendo eó ste la causa de la reparacioó n, no hay
lugar ni motivo para aquella espera.

Posible y hasta frecuente es que a la vez se esteó ante un delito y una mera culpa; y posible
consiguientemente que se incoe, sin sujecioó n a lo criminal, la accioó n civil correspondiente a la indemnizacioó n
por la culpa, a tiempo que el proceso netamente criminal esteó cursando por separado. En tal evento, no habríóa
motivo alguno para demorar el pleito civil sobre indemnizacioó n por la culpa en espera de la decisioó n en lo
criminal, siendo asíó que, como empieza en este evento por suponerse, lo indicado como fuente de la accioó n civil
no es el delito.

Y si (siguiendo el mismo supuesto), ya se ha decidido sobre el delito, es igualmente claro que esta
decisioó n en nada obsta a la accioó n civil de indemnizacioó n por la culpa, porque, siendo distintos el delito y la
culpa y no trataó ndose en el pleito civil de aqueó l sino de eó sta, la decisioó n sobre aqueó l, extranñ a por ende a la
fuente de la accioó n civil, que se repite es la sola culpa, no puede tener alcance de cosa juzgada.

Muy distinta modalidad del problema es la que se presenta cuando se ha decidido sobre el delito y en
que la accioó n civil sobre indemnizacioó n del danñ o se ejercita aduciendo ese delito como fuente o causa, porque
entonces, habiendo esta conexioó n o vinculacioó n, ese alcance es incuestionablemente decisivo, haya habido
absolucioó n o condena si lo primero, cegada con ella esa fuente o negada la causa, no puede producirse el efecto;
si lo segundo, establecida la fuente y causa, ya no habraó coó mo ni para queó contender sobre ello en el pleito civil
y eó ste seraó soó lo contienda sobre el perjuicio en síó y su monto, a que se agrega lo que oficiosamente ha de hacer
el juez por virtud del art. 113 de la ley 57 de 1887, sobre lo cual ocurre citar el art. 9º de la ley 92 de 1920,
seguó n el cual “De la acción civil que resulte de una sentencia ejecutoriada, dictada en causa criminal, corresponde
conocer a los jueces civiles, conforme a las reglas generales sobre jurisdicción y competencia.”

La accioó n civil derivada de la sola culpa no puede ser afectada ni detenida por la accioó n criminal, dada la
diferencia de causales y de fines. El estudio de aqueó lla y de la sola culpa en que se basa no puede significar
violacioó n de la cosa juzgada en el juicio criminal y establecida sobre el delito en la sentencia dictada respecto de
eó ste, tanto por las razones ya expresadas, cuanto porque la controversia civil sobre la indemnizacioó n no puede
entenderse surtida y decidida en el fallo de la autoridad en lo criminal que se ha concretado y debe concretarse,
en su caso, a absolver sobre el delito.

Claro es que esta autoridad puede y aun debe en muchas ocasiones adentrarse en el estudio íóntimo del
respectivo caso —y de ello es ejemplo el presente— en forma de considerar si hubo o no algo inevitable o
casual que exonere de responsabilidad al autor de un suceso dado o impida ver en eó ste un delito. En la
actuacioó n contra Villegas, v. gr., quedoó para eó l establecida la situacioó n de que habla el art. 614 del Coó digo Penal.
Pero la responsabilidad a que esta disposicioó n mira es a la que el delito, cuando lo hay, lleva consigo o genera.
No puede ser la simplemente civil. La ley, que tan níótidamente distingue entre esas dos responsabilidades, no ha
atribuido a los jueces en lo criminal, de suyo, la decisioó n de lo tocante a la uó ltima, ni impone la actuacioó n sobre
eó sta como incidente de la actuacioó n sobre aqueó lla. Distintas las fuentes, distintas las acciones, distintos los fines,
no puede conceptuarse que la absolucioó n por el delito tenga fuerza de cosa juzgada para absolver de la
indemnizacioó n o impedir controversia por eó sta.

Si en un caso dado se ha condenado por delito es claro que el juez civil violaríóa la cosa juzgada si
decidiese el ulterior litigio civil de indemnizacioó n fundaó ndose en no haber delito; pero si por este se ha
absuelto, no se viola la cosa juzgada ni por tanto se incurre en los males y peligros de todo orden que esto
traeríóa consigo, por el hecho de que en el juicio civil sobre indemnizacioó n derivada, no de delito, sino de culpa
civil, se contienda ante este juez y eó l decida absolviendo o condenando tal como corresponde a las probanzas de
este proceso civil y a las pertinentes disposiciones civiles.

Si toda absolucioó n en lo criminal o, digamos, una proveniente de que la autoridad de ese ramo no ha
hallado delito en el hecho respectivo, hubiera de cegar toda fuente o posibilidad de accioó n civil se podríóa
producir una situacioó n conflictiva demasiado extranñ a, cual seria la de que el interesado en esta ultima se
aplicase a activar su accioó n civil por la culpa con presidencia de la criminal a fin de lograr que aquella se le
decidiese antes que esta y de evitar asíó que una posible absolucioó n en lo criminal le sacrificase su derecho
pecuniario y que del propio modo el imputado se empenñ ase en apresurar el fallo en el proceso criminal a fin de,
absuelto en eó l, estar armado de la excepcioó n de cosa juzgada que lo librase de indemnizar la culpa. Se asistiríóa
asíó a algo como un espectaó culo deportivo en que de dos contendores seríóa vencedor el primero en llegar a la
meta. Salta a la vista lo inaceptable de esa interpretacioó n del procedimiento y de la ley. (Art. 39 citado).

Y se habla de actividad del imputado en obtener fallo que de antemano puede confiar le seraó favorable,
porque a la verdad, particularmente trataó ndose de accidentes automoviliarios, lo sorprendente por excepcional
seríóa que un homicidio, y. gr., obedeciese a propoó sito deliberado del chofer de matar al chofer, transeuó nte, jinete,
carrero o ciclista a quien atropelle o con quien choque empleando su propio vehíóculo como arma y valieó ndose
de la apariencia de un mero accidente fortuito para disimular su aó nimo homicida. Lo habitual, lo cotidiano, lo de
ocurrencia constante es la falta de intencioó n danñ ada y que quien viene a resultar autor de la muerte de otro
sufra tanto que sinceramente se crea víóctima; a que se agrega que eó l pasoó por igual peligro, lo que concurre a
rechazar, dentro de lo general, hasta la sospecha de haber mediado animus nocendi.

De ahíó que lo frecuente sea la absolucioó n en lo penal del que iba dirigiendo el automoó vil que hirioó o
golpeoó a quien quieto o en marcha, en direccioó n contraria o igual, a pie, o a caballo o en automoó vil u otro
vehíóculo, chocoó contra aqueó l o se vio alcanzado por el mismo; y maó s probable y hasta segura esa absolucioó n en
lo penal, síó no se trata de simple herida sino de muerte. Si el juez en lo penal, conceptuando que no hubo delito,
sobresee o dicta sentencia absolutoria, el imputado queda libre en razoó n del delito; y cualesquiera que hayan
sido las razones de aquel concepto, las que, como es de rigor, se exponen en la parte motiva del fallo, este deja
juzgado solo el delito, que es lo que en la parte resolutiva se decide. Y no sobra recordar que la cosa juzgada
consiste o se halla en la parte resolutiva de la respectiva sentencia y no en la motiva.

Una sentencia condenatoria en lo criminal anticipa base, firme a la del pleito civil que se siga por la
indemnizacioó n patrimonial procedente del delito, en el caso de que esta accioó n no se haya ejercitado
conjuntamente con esa otra; y una sentencia absolutoria en lo penal por sobreseimiento definitivo, no prejuzga
sobre la accioó n civil cuando despueó s se demanda indemnizacioó n aduciendo como fuente no el delito sobre el
cual ya la autoridad competente juzgoó en definitiva absolviendo sino la culpa civil acerca de la cual la autoridad
en lo criminal no ha tenido porque decidir ya que la mera culpa es algo diferente del delito y que es este y no la
indemnizacioó n o sentenciado en el juicio criminal.

Siguiendo la frecuente comparacioó n de los dos consabidos cíórculos conceó ntricos, se halla con radio
menor el penal; de suerte que un acto dado que escapa a la accioó n criminal o que no estaó o no podríóa estar bajo
ella, bien puede ser fuente de indemnizacioó n pecuniaria. En otras palabras: si, por regla general, todo delito
determina indemnizacioó n, el solo hecho de no hallarse delictuoso un acto dado no autoriza para decidir a priori
que no hay lugar a indemnizacioó n, puesto que no es necesario a eó sta un delito como causa uó nica y
perfectamente caber puede caber indemnizacioó n, aun sin pensarse en delito, tan soó lo porque haya culpa civil.

En realidad, maó s que tales dos cíórculos conceó ntricos de radios diferentes, lo que hay es dos grupos
distintos de hechos, seguó n sean o no delictuosos, y pari pasu con cada uno van sus respectivas acciones Los
delictuosos con solo serlo generan indemnizacioó n de esta precisa procedencia, y los otros, que no siendo
delictuosos no tienen por queó condenarse en sentencia penal, pueden generar indemnizacioó n si constituyen
culpa. Estos uó ltimos no determinan siquiera estudio del problema de si son o no delito cuando se les aduce en
su mera calidad de culpa como fundamento o razoó n de la demanda de indemnizacioó n por el danñ o patrimonial.
En juicios de esta clase no hay sentencia criminal que esperar para decidirlos y del propio modo la sentencia
absolutoria que se haya dictado en el juicio criminal seguido por si eran delito y en que resultaron no sieó ndolo,
no obsta en manera alguna a que la controversia civil se incoe, se tramite y se falle ni a que el fallo sea, en su
caso, condenatorio.

Asíó en el presente caso, Villegas fue absuelto en el juicio criminal y en eó ste quedoó juzgado definitiva y
negativamente el delito; de suerte que no podíóa vaó lidamente seguíórsele nuevo juicio sobre ese delito para
decidir si lo hubo o no, o si es inocente o culpado, y por el mismo motivo no podríóa prosperar demanda de
indemnizacioó n por el delito. Pero cosa muy distinta es este litigio civil que se estaó sentenciando, en que se pide
no que se le considere delincuente o que como tal pague, sino que se demanda la indemnizacioó n por algo muy
diferente del delito, como es la mera culpa, el mero danñ o en si, abstraccioó n hecha de si el acto que lo causo es o
no delictuoso, maó s auó n: dentro del concepto y sobre la base de no serlo.

No obsta la circunstancia de haber llegado el juez en lo criminal a la decisioó n expresada en la extrema


plenitud del citado art. 614, ya porque aquíó no se trata del delito sino de la culpa civil como fuente de la accioó n,
seguó n acaba de recordarse Y ahincadamente lo advierte la demanda, ya porque hay, ademaó s, otras razones
sobre improcedencia de la cosa juzgada. Aluó dese con esto a la identidad juríódica requerida por el art. 474 del C.
J., la que aquíó falta. En el proceso criminal se ejercita por el Estado una accioó n puó blica y se busca la intencioó n, la
peligrosidad y el castigo de, un delincuente; en la civil el actor ejercita para asíó una accioó n privada que mira a su
intereó s patrimonial.

Si la absolucioó n en lo criminal se reputase cosa juzgada contra la demanda de indemnizacioó n por culpa,
se incurriríóa hasta en quebranto de precepto constitucional (codificacioó n de la Constitucioó n, art. 22), pues el
interesado en la reparacioó n civil, no oíódo en la actuacioó n criminal en que no ha, siclo parte y en que la
indemnizacioó ifnñ 5 fue debatida quedaríóa vencido de antemano Es de esta suerte como en el presente juicio el
actor ha visto embotada su accioó n con el referido sobreseimiento por el alcance que le dio el Tribunal, sin haber
intervenido en manera alguna en la actuacioó n criminal en que se sobreseyoó , sin que ella, como ya se observoó ,
versara sobre la indemnizacioó n y sin que eó l (Echeverri), por tanto, tuviera oportunidad ni manera de alegar, de
invocar su derecho, ni de aducir prueba alguna sobre su intereó s patrimonial debatido ahora en el presente juicio
civil.

La limitacioó n que en fuerza de las consideraciones hasta aquíó hechas tiene la absolucioó n en lo penal, no
soó lo es consecuencia e interpretacioó n de disposiciones legales nuestras, lo que bastaríóa en su caso, sino que no
es algo aislado que nos singularizara “Con frecuencia —dice von Tuhr— el acto ilícito es a la vez punible, porque
constituye igualmente un delito en el sentido del derecho penal. El legislador se coloca en puntos de vista diferentes
cuando instituye una pena o cuando prescribe indemnización de perjuicios; la solución diferirá por consiguiente a
menudo en derecho civil y en derecho penal, especialmente en lo concerniente a la responsabilidad. Según los
términos del inciso 1º del art. 53, el juez civil, que estatuye sobre los perjuicios no está vinculado por las
disposiciones del derecho penal en materia de imputabilidad. De igual manera el procedimiento penal difiere del
procedimiento civil sobre numerosos puntos, en particular sobre la apreciación de la prueba el juez civil no se
halla, pues, vinculado por una absolución pronunciada en lo penal; a pesar del texto muy estrecho del art. 53,
inciso 1º, esta regla se aplica no solamente cuando se trata de decidir si ha habido culpa o si el actor era capaz de
discernimiento sino aun en otras consideraciones: así, el juez civil aprecia libremente si el acto era lícito. Ninguna
sentencia penal, aun de condena, vincula al juez civil en lo que concierne a la apreciación de la culpa y a la fijación
del daño, art. 53, inciso 2º Se deriva de esta disposición que la sentencia penal cuando es de condena vincula al
juez civil para otras cuestiones, por ejemplo en la medida de la comprobación del hecho y de su carácter ilícito.”

El art. 53 a que se refiere este comentario es del Coó digo Suizo de las Obligaciones y reza: “ El juez no
queda vinculado por las disposiciones del Derecho Criminal en materia de imputabilidad, ni por la absolución
pronunciada en lo penal, para decidir si ha habido culpa cometida o si el autor del acto ilícito era capaz de
discernimiento.” “La sentencia penal no vincula tampoco al juez civil en lo que concierne a la apreciación de la
culpa y a la fijación del daño.”

La presuncioó n de inocencia en favor de todo imputado y la de buena fe en pro del poseedor implican,
como toda presuncioó n, la carga de la prueba en contrario. No es excepcioó n al principio que informa las
disposiciones legales a que asíó se alude la que hace responsable de la peó rdida del cuerpo cierto a quien debe su
entrega, puesto que estaó obligado a conservarlo hasta que la haga y, por ende, a poner en ello la diligencia y
cuidado correspondientes seguó n la naturaleza o estipulaciones del respectivo contrato o las pertinentes
disposiciones legales. A ese mismo principio, determinante de lo que sucede en los ejemplos que brevemente
acaban de invocarse, obedece el art. 2341 del C. C., seguó n el cual la obligacioó n de indemnizar en eó l mismo
impuesta cae sobre el que ha cometido un delito o culpa: tal su cateó gorica redaccioó n.

El art. 2356 ibídem, que mal puede reputarse como repeticioó n de aqueó l ni interpretarse en forma que
seríóa absurda si a tanto equivaliese, contempla una situacioó n distinta y la regula, naturalmente, como a esta
diferencia corresponde. Asíó es de hallarse desde luego en vista de su redaccioó n y asíó lo persuaden, a mayor
abundamiento los ejemplos que aduce o plantea para su mejor inteligencia, a manera de casos en que
especialmente se debe reparar el danñ o a que esta disposicioó n legal se refiere, que es todo el que pueda
imputarse a malicia o negligencia de otra persona.

Exige, pues, tan soó lo que el danñ o pueda imputarse. Esta es su uó nica exigencia como base o causa o fuente
de la obligacioó n que en seguida pasa a imponer.

Esos ejemplos o casos explicativos corresponden, y hasta sobra observarlo, a la eó poca en que el coó digo
se redactoó , en que la fuerza del hombre como elemento material y los animales eran el motor principal, por no
decir uó nico en la industria en las labores agríócolas, en la locomocioó n, todo lo cual se ha transformado de
manera pasmosa en forma que juntoó con sus indecibles favores ha traíódo tambieó n indudable peligros.
Innecesario expresar el protuberante contraste, por ejemplo, entre la locomocioó n de hoy y la de entonces. Si
para aquella edad fueron escogidos ejemplos el disparo imprudente de un arma de fuego; la remocioó n o
descubrimiento de las losas de acequia, canñ eríóa, calle o camino sin las precauciones necesarias para que no
caiga el transeuó nte, o dejar en estado de causar danñ o la obra de construccioó n o reparacioó n o fuente a traveó s de
un camino, a penas se podraó imaginar de que ejemplos se habríóa valido el legislador en disposicioó n dictada
cundo el ferrocarril eleó ctrico queda a la zaga del automoó vil y este parece lento ante el velíóvolo, y en que los
caminos y las calles se atestan por obra del paralelo crecimiento y desarrollo de la poblacioó n, de la produccioó n
y del intercambio comercial.

La teoríóa del riesgo, seguó n la cual al que lo crea se le tiene por responsable, mira principalmente a
ciertas actividades por los peligros que implican inevitablemente anexos a ellas y miran a la dificultad que suele
llegar sobre imposibilidad de levantar las respectivas probanzas los damnificados por hechos ocurridos en
razoó n con motivo o con ocasioó n de ejercicio da esas actividades .Un depoó sito de sustancias inflamables, una
faó brica de explosivos, asíó como un ferrocarril o un automoó vil, por ejemplo, llevan consigo o tienen de suyo
extraordinaria peligrosidad de que generalmente los particulares no pueden escapar con su sola prudencia. De
ahíó que los danñ os de esa clase se presuman, en esa teoríóa, causados por el agente respectivo, como seríóa en
estos ejemplos el autista, el maquinista, la empresa ferroviaria, etc. Y de ahíó tambieó n que tal agente o autor no
se exonere de la indemnizacioó n sea en parte en algunas ocasiones, demuestre caso fortuito, fuerza o
intervencioó n de elemento extranñ o.

A esta situacioó n se ha llegado en algunos paíóses por obra de una labor jurisprudencial ardua en cuyo
desenvolvimiento no han dejado de tropezar los juristas, en su camino hacia la humanizacioó n del derecho, con
la rigidez de los textos legales.

Fortuna para el juzgador colombiano es la de hallar en su propio coó digo disposiciones previsivas que sin
interpretacioó n forzada ni descaminada permiten atender al equilibrio a que se viene aludiendo o, por mejor
decir, a la concordancia o ajustamiento que debe haber entre los fallos y la realidad de cada eó poca de sus hechos
y clima.

Por que a la verdad, no puede menos hallarse en nuestro citado art. 2356 una presuncioó n de
responsabilidad. De donde se sigue que la carga de la prueba onus probandi, no es del damnificado sino del
que causo el danñ o, con solo poder este imputarse a su malicia o negligencia.

No es que con esta interpretacioó n se atropelle el concepto normativo de nuestra legislacioó n en general
sobre presuncioó n de inocencia, en cuanto aparezca crearse la de negligencia o malicia, sino que simplemente
teniendo en cuenta la diferencia esencial de casos, la Corte reconoce que en las actividades caracterizadas por
su peligrosidad, de que es ejemplo el uso y manejo de un automoó vil, el hecho danñ oso lleva en si aquellos
elementos, a tiempo que la manera de producirse los danñ os de esta fuente o íóndole impide dar por provistos al
damnificado de los necesarios elementos de prueba. La maquina, en el estado actual de la civilizacioó n, es algo
que sencillamente supera al hombre, lo que vale como decir que el debe estar prevenido a este respecto, entre
otros fines con el de no perder el control indispensable sobre ella. Por el comienza la peligrosidad quien la usa y
maneja es el primer candidato como victima.

No es el art. 2356 caso uó nico en que nuestro legislador con sabia amplitud haya prevenido o resuelto
por anticipado problemas que en otros paíóses no han venido a resolverse sino a poder de lucha jurisprudencial
tesonera por la falta o contra la rigidez de textos legales. Nuestro Coó digo de Comercio suministra ejemplos de
aquíó avance. Baste en este sentido traer aquíó a manera discriminada como nuestro Coó digo Civil reglamenta el
error y su influencia sobre la validez de su consentimiento. Al insistir el error in negativo, in corpore, in
substantia, contiene respecto de este ultimo la disposicioó n del inciso segundo del art. 1511, a cuya luz nuestro
abogados y jueces se han visto libres de ponderosas dificultades de los de Francia, por ejemplo, reducidos al
texto de su art. 1110, no han podido vencer sino ha poder de la referida labor de que dan fe sus admirables
construcciones.

Entendido de la manera aquíó expuesta nuestro art. 2356 tantas veces citado, se tiene que al autor de un
hecho no le basta alegar que no tuvo culpa ni puede con esta alegacioó n ponerse a esperar que el damnificado se
la compruebe, sino que para excepcionar eficazmente ha de destruir la referida presuncioó n demostrando uno al
menos de estos tres factores: caso fortuito, fuerza mayor intervencioó n de elemento extranñ o.

Como caso de esta intervencioó n nuestra misma ley presenta en el art. 2357 del C. C. la imprudencia con
que el damnificado se haya expuesto al danñ o. Y aquíó ese elemento concurrioó por parte del joven Echeverri,
seguó n se ve en el breve relato de los hechos que se expone en el encabezamiento de esta sentencia como
resumen de las probanzas respectivas a que allíó se aludioó .

La reduccioó n de la indemnizacioó n establecida por esta, causa en este artíóculo significa que del valor total
se descuenta la cuota que en el danñ o producido corresponde al damnificado, ya que no podíóa ser deudor de síó
mismo. Queda en pie el saldo. Y se habla de saldo, porque sin necesidad de detenida argumentacioó n, es de
reconocerse que ante el sacrificio de una vida coó mo la del joven Arnulfo son inferiores los danñ os que por
haberse detenido brusca y oportunamente el automoó vil de Villegas hubieran podido sufrir eó ste, sus
companñ eros o su vehíóculo.

Pero ocurre que ese saldo se destruye mediante la comprobacioó n del caso fortuito que a la verdad obra
en favor de Villegas, siendo asíó que el desastre se produjo en la forma ya expresada, o sea, por haberse caíódo
Arnulfo en el instante preciso y en la forma precisa —imposible de prever— para que una de las ruedas traseras
del automoó vil le pasase por encima.

Se trazan, asíó sea esquemaó ticamente, esas bases de determinacioó n, porque en una accioó n netamente
civil lo que se mide es el danñ o y dentro de sus traó mites y en su juzgamiento la tarea es cardinalmente objetiva.
Contrasta con el juicio criminal que conduce, no a indemnizacioó n pecuniaria, sino a un castigo, en que el
problema se considera ante todo subjetivamente, ya que el juzgador indaga la intencioó n y no podríóa prescindir
de ella como elementoó esencial que es para decidir si hay o no delito y para graduar la pena en proporcioó n la
culpabilidad.

Por lo visto, la Corte acoge el cargo formulado en casacioó n contra la sentencia, del Tribunal materia del
presente recurso. De ahíó debiera deducirse que ella se casase y que se dictase la que ha de reemplazarla. Con
todo, no se procede en tal forma, porque se llegaríóa a la misma parte resolutiva, aunque por senda diferente a la
que el Tribunal tomoó para concluir en la absolucioó n a que tambieó n llegaríóa por camino distinto la Corte. Y eó sta
tiene establecido que en tales casos no seríóa procedente casar para reponer el fallo casado con resolucioó n igual,
y que los fines que al recurso de casacioó n asigna el C. J. en su art. 519 quedan satisfechos con la exposicioó n que
en la parte motiva de su propia sentencia hace esta corporacioó n de lo que en su entender es la doctrina acertada
sobre los temas cuestionados en el respectivo pleito. Y cuando tal sucede, aunque no se pronuncia casacioó n, no
se condena en costas, aplicaó ndose la disposicioó n del art. 575 ibídem en su numeral 2º.

Llegado este asunto para sentencia a la mesa del magistrado sustanciador, presentoó eó l en oportunidad
proyecto que largamente discutido dio lugar a empate en la Sala, para decidir el cua1 se sorteoó conjuez, quien
no alcanzoó a intervenir antes del cambio de personal en ella ocurrido al comenzar el presente anñ o, cambio que
determinoó nuevo estudio en el cual desaparecioó el empate, y se llegoó a conclusiones y motivacioó n distintas de
las del proyecto referido, por lo cual pasoó el proceso para redaccioó n de la sentencia al magistrado a que
correspondíóa el turno reglamentario.

En meó rito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, Sala de Casacioó n Civil, administrando justicia en
nombre de la Repuó blica de Colombia y por autoridad de la ley, no casa la sentencia pronunciada en este juicio
por el Tribunal Superior del distrito judicial de Pereira el 15 de febrero de 1937.

Sin costas.

Publíóquese, coó piese y notifíóquese.

Juan Francisco Mújica. – Liborio Escallón.- Ricardo Hinestrosa Daza. – Fulgencio Lequerica Vélez.-
Hernán Salamanca.- Arturo Tapias Pilonieta.- Pedro León Rincón, srio. En pdad
SALVAMENTO DE VOTO

de los magistrados doctores Hernán Salamanca y Arturo Tapias Pilonieta.

A pesar de coincidir en la foó rmula resolutiva del recurso, salvamos nuestro voto en esta sentencia en
torno de sus motivos fundamentales porque las valiosas y muy respetadas consideraciones de la mayoríóa de la
Sala sobre el interesante problema que se ha debatido en este pleito no han sido bastantes para hacernos
abandonar los puntos de vista consignados en el proyecto del magistrado ponente doctor Salamanca.

Consideramos que es equivocado sentar como principio ríógido e invariable que la presuncioó n de verdad
que se genera en la cosa juzgada por los tribunales del crimen en materia cuasi delictual carece de toda
influencia sobre la accioó n privada de perjuicios a que da lugar el mismo hecho juzgado penalmente. La doctrina
que aparece expuesta en este salvamento de voto, acorde con el pensamiento de numerosos e ilustres
expositores de derecho consultados atentamente aunque sin cita de sus nombres ni sus textos, no encuentra
obstaó culo valedero dentro de nuestros principios legales para su aplicacioó n en casos tan indicados como el que
ha sido materia de estudio. Pensamos que el aparte final del art. 39 de la ley 169 de 1896 no tiene el alcance
que se le da en la sentencia, de divisioó n absoluta, de líómite esterilizante de las dos jurisdicciones principales —
la civil y la penal— sino que es una disposicioó n de naturaleza maó s bien adjetiva que establece la reglamentacioó n
procedimental del ejercicio de las acciones, y que como tal no estorba la aceptacioó n de los principios generales
de derecho en que se inspira la doctrina de mayor aceptacioó n entre los expositores. Vigente una sentencia
proferida por la jurisdiccioó n judicial penal con su imperio y las presunciones de derecho que la ley le adscribe,
el juez civil ante quien se proponga la accioó n privada nacida de la consumacioó n del hecho juzgado, no puede
ignorarla ni dejar de tenerla en cuenta, ya sea para reconocerle influencia sobre la accioó n civil de indemnizacioó n
ya sea para negarla completamente. Anotamos que en este caso la decisioó n penal que recayoó sobre el hecho
ejecutado por Pablo Villegas declaroó no solamente su falta de culpabilidad a los ojos de la ley punitiva, sino que
establecioó categoó ricamente su falta de imputabilidad al declarar que el acto de que se trata tuvo acaecimiento
en forma y circunstancias que no pueden juríódicamente comprometerlo.

La responsabilidad juríódica puede ser penal o civil seguó n el orden de relaciones que haya sido
quebrantado, y seguó n se trate de transgresiones sancionadas con una pena o simplemente con la obligacioó n de
reparar el mal privado que se cause. Los actos generadores de responsabilidad extracontractual tienen que ser
actos humanos imputables e ilíócitos que reciben la denominacioó n de delitos y de cuasi delitos o culpas, ya se
trate de lo civil o de lo penal, esto es, que puedan atribuirse a su agente como a su causa consciente y voluntaria,
condicioó n esencial de la responsabilidad consagrada como tal en el art. 34 de la ley 57 de 1887 que al senñ alar
las fuentes de las obligaciones extracontractuales las denomina hecho voluntario, y por los arts. 1º y 2º del C. P.
que definen el delito y la culpa como violaciones imputables de la ley.

Las condiciones de existencia de la responsabilidad civil por los delitos las culpas, son, unas personales
o morales y otras reales. Apreciado el hecho generador de la responsabilidad desde el punto de vista subjetivo o
del agente punible son indispensables la imputabilidad y la ilicitud, y desde el aó ngulo de la objetividad del
hecho aparece como necesaria la realidad de un danñ o y su relacioó n de causalidad con el acto imputado.

No significa lo mismo delito o cuasi delito o culpa en derecho criminal que en derecho civil: eó ste no tiene
en cuenta el delito sino como fuente productora de obligaciones, en tanto que el derecho penal se ocupa de los
hechos delictuosos con el exclusivo objeto de organizar la represioó n por medio de un sistema punible. La
diferencia de finalidad de estas das legislaciones impone caracteríósticas distintas al delito civil y al delito penal,
que sin embargo coinciden en las dos condiciones o rasgos fundamentales de la ilicitud y la imputabilidad.

En general, la responsabilidad criminal se deriva de la ejecucioó n de hechos ilíócitos definidos y castigados


por la ley, y que, en sentido lato, se denominan delitos. En e] derecho civil se llama delito todo hecho ilíócito y
nocivo e intencional, y se denomina culpa al cuasi delito, esto es, al hecho ilíócito, nocivo e inintencional,
diferencia eó sta que carece propiamente de intereó s praó ctico porque traó tese de unos o de otros, el causante del
danñ o debe repararlo de la misma manera. La norma de la ilicitud penal es la ley y de la civil eó l perjuicio. Es
posible, por tanto, que un hecho calificado de delito penal no sea constitutivo de delito civil; y al contrario, un
delito civil puede no ser constitutivo de delito penal, pero la ocurrencia frecuente es que los delitos penales
sean asimismo civiles, y de este modo, fuentes de responsabilidad civil.

En un sentido amplio que abarca el derecho penal y el civil, culpa significa una conducta irreflexiva del
agente, reprobada por la ley. La ejecucioó n o abstencioó n de un acto como causa determinante de una lesioó n de
derecho que no ha sido n prevista ni querida, pero que ha podido ser prevista. “Culpa es la omisión voluntaria en
prever las consecuencias de un acto, posibles y conjeturables”, como la define Carrara, o el error de conducta en
que no hubiera incurrido una persona avisada, hallaó ndose en las mismas circunstancias externas en que estuvo
el autor del danñ o, como lo quiere Mazeaud.

La sistematizacioó n teó cnica de la responsabilidad estaó estructurada en nuestro Coó digo Civil sobre el
principio tradicional de que la culpa es su fundamento y fuente. Esta teoríóa de la responsabilidad subjetiva estaó
consagrada en los arts. 2341 y 2356 del C. C. que contienen la norma universal de conducta de no inferir danñ o a
otro, pero condicionando la obligacioó n de reparar el danñ o con la existencia y demostracioó n de una culpa.

A esta teoríóa de la responsabilidad subjetiva fundamentada en la nocioó n de la culpa, se opone por


algunos tratadistas modernos de derecho la de la responsabilidad objetiva, que busca abandonar los antiguos
principios de la Ley Aquilia eliminando la idea de culpa en los problemas de la responsabilidad civil para
colocar en primer plano la idea de la reparacioó n con fundamento en que todo riesgo creado debe dejarse a
cargo de la actividad creadora del riesgo. Esta nueva teoríóa, que sus autores y comentadores fundan en que
siendo toda actividad del hombre susceptible de crear riesgos para los demaó s, si el riesgo se realiza, su autor
debe considerarse responsable del danñ o causado sin necesidad de establecer si se ha cometido una culpa o no,
ha cobrado especial importancia por virtud del progreso industrial que ha multiplicado los accidentes de
trabajo y por el desarrollo intensivo del automovilismo que ha convertido este medio de locomocioó n en una
fuente abundante de peligros y accidentes en la rutas urbanas y rurales.

El juicio civil de responsabilidad iniciado por los herederos de Arnulfo Echeverri para que Pablo Villegas
les indemnice los perjuicios causados por el hecho culpable que causoó su muerte se ha ejercitado sobre la
realidad de estos principios juríódicos, para hacer efectiva una obligacioó n civil nacida quasi ex delicto. En
efecto; al fundamentar legalmente la demanda se dice: “El señor Villegas ha cometido un delito, cuasi delito o
culpa extracontractual y está obligado a su reparación: a) porque ha habido un acto culpable civilmente por parte
del actor; b) porque el acto le es imputable civilmente; c) porque no ha ejercitado derecho al ejecutarlo; d) porque
en la perpetración del hecho no ha habido caso fortuito ni fuerza mayor.”

En torno a la nocioó n de la culpa subjetiva, imprecisa y elaó stica, se han elaborado por la jurisprudencia
francesa verdaderas transformaciones juríódicas en busca de la acomodacioó n deó los viejos preceptos a las nuevas
situaciones creadas por el progreso en todos los oó rdenes de la actividad humana. Y asíó los tribunales franceses
adoptan la moderna teoríóa de la responsabilidad por el hecho de las cosas inanimadas, fundaó ndola en el
paó rrafo 1 del art. 1384 del coó digo civil de Francia. En ella se presume la culpa de aquellos que, teniendo a su
cuidado la guarda de las cosas materiales, aparentemente no han puesto la suficiente atencioó n en esa guarda ya
que la cosa ha sido instrumento en la produccioó n del danñ o.

Se propone pues para esos casos, entre los cuales recientemente ha llegado a incluirse el de la cosa
dirigida por la mano del hombre, como los automoó viles, la inversioó n probatoria que echa sobre el autor del
danñ o, por el hecho de serlo, la presuncioó n de culpabilidad y la carga de demostrar una causa eximente de su
responsabilidad que generalmente se reduce a la fuerza mayor, al caso fortuito o a la intervencioó n extranñ a.

Pero no tiene ninguó n intereó s ni oportunidad para el caso que es objeto de estudio de la Corte la
exposicioó n doctrinaria de los fundamentos y aplicabilidad de la teoríóa del riesgo o de su sucedaó nea, la
responsabilidad por el hecho de las cosas inanimadas, dentro de nuestro sistema legal, porque las
consecuencias probatorias a que habríóa de conducir, como uó nico resultado, no son actualizables ni procedentes
para la decisioó n del recurso, que versa concretamente sobre otra cuestioó n: la de saber cuaó les son lo efectos
civiles de la cosa juzgada en la víóa criminal, particularmente en trataó ndose de una absolucioó n en cuanto a una
infraccioó n penal no intencional.

Partiendo de una diferenciacioó n entre delito civil y delito penal, el Tribunal adoptoó la conclusioó n de que
habiendo sido ya materia de anaó lisis y decisioó n por parte de la jurisdiccioó n penal el hecho imputado a Pablo
Villegas como determinante de la muerte de Arnulfo Echeverri, y habieó ndose declarado por ella que tal acto no
es constitutivo de delito propiamente dicho, ni de delito culposo o cuasi delito, no existe ya la accioó n privada de
responsabilidad fundada en el mismo hecho juzgado. Este es el punto de vista enfocado por el Tribunal en su
sentencia acusada como razoó n absolutoria, y constituye, por tanto, el punto y problema de la casacioó n.

La lesioó n que el delito causa en los intereses privados tiene su sancioó n en el medio procedimental que
constituye la accioó n privada o civil que busca la reparacioó n del perjuicio sufrido. Esta accioó n privada es
diferente de la puó blica, pero tiene con ella vinculaciones de dependencia que pueden llegar a producir la
inhibicioó n de la primera.

El art. 39 de la ley 169 de 1896 dice: “La acción civil para la reparación del daño puede intentarse por el
interesado en el mismo juicio criminal, sin necesidad de constituirse acusador, y se decidirá en la sentencia que
ponga fin al juicio criminal. Puede también intentarse por separado ante el juez que sea competente en lo civil, y
en este caso el ejercicio de la acción civil estará suspenso hasta que se haya fallado definitivamente sobre la acción
criminal, sea que se intente antes o después de incoada ésta. Pero por los cuasi delitos o culpas puede intentarse
acción civil para indemnizar el daño, sin sujeción a lo criminal.”

Esta disposicioó n consagra en favor de la persona perjudicada por un delito o de sus herederos, un
derecho de opcioó n consistente en que puede ejercitar la accioó n privada de reparacioó n simultaó neamente y ante
el mismo juez que conoce de la accioó n puó blica o separadamente ante el juez competente en lo civil. Electa la víóa
criminal, en la misma sentencia se da reparacioó n a los intereses privados y a los puó blicos con la evidente ventaja
de un mejor aprovechamiento de las pruebas de la informacioó n sumaria y evitando dos debates y dos
procedimientos sobre los mismos hechos. Intentada separadamente, la accioó n penal y la accioó n civil no pueden
considerarse como absolutamente independientes sino relacionadas recíóprocamente y susceptibles de mutuas
influencias.
Incoada la accioó n civil separadamente, antes o despueó s de la iniciacioó n de la accioó n puó blica persecutoria del
delito, se suspende el ejercicio de la primera hasta que sobrevenga decisioó n definitiva en la segunda, con el
objeto principal de dar oportunidad a considerar los efectos y consecuencias que la sentencia criminal
definitiva y ejecutoriada haya de producir sobre la accioó n privada de reparacioó n, ya que es innegable que
aquella debe afectar la existencia y alcance de la obligacioó n que se hace provenir de la ejecucioó n del mismo
hecho juzgado, en lo que dice relacioó n con los puntos comunes a las dos acciones. Es verdad que la parte final
del citado art. 39 establece la excepcioó n para la accioó n civil de reparacioó n del danñ o causado por un cuasi delito o
culpa permitiendo que se intente sin sujecioó n a la criminal o puó blica; pero una cosa es la posibilidad de intentar
y adelantar la demanda civil de indemnizacioó n con independencia de la penal, sin obligacioó n de esperar la
finalizacioó n de eó sta, y otra muy distinta la necesidad de considerar y estudiar- el efecto de la cosa juzgada por la
jurisdiccioó n del crimen sobre el juicio civil, cuando, como en el caso presente, se ha agitado judicialmente el
problema de la responsabilidad civil despueó s de estar producida y en firme una decisioó n definitiva por jueces
competentes y sobre la misma cuestioó n.

La influencia que en materia civil pueden tener las sentencias proferidas en el procedimiento criminal
no se funda propiamente en el principio de la cosa juzgada, que en realidad juríódica no existe porque entre los
dos procesos —el penal y el civil— no hay identidad de objeto: castigo del delito y reparacioó n del perjuicio; ni
de causa juríódica; porque para uno el hecho se considera com9 delito penal y para el otro como delito civil; ni de
personas, porque en uno el demandante es el Ministerio Puó blico y en el otro la parte civil, y aunque en ambos el
reo es el mismo, figura en uno como acusado y en otro como demandado ordinario. Es maó s bien un motivo de
orden puó blico representado en el intereó s del Estado de que no sufra merma el imperio de su jurisdiccioó n al
disminuir la autoridad y fuerza de las sentencias criminales, verdaderas para todos, proponiendo nuevamente a
las autoridades civiles con ocasioó n de un pleito sobre intereses particulares, un hecho cuya existencia o
significacioó n juríódica ya fue calificada con igual autoridad por otro oó rgano adecuado de la jurisdiccioó n publica Y
en intereó s social.

Este mismo motivo de orden puó blico es el que explica y justifica que la accioó n civil de reparacioó n, a pesar
de su evidente diferencia con la accioó n penal, prescriba en el mismo tiempo que eó sta. Las jurisdicciones son
distintas, pero su armoníóa es elemento esencial del ordenamiento juríódico del Estado. Seríóa un absurdo
conflicto de verdades la contraposicioó n de estas dos esferas de la jurisdiccioó n puó blica.

La autoridad en lo civil de la cosa juzgada en materia criminal estaó condicionada y limitada en razoó n de
su fundamento mismo a lo que ha sido necesaria y ciertamente decidido en la accioó n puó blica, a la materia o
punto, en que coincida el objeto procesal, porque lo que el intereó s puó blico exige que se evite es la contradiccioó n
entre sus oó rganos jurisdiccionales. De aquíó resulta que el juez civil tiene libertad de apreciacioó n sobre las
cuestiones que no resulten inconciliables con lo que ha sido juzgado criminalmente. Fuera de esta condicioó n de
fondo es necesario ademaó s que el fallo proferido en la accioó n puó blica tenga la categoríóa de una sentencia
definitiva y ejecutoriada para que de ella emane la autoridad de la cosa juzgada.

Las autoridades judiciales competentes del crimen decidieron sobre el hecho imputado a Pablo Villegas.
El Juzgado Superior del distrito de Pereira, en providencia del 9 de diciembre de 1929, sobreseyoó
definitivamente en su favor porque “el homicidio que cometió fue puramente casual y se efectuó de manera
inevitable, lo que lo hace irresponsable según el mandato del art. 614 del C. P.” El Tribunal, en Sala de decisioó n, al
resolver el grado le consulta correspondiente, confirmoó el, sobreseimiento definitivo en proveíódo del 18 de
marzo de 1930. Dijo el Tribunal para motivar su confirmacioó n: “Da cuenta el informativo de que el día 29 de
septiembre de 1929, el señor Pablo Villegas, en auto particular, venía hacia esta ciudad por la carretera que
conduce de Cartago, y que al llegar a un punto cercano al caserío de Nacederos, dióse cuenta de dos jóvenes
ciclistas, para cuyo efecto les tocó el pito o dio las señales de atención en estos casos; pero con tan mala suerte, que
uno de ellos, lejos de evitar el peligro, empezó a hacer un zig-zag, hasta caerse de la bicicleta, en donde fue
atropellado por el auto, no obstante el movimiento de dirección imprimido al carro, con el-objeto de evitar el
siniestro. De todas las diligencias practicadas, se deduce, sin la menor duda, que en la desgraciada muerte del
joven Arnulfo Echeverri, no hubo culpa por parte del señor Villegas, motivo éste que lo sustrae de toda
responsabilidad criminal y que hace de forzosa aplicación lo dispuesto en los arts. 1628 del C. J. y 33 de la ley 104
de 1922. Hizo bien el señor juez en resolver sobre inculpabilidad del sindicado; y por lo mismo, el Tribunal…
confirma el auto consultado.”

El sobreseimiento definitivo, por disposicioó n expresa del art. 13 de la ley 104 de 1922, tiene la autoridad
de cosa juzgada.

El homicidio culpable estaó definido y sancionado en el art. 613 del C. P. como el efecto involuntario de
una ligereza, descuido, imprevisioó n, falta de destreza, equivocacioó n, contravencioó n a reglas de policíóa u otra
causa semejante que haya podido y debido evitar el homicida. Ocurrido en estas circunstancias el hecho es un
delito culposo o una culpa delictual que es “la violación imputable, pero no maliciosa y voluntaria de la ley, por la
cual se incurre en alguna pena”, seguó n el art. 3 del C. P. El Tribunal de Pereira, en el auto confirmatorio del
sobreseimiento definitivo dictado a favor de Pablo’ Villegas negoó la existencia del homicidio —delito y cuasi
delito— porque no halloó al estudiar el proceso para su calificacioó n de fondo establecidos los elementos
constitutivos de tal infraccioó n seguó n el precitado art. del coó digo’, cuya suma es lo que constituye el cuerpo del
delito al tenor de la doctrina del art. 24 de la ley. 104 de 1922. En concepto del Tribunal el homicidio que pudo
configurarse con los elementos probatorios del proceso criminal es el previsto y definido en el art. 614 del C. P.,
que por ocurrir no soó lo al margen de la voluntad de su autor sino fuera del alcance y posibilidades de su
previsioó n y prudencia, no tiene ni la calidad de mera culpa sino que es un hecho cumplido en zona de azar y
casualidad, no imputable a nadie y en consecuencia penalmente indiferente y esteó ril en el campo de las
responsabilidades juríódicas.

El hecho que no ha podido ser previsto ni evitado escapa naturalmente a la nocioó n juríódica de la culpa y
salieó ndose de su molde entra en lo que se denomina caso fortuito que por su naturaleza estaó fuera del alcance
de las leyes que consagran la responsabilidad penal y la civil consecuencial. Esta calificacioó n juríódica hecha en
una sentencia con autoridad de cosa juzgada no puede ser ya desconocida por los jueces civiles que tendríóan
que reconsiderar la culpabilidad de Pablo Villegas para decidir sobre su obligacioó n de indemnizar perjuicios.

Es indudable que la razoó n que tuyo el legislador para establecer que la accioó n privada de reparacioó n
debe suspenderse en el caso de que haya sido iniciada separadamente ante los jueces de lo civil, antes o
despueó s de comenzada la accioó n puó blica criminal, es la de que el fallo definitivo de la jurisdiccioó n penal debe
tener una influencia necesaria e inevitable sobre la accioó n civil o privada por el nexo juríódico que las une ya que
nacen del mismo hecho y sobre los puntos que en ambas acciones son de consideracioó n comuó n. Las sentencias
criminales proferidas por los oó rganos adecuados del Estado en juicios en que interviene el Ministerio Puó blico
con la representacioó n social y en que se dispone de una capacidad probatoria maó s dilatada y faó cil que en
materia civil alcanzan tambieó n la autoridad de la cosa juzgada y quedan amparadas por la presuncioó n de verdad
que le da contenido a esta figura legal. Sobre esta irrevocabilidad de una verdad adquirida por funcionarios
puó blicos en representacioó n de la sociedad y en razoó n de sus intereses reposa la influencia que corresponde a la
cosa juzgada en lo penal sobre la accioó n privada generada en el delito en todo cuanto esta verdad pueda afectar
la fuente misma de la obligacioó n civil de resarcir perjuicios, y en nombre y consideracioó n del orden puó blico que
se afectaríóa con la interferencia de jurisdicciones distintas en puntos coincidentes.
Ya se dijo que la autoridad de la cosa juzgada en lo criminal sobre los intereses privados del ofendido
por el delito o por la culpa no ejerce una influencia permanente y absoluta, sino que requiere, en primer
teó rmino, una sentencia proferida por autoridad competente y de acuerdo con las foó rmulas propias del
enjuiciamiento, contra la cual no haya recurso alguno, y en segundo teó rmino pero con la misma importancia,
que esta sentencia definitiva haya estatuido sobre el fondo de la accioó n puó blica, o en otras palabras, sobre la
existencia del hecho imputado, su calificacioó n juríódica y legal y sobre la culpabilidad o responsabilidad del
sindicado. El cumplimiento de estos requisitos esenciales que fijan por síó mismos la influencia recíóproca de la
dos jurisdicciones de que se trata da base para decidir en cada caso especial el alcance de la cosa juzgada
criminalmente sobre la accioó n civil ejercitada separadamente teniendo en cuenta, como criterio judicial, la
coincidencia de fondo entre las cuestiones que fueron objeto de sentenciamiento penal y las que se agiten en el
pleito particular sobre indemnizacioó n de danñ os. La foó rmula que consulta el orden juríódico y la armoníóa
jurisdiccional de la potestad soberana es impedir la contradiccioó n de imperio entre decisiones judiciales en
torno de los puntos que pueden ser comunes a su ejercioó adecuado.

En caso de sentencia condenatoria criminal no hay problema, porque siendo el delito —el doloso y el
culposo— fuente de obligaciones civiles, soó lo resta generalmente la determinacioó n de la existencia y cuantíóa de
la indemnizacioó n. No asíó cuando la jurisdiccioó n penal ha pronunciado sentencia definitiva absolutoria, porque
entonces procede la delimitacioó n de la influencia de este fallo sobre la accioó n privada de perjuicios, ya sea que
eó sta estuviera en suspenso esperando la sentencia criminal, o sea que la accioó n civil se haya intentado despueó s
de que los jueces de la jurisdiccioó n criminal han proferido su fallo definitivo.

Algunos ejemplos pueden ilustrar la doctrina de la influencia del fallo criminal obre los intereses
privados lesionados por la comisioó n de un hecho juzgado por las autoridades ordinarias del crimen.

El veredicto en que un Jurado niega la responsabilidad del acusado no implica necesariamente en la


interpretacioó n juríódica que el hecho imputado no haya tenido existencia o que el sindicado no haya sido autor,
sino que eó ste no tiene responsabilidad penal porque al ejecutar el hecho no tuvo intencioó n ni malicia. La
sentencia absolutoria que con aceptacioó n de este veredicto profiriera el Juez Superior no tiene por queó inhibir
el ejercicio de la accioó n privada por que en el terreno civil se incurre en obligacioó n no solamente cuando se obra
dolosamente, esto es, cuando se comete un delito, sino cuando se incurre en culpa, y entonces eó l perjudicado
puede comparecer victoriosamente ante los jueces civiles a pesar de la sentencia penal absolutoria, si
demuestra en juicio ante ellos que su demandado fue el autor del hecho que e investigoó y que con su ejecucioó n
le causoó un perjuicio.
La sentencia definitiva absolutoria del juez de circuito, que procede coó mo juez de derecho en lo criminal,
puede tener su fundamento en que el hecho imputado no es constitutivo de delito por -no estar previsto y
definido en la ley penal, o en que el acervo probatorio reunido en el proceso criminal no es suficiente para
declarar la intencioó n criminosa del acusado, o en que tales probanzas no acreditan suficientemente, la comisioó n
del hecho, y en todos estos casos este sentenciamiento no impide la prosperidad de la accioó n civil de
resarcimiento de perjuicios porque el demandante en ella puede probar fehacientemente el delito Civil o
completar la prueba declarada insuficiente en lo penal para obtener la reparacioó n del danñ o que demuestre
habeó rsele cansado.

En ninguno de estos casos habraó colisioó n ce jurisdicciones porque la sentencia criminal ha dejado un
sector no cubierto por la autoridad de la cosa juzgada donde los jueces civiles pueden actuar para apreciar lo
que concierne a su jurisdiccioó n ordinaria, reto cuando la providencia proferida por un juez competente en lo
criminal, merecedora de la presuncioó n de verdad irrevocable que corresponde a la cosa juzgada, versoó sobre el
fondo del asunto sometido a jurisdiccioó n sin dejar elemento alguno fuera de su consideracioó n y fallo, y no se
funda en insuficiencia probatoria, este fallo impide, por las claras razones de orden puó blico ya. dichas, que ante
otro juez, y por motivos particulares, se renueve la consideracioó n y anaó lisis de un hecho cuya significacioó n y
calificacioó n juríódica ya fue establecida soberanamente por autoridades adecuadas y con observancia de las
foó rmulas de un enjuiciamiento que tiene indudablemente maó s trascendencia social y maó s gravedad individual.

El caso de autos puede ser ilustrativo de esta uó ltima ocurrencia, porque e] sobreseimiento definitivo
que favorece a Villegas como si fuera una sentencia definitiva absolutoria, yacioó de contenido culpable el hecho
que se le imputoó despueó s de estudiar las pruebas procesales y con fundamento en su meó rito, y por consiguiente
ya no puede ser calificado como culpa por otra autoridad sin incurrir en violacioó n de la cosa juzgada que
impone tal verdad como definitivamente adquirida y sin alterar el orden puó blico que no admite esta clase de
rectificaciones jurisdiccionales. No puede acogerse la accioó n privada sin que resulte en evidente contradiccioó n
con lo ya juzgado. En efecto; tanto la demanda de reparacioó n civil que dio origen a este pleito como la demanda
de casacioó n en que se ha acusado la sentencia absolutoria de segundo grado ante la Corte se fundamentan en
los arte. 2341 y 2356 del C. C. que establecen la obligacioó n de indemnizar los danñ os causados por un delito o
por una culpa, esto es, todo danñ o que pueda imputarse a malicia o negligencia, y ya la autoridad criminal que
juzgoó al demandado Villegas ha dicho perentoriamente que eó l no cometioó delito ni cuasi delito o culpa, sino un
hecho puramente casual cuya ocurrencia fue inevitable, El art. 613 del C. P. contiene el mismo concepto de culpa
que e! 2356 del e. O. y el 614 de aquel coó digo igual significaci6n que el 1 de la ley 95 de 1890. En la demanda
civil instaurada por los herederos de Arnulfo Echeverri contra Pablo Villegas no se ha aducido ni senñ alado
circunstancia ni elemento ninguno que no fuera materia de consideracioó n y juzga- miento en lo criminal, en
forma y extremo que, habieó ndose senñ alado la misma fuente de responsabilidad y la misma causa petendi en la
accioó n civil y hasta las mismas probanzas del sumario, no podríóa acogerse eó sta sin colocarse en contradiccioó n
flagrante con aquel juzgamiento.

Los hechos fundamentales en que se ha sustentado la accioó n civil, y la cita de los arts. 2341 y 2356 del C.
C. en la demanda de casacioó n fuerzan la consideracioó n del recurso dentro del concepto de delito o cuasi delito o
culpa. Erigido en delito culposo el hecho de imprudencia que dio lugar al procesamiento criminal de Villegas
(art. 613 del C. P.), la nocioó n de su culpa penal en la dilucidacioó n del punto de la influencia de la cosa juzgada,
engloba la culpa civil en forma que la hace completamente inseparable.

La mayoríóa de la Sala, interpretando el art. 2356 de nuestro Coó digo Civil implíócitamente acoge la teoríóa
de origen franceó s de la responsabilidad por el hecho de las cosas inanimadas que, como antes se dijo, en Francia
toma apoyo en el art. 1384 del respectivo Coó digo Civil. Nuestra discrepancia o adhesioó n a la adaptacioó n de esa
doctrina en la jurisprudencia colombiana, la reservamos para otra mejor oportunidad. Pero síó observamos que
aun dentro de tal teoríóa la responsabilidad civil del guardiaó n queda excluida cuando la sentencia en la víóa
criminal pone de manifiesto el caso fortuito, la fuerza mayor o la culpa de la víóctima. Asíó lo constatan todos los
autores contemporaó neos que hemos consultado.

La mayoríóa de la Sala avanza maó s. Prescindiendo de la sentencia en lo criminal, declaratoria de la


irresponsabilidad por el acaecimiento del caso fortuito, entra de lleno a calificar lo que estaó ya calificado
oportunamente y por jurisdiccioó n competente. Es en eso en lo que radica precisamente nuestra inconformidad
y discrepancia.

Bogotaó , marzo 14 de 1938.

Hernaó n Salamanca. – Arturo Tapias Pilonieta

Potrebbero piacerti anche