América fue, para Colón, un camino a las Indias. Para Cortés, la
conquista de México fue una simple pesquisa de oro. Para los posteriores emigrantes americanos, los El Dorados se convirtieron en la explotación de negros y el cultivo de la caña de azúcar. En el principio de cada aventura se urde una ilusión, que es el resorte del apetito. La fundación de reinos y la fundación de ciudades se asientan sobre rocas mitológicas. Todos los comienzos comienzan en las sombras fecundas de la fantasía. Paul Valéry lo dice: ''En cuanto al origen, en el comienzo estaba la fábula. Estará siempre allí.'' No son para sorprenderse desde ahora pues, los espíritus con que el nervioso pensamiento del licenciado Vicente Lombardo Toledano anima la fundación de una universidad libre. Pero si al día siguiente de nacida, alguien se interesa más en su realidad que en su leyenda, acaso su realidad se hace más tangible y más firme. Una gran sabiduría de la naturaleza se revela en el hecho de que el dominio de la fábula esté en lo pasado, en los orígenes de las cosas; de este modo se libran nuestros días de ella, y se nos dan como son. No se me reproche, entonces, que con tanta prisa quiera ver a la universidad libre, más como corresponde a su vida real que como corresponde a un mundo inaccesible y mitológico. Por otra parte, sólo encuentro pretexto ahora para formular algunas rebeldías que desde hace tiempo me consumen. Dice el licenciado Lombardo Toledano en sus declaraciones inaugurales (El Universal, 20 de febrero): "Nosotros estimamos que es preciso revolucionar totalmente esta forma de enseñanza, abandonando los laboratorios escolares para ir a las fábricas, a los centros de producción, en donde las leyes científicas tienen una aplicación verdadera (soy yo quien subraya), en donde el estudiante … recibirá … la impresión de que la ciencia tiene un fin importante que cumplir en la sociedad humana, transformándose en bienes útiles con los que la vida se hace posible.'' No parece que los proyectos del licenciado Lombardo Toledano tengan su inspiración en la ''experiencia'' que recomienda como núcleo esencial de sus reformas universitarias. Nadie que tenga amor a la exactitud podrá compartir esta creencia de que en "las fábricas y los centros de producción las leyes científicas tienen una aplicación verdadera''; nadie que tenga amor a la exactitud y que conozca las leyes científicas al mismo tiempo que las fábricas y los centros de producción. Quizá al licenciado Lombardo no le son familiares estos últimos. Por eso no me parece inconveniente recurrir a mi propia experiencia de "técnico'', para advertir que una fábrica o centro de producción es por lo general la obra de la rutina y lo más extraño y hostil que existe a los objetos de la ciencia. Y sobre todo, de ninguna manera ninguna ley científica encuentra allí una aplicación "verdadera''; por lo contrario, la rutina y la técnica industriales tienen un gran empeño en no compartir la voluntad de precisión y de verdad de las leyes científicas, Y puede decirse que confía más en la utilidad de las aberraciones. El principio lógico de cualquier cálculo técnico o industrial, éste es: las "aproximaciones" bastan. Pero las leyes científicas habitan por excelencia las "decimales'' insensibles a los números redondos de las aproximaciones, y así, desde lo verdadero, la técnica industrial es una depravación de la ciencia. Hasta espíritus de una formación filosófica como el del señor José Ortega y Gasset, el ensayista español, no se libran de la ilusión popular de que la ciencia es la nodriza de los hombres y de que hay una estrecha dependencia entre la técnica y ella. En cambio, espíritus menos fogosos, como el del filósofo francés Henri Bergson, encuentran ocasión de advertir que "la invención de la máquina de vapor no ha salido de consideraciones teóricas'' y que "si bien la ciencia ha hecho importantes servicios a la técnica, no le es de ningún modo necesaria, y ésta puede prescindir de aquélla''. El objeto de la ciencia es teórico o filosófico; el de la técnica, empírico y popular. A la primera le importa lo que es; a la segunda lo que parece; y estos dos conceptos hasta se estorban entre sí. No hay producto técnico al que no puede llegarse por puros medios empíricos, es decir, sin el auxilio de ninguna teoría, sin que ''las leyes científicas tengan allí una aplicación verdadera''. Una gran cantidad de descubrimientos técnicos se deben a obreros sin ninguna "preparación científica''. Y éste es un hecho experimental que la historia de la industria humana registra. Ahora, si la escuela o la universidad tienen como objeto la enseñanza de la ciencia o de la verdad de las cosas, donde menos se verifica esta verdad es en los objetos de la técnica o económicos. En estos últimos sólo se cumple la voluntad exclusiva de técnica, que nadie tiene que ver con el conocimiento de la verdad de las cosas. Es más consecuente con el propósito utilitarista el Departamento de Enseñanza Técnica de la Secretaría de Educación Pública (Memoria de la Secretaría, 1932), el cual se decide a que la enseñanza técnica no tenga nada que ver con la verdad y con la ciencia tales como la escuela las concibe, y a que sea un puro servicio de la producción, es decir, de la economía, sin ningún espíritu propiamente escolar o teórico. Una universidad que se funda en el principio de que la "ciencia tiene un fin importante que cumplir en la sociedad humana porque se transforma en bienes útiles, con los que la vida se hace posible'', se funda en realidad sobre su decepción y su muerte; nunca podrá realizar semejante esperanza. Por lo contrario sólo comprobará que la física, la química, la biología y la psicología no tienen ninguna aplicación verdadera en "las estaciones de ferrocarriles, en las fábricas manufactureras, en las fundiciones, etcétera'', como el licenciado Lombardo Toledano lo espera. Y piénsese que, después de su decepción, la Universidad se inclinará a concluir que si las ciencias no tienen allí ninguna "aplicación verdadera'', en ninguna parte la tienen por lo cual para nada sirven. Este sentimiento ya se encuentra entre nuestros estudiantes universitarios que censuran con él sus estudios a fin de no imponerse más trabajo "científico'' que el que les reclaman ''las estaciones de ferrocarriles''. Día a día la Universidad abandona la ciencia, arrastrada por la consecuencia de su aberración intelectual. Pues he aquí una situación ruinosa para el pensamiento universitario; el universo es para él, no lo que le descubre la ciencia, sino lo que le está dado desde antes. La consecuencia es obvia: si la ciencia es la investigación del universo, y este le es conocido desde un principio, la ciencia es ociosa o su universo diferente es falso. Este es el fruto de que, con el fin de disminuir su esfuerzo se dé a la Universidad como universo un objeto de la dimensión de "las estaciones de ferrocarriles". El espíritu científico es el que desconfía de los datos sensibles y se da como objeto una satisfacción última y no una satisfacción inmediata. El universo de la química, por ejemplo, no es el de los productos químicos, no es de las satisfacciones de la utilidad, sino este otro que, dentro del campo de investigación que le es propio, se extiende "desde lo que se concibe hasta lo que ya no se concibe más'', de acuerdo con las admirables palabras de Paul Valéry. El espíritu científico ignora su utilidad, ignora su término. No así el espíritu práctico de los hombres, al que no le importa saber, sino triunfar, y que puede prescindir de la escuela. Una lucha que tiene como fin el triunfo, tiene que concebir su objeto de acuerdo con sus límites artificiales. La ciencia, en cambio, concibe el suyo de acuerdo con su infinitud natural. Un sabio (también un estudiante) es aquel que nunca se da por vencedor, ya no al principio de su lucha, pero ni siquiera al fin de su batalla. El espíritu de la Universidad, y tal como lo concibió la Edad Media, por la que el licenciado Lombardo Toledano parece no alimentar ninguna estimación, tiende a que la Universidad viva, en más a que la Universidad triunfe. Piensa que el saber y la enseñanza poseen fines eternos y no temporales, o, en otras palabras, que nunca se declararán satisfechos. El Universal 1a. sección, marzo l7 de 1933, p. 3. Tomado de: CUESTA, Jorge, Poemas y ensayos, III, 2. México: UNAM, 1964, pp. 431-5