Hemos visto que para entender a Jesús como sacerdote, debemos ir al significado más profundo del término, entendiéndolo como mediador. Podemos preguntarnos si esa condición corresponde a todos los creyentes o hay alguna particularidad en el grupo de los apóstoles. No parece haber problema en reconocer a los apóstoles como un grupo especial, fundadores de comunidades. Pero una vez que murieron los apóstoles, su función pasó a otros hombres o a toda la comunidad? Es decir, el fundamento del ministerio sigue siendo Cristo mismo, o es ahora la comunidad quien elige y delega a sus ministros? En la escritura se menciona este carácter sacerdotal de toda la comunidad. (Ap 1, 5; Hb 13, 15; 1 Pe 2, 9). En estos textos, todo el pueblo ejerce la función sacerdotal. Este “sacerdocio” consiste en que todos los redimidos por Cristo alaben al padre, se ofrezcan en sacrificio y participen de la misión de Cristo. En este sentido, la misión sacerdotal de Jesús se hace extensiva a todo el pueblo. En esta realidad se funda la genuina esencia del “laicado”: es la vocación a la participación en la misión de Cristo. En este sentido, el sacerdocio universal precede al sacerdocio ministerial (y por eso, sólo un bautizado puede recibir el orden sagrado). Pero este “sacerdocio de todos los creyentes” no significa la relativización de un ministerio sacerdotal específico. Fundamentalmente por dos razones. En primer lugar, el “sacerdocio universal” no significa que cada uno sea su propio sacerdote sino que el enunciado se entiende en sentido colectivo. Es el pueblo de Dios en su totalidad quien ejerce esta función. La noción de “pueblo sacerdotal” ya se aplicaba a Israel y es un llamado a que el pueblo viva consagrado a Dios En segundo lugar, este carácter sacerdotal no excluye sino que incluye la representación sacramental de Cristo. Cristo se hace presente sacramentalmente de diversas maneras. El ministerio apostólico es una de ellas. Ellos son signo de la “precedencia” de Cristo. Este fundamento apostólico se sucede a los ministros posteriores que son “representantes” de Cristo y garantes de la “apostolicidad” de la Iglesia. Se podría objetar que todo cristiano es “representante” de Cristo. Esto es verdad. Sin embargo, el ministerio ordenado aporta una especificidad: el ministro ordenado representa a Cristo “cabeza” de la Iglesia. Así, el sacerdocio universal de todos los fieles y el “ministerio sacerdotal” se hallan en dos planos distintos. El primero consiste en la vida sacerdotal que todos los bautizados llevan con Cristo. El segundo es la “manifestación tangible de la mediación sacerdotal de Cristo”. Los ministros eclesiásticos son “instrumentos vivos de Cristo mediador”, no delegados del pueblo sacerdotal, sino a través de un llamado que se hace sacramento en la ordenación.
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El Orden Sagrado instituido por Cristo
Cristo llamó a muchos discípulos, pero de ellos eligió a unos pocos para que formaran el grupo de los Apóstoles. El Nuevo Testamento da testimonio de una doble llamada por parte de Jesucristo: una genérica, universal, que reciben todos los llamados a participar de la redención; otra más particular, a un grupo determinado de personas (los Doce), a quienes encomienda continuar con su misión. Tradicionalmente se ha buscado la institución del Orden Sagrado en los textos del la última cena, donde Jesús le pide a los doce “hagan esto en conmemoración mía”. De hecho, todavía celebramos en la liturgia del jueves santo la institución del sacerdocio. Esta concepción ha llevado a una reducción de la función sacerdotal a la celebración de la Eucaristía. El Vaticano II retoma una tradición más antigua y fundamenta la institución no ya en un momento concreto sino en la misión que Jesús confía a los doce. El texto de Mc 3, 13-14 expresa con claridad esta llamada más singular, cuyas notas destacadas son: la gratuidad (llamó a su lado a los que él quiso), la evangelización como objetivo, el poder para obrar. Así, esta llamada no es para la propia perfección sino para el servicio a los demás y se constituye con un poder para poder cumplir dicha misión. Este poder les permite actuar en nombre de quién los ha enviado. Así también lo podemos ver en otros textos posteriores a la resurrección: Jn 20,21; Mt 28, 18- 19; Mc 16,15-17; Hch 1,8. Particularmente el texto de Jn 20, 21 pone de relieve el don del Espíritu Santo y la continuación de su misión en los apóstoles, enviados con poder para reconciliar. Esta misión dada a los Apóstoles tiene el carácter de fundante. La Iglesia es apostólica. Pero al mismo tiempo es una misión destinada a perdurar en el tiempo. Los textos citados de Mc y de Mt nos muestran una intención de que la misión llegue a todos los hombres a lo largo del tiempo. La Iglesia primitiva tuvo conciencia de esto y fue preparando de a poco la sucesión hacia una nueva etapa de la Iglesia.