Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Cuatro edades
del
Profesionalismo
y del
Aprendizaje
Profesional.
Seminario internacional sobre
Formación Inicial y
Perfeccionamiento Docente.
1996 ‐ Santiago de Chile.
Autor: Andy Hargreaves
Cuatro edades del profesionalismo y del aprendizaje profesional1
Andy Hargreaves
Introducción
En numerosas partes del mundo, la docencia se encuentra al centro o a las puertas de una transformación
trascendental. Crece y se intensifica la esperanza de los docentes que sus alumnos alcancen buenos
niveles de rendimiento como forma de garantizar el que sean capaces y puedan aprender. La rapidez de
los cambios y un clima de incertidumbre, están impulsando a los maestros a trabajar colaborativamente
para responder a dichos cambios. Diversas presiones y exigencias en torno a qué se requiere para que
los alumnos aprendan nuevas destrezas como ser capaces de trabajar en equipo, usar formas superiores de
pensar y manejar efectivamente las nuevas tecnologías de la información, plantean la necesidad de
disponer de nuevos estilos de enseñanza que posibiliten el logro de estas capacidades - lo que significa
que crecientemente los maestros se hayan visto en la necesidad de enseñar en formas distintas a las que
ellos conocieron como estudiantes. Las escuelas están teniendo que recurrir cada vez más a los padres y
a la comunidad, hecho que plantea interrogantes acerca de los conocimientos que debe tener el educador
y cómo puede compartirlos con los padres de familia. Todas estas presiones y tendencias están forzando
a los maestros y a aquellas personas que colaboran con ellos, a reevaluar su profesionalismo y a
reconsiderar el tipo de aprendizaje profesional que necesitan para mejorar su trabajo.
Los profesores también podrían referirse a lo que es ser un profesional. En general, este
concepto va estrechamente ligado a la forma como el maestro siente que lo perciben
otras personas - en términos de status, posición social, respeto y el nivel de
reconocimiento profesional que recibe. En la literatura referida al tema, las iniciativas
tendientes a mejorar el prestigio y la posición social de la docencia se conocen como
profesionalización. Con frecuencia, el profesionalismo (mejoramiento de la calidad y
estándares de la práctica) y la profesionalización (mejoramiento del prestigio y la
posición social), se presentan como proyectos antagónicos. Por ejemplo, el definir los
1
Traducción del original en inglés de Ernesto Leigh
2
estándares de evaluación profesional según criterios técnicos y científicos expresados
en niveles de conocimiento y competencias, puede menoscabar o ignorar el igualmente
importante componente afectivo de la labor del maestro, vale decir, la pasión por
enseñar y la preocupación por la vida y el aprendizaje del educando (Hargreaves y
Goodson, 1996).
Si bien se han cuestionado "en esencia" según la jerga de los filósofos, los conceptos de
profesionalismo y profesionalización , parte de la razón que existan opiniones
divergentes sobre el profesionalismo del docente, se debe a los diversos significados
que se le ha atribuido en el pasado (Murray, 1995). En muchas partes del mundo, se
han observado distintas etapas en la evolución del concepto de profesionalismo en la
docencia, cada una mostrando importantes rastros y vestigios de la precedente.
Enseñar no es lo que fue; ni tampoco lo es el aprendizaje que se requiere para
convertirse en maestro y mejorar como tal en el curso del tiempo. En las siguientes
páginas, se identifican cuatro etapas históricas que describen en forma general la
naturaleza cambiante del profesionalismo docente y el aprendizaje profesional:
• la edad pre-profesional
• la edad del profesional autónomo
• la edad del profesional colegiado
• la edad post-profesional
Quiero postular que esta última etapa, la edad post-profesional que actualmente
iniciamos, se caracteriza por una lucha entre corrientes y grupos que se empeñan en
desprofesionalizar la labor del educador y otras que buscan redefinir el profesionalismo
docente y el aprendizaje profesional en formas positiva y post-modernas que son más
flexibles, de mayor alcance y naturalidad.
La edad pre-profesional
3
sobrevivencia del maestro dependían en gran parte de su habilidad para equilibrar
ambos procesos.
4
sesiones de preguntas y respuestas y trabajo del alumno en su banco (Cuban, 1984).
Estos modelos tradicionales de enseñanza, hicieron factible que el profesor que
trabajaba con grandes grupos de alumnos , poco motivados y con escasos recursos,
pudiera cumplir con los cuatro requisitos indispensables de la sala de clase: mantener la
atención del alumno, asegurar la cobertura del contenido, inspirar algún grado de
motivación y lograr cierto grado de dominio de la materia (Abrahamson, 1974;
Westbury, 1973; Hoetker y Ahlbrand, 1969).
Con el andar del tiempo, los investigadores han demostrado que canalizar la
conversación de la sala de clase a través del maestro, reduce efectivamente el “parloteo”
caótico al patrón cuidadosamente estructurado de preguntas y respuestas propio de una
conversación de dos, donde los alumnos seleccionados actúan como representantes de
todo el curso, donde el maestro inicia las líneas de indagación y los estudiantes
meramente responden, y donde el maestro evalúa la precisión, calidad y la conveniencia
de la contribución del alumno, pero no a la inversa (Sinclair y Coulthard, 1974). La
modalidad de participación consistente en “levantar las manos”, es cuidadosamente
orquestada por el maestro - se incentiva la competitividad, se mantiene la atención, se
asegura un clima de pseudo-participación - durante el proceso de comunicar el punto
pre-programado (Hammersley, 1974; 1976). Esta estrategia evita el aburrimiento e
inatención extremos, que podría acompañar las prolongadas sesiones de exposición
ininterrumpida - particularmente cuando al comienzo de la clase se emiten señales
falsas demorando la “respuesta” o el “sentido” de la clase con el fin de que el alumno se
vea obligado a trabajar intensamente para descubrirlo (Hammersley, 1977).
En este tipo de lecciones estructuradas, los profesores no se guían tanto por las
necesidades individuales de los estudiantes sino que tienden a tratar al conjunto de la
clase como a una especie de estudiante colectivo (Bromme, 1987). Este tipo de
maestro transmisor, controla muy de cerca el progreso exhibido por el grupo de
alumnos ubicados en la parte alta (aunque no en la más alta) de la escala de rendimiento
de la clase y lo utiliza como guía para “orientar” el manejo y desarrollo de la lección
que impartirá a la clase en conjunto (Dahloff y Lundgren, 1970). La experiencia
individual de aprendizaje del alumno no constituye la principal preocupación del
maestro, sino el "flujo" instruccional de la clase -es decir, la forma como la clase
progresa hacia la conclusión que se espera , procurando al mismo tiempo mantener un
clima de orden (Clark y Peterson, 1980).
5
Por consiguiente, los problemas fundamentales de orden y control ocupan una posición
medular en los modelos tradicionales de enseñanza. En un estudio de cuatro escuelas
secundarias de primer ciclo, Metz (1978, p.67) observó que “los profesores de las
escuelas se preocupan por el orden porque éste está siendo constantemente amenazado”.
Willard Waller en su clásica Sociología de la Enseñanza describió la escuela en forma
memorable como “despotismo en estado de peligroso equilibrio ... susceptible de ser
derrocado en cualquier instante” (Waller, 1932, p.10). Bajo estas circunstancias,
agrega el autor, el maestro exitoso es “el que sabe subirse y bajarse del caballo
rápidamente” (p.385). Es comprensible que durante las primeras seis décadas de este
siglo, los modelos tradicionales de enseñanza representaran estrategias calculadas para
la sobrevivencia de los maestros dados los objetivos que debían cumplir y las
restricciones y requerimientos que se le imponían (Hargreaves, 1977; 1978; 1979;
Pollard, 1982; Scarth, 1987; Woods, 1977).
6
Las primeras instituciones abocadas específicamente a la formación de docentes
en Estados Unidos fueron las escuelas estatales normales que empezaron en
Massachusetts en la década del 1830 bajo el impulso de Horace Mann, para
luego extenderse al resto del país. Originalmente concebidas como escuelas
secundarias para capacitar maestros de primaria, ni su prestigio ni su función
permanecieron inalteradas por mucho tiempo. Impulsadas por una combinación
de ambición individual y profesional, pronto comenzaron a ascender por los
escalones de la movilidad institucional. Para muchos de los consumidores de
productos educacionales, estas escuelas normales ofrecían la oportunidad para
adquirir una educación secundaria y obtener un empleo, aunque no
necesariamente asociado con la docencia. La explosiva proliferación de
escuelas secundarias a finales del siglo XIX, si bien representó una amenaza
competitiva para las escuelas normales, también les otorgó la oportunidad de
subir sus requisitos de admisión y perseguir el status de instituciones de
educación superior. Hacia comienzos de 1920, parte de las escuelas normales
se transformaron en institutos de formación de docentes lo que a su vez,
convirtió a su personal en profesores universitarios. Una vez más, los
estudiantes tendieron a utilizar estas instituciones no sólo como instituciones
para obtener un título de profesor sino como mecanismos para obtener las
credenciales que necesitaban para surgir socialmente. Después de la Segunda
Guerra Mundial, los institutos estatales de formación docente continuaron
respondiendo a esta demanda y a las aspiraciones profesionales de sus
profesores, convirtiéndose rápidamente en instituciones de educación superior
propiamente tales.
7
sobre su práctica y sólo lograban cambiar y mejorar en el aislamiento de su aula, como
resultado de un proceso de ensayo y error. Así este enfoque individual, intuitivo e
incremental en esta era pre-profesional, encerró a los docentes en lo que Hoyle (1974)
ha llamado el “profesionalismo restringido” - algo que escasamente podría considerarse
como “profesionalismo”.
Resumen
8
clase). Si la labor de enseñar se percibe como una tarea relativamente sencilla, ¿por
qué invertir en iniciativas de perfeccionamiento, más allá de realizar algunas sesiones
en servicio relacionadas con la implementación de políticas gubernamentales recientes?
Sin embargo, tanto la enseñanza como desarrollo profesional han evolucionado - ello da
origen a implicaciones prácticas y de investigación de muy distinto orden.
A partir de los años sesenta, el prestigio y posición social del maestro mejoró
substancialmente en muchos países, en comparación con la edad del pre-
profesionalismo. Por ejemplo, en los setenta, los docentes canadienses obtuvieron
fuertes aumentos salariales. En prácticamente todo el mundo, la formación docente
estrechó sus vínculos con las universidades y la docencia empezó a acercarse al
cumplimiento de su aspiración de ser una profesión enteramente universitaria (Labaree,
1992). En particular, en Inglaterra y Gales, los profesores gozaron de una autonomía
sin precedentes en materia de desarrollo curricular y toma de decisiones -
especialmente en el trabajo con cursos o grupos etarios exentos de la obligación de
rendir exámenes externos (Lawn, 1990; Lawton, 1980). La carrera espacial y el
compromiso de invertir en la formación de científicos y técnicos, trajo aparejada una
serie de innovaciones en el campo de las matemáticas y las ciencias, así como en otras
disciplinas. Muchos gobiernos y fundaciones invirtieron en proyectos y paquetes
curriculares creativos y ambiciosos con el fin de estimular el interés en el desarrollo
curricular. Esto alentó tanto a escuelas como a maestros individuales en todas partes, a
recoger las propuestas de dichos proyectos y poner a prueba los nuevos enfoques de
aprendizaje centrado en el alumno. Esta fue la época de la innovación curricular, del
diseño de proyectos y del estímulo a la iniciativa individual del maestro como palancas
del cambio educacional (Fullan, 1991).
9
convicción de una economía en expansión justificaba el que a la educación se la tratara
como una inversión en capital humano. Todo ello contribuyó a liberar a los profesores
de presiones externas sobre su libertad pedagógica.
En medio de todo, los preceptos entregados durante la formación inicial del docente
correspondían muy poco a las realidades de la práctica en el aula tal como la
experimentaban la mayoría de los maestros principiantes. De ahí las dramáticas
10
historias de cómo estos jóvenes realidad del aula con el fin de asegurar su sobrevivencia
en ella. Los ecos de estas historias resonaron por muchos años y continúan
escuchándose al presente (Hanson y Herrington, 1976; Lacey, 1977; Schempp, Sparkes
y Templin, 1993; Hargreaves y Jacka, 1995; Bullough, Knowles y Crow, 1991).
Los maestros son personas solitarias. Ni siquiera saben lo que hacen sus
colegas. Si algo les da resultado, continúan utilizándolo año tras año. No hay
tiempo para dedicarse a intercambiar ideas con personas de otras áreas. Incluso
en esta pequeña escuela, no conozco a todos los que aquí trabajan
(Johnson,1990, p. 151).
11
Las consecuencias derivadas del marcado individualismo del maestro del aula, junto
con la forma individualista de su formación en servicio, realizada fuera de su contexto
local y lejos de sus colegas inmediatos, han sido variadas y preocupantes. Entre ellas
podemos mencionar:
Las causas del individualismo del maestro eran también diversas, incluyendo:
12
• la estructura física, altamente compartamentalizada de la escuela que separa
a maestros los unos de los otros y que obstaculiza las iniciativas de
colaboración horizontal (Lortie, 1975);
• el hábito y rutina fuertemente arraigados en maestros que han trabajado de la
misma forma por décadas; la imposibilidad que siquiera consideren
estrategias alternativas (Hargreaves, 1994);
• la economía de esfuerzo frente a las innovaciones múltiples y rápidas
reformas educacionales indeseadas por ellos (Flinders, 1988; Dow, 1996;
McTaggart, 1989);
• el nerviosismo y la duda sobre la propia competencia ante iniciativas de
observación e inspección que podrían exponer falencias - un punto que ha
sido planteado reiteradamente aunque nunca ha sido comprobado
empíricamente (Joyce y Showers, 1988; D. Hargreaves, 1980; Rosenholtz,
1989)
• los fuertes vínculos afectivos con alumnos que proporcionan a sus maestros
valiosas “recompensas psíquicas” y que ellos se resisten a debilitar
compartiendo a dichos estudiantes con otros colegas - (más relevante a nivel
primario que secundario) (Hargreaves, próximo a publicarse; Lortie, 1975).
Resumen
13
individual, rara vez llegó a implementarse como práctica del aula, toda vez que el
solitario beneficiario regresaba a su escuela para encontrarse con colegas pocos
entusiastas y más bien escépticos que no habían compartido esta experiencia de
aprendizaje. Y la pedagogía languidecía ante la incapacidad - o renuencia - de los
maestros a romper esquemas, contentándose con realizar cambios mínimos a título
personal. La edad de la autonomía profesional no preparó adecuadamente a los
maestros para enfrentar los dramáticos cambios que se avecinaban y en contra de los
cuales las frágiles puertas de sus salas de clase no ofrecían protección.
En una época de creciente incertidumbre, proliferan métodos de enseñanza que van más
mucho más allá de la simple diferencia entre los métodos tradicionales y aquellos
centrados en el niño. Se imponen órdenes administrativas sobre cómo se debe enseñar y
que son dejadas de lado con igual rapidez. A medida que se erosiona el peso valorativo
del conocimiento científico externo y se cuestiona el desarrollo profesional conducido
por expertos fuera del ámbito escolar, los profesores comienzan a considerar a sus
colegas como fuentes de aprendizaje profesional, de orientación y apoyo mutuo. El rol
del maestro se ha expandido para incluir asesorías, planificación colaborativa y otros
tipos de trabajo realizado en conjunto con colegas. En un mundo de aceleradas
reformas educacionales, este tipo de trabajo cooperativo ayuda a los profesores a aunar
esfuerzos, a descifrar en conjunto el sentido de las intensas y, en ocasiones, caprichosas
demandas impuestas sobre su práctica y a elaborar respuestas colectivas a ellas.
Empero, ello también requiere nuevas destrezas, disposiciones y compromisos por
14
parte de los maestros; algo que implica dedicar más tiempo y esfuerzo a la
reformulación de sus roles e identidades como profesionales que forman parte de un
ámbito laboral mas conscientemente colegiado.
Naturalmente que no todos los maestros buscan la asociación con colegas. Muchos
eligen ignorar la oportunidad de colaborar o permanecen indiferentes ante ella, al paso
que otros se aferran tenazmente a su autonomía en el aula cuando terceros intentan
imponerles el sentido de colaboración (Hargreaves, 1994; Grimmett y Crehan, 1992).
Si bien no se dispone de evidencia fidedigna acerca de cuanto más se ha intensificado el
trabajo colaborativo entre docentes, hay muchos estudios de casos y sondeos de
opinión basados en entrevistas, que revelan el progresivo compromiso con iniciativas de
colaboración y su creciente presencia en el panorama de la docencia. (Por ejemplo,
Acker, 1995; Nias y otros, 1989; Nias y otros, 1992; Campbell y Neill, 1992). ¿Qué
factores han incidido en la emergencia de culturas colaborativas de docentes? ¿Por qué
motivo han adquirido tal preponderancia en el último tiempo?
15
escuela o departamento puede dar cumplimiento a esta tarea en forma
colaborativa, mucho mejor que en forma individual.
16
individualista, cuando los maestros trabajan a contrapelo con estructuras
arraigadas de asignaturas, horarios y clases mono-docentes, se ven forzados
a ensayar métodos nuevos repetidamente en el día, durante períodos fijos y
con diferentes cursos, en lugar de contar con espacios de tiempo más
amplios y con la cooperación de maestros de otras áreas disciplinarias para
ayudarlos (Hargreaves, Earl y Ryan, 1996). En estas circunstancias,
creyéndose solo en la tarea innovadora, se sentirán innecesariamente
vulnerables(Kelchtermans, 1996) cuando deban asumir riesgos, o
experimentar reveses prematuros. Otros profesores - que bien podrían
representar poderosas fuentes de aprendizaje y apoyo moral - también están
involucrados en las mismas luchas, en otras salas de clase (y otras
disciplinas) de la misma escuela (Hargreaves y otros, 1992).
17
• la evolución de estructuras y procedimientos de gestión y liderazgo escolar.
Los cambios en los patrones de gestión, toma de decisiones y liderazgo,
motivados en parte por la escasez de recursos fiscales y en parte por la
influencia de tendencias de reestructuración organizativa en el sector
corporativo, han puesto énfasis en el trabajo de equipo y la toma de
decisiones colaborativa entre el personal docente de las escuelas (Dow,1996;
Hannay y Ross, 1996).
• existe evidencia creciente sobre el aporte vital ofrecido por una cultura de
colaboración al mejoramiento de la enseñanza y el aprendizaje, y a la
exitosa implementación del cambio educacional. A partir de la década de
los ochenta, se ha ido acumulado evidencia en el sentido que las culturas de
colaboración no son simplemente un lujo para los profesores; sino que se
conectan positiva y sistemáticamente con la convicción por parte del
docente, de que es capaz de tener un efecto positivo en sus alumnos. Dichas
culturas también influyen positivamente sobre la decisión del maestro de
asumir riesgos y sobre la probabilidad que él/ella se comprometa a un
esfuerzo continuado de superación (Rosenholtz, 1989; McLaughlin, próximo
a publicarse); Ross, 1995; Talbert y McLaughlin, 1994; Ashton y Webb,
1986). Cuando esta colaboración se cristaliza en acciones prácticas y
trabajo en conjunto, cuando los lazos entre los maestros se perciben fuertes y
profesionalmente significativos, los beneficios son marcadamente positivos
(Little, 1990). Adicionalmente, se ha demostrado que el sistema de
enseñanza de pares entre profesores, incrementa substancialmente la
factibilidad de una exitosa implementación de las nuevas estrategias de
enseñanza (Joyce y Showers, 1988). Los profesores aprenden mejor en
forma colectiva que en forma individual. “Al igual que el estudiante, el
maestro aprende haciendo, leyendo y reflexionando, colaborando con otros
maestros, observando de cerca a sus alumnos y sus trabajos y compartiendo
lo que ve” (McLaughlin, próximo a publicarse).
En este sentido, el desarrollo profesional suele ser más efectivo no cuando es impartido
por expertos alejados del sitio de trabajo, sino, cuando se encuentra inmerso en la vida y
el quehacer de la escuela, cuando cuenta con el incondicional apoyo y participación del
director o directora y cuando constituye el foco de acciones y debates colaborativos
(Little, 1993). Los maestros aprenden mejor en sus propias comunidades de
18
aprendizaje profesional. Muchas de estas se encuentran en el propio lugar de trabajo
del maestro, incorporadas a equipos y relaciones de trabajo intradepartamentales, a
equipos transversales interdepartamentales, a proyectos y grupos de trabajo específicos,
etc (Grossman, en prensa; Siskin, 1994; Little y McLaughlin, 1994). Una sólida
cultura colaborativa (Nias y otros, 1989) o comunidad profesional (Talbert y
McLaughlin, 1994), puede inclusive hacer un uso extremadamente efectivo de aportes
externos - aún de los muy difamados talleres únicos y los discursos inspiradores de
“expertos” - puesto que los maestros pueden procesarlos en conjunto, en maneras que
tengan sentido y aporten a la comunidad escolar en que trabajan (Wideen y otros, 1996).
Resumen
19
expansión y difusión de roles sin tener claro dónde debieran terminar sus
responsabilidades y compromisos. El profesionalismo docente y el aprendizaje
profesional se encuentran en una encrucijada -haciéndose más extensa y colegiada en
algunas formas y en otras, más explotadora y degradante. ¿Qué opciones le están
abiertas a los profesores? ¿Qué camino deberían tomar ellos y sus formadores?
Quisiera cerrar esta sección ofreciendo una breve reseña de las implicaciones que una
visión positiva del aprendizaje profesional colegiado, podría tener en la formación
inicial del docente y en el aprendizaje profesional continuo
1. Los maestros deben aprender a enseñar en maneras que desconocen... lo
que significa que la formación de docentes debe ser tan constructivista como
se pretende que sea la educación que estos profesores imparten a sus
alumnos. La formación de docentes debe comenzar por analizar las
concepciones previas sobre la enseñanza o las imágenes “pre-profesionales”
que el estudiante de pedagogía posee, ayudarlos a reformularlas y avanzar
más allá de ellas con el fin de convertirse en el tipo de educador que
necesitan ser (Bullough, Knowles y Crow, 1991).
20
proceso también puede diseñarse de modo que cada maestro tenga derecho a
discutir su aprendizaje profesional y sus planes de carrera, con un mentor o
un colega en forma periódica - y a recibir retroalimentación, asesoría y
apoyo de alta calidad, algo que hoy no está al alcance de muchos maestros.
Adicionalmente, la formulación de planes de aprendizaje profesional exige
además la provisión de insumos de aprendizaje profesional - no solamente en
términos de cursos, sino que también en términos de tiempo y recursos.
Son demasiados los profesores que no tienen acceso a un aprendizaje
profesional de buena calidad, debido a la falta de compromiso de sus
directores o de aquellos responsables por la formulación de políticas para
proveerlo. El efecto acumulado de una planificación de iniciativas de
aprendizaje profesional presionaría a los responsables de las políticas para
que cumplan con sus obligaciones de provisión.
21
6. Si el profesionalismo colegiado significa que el maestro trabaje más con sus
colegas y aprenda más de ellos, el o la profesora debe aprender a
convertirse tanto en líder de sus colegas como en líder de sus cursos. Las
habilidades y destrezas necesarias para trabajar con colegas no son siempre
las mismas que se utilizan cuando se trabaja con alumnos. El encanto
personal, el tacto, la diplomacia, la confianza combinada con humildad, la
habilidad para solicitar ayuda y la sensibilidad para otorgarla, el saber
criticar clara y constructivamente y la capacidad de recibir críticas, no son
siempre evidentes en el aula y tampoco se desarrollan en forma espontánea.
Se deben aprender, y quienes organizan el aprendizaje profesional deben
estar conscientes de cómo canalizar ese tipo de conocimiento.
22
La edad post-profesional: Transformación de las geografías sociales
del profesionalismo y del aprendizaje profesional
A finales del siglo XX, el mundo en que vivimos está experimentando profundas
transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales. Ya hemos considerado
algunos de los efectos de la transición social en el paso desde formas individuales hacia
modalidades colectivas de profesionalismo; y el fortalecimiento de las comunidades
profesionales como medio para mejorar el aprendizaje profesional ante la complejidad,
incertidumbre y rapidez de los cambios. Sin embargo, la edad post-moderna plantea
aún otros desafíos a la cambiante naturaleza de la labor del maestro y a su desarrollo
profesional. Estos, guardan relación con su distintiva geografía social (Shields, 1991;
Soja, 1989; Zukin, 1991; Hargreaves, 1995).
En los tiempos post-modernos, la creciente influencia del consumidor sobre los patrones
de relaciones sociales, económicas y gubernamentales (Baumann, 1992), significan que
la competitividad del mercado, la opción de elegir de los padres y la autonomía
individual, están redefiniendo la relación entre la escuela y su entorno. Las escuelas se
están tornando más “comercializadas” (Kenway, 1993); más conscientes del mercado,
más competitivas en la captación de clientes, más preocupadas de su imagen y de sus
23
relaciones públicas (Caldwell y Sprinks, 1992). El financiamiento que el Banco
Mundial otorga a los países en desarrollo, suele estar predicado en compromisos en
torno a la comercialización y privatización de la educación; para bien o para mal
(Calvert y Kuehn, 1994). Un efecto de esta comercialización, es que los maestros y
directores se han visto en la necesidad de volver su atención hacia un público más
amplio, a medida que planifican, preparan y defienden lo que enseñan.
Estas necesidades son particularmente apremiantes ante lo que muchos califican como
una crisis o el inminente colapso de la comunidad en la edad post-moderna (Etzioni,
1993; Sergiovanni, 1994). Esto, ha sido provocado por la modernización y la
planificación racional; los efectos del diseño urbano al distanciar los lugares de trabajo
de los hogares; y entre las personas acomodadas, el sacrificio de la cercanía con el
vecino en aras de vivir en grandes lotes rodeados de suntuoso césped; los efectos
individualizantes del automóvil; la seducción privada que otorga el comprar (“el
shopping”) y las variadas formas de entretención en el hogar; y en medio de todo esto,
la erosión de las relaciones humanas producto del consumo irracional de tiempo y
trabajo (Hargreaves, 1994). La escuela, al centro mismo de la crisis, se invoca como el
punto focal de donde podrían surgir estrategias para conservar y regenerar los valores
comunitarios. Sin embargo, esto plantea interrogantes sobre cómo redefinir el
profesionalismo del docente de manera que el profesional, lejos de ubicarse por sobre
los padres y la comunidad o aparte de ellos, esté en mejores condiciones de entablar una
relación abierta e interactiva con ellos (Hargreaves, 1997).
Las nuevas relaciones que el maestro ha tenido que cultivar con los padres, constituye
uno de los grandes desafíos a su profesionalismo post-moderno. La comunicación con
los padres siempre ha constituido una de las mayores responsabilidades del docente. A
24
menudo, el maestro enfatiza el rol del hogar en el éxito escolar. Tradicionalmente, la
participación de los padres en la escuela ha tomado varias formas, incluyendo
entrevistas de padres y maestros, reuniones de padres, consultas especiales sobre
problemas que afectan a los alumnos, consejos de padres y ayuda voluntaria a la escuela
y en el aula (Epstein, 1995). Pero en los últimos años, las relaciones de profesores con
padres en las escuelas más permeables se han tornado más extensas y con más filo.
Hay muchas formas de contacto entre padres y maestros - que no son las de los consejos
y los comités, o que ocurren cuando los padres tienen que elegir la escuela a la que sus
hijos asistirán. Según el trabajo de Vincent (1996), la mayoría de los docentes prefiere
que los padres participen en calidad de agentes de apoyo o en cuanto aprendiendo algo,
ya que esa participación no menoscaba su autoridad como maestro. Según este tipo de
participación, los padres movilizan fondos, organizan almuerzos especiales, preparan
material, etc. Incluso, pueden realizar tareas prácticas en el aula como mezclar pinturas
o escuchar la lectura de los niños (y al hacerlo, comprobar la complejidad de la labor
del maestro). Es posible incluso que se les ayude a entender innovaciones en el
curriculo mediante talleres o clases, o que se les solicite su participación como
cosignatarios de contratos hogar-escuela relacionados con la enseñanza y el
comportamiento de sus niños. Sin embargo, a menudo este “apoyo” se limita a
supervisar la observancia de los contratos, asegurando que las obligaciones de los
contratos sean específicos en los que se refiere a la familia y muy generales en lo que se
refiere a la escuela. Vincent destaca además que es comun que entre los profesionales
se produzcan desacuerdos acerca de los métodos de enseñanza que cada cual prefiere;
así los maestros tienden a excluir a la familia de temas medulares, que podrían ser los
que más les interesara - en un intento por minimizar situaciones potencialmente
amenazantes o bochornosas (también Brito y Waller, 1993). En otras palabras, la
25
intensidad de la relación entre maestros y padres fuera de la escuela en torno a temas
medulares de la enseñanza-aprendizaje, dependerá de lo sólida que sea la comprensión
profesional sobre los temas de enseñanza-aprendizaje, dentro de ella. En este sentido,
los profesionales post-modernos que interactúan con personas fuera, deben también ser
personas que se relacionan colegiadamente dentro de ella..
Tanto los maestros como los padres, suelen abordar los temas asociados con la
disciplina en forma particularmente desconfiada. Contrariamente a países como Japón,
donde las escuelas y familias colaboran estrechamente en cuestiones de comportamiento
y disciplina (Shimara y Sakai, 1995); en muchos países occidentales los docentes
enfrentan a padres que juzgan a la escuela según su trayectoria en materia de disciplina,
pero al mismo tiempo objetan que el profesor intervenga en sus propias decisiones
disciplinarias (Wyness, 1996; Blaise, 1987).
26
La literatura que aborda la relación entre padres y maestros, sugiere que aún queda
mucho por hacer en cuanto a transcender los conceptos que afirman la superioridad
profesional del maestro, y avanzar hacia un concepto de genuina asociación
(partnership), en que la relación entre maestros y padres pueda ser tanto abierta como
autoritativa (Hargreaves y Goodson, 1996). Este breve examen de la cambiante
geografía social de la relación escuela-comunidad sugiere implicaciones adicionales en
términos del aprendizaje profesional de los maestros en la edad post-moderna.
27
padres-maestros esencialmente como relaciones de aprendizaje
recíprocas - más que como relaciones burocráticas o de mercado.
No sólo son los cambios de las geografías sociales de la escuela los que afectan el
aprendizaje profesional, sino que, a su vez, las propias geografías sociales del
aprendizaje profesional están cambiando. Hasta muy recientemente la geografía social
de la formación docente era marginal con respecto a la universidades y a las escuelas.
Las instituciones de educación docente se ubican en espacios marginales - en las
periferias de los campus universitarios, en instalaciones anexas o en lugares totalmente
separados. Al residir en los márgenes del campus, enfrentan una doble segregación
geográfica y posicional con respecto de las prioridades centrales de la vida universitaria.
Muchos de los profesores de las Facultades de Educación, están geográfica y
políticamente marginados -lejos del centro de acción. Las categorías culturales de
“alto”, “bajo”, “central” y “periférico”, se aplican apropiadamente a las
diferenciaciones geográficas de este tipo (Stallybrass y White, 1986). No es difícil
percibir cómo “las relaciones del poder y de la disciplina se inscriben en la espacialidad
aparentemente inocente de la vida social” (Soja, 1989:6).
Los espacios tienen propiedades tanto físicas como imaginarias (Shields, 1991). Así,
frente a los profesores de las escuelas, los docentes de las Facultades de Educación
aparecen como repositorios de teorías dogmáticas e intelectualismo irrelevante; en
28
tanto que para los académicos, los profesores de las escuelas representan enclaves
donde se combinan bajos estándares y deficientes aptitudes académicas. Mientras más
marginal sea el lugar, más vívida es la imagen y más poderoso el mito. Estos mitos no
sólo ayudan a definir el espacio marginal sino, además, reafirman las virtudes y valores
del “centro”, con respecto a la periferia. Por implicación entonces, las escuelas
aparecen como más intensamente prácticas y los intelectuales universitarios como más
rigurosamente académicos.
Las propiedades imaginarias y mitológicas de los espacios sociales dejan sus huellas de
significación mucho más allá del momento en que las prácticas que las originaron
desaparecen. Incluso los esfuerzos más hercúleos de las Facultades de Educación por
elevar su prestigio, mejorar sus esfuerzos de publicación, y redescubrir la rigurosidad
teórica en la racionalidad de la práctica, no logran superar el legado histórico de la
estigmatización con la que la corriente “central” de la vida académica y universitaria
definió su identidad y su valor. El que se ponga acento en los estándares se interpreta
como simple asignación de requisitos a cursos de segunda categoría. Asimismo, el
aumento las publicaciones, se explica como una ampliación del acceso a revista de
segundo orden.
Han habido intentos de cambiaar lo imaginario esta geografía con el fin de resolver el
problema de la marginalización en la formación del docente. El trabajo de Shulman
(1987), orientado a definir la base de conocimientos que tiene la enseñanza, constituye
un excelente ejemplo. Su equipo de trabajo distinguió los siguientes elementos
constitutivos del conocimiento pedagógico: conocimiento del contenido, conocimiento
pedagógico general, conocimiento del currículo, conocimiento del contenido
pedagógico (conocimiento de como enseñar los contenidos específicos de una
disciplina), conocimiento del educando, conocimiento de los contextos educacionales;
29
y, conocimiento de las finalidades, propósitos y valores de la educación Si bien las
categorías de Shulman apuntan a la naturaleza circunstancial y contingente del contexto
del conocimiento docente y de su aplicación, en la práctica, este trabajo ha significado
un primer paso importante hacia la configuración de una ciencia educacional,
estableciendo los cimientos de una nueva base de conocimiento para la enseñanza. De
hecho, el trabajo de Shulman, ha sustentado gran parte del reciente esfuerzo por definir
y redactar normas profesionales consensuadas para educadores (National Board for
Professional Teaching Standards, 1993; Ingvarsson, 1992).
30
conocimientos, su aplicación a la práctica y a la resolución de problemas y la
supervisión de la práctica en lugares selectos. el modelo post-tecnocrático, sin
embargo,
Ayudados por este tipo de retórica, gobiernos que han comenzado a socavar y destruir
los caminos usuales que llevaban a la profesionalización, entregando la formación
docente predominantemente a la escuela; y estableciendo mecanismos para que los
recursos financieros correspondientes vayan a los escuelas más que a las universidades
como centros de formación docente (Barton y otros, 1994). En este caso, las geografías
flexibles de la formación docente terminan, en efecto, desinstitucionalizándola
(Hargreaves, 1995), retirándola casi totalmente de las universidades y repartiéndola en
las escuelas. La formación del docente está en todas partes y, a la vez, no está en
ninguna. Esto significa, no el enriquecimiento de la colaboración y la colegialidad,
sino el retorno de la ciencia pedagógica al nivel de un oficio amateur y
desprofesionalizado, casi a la categoría de un oficio pre-moderno donde el
conocimiento y las destrezas pasa de expertos a novatos, y donde la práctica a lo sumo
puede ser replicada pero nunca mejorada..
31
de la autonomía creciente de las escuelas consiste en generar grandes vacíos de
crecimiento profesional al nivel comunitario local (D. Hargreaves, 1994; ver Bullough y
Gitlin, 1994 para una crítica paralela en los Estados Unidos).
Una alternativa para la dispersión espacial que afecta a la formación de docentes para
algunos ha consistido en establecer lugares propios de formación: pequeños, especiales
e importantes para ellos. Cuando las redes se expanden y las actividades y relaciones
personales se propagan más difusamente a través del espacio, los individuos tratan de
crear y adherirse a las peculiaridades de un lugar. La gente se dedica a “la producción
activa de lugares con cualidades especiales” (Harvey, 1989:295) que sean fuentes de
significado e identidad. En el mundo post-moderno, estos son los lugares adonde se
puede ir, a los cuales se puede pertenecer, donde se puede invertir propósito y
significado. En la vorágine creada por la reforma de la formación de docentes, los
“professional development schools” (escuelas de desarrollo profesional) se han
convertido para muchos formadores de docentes, en precisamente en este tipo de lugar
(Darling-Hammond, 1994).
32
términos de su agenda más amplia de capacitación y reforma, ofrecen serias
limitaciones.
33
Conclusión
34
Referencias
Acker, S. (1995). Gender and teachers’ work. En M. Apple (Ed.), Review of Research in
Education, 21. Washington, D.C.: AERA.
Barlow, M. y Robertson, H.J. (1994). Class warfare: The assault on Canada’s schools.
Toronto: Key Porter Books
Barton, L., Barrett, E., Whitty, G., Miles, S., y Furlong, J. (1994). Teacher education
and teacher professionalism in England: Some emerging issues. British Journal
of Sociology of Education, 15(4), 520-544.
Bauch, J.P. (1996). The shape of the future of parental involvement: Technological
innovation and new partnerships. Trabajo presentado en ocasión de la
Conferencia Anual de la Sociedad de Educadores y Especialistas, realizada en
San Juan, Puerto Rico, entre el 18 y 21 de marzo.
Blase, J.J. (1987). The politics of teaching: The teacher-parent relationship and the
dynamics of diplomacy. Journal of Teacher Education, 38(2), 53-60.
Brito, S., y Waller, H. (1993). Partnership at what price? En Merttens, R., Mayers, D.,
Brown, A. Y Vass, J. (Eds). Ruling the margins: problematising parental
involvement. Londres: University of North London Press.
35
Bullough, R. V. y Gitlin, A.D. (1994). Challenging teacher education as training: Four
propositions. Journal of Education for Teaching, 20(1), 67-81.
Burgess, R., Herphes, C., y Moxan, S. (1991). Parents are welcome: Headteachers and
mothers’ perspectives on parental participation in the early years. Qualitative
Studies in Education, 4(2), pp. 95-107.
Calvert, J. y Kuehn, L. (1994). Pandora’s box: Corporate power, free trade and
Canadian education. Toronto: Our Schools/Ourselves Education Foundation.
Campbell, R.J. (1985). Developing the primary curriculum. Londres: Holt, Rinehart y
Winston.
Clark, C.M. y Peterson, P.L. (1980). Teachers’ thought processes. En Wittrock, M.C.
(Ed.), Handbook of Research on Teaching, tercera edición, New York:
Macmillan Press.
Cuban, L.J. (1984). How teachers taught: Constancy and change in American
classrooms 1890-1980. New York: Longman.
Curtis, B. (1988). Building the educational state: Canada west. New York y Filadelfia:
Falmer Press.
Dahloff, U. y Lundgren, U.P. (1970). Macro and micro approaches combined for
curriculum process analysis: A Swedish education field project. Informe
preparado por el Intituto de Goeteborg, Suecia.
Day, C. (1997). Teachers in the twenty-first century’s: Tine to renew the vision. En A.
Hargreaves y R. Evans (Eds.), Beyond Educational Reform. Buckingham: Open
University Press.
Day, C., Hall, C., Gammage, P. y Coles, M. (1993). Leadership and curriculum in the
primary school: The roles of senior and middle management. Londres: Paul
Chapman Publishing Co.
36
Dehli, K. y Januario, I. (1994). Parent activism and school reform in Toronto. Toronto:
The Department of Sociology. The Ontario Institute for Studies in Education at
the University of Toronto.
Dow, A. (1996). Status quo? Post-fordism, kowledge and power at Gallipoli high
school. Trabajo presentado en la Conferencia Anual de la American Educational
Research Association, New York, abril.
Flinders, D.J. (1988). Teachers’ isolation and the new reforms. Journal of Curriculum
and Supervision, 4(1), 17-29.
Fullan, M. y Hargreaves, A. (1996). What’s worth fighting for in your school? Segunda
edición. New York: Teachers’ College Press.
Fullan, M (1991). The new meaning od educational change with S. Stiegelbauer, New
York: Teachers College Press.
37
Galloway, D. (1985). Pastoral care and school effectiveness. En D. Reynolds (Ed.),
Studying School Effectiveness. Lewes: Falmer Press.
Galton, M., Simon, B., y Croll, P. (1980). Inside the primary classroom. Londres:
Routledge & Kegan Paul.
Goodlad, J.I. (1984). A place called school: Prospects for the future. New York:
McGraw-Hill.
Goodson, I.F. (1988). The making of curriculum. New York: Falmer Press.
Grimmett, P.y Crehan, E.P. (1992). The nature of collegiality in teacher development.
En Fullan, M. y Hargreaves (Eds.), Teacher Development and Educational
Change. Londres y New York: Falmer Press.
Grossman, P. (en prensa). Of regularities and reform: Navigating the subject specific
territory of high school. En M. McLaughlin y I. Oberman (Eds.), Professional
Development in the Reform Era. New York: Teachers’ College Press.
Hargreaves, A., y Goodson, I. (1992). Schools for the future: Towards a Canadian
vision. Documento preparado para: Employment and Inmigration Council,
Innovations and Programs Branch, agosto.
38
Hargreaves, A., y Jacka, N. (1995). Induction or seduction? Peabody Journal of
Education, 70(3), 41-63.
Hargreaves, A., (1997). Progressivism and pupil autonomy. Sociological Review, 25, 3.
Hargreaves, A., (1994). Changing teachers, changing times: Teacers’ work and culture
in the postmodern age. Londres: Cassell, New York: Teachers’ College Press y
Toronto: University of Toronto Press.
Hargreaves, A., Davis, J., Fullan, M., Wignall, R. Stager, M. y MacMillan, R. (1992).
Secondary school work cultures and educational change. Toronto: The Ontario
Institute for Studies in Education at the University of Toronto.
Hargreaves, D., (1994). The new professionalism: The synthesis of professional and
institutional development. Teaching and Teacher Education, 10(4), 423-38.
Hargreaves, D., (1995). School culture, school effectiveness and school improvement.
School Effectiveness and School Improvement. 61(1), 23-46.
39
Heath, S.B. y Mclaughlin, M.W. (1994). The best of both worlds: Connecting schools
and community youth organizations for all-day, all-year learning. Educational
Administration Quarterly, 20(3), 278-300.
Helsby G.y McCulloch G. (Eds.), (próximo a publicarse). Teachers and the National
Curriculum. Londres: Cassell.
Henry, M.E. (1994). Parent-school partnerships: Public school reform from a feminist
perspective. Trabajo presentado en la Conferencia Anual de la American
Educational Research Association, New Orleans.
40
Kanter, R.M., Stein, B. A. y Jick, T.D. (1992). The challenge of organizational change.
New York: The Free Press.
Lawton, D. (1980). The politics of school curriculum. Londres: Routledge & Kegan
Paul.
Leinberger, P. y Tucker, B. (1991). The new individualists: The generation after the
organization man. New York: Harper Collins.
Little, J.W. y Mclaughlin, M.W. (Eds.). (1994). Teachers’ work: Individuals, colleagues
and contexts. New York: Teachers’ College Press.
Little, J.W. (1990b). The persistence of privacy: Autonomy and initiative in teachers’
professional relations. Teachers’ College Record, 91(4), 509-36.
41
Lortie, D. (1975). Schoolteacher: A sociological study. Chicago: University of Chicago
Press.
Metz, M. (1978). Order in the secondary school: Strategies for control and their
consequences. Sociological Inquiry, 48(1), 59-69.
National Board for Professional Teaching Standards. (1993). What teachers should
know and be able to do.
Nias, J., Southworth, G., y Campbell, P. (1992). Whole school curriculum development
in the primary school. Londres y Washington D.C.: Falmer Press.
Nias, J., Southworth, G., y Yeomans, R. (1989). Staff relationships in the primary
school. Londres: Cassell.
42
Ross, J.A. (1995). Strategies for enhancing teachers’ beliefs in their effectiveness:
Research on school improvement hypothesis, Teachers’ College Record, 97(2),
227-251.
Ryan, J. (1995). Organizing for teaching and learning in a culturally diverse school
setting. Documento preparado para la Conferencia Anual de la Canadian
Society of the Study of Education, junio.
Shimara, K. y Sakai, A. (1995). Learning to teach in two cultures: Japan and the
United States. New York: Galard Publishing.
Shulman, L. (1987). Knowledge and teaching: Foundations of the new reform. Harvard
Educational Review, 57(1), 114-135.
Silberman, C.E. (1970). Crisis in the classroom: The revaluing of American Education.
New York: Random House.
Sizer, T. (1992). Horace’s school: Redesigning the American high school. Boston:
Houghlin Mifflin Co.
43
Stallybrass, P. y White, A. (1986). The poetics and politics of transgression. Londres:
Methuen.
Tyack, D. y Tobin, W. (1994). The grammar of schooling: Why has it been so hard to
change? American Educational Research Journal, 31(3), Otoño, 453-480.
Vincent, C. (1996). Parents and teachers: Power and participation. Londres y Bristol,
Filadelfia: Falmer Press.
44