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UNIVERSIDAD JAVERIANA - UNIMONSERRATE

ASIGNATURA: Énfasis III. Textos selectos de Isaías y Jeremías


DOCENTE: Pbro. Uriel Salas
ALUMNO: Tomás Dejuán Bitriá
Bogotá, 05/09/2018

Primera evaluación parcial


1. ¿Cuáles serían dos de las principales diferencias entre la lectura Lucana y Mateana del
texto de Isaías 65,11-14?

Según Severino Croatto, Lucas hace una verdadera imitatio, una alusión a Is 65,11-14 en su texto
de macarismos-antimacarismos (Lc 6, 20-26). En cambio, Mateo, que suele hacer referencia a la
Escritura con citas, no presenta ni siquiera alusiones claras al el texto de Isaías, ni en sus
bienaventuranzas ni en Mt 25, 35-46.

Efectivamente, Lucas toma de Is 65,11-14 la disposición en cuaternas: cuatro macarismos y


cuatro antimacarismos, con énfasis en los negativos. Además, presenta los temas, como Isaías, en
dos niveles: las dos primeras bienaventuranzas se refieren al orden económico y social, y las dos
últimas a las consecuencias subjetivas o interiores de aquellas situaciones. En cambio, Mateo 5
presenta en sus macarismos un número y una disposición distintos. Es decir, que los elementos
que lee Lucas en Is 65 (los dos mencionados y otros más) no los lee Mateo.

Tampoco en Mt 25 se da propiamente una lectura de Is 65, pues allí no se habla de


bienaventuranzas-desventuranzas, sino de bendiciones-maldiciones. De haber una lectura, estaría
apoyada principalmente en Is 65,16: “quien desee ser bendecido en la tierra, deseará serlo en el
Dios del Amén”. Pero Severino Croatto considera que esta prolongación de Is 65, 11-14 presenta
un cambio de tema: del nombre de los bienaventurados-desventurados pasa a hablar del nombre
de Dios, fundamento de la veracidad de los macarismos-antimacarismos anteriores. Luego se
desmiente la conexión de Mt 25, 35-46 con Is 65,11-14.

2. ¿Cómo presenta el libro de Jeremías la "fe"?

El libro de Jeremías, según explica Gianfranco Ravasi, distingue entre lo que ha de ser la fe del
pueblo de Israel, y aquella confianza mágica e incoherente que se tenía puesta en el Templo en
los años inmediatamente anteriores al exilio. Ravasi indica que, en aquellos años, la pureza de la
fe deuteronómica instaurada en tiempos de Josías se había ido convirtiendo en un formalismo. Se
creía estar en el ámbito de la Alianza por conservar las instituciones y los cultos. Creyendo que la
Presencia de Dios en el Templo estaba asegurada, se tenía una “fe” ciega en la inmunidad de
Jerusalén frente a la creciente amenaza caldea.

Pero Jeremías, en los primeros versos del capítulo 7, denuncia lo iluso que es el pueblo creyendo
que está salvado. En este capítulo y en el 26 se da una razón histórica de que esa “fe” es
inconsistente: el Templo de Silo fue destruido por la maldad de Israel. Lo mismo puede ocurrir
con el de Jerusalén, que se ha convertido en una “cueva de bandidos”, pues es la guarida que hace
sentirse seguros a ladrones, asesinos, adúlteros, mentirosos e idólatras.

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Así, por contraste, el libro de Jeremías está indicando que la verdadera fe, la que puede ser raíz de
salvación y alma del culto, es aquella que está encarnada en la existencia. La justicia en los
tribunales, la defensa brindada al extranjero, al huérfano y a la viuda, la eliminación de los
homicidios e idolatrías, ese es el contexto de la “Presencia” (Shekinah) salvadora de Dios en su
pueblo.

Saco como conclusión que, para Jeremías, la fe es una confianza fundada en verdaderas razones:
vivir realmente en la presencia de Dios, con todas sus implicaciones existenciales concretas.
Israel, en cambio, se estaba haciendo ilusiones con razones falsas (7, 4.8).

5. ¿Qué visión tiene el libro de Jeremías de la caída de Jerusalén (587 a.C.)?

El libro de Jeremías, de acuerdo con Georg Fischer, ve la caída de Jerusalén en el 587 a.C. como
un acontecimiento de muerte y resurrección. Una destrucción que permitió a Israel resurgir más
madura, más purificada en su relación con Dios.

Por un lado, la caída de Jerusalén significó un derrumbamiento de las instituciones sociales,


políticas y religiosas. El fin de la soberanía monárquica a través de la dinastía davídica, la
destrucción del Templo y el resto de desgracias son mostrados como la muerte inevitable que
siguió a una enfermedad crónica. La enfermedad infectó todos los niveles de la vida del pueblo:
idolatría, injusticia social, incongruencias en las alianzas políticas... Una responsabilidad especial
de la expansión de la enfermedad es atribuida a los dirigentes del pueblo (ver, por ejemplo, 2,8),
que estaban llamados a encauzar hacia el bien esos distintos niveles de la vida del pueblo, pero
hicieron justo lo contrario. El desastre se presenta como inevitable, de ahí el tono de lamento de
muchos fragmentos del libro como única respuesta a la situación de muerte y destrucción que
supuso la caída de Jerusalén.

Pero, por otro lado, dice Fischer que gracias a los acontecimientos del 587 pudo verse “que
muchas de las actitudes y de los comportamientos de la época de la monarquía eran falsos,
ilusorios, autoritarios y antisociales y que solo gracias al desastre pudieron ser superados”. Las
dificultades del destierro afianzaron el sentimiento de unión nacional, propiciaron un cambio
espiritual y se dio origen al más sólido monoteísmo. En vinculación a la respuesta que se daba a
la pregunta anterior, la fe se hace más profunda y espiritual, superando muchos formalismos y
anquilosamientos. Retornar a Dios ya no se veía como una simple aspiración humana realizada en
lo exterior, sino como un don generoso de Dios. El pueblo, como muestra Jeremías con su misma
actitud, adquiere una mayor sensibilidad por el sufrimiento ajeno, tras haberlo sentido en carne
propia.

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