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No puedo catalogar a los libros de superación personal —ni soy quien para
hacerlo— como la cosa más espantosa que el hombre pudo producir. Muchos tienen
algo bueno, para ser sincera. Por eso, decidí escribir: para dilucidar yo misma y
compartir con ustedes el resultado de ese análisis en el que, por una parte, están
todas las razones prácticas para desechar la escritura tipo “hágalo usted mismo,
conviértase en un éxito” y por la otra están todas esas buenas razones para no dejar
de lado algo que puede llegar a ser hasta divertido.
No niego para nada que a veces el simple hecho de buscar sea ya una
forma de empezar a resolver algo y que las respuestas, cuando se buscan con
ahínco, pueden ser encontradas en los lugares más insospechados y hasta
menospreciados. El que sabe escuchar y está atento puede encontrar lo que busca
donde sea.
Los libros de superación personal evitan que quien necesita superarse haga
algo verdaderamente trascendental por sí mismo: crear los mecanismos para salir
adelante es la mejor forma de superarnos; al indagar, al analizar nuestras
emociones, nos encontramos mucho más capacitados para resolver lo que nos
ocurre.
Cuando uno lee un libro de superación personal tiene a una voz diciéndole
directamente qué debe hacer, cómo y hasta cuándo. Eso hace que nos habituemos
a escuchar instrucciones y que rara vez sepamos qué hacer cuando no las tenemos,
lo cual evita que interioricemos. Nadie merece esclavizarse mentalmente a nada.
Por otro lado, pasa también que, al leer, sentimos que ya hacemos algo y no lo
llevamos a la práctica, lo que ocasiona que la famosa superación personal se quede
en frases o memes que posteamos por aquí y por allá pero que no hacen ninguna
diferencia práctica en nuestra vida.