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En toda área de especialización, ya sea artística o al menos en aquellas que persiguen por
diferentes razones un reconocimiento en el ámbito científico, es necesario la consolidación
de una terminología adecuada y precisa que huya de la generalidad y ambigüedad léxica y
que, por lo tanto, permita una infraestructura sólida para la gestión de aparatos teóricos y
analíticos propios. Y éste es el caso de ciertos términos que denotan el traslado de la trama
de una obra literaria a un sistema semiótico diferente como el cine. Etiquetas como
adaptación cinematográfica o traducción intersemiótica son usadas, aún por críticos y
especialistas del arte cinematográfico, de manera indiscriminada sin atender a un sinfín de
rasgos que aluden de forma connotativa.
Ya en el siglo XX, con la demarcación científica de algunas áreas de estudio, es en este tipo
de colecciones donde podemos encontrar de manera prolífica diversos textos propiamente
periodísticos del ámbito cultural como reseñas y crónicas de obras literarias y
cinematográficas con cierto aparato léxico que comenzaba a unificarse a inicios de la
centuria.
Toda la literatura surgida a lo largo del siglo XIX sirvió como inspiración y fuente de
argumentos para el cine. Dichas producciones se catalogaban en la prensa mexicana a inicios
del siglo pasado con la etiqueta de adaptación cinematográfica. La utilización del término
más antiguo al que hemos tenido acceso data de 1915 que anunciaba la traspolación de la
trama de la obra shakesperiana, Los hijos de Estuardo.1
1
Sin firma, “Cine Garibaldi” en El Pueblo, año II, t. II, núm. 396 (28 de noviembre de 1915), pp.6.