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PHILOSOPHIA VULGARIS

(scripta quodammodo philosophica)

REDACCIÓN

Marisa Mosto
Federico Caivano
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
raullavalle@fibertel.com.ar

nº 5 – 2018
Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta
publicación.

1
ÍNDICE

Presentación p. 3

María del Carmen Fernández. Pecado de omisión


hacia Ignacio Funes p. 4

Teresa Driollet de Vedoya. La fiesta… el desesperado p. 7

Felipe Matti. Uranofobia p. 9

Federico Caivano. La naturaleza imita al arte p. 12

Attilio Salvatore. Breve biografía de un genio p. 14

Priscila Gibert. Meri Bá p. 17

El arcón de los recuerdos p. 19

Minima philosophica p. 22

Dialoguitos en el perípato p. 24

2
PRESENTACIÓN

En este lugar encontrarás, amigo lector, algunos escritos


que se relacionan de algún modo con la filosofía. Tal relación se
manifestará en notas y minucias filosóficas: unas veces, con
humor; otras, con seriedad. Nos gustaría que nos acompañaras
con tu lectura y con tu pluma. De esta forma serás para nosotros
un nuevo Boecio, pues darás alegría y consuelo.
Radulfus

3
PECADO DE OMISIÓN HACIA IGNACIO FUNES

MARÍA DEL CARMEN FERNÁNDEZ

Los 'cuentos' suelen contener verdad…

Al abrir el diario y leer la 'nota', María quedó consternada.


Durante largo rato su mirada se mantuvo en la misma, embargada por
una mezcla de dolor e indignación.

Se sentía interiormente imposibilitada de llamar a alguna amiga


para compartirlo. Decidió salir a caminar por su entrañable ciudad, la
cual, con ese lenguaje especial lleno de signos, le permitiría encontrar
interiormente al artista que conoció un día y con el cual tejió esa tela tan
rica de profunda amistad.

Por él conoció su mundo de formas y colores. Se encontraron por


primera vez en un concierto ofrecido por un amigo de ambos. Después
del mismo asistieron a una pequeña recepción, iniciando una amena
charla.

María percibió en él un espíritu de visión amplia, la cual llamaba


a entrar en comunión, con su sabiduría encarnada.

Poco a poco, la frecuencia en el trato los fue anudando de centro


a centro. Algún barcito de la calle Corrientes, cercano a su atelier, era
ideal como lugar de encuentro.

Ignacio se reconocía como un simple artesano a quien Dios le


había concedido, a modo de préstamo, el asombro, el estupor, la
admiración frente a la belleza que estallaba por doquier.

Al poseer un título universitario, brindaba seminarios de estética,


los cuales eran muy bien recibidos por quienes acudían a escucharlo.
María se había convertido en una de las alumnas seguidoras del
‘maestro’.

Caminando se dirigió hacia Plaza San Martín donde. en las


soleadas tardes, solía acompañarlo mientras realizaba bocetos, en ese
lugar muy apreciado por él en las buenas horas cubiertas de colores que
brindaban una caricia de ternura a su corazón…

4
Un corazón, herido por la indiferencia frente a la ‘obra’ que
desde la riqueza interior, auscultada por sus sentidos abiertos para que la
realidad se muestre, desocultando lo que las cosas son.

Sin embargo, como tantos otros, no era profeta en su tierra. No


lograba partir ‘el pan’ nacido en lo hondo de su espíritu. Y ese dolor iba
minando sus fuerzas, descompensándolo en su cuerpo que se
deterioraba. Los médicos recomendaron reposo y cuidados. No lo tomó
en cuenta y continuó creando, como si algo le dijera que todo es
perecedero, pero también eterno.

Un día vino a una de sus ‘muestras’ un coleccionista de arte.


Miró las pinturas, y quedó emocionado por la belleza presente en ellas.
Le hizo una oferta monetaria y llevó cuatro de sus obras a Europa,
exponiéndolas en diversos países, con una respuesta totalmente
afirmativa. Se abría un nuevo mundo para él. Pero Ignacio ya no podía
cruzar el océano.

María y sus amigos veían llegar el final… La luz de su rostro


comenzó a opacarse; salía solo lo necesario, no gustaba ya del dar
charlas sobre arte, sintiendo el deterioro de sus fuerzas.

María se sentó en un banco de la plaza y volvió a recordar. Lo


acompañó hasta la despedida final; lo cuidó cubriéndolo de presencia.
Iba a su departamento día por medio. Le preparaba especiales comidas,
las cuales él, podía saborearlas poco. Una señora realizaba la limpieza,
mantenía el orden cada día abría las ventanas para que la ‘luz’ se
convirtiera en su ‘energía’.

5
Él agradecía todo cuanto hacía para confortarlo y mimarlo, pero
cada uno sabía que se estaba preparando para encontrarse con la ‘otra’
Luz…

Igualmente los más íntimos, con María a la cabeza, se unieron


para celebrar una ‘fiesta’. En pleno mes de agosto, sabiendo lo que el
mismo implicaba, en un precioso lugar, armaron una exposición con
gran parte de sus obras. Lo abrigaron bien y lo llevaron. Al entrar, los
ojos de Ignacio y sus amigos se cubrieron de lágrimas alrededor de una
sonrisa agradecida. Allí estaba ‘él’; presente en ‘sus’ obras, y en ese
momento sintió que sin lugar a dudas todo lo perecedero puede
convertirse en eterno.

Partió a los pocos días. María, sentada en el banco de la plaza,


elevó los ojos al cielo y sólo dijo: “¡Gracias por haberte encontrado, mi
querido ‘amigo’, en el camino de la vida! Hoy el invierno se convirtió en
primavera…”

Reconfortada por este recuerdo regresó a su casa, se preparó un


café, llevó junto al mismo unos chocolates y volvió a leer la nota del
periódico.

“Con motivo de cumplirse un año de su muerte, se quiere


recordar al artista plástico Ignacio Funes, brindándole un
reconocimiento ‘post-mortem’ por la labor cumplida a través de
su obra pictórica, agradeciendo profundamente su tarea,
presencia de la creatividad, ese ‘hacer’ que nace del ‘ser’.
Invitamos a los amigos y a quienes lo han conocido, para honrar
a este hombre que ha pertenecido a nuestra ciudad”.

Dejó el diario, abrió un álbum de fotos donde se encontraban


muchas junto a Ignacio, y mirándolo le dijo: “¡Mi querido Amigo!,
espero que puedas haberles perdonado el ‘pecado de omisión’ cometido
hacia ti, y hacia tantos otros que en su ‘terruño-hogareño’ no fueron
profetas en su propia tierra.”

MARÍA DEL CARMEN FERNÁNDEZ


Junio 2018

6
LA FIESTA… EL DESESPERADO
TERESA DRIOLLET DE VEDOYA

Durante el periodo de fiesta nos retiramos de la vida cotidiana y


nos acercamos al tiempo de los comienzos. El creador, al alcanzar el
séptimo día del Génesis judeo-cristiano, descansa y celebra lo que existe.
Trabajo y detenimiento festivo constituyen un ritmo que se retroalimenta
continuamente. La circularidad entre ambos queda trunca sin uno de sus
polos. La sobrevaloración actual de la actividad laboral en detrimento de
las reparadoras pausas nos conduce a un peligroso sin sentido.

Decíamos que el descanso festivo se relaciona con algo que


aconteció en el comienzo del mundo. La palabra fiesta deriva de la latina
feriae, que señala el tiempo reservado para actos referidos a la creación.
Los dioses tomaban un papel preponderante in illo tempore. Cantos,
bailes, ritos rememorados, trajes festivos, lugares y colores especiales
acompañan la altura y la profundidad de estos días tan especiales.
Durante el tiempo sagrado se celebran, se conmemoran los primeros
tiempos. La rememoración pareciera bañar, con un soplo creador y
otorgar una especie de resurrección de sentido, lo que acontece en el
tiempo profano y en los espacios entregados al trabajo y a la
productividad.

La fiesta significa volver a las ideas o a los modelos del mundo y


de las cosas para que esos arquetipos den consistencia a la vida presente.
La comunidad celebra su pasado común. Durante las fiestas lucimos,
además, nuestros mejores trajes; embellecemos nuestro rostro,
ambientamos nuestros hogares para ofrecer lo mejor de nosotros
mismos. El color, la música acompañan esta situación comunitaria
maravillosa que rompe con lo cotidiano. El hombre necesita de lo bello,
no se satisface con cubrir las necesidades básicas que el trabajo digno
facilita.

La disciplina de la vida productiva debe ser combinada con el


juego del espacio libre del descanso para poder recuperar las
posibilidades que la costumbre repetitiva tiende a enterrar. La vida
humana para sólo sobrevivir es escasa, decíamos, no es humana, precisa
de momentos ejemplares de detenimiento, de intensidad, de
sobreabundancia y de elevación que coloreen con cierta eternidad lo de
todos los días.

7
Junto con esta necesidad de perforar lo cotidiano para poder
rescatar su sentido en el descanso y en la fiesta, encontramos su
profanación. La búsqueda de diversión a ultranza o la necesidad de fiesta
continuada constituyen la deformación del tiempo reservado para los
dioses. La búsqueda de placeres, cada vez cada vez más extravagantes,
o el vértigo existencial, que hace de lo sensual autonomizado una
obsesión compulsiva de tipo adictivo, oscurece la vida. Søren
Kierkegaard coloca a estos buscadores de placeres o estetas compulsivos
entre los desesperados. El hombre, nos dice el pensador danés, es una
síntesis de finitud e infinitud. El desesperado desconoce uno de los polos
de la síntesis. Esta afección espiritual es muy honda y difícil de
erradicar. La desesperación es una enfermedad mortal. Una
autodestrucción de a gotas, con aire de fiesta, se presenta porque
finalmente el enfermo espiritual no puede morir.

El sentido de los descansos festivos es el de enriquecer y el de


rearmar de sentido la vida cotidiana. Ellos pueden tergiversarse, al punto
de convertirse en una especie de muerte en vida.

TERESA DRIOLLET DE VEDOYA

8
URANOFOBIA
FELIPE MATTI
“Si el hombre no hubiera sido constantemente combatido por las
preocupaciones y los errores, y si un millón de causas que se han
sucedido sin cesar no hubiesen grabado en él una multitud de
conocimientos y de absurdos, no veríamos, en lugar de
aquella celeste y majestuosa simplicidad que el autor de la
naturaleza le imprimió, el deforme contraste de la pasión que
cree que razona cuando el entendimiento está en delirio.” 1

¿Acaso no olvidamos lo que implica otorgar derecho a opinar?


Me pregunto, en tanto el estero del conocimiento se ve asediado por
falacias que se escudan en la clamorosa libertad. Sin embargo, incapaces
de aislarse de sus percepciones son quienes acuden a argumentos
verosímiles, ornamentados con los más manualísticos giros sofísticos.
Hemos sido víctimas de un decaimiento, hemos bajado la guardia
y ahora no hacemos más que mirarnos las caras. Sentados ante una olla
donde se revuelve la verdad, cada uno intenta demostrar cómo su
platería es la indicada para tomar de ella. Desconfiados por nuestras
inconciliables creencias los caudales calientes escapan a nuestras
cavidades, codeados por quienes se burlan y palmeados en las espaldas
por quienes nos buscan consolar. Sentados frente nuestro queremos
apropiarnos de ese motín, y sin embargo no reparamos en lo más
importante que hemos perdido.
Cuán más injusta no es sino la censura social ante una clamada
opresión gubernamental. Hemos hecho de nuestra comunión entre
hombres un instituto, el cual preponderantemente responde con
insolencia a modo de repudio, donde el derecho a opinar se ha
encaminado a la potestad de opinión. Arrojados frente a un caudal,
enceguecidos y de modo desenfrenado nos desesperamos por beber de
nuestras copas. Con celeridad intentamos llenar nuestros continentes,
reparando únicamente en que nuestra victoria se dará únicamente bajo la
condición que los demás se mueran de sed.
Sin embargo luego con alaridos se quiere convencer al otro,
clamorosos en la vanagloria gritamos “esta es mi verdad, pues otra no
existe; pues solamente es la verdad de cada uno la verdadera”. No hay
necesidad de resaltar que entonces la única verdad existente se ve atada
al juicio de cada uno, suspendiendo incluso toda percepción común que
de algo se tenga.

1
Mariano Moreno, “Sobre la libertad de escribir”, La Gazeta de Buenos Ayres, 21 de
junio de 1810.

9
Pues deseosos todos están allí, próximos a desvanecerse en la
desesperante deshidratación, arropados por sus propios desarrollos no
dan cuenta de sus músculos tiesos y febriles mentes. Han perdido noción
que están no más que llamados a darse de beber unos a otros, y
compartir de aquel raudal.
Al disertar uno es totalmente libre de expresar aquello que en su
caldera ha cocinado. Sosteniendo con su mano derecha la cuchara y la
izquierda plegada debajo, acompañando el gesto con el que se repleta la
mente de otro a quien se le habla. A poco tiempo de consumirse en la
volitiva auto-glorificación es el momento que debemos dar cuenta en lo
que ha sido de esta insolente y banal búsqueda de propiciar una
respuesta a todo; negando refutación alguna ya que solo nosotros somos
quienes poseemos la verdad más perfecta y plena.
Reaccionar ante algo es tan poco libre como no hacer nada al
respecto. Todos por su naturaleza misma como por la sola concepción de
su espíritu han de querer saciarse con aquello que frente a ellos mismos
sienten. Más libre es quien busca dar sus conocimientos por el solo
hecho que los demás gocen del beneplácito saber que uno ha obtenido.
“Si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como
la materia; y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el
embrutecimiento, harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre
su abatimiento, su ruina y su miseria.”1
¿Entonces qué tan poco agradable es sino estar no solo
condicionados por el querer abarcarlo todo, sino también por el consenso
general de quienes tengo a mis lados? Desconfiados, con barros en los
ojos, veo volcarse y desnudarse ante el alevoso amor por ser ellos
quienes gobiernen. Sin reparar en que su condicionante de acción
reprime toda posibilidad de donar lo que han adquirido. Rige entonces el
estatuto de ser oprimidos y querer ser opresores. Impera tan solo una
doblegada e ilusoria ley la cual no ampara más que falacias e
inverosímiles argumentos.
¿No se ha perdido noción entonces que la vida es coacción? ¿Qué
repudio es entonces más infernal que el propio, promulgado por los
individuos que integran la comunidad misma? ¿No está uno exhortado a
llamar la atención a cómo se diluye lo íntegro que es el hombre en su
conmutativa sociedad, en tanto todo se unifica bajo un solo concepto?
¿Cómo es que somos capaces de alegar y rogar por libertad de
expresión, si tan solo queremos que nuestra voz sea la escuchada? Pues
aunque tambores y clarines con sus chirridos estridentes buscan avasallar
toda posible aporía, nada puede ocluir la consciencia del hombre.

1
Ibidem.

10
¿Hasta cuándo entonces debemos como seres humanos permitir
que se radique bajo la hipocresía? Tan solo consta de mirarnos las caras
y reconocer nuestro barro quemado, la piel de arcilla que no nos permite
ver que si realmente deseamos el bienestar no debemos hacerlo más que
bajo la justa revisión de nuestros pensamientos. Dispuestos a cambiar, y
dispuestos a no olvidar que somos seres reaccionarios a la realidad que
tenemos frente.
No somos quienes construyen todo, sino que el material es índole
necesaria para nuestra existencia. Nada más obsoleto sería permanecer
náufragos en la ínsula de nuestra soledad.
Por ello, al expresarnos en son de lo justo y necesario es como
nos liberamos. Moldeando bajo lo que tenemos frente, dándonos de boca
en boca agua de gusto suave y dulce, como un cristal nos refleja que nos
hemos despojado de las injustas percepciones que nos llevan a buscar la
soberbia y arrogante gloria propia.
En alza está el espíritu común del cual somos parte. Fabricamos
los cimientos para vivir bien, y solo la necedad de no querer saber quién
y cómo los ha creado busca derrumbarlos.

FELIPE MATTI

11
LA NATURALEZA IMITA AL ARTE
FEDERICO CAIVANO

Como tantas otras frases que oí o leí al pasar, ésta nunca me


terminaba de cerrar. Lo lógico sería la inversa, que el arte imite a la
naturaleza, por un tema obvio de orden cronológico. Siempre me pareció
una frase pretenciosa que sólo busca simular una rebeldía o una
profundidad sin ser tal.

Pero últimamente le voy encontrando cada vez más sentido, a


medida que la vida me va mostrando la amplia gama de circunstancias
que le es posible manifestar. Conociendo historias y personas (de esas
que uno dice precisamente que son un personaje) caigo en la cuenta de
que su existencia sólo se explica si detrás de los complejos designios y
anhelos de la Naturaleza se esconde la pluma de la más grande escritora
y dramaturga. Se puede profundizar el tema, además, si se la piensa
como directora de orquesta (cuando se oye el orden dentro del azar del
ruido cotidiano), pintora (cuando difumina las nubes, las esparce o crea
manchones sólo posibles con un pincel grueso), escultora (cuando da
vida a infinidad de formas a los cuerpos a partir de los mismos
compuestos básicos), arquitecta (cuando crea torres auto-sustentables de
madera para albergar a cientos de inquilinos), etc... Sin embargo, quiero
detenerme simplemente en el aspecto literario de la vida, que me es más
afín y que creo que envuelve a las demás artes.1

1
Escuché alguna vez que el cine envuelve a su vez a la escritura, ya que aquella agrega
sonido e imagen a ésta. Habría que pensar si la utilería imaginada cuando uno lee una
novela es comparable a la que se ve en una película o no, o en qué sentido.

12
Tal vez no sea el único que, cuando vive una situación que
escapa a su comprensión del mundo (sin llegar a una situación límite), se
siente de repente como si fuera el centro de una novela o el protagonista
de The Truman show. ¿Quién no conoce a alguien que dice o hace cosas
que no se condicen con lo que uno espera o se imagina que puede pasar?
Hablo de esos momentos en los que las personas o las circunstancias son
más irreales que la irrealidad misma y sacuden nuestros esquemas.
Donde uno piensa que, si leyera que ocurre lo mismo en una ficción, se
enojaría con el autor por lo evidentemente absurdo o ridículo que sería,
si ocurriera en la realidad.

Y es que muchas veces parece que la realidad carece de


coherencia interna, se saltea pasos, omite detalles clave o incluso crea
personajes superficiales que sólo existen para que la trama avance. Pero
creo que ahí está el verdadero asunto: se nos escapan tantas sutilezas y
profundidades detrás de las sombras que vemos proyectadas al fondo de
la caverna de Platón, que nos parece como si esas sombras fueran la
realidad misma. Sin embargo, también creo que ver la realidad misma
escapa a nuestras limitaciones espacio-temporales y que,
lamentablemente, casi la totalidad de nuestra vida la tenemos que
transitar entre sombras proyectadas. Por lo tanto, al menos en un sentido
práctico, cotidiano y superficial (no neguemos el peso de la superficie)
podemos decir que la naturaleza es verdaderamente una artista y juega a
traer lo irreal hacia la realidad.

FEDERICO CAIVANO

13
BREVE BIOGRAFIA DE UN GENIO1

ATTILIO SALVATORE

Hace ya algún tiempo que, impulsado por un viejo amigo,


comencé a recopilar en un archivo información sobre las vidas de los
grandes genios argentinos olvidados por la historia. De entre mis
favoritos destacó pronto un nombre: Juliano de la Res.

Nacido de padres argentinos de segunda generación, Juliano de la


Res, más tarde conocido como el Ermitaño, pasó los primeros años de su
vida en un pueblucho del interior de Buenos Aires, abandonado a la
fecha de hoy. Si bien su partida de nacimiento nunca pudo ser
encontrada (se desconoce todavía el día exacto de su natalicio 2 ), se
estipula que hacia 1973 debía contar con más de dieciocho años de edad,
puesto que en aquel año se registró su ingreso a la Facultad de Filosofía
y Letras en la Universidad de Buenos Aires.

Se desconoce prácticamente todo de su infancia y adolescencia


temprana; los pocos detalles atribuidos por conocidos suyos de aquel
entonces resultan del todo inverosímiles. De su paso por la universidad
se sabe un poco más, aunque no mucho.

Por los devenires de la vida sus últimos años de estudios


coincidieron con el Proceso Militar y las guerras ideológicas que
pusieron en vilo a la Argentina por aquellos años. Gracias al testimonio
de las personas que tuvieron relación con él en esa época, y al estudio de
sus pensamientos, puedo asegurar que Juliano de la Res no perteneció ni
práctica ni teóricamente a ninguna de las facciones involucradas y que,
sin embargo, fue tenido en alta estima por todas ellas al mismo tiempo.

No es que de la Res hubiese sido imparcial (a pesar de que los


imparciales también lo admirasen) ni, mucho menos, de relevancia en

1
En el anterior número de la presente revista, Philosophia vulgaris, el señor Alejo
Cercato presentó algunas objeciones a uno de mis aportes (específicamente a La
disposición del infinito). Lejos de estar al alcance de contestarle como correspondería,
y viendo que ya otros lo han hecho, me limito a mandarle mis saludos cordiales. Por
demás, su persona desde un primer momento me recordó a la de Juliano de la Res.
2
Aunque es solo una hipótesis por confirmar, a raíz de la lectura de ciertas anotaciones
de Juliano de la Res he terminado por sospechar que fue él mismo el que se encargó de
hacer desaparecer todo registro de su nacimiento por encontrar insoportable la, y cito,
“nefasta adveniencia a la existencia”.

14
los hechos. A lo mejor nadie lo entendía del todo. Eso explicaría cómo
era posible que, siempre al unísono, o bien todas las facciones lo
reconocían como un hijo pródigo o bien lo acusaban de ser un respetable
miembro del bando contrario. Lo cierto es que Juliano de la Res solo
hablaba de tanto en tanto, cuando tenía ganas, y solo para decir lo que se
le había ocurrido en las horas anteriores. Al cabo su nombre termino
desdibujándose entre los muchos apodos con que era llamado por los
distintos grupos (cada cual lo llamaba de un modo distinto para mostrar
que “era de los suyos”) y eso ha hecho difícil la tarea de reconocer la
totalidad de sus aportes por aquellos años1.

Mucho más sencillo resultó hacer un seguimiento de su obra y


sus últimos años de vida. Pocas semanas después de defender su tesis de
licenciatura Juliano de la Res se vio importunado por una pregunta que
cambió su vida. El asunto fue como sigue. A fin de celebrar el cese de
sus estudios organizó una cena festiva en su casa e invitó a toda clase de
conocidos y no tanto. Hacía poco había descubierto una afición curiosa
por lavar los platos (cuantos más fuesen, mejor) y, no pudiendo esperar
hasta que se fuesen todos, a mitad del festejo empezó a lavar los platos
que se habían usado aquella noche. Fue entonces cuando un invitado al
que no se acordaba de haber conocido nunca, un hombre de mediana
estatura y totalmente calvo, se acercó hasta la cocina y lo interpeló:
“¿Sos feliz lavando los platos?” Juliano de la Res estalló en cólera y
echó a todos de su casa. Al día siguiente, con una maleta a medio hacer y
más llena de libros que de ropa, abandonó todo y se fue a vivir a la
Patagonia.

Por cuestiones de modestia no diré el lugar exacto al que se


mudó. Pero lo cierto es que el genio argentino se perdió entre las
montañas de la Cordillera, en una pequeña cabaña, para dedicar el resto
de sus días a responder la pregunta del pelado. Allí, perdido de todos, se
dedicó a llenar cuadernos enteros de anotaciones y pensamientos más o
menos sistemáticos, más o menos extensos, y a agotar su vista en la
contemplación de un pequeño hormiguero que encontró en las cercanías
de un roble pellín.

Por casualidad todos sus cuadernos llegaron a mí hace algún


tiempo y todavía ahora sigo descifrando y ordenando el interminable
material que Juliano de la Res dejó antes de morir. El filósofo había

1
Incluso en los meses posteriores a su retiro a las montañas del sur siguieron
registrándose en Buenos Aires distintas locuciones, cartas y notas cuya autoría está
atribuida a distintos apodos con que era conocido Juliano de la Res. En efecto, he leído
varios de estos documentos y se condicen con su pensamiento, pero es imposible
explicar cómo es que existen. ¿Bilocación? ¿Pentalocación?

15
registrado todo: que hacía cada día, que comía, cuantas horas dormía, si
por casualidad lo visitaba alguien, si llovía o nevaba, que pensaba, que
leía... todo. El problema es que los registros están completamente
desordenados de modo tal que nunca puede llegar a entenderse
demasiado de qué va el asunto. Por ejemplo, en las primeras hojas del
cuaderno 17 narra cómo intentó hacer un ayuno de tres semanas para
resolver la pregunta y, sin terminar de contar el resultado de aquel
experimento, a las pocas hojas anota varias recetas de cocina galesa y
termina el cuaderno contando su llegada a la cabaña. Lo interesante es
que en todos los cuadernos aparece mencionado el hormiguero1.

Fue al lado de aquel mismo hormiguero que, siete años después


de su llegada al sur, un turista perdido lo encontró tirado ya sin vida. Su
cuerpo, desplomado sobre el suelo, estaba todo lleno de picaduras. Una
foto del expediente policial de su muerte me confirmo que los rumores
eran ciertos: el rostro del difunto lucía una sonrisa alegre y, al lado de su
cuerpo, escrito sobre el suelo podía leerse un inmenso “NO”.

ATTILIO SALVATORE

1
Sospecho que el genio argentino tenía un sistema de anotaciones muy preciso pero
embrollado. El último tiempo me he dedicado a intentar entenderlo y, al parecer, hay
una relación entre cada tema escrito y el color del cuaderno y el número de hoja el que
está escrito. El día que lo descifre a fondo podré publicar con coherencia las obras de
Juliano de la Res.

16
MERI BÁ

PRISCILA GIBERT

Veía sin ver cómo pasaban las personas delante de ella, los autos,
las palomas y las estaciones. No sentía frío ni calor, no sentía hambre ni
sed, no sentía sueño ni se sentía despierta. Sólo estaba ahí, en su
pedestal, inmóvil e insensible. Hasta que llegó el niño. Sin bajar los ojos,
la estatua Meri Bá se dio cuenta de que eran un niño pequeño y su
madre. Tensó levemente sus hombros, molesta. No le gustaba la gente.

—¡Ze movió, mami! ¡Yo la vi! ¡Ze movió! —exclamó el niño.


—Oh, León, las estatuas no se mueven —dijo la madre.

Meri Bá se quedó inmóvil, con los ojos clavados en el edificio de


enfrente, quieta, petrificada. ¿Que el niño qué? El niño la había visto
moverse. Nunca había pasado eso. Nunca. La madre del niño lo había
alzado para que pudiera alcanzar la altura de la estatua. Él rodeó su
cuello con sus pequeños brazos.

—Hola, zeñoda Medi Bá. Te vi movedte, aunque mamá diga que no —le
susurró, y sonaba plenamente convencido.

Meri Bá sintió los cálidos labios del niño dejando un beso en su mejilla
fría. Un sentimiento desconocido la recorrió de la cabeza a los pies. La
calidez dentro de su pecho se hizo más y más fuerte, y con los ojos bien
abiertos por el asombro, sintió a su propio corazón de piedra latir por
primera vez. Meri Bá lo siguió con los ojos mientras se alejaba con su
madre, y luego volvió a mirar al frente, con la espalda rígida y la barbilla
alta como siempre.

***

León no volvió por años. Meri Bá quería convencerse a sí misma


de que ese niño no le importaba, que él no tenía nada que ver con ella,
pero aun así sus ojos se desviaban ansiosos hacia cada niño que pasaba
bajo su pedestal. León no debía tener más de cuatro años cuando ella lo
había conocido, y los niños crecen, ella sabía eso. Y las personas que
crecen, olvidan. Meri Bá sentía vacío dentro de ella, pero su corazón
seguía latiendo.

17
Nunca había dejado de hacerlo desde que León la había abrazado.
En eso estaba pensando, cuando un par de delgados pero fuertes brazos
la rodearon por la cintura desde atrás y alguien se trepó al pedestal, de un
salto.

—Hola, Meri Bá.

León saltó al suelo. Abrió los brazos y dio un par de vueltas


frente a los risueños ojos de Meri Bá, quien sentía que su corazón iba a
salírsele del pecho. Él había crecido pero no la había olvidado. La
sonrisa le salió sola.

—Ay, me encanta cuando te movés —León se sentó en su pedestal


apoyando la espalda contra el vestido de mármol de Meri Bá y abriendo
su mochila para sacar un libro—. Las otras estatuas son tremendamente
aburridas, ¿sabías? Ni siquiera parpadean. Ah, ¿te puedo leer en voz
alta?

Ella asintió con la cabeza, y el niño carraspeó y hojeó el libro


hasta encontrar el primer capítulo. Él leía y Meri Bá escuchaba
atentamente. Nunca había leído un libro. No sabía muy bien para qué
servían, hasta ese momento. En su cabeza se empezaron a dibujar
imágenes mientras el niño le leía, y se encontró presenciando los sucesos
de la historia como si de verdad sucedieran ante sus ojos. Había pasado
un largo rato desde que León había comenzado a leer, cuando él cerró el
libro, se despidió con la promesa de volver y se alejó por la calle.

***

León volvió muchas veces, tantas como para que se acabara ese
libro y hubiera que empezar otro. Y otro, y otro. Le leyó novelas,
poemas, obras de filósofos y cuentos juveniles, historias históricas y
ficción futurista. Meri Bá comenzó a ver el mundo real. León había
traído la verdad a ella, y ella había visto la verdad. León le siguió
trayendo libros, año tras año. De las novelas pasaron a las enciclopedias.
Meri Bá aprendió de mares y peces, de árboles y mamíferos. Aprendió
de flores, de humanos, de ciencia y geografía. Sabía que León la había
salvado de su vida insensible. Y un día, cuando ya era un anciano con
muchos inviernos encima, León le trajo la Sagrada Biblia. Meri Bá
nunca había oído nada igual. A través de los clásicos y las novelas de
miles de palabras, León la había preparado para la cantidad de
información condensada que había en tan pocas páginas, y por ello Meri
Bá pudo entenderlas.

18
Era difícil creer más de la mitad de lo que León le leía, pero algo
en su corazón le decía que era verdad. Fue mucha información,
demasiada para Meri Bá, pero la entendió. O al menos comenzó a
entenderla. Y un día León leyó la última palabra del libro y calló un
momento antes de hablar con una voz cansada pero llena de calma.

—¿Sabés, Meri Bá, lo que significa tu nombre? Lo busqué el otro día.


Está en dos idiomas. “Meri” es “mi” en hindi. “Bá” es una de las seis
partes en las que los antiguos egipcios creían que estaba dividido el
espíritu de una persona. Tu nombre, Meri Bá, significa “Mi Alma”. Y así
estamos, solos, Mi Alma y yo.

León se quedó en silencio. Meri Bá también se quedó en silencio.


Él se quedó callado mucho rato, con la espalda reclinada contra el
pedestal de Meri Bá y la Sagrada Biblia en sus manos. Cuando León aún
no se había movido dos horas después, Meri Bá supo que no se volvería
a mover más. Al amparo de la noche y la soledad del parque, Meri Bá
alzó la cabeza y fijó sus ojos en el cielo estrellado. Había un Dios ahí
arriba. Meri Bá conocía a León lo suficiente como para saber que él
deseaba pasar el resto de la eternidad junto a aquel Dios, el único que
podía darle la paz que siempre había buscado.

Por primera vez desde que había sido creada, Meri Bá se inclinó
y sus rodillas tocaron el pedestal tan suavemente que no hizo ningún
sonido. Como un ángel guardián sobre León y su Biblia, bajó la cabeza y
juntó las manos sobre su pecho, y rezó por primera vez.

PRISCILA GIBERT

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EL ARCÓN DE LOS RECUERDOS

En este arcón aparecen libros y objetos peculiares de valor


incalculable. Venderlos no es una opción, pues al traducirlos en
dinero pierden significado. Sin embargo, queremos compartirlos
de alguna manera y por eso abrimos este espacio.

Garrapiñada
Domingo gris, frío. Paseo en Buenos Aires.
El sol cae, el viento helado trae el olor de la garrapiñada.
Cálido, dulce.
Llama. Los ojos la buscan.
Y en la esquina, como un mago desafiando el frio, el vendedor de
garrapiñada hace exhalar a su fogonero amarronado un intenso calor de
hogar. Construye un refugio pasajero.
Pero real. (¿Acaso no es toda pasajera la realidad?)

Dirás que fantaseo que me vino de golpe la infancia a la cabeza.


Que la garrapiñada me lleva con toda su nostalgia derecho a la
niñez. Pero no es así.
Mi infancia no fue cálida y no me inspira la mínima nostalgia…

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La garrapiñada es quizás la posibilidad de un calor de infancia
que no se ha tenido y que siempre puede darse, aunque sea en ese
pequeño espacio del maní con azúcar y caliente. (Fundamental que esté
caliente y que sea un día gris, frio y ventoso. Si no el efecto no se
produce.)
Tiene su encanto la infancia de maní.
Siempre alguien puede volvernos a ofrecer la infancia.
Y nosotros también,
También nosotros
¿Por qué no?
MARISA MOSTO

Un filósofo, una figura


No tengo una colección de figuritas de fútbol. No obstante, obran
en mi poder algunas que tienen cierta venerabilidad, como la que ves
abajo, amigo lector.

El Sócrates del pediludium era médico, no filósofo… aunque era


filósofo a su manera, porque estaba metido en política y tenía ideas
punzantes sobre ella. Su carácter combativo no sé si le permitía tomarse
la vida con filosofía.
Carlos Barreto

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MINIMA PHILOSOPHICA

Corregir
—Si no me equivoco, dicen que en general la gente siempre le
baja a abrir más rápido a un desconocido que a una persona cercana.
La frase había sido dicha al pasar por una señora entrada en años,
alta y con la espalda recta, mientras se balanceaba al ritmo del vaivén del
colectivo. Su oyente (o mejor, la persona a la que estaba dirigido el
comentario), un chico de unos 14 años, parecía hacerse el interesado y
asentía fervorosamente. Pero se congregaban en ese lugar más de dos
oídos, por lo que también captó la frase una joven que se sentaba frente a
ellos y que intentaba leer un libro que no le gustaba pero que ya había
avanzado tanto que prefería terminarlo.
Primero, pensó, no tiene ningún sentido decir “si no me
equivoco”. ¡Es lo mismo que no decir nada! Es como decir: “si
no me equivoco, tengo razón”, o sea: “si no me equivoco, no me
equivoco”. ¿Y si te equivocás, qué? ¿Es falso lo que decís? Eso
se sobreentiende siempre... Distinto es decir “si mal no
recuerdo” o cosas parecidas; advertir al interlocutor que no
estás seguro de lo que estás diciendo. Pero advertir que te podés
equivocar se da por hecho.
Segundo, “dicen que...” es una mala señal para hablar de lo que
sea. ¿Quién dice? Tirar datos por tirar da la falsa sensación de
que uno sabe de lo que habla, sin la responsabilidad de tener que
comprobarlo con evidencia empírica.
Tercero, “en general, siempre...” es un oxímoron. Si es siempre,
se da en todos los casos, no en la mayoría. Claro que si tomamos
los casos que sí comprueban lo que queremos decir establecemos
un conjunto y que dentro de ese conjunto todos los casos se dan
como pretendemos. Pero el total involucra más que ese conjunto.
Cuarto, “le baja a abrir” tampoco tiene sentido. En realidad es:
“baja a abrirle”. Uno le abre a alguien. Pero baja algo —las
escaleras, por ejemplo— o simplemente baja y ya. No hay que
confundir objeto directo con indirecto.

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El libro se había cerrado y no había indicación de cuál era la
última página leída. Con el ceño fruncido y manos torpes que se
rebelaban frente a su falta de previsión al no usar el señalador, la chica
fue hojeando y releyendo hasta que se hartó y guardó el libro en su
mochila. Decidió que no valía la pena y se levantó justo a tiempo antes
de que el colectivero cerrara la puerta y la dejara una parada más lejos de
donde tenía que bajarse. Se había inmerso tanto en su análisis que casi se
olvida de a dónde tenía que ir.
FERNANDO VICARIO ESCADE

¡Nos ganaron de mano!


Pensaba que esto de las minucias filosóficas era algo original.
Otra prueba más de cuán ignorante soy. Busqué en la Red y me
encuentro con esta linda imagen. Por otra parte, no hay obligación de ser
original. Basta con intentar comunicarse y quererse.
Radulfus

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DIALOGUITOS EN EL PERÍPATO

Abrimos en este número una nueva sección, que incluye


escritos sobre anteriores escritos de nuestra Philosophia vulgaris. Le
he puesto un título que recuerda a los “Dialoguitos en el asfalto”,
del viejo diario La razón. Creemos que será del gusto de los
lectores. [Radulfus]

A Federico Caivano
Estimado Federico Caivano:
Le agradezco su escrito que me ha inspirado otras reflexiones.
Comparto esa extraña sensación de mezcla rara de Museta y
Mimi que transmite usted en su ensayo del número 4 de nuestra querida
Philosophia vulgaris “¿Suerte o éxito?”.
Me adviene por ejemplo cuando la gente dice “hay que rezar
mucho para que Dios alivie a determinado enfermo o consuele a su
familia”, o lo que sea que se quiera rogar al Altísimo.
¿No se cumple, acaso, siempre su Sapientísima Voluntad
independientemente de que le recemos o no? ¿Podrían añadir algo a su
Sabiduría, a su “saber hacer”, nuestros rezos?
Como si a fuerza de ser miles los que rezamos, nuestras
oraciones llegaran a su corazón y consiguieran que Dios desde su lugar
ontológico reflexionara y se dijera:
– “Es verdad, no me había percatado de que lo que me piden será al fin
de cuenta mejor para todos.”

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Pero por otro lado fue Él mismo Quien nos advirtiera: “Pedid y
se os dará” (Mt 7,7).
Uno vive medio atrapado entre esas coordenadas en las que se
reúnen las dos voluntades: los propios deseos y los de Dios-Amor (o la
suerte, o el destino, dirá usted).
Al menos, creo, en ese punto de intersección que nos reúne no
estamos solos.
Sé que esto es harina de otro costal, pero por alguna razón que
desconozco a mí me sirve de consuelo.

¡Gracias por sus sabias palabras!

La Señora del Fular Impermeable

A Federico Caivano
Te agradezco mucho, a vos y también a Sofía, por habernos
recibido hace dos sábados en la casa de ustedes. Fue un lindo
festejo de este número 5 de la revista, que ya está llegando a su
fin. Lo que pensamos hace un año se hizo realidad y goza de muy
buena salud, gracias a vos, a Marisa y a todos los que están cerca
de Philosophia vulgaris. Nos servimos entonces todos una copa,
para brindar.
Radulfus

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