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AITOR CALVO FERNÁNDEZ

COMENTARIO DE TEXTO:

Carlos López Beltrán – “Por una nueva historiografía de los conceptos


científicos. El caso de la herencia biológica.”

En este artículo Carlos López Beltrán aborda primero el problema de la


historiografía y a continuación ofrece un análisis de la evolución del concepto
de herencia biológica. Su planteamiento puede verse como la confrontación a
una pregunta básica acerca del método historiográfico: ¿cómo puede enfocarse
una investigación de este tipo de manera que haga justicia a la complejidad de
la situación y evitar así hacer un relato simplista de los hechos? Así, el autor
comienza criticando varias formas predominantes de historiografía y ofrece una
alternativa: la historografía de los conceptos. Partiendo de sus consideraciones
acerca de la misma, expone en la segunda parte el caso particular de la
herencia biológica, señalando errores habituales que cometen los historiadores
y conduciendo el análisis en función de los criterios desarrollados. Basándome
en esta estructura, he separado el comentario en las dos secciones principales
que he mencionado.

Por una nueva historiografía de los conceptos científicos

López Beltrán se plantea en las primeras secciones del artículo cómo reforzar
la estrategia historiográfica. Para ello, comienza señalando las deficiencias de
varios enfoques comunes. Un aspecto que critica especialmente es la solicitud
de un rasero empírico, que se basa en una concepción de la ciencia en que
esta se presenta como una serie de sucesos claros e identificables. Estos
conformarían los episodios centrales de la ciencia, la Gran Ciencia, y el objetivo
del historiador sería dar cuenta de ellos de manera satisfactoria (cfr. López
Beltrán, 2005: 309-310). Aquí está señalando las “historias de héroes” y demás
reconstrucciones simplistas del proceso científico, que ofrecen una visión
limitada de la ciencia al no tomar en cuenta la complejidad de la red de factores
(como las culturas materiales) que influyen en la formación del conocimiento
científico.

Según el autor, hay un campo que es más interesante y profundo: “la


conformación de los espacios de representación y acción en los que las
propuestas científicas acaban vertiéndose” (ibíd: 310). Argumenta así que el
estudio de este proceso nos permitirá revelar, en contraste con las propuestas
criticadas, las diversas interacciones que se dan entre las zonas centrales de la
ciencia y otras más marginales que juegan un papel que no podemos ignorar.
La forma y las posibilidades de la ciencia, defiende el autor, solo pueden ser
entendidas si dirigimos la mirada hacia estas regiones (cfr. ídem). Al abrir de
esta manera el campo de la investigación, López Beltrán presenta una
estrategia para apreciar el conociminento como situado, como resultado de
múltiples interacciones sociales y dependiente de prácticas “externas” a la
ciencia tanto como de las que se consideran centrales.

La siguiente cuestión que trata el autor sigue naturalmente de sus


reflexiones anteriores: ¿cómo llevar a cabo este proyecto? El método a seguir,
sostiene, no es único y no puede elegirse sin adentrarse antes en el estudio
(cfr. ibíd: 308). Su elección, cuya defensa desarrolla a continuación, es la de
tomar el concepto como objeto de estudio. López Beltrán sostiene que, debido
a las múltiples facetas del concepto (sociológica, psicológica, ideológica, etc.),
rastreándolo podemos descubrir las influencias que el entorno ejerce sobre él y
ubicar los elementos explicativos más importantes a tener en cuenta. El
concepto se ve así como “imán de la narrativa” (ibíd.: 312). Además, añade que
esto nos ofrece una visión privilegiada, ya que la en la formación de teorías se
toman conceptos ya existentes, con lo que seguirlos nos permite seguir de
cerca la construcción del conocimiento científico (cfr. ibíd.: 313). Vemos cómo
en vez de limitarse analizar formalmente los conceptos y las relaciones lógicas
entre ellos, lo que quiere explotar el autor es su temporalidad, su estrecha
relación con el entorno, con su tiempo, y tratar sus mutaciones como registro
de lo que ocurre a su alrededor.

A continuación, López Beltrán procede a explicar el tipo de concepto en


que va a centrarse. Se trata de “ideas con estructura propia, aunque
cambiante, que vinculan fenómenos y observaciones de modo que proveen
una estructura descriptiva básica” (ibíd.: 312); habla de conceptos como el de
reflejo o el de calor específico (cfr. ibíd.: 318). En cuanto a las virtudes de
estos, el autor destaca que su ligadura a prácticas experimentales y
aplicaciones bien establecidas les da estabilidad, y por otra parte les
proporciona cierta polivalencia con respecto a lo teórico que permite que se
reincorporen en esquemas teóricos disimilares y que atraviesen las fronteras
de la ciencia, tanto en la divulgación como en la ideologización del
conocimiento (cfr. ibíd.: 319-320). Son estos rasgos, junto con la capacidad
para organizar las descripciones, lo que considera privilegiado en este tipo de
concepto: “sobre él ocurren los cambios, el riel o los rieles del cambio y las
traducciones” (ídem). Tomando esto en cuenta, López Beltrán señala como
tarea trazar el devenir de los conceptos, en especial el momento de su
formación, pues es ahí donde puede verse la acción estructurante de los
agentes del entorno, que luego persiste aunque sea borrada su huella (cfr.
ídem).
El caso de la herencia biológica

Hasta aquí, Carlos López Beltrán ha expuesto las bases de su enfoque. El


objetivo del análisis que propone es poner de relieve la historicidad de
conocimiento científico, investigar el molde sobre el que se vierten las
propuestas científicas para revelar las influencias que las conforman tomando
el concepto como guía. En la segunda parte, que comento en esta sección,
pone en práctica esas consideraciones en un análisis de la evolución del
concepto de herencia biológica. En esta se ocupa de su surgimiento, su
mendelización, y finalmente ofrece una perspectiva post facto de su evolución.

Este apartado empieza calificando de error la actitud de muchos


historiadores, que intentan proyectar hacia el pasado el concepto actual de
herencia y ver teorías de la misma donde no las hay. El hecho de que haya
ciertas similitudes no significa, defiende el autor, que pueda aplicarse nuestra
genética actual como criterio para identificar el concepto o la teoría donde no
los hay (cfr. ibíd.: 324-325). Así, sostiene que el concepto de herencia biológica
surgió a principios del siglo XIX. Antes de esta época se consideraba que lo
heredado pasaba tanto por vías externas como por vías internas, por lo que no
había lugar para un mecanismo de transmisión (ibíd.: 326). López Beltrán
argumenta que el espacio de representaciones que posibilitó el concepto de
herencia empezó a formarse a través de diversas vías ya entre los siglos XVI y
XVIII, con polos como la genealogía (normal y patológica) o el mejoramiento de
especies animales y vegetales (cfr. ibíd.: 327). A estos corresponden prácticas
como la cría de borregos y la actividad de médicos y alienistas franceses,
respectivamente (cfr. ídem), y aquí podemos ver cómo sale a la luz la
importancia de culturas materiales y sectores que no se identfican normalmente
con el desarrollo la Gran Ciencia.

Siguiendo con la formación del concepto, López Beltrán continúa


desarrollando su historia con la articulación de la pregunta por el mecanismo de
la herencia a mediados de XIX, que supuso plantear e intentar resolver
diversos problemas como la irregularidad, la oposición herencia/variación, etc.
(cfr. ibíd.: 328). En 1860 el concepto de herencia fue tomado por el darwinismo,
y con ello empezó a desequilibrarse la balanza a favor de la transmisión de
material hereditario y en detrimento del componente ambientalista. Este
proceso, sigue el autor, culminó con la distinción de Francis Galton entre
herencia y crianza, que rompe con la antigua visión holista cuerpo-ambiente y
abre paso a una concepción mendeliana de la herencia (cfr. ibíd.: 328-330),
culminando en una reificación del concepto: de los caracteres como heredados
a la herencia como “trámite que controla el paso” (ibíd.: 327, 331). Un aspecto
en el que el artículo pone especial énfasis es el papel de agentes “externos”
que toman parte en la transformación y estructuración del concepto, entre las
cuales destacan las ya mencionadas (cfr. ibíd.: 330). También habla el autor de
una influencia de dentro hacia fuera, como es el caso de la eugenesia (cfr.
ibíd.: 329). La historia se presenta como algo complejo, y López Beltrán se
esfuerza en hacer ver que desde el nacimiento de la herencia hasta la forma en
que la entendemos hoy en día hay un trabajo, una evolución y una serie de
acciones de diversos elementos que no podemos ignorar ni simplificar.

El siguiente paso destacado es el de la mendelización. A inicios del siglo


XX, la genética triunfó sobre el resto de teorías que querían ocupar el lugar de
la herencia (cfr. ibíd.: 329) y llevó al colapso del concepto, eliminando toda su
polivalencia anterior y reduciéndolo a la transmisión inmediata de elementos
atómicos (genes) (cfr. ibíd.: 338). Un error que señala López Beltrán a la hora
de interpretar este paso es el de entenderlo como una transición en la que el
concepto de herencia se articuló de manera científica, eliminando los rasgos
ideológicos que la caracterizaban en la etapa anterior, que aún tenía elementos
subjetivos, y dándole así una base objetiva. Lo cierto, defiende el autor, es que
la acción estructurante de la fase de formación no puede eliminarse, y la forma
que el molde le da al concepto que en él se vierte –ese molde ligado a un
tiempo y a la compleja situación que lo constituye– perdura incluso cuando este
es “desideologizado” por la ciencia (cfr. ibíd.: 333-337). Así, afirma que los ejes
de construcción del concepto siguen funcionando hoy en día, y podemos
verlos, por ejemplo, en las dicotomías cuerpo/ambiente o biología/cultura (cfr.:
338).

Analizando en retrospectiva el desarrollo descrito, el autor concluye que


genética de transmisión mendeliana es contingente, producto de unas
circunstancias históricas concretas. Dada la desestructuración de la noción de
gene en la segunda mitad del siglo XX, sostiene que la exageración de
nociones como la de la raza y prácticas como la eugenesia, que surgen en el
contexto de la herencia, se nos revelan como producto de una visión
distorsionada que podría haberse evitado sin por ello dañar el progreso de la
biología (cfr. ibíd.: 339). Argumenta así que la adopción del mendelismo no
supuso una instrauración neutra del orden frente al caos anterior, sino que con
ella se introdujeron una serie de valores en nuestra visión de la herencia, fruto
de las influencias que se dieron en su momento, que han de ser criticadas (cfr.
ibíd.: 339-340). En vistas de los estudios recientes, que comienzan a restarle
objetividad al concepto de herencia, reivindica la vuelta al uso adjetivo de
hereditario, en el que se reconoce que lo que nos asemeja como humanos en
más de lo que nos separa (cfr. ibíd.: 340). Asimismo, resalta la importancia de
una reconstrucción cabal de la historia en la que se abandone la visión ingenua
acerca de las afirmaciones de la ciencia y las circunstancias en las que se dan
(cfr. ibíd.: 342), y explore en profundidad aspectos como “la existencia y la
acción de las imágenes o la imaginación común de una época” (ídem).
Conclusiones

En este trabajo podemos ver cómo el autor lleva a cabo su intención de contar
la historia de manera diferente. En lugar de aplicar un esquema preconcebido o
intentar ver en el desarrollo de la ciencia lo que no hay, se adentra en los
recobecos normalmente ignorados, pretendiendo mostrar cómo su influencia es
ineludible y revelar así la limitación de un análisis que se ciña a los episodios
considerados como principales. El método elegido sirve como medio para
arrojar luz sobre los agentes que influyen en la formación del conocimiento
científico y cómo lo condicionan. Su tratamiento del caso de la herencia
muestra cómo este concepto surge y evoluciona de manera compleja, con
desarrollos paralelos en distintos campos que se entrecruzan y van dándole
forma. El autor dirige así su investigación, no a los aspectos formales de las
teorías por las que pasa, sino a su historicidad, poniendo en práctica una
historiografía que pretende evitar los errores y prejuicios ahistóricos que el
autor critica a lo largo del artículo. Así, ofrece a su vez una herramienta para el
análisis crítico del contenido de las ciencias y sus repercusiones en nuestra
comprensión del mundo.

Bibliografía

López Beltrán, C., (2005) “Por una nueva historiografía de los conceptos
científicos. El caso de la herencia biológica” en M. & Guillaumin (Ed.), Historia,
Filosofía y enseñanza de la Ciencia, México, pp. 307-346.

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