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Revista Freudiana
Eric Laurent
Sin duda, el psicoanálisis no podría disfrutar de una transferencia tan global como
la de la democracia. El psicoanálisis no se practica más que en ciertas regiones del
mundo,justamente aquellas que son democráticas. Es un hecho que solo las
democracias han permitido primero, luego han tolerado y finalmente apoyado la
emergencia del psicoanálisis como discurso. En un principio el psicoanálisis se
hizo aceptar como disciplina clínica, y Freud se sirvió de la autoridad médica para
hacerlo existir. Desde que el psicoanálisis fue aceptado, Freud no dejó de poner en
evidencia las reflexiones críticas que esta práctica le inspiraba sobre la
civilización. Yendo más allá del tradicional humanismo médico, subrayaba las
antinomias entre la satisfacción del sujeto y las «exigencias del renunciamiento
pulsional» que imponía la civilización. El psicoanálisis se impuso entonces muy
rápidamente como discurso crítico. Solo la forma democrática permite acogerlo.
En otros lugares del mundo, fue ignorado o denunciado como «ciencia burguesa».
Los sujetos se identifican cada vez menos con las historias familiares llenas de
agujeros, hechas más de rupturas que de continuidades. Quedan entonces las
comunidades. Algunas nuevas comunidades religiosas, fundadas en la adhesión
individual y brutal en los momentos de ruptura, hacen palidecer las antiguas
ceremonias. La adhesión comunitaria es la favorita del momento. El llamado al
respeto del pacto social justifica cada día el nacimiento de nuevas «autoridades».
Cuanto más estas se autorizan del Ideal, más intratables resultan. La devoción por
la comunidad se verifica en la obediencia hasta la muerte. Lo mejor de lo mejor
para la secta es llegar a deshacerse de sus miembros. En una sociedad laica, el juez
puede castigar y por eso se lo ama o se lo odia. La transferencia lo transforma en
un héroe democrático. Nunca alcanza a estar a la altura de lo que se le pide. Por
más que castigue, nunca será suficiente. No saciará la sed de castigo que puede
llevar a la masacre. El superyó siempre quiere más.
Es así como, lejos de estar frente a la extensión de una política concebida como
procedimientos de arbitrajes y de respeto hacia las normas, asistimos a la
extensión del estado de excepción. Las «nuevas autoridades» declaran con toda
tranquilidad la suspensión de los derechos del hombre dentro de su comunidad de
discurso. Igualmente, el garante supremo del estado de derecho, el presidente de
los EE UU, declara el estado de excepción para un grupo de sujetos cada vez más
numeroso.
Es por esto que debemos tener en cuenta las dos caras de la subjetividad
contemporánea. Por un lado, la autoridad del Nombre del Padre palidece -
tenemos el fenómeno del «crepúsculo del deber», como lo llamó Gilles
Lipovetsky- y, por el otro, encontramos los más variados empujes al goce, la
sobredosis generalizada. Los fenómenos que constituyen el crepúsculo del deber
son presentados de un modo muy elocuente por Gilles Lipovetsky: «El deber se
escribía en letras mayúsculas, nosotros lo miniaturizamos; era severo, nosotros
organizamos shows recreativos; ordenaba la incondicional sumisión del deseo a la
ley, nosotros lo reconciliamos con el placer y el self-interest. El «se debe» cedió el
paso al encantamiento de la felicidad, la obligación categórica a la estimulación de
los sentidos, lo irrefutablemente prohibido a las regulaciones àla carte».12 El
autor percibe bien que la declinación del ideal se acompaña de las exigencias del
goce. Agreguemos a estas descripciones que el hedonismo no se mantiene dentro
de los límites del principio de placer. La verdadera naturaleza del superyó es una
exigencia pulsional que puede ir más allá de los límites de todo placer. Allí es
donde la pulsión revela aún más su faz mortífera. La manifestación de la pulsión
de muerte puede adoptar muchas máscaras. La sobredosis no se alcanza solo en la
evidencia de los comportamientos suicidas de los toxicómanos de drogas duras. El
sujeto puede matarse con el trabajo, preferir la práctica de deportes peligrosos,
realizar viajes extravagantes, querer ser astronauta amateur, presentar una
apetencia multiforme por el riesgo. Puede también elegir el suicidio político,
convertirse en bomba humana, envolverse en dinamita y gozar de su muerte. En
esta bacanal vemos las manifestaciones de la búsqueda de una presencia del Otro
en nosotros. El mismo goce abominable se manifiesta en el fantasma represivo
neototalitario y en la bacanal suicida.
4 Ibid., p. 196.