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Resumen
Por otro lado en México en 2015 el INEGI reportó que el 29.9% de los integrantes
del hogar de 12 años o más se ha sentido deprimido, lo que marca un alto índice de
personas con estos malestares y un incremento en comparación con otros años
tanto a nivel nacional como mundial como lo indica la OMS: “Entre 1990 y 2013, el
número de personas con depresión o ansiedad ha aumentado en cerca de un 50%”
(OMS, 2016).
Esta situación no solo tiene un impacto a nivel de salud mental en la población sino
también a nivel de economía pues los gastos e inversiones realizadas tanto a nivel
público como privado para su atención son elevados. “Los costos estimados de la
ampliación del tratamiento, principalmente el asesoramiento psicosocial y los
medicamentos antidepresivos, se elevan a US$ 147 000 millones” (OMS/Banco
mundial, 2016).
A pesar de esto, se considera que los gobiernos invierten poco en servicios de salud
mental por lo que la Organización Mundial de la Salud y el Banco mundial (2016)
tienen como objetivo “arrancar inversiones en salud mental tanto por parte de los
gobiernos como de los organismos de desarrollo y de la sociedad civil”.
Los tratamientos farmacológicos por su parte también han incrementado sus ventas
y si bien la “época de oro” de la farmacología fue en los años 1950 - 1960 (López-
Muñoz, Álamo y Cuenca, 2000) parece que actualmente ha vuelto a emerger; la
consideración de la eficacia y la rapidez de sus resultados lo hace viable para
reducir tiempos de tratamiento y aumentar la productividad lo antes posible, casi
nunca sin considerar sus efectos secundarios, los altos costos y mucho menos la
singularidad del sujeto.
De esta manera se puede observar que existe una violencia ejercida desde estas
instituciones a partir de un “bienestar” socialmente esperado, algo de lo que
Bourdieu (1994) define como violencia simbólica, que “es esa violencia que arranca
sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas
“expectativas colectivas”, en unas creencias socialmente inculcadas” (p.173). Y
entonces se termina violentando al sujeto, al sujeto del deseo, el cual es ignorado
y/o reducido a nada por la farmacología.
En primera instancia se puede decir que el Estado es quien debe intervenir para
controlar y erradicar los “problemas de salud mental“, ya que este ente, es el
encargado para que esto ocurra -aunque su competencia queda en duda-;
contrariamente, y haciendo un análisis histórico y estadístico, los índices han
incrementado.
Se puede observar que todo lo que esté fuera de él (Estado) se considera erróneo a
priori; precisamente porque el Estado ha sido el encargado mediante políticas
públicas de reducir estos márgenes y las alternativas normalmente tenderán a ser
rechazadas. Todo esto basado, por un lado, en un imaginario social de bienestar -lo
que el individuo debe de hacer, lo mejor, lo correcto- y por otro una supremacía del
saber médico, equivalente a un saber científico “avalado por cifras y estadísticas que
muestran a las claras en donde está el bien y donde está el mal” (Braunstein, 2015,
p.33); y es por eso que esa violencia se hace tan peligrosa, tanto que incluso el
sujeto mismo lo permite en gran medida.
El Estado con sus nuevas políticas públicas genera acciones en pro del bienestar de
la sociedad; tales como centros contra las adicciones, reformas en el código penal,
nuevas fiscalías, o facilidades para la obtención de medicamentos o consultas con el
psiquiatra, entre otras cosas que, desde lo objetivo está bien, se agradece y se
promueve.
Por otro lado las empresas privadas presentan una preocupación de generar cursos
y talleres contra el estrés, mejorar el clima laboral, etc. e igualmente se promueven
una tras otra sin nunca reparar en lo acontecido en el sujeto. Lo mismo pasa en las
escuelas.
Hay que aclarar, ni la psiquiatría ni la farmacología son negativas per se, ambas se
encuentran en ese discurso de “medicalización” en donde se busca imponer un
manejo del cuerpo y alma en las diferentes esferas del sujeto.
Desde Abraham (1989) el Estado terapéutico “es la manifestación del poder real de
un conjunto de especialistas de la modernidad enlazados en la red de poderes
paramédicos” (p.29). Algo así como decir que el Estado tiene el saber porque está
conformado por especialistas en la materia, lo cual, al menos en la realidad de
México, queda en duda con tanta corrupción y tráfico de influencias.
El malestar del sujeto aparece una y otra vez de distintas formas, pues el
“sufrimiento del alma” permanece y no encuentra palabras para externarlo. El sujeto
es acallado con medicamentos, sin embargo la pulsión insiste. No hay oportunidad
en esos tratamientos, de manifestar en forma de palabras lo que acontece dentro de
él.
Conclusiones