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¿SUJETO BORRADO?

LA VIOLENCIA SIMBÓLICA EJERCIDA ANTE UN


DISCURSO DE MEDICALIZACIÓN

Vanessa Miroslava Carrasco Grajales1


Sergio Enrique Santillán Díaz2
Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas1
Universidad del Sur2
Contacto: vami8891@gmail.com

Resumen

El presente ensayo pone de manifiesto la violencia simbólica que ejerce el Estado a


partir de un ideal de bienestar y un discurso de medicalización, en donde la
farmacología y psiquiatría aparecen como tratamiento principal ante situaciones de
malestar emocional, generando grandes ganancias económicas, por lo que el sujeto
es reducido a números y biología borrando su palabra y negando su inconsciente.

Palabras clave: Estado, Farmacología, Violencia simbólica, Sujeto, Inconsciente

Violencia simbólica y sociedad

Actualmente en el mundo, las cifras de personas que sufren malestar emocional


como depresión, ansiedad u otros han ido en aumento; según la Organización
Mundial de la Salud en 2013 habían alrededor de 615 millones de personas con
alguno de estos padecimientos (OMS, 2016).

Por otro lado en México en 2015 el INEGI reportó que el 29.9% de los integrantes
del hogar de 12 años o más se ha sentido deprimido, lo que marca un alto índice de
personas con estos malestares y un incremento en comparación con otros años
tanto a nivel nacional como mundial como lo indica la OMS: “Entre 1990 y 2013, el
número de personas con depresión o ansiedad ha aumentado en cerca de un 50%”
(OMS, 2016).

Esta situación no solo tiene un impacto a nivel de salud mental en la población sino
también a nivel de economía pues los gastos e inversiones realizadas tanto a nivel
público como privado para su atención son elevados. “Los costos estimados de la
ampliación del tratamiento, principalmente el asesoramiento psicosocial y los
medicamentos antidepresivos, se elevan a US$ 147 000 millones” (OMS/Banco
mundial, 2016).

A pesar de esto, se considera que los gobiernos invierten poco en servicios de salud
mental por lo que la Organización Mundial de la Salud y el Banco mundial (2016)
tienen como objetivo “arrancar inversiones en salud mental tanto por parte de los
gobiernos como de los organismos de desarrollo y de la sociedad civil”.

Pero, ¿cuál es la preocupación principal respecto a la salud mental de estas


organizaciones? la productividad; y es que la productividad reducida a partir de estas
condiciones emocionales, llamémosle ansiedad, depresión o cualquier otro
padecimiento, genera mayores costos en las empresas y en el gobierno, por lo que
en los últimos años esta preocupación ha organizado acciones en favor de la salud
mental, apuntando principalmente a los tratamientos farmacológicos sobre los
tratamientos psicológicos o psicosociales.

Los tratamientos farmacológicos por su parte también han incrementado sus ventas
y si bien la “época de oro” de la farmacología fue en los años 1950 - 1960 (López-
Muñoz, Álamo y Cuenca, 2000) parece que actualmente ha vuelto a emerger; la
consideración de la eficacia y la rapidez de sus resultados lo hace viable para
reducir tiempos de tratamiento y aumentar la productividad lo antes posible, casi
nunca sin considerar sus efectos secundarios, los altos costos y mucho menos la
singularidad del sujeto.

Empresas y escuelas le apuestan -y a veces exigen- a tratamientos


psicofarmacológicos sobre los psicológicos o psicoterapéuticos, y es que
independientemente del origen del malestar, la preocupación por la productividad en
niños, adolescentes y adultos está por encima. Tal cual se observa en las diferentes
instituciones escolares y gubernamentales de salud mental (dato empírico), el
número de personas medicadas va en aumento, y en la mayoría de las ocasiones
recetadas con más de un fármaco, lo peor de todo es que muchas veces los sujetos
reducidos a conductas y malestares, reducidos a poca productividad, se ven
obligados a consumir y cumplir con los tratamientos impuestos aun contra su
voluntad.

De esta manera se puede observar que existe una violencia ejercida desde estas
instituciones a partir de un “bienestar” socialmente esperado, algo de lo que
Bourdieu (1994) define como violencia simbólica, que “es esa violencia que arranca
sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas
“expectativas colectivas”, en unas creencias socialmente inculcadas” (p.173). Y
entonces se termina violentando al sujeto, al sujeto del deseo, el cual es ignorado
y/o reducido a nada por la farmacología.

En primera instancia se puede decir que el Estado es quien debe intervenir para
controlar y erradicar los “problemas de salud mental“, ya que este ente, es el
encargado para que esto ocurra -aunque su competencia queda en duda-;
contrariamente, y haciendo un análisis histórico y estadístico, los índices han
incrementado.

Se puede observar que todo lo que esté fuera de él (Estado) se considera erróneo a
priori; precisamente porque el Estado ha sido el encargado mediante políticas
públicas de reducir estos márgenes y las alternativas normalmente tenderán a ser
rechazadas. Todo esto basado, por un lado, en un imaginario social de bienestar -lo
que el individuo debe de hacer, lo mejor, lo correcto- y por otro una supremacía del
saber médico, equivalente a un saber científico “avalado por cifras y estadísticas que
muestran a las claras en donde está el bien y donde está el mal” (Braunstein, 2015,
p.33); y es por eso que esa violencia se hace tan peligrosa, tanto que incluso el
sujeto mismo lo permite en gran medida.

El Estado con sus nuevas políticas públicas genera acciones en pro del bienestar de
la sociedad; tales como centros contra las adicciones, reformas en el código penal,
nuevas fiscalías, o facilidades para la obtención de medicamentos o consultas con el
psiquiatra, entre otras cosas que, desde lo objetivo está bien, se agradece y se
promueve.

Dice Bourdieu (1994):

Si el Estado está en condiciones de ejercer una violencia simbólica es porque se


encarna a la vez en la objetividad bajo forma de estructuras y de mecanismos
específicos y (…) en los cerebros, bajo forma de estructuras mentales, de
percepción y de pensamiento (p. 98).

Por otro lado las empresas privadas presentan una preocupación de generar cursos
y talleres contra el estrés, mejorar el clima laboral, etc. e igualmente se promueven
una tras otra sin nunca reparar en lo acontecido en el sujeto. Lo mismo pasa en las
escuelas.

La inmediatez de la época y el discurso de “medicalización” en donde “cada vez la


medicina se impone al individuo, enfermo o no, como un acto de autoridad”
(Braunstein, 2015, p.33), obliga a buscar el camino más corto en el saber médico, el
cual es encontrado en los tratamientos farmacológicos.

Hay que aclarar, ni la psiquiatría ni la farmacología son negativas per se, ambas se
encuentran en ese discurso de “medicalización” en donde se busca imponer un
manejo del cuerpo y alma en las diferentes esferas del sujeto.

Desde el mercado se observa el establecimiento de tratamientos terapéuticos de


forma monopólica, y surge la pregunta ¿quién debe ser el encargado de proponer
soluciones? pues si el sistema terapéutico fuera completamente abierto, se
observaría menos coerción del Estado, aunque parece que el hecho es que
generalmente es más aceptado que sea el Estado quien controle y provea la “salud
mental” de sus ciudadanos.

Sin embargo, la argumentación de los partidarios de las soluciones inmediatas es


completamente falaz. Aceptar la cuestión de esta manera equivale a una completa
aceptación de los valores y dogmas que el “Estado terapéutico” ha hecho uso.

Desde Abraham (1989) el Estado terapéutico “es la manifestación del poder real de
un conjunto de especialistas de la modernidad enlazados en la red de poderes
paramédicos” (p.29). Algo así como decir que el Estado tiene el saber porque está
conformado por especialistas en la materia, lo cual, al menos en la realidad de
México, queda en duda con tanta corrupción y tráfico de influencias.

La psiquiatría entonces se encuentra soportada por el Estado, reforzado por el


mercado y aceptado por la sociedad, negando en todo momento al sujeto. No hay
momento en el que desde su perspectiva aparezca el sujeto a quien medica, pues
“objetivamente” hacen las cosas en pro del “individuo”, por el bien común y en busca
de ganancias económicas.

La violencia simbólica, ya mencionada, se observa al eliminar al sujeto, olvidando su


subjetividad, olvidando su particularidad y lo más importante, olvidando su
inconsciente. Además, una característica de la violencia simbólica es que “el
dominado colabora a su propia explotación a través de su afección o admiración”
(Bourdieu, 1977, p.184), lo cual podemos observar en los individuos quienes
aceptan bajo una esperanza de mejora y “curación” todo tipo de tratamiento. Ha de
mencionarse también que el violentado en muchas ocasiones considera que la
psicofarmacología es la mejor opción y que las instituciones públicas o privadas se
preocupan por él. Sin embargo, a pesar de recetar una y mil pastillas “el
inconsciente resurge a través del cuerpo, oponiendo una fuerte resistencia a las
disciplinas y a las prácticas destinadas a eliminarlo” (Roudinesco, 1999, p.18).

El malestar del sujeto aparece una y otra vez de distintas formas, pues el
“sufrimiento del alma” permanece y no encuentra palabras para externarlo. El sujeto
es acallado con medicamentos, sin embargo la pulsión insiste. No hay oportunidad
en esos tratamientos, de manifestar en forma de palabras lo que acontece dentro de
él.

El sujeto del deseo es ignorado, y su inconsciente se intenta someter bajo la lógica


de sus acciones, sin embargo el sujeto repite una y otra vez situaciones dolorosas o
traumatizantes. En este punto los papeles cambian, lo objetivo queda opacado en
cada acto y en cada “formación del inconsciente” (sueño, síntoma o lapsus) en
donde el deseo es manifiesto, y es que ante el sujeto del inconsciente no hay bien
común, “de aquí el fracaso relativo de las terapias proliferantes. Por más que estas
se inclinen con compasión sobre el sujeto depresivo, no llegan ni a curarlo ni a
captar las verdaderas causas de su tormento” (Roudinesco, 1999, p.18).

Este sujeto, inmerso en la sociedad actual identificada con el cientificismo, no solo


deposita en la psiquiatría y la farmacología un deseo de bienestar, sino que a la vez
no deja de sufrir, pues a pesar del efecto químico provocado a nivel de órgano, los
pensamientos y el malestar del alma continúan.

A partir de la perspectiva del Estado, el individuo forma parte de él, y es su


responsabilidad; desde la psiquiatría y la farmacología, es un individuo biológico, en
estas tres entidades hay una igualdad de ser, sin embargo, ignoran la historia, las
experiencias vividas y los deseos inconscientes que sin duda alguna marcan y
dirigen a cualquier ser biológico y de derecho haciéndolo particularmente diferente.

Conclusiones

En conclusión, el Estado pretende regular el bienestar, bajo una lógica de


medicalización y productividad, que acompañado del mercado genera grandes
ganancias a la psiquiatría y farmacología, provocando violencia simbólica en un
individuo/no-sujeto ignorado desde el inicio.

El sujeto por su parte no cesará de hacerse presente y el inconsciente de aparecer,


pues por más que el malestar quiera ser acallado con mecanismos coercitivos e
idénticos para todos, su inconsciente lo hace singular y sin duda su síntoma se
aferrará a él.
Referencias

Abraham, T. (1989). El Estado terapéutico. Montevideo: Editorial Nordan.


Bourdieu, P. (1994). Razones prácticas sobre la teoría de la acción. Barcelona:
Editorial Anagrama. Disponible en:
Braunstein, N. (2015). Clasificar en psiquiatría. México, D.F.: Siglo XXI.
Fernández, J.M. (2005). La noción del a violencia simbólica en la obra de Pierre
Bourdieu: una aproximación crítica. Revisado el: 12 de junio de 2017 y
disponible en:
http://www.enlinea.cij.gob.mx/Cursos/Hospitalizacion/pdf/PierreBourdieu.pdf
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 2015. Banco de indicadores,
Salud Mental. Revisado el: 11 de junio de 2017 y disponible en:
http://www.beta.inegi.org.mx/app/indicadores/?ag=00&ind=6200240546#divF
V6200240546620024054662002405466200240307#D6200240546
López-Muñoz, F. Álamo, C. Cuenca, E. La "década de oro" de la psicofarmacología
(1950- 1960): trascendencia histórica de la introducción clínica de los
psicofármacos clásicos. Congreso Virtual de Psiquiatría 1 de Febrero - 15 de
Marzo 2000. Disponible en:
http://www.psiquiatria.com/congreso/mesas/mesa34/conferencias/34_ci_c.htm
Organización Mundial de la Salud (OMS), (2016). La inversión en el tratamiento de la
depresión y la ansiedad tiene un rendimiento del 400%. Comunicado de
prensa OMS/Banco mundial. Disponible en:
http://www.who.int/mediacentre/news/releases/2016/depression-anxiety-
treatment/es/
Roudinesco, E. (2000). ¿Por qué el psicoanálisis? Argentina: Paidós.

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