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Mateo presenta a Jesús como el nuevo Moisés que sube a lo alto de un monte para
ofrecer una interpretación nueva de la Tora y, por eso mismo, no es un reportero de un
periódico que informa de un acontecimiento que realmente ha ocurrido. Mateo deja
claro que Jesús no promulga una nueva Tora. Su judaísmo está demasiado arraigado
como para pensar esto. Más bien hace decir a Jesús que su reinterpretación no supone
desechar ni una sola “iota” o “tilde”, ni una coma ni un punto de la Tora. Para Mateo,
la Tora, sin embargo, tiene su sentido último y su cumplimiento en la vida y la
enseñanza de Jesús. Esto es lo que realmente afirma. De manera que, si, para Mateo, el
Sermón del Monte es el momento de visitar de nuevo el Sinaí y comprender a Moisés y
la Tora de una forma nueva, nosotros debemos, por nuestra parte, conocer bien la
historia del Éxodo, del Moisés y del Sinaí, porque, si no, difícilmente podremos
entender el retrato de Mateo hace de Jesús.
La forma judía de conservar vivo el recuerdo de los acontecimientos de su historia de
generación en generación era vincular éstos a una fiesta concreta de su año litúrgico.
De este modo, el significado esencial de dichos acontecimientos podía celebrarse
anualmente; el origen de la tradición podía releerse y narrarse de nuevo, y la
comprensión que el pueblo tenía de los hechos podía renovarse al interiorizarlos
litúrgicamente cada nueva generación. Tal era la función del calendario litúrgico y sus
celebraciones. El culto hacía referencia a los momentos cruciales de la historia de este
pueblo de adoradores casi siempre.
El primer acontecimiento litúrgico del año judío era la Pascua, que se celebraba los días
14 y 15 del mes de Nisán, el primero del calendario, según el libro del Levítico.
Cincuenta días después, llegaba la segunda celebración importante: algunos llamaban
a este día “Pentecostés” por ser “50 días” después de la Pascua. También se llamaba
“La Fiesta de las Semanas”, porque se celebraba el primer día después de que hubiese
transcurrido “una semana de semanas”, esto es, 49 días. En hebreo, “semana” es
“Shavuot”, así que éste es también el nombre de esta fiesta. La fiesta de Shavuot
celebra el momento en el que el pueblo errante por el desierto estableció una Alianza
con Yahveh, el Dios que lo había liberado de Egipto. El hecho tuvo lugar al pie del
monte Sinaí, y en él Dios entregó la Tora al pueblo, a través de Moisés. Shavuot
consistía en una vigilia de veinticuatro horas, dividida en ocho partes de tres horas, e
incluía la lectura completa de la historia contenida en el libro del Éxodo. El Salmo 119,
el más largo del Salterio, se compuso para este día. Sus 176 versos se dividían en una
introducción y siete fragmentos de tres estrofas, de modo que ellas eran las lecturas del
Salterio en las ocho partes de la vigilia. Dos de los ocho versos de la estrofa
introductoria, fundamental en el salmo, empiezan con la palabra traducida como
“feliz” o como “bienaventurado”. El conjunto del salmo era un himno de alabanza a
Dios por la belleza y la maravilla de la Ley. Así, la celebración de Shavuot mantenía
vigente la experiencia del Sinaí para cada generación, de año en año.
En el año litúrgico hebreo había otros días importantes: Rosh Hashanah, Yom Kipur,
Sucot y la Dedicación (o Hanukka). Como veremos más adelante, todas estas
festividades influyeron en el evangelio de Mateo. Pero el trasfondo del relato del
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