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que promoviera el protagonismo creativo y participativo, la reflexión crítica, que

abriera preguntas, que las conceptualizaciones asentadas en saberes previos a la vez


fueran interrogadas y debatidas.

Ambos aspectos se relacionan entre sí y sostienen una forma particular de pensar la


educación así como los sentidos que la orientan, los vínculos pedagógicos y la
construcción del conocimiento.

La enseñanza de la praxis

Partimos de nuestras ideas; dibujando mapas imaginarios, toparse con lo real.


Vivenciarlo y equivocarse. Dudar. Releer la realidad. Buscar nuevas formas, caminar
otros senderos. Pedagogía del riesgo, la educación popular coloca en un lugar central la
pregunta. La experiencia nos desafía y explicita nuestras creencias, nuestras ideas
preconcebidas, nuestros prejuicios. En este proceso, aprendemos, reflexionamos y
volvemos a actuar, este es el proceso de una praxis social. Aprender de y con los otrxs.
Una y otra vez, tuvimos que repensar nuestra práctica. Fue necesario pasarla por la
experiencia, pasarla por el cuerpo y el corazón. Fue necesaria la escucha atenta de esos
emergentes, de esos movimientos o líneas de fuga que el contexto nos proponía una y
otra vez. Emergentes que nos hicieron sentir; no sólo comprender. El conocimiento,
entonces, no es resultado sino proceso, búsqueda que se va tejiendo, entramado que se
va haciendo.
La experiencia sacudió nuestras seguridades; dio lugar a la indagación, a la revisión, a
los replanteos.
Recordamos en nuestros inicios realizar varias convocatorias y pensar estrategias para
acercar los adolescentes y jóvenes, al CIDAC, centro de la Facultad que se encuentra a
solo algunas cuadras de la villa 21-24 de la zona de Barracas en ciudad de Buenos Aires
pero de enorme distancia simbólica. Nuestro proyecto, suponía en primer lugar
convocar jóvenes a este espacio y promover su capacitación como promotores
socioculturales, con perspectiva de derechos humanos. Esa distancia simbólica tan
enorme, nos interpeló desde un inicio tanto para con nuestro modo de insertarnos en la
comunidad como para intentar varias vías de acercarnos, mezclarnos y pensar junto a
los otros actores locales.
Así, seguimos nuestra participación, tomando parte en varios eventos del barrio que
podía convocar a los jóvenes. Participamos de festivales barriales en la Villa 21-24,
realizamos varias convocatorias, y trabajamos arduamente en la difusión de actividades
que realizábamos, sin resultados esperados en el corto plazo. Comprendimos que
debíamos reformular el proyecto inicial y acercarnos a los jóvenes en lugar de buscar
que se acerquen a nuestro espacio. Fue por ello y a través de una articulación con la
Supervisión de Escuelas Medias de la zona que comenzamos a ofrecer talleres en las
escuelas. Nuestras primeras experiencias fueron brindando los talleres “Pintó el stencil”,
propuesta que brindaba no sólo la herramienta y práctica de estampado de telas y
confección de banderas grupales, sino la de conocer (e intercambiar) sobre la cultura
juvenil urbana. Esta experiencia devino en los talleres de “Expresión visual”. Volvimos
al espacio escolar con diversos talleres, a través de Cuento Cuentos en el año 2012,
brindamos talleres a 150 estudiantes de tres Escuelas Medias de Barracas que
participaron en la capacitación como‘mediadores de lectura’.
Luego del dictado de los tres primeros talleres en los que los estudiantes se sumergían
en la literatura infantil, convocamos a todos los estudiantes que participaban del
proyecto a grabar un CD de cuentos a una radio de zona céntrica. Nos llamó la atención
que los estudiantes de la escuela media de la Villa 21-24 que habían participado con
interés, no concurrieron pese a que la propuesta incluía el acompañamiento desde la
escuela junto a docentes del colegio; mientras que los jóvenes de los otros barrios sí lo
hicieron. Lo mismo sucedió al año siguiente. Cuando invitamos a los estudiantes de
todas las escuelas con los que habíamos trabajado a realizar una presentación en la Feria
del Libro, los chicos de esta escuela de la Villa 21-24, tampoco asistieron.
Se presentó aquí una frontera que nos parece importante agrietar. Es
aquella por la cual los y las jóvenes de las villas y/o asentamientos quedan
capturados en ellas. Fronteras simbólicas de origen complejo en las que se
juegan prácticas discriminatorias llevadas a cabo por quienes no habitan este
territorio, pero que pueden configurar subjetividades débiles en cuanto a su
posición y autovaloración.
Alessandro De Giorgi (2006) advierte, en esta línea, que la metrópolis
postfordista separa en su interior espacios de reclusión diferenciando
selectivamente las posibilidades de movimiento e interacción y, citando a
Razac, dice: “Se logra crear así una escala social mensurable según la
capacidad de acceso a los lugares valorizados simbólica y/o económicamente”.
La implantación de zonas urbanas de accesibilidad diferenciada, alimentan así
un régimen de la ajenidad que tiene como objetivo la desestructuración de la
multitud, la ruptura de los vínculos de empatía y cooperación que, para el
dominio, representan un peligro extremo (De Giorgi, 2001: 138).
Tomamos esta situación como un emergente. Un emergente social y político respecto de
las fronteras invisibles de los chicos y chicas de las villas, y un emergente respecto de
nuestro dispositivo de formación. Un mismo dispositivo no opera los mismos efectos en
poblaciones o grupos diferentes. Evaluamos que no habíamos podido advertir la
singularidad del grupo en cuestión y la necesidad de heterogeneizar la formación e
intervención diseñada. No creemos que haya jóvenes con diferencias respecto de
capacidades, de formas de reflexionar, sentir, impulsar, crear, etc., sino que hay grupos
poblacionales que padecen marcas sociales tan fuertes que debilitan su presencia en los
espacios sociales, culturales y políticos más amplios.
Desde esta lectura comprendimos que la presencia de Barrilete Cultural debía insistir en
ese espacio, fortalecer a un grupo vulnerabilizado para que pudiera desplegar su
potencia cultural y social en otros espacios. Esto no significaba negar las dificultades
concretas de los y las jóvenes para transitar los territorios que se extienden más allá de
la villa que habitan. Dificultades no sólo económicas, sino también de desconocimiento
de otros espacios de la ciudad, de temor a ser discriminados, de la escasa disposición de
tiempo pues son jóvenes muy requeridos en sus hogares, ya sea trabajando para
aumentar ingresos familiares o para el cuidado de los hermanos menores. Como
respuesta a esta experiencia decidimos en el año 2013, trabajar exclusivamente en la
EEM Nº6, DE.5, no sólo por la particularidad de estos estudiantes sino por otras
circunstancias que debimos afrontar ese año. Con estos jóvenes, al finalizar el proceso
grabamos un nuevo CD de cuentos, pero esta vez lo hicimos en una radio del barrio.
Valoramos entonces no sólo la accesibilidad para el traslado con tal fin, sino abrir el
acceso a valiosos espacios de participación que existen en su propio barrio. Los
estudiantes fueron a leer cuentos a la escuela primaria aledaña a su colegio, leyeron a
niños de 1º a 4º grado durante dos jornadas.
En el año 2014, propusimos coordinar un taller en el Patio Infantil de la Feria
Internacional del Libro. Trasladamos la propuesta a los jóvenes y se
entusiasmaron con el proyecto, lo organizamos juntos y compartimos la
coordinación del taller.
Desde Barrilete sentimos que se había podido revertir una lógica. Siempre han
sido los sectores medios y altos los que van a brindar talleres o espacios
recreativos a los niños/as de los sectores más pobres. En esta oportunidad, y al
año siguiente también, fueron los mismos jóvenes de los sectores más
pauperizados de la ciudad los que fueron a leer a niños y niñas en Palermo
(durante la Feria Internacional del Libro). Algo de esa fragilidad o inseguridad
en la posición de los/las chicos/as como sujetos culturales había sido revertida.
Meses más tarde fueron invitados en dos oportunidades a participar del
programa televisivo “Una tarde cualquiera”, que se emitía en la TV Pública.
Este sabor a “orgullo” que nos proporcionaba ver a estos jóvenes de
trayectorias difíciles que, con total naturalidad, participaban entusiastas de
estas propuestas, también nos llamó la atención sobre nuestra mirada sobre
los y las jóvenes de los sectores populares. Sentimos fuertemente este
“orgullo”, quizás teñido de un poco de revanchismo respecto del entorno social
adverso, y las miradas reaccionarias sobre los sectores populares; daban
ganas de decir “estos chicos son de la Villa 21-24” para otorgarles un plus de
valoración a su participación. Pero los jóvenes nunca mencionaron siquiera que
esa situación representara un déficit o vivencia particular y que estas
participaciones les otorgaran un plus de logro personal por su condición de
desventaja; era la alegría o satisfacción que podía sentir cualquier otro
adolescente de clase social más favorable. Esto nos hace suponer que aunque
la tarea de formación se la piense y desarrolle desde una perspectiva de
derechos, de fortalecimiento del protagonismo social, en los adultos
educadores esta condición de desventaja de los chicos se mantiene presente,
mientras que el niño/a o adolescente que asume el lugar protagónico, no
necesariamente fija esta situación como marca indeleble y se ocupa sólo de
desplegar su potencial y disfrutar en ello.
Otra particularidad de la experiencia territorial fue que en la escuela primaria nos
pidieron que leyeran en guaraní, ya que hay niños/as de origen paraguayo que hablan
esta lengua. Fue interesante como dos o tres estudiantes secundarios de origen
paraguayo se comprometieron con la propuesta y la llevaron a cabo, no sólo en los
encuentros con las niños/as en las escuelas primarias sino también grabando un cuento
en guaraní en el CD. Esto llevó a que otra escuela primaria de la zona les propusiera a
los jóvenes de cuenta cuentos, hacer otra lectura en guaraní. Pudimos detectar una
particular necesidad de la población y ellos pudieron desplegar una capacidad,
revalorizando un aspecto fundamental de su identidad que hasta entonces no habíamos
notado nosotros/as.
Por último, quisiéramos retomar otro aspecto que nos sorprendió, cuando los jóvenes
nos devolvían su mirada sobre la experiencia en los encuentros de lectura que
realizábamos en las escuelas primarias y jardines de infantes. Nos conmovía no sólo lo
que observábamos en los encuentros, los y las adolescentes, sentados en sillitas rodeado
de niños y niñas que atentos escuchan la lectura de un cuento es una escena única, sino
lo que significaba para ellos/as este encuentro y la mirada de lo/as niños y niñas.
Entendimos la importancia de estos vínculos sociales, y de la actividad que los jóvenes
que realizaban siendo referentes de los más pequeños en los encuentros de lectura.
Fueron estas líneas de fuga, estas dudas en forma de emergentes, estas inquietudes y
desafíos que nos trajeron una y otra vez los adolescentes con los que trabajamos,
aquello que hizo de nuestro proyecto, una práctica viva, dinámica; un hacer
permanentemente cuestionado, interrogado y transformado desde la praxis.

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