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MU, FUERZAS OOSMICAS • JAMES CHURCHWARD

Título original: Cosmic forces of Mu


Traducido por: Hernán Sabat6

© James Chµrchward
© A.T.E.-1980
Rda. General Mitre, 90 - Barcelo~, 21 • Espafta
Depósito Legal: B. 38.445 -1980
ISBN: 84-7442-218-3
Impreso en España
Printed in Spain
Rigsa
C/. Estruch, 5 - Barcelona
Dedico con afecto este trabajo a
mi esposa Louise H. Churchward,
quien durante muchos años me ha
animado y ayudado a dar forma
a éste mi mejor tratado.
J. c.
AGRADECIMIENTOS

Debo agradecer desde aquí al difunto doctor W. J. Ho.


lland, director del Carnegie Museum de Pittsburg, Fila-
delfia, sus amables consejos y sugerencias acerca del or-
den y compilación de material que contiene este volu-
men. Sus recomendaciones han resultado para mí de la
mayor valía.
Asimismo, debo expresar mi más profundo agradeci-
miento a mi amigo el doctor C. W. Gilmore, conservador
de Vertebrados del National Museum de Washington
D. C., por el magnífico trabajo de reproducción de las
escenas de antiguas eras geológicas que ilustran uno de
los capítulos del libro. Tales reproducciones se basaron
en fósiles auténticos que se exhiben en dicho museo. En
la actualidad, esas láminas son muy apreciadas por todo
el mundo, y se las considera las mejores restauraciones
existentes de la vida de los animales en las épocas de los
grandes reptiles.
INTRODUCCIÓN

Durante los primeros tiempos de la Humanidad, la


ciencia formaba parte de la religión. Ambos conceptos. se
consideraban hermanos gemelos. Las primeras enseñan-
zas del hombre hablaban de un Dios Creador todopode-
roso, y que el hombre debía a l!l su existencia.
A ésta seguía la enseñanza de que el hombre era una
criatura especial, poseedora de algo que no disfrutaba
ninguna otra forma de la Creación, como era el alma o
el espíritu. El cuerpo material regresaba a la tierra de
donde procedía, y el alma quedaba liberada para siem-
pre. Aparentemente, cuando estos conceptos estaban pro-
fundamente arraigados en la mente del hombre, éste re-
cibía lecciones científicas. Eran enseñanzas que le mos-
traban las leyes y el orden de la Creación, tales como la
infinita sabiduría demostrada en la disposición del Uni-
verso, las perfectas leyes naturales que gobiernan a todo
lo creado y el modo en que los seres se desarrollan en
ellas, etcétera.
Con el conocimiento de dichas ciencias, el hombre lo-
graba una comprensión más completa y global del poder
y sabiduría de su Creador, y de su Gran Amor Divino.
Estos conocimientos científicos proporcionaron al hom-
bre un contacto más íntimo con su Padre Celestial, y le
dieron una mejor comprensión y unidad con In.
Todas estas primeras ciencias se le enseñaron al hom-
bre de una manera tan sencilla que éste, pese a su estado
cultural atrasado y primitivo, era capaz de comprender-
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las por entero. Estos conocimientos le proporcionaban
una fe y un amor implícitos por su Creador.
Estas ciencias sencillas le fueron explicadas al hombre
sin teorías y sin rastros de teología o de tecnología. Sólo
se enseñaban hechos concretos y simples, y sólo se expli-
caban, sin someterlos a teorizaciones. En la actualidad,
siguen recibiendo el nombre de Ciencias Cósmicas. Se las
denomina Cósmicas porque, a pesar de lo sencillas que
resultaban a nuestros antecesores, hoy en día siguen le-
jos de la comprensión del moderno hombre de ciencia.
Cabe preguntarse el porqué de esta situación. La respues-
ta es que el jardín científico de los tiempos antiguos ha
quedado totalmente estrangulado por las tupidas siem-
bras de teorías, tecnología, teología, conceptos erróneos
e invenciones, sofisticado por sueños infantiles que nunca
se han basado en razones o metáforas. Todo ello se halla
en total desacuerdo con las leyes naturales que gobiernan
el universo entero.
.El deplorable estado actual de las cosas se ha produci-
do por dos factores principales:
En primer lugar, por el egoísmo del hombre actual, por
su desordenado deseo de publicidad y de verse conside-
rado en el más alto puesto de la Montaña de la Ciencia,
en tanto que olvida e ignora absolutamente el hecho de
que sólo existe un único Ser Supremo.
La mayor altura que un hombre puede alcanzar es el
inmenso honor de ser uno de los elegidos por :m para
esparcir el conocimiento de la verdad. El hombre es sólo
un instrumento: toda la grandeza le pertenece sólo a J:.l;
sin embargo, grande es el hombre elegido como agente
Suyo, pues el honor de serlo es mayor que cualquier
honra terrenal que pudiera recibir.
En segundo lugar, porque el hombre pasa de adorar
a Dios a adorar la riqueza material, aunque cuando adora

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a ésta no hace más que profesar su adoración a Dios.
Sólo se engaña a sí mismo; no puede engañar al Todo-
poderoso. El objetivo último del acaparamiento de bie·
nes materiales es esclavizar al prójimo. Esta adoración
por lo material puede disfrazarse bajo un pretendido de-
seo de seguridad, pero no pasa de ser un método de
esclavizar a los demás. Mientras el tipo de relación siga
existiendo, no será posible la paz en la Tierra.
La mejor escuela para aprender la ciencia verdadera
es el jardín de la Naturaleza, pues es en ésta donde se
producen las enseñanzas más elevadas, donde el hombre
se prepara para su inmarcesible futuro.
Para ayudar al hombre en el estudio de estas ciencias,
se le proporcionó cierta información en forma de escri-
tos que se denominan Las Sagradas Escrituras Inspira-
das que explican la religión y la ciencia.
¿Dónde se encuentran en la actualidad tales escritu-
ras? ¿Se han perdido? No, pero sí se hallan dispersas, y
olvidada la lectura e interpretación de las mismas; no
obstante, según las Leyes Divinas, lo disperso volverá a
unirse y las enseñanzas volverán a aprenderse. Entonces
los mitos que han hecho permeable la ciencia durante
miles de años desaparecerán como la niebla ante los ra-
yos brillantes del Sol.
El contenido del presente volumen es una traducción
de unas cuantas muestras de las Sagradas Escrituras Ins-
piradas, en su parte científica, que he tenido la fortuna
de descubrir y estudiar. La traducción no es muy brillan-
te, lo admito, pero es a lo más que alcanzo con mi limi-
tado conocimiento.
Estoy seguro de que nadie puede traducir con la per-
fección de los antiguos las Escrituras, con cada uno de
los detalles que se introdujeron al escribirlas; su lec-
tura y comprensión no pueden ser sino aproximadas, y

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todo el que diga lo contrario falta a la verdad. Lo máximo
que puede lograrse es comprender el significado global,
y tengo una total confianza en haberlo logrado.
Existe un gran cúmulo de minúsculos detalles de las
antiguas Escrituras que no pueden ponerse en manos de
un traductor moderno; por ejemplo, un símbolo o un
jeroglífico forma un radical, y éste tiene muchos signi-
ficados, al igual que sucede en las lenguas modernas
orientales. La auténtica significación de una palabra de-
pende de cómo se pronuncia y acentúa. No existe en los
idiomas modernos ni tampoco en los antiguos jeroglíficos
fórmula alguna que nos proporcione· el concepto que
pretende expresarse.
En los idiomas modernos, aprendemos de lo que pode-
mos escuchar o de lo que nos enseñan; con las escrituras
antiguas no podemos aprender ni enseñar. Es por ello
que nadie puede proporcionar en la actualidad una tra-
ducción al detalle, de modo que resulte tan perfecto,
claro y comprensible como lo era para los antiguos en su
tiempo.
Hace quince mil años, cuando se realizan dichas Escri-
turas, nuestros antecesores las comprendían perfecta-
mente. En Egipto, descubrimos que en tiempos de Moi-
sés todavía se conservaban. Moisés mismo las compren-
día. Ezra, que fue el recopilador del Viejo Testamento,
murió hacia el 800 antes de C., y ya había perdido el
saber de interpretarlas.
Hace dos mil años había cinco monasterios en la Tierra
que lograban mantener la sabidudía de los antiguos. Hoy
en día no hay modo de saber si todavía se conserva, y
hasta qué punto. Muchos conocimientos deben haberse
perdido. Un científico eminente dijo, tras leer el presente
volumen, que espera «que este texto tarde mucho en
publicarse, pues devolverá a sus pupitres de alumno a

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muchos de nuestros profesores y eruditos. Sería de lo
más lamentable que un cataclismo de esas proporciones
tuviera lugar•.
¿Acaso son de lamentar las verdades?

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l. EL ORIGEN DE LAS GRANDES FUERZAS

Antes de intentar explicar el origen de las fuerzas,


comenzaré por definirlas.
Una fuerza es aquello capaz de producir cambios en la
posición de los cuerpos e incluso, a veces modificarlos.
No existe cuerpo ni materia, por infinitamente pequeño
o descomunalmente grande que sea, que pueda experi·
mentar algún cambio sin ayuda de una fuerza.
Todas las que actualmente se conocen como «fuerzas
atómicas» sólo son fuerzas secundarias, gobernadas por
alguna superior. Esta fuerza superior mueve los átomos
y éstos, a su vez, producen o transmiten otra fuerza de
tipo secundario. La fuerza superior es, por consiguiente,
la responsable. Existe una fuerza infinita que lo gobier-
na todo.
Una fuerza puede ser apreciada por el sentido del tac-
to, pero no hay ninguna que lo sea por el de la vista.
No pueden acumularse en cuerpos supercalentados,
del mismo modo que no se regeneran en las zonas frías.
Las fuerzas se dividen en positivas y negativas. Por
cada una positiva existe otra negativa.
Algunas de las grandes fuerzas carecen de límites en
su alcance y potencia, actuando de un cuerpo celestial
a otro. Las fuerzas son las causantes de los movimientos
de todos los cuerpos del Universo.
Dos fuerzas pueden resultar afines, repelentes o neu·
trales.
Algunas de las terrenales pueden ser afines, repelen-
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tes o neutrales respecto a los elementos.
Al encontrarse dos fuerzas, pueden suceder dos cosas.
La primera posibilidad es que formen una zona neutral,
donde ambas resultan inactivas; por ejemplo, cuando
una fuerza irresistible se encuentra con un objeto inamo-
vible. En este caso se forma una zona neutral y desapa-
rece el conflicto.
Pero cuando una fuerza es superior en potencia a la
otra, la conquista y sigue adelante.
Los movimientos de las fuerzas son vibratorios. Es
posible mantener una brasa ardiendo en la mano sin
quemarse, siempre que el dueño de la mano aumente sus
vibraciones (fuerza superior) por encima de las vibra-
ciones de la fuerza térmica.
Entre la brasa y la carne de la mano se forma una
zona neutral que la fuerza térmica no puede traspasar.
Existe una fuerza infinita suprema que ha creado cua-
tro grandes fuerzas primarias. Las demás se generan por
medio y a partir de estas cuatro grandes fuerzas, siendo,
por lo tanto, secundarias. Estas cuatro grandes fuerzas
son las que gobiernan el universo físico en la actualidad
y actúan bajo el dominio o voluntad de la única Fuerza
Infinita Suprema.
Esta fuerza suprema es la potencia que originó y
que mantiene en acción todas las demás fuerzas por todo
el universo.
Esta fuerza suprema resulta incomprensible para el
hombre. Al ser incomprensible, no puede dársele nombre
ni representación. Es el Innombrable.
Sin duda alguna, todo el mundo advierte que estamos
viviendo rodeados por fuerzas cuyo poder es inconcebi-
ble, aunque no las sintamos, y ello pese a que estamos
en medio de ellas, que mueven y gobiernan los inmen-
sos cuerpos celestiales. No sentimos su contacto y, si la

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observación no nos revelara sus efectos, ni siquiera cono-
ceríamos su presencia y su existencia. ¿Cómo es que fuer-
zas tan sobrecogedoras no llegan a afectarnos en modo
alguno? En primer lugar, porque nosotros somos elemen-
tales y, por tanto, neutrales para ellas. En segundo lu-
gar, porque está fuera del alcance de nuestras mentes y
cuerpos.
El hombre ha sido creado y constituido de tal forma
que todo lo que con él se relaciona tiene una extensión.
El oído solamente puede percibir sonidos que estén den-
tro de una determinada· gama de frecuencias. Por encima
o por debajo de estos límites, no es posible oír sonido
alguno, aunque verdaderamente exista, ya que queda fue-
ra de nuestro alcance.
A continuación, voy a explicar el origen de las grandes
fuerzas. Sin embargo, para edificar una estructura, o una
teoría, hacen falta unos sólidos cimientos. Comenzaré por
ilustrar los movimientos de los cuerpos celestiales, con
el ejemplo de un juego de ruedas dentadas.
Imaginemos que existe una fuerza central (primaria)
representada por un triángulo dentro de un círculo y con
un punto en el centro. Este círculo no tiene dientes, pero
pone las primeras ruedas dentadas en movimiento. Estos
dientes representan fuerzas secundarias, generadas por
los movimientos de los átomos o transmitidas a través
de ellos. La primera rueda dentada engrana con la se-
gunda por medio de sus fuerzas secundarias y la pone
en movimiento, esta rueda con la siguiente y así hasta
los confines más remotos del universo.
Consideremos, por ejemplo, nuestro sistema solar.
Un sol superior engrana sus dientes o fuerzas con los
dientes o fuerzas de nuestro sol. Dado que es más pode-
roso, este sol superior hace girar al nuestro, generando
así fuerzas secundarias. Las fuerzas de nuestro sol pro-

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ducidas de este modo engranan con las fuerzas de sus
satélites, haciendo girar aquellos que no están muertos.
Así pues, el sistema solar en que vivimos es un ejemplo
a una escala en miniatura del funcionamiento de todo el
Universo.
Todos los cuerpos gobernantes, desde el primer sol
hasta el último, deben girar sobre su eje. Para que este
movimiento sea posible, todos los cuerpos giratorios de-
ben tener una corteza dura y un núcleo blando. Sin esta
combinación, no podrían girar ni generar fuerzas.
Un cuerpo sólido sin un núcleo blando es un cuerpo
muerto; no puede girar alrededor de un eje ni generar
fuerzas. Nuestra luna y el planeta Mercurio son dos ejem-
plos de cuerpos celestes muertos.
Todos los movimientos de los cuerpos, desde la pri.
mera rueda dentada hasta las pequeñas lunas que giran
en torno a los planetas, son producidos y controlados
por fuerzas secundarias que emanan de la gran fuerza
primaria suprema.
La potencia central no está gobernada por ninguna
fuerza, ya que es el origen y gobierno de todas ellas. De
estar supeditada a otra fuerza ya no sería central, pues
habría algo más allá de ella. La potencia central es la
Gran Fuerza Infinita, que siempre ha existido y persis·
tirá para siempre.
Todo lo que antecede son mis fundamentos.

Las ciencias de la primera civilización

Para dar una idea de su origen, diremos que en tiem-


pos de la destrucción de Mu (la Tierra Madre), acaecida
sobre el año 10.000 antes de C., las ciencias que enton-
ces se conocían y practicaban eran el resultado de más

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de cien mil años de estudio y de experimentación.
Actualmente estamos practicando ciencias que fueron
desarrolladas en los últimos quinientos años. Es proba-
ble que estemos recorriendo el mismo camino que nues-
tros antecesores siguieron hace ya más de mil siglos. Sin
duda, ellos experimentaron tantos problemas y fracasos
como nosotros, pues hay docenas de leyendas que así
nos lo confirman. La leyenda simbólica sobre la Torre
de Babel es una de ellas.
La naturaleza científica de los humanos ha sido siem·
pre la misma: muy egoísta, celosa, dominante, egocén-
trica, ansiosa de honores y de fama (sin considerar si se
merecen o no) y con una profunda reverencia hacia Mam·
mon, el ídolo del dinero. Todo ello sólo son espejismos
y arenas movedizas en el camino de la ciencia, y todos
aquellos que siguen esta ruta están condenados a desapa·
recer y ser olvidados desde el momento mismo en que
falten. No han hecho nada en bien suyo o de la huma-
nidad.
En la India descubrí muchas tablillas de arcilla que
hablan sido llevadas allí por los naacals desde la Tierra
Madre. Originalmente, trajeron una biblioteca de más de
diez mil de estos volúmenes, de modo que es fácil com-
prender que las que yo encontré componen poco más de
un párrafo en el contexto de una larga historia. A excep-
ción de unas pocas, casi todas las tablillas naacal trata-
ban acerca de la creación y el funcionamiento de las
Fuerzas Cósmicas.
Comencé a escribir el presente libro después de haber-
las descifrado. Los detalles relativos al descubrimiento
de dichas tablillas se relatan en mi primer libro, El con-
tinente perdido de Mu (1).

(1) Publicado en esta colección. ATE, Barcelona, 1979.

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Hace sesenta años estaba yo en la India, sentado a la
sombra de las palmeras junto a mi anciano preceptor, el
Rishi, descifrando y traduciendo estas preciosas reliquias
naacal. Hoy me encuentro a solas, en América, sentado
ante la mesa de una biblioteca y descifrando otra serie
de escrituras antiguas, compuestas por más de tres mil de
ellas.
Esta serie consiste en tablillas de piedra descubiertas
por William Niven en México, en varios puntos distantes
entre seis y ocho kilómetros de la ciudad de México. Wi-
lliam Niven las copió y fotografió todas, enviándome
amablemente las copias por si yo podía descifrarlas.
Del estudio de algunas de esas tablillas se desprende
que su antigüedad es superior a los 12.000 años, aunque
no sabría decir en cuánto más.
La mayor parte de las tablillas consiste en imágenes
jeroglíficas, encontrándose también cuadros que repre-
sentan escenas de las Sagradas Escrituras Inspiradas en
Mu. Muchas se refieren a la Creación; existen más de
mil que tratan el tema de las Fuerzas Cósmicas, expli-
cando su origen y su funcionamiento; además, refieren
también qué es la vida y cómo la reciben los elementos.
En estas tablillas americanas se encuentran muchos
eslabones que faltan en las tablillas naacal orientales.
Dado que ambas series, las americanas y las orientales,
proceden originalmente de la misma fuente (las Sagradas
Escrituras Inspiradas), podemos comenzar a investigar
los misterios de la naturaleza y averiguar qué conoci-
mientos poseían nuestros antecesores científicos tras más
de cien mil afios de estudio y experiencia.
Así pues, he realizado numerosos experimentos siguien-
do las escrituras naacal. Uno de los experimentos se
prolongó ininterrumpidamente, día y noche, durante un
período de siete años. El propósito de este experimento

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era convencerme satisfactoriamente de la causa de los
distintos cambios en las formas de vida del planeta que
han acontecido desde el comienzo de la vida en la Tierra.
El resultado se menciona en el capítulo V de este li-
bro, en el apartado sobre «La evolución imposible•.
Llegados a este punto, sin duda algunos de los lec-
tores estarán interesados en ver la forma de estas anti-
guas tablillas americanas, con los símbolos que mues-
tran y su escritura jeroglífica. También les interesará
saber cómo pueden ser descifradas y leídas. Se trata de
imágenes que el destino ha conservado, entregándonos-
las para que las estudiemos y podamos corregir los erro-
res científicos en que hemos caído.

Tablilla núm. ·1231.


La clave de los mo-
vimientos del Uni·
verso.

Tomaré primero algunas de las tablillas mexicanas de


Niven, para luego seguir con otras de los Constructores
de Túmulos americanos, que en los Estados Unidos ::;e
encuentran prácticamente hasta en los jardines de las
casas.
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Probablemente ésta sea la tablilla más valiosa de toda
la colección mexicana de Niven, compuesta por más de
3.000, pues esclarece dos puntos importantes en la cos-
mogonía del hombre antiguo y explica hechos que hasta
ahora se venía considerando como simples mitos.
Como veremos cuando lleguemos a comprenderlo, no
se trata de nada mítico, sino de algo muy profundo que
escapa a nuestros conocimientos actuales.
La tablilla nos narra una historia de largo alcance.
En primer lugar, nos dice que existen cuatro grandes
fuerzas primarias, que fueron utilizadas en la Creación
y que ahora gobiernan los movimientos de todos los
cuerpos a través del Universo. Señala que estas fuerzas
actúan de Oeste a Este, que mueven todos los cuerpos ce-
lestes en esta dirección y que todos los cuerpos vivos gira-
torios dan vueltas sobre su eje con la misma orientación.
Nos dice también que la acción de estas fuerzas hace
que los cuerpos giratorios mantengan su fuerza, de modo
que la fuerza parece proceder de los movimientos del
cuerpo. Este fenómeno es conocido en el mundo cientí-
fico como cfuerza atómica». En realidad, no existen tales
fuerzas atómicas. Lo que los científicos actuales deno-
minan con este nombre no obtiene su energía de los
elementos del átomo. El elemento atómico no es más
que un colector, portador y distribuidor de las porciones
de fuerzas primarias que han llegado hasta él.
Los cuerpos giratorios como la Tierra podrían llamar-
se, en un lenguaje popular, transformadores. Reciben por-
ciones del volumen principal de las fuer:?:as primarias,
que cada cuerpo distribuye a través de sí mismo según
las exigencias de la naturaleza.
Al llegar estas fuerzas a través del átomo, que se man-
tiene constantemente cargado, los científicos han dado
por supuesto que es el átomo quien las crea, lo cual es

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erróneo, pues el átomo no es sino un transmisor.
Actualmente se oye hablar mucho de desintegrar el
átomo para aprovechar su fuerza. ¿Por qué destruir el
lecho de un arroyo de agua saltarina, dejando que ésta
se disperse? ¿Por qué no aprovechar el agua tal como
fluye? Deshaciendo el arroyo, se pierde una corriente de
agua en toda su potencia. Desintegrando el átomo, el
flujo de fuerzas que lo atraviesa queda interrumpido.
Los antiguos utilizaban este flujo, no lo destruían.
Volvamos a la tablilla. l!sta representa el origen de
las fuerzas y la potencia que hace girar la primera rueda
dentada de nuestro ejemplo anterior.
Clara y distintamente viene a decirnos que la Potencia
es la Voluntad y el Mandato del Infinito.
Tal vez mis lectores se pregunten: ¿cómo se puede
llegar a estas deducciones? Responderé a esta pregunta
descomponiendo y traduciendo la imagen de la tablilla.

o f?. é5 c.,. !!)


- - -
~· JI.. S'. fe,.

1. El círculo central representa al Creador, el Infinito.


2. Los brazos curvos representan las cuatro fuerzas
primarias.
3. Estos brazos se proyectan desde el círculo. Al es-
tar unidos al círculo, forman parte de éste. Es decir, que
estas fuerzas emanan del Creador.
4. En cada brazo está escrito un nombre. El jeroglí-
fico empleado aquí es el equivalente a arquitecto o a

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geómetra, de modo que da a entender que hay ·cuatro
grandes arquitectos, cuatro grandes geómetras, cuatro
grandes constructores.
S. Dentro del círculo se encuentra la letra H hieráti-
ca, símbolo alfabético de los cuatro grandes. Puesto que
está dentro del círculo quiere decir que están en el Crea-
dor, y puesto que uno de de los nombres escritos en los
brazos está conectado con la H hierática, indica que de-
ben llamarse los cuatro grandes geómetras, etc.
Al estar dentro del círculo, está dentro del Creador. Al
estar dentro del Creador y provenir de :m, se convierte
en Su voluntad y mandato. Esto nos expresa que el
verdadero origen de todas· las fuerzas es el Creador.
6. Aquí puede verse la H hierática dentro del círculo,
el símbol alfabético de los cuatro grandes.
7. Cada uno de los brazos, que representa una fuerza
primaria, tiene una punta de flecha que se proyecta a
partir de él. Se trata del símbolo de actividad de la
Tierra Madre, indicándonos que estas fuerzas no cesa-
ron su trabajo al completar la creación, sino que de
alguna forma la prosiguen.
Los antiguos comprendían muy bien lo anterior, pues
lo representaron en esta tablilla, mientras añaden en sus
escrituras: «Cuando los sagrados hubieran terminado la
creación, quedó a su cargo el universo físico.»
En la actualidad este hecho no se admite, ni se admi-
tirá hasta que no se haya descifrado qué es realmente
la vida, cómo se crea y cómo se mantiene luego. Hoy
el mundo está muy lejos de este conocimiento, pues, de
otro modo, la extravagante teoría de la evolución no po-
dría ser tenida en cuenta.

26
Tablilla mexicana número 1.086. Un pájaro convencional

Utilizaré esta tablilla para confirmar la anterior, en


el sentido de que todas las fuerzas primarias son origi-
nadas directamente por el Creador. ·
En todos los lugares de la Tierra entre todos los pue-
blos antiguos, los pájaros se consideraban uno de los
símbolos de las fuerzas creativas. En América se llamaba,
y se llama todavía, el «Pájaro de Trueno». En El conti-
nente perdido de Mu hago mención de leyendas indias
que mencionan su creencia en el «Pájaro de Trueno».
Explicaré ahora la tablilla número 1.086, referente al
origen de las fuerzas.

Tablilla mexicana
número 1086.

El ojo de este pájaro es doble, lo que se entiende


como el símbolo uighur de la Deidad o el Creador.

27
No.494 No.x623

No. 1138 No. 513

Fisuras truncadas mexicanas.


28
La H hierática (símbolo alfabético de las cuatro gran-
des fuerzas primarias) aparece proyectándose del cuer-
po, es decir, proyectándose o saliendo del mismo Crea-
dor. Bajo la letra H se ve un delantal compuesto de c;ua-
tro barras. Cuatro era el símbolo numérico de los cuatro
sagrados.

Figuras truncadas

En este grupo hay 116 tablillas, sin que haya dos exac·
tamente iguales. (Números 494, 1.623, 1.138 y 513, pá-
gina anterior.)
Se trata de figuras puramente convencionales, que no
pretendían representar forma alguna de vida. En reali-
dad, están totalmente compuestas a base de símbolos
y de la antigua forma de escritura numeral.
Su propósito es explicar el origen y funcionamiento
de dos de las cuatro grandes fuerzas primarias.

Los cuerpos

Sus cuerpos aparecen en forma de crisálida o bien


de vaina, que utiliza como símbolo del hogar de las fuer-
zas, aunque refiriéndose únicamente a dos de las cuatro
primarias.

Las lineas del cuerpo

Los cuerpos de estas variadas figuras están grabados


con líneas y símbolos. Las líneas corresponden a la an-
tigua forma sacerdotal de escritura esotérica y explican
la acción particular de las fuerzas que representa cada
figura. La escritura numeral tiene un significado oculto.
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Los números que se emplean en esta forma de escritura
van del 1 al 10, ambos inclusive.
La escritura numeral fue la de la clase sacerdotal del
antiguo Egipto hasta el año 500 antes de C. o, probable-
mente, un poco más tarde. Tenemos acceso a este dato
gracias al griego Pitágoras, que fue iniciado en los Mis-
terios Sagrados durante su estancia en Egipto. Cuando
el matemático regresó a Grecia enseñó a sus discípulos
a que •honrasen a Dios con números•. En todas y cada
una de estas 116 tablillas se menciona al Creador.

El tronco de elefante

El tronco es un símbolo que nos indica en qué cami-


no o dirección se mueven las fuerzas por el Universo.
Todos los movimientos son de Oeste a Este, y son
circulares o elípticos.
Una fuerza particular controla estos movimientos, di-
recta o indirectamente.
Todas estas figuras están mirando al Oeste, con sus
troncos doblándose hacia el Este, para simbolizar el mo-
vimiento circular de las fuerzas.
Algunas, como la tablilla número 494 y la 513, tienen
un segundo tronco en la espalda. Este tronco está do-
blado en el interior de la cabeza y también va de Oeste
a Este, simbolizando la fuerza giroscópica que posible-
mente sea hija de la gran fuerza centrípeta, la fuerza
que reunió los gases, les dio densidad e hizo mundos a
partir de ellos. Tan pronto como el mundo comenzó a
girar, esta gran fuerza centrípeta murió, al menos en
lo que a ese mundo se refería. Entonces, la fuerza giros-
cópica prosiguió el trabajo de la anterior, manteniendo
el mundo en posición vertical.

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Las extremidades

El número de extremidades va de ninguna (ver tablilla


núm. 1.138) a cuatro (tablilla núm. 1.623).
Las extremidades indican los movimientos del sol.
He tomado muchas de las imágenes de las tablillas
recogidas en América como ejemplos para demostrar la
precisión de las imágenes y escrituras orientales relati-
vas a las Fuerzas Cósmicas, por dos motivos.
Primero. Porque cuando se ha demostrado que otros
países tuvieron supercivilizaciones en otras épocas, las
culturas americanas no les iban a la zaga.
Segundo. Para demostrar que nuestros científicos pue-
den descubrir más cosas valiosas en la propia América
que desplazándose a los lugares más recónditos del mun-
do en busca de los restos de seres humanos primitivos.
Algunos ambiciosos exploradores declaran que quieren
hallar exclusivamente los restos del primer hombre. Si
verdaderamente es eso lo que pretenden, es más proba-
ble que lo encuentren en el continente americano que
en el desierto de Gobi u otro remoto lugar de Asia.
Egipto, India, Grecia y todas las antiguas leyendas nos
dan a entender que el origen del hombre fue en Mu, un
antiguo continente que ahora forma el lecho del océano
Pacífico.
Yo he intentado investigar las antiguas Fuerzas Cós-
micas de la primera gran civilización terrestre, funda-
mento de toda la ciencia verdadera, a partir de las escri-
turas orientales con sus imágenes explicativas.
En los escritos de esta gran civilización se nos dice
que el Universo está gobernado y controlado por cuatro
fuerzas primarias, que estas fuerzas se originan y ema-
nan del Creador, que «son los ejecutores que cumplen Sus
mandatos y Sus deseos».

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Los antiguos, que comprendían el origen de estas fuer-
zas y el poder que desde siempre las ha hecho funcio-
nar, las reverenciaban de tal modo que jamás pudieron
hallar un nombre lo bastante divino para designarlas.
Sus intentos de dar con nombres más apropiados hizo
que al final fueran conocidas de muchas formas distin-
tas. Yo he compilado una lista con más de cincuenta
nombres.
Al parecer, los científicos antiguos siempre hacían di-
seños descriptivos de su funcionamiento. A continuación
reproduciré algunos de ellos, dando también su signi-
ficado.

Las cuatro fuerzas divinas. Dentro de Dios.

Figura 1. J!ste es el símbolo utilizado originariamen-


te para referirse a las cuatro grandes fuerzas. Aparece
por primera vez en las Sagradas Escrituras de Mu, es-
critas hace más de 70.000 años. Abunda mucho en los
escritos y tablillas de México, así como en los restos de
los Constructores de Túmulos americanos.
Figura 2. Las mismas cuatro fuerzas, indicando que
emanan de la Deidad en tanto que Creador. También se
hallan en México y en Estados Unidos, entre los Cons-
tructores de Túmulos y los Moradores de los Acanti-
lados.
Figura 3. Otra manera de expresar el mismo concep-
to de la figura 2. No es una imagen tan antigua como las

32
anteriores, pero era conocida en todo el mundo y se
encuentra muchas veces entre los restos de los Cons-
tructores de Túmulos.
Figura 4. Se trata de un símbolo contemporáneo de
la figura 3. Sencillamente, destaca el hecho de que las
cuatro grandes fuerzas tienen su origen en el Creador.
Su empleo era universal y es fácil encontrar este diseño
en las tablillas mexicanas y entre los restos de los Cons·
tructores de Túmulos.

Rayos procedentes
de las cuatro fuer-
zas.

Un símbolo de los Constructores de Túmulos nortea-


mericanos nos dice que los rayos del sol surgen de la
acción de las «fuerzas de su interior», y que estas fuer-
zas proceden de las cuatro grandes fuerzas primarias.

Izquierda: El centro fundido de ~


la Tierra moviéndose de Oeste
a Este. Derecha: El centro fun-
dido del Sol girando de Oeste a.
Este.

Otros dos símbolos de los Constructores de Túmulos


nos muestran el centro de un cuerpo giratorio vivo, en
estado de fusión, rozando el interior de la corteza dura
del mismo cuerpo. De este modo se produce una línea
de fricción entre ambas partes. Esta línea regenera las
fuerzas agotadas y las devuelve a la corteza dura, donde
esperan que la naturaleza las reclame para otro trabajo.
Las Escrituras Sagradas dan más detalles de esta utili-
zación. El escriba egipcio Aua (1200 antes de C.) escri-
bió profusamente respecto a este fenómeno.

Izquierda: Moradores de los tú-


mulos. Derecha: Mexicano. Las
cuatro fuerzas actuando de Oes-
te a Este.

Aquí se ve un símbolo de los Constructores de Túmu-


los que tiene exactamente el mismo significado que la
tablilla mexicana número 1.231, reproducida en la pá-
gina 23. La única diferencia entre ambos diseños es que
el mexicano consta, además, de la explicación escrita.
Los dos nos dicen que hay cuatro grandes fuerzas que
emanan de la Deidad, y que se mueven de Oeste a Este
alrededor de un centro.
El siguiente es también un símbolo de los Construc-
tores de Túmulos. En todas mis investigaciones sola-
mente he hallado otro similar, en un antiquísimo docu-
mento de la India que data, aproximadamente, del año
3000 antes de C. Representa el sol emitiendo rayos os-
curos y rayos luminosos, y nos dice que tanto unos como
otros son portadores de fuerzas y se mueven de Oeste
a Este describiendo una curva. Este símbolo nos indica
qtie los rayos y sus fuerzas forman una curva al trans-

34
mitirse por el espacio, de tal modo que un rayo proce-
dente de nuestro sol no llega a la Tierra en línea recta,
sino describiendo una curva. Si esto es cierto o no, es
cosa que ignoro. Son aquellos que saben más que yo
sobre asuntos celestiales quienes deben pronunciarse.

Luz y oscuridad
entre los mora-
dores de los tú-
mulos. Rayos y
fuerzas.

Otro símbolo de los Constructores de Túmulos, que


también ilustra el funcionamiento de las fuerzas terre-
nales e indica que originalmente proceden del Creador.

Las fuerzas regre-


sando a su base
madre.

Alrededor de la corteza dura de la Tierra se ve un


cierto número de festones, que comienzan y acaban en
la corteza exterior. Este símbolo sin fin, pues aparece
unido a la corteza dura, se empleaba entre los antiguos
para designar la culminación. Así pues, sea lo que fuere
lo que representa, es algo que ha completado su trabajo.

35
La cruz central de la figura equivale a una explicación.
Por lo tanto, lo que ésta representa son las fuerzas.
La interpretación completa de este diseño señala que
las fuerzas terrenales abandonan el cuerpo (la Tierra) y
pasan a la atmósfera, donde quedan agotadas tras cum-
plir diversas tareas. Una vez agotadas regresan a la gran
línea de fricción para regenerarse y luego pasan al «al-
macén» (la corteza dura) a esperar que la Naturaleza las
vuelva a requerir. Las fuerzas de la Tierra no pueden
atravesar la atmósfera para perderse en el espacio, pues
nada hay allí que las atraiga.

El polo solar os-


cila. Constructo-
res de túmulos.

Los Constructores de Túmulos muestran aquí que los


polos del sol oscilan, lo que significa que éste es con-
trolado por otro sol superior. Por tanto, dado que gira
y se halla bajo control, nuestro sol es un cuerpo frío
compuesto de un centro en fusión y una corteza dura.
Me parece que estos ejemplos bastarán para demos-
trar que América disfrutó, en una época no tan lejana,
de una civilización sin par en el planeta, al menos has-
ta donde llega el conocimiento de la acción de las Fuer-
zas Cósmicas, que es la verdadera ciencia sobre la que
se ha edificado el universo.

36
ll. LAS FUERZAS DE LA TIERRA

Diversos fenómenos que se desarrollan constantemen-


te ante nuestros ojos nos demuestran que la tierra es
una generadora de fuerzas.
La Naturaleza nunca se ha mostrado pródiga en sus
obras, y por ello las fuerzas a que nos referimos están
siendo generadas por las obras que desarrolla la Natu-
raleza. Será mi labor mostrar qué son dichas fuerzas,
cómo son generadas y, hasta donde pueda, cuáles son
las acciones que lleva a cabo. Para conseguirlo partiré
del mismo inicio de la historia del planeta, cuando no
pasaba de ser un torbellino de gases, una nebulosa; ello
me permitirá observar el modo en que aparecen estas
fuerzas terrestres y cómo posteriormente se completan.
Es un punto muy importante para la comprensión de
las fuerzas polares y el importantísimo papel que jue-
gan en los movimientos del planeta.
Antes de que se formase la corteza de la Tierra no
existía ninguna fuerza centrífuga, ni podía haberla mien-
tras la fuerza centrípeta, que comprimía los gases hacia
el centro, terminara de completar su labor. Como no
existía un movimiento estable de la masa de gases que
generara una fuerza centrífuga, tampoco existía fuerza
giroscópica alguna.
Los gases que formaban la Tierra se movieron y mez-
claron de cualquier manera arrastrados por la fuerza
centrípeta que estaba formando el planeta. Así sucedió
hasta que la corteza se solidificó, en un proceso nece-

37
sario para conseguir la forma esférica. Resultó necesario
este violento vaivén, pues de lo contrario el planeta ha·
bría adoptado una forma irregular.
Cuando quedó formada la corteza, la Tierra pasó a
ser una esfera con una capa externa sólida y un centro
gaseoso y fundido. En la época en que dejó de enfriarse,
no había variado la constitución, y si acaso la corteza
se había hecho algo más gruesa.
El siguiente punto a considerar es: ¿qué utilidad tie-
ne un núcleo de este tipo en nuestro planeta? Debe te-
nerla, pues de otro modo no hubiera sido retenido por
la corteza que lo envuelve.
La Tierra y el Universo son inmensas aulas que nos
conducen a una mayor sabiduría. La Naturaleza nos ha
enseñado que todas las cosas que existen tienen simple-
mente una forma temporal, y que nada muere o desapa-
rece realmente. Todo lo que existe y todos los fenómenos
que se producen tienen un propósito especial o están
para cumplir algún objetivo especial.
Que la Tierra tenga una corteza dura y un núcleo
blando es un fenómeno, y si es así, ha de cumplir alguna
función o servicio especial. Preguntémonos pues: ¿cuál
es el propósito u objetivo de que las fuerzas actúen para
conseguir tal fenómeno físico?
En la superficie, a la altura del ecuador, la corteza
sólida se mueve a una velocidad de cincuenta metros
por segundo. La materia fundida del centro de la Tierra
viaja en la misma dirección, pero con mucha mayor len-
titud que la corteza. Entre ambas sustancias -la una
más rápida que la otra-. se origina una línea de fric-
ción.
Cuando el planeta comenzó a girar sobre su eje, em·
pezó a engendrar tres grandes fuerzas: Una gran fuerza
primaria, una fuerza centífuga, y una fuerza giroscópica.

38
Los primeros vestigios volcánicos de la Era Arcaica
muestran que la gran fuerza centrípeta pronto sucumbió
y cedió el control de la Tierra a las fuerzas recién naci-
das. Este cambio de papeles sucedió antes de que la re-
ciente corteza terrestre se enfriara y endureciera, tornán-
dose quebradiza. Ello queda demostrado en las flexiones
y ondulaciones de las rocas de gneis, a las que denomino
en mi estudio geológico rocas secundarias, por estar de-
positadas sobre el granito al que he llamado roca prima-
ria. Estos vestigios volcánicos tuvieron lugar antes de
que las aguas tomaran posición de la superficie del pla-
neta en sus tres cuartas partes.
La fuerza centrífuga puede dividirse en dos partes o
secciones, una en el interior de la corteza y otra desde
la superficie terrestre hacia el exterior.
Con el advenimiento de la fuerza centrífuga vino tam-
bién el nacimiento de la fuerza giroscópica.
Cuando la fuerza giroscópica se hizo patente, comenzó
a disponer la Tierra en posición vertical, que se convir-
tió luego en permanente. Una vez formadas las aguas y
la atmósfera, la fuerza centrípeta se apropió del gobier-
no de todos los movimientos terrestres.
El planeta quedó por completo bajo la influencia de
las fuerzas magnéticas del Sol, combinadas con las te-
rrestres. Esta combinación de fuerzas es la que desde
entonces ha dominado los movimientos de nuestro pla-
neta.
Mientras duró el proceso de enfriamiento de la super-
ficie o corteza terrestre, la división interna de la fuerza
centrífuga en que se había convertido la fuerza giros-
cópica tras la formación del planeta debería haber mos-
trado una tendencia a aplanar las regiones polares. Así
habría tenido que ser si las fuerzas hubieran actuado
entonces como en la actualidad, pues cuando comenza-

39
ron su acción sobre el planeta, la corteza era muy blan-
da, plástica y moldeable. Vemos entonces que esas fuer-
zas actuaron realmente como lo harían hoy, pues, en
efecto, los extremos terrestres o regiones polares mues-
tran el achatamiento que cabía esperar. Tal aplanamien-
to no hubiera podido conseguirse si la corteza de la
Tierra hubiera sido, en el momento del inicio de actua.
ción de las fuerzas, una materia fría, dura y quebradiza.
Así pues, queda demostrado que el planeta comenzó a
girar sobre su eje desde que se formó la corteza inicial,
y antes de que ésta se enfriara y le faltara la flexibi-
lidad.
Hasta que las aguas y la atmósfera empezaron a for-
marse, el proceso de enfriamiento y solidificación fue
muy lento, pero cuando terminó el primer proceso, el
segundo aceleró rápidamente su evolución. Al principio,
la corteza terrestre, almacenadora de las fuerzas del pla-
neta, era muy delgada y totalmente incapaz de mantener
en su interior toda la fuerza primaria que el planeta
generaba. Cuando fue espesándose, no obstante, aumen-
tó el almacenamiento de fuerzas. En cuanto se formaron
las aguas y la atmósfera, vastas cantidades de fuerza
primaria llenaron la atmósfera ante las fuerzas solares
afines. Esa cantidad siguió en aumento hasta que rebosó
la capacidad de la atmósfera. Entonces comenzó el autén-
tico crecimiento de la corteza terrestre, pues antes le
había resultado imposible seguir enfriándose hacia abajo
o adentro en tanto no desapareciera parte de la fuerza
primaria, compuesta en una gran parte por fuerzas ca·
loríficas.
Cuando más gruesa fue haciéndose la corteza y mayo-
res eran las cantidades de fuerza primaria encerradas
en su interior, mayor se hizo la resistencia a la atracción
solar. En consecuencia, la velocidad de las revoluciones

40
de la Tierra aumentó proporcionalmente.
La corteza se hizo más y más gruesa hasta alcanzar
una zona neutral. Ya no podía ir más allá en el proceso
de enfriamiento y de solidificación. Al alcanzar ese pun·
to, la Tierra llegó a su máxima velocidad, que se ha
mantenido hasta nuestros días.
Por eso mencioné antes que el núcleo blando retenido
por la corteza terrestre tenía algún propósito especial o
una función definida. Se trataba de conseguir una línea
de fricción en la que pudieran generarse y regenerarse las
distintas fuerzas terrestres. Tal fenómeno se explica en
el apartado que viene a continuación, titulado «La fuer-
za primaria».
Según las leyes naturales, la fuerza centrífuga del in-
terior de la Tierra en combinación con la fuerza giros-
cópica tenían que situar la materia en fusión hacia la
línea de fricción, y con ella una ingente cantidad de
fuerza primaria que todavía no había quedado guardada
en la corteza-almacén.
En el vértice del eje, la materia en fusión asumiría la
forma de una taza, cuya parte plana correspondería en
la superficie a la parte achatada de la corteza. El resul-
tado natural sería una gran congregación de fuerza pri-
maria en la taza, lo que daría una supermagnetización
del lado achatado de la superficie. Esto se ha demostrado
ya, por lo que la certeza del fenómeno es fácil de com-
probar mediante el compás magnético. Éste es atraído
hacia el polo desde todos los puntos de la Tierra, dejando
de serlo cuando se halla en el interior de la «taza» que
forma el haz magnético en las proximidades del eje. Con
ello quiero decir que la aguja imantada deja de actuar
cuando pasa el límite de dicho haz. Varios exploradores
polares me han contado que, cuando se encontraban en
el interior de esta zona la aguja trataba desesperada-

41
mente de encontrar su rumbo. Esta taza de materia en
fusión se forma en el polo porque las fuerzas obligan,
con su movimiento circular, a que la materia circule en
dirección ascendente. El fenómeno se puede resumir así:
una fuerza centrífuga comprimida se convierte en otra
giroscópica que envía la materia contenida en el interior
hacia arriba y allí forma una cavidad. La materia en fu-
sión de la Tierra está comprimida. Un ejemplo normal
de fuerza centrífuga es el que se produce en un vaso de
agua al revolverlo con una cucharilla. El líquido forma
en el punto más alto una especie de cavidad.

La fuerza primaria

Como sea que la primaria es la principal de todas las


fuerzas terrestres, será la primera que trataré.
Esta fuerza se genera y regenera por el contacto de
la materia en fusión del interior de la Tierra y su
corteza externa, más dura. Es el fenómeno de fricción
en la línea de contacto entre la materia en fusión y la
corteza lo que forma el imán que atrae y libera las fuer-
zas debilitadas para regenerarlas. Es también este imán
el que mantiene las fuerzas regeneradas en su almacén
de la corteza sin que se pierdan por la atracción de las
fuerzas afines solares, y el que atrae hacia sí toda la
materia elemental, en lo que popularmente se conoce por
la fuerza de gravedad.
Las fuerzas son como los elementos, en cuanto a que
siempre han existido y seguirán existiendo eternamente.
No pueden morir ni desaparecer Y, al igual que los ele-
mentos, quedan debilitadas tras realizar algún trabajo;
el elemento vuelve a la Tierra Madre, y la fuerza regresa
a la línea de fricción a regenerarse; así pues, ambos re-

42
gtesan a los lugares respectivos donde fueron generados,
en busca de la regeneración.
La línea de fricción forma un imán doble de enorme
potencia. Una parte controla las fuerzas de carácter elec-
tromagnético de la fuerza primaria. La otra controla toda
la materia elemental. En adelante denominaré a la línea
de fricción el imán central.
Corno ya se ha dicho, el denominado calor del Sol es
una fuerza terrestre que es atraída por los rayos afines
del Sol, que la obligan a surgir de la masa terrestre ha-
cia la atmósfera.
Tras muchas pruebas y experimentos, he logrado por
fin fotografiar los movimientos atmosféricos causados
por las fuerzas que la atraviesan al abandonar la masa
terrestre.
En la fotografía no se ven las fuerzas ni la atmósfera,
pues ninguna de ambas puede fotografiarse. Se trata de
las sombras que producen cuando se las contrasta del
modo adecuado.
Por la imagen se observó que las fuerzas terrestres
abandonan su masa en forma de llamas oscuras invisi-
bles. Tales llamas se dividen y dispersan en corrientes
y llamaradas demasiado difíciles de contrastar para que
aparezcan en la fotografía. Algunas de estas llamas os-
curas o columnas de fuerza alcanzan una altura consi-
derable, de varios palmos. Cuando aumenta el volumen
de dichas llamas, como alcanza a suceder durante ciertas
horas del día, también su longitud se hace mayor, y con
ella la rapidez de movimientos de todo el conjunto.
La mayor parte de las fuerzas terrestres están espe-
cializadas, significando con ello que no pueden abando-
nar la Tierra y su atmósfera y sumergirse en el espacio
para perderse en él. Por el contrario, estas fuerzas te-
rrestres no son atraídas más allá de la atmósfera.

43
Ciertos rayos solares que alcanzan la Tierra llevan
fuerzas afines a las electromagnéticas de nuestro plane-
ta. Las fuerzas solares tocan la superficie de la Tierra
con sus rayos. Entonces atraen ciertas fuerzas terrestres
de la superficie y las elevan a la atmósfera. Se produce
entonces una pugna entre dichas fuerzas solares, que ti-
ran de las fuerzas terrestres encerradas en el interior
del planeta, y el gran imán central que trata de mante-
nerlas en la corteza sólida del planeta. Debe señalarse la
importancia de este hecho, pues más adelante demostra-
ré que es uno de los factores que influyen en que la
Tierra gire alrededor de su eje.
Un hecho notable a señalar es el siguiente: cuando
las fuerzas terrestres se ven atraídas a la atmósfera por
la acción de las fuerzas solares, no pueden traspasar esa
capa gaseosa que recubre el planeta y por tanto allí han
de permanecer hasta que el imán central reclame su re-
greso a la corteza. Otro punto de gran importancia a
tener en cuenta es que la atmósfera tiene una capacidad
limitada de absorción de tales fuerzas terrestres; puede
tener en suspensión una cantidad determinada de fuer-
zas y no más. Cualquier exceso en su capacidad de ab-
sorción resulta intolerable a la atmósfera y produce un
desbordamiento, muy sencillo de advertir en los fenóme-
nos atmosféricos cotidianos. Por ejemplo, cuando las
fuerzas afines del Sol consiguen extraer de la superficie
terrestre un volumen de fuerzas mayor que la capaci-
dad de absorción de la atmósfera, tales excesos se acu-
mulan, se unen, se agregan y revierten a su lugar original
de almacenaje, la corteza, siendo así retenidos por el
imán central dual. Los relámpagos son un caso patente.
Un relámpago es una acumulación, una sobrecarga at-
mosférica de la parte electromagnética de la fuerza te-
rrestre primaria, en el momento bien de regresar a la

44
corteza, bien de equilibrarse en la atmósfera.
También debe tenerse en cuenta que la corteza terres-
tre es el depósito de almacenamiento de las fuerzas pla-
netarias, y que la fuerza primaria de la Tierra impregna
toda la corteza sólida y toda la atmósfera, así como todo
lo que se contiene en la superficie.
El oxígeno juega un papel de extrema importancia en
la formación de la Tierra. Es un elemento de muchas
facetas que bajo ciertas circunstancias posee una doble
polaridad. Las enseñanzas científicas actuales marcan una
gran importancia en la cuestión de la polaridad; en mu-
chos casos el uso de tal palabra es totalmente erróneo
y lleva en ocasiones a la confusión. Antes de nada, pase-
mos a ver qué entienden los científicos por polaridad. La
polaridad es la actuación de una fuerza frente a su opues-
ta, y el resultado de tal interacción es la creación de
grandes zonas neutrales gobernadas por la ley del equi-
librio. Digamos, como ejemplo, que los científicos de-
nominan a la Tierra como un polo negativo. ¿Por qué
razón? Por la fuerza centrífuga o repelente que la impul-
sa siempre hacia el exterior. Sin embargo, esta fuerza
centrífuga es sólo relativamente poderosa, pues de otro
modo todos los objetos que se hallan en la superficie de
la corteza se verían lanzados de ella al espacio, más allá
de la atmósfera. La razón de que esto no suceda reside
en que el imán central del planeta es una fuerza positiva
y de mayor potencia la fuerza centrífuga a que se opo-
\e. Entre ambas existe una zona neutral. Tal zona de-
pende de los elementos en que se desenvuelva, pues la!!
hay que hacen imposible la existencia de tal zona neutral
A modo de ejemplo, lancemos una piedra al aire; llega
hasta determinada altura y allí se ve atraída otra vez a
la superficie por el imán o fuerza positiva. El oxígeno
H"'.'.ne tantas fantas que es imposible enumerarlas. Es

4S
affn a muchas de las ramas de la fuerza electromagnética
-una de las componentes de la fuerza primaria-, y tie-
ne una especial afinidad con la Fuerza Vital, que es una
de las ramas de la electromagnética. El oxígeno ha sido
el gran agente de la formación de la corteza sólida del
planeta, pues sin él no hubiera podido formarse cristal
alguno. Toda la Tierra está repleta de óxidos. El oxígeno
se encuentra contenido en todo tipo de rocas, suelos,
metales, agua y atmósfera. Es el material que forma el
almacén de fuerza primaria terrestre más importante.
En combim¡ción con otros elementos, el oxígeno es el
que lleva la fuerza primaria hasta el confín exterior de
la atmósfera.
¿Cuáles son los conocimientos auténticos de la quími-
ca actual? ¡Ninguno! Todos nuestros conocimientos no
representan más que una página sobre un volumen de
miles de páginas, y el resto del libro, representativo de
lo que ignoramos, permanecería en blanco. Y la razón
principal de nuestra ignorancia es que no hemos alcan-
zado a descubrir la conexión entre los elementos y las
fuerzas.
A continuación demostraré, refiriéndome a las fuerzas
solares, que desde el astro rey alcanzan nuestro planeta
otras magnéticas extraordinariamente afines a todas las
que conforman la parte electromagnética de la fuerza
primaria terrestre. La potencia de las fuerzas solares,
muy superior a la de las terrestres, permite al Sol atraer
de la corteza del planeta las fuerzas de éste, incluso con-
tra el poder magnético del imán central y la atracción de
los elementos, hasta el punto de saturar la capacidad
atmosférica.
Cuando dos o más fuerzas se interaccionan, se forman
zonas neutrales. Una zona neutral es el Jugar donde am-
bas fuerzas igualan su potencia. Si no existieran zonas

46
neutrales, todo el Universo tendría unos movimientos
caóticos; los cuerpos celestes no tendrían rutas definidas
y constantemente se producirían colisiones y encuentros
entre ellos. Acabaría por eliminarse todo tipo de sistema
planetario organizado.
Una zona neutral es aquella línea o punto en que dos
fuerzas opuestas equilibran sus respectivas potencias.
Por regla general, cuando dos fuerzas emanan de la mis-
ma fuente (y aquí debería, de hecho, decir que siempre)
una de las dos comienza mucho más poderosa que la
otra, pero se debilita con mayor rapidez cuanto más se
distancia del punto donde fue generada. En un punto o
línea dados, la más débil se iguala con la más potente,

A.
- ------
-·- ... -· -- .-· --- .. --
Zona neutra. En el punto cA.. ambas fuerzas se equilibran.

de tal modo que una vez sobrepasado tal punto la más


poderosa de las fuerzas se convierte en la más débil,
como se puede apreciar en la ilustración superior.
En ella considero la línea punteada como representa-
ción de una fuerza magnética a, a, y la línea continua
como una fuerza centrífuga b, b. En la línea A ambas
igualan su potencia, luego ese punto forma una zona
neutral. A continuación se pueden apreciar dos ejemplos
que cualquiera puede comprobar. Son sumamente sim-
ples de observar:
Coloque una aguja de coser ordinaria en el centro

47
exacto de dos imanes de igual potencia. La aguja no se
ve afectada en absoluto porque permanece en una zona
neutral entre ambos. Para comprobar que se trata de
una de tales zonas neutrales basta con retirar uno de los
dos imanes. La aguja saltará inmediatamente hacia el que
sigue junto a ella.
Ahora, en lugar de una aguja de coser, utilicemos un
compás magnético. Este experimento es mucho más de-
licado. Mientras el compás permanezca a mitad de ca-
mino entre ambos imanes, la aguja señalará el Norte. Si
se quita uno de los imanes, al punto la aguja comenzará
a girar y apuntará al imán que tiene junto a sí. Mien-
tras están presentes ambos imanes, la aguja está en una
zona neutral. Las fuerzas magnéticas trabajan a ambos
lados de la aguja y su respectiva potencia está equili-
brada.

La fuerza electromagnética

He denominado electromagnética a esta división de la


fuerza terrestre primaria porque contiene la fuerza com-
puesta de la electricidad, la también compuesta fuerza
vital, la fuerza calorífica, la lumínica, varias fuerzas mag-
néticas y otras innumerables que he sido incapaz de
aislar.
Las fuerzas de esta división dan origen y soporte a la
vida, y, en combinación con ciertas fuerzas solares y
con dos fuerzas terrestres secundarias controlan todos
los movimientos del globo.
Todas las fuerzas que constituyen esta división son
enormemente afines a las fuerzas solares. Son éstas las
que les dan vida y movimiento. Sin ellas estarían en
estado de reposo. Las fuerzas solares son absolutamente
neutrales a todos los elementos de la Tierra, y sólo afec-
tan a las fuerzas terrestres. Todas las aparentes influen-
cias del Sol sobre los elementos terrestres son simple-
mente la actuación de fuerzas terrestres puestas en ac.
ción por fuerzas solares afines a ellas.
El imán central de la Tierra es antagonista de las fuer-
zas solares: en efecto, mientras las fuerzas solares afines
provocan la extracción de fuerzas terrestres de la cor-
teza y su paso a la atmósfera, el imán central utiliza
todo su poder para impedirlo y para mantener las fuer-
zas terrestres en el interior de su masa. Si no sucediera
así, el planeta no podría girar sobre su eje.
Como ya se ha dicho, existen aparentemente cientos
de fuerzas distintas que forman la división electromag-
nética. Las varias fuerzas se combinan con rayos de to-
dos los colores, sombras y tintes. Cada fuerza funciona
en su propio rayo de color. Todos los rayos llevan una
fuerza, tanto si son luminosos y visibles como si están
más allá de nuestra capacidad visual y nos resultan os-
curos o invisibles. De hecho, menos de un uno por cien-
to de los rayos portadores de fuerzas son invisibles al
ojo humano. Se trata de rayos extremos y, aunque cada
uno de ellos tiene su propio color, éste nos resulta im-
posible de distinguir. Todas y cada una de las fuerzas
son utilizadas por la naturaleza de una manera concreta
y especial para un propósito igualmente concreto y es-
pecial.
A continuación pasaré a mostrar cómo los rayos visi-
bles que suponen la fuerza luminosa pueden separarse y
aislarse de los rayos oscuros que suponen las fuerzas
magnéticas y calóricas. Existen dos rayos oscuros que
portan las fuerzas magnéticas y calóricas y que pueden
aislarse conjuntamente. Sin embargo, me ha resultado
imposible aislar el rayo calórico del magnético, al igual

49
que tampoco he podido aislar sólo el calor. En todos
los intentos que he realizado, y que no han sido pocos,
el magnético aparecía invariablemente. Si se lograra re-
peler el rayo magnético del calor, podría por fin tener
aislado el rayo calórico.
Bajo estas líneas se muestra una división parcial de
las fuerzas electromagnéticas, partiendo de la línea cen-
tral de fricción.

811.(' Fui. l. ~. 111-.


División de las fuerzas magnéticas.

Figura l. Rerpresenta la fuerza terrestre primaria


completa en la línea central de fricción. Como ya se
verá, las fuerzas aparecen entremezcladas en diagonal
como las hebras de las cuerdas. La espiral en negro in-
dica la fuerza electromagnética, mientras que la blanca
representa las fuerzas magnéticas frías.
Figura 2. La línea negra gruesa horizontal representa
el volumen entero de la fuerza electromagnética al pasar
de la corteza terrestre a la atmósfera. En la atmósfera
del planeta, muy especializada, las distintas fuerzas se
van escindiendo de la corriente principal, de modo que
cada fuerza se va centrando en realizar la tarea que la
naturaleza le asigna. Las fuerzas se escinden de dos

so
modos, como fuerzas simples o como fuerzas compues-
tas. En muchas ocasiones las compuestas se escinden a
su vez posteriormente en varias simples.
Figura 3. Muestra las fuerzas abandonando la corrien-
te principal en un compuesto de fuerzas.
Figura 4. Muestra una fuerza simple escindiéndose
de la corriente principal.
Las fuerzas electromagnéticas realizan innumerables
funciones, de cada una de las cuales podría escribirse
un volumen entero; hacer un recorrido detallado por
ellas llenaría toda una biblioteca. Me limitaré a tratar
unas cuantas, a las que dedicaré un capítulo entero a
cada una, pues es lo máximo que puede hacerse en este
libro de divulgación. Me limitaré a mostrar un camino
para que alguien lo siga después de mí.
A juzgar por los antiguos registros, el estudio de las
fuerzas místicas parece que fue el primordial tema de
interés de la primera gran civilización terrestre, hace
entre 50.000 y 100.000 afios; parece que terminaron por
dominarlas bastante.
El mismo tema de las fuerzas es, en la actualidad, un
campo abandonado. Nuestra civilización no ha dado ni
un paso en su estudio y conocimiento.
Cuando la primera gran civilización fue borrada de
la faz de la Tierra, la humanidad descendió muchos es-
calones en lo que se refiere al conocimiento. Remonté-
monos sólo quinientos afios atrás y veremos lo retrasado
que estaba el mundo respecto a los saberes actuales, y
eso que siguen siendo ínfimos en cuanto a las ciencias
místicas.
'El conocimiento científico actual declinará en el fu.
turo a menos que haga del estudio de las relaciones en-
tre los elementos y las fuerzas su objetivo principal,
pues de lo contrario se llenará de mitos y teorías erró-

51
neas hasta convertirse en la mayor falacia y en una re-
copilación de absurdos. La ciencia se encuentra hoy en
día en una encrucijada. Si toma el buen camino, avan-
zará; por el contrario, si toma el equivocado, declinará
hasta desaparecer.

La división magnética fría, fuerza terrestre primaria

Le he dado esta denominación de División Magnética


Fría porque no tiene relación alguna con la fuerza ca-
lórica.
La división magnética fría es una de las divisiones del
gran imán central dual. Explicarla significa descubrir la
esencia del tan conocido fenómeno de la gravedad. Mues-
tra el origen y también el punto en que se origina dicha
gravedad. Toda la materia elemental gravita en todo mo-
mento hacia el imán central. Así, el origen de la grave-
dad es el de las fuerzas magnéticas dimanantes del gran
imán central, y su punto de origen está en la línea de
fricción entre la corteza sólida del planeta y su centro
en fusión, y no el centro mismo del globo, como enseña
la ciencia actual. El verdadero centro de la Tierra es un
espacio vacío, aunque soy incapaz de precisar sus dimen-
siones.
Es el poder de atracción del imán central lo que hace
que toda la materia aproveche cualquier oportunidad
para avanzar hacia él tanto como pueda. Así, la materia
gravita hada este imán, y por ello cabe decir que la di-
visión fría del imán central dual es la Fuerza de la Gra-
vedad.
Las fuerzas solares son neutrales, y en modo alguno
son afines a la división magnética fría. Igualmente, las
mencionadas fuerzas solares no tienen manera de afee-

52
tarla a ella o a sus efectos. Los elementos terrestres no
son afectados por las fuerzas solares, sino que están bajo
el control absoluto de la división magnética fría en su
movimiento. Esta fuerza extiende su influencia a la últi-
ma partícula de atmósfera, allí donde empieza el vacío
sideral. La influencia de Ja fuerza magnética fría sólo se
ejerce sobre la materia elemental. Por lo general es neu-
tral a todas las fuerzas. Sólo cabe mencionar una excep-
ción, y es que actúe una antagonista de la gravedad. La
fuerza magnética fría atrae continuamente a la materia
elemental hacia sí, hacia el imán central; sólo cuando
interviene un elemento dotado de Ja suficiente densidad
se detiene su progresión hacia el imán. :e.ste fija la ma-
teria en el punto donde se encuentra detenido por la
densidad, y allí permanece hasta que surge una nueva
oportunidad de seguir el avance hacia el imán.
El imán central, según diversos cálculos científicos
realizados por expertos que estudian el espesor aproxi-
mado de la corteza terrestre, parece situarse a unos 90
a 100 kilómetros de la superficie. Personalmente, nunca
he realizado cálculos sobre este punto, por lo que de.
pendo puramente de Jo que he visto escrito. Sus cifras
parecen correctas, según los fenómenos que he estudia-
do, referidos a una profundidad de 40 kilómetros. Todos
los movimientos de materia deben, por tanto, producirse
aproximadamente en esta línea a 90 ó 100 kilómetros de
profundidad.
El movimiento descendente de la materia se atribuve
a Ja fuerza de la gravedad, lo cual es correcto. Sin e~­
bargo, no he visto nunca que ninguno de nuestros cien-
tíficos haya intentado explicar qué es tal fuerza de la
gravedad, y por qué atrae hacia abajo a los objetos y
a la materia de la superficie, y tampoco que mostrasen
dónde y cómo se originaba.

53
Fuerza es todo aquello que mueve la materia (aunque
no todo movimiento de dicha materia sea obra de la
fuerza de gravedad). Dicha fuerza es una de las herra-
mientas con que cuenta la Naturaleza para mover los
elementos en una dirección definida, esto es, hacia el
imán central. También actúa para evitar que la fuerza
centrífuga del planeta lance al espacio cualquier tipo de
materia elemental.
La gravedad es la acción de la división magnética fría
del imán central. Dicho imán central tiene dos antago-
nistas: en primer lugar, la fuerza centrífuga externa del
planeta y, en segundo lugar, la densidad de los elemen-
tos. La densidad no sólo es activa, sino también resisten-
te, aunque sea la responsable de la gravedad terrestre,
desde las rocas más arcaicas hasta la superficie del
globo. Incluso la atmósfera se ve afectada por la fuerza
magnética fría; esto es tan evidente que no requiere ex-
plicación alguna.
Ilustraré ahora ligeramente la acción de la fuerza
magnética fría para mostrar la fuerza de la gravedad,
tomando la primera ley de Newton que descubre el por-
qué la manzana cae al suelo.
He seleccionado este fenómeno por dos razones: en
primer lugar, porque es un ejemplo donde las fuerzas
actuantes son claras y precisamente las de la división
magnética fría y, en segundo lugar, porque se trata de
un tema muy popular y extendido que todo el mundo
conoce.
¿Por qué razón cae la manzana del árbol? Hace mu-
chas lunas el gran científico sir Isaac Newton respondió
a esa pregunta del siguiente modo: «Es el resultado de
la atracción de un cuerpo pequefio por otro de mayores
dimensiones.•
Hubo ocasiones en que sir Isaac Newton tenía algo de

54
razón, pero desde luego no es éste el caso. La caída de
la manzana se debe por entero a la influencia del imán
central. La masa elemental terrestre no tiene nada que
ver con ello. Los elementos del planeta no son los cau-
santes de que la manzana sea atraída hacia el suelo, pues
requieren de una fuerza. Los elementos no son fuerzas,
pero están saturados de ellas.
Mientras la fruta no está madura, cuelga del árbol.
La savia le proporciona su poder de adherencia, una de
las provisiones de la Naturaleza para hacer que los fru.
tos maduren. Cuando deja de llegar savia a la manzana,
se seca el rabo de la fruta y se escinde la conexión con
el árbol. En ese instante desaparece el poder de adhe-
rencia, y la fuerza magnética fría actúa sobre la man-
zana para que emprenda el camino hacia el imán central.
El poder del imán acaba de escindir las fibras del rabo
que todavía pudieran unir el fruto al árbol, y tira de la
manzana hacia el suelo. Quizás alguien no considere muy
concluyente lo expuesto y no lo tenga por evidencia de
que no son los elementos del planeta los que hacen caer
dicha fruta. Para hacer definitivas las conclusiones y
acabar con posibles controversias, ilustraré el tema con-
siderando un manzano en una ladera con manzanas a
punto de caer.
Cuando las manzanas A.A. sufren la atracción del imán
central, van a dar en el punto B.B. del suelo. De allí rue-
dan por la falda de la colina hasta e.e .. donde interviene
la densidad deteniendo su avance hacia el imán central.
Las manzanas, como cualquier otro elemento, segui-
rán rodando hacia el imán central a menos que la den-
sidad las detenga.
Si, como decía Newton, la atracción la ejerciera el
cuerpo grande sobre el pequeño, las manzanas se deten-
drían al llegar al punto B.B., en el cual se produce el

SS
contacto entre la manzana que cae y el cuerpo mayor
que la atrae. Sin embargo, no sucede así, sino que rue·
dan por la ladera hasta que la densidad las detiene en
e.e., demostrando así con toda claridad que no es el
cuerpo grande el que hace caer al pequeño, sino la fuerza
que lo hace rodar de B.B. a e.e. lo que constituye el
poder magnético del imán central.
Ahora pasaré a criticar el tema de la atracción de un
cuerpo pequeño por otro mayor y, como ejemplo, tomaré
una partícula de polvo adherida a una pared. Toda ma-
teria va cargada y saturada de fuerza magnética. Todas
las fuerzas, en cualquier ocasión, tratan de unificarse o
agregarse. Cuando la partícula de polvo toca la pared,
que tiene maYor volumen de fuerza, las fuerzas de una
y otra se atraen y se adhieren y, como la partícula de
polvo es incapaz de liberarse de su fuerza, se ve com-
pelida a permanecer en contacto con la pared.
El poder de las fuerzas de la materia elemental para
ejercer atracción sobre otras materias depende de la den-
sidad y de las proporciones. Es necesario que el cuerpo
de menor volumen tenga sólo un determinado volumen
de fuerza, pues de otro modo el imán central interferirá
o interrumpirá la agregación.
Por ejemplo:
Tome un grano de arena y colóquelo en la pared junto
a la partícula de polvo. La arena caerá inmediatamente
al suelo. El volumen de fuerza contenido en la arena es
suficiente para que el imán central tire de ella hacia aba-
jo, en vez de sostenerse contra la pared, debido a la
menor potencia de fuerza de la pared.
¿Por qué fluye el agua de un río por su cauce hasta
alcanzar el mar? El agua está en constante contacto con
la Tierra, que sería el cuerpo mayor de la teoría newto-
niana. Si el cuerpo mayor es el imán, tendría que man-

56
tener el agua quieta y tendría también que impedir su
flujo. Sin embargo, esto no es así. El agua del río corre
hacia el océano, que es el punto más próximo al imán
central que puede alcanzar.

e'

Dos torres inclinadas.

En estas dos torres sus densidades deben considerar-


se iguales en todos sus puntos. Ambas se desvían de su
perpendicular, como sucede con la torre inclinada de
Pisa. Las líneas que señalan los respectivos centros
de gravedad, e, y e,, muestran divisiones desiguales.
Figura 1. Aquí se ve la mayor parte de la torre A,
extendida por fuera de la línea de su base, d,, siendo la
distancia e, la desviación total. La atracción proporcio-
nal a cada zona ejercida por el imán central muestra que
la tensión es mayor en e, que en d,. El imán central es
capaz de tirar abajo la torre.
Figura 2. En esta figura, el área de E, es menor que
la de d,. Esta torre no caerá, pues la atracción del imán
en d, es mayor que en E,, la desviación de la vertical.
La línea que señala el centro de gravedad puede compa-
rarse con el fiel de los platillos de una balanza. Con el
mayor peso el lado correspondiente se irá abajo, pues
el peso es una de las maneras de medir la fuerza magné..
tica fría.
Veamos el clásico experimento de las relaciones del
imán y el clavo.
Este es un ejemplo interesantísimo, pues nos muestra
las dos divisiones principales de la fuerza terrestre pri·
maria, en antagonismo la una con la otra. Ambas están
en plena lucha por la posesión de este clavo. La una trata
de agregar y unir dos volúmenes de una fuerza magné.
tica procedente de la división electromagnética, y la otra
trata de atraer lo más cerca posible los elementos que
componen el clavo. Tanto el imán como el clavo tienen
en sí mismos volúmenes de la misma fuerza magnética,
pero el imán está supercargado, por lo que tiene una
gran preponderancia, como ya todos han comprobado.
El imán supercargado está en contacto con el clavo, del
mismo modo que el clavo se ve adherido a él. Pese al
contacto, el clavo no pierde su fuerza, pues si así fuera
caería inmediatamente al suelo. El imán mantendrá el
clavo en contacto con él en cualquier posición, enfren-
tándose a los esfuerzos de la fuerza magnética fría, dado
que el cuerpo del clavo no dispone de una superficie su-
ficiente o de una densidad lo bastante grande como para
que la fuerza magnética fría sea mayor que la fuerza elec-
tromagnética. El resultado depende por entero de la
superficie y densidad del clavo.
Si el clavo se ve retenido por el imán, se demuestra
que la fuerza electromagnética supera el poder de la
fuerza magnética fría. Si, de todos modos, el clavo cede
y cae como sucede en otras ocasiones, se demostrará
claramente que la fuerza magnética fría supera a la elec-
tromagnética.

58
La fuerza centrífuga de la Tierra

Además de la gran fuerza primaria, la Tierra genera


también otras fuerzas que yo he venido en llamar secun-
darias. Secundarias porque tienen su origen en la prima-
ria, combinada con fuerzas solares afines. Las fuerzas so-
lares son afines con ciertas fuerzas de la división elec-
tromagnética de Ja fuerza terrestre primaria.
La fuerza centrífuga es una de las dos secundarias
sobre las que se puede hablar largo y tendido. Esta fuer-
za se genera a partir de la rotación del planeta sobre su
eje. Para una mayor comprensión y facilidad a la hora
de explicarla, Ja dividiré en dos partes: Ja interna y Ja
externa. La primera actúa en la parte interior de la
corteza terrestre, y la segunda en la externa.
Si no fuera por Ja fuerza centrífuga externa, Ja fuerza
magnética fría del planeta lo asiría todo con tal fuerza
que nada podría intentar siquiera moverse en su super-
ficie, y Ja atmósfera sería tan densa que nada podría
respirar en ella. Por tanto, la fuerza centrífuga externa
es antagonista de las influencias del imán central. El
imán permite anclar a la superficie terrestre todos los
objetos y seres que sobre ella existen, manteniéndolos
con firmeza y eficacia pegados al suelo; al mismo tiem-
po, la fuerza centrífuga nos permite enviar cualquier ob-
jeto móvil colocado en la faz de la Tierra hacia el espa-
cio sideral. La zona neutral de estas dos zonas está en
el borde externo de la atmósfera terrestre. La fuerza
centrífuga interna actúa en la parte interna de Ja cor-
teza sólida del planeta y juega un papel muy importante
en los movimientos del Polo Norte; al mismo tiempo, es
un factor de importancia en Ja forma y desarrollo que
ha tenido el globo.
La evolución de la Tierra ha dependido de la acción

59
y desarrollo de la roca primaria, las antiguas bolsas de
gas de la Era Arcaica. Su eliminación dependía de que
los gases sufrieran en su interior una supercompresión
y ésta de que actuara una fuerza centrífuga que llevara
los gases del centro del globo a las cámaras por entre
las fisuras que se formaron durante el proceso de enfría.
miento y contracción de la roca primaria. Este fenóme-
no muestra gran relación con los movimientos del Polo
Norte, pues, con la ayuda de la fuerza giroscópica, ha
procedido a acumular un enorme volumen de fuerzas
magnéticas en las regiones polares, fuerzas que resultan
afines a ciertas fuerzas solares.
Una fuerza centrífuga sólo está limitada por el tama-
ño, densidad y velocidad del cuerpo en rotación que la
genere. De ellas, la velocidad depende en gran manera
de la densidad del cuerpo en rotación y del poder que
lo esté haciendo girar.
Para ilustrar el poder de las fuerzas centrífugas clis-
ponemos de los ejemplos de las piedras de moler y las
palas de molinos de viento que acaban por romperse
debido a su fuerza centrífuga, en ocasiones con calami-
tosos resultados. Pese a todo, el volumen de fuerza que
rompe estos aperos es infinitamente pequeño comparado
con el que desarrolla la Tierra. La fuerza centrífuga de
ésta, que trata en todo momento de lanzarnos al espacio,
es miles y miles de millones de veces mayor y más po-
derosa que las ínfimas fuerzas que emanan de las pie-
dras de moler y de las aspas de los molinos.
Pese a tan inmenso poder, y pese a que nosotros vi-
vimos sometidos a ella, no alcanzamos a sentirla pues
somos neutrales a ella y, no obstante su incalculable
poder, no puede lanzarnos al espacio debido a que la
fuerza magnética es aún más potente y nos mantiene
pegados a la superficie del globo.

60
Todas las fuerzas son silenciosas en sus movimientos.
Todos los sonidos que podamos asociar a su actuación
o a su movimiento no son propiamente debidos a ellas,
sino a los elementos que tales fuerzas afectan.
Hace poco se me planteó una interesante pregunta:
¿Cómo es que la inmensa potencia de la fuerza centrí-
fuga no provocaba la rotura de la débil capa sólida de
la Tierra y su explosión? Ya hemos visto que una fuerza
centrífuga mucho menor podía destruir piedras y moli-
nos. También debemos admitir que, comparada con su
diámetro total, la corteza terrestre no es sino la débil
envoltura a que nos referíamos. En comparación, no es
ni una milésima parte del grosor de la cáscara de un
huevo con relación al tamaño de éste. Y pese a ello la
Tierra no se rompe, ni pierde su forma esférica con la
terrible fuerza centrífuga que ha de soportar. ¿Cuál es
la razón? Se trata de una cuestión de fácil respuesta.
En primer lugar cabe recordar, como ya se ha dicho
previamente, que las fuerzas están organizadas de modo
tal que, en muchos casos, se enfrentan a otras similares,
y que siempre forman zonas neutrales salvo cuando una
fuerza tiene absoluto dominio sobre las demás. En tal
caso la más débil ve anulada su efectividad: en este
caso, la fuerza centrífuga no resulta efectiva frente al
poder tremendamente mayor del gran imán central. Así,
mientras la fuerza centrífuga trata de destruir la corteza
sólida del planeta y lanzar todo lo que contiene su su-
perficie al espacio exterior, la mayor potencia del imán
central anula la fuerza centrífuga y mantiene todos los
elementos que se hallan en la superficie del globo pega-
dos a la misma. Sólo la densidad detiene la caída de la
materia, los objetos y seres hacia el imán; más aún, éste
es responsable de la densidad de las rocas que se acumu-
lan sobre el granito y los gneis. Para comprobar la in-

61
mensa ventaja y superioridad del imán central sobre la
fuerza centrífuga, proceda a lanzar al aire una piedra.
Si la segunda fuera más potente que el primero, la pie-
dra se perdería en el espacio. Sin embargo, no es esto
lo que sucede, pues en cuanto el imán vence el ímpetu
temporal del que hemos dotado a la piedra, la somete
a su control y la devuelve rápidament~ a la superficie
del globo, de donde ya no puede descender más al verse
detenida por la densidad del suelo.
Tras este experimento y la constatación de lo expuesto,
una nueva pregunta surge ante nosotros: ¿Cuál es, en-
tonces, la finalidad de la fuerza centrífuga terrestre?
Como es bien sabido, la Naturaleza no se muestra pró-
diga en sus creaciones. Hemos de considerar que la fuer-
za centrífuga ha aparecido por algún motivo. ¿Cuál?
Sobre todo, se creó para dominar y gobernar la densidad
de la atmósfera, pues sin esa fuerza que obliga a las mo-
léculas de aire a despegarse de la tierra, el imán central
las atraería a la superficie del planeta y las haría tan
compactas que sería imposible respirar, y nada podría
vivir en el planeta.

La fuerza giroscópica

La segunda fuerza secundaria es la fuerza giroscópica


terrestre. Esta fuerza también está generada por la rota-
ción del planeta sobre su eje.
La función principal de la fuerza giroscópica es man-
tener al globo en posición vertical e impedir que el Sol
la rodee por completo en todas direcciones. Las fuerzas
magnéticas afines del Sol tratan continuamente de situar
el Polo Norte en su dirección. La fuerza giroscópica te-
rrestre pugna permanentemente por lo contrario, inten-

62
tando mantener el Polo Norte en la orientación que aho-
ra lleva, transversal con respecto al Sol. La fuerza giros-
cópica es, pues, antagonista de las fuerzas magnéticas
afines del Sol. Como ya quedó establecido anteriomente,
la división electromagnética del imán central es también
antagonista; sin tal antagonismo los polos terrestres no
podrían oscilar ni podría producirse la rotación sobre el
eje, fenómenos que más adelante se explicarán en los
epígrafes «La rotación de la Tierra» y «El péndulo te-
rrestre».

63
111. LA ATMÓSFERA

Aunque generalmente no se tenga en cuenta, es un


hecho constatado que nuestra atmósfera está altamente
especializada. Sólo a parir de los últimos años, desde el
advenimiento de las comunicaciones por radio, se ha re-
conocido que la esencia en la que flota la atmósfera
juega un papel de extrema importancia en el bienestar
de la Tierra; más aún, todavía no se ha acabado de
aceptar que la esencia en que flota la atmósfera sea to-
talmente distinta de la que llena el espacio. La primera,
en la que flotan las partículas que componen la atmós-
fera, está bajo el control directo del imán central, mien-
tras que la que llena el espacio no se ve afectada en
absoluto por éste, al no tener poder alguno sobre ella.
Pese a que nuestros científicos nunca han llegado a
aceptar los hechos que se exponen a continuación, éstos
fueron perfectamente conocidos y comprendidos por los
científicos de la primera gran civilización terrestre, hace
más de 50.000 años. En sus escritos han quedado claras
muestras del interés e importancia que les daban.
Nuestros científicos apoyan la creencia de que lo que
llena el espacio y aquello en que flota, lo que popular-
mente se conoce por atmósfera, son una misma cosa.
No es así, como demuestran las Sagradas Escrituras Ins-
piradas de la Tierra Madre.
Los antiguos denominaban «esencia» a aquello en que
flota la atmósfera, y •agua» a lo que llena el espacio.
Las antiguas escrituras señalan una y otra vez que la
fuerza luminosa se desarrolla en la esencia, y no en las

65
partículas de lo popularmente conocido por atmósfera.
En las antiguas escrituras lo que llena el espacio era
representado por una serie de líneas horizontales {figu-
ra 1), que escribían como •agua». El símbolo del agua

- -- ---- - ----
~-
~

1.
-

.. ~,. ~
Grabados naacal de las escrituras sagradas de Mu.

terrestre era una serpiente en movimiento, como el olea-


je marino, que se representaba habitualmente con una
serie de líneas onduladas horizontales (figura 2). ¿Por qué
se denominaba •agua• a la figura 1 en las antiguas es-
crituras de hace tres o cuatro mil afios?
Creo que la respuesta se encuentra en el símbolo. Los
traductores de las Sagradas Escrituras no debieron en-
contrar ningún nombre que correspondiera al original
para denominar Ja serie de líneas horizontales, pero en
cambio las líneas onduladas les resultaban bien fáciles de
reconocer; así, las diferenciaron denominando a una «el
agua• y a la otra •las aguas•. Nunca he encontrado
la palabra que correspondiera a la usada por Jos antiguos,
sino solamente el símbolo; no obstante, sus escritos son
sumamente explícitos en cuanto a diferenciar qué es lo
que llena el espacio. No aparece una vez, sino que se
repite en decenas de ocasiones.
En muchos de los grabados de las Sagradas Escritu-
ras Inspiradas se demuestra incuestionablemente Jo que
representan las líneas rectas horizontales. Como ejem-

66
plo, cuando se habla de que el Creador existe en el es-
pacio, el grabado que acompaña a los escritos muestra
a la serpiente de las siete cabezas deslizándose por entre
cinco líneas rectas homontales enmarcadas en un círcu-
lo (figura 4 ).

Los relámpagos

El relámpago es el resultado de la acumulación y con-


centración de cierta cantidad de fuerzas primarias terres-
tres pertenecientes a la división electromagnética, en un
cierto punto o zona de la amósfera, en cantidad igual
o superior al volumen máximo que la atmósfera puede
mantener en suspensión. Esta acumulación bien puede
pasar de una zona a otra de la atmósfera, o bien regre-
sar a la Tierra, su punto natural de almacenamiento.
Las descargas eléctricas de la atmósfera representan
una fuerza compuesta, que incluye muchas si no todas
las fuerzas que componen la división electromagnética
de la fuerza terrestre primaria.
La presencia de la descarga eléctrica en la atmósfera
se nos revela por medio de una vívida incandescencia
atmosférica que toma la forma de rayos o relámpagos.
Esta incandescencia no es la fuerza en sí, sino su re-
flejo en la atmósfera supercalentada. La acumulación de
esta fuerza puede producirse en forma esférica o en for-
ma de corriente. He sido incapaz de determinar a qué
se refiere esto último.
He intentado medir la temperatura de los relámpagos,
pero no he conseguido resultados satisfactorios.
Un punto interesante de señalar respecto a los relám-
pagos es que parece existir una notable diferencia de
temperatura según la dirección que toma. Si corre pa-
67
ralelo a la superficie de la Tierra o tiene una trayectoria
ligeramente inclinada hacia arriba, su temperatura pa·
rece ser la menor de todas. Los relámpagos que descien-
den directamente hacia el suelo son los que muestran
temperaturas más altas. Quizás este fenómeno se deba
a la diferencia de densidades atmosféricas.
Ofrezco en otro pliego dos fotografías de diferentes
descargas eléctricas. Una, la A, en la que la fuerza re-
gresa directamente a la Tierra, y la otra, B, en la que se
equilibra con la atmósfera y no llega a caer a la Tierra.
La fotografía A representa lo que popularmente se
conoce por •rayo». La fuerza regresa a la Tierra desde
el punto en que se ha producido la máxima concentra-
ción. Durante su paso por las zonas inferiores de la
atmósfera, se escinden del cuerpo principal algunas por-
ciones del rayo. Estas porciones aparecen en la foto-
grafía como pequeñas raíces que se pierden del tronco
descendente. Estas partes dejan el rayo principal para
ecualizarse en la atmósfera. El rayo atraviesa zonas cuya
capacidad de absorción es ligeramente inferior: las pe-
queñas porciones de descarga eléctrica provocan en esta
zona de la atmósfera una elevación de dicha capacidad
hasta alcanzar su grado máximo y de este modo se equi-
libra con las zonas· circundantes.
El hecho de que estas pequeñas corrientes de la fuer-
za abandonen el rayo principal demuestra que las cons-
tantes de la atmósfera estaban por debajo de lo normal
en esa zona. Una vez se ha cargado por completo toda
la zona atmosférica por la que atraviesa el rayo, éste en-
tra de lleno en su almacén, la Tierra, donde se dispersa.
En ciertas zonas, como se aprecia en la fotografía,
salen del rayo principal ciertas ramas bastante impor-
tantes, inidicadoras de que en las zonas donde se pro-
ducen la atmósfera presenta gran carencia de fuerza.

68
Si un ser humano se encontrara en una de tales zonas,
virtuales huecos, experimentaría una gran dificultad por
mantener la respiración y el funcionamiento del corazón,
a lo que seguiría la parálisis y, si el hueco fuera lo bas-
tante grande, la inconsciencia y el desconocimiento de lo
que le rodeara. La causa de que así fuera reside en la
falta o ausencia de fuerza vital, el poder que acciona
la maquinaria material del ser humano. Existe una ínti-
ma relación entre las descargas eléctricas y la fuerza vi-
tal, pues ésta es uno de los componentes que entran en
el perfil de la descarga eléctrica.
FotograHa B. :Ssta es una ilustración de un relámpago
recorriendo la atmósfera en sentido horizontal.
Se trata de una fotografía auténtica. El relámpago se
originó al norte y corrió en dirección norte-sur. Resultó
la visión más hermosa e imponente que nunca he con·
templado.
La fotografía no recoge toda su longitud y por des-
gracia no logra mostrar toda la magnificencia del fenó-
meno.
Al paso del relámpago, innumerables ramas se escin·
den del rayo principal. Así va sucediendo hasta que todo
el fenómeno acaba por desaparecer.
En este caso se ven las fuerzas trasladándose de una
zona sobrecargada a otra prácticamente vacía. Las fuer-
zas equilibran ambas zonas descargando por las ramas
las fuerzas sobrantes de la zona muy cargada en las que
apenas lo están.
Excepto en las tormentas violentas, las fuerzas se igua-
lan en la atmósfera en una forma que popularmente re-
cibe el nombre de «descargas de verano• o «lluvia de
rayos•. Esta aparente lluvia está constituida por relám-
pagos infinitamente pequeños, cada uno de ellos indepen-
diente de los demás. En esta forma de lluvia sólo se for-
69
man vacíos de tamafio casi infinitesimal, tan reducidos
que apenas llega a producirse junto al fenómeno sonido
alguno de trueno.
Ya hace mucho que tengo por seguro que la fuerza
terrestre primaria se equilibra en la atmósfera, y que
su expresión última es en forma de minúsculos relám-
pagos que saltan de una partícula atmosférica a otra, y
de una zona reducida a otra.
Las grandes formas de ecualización, los relámpagos,
pueden apreciarse por su patente efecto en la atmósfera.
Sin embargo, cuando se produce el intercambio final,
los rayos son tan ínfimos que no pueden detectarse ni
mediante el ojo ni con la cámara fotográfica. Sólo ha
sido demostrada la existencia de tales rayos y de tal
ecualización, en tiempos modernos, mediante la radio.
A veces irrumpen en una transmisión sonidos duros,
agudos o chirriantes que afectan a la transmisión de la
voz de una estrella de la ópera o de un reconocido con-
ferenciante. Estos sonidos varían en intensidad, desde
un ligero susurro hasta, en ocasiones, cubrir cualquier
otro posible sonido. Los entusiastas de la radio dicen
entonces que •la emisión está interferida por la estáti-
ca•. En realidad, lo que quieren expresar es precisamente
lo contrario, es decir, •que la estática se ve interferida
por•. Estática quiere decir en reposo. Los sonidos errá-
ticos no son consecuencia de la electricidad en reposo,
sino de la que está en movimiento, esto es, de la cinética.
Tales sonidos que aparecen en la radio, tanto si son
meros susurros como si castigan los oídos con su inten-
sidad, están causados por los movimientos de la fuerza
terrestre primaria que se halla en la atmósfera. Las on-
das radiofónicas que viajan del micrófono hasta el apa-
rato receptor se forman en la esencia, no en lo que po-
pularmente se denomina atmósfera. El modo en que la

70
fuerza se equilibra es a base de pequeños rayos o co-
rrientes. Una partícula atmosférica contiene tanta fuerza
como la que está a continuación; la fuerza de un punto
donde hay una sobrecarga se escinde y la parte sobrante
salta a otra zona donde la carga no es completa, de modo
que ambos puntos quedan equilibrados.
Sin embargo, este minúsculo rayo debe atravesar un
canal de esencia al saltar de una partícula atmosférica
a otra. Es a través de este canal de esencia por donde
corre la onda radiofónica; el rayo la atraviesa y durante
un cierto período de tiempo, inferior a un segundo, la
onda queda cortada. Al producirse este corte en la onda
de radio y al pasar el rayo por la esencia es cuando tie-
nen lugar las interferencias que pueden escucharse en la
emisión.
La intensidad de la interferencia dependerá del tama-
ño del rayo, siendo mínima cuando éste se produce entre
dos partículas atmosféricas y máxima cuando lo es entre
dos zonas.
Entre los aficionados a la radio resulta un fenómeno
bien conocido que la mejor claridad y distinción de los
sonidos y la menor interferencia atmosférica se produce
de noche y durante los meses de invierno, mientras que
el máximo se produce durante el día y en los meses ve-
raniegos. Por la noche las fuerzas solares no ejercen su
influencia y atracción sobre las fuerzas contenidas en la
Tierra ni impulsan su paso a la atmósfera, donde deben
ecualizarse con las ya existentes. La única ecualización
que se produce en las horas nocturnas es la que durante
el día no ha podido completarse. Durante las horas de
oscuridad no se produce renovación de fuerzas en la
atmósfera.
Lo mismo cabe aplicar a las temporadas veraniegas
e invernales.

71
La luz

Antes de comenzar a tratar el tema de la luz, veamos


qué decían nuestros antecesores prehistóricos de ella.
Las Sagradas Escrituras Inspiradas de Mu. Sección:
La Creación. Subsección: El Tercer Mandato.
•Que los gases exteriores se separen y que formen la
atmósfera y las aguas. Y los gases se separaron, y una
parte formó las aguas y las aguas se instalaron en la
faz de la Tierra y la cubrieron de modo que ninguna
tierra quedó a la vista. Y los gases que no formaron las
aguas constituyeron la atmósfera, y:
•La Luz se contenía en la atmósfera.
•Y los dardos del Sol encontraron los dardos de la
Tierra contenidos en la atmósfera y le dieron vida. Y hubo
luz sobre la faz de la Tierra.•

Aitareya A'ram'ya. Antiguo libro hindú. Slokas 4-8:

«La atmósfera que contiene la luz.•

Rig Veda. También un antiguo libro hindú. Pági-


nas 3-4:

•El que mide la luz en el aire.•

Los nahuatl, extractos de un manuscritos del Yucatán:

•Cuando Oneyocax, el Creador que mora en sí mismo,


creyó que había llegado el momento de que todo fuese
creado, se levantó y con sus manos resplandecientes de
luz lanzó cuatro dardos (las cuatro grandes fuerzas pri·
marias) que fueron a dar a los cuatro elementos que
flotan en la atmósfera, y que los pusieron en movimien-
to. Y las partículas que alcanzaron aquellos dardos di-
vinos se animaron ... Y aparecieron los primeros rayos
del Sol naciente, que trajo la vida y la alegría a toda
la Naturaleza.»

La luz, el calor y los rayos están aliados y mezclados


con una firmeza tal que se hace dificil hablar de uno sin
referirse e incluir a los otros. La luz es una fuerza. El
calor es una fuerza. Sin embargo, los rayos no son fuer-
zas, sino portadores de fuerzas.
La luz es una fuerza terrestre, una subdivisión de la
división electromagnética de la fuerza primaria de la
Tierra. La fuerza luminosa forma sus ondas en la esen-
cia en que flota la atmósfera.
Cuando ciertas fuerzas afines del Sol, transportadas
en los rayos lumínicos, inciden en la fuerza luminosa de
la Tierra, que se mantiene en suspensión en la esencia
atmosférica del planeta, ponen en acción esta fuerza lu-
minosa, le dan vida, como atestiguan los antiguos. El
movimiento de esta fuerza toma la forma de ondas. Cada
una se compone de innumerables chispas o destellos de
fuerza infinitamente pequeños.
La luz viaja por la atmósfera a una velocidad de
300.000 kilómetros por segundo. Las ondas que se for-
man en lo que habitualmente se conoce por atmósfera,
la parte analizable de la misma, son demasiado pesadas
y lentas para sostener la velocidad a que se desplaza la
luz, pero la esencia atmosférica es tan etérea que la fuer-
za lumínica sí puede alcanzar en ella su velocidad. Me
resulta imposible asegurar a qué velocidad pasan por el
espacio las fuerzas solares y las de otros cuerpos side-
rales, pues el espacio está lleno de una esencia mucho
más etérea de la que contiene nuestra atmósfera. La dis-
tancia a las estrellas se mide por la velocidad de la luz,
11
calculada sobre esta base de 300.000 kilómetros por se-
gundo. ¿Con qué velocidad viajan las fuerzas lumínicas
por el espacio? Sin duda, a muchísima más que aquí en
fa Tierra. De ahí que, según mi opinión, las distancias
interestelares que se están dando en los tiempos presen-
tes estén totalmente abiertas a una profunda división.
Los rayos solares no pueden captarse en el espacio
comprendido entre la atmósfera solar y la atmósfera
terrestre. El espacio está en total oscuridad porque no
contiene la materia elemental que sostenga en suspensión
la fuerza lumínica. Cabe explicar el fenómeno el siguien-
te modo: el macho viaja y la hembra espera. Cuando
ambos se encuentran se hace la luz. El uno sin el otro
son incapaces de producirla.
El hecho de que los rayos no se pierdan en el espacio,
pese a que atraviesen la oscuridad y no se los pueda
observar, queda demostrado por cuanto quedan patentes
de nuevo al alcanzar nuestra atmósfera. A su vez, este
hecho es una prueba más de que la luz es un fenómeno
y una fuerza terrestre. Si procediera del Sol, se vería en
toda la distancia existente entre el astro rey y nuestro
planeta. Asimismo, la fuerza lumínica prueba que la
esencia de nuestra atmósfera está compuesta de elemen-
tos, aunque no podamos analizarla o descomponerla.
Además, también puede comprobarse que la esencia
que llena el espacio no está compuesta de elementos o
que, si así es, no puede sostener la fuerza lumínica
de nuestro planeta, de nuestro sol, ni de cualquier otra
gran estrella.
Al ojo se le puede excitar de diferentes modos para
que produzca visiones. Puede excitársele mediante la
ruda acción mecánica de soplar. Sin embargo, para que
se produzca visión, el ojo debe recibir algún estímulo
externo. ¿Qué tipo de estímulo? En cierto modo, los cuer-

74
pos luminosos tienen el poder de producir luz. He utili-
zado el término «cuerpos luminosos» porque creo que
facilitará su comprensión al lector que no esté muy im-
puesto en esta determinada rama de la ciencia. En rea-
lidad, si paramos a discutirlo, ningún cuerpo es lumino-
so. El cuerpo emite un rayo básico, oscuro e invisible, y
deja el cuerpo fuera de la visión. Este rayo está com-
puesto de muchos colores. A cierta distancia del cuerpo
emisor, el rayo invisible filtra los rayos luminosos que
hacen aparecer la visión. Así pues, entre los rayos lumi-
nosos visibles e incandescentes y el cuerpo emisor de
dichos rayos existe una zona de espacio oscura, que hace
desaparecer de la vista el cuerpo físico, de modo que
éste, al no ser visto, demuestra no ser incandescente.
Además de los rayos lumínicos, que se hacen patentes
y visibles una vez filtrados del rayo invisible primero,
existen diez veces más rayos, invisibles por quedar fuera
del espectro de visión del ser humano, por ser dema-
siado intensos o extremos.
Hace algún tiempo leí un escrito de un científico que
afirmaba que la llama de una bombilla eléctrica estaba
compuesta de oxígeno e hidrógeno. Esto no es cierto. La
bombilla eléctrica no produce llama. Lo que al cientí-
fico le parecía una llama resulta ser solamente un rayo,
una décima parte del cual pone en acción la fuerza lu-
mínica existente en la esencia de la atmósfera, formando
ondas y produciendo así el fenómeno de la luz.
El oxígeno incrementa la combustión. J;:sta consiste
en una llama cuando no se apaga. Según la teoría de
aquel científico, si se rompiera una bombilla mientras
estuviera encendida, si mientras emitiera llamas se la
pusiera en contacto con la atmósfera oxigenada, la llama
de la bombilla aumentaría, se haría mayor. ¿Sucede así
acaso? Bien sabemos que no. En el mismo instante que

75
se rompe el cristal de la bombilla los rayos y las supues-
tas llamas desaparecen, en una clarísima prueba de que
no contiene llamas en combustión, sino simplemente ra-
yos lumínicos.
A continuación veamos dos ejemplos de rayos lumíni-
cos filtrados en relación con la combustión: la llama del
gas y la llama de una vela.
En ambos casos el rayo asume la forma de un arco
que envuelve el punto en que se produce la combustión,
alrededor de la salida de gas y alrededor de la mecha
de la vela. Más allá del rayo oscuro están los rayos vi-
sibles, las llamas. La distancia entre el cuerpo donde
tiene comienzo el rayo primario y el punto donde filtra
los rayos lumínicos está sujeto a grandes variaciones
según los diferentes cuerpos. En algunos casos es casi
infinitesimal y, en otros, pueden incluso percibirse con el
ojo humano.
El rayo primario de donde procede la luz comienza a
dividirse en el mismo momento en que entra en contac-
to con la atmósfera, en un proceso previo a la verdadera
operación de filtro. Habitualmente se cree que la luz
depende del calor y que, de algún modo, la luz y el calor
son una misma cosa. A continuación demostraré de un
modo terminante que la fuerza lumínica no contiene
ni un ápice de calor, y que la fuerza calórica no contie-
ne ni una partícula de luz.
Estudiemos el ojo humano para mostrar en qué con-
siste la visión y cómo se realiza el proceso de ver. No
pretendo describir del ojo más que lo necesario para mos-
trar las partes de su maquinaria sobre las que ejerce su
influencia lumínica.
Los oftalmólogos dicen que existe un nervio en el
globo ocular especialmente dedicado a Ja función de ver,
denominado nervio óptico. Este nervio proviene del ce-

76
rebro y pasa de éste a la parte posterior del globo OCU·
lar. Allí se divide en delicados filamentos que se enlazan
juntos en una especie de pantalla denominada retina.
La parte anterior de la retina está cubierta por una som·
bra coloreada que llamamos iris. :este forma la parte
coloreada del ojo, lo que tenemos de color azul, verde,
marrón o negro. En el centro de esta sombra móvil de
color existe un pequeño punto negro que recibe el nom-
bre de pupila.
El tamaño de la pupila nos da el área de retina ex-
puesta a la visión. Los movimientos del iris o sombra
coloreada son involuntarios, están más allá del control
del individuo. Se dilatan o contraen según la intensidad
de la luz. El dibujo en sección me permitirá una fácil
explicación de mi experimento, que demostró que el
agente de la visión es la fuerza lumínica. Denominemos
al nervio óptico el conductor, pues es el que transmite
la información recogida por el ojo al cerebro. A la re-
tina la denominaremos el receptor, pues es la que recibe
la fuerza del exterior y la que la lleva al conductor. Al
iris coloreado lo denominaremos el gobernador, pues
controla el volumen de fuerza que llega hasta el recep-
tor. Por último, podemos denominar a la pupila el pór-
tico, pues toda la fuerza debe pasar necesariamente a
través de su apertura para alcanzar el nervio óptico.
A continuación describiremos el mecanismo que va-
mos a poner en funcionamiento.
La luz y la visión son el resultado de una corriente
de fuerza lumínica en forma de ondas, cada una de las
cuales está constituida por innumerables destellos, chis-
pas o corrientes de magnitudes infinitesimales.
Cada chispa o destello de la onda va a dar al receptor,
y a partir de éste penetra en el golbo ocular hasta al-
canzar el conductor. :este envía la impresión al cerebro,

77
a ciertos lóbulos del mismo. '.BI resultado de dicho pro-
ceso es la visión. Cada pequeña chispa o destello de la
onda produce una impresión que inmediatamente es re-
cogida y enviada al centro superior del cerebro con la
fuerza en ella contenida, de modo que con la continua
multiplicidad de impresiones y con el constante envío de
tales impulsos, la corriente no se rompe ni un momen-
to. Esta corriente de fuerza no se corta mientras siga
en funcionamiento el rayo que la origina, y mientras esta
corriente de fuerza se mantenga, la visión continúa. Cuan-
do el rayo cesa, la corriente de fuerza queda rota. En-
tonces prevalece la oscuridad. Debe hacerse notar en este
punto que cuando el rayo deja de enviar sus impulsos,
todavía continúa por un instante su fuerza, que prosigue
la onda y la corriente durante cierto tiempo. El deslum-
bramiento que se padece en esos instantes es el resul-
tado de esa situación. En el caso de la luz artificial, como
antorchas, lámparas o velas, el deslumbramiento es tan
débil y de corta duración que apenas puede advertirse.
Los rayos de luz, los que son afines a la fuerza lumí-
nica y la excitan, son todos discernibles para el ojo hu-
mano, no importa su color; del mismo modo, todos los
rayos capaces de ser captados por la visión, no impor·
su color, tienen la facultad de excitar la fuerza lumínica
y de causar la luz. La longitud de la chispa en la onda
lumínica, el volumen de ésta y su longitud, y la rapidez
de su movimiento están sujetas a variación, la cual rige
la característica de la visión que de ella resulte. Todas
estas variaciones están regidas por el color del rayo que
transporta la fuerza.
La visión más perfecta resulta de la onda formada por
el blanco o por el rayo rojo más intenso, pues las chispas
de tal onda tiene un volumen y longitud mayor y tam-
bién más rapidez de movimiento que las ondas formadas

78
por cualquier otro rayo de color. La longitud de onda
de un rayo blanco mide de 1/20.000 a 1/25.000 de centí-
metro. No puede contarse el número de chispas de una
onda. Sin embargo, la gran cantidad de ondas, con las
incontables chispas de cada una de ellas y con la fuerza
que produce cada una de las chispas en el receptor, for-
man una corriente de fuerza que da como resultado una
luz continua e imparable, y además tiene el efecto de
hacer desaparecer la impresión de que se trata de ondas
o impulsos diferenciados.
El rayo de color violeta produce la luz más débil de
todas. El profesor Proctor afirmaba, hablando de este
tema, que «el efecto que denominamos color se debe
únicamente a la longitud de la onda lumínica•.
Yo estoy en completo desacuerdo con el profesor Proc-
tor cuando dice que cel color es un efecto•. Proctor, al
igual que otros muchos científicos, ha caído en el error
de colocar el carro delante del caballo. Proctor hace res-
ponsable del color a la longitud de onda, cuando es el
hecho del color el responsable de la longitud de la onda
lumínica. Proctor no advirtió, parece, que la luz era una
fuerza; por consiguiente, no sabía cuándo se originaba
la luz, ni cómo se generaba. Los rayos lumínicos corres-
ponden a los colores expuestos en el espectro: éste no
registra ni descubre ninguno de los rayos oscuros. Tal
punto fue demostrado por mí mismo ante un tribunal
de Justicia europeo, donde fui citado a una prueba peri·
cial y donde probé que las temperaturas no pueden me-
dirse por el espectro. Al mismo tiempo demostré y pro-
bé que el calor sólo se transporta mediante los rayos
oscuros invisibles. Cada rayo o grupo de rayos de co-
lor, tanto luminosos como oscuros, tanto si proceden del
Sol como si vienen de incandescencias artificiales, afecta
a las fuerzas resultantes de la división electromagnética

79
de la fuerza terrestre primaria. Estamos tratando ahora
el tema de la luz, así que procederemos ahora a un expe-
rimento muy simple para comprobar el modo en que va-
rios colores distintos afectan a la fuerza lumínica.
Tomemos una serie de cristales correspondientes a los
colores del espectroscopio y, además, uno de color blan-
co puro y otro ligerísimamente teñido de rojo que re-
presente la intensidad. Coloque sucesivamente cada cris-
tal entre una lámpara incandescente potente y alguna
materia ligeramente impresa. La distinción de lo impreso
dependerá del volumen y potencia de la fuerza lumínica
que incida sobre tal impresión. Cada rayo de color que
salga del filtro colocado ante el foco de luz llevará el
volumen de fuerza lumínica correspondiente a su capa-
cidad. Al incidir en lo impreso, el rayo se desvía hacia
el ojo. Así, la claridad en la visión está regida por el volu-
men y la rapidez de movimientos de la fuerza transpor-
tada por el rayo. El cristal blanco puro se encontrará en
un extremo, y el cristal violeta en el otro. Es curioso
advertir que las ondas luminosas formadas por los colo-
res primarios son más potentes que las formadas por los
secundarios.
Si, como afirmaba Proctor, •el color es un efecto•,
todos los materiales inanimados como las rocas, made-
ra, plantas, etc., deberían ser en extremo radiactivos, es-
pecialmente si tenemos en cuenta que los rayos lumino-
sos sólo forman una décima parte del total. Es cierto que
toda la materia está saturada de la división electromag-
nética de la fuerza primaria. No todas las variedades de
la materia, sin embargo, son capaces de mantener en sí
un volumen suficiente de fuerza como para convertirse
en radiactivas, sino sólo unas pocas. Si toda la materia
produjera el •efecto• de Proctor, dispondría de una car-
ga tal de radiactividad que los efectos exterminadores del

80
radio no merecerían siquiera ser mencionados. De hecho
no seríamos capaces de mencionar nada en absoluto, pues
todos habríamos sido borrados de la Tierra hace mucho
tiempo. Al aumentar o intensificar el rayo luminoso,
aumentan también el volumen, la rapidez de movimien-
tos y el carácter de la chispa.
Para producir una visión perfecta se requiere mayor
área de recepción cuando la corriente es débil que cuan-
do es fuerte. Para una visión perfecta, el receptor debe
llevar hasta el conductor toda su capacidad de carga, ni
más ni menos. Cuando se lleva al conductor demasiada
corriente, esto es, más de la que puede transportar, la
sombra móvil del gobernante cierra involuntariamente
el paso y reduce el área de recepción para equilibrar la
capacidad del conductor. Pongamos unos ejemplos:
Si pasamos de una sala pobremente iluminada en la
que sólo haya una lámpara que tenga 8 lux, a otra inten-
samente iluminada donde haya una bombilla de 100 lux.
veremos que el hecho de entrar en esta segunda sala nos
impulsa durante unos instantes a cerrar parcialmente los
ojos para evitar lo que en términos vulgares se denomi-
na «deslumbramiento». Al cerrar parcialmente los ojos
de este modo, los párpados se ciernen sobre el receptor,
recortando así el área de recepción. Los párpados per-
manecerán en esta posición hasta que el gobernante haya
actuado cerrando la propia área de recepción. Cuando
el gobernante haya ajustado las proporciones de dicha
área a la capacidad del conductor, los párpados se abri-
rán de nuevo automáticamente hasta alcanzar su exten-
sión normal.
Al entrar en la habitación brillantemente iluminada,
nos vemos compelidos a cerrar parcialmente los ojos
porque pasamos de una baja corriente de fuerza a una
más intensa. Existe en esta situación un mayor volumt:n

81
de fuerza que puede ser recogida por el conductor. Al
abandonar la habitación poco iluminada, el receptor es·
taba calibrando la corriente emanada por una lámpara
de 8 lux. Al entrar en la intensamente iluminada, el re-
ceptor tenía que volver a calibrar la nueva situación para
ajustarse a la fuerza que emanaba de una lámpara de
100 lux. Al hacer su entrada en la segunda habitación,
una corriente de fuerza golpeaba el receptor, que estaba
en una posición en que admitía muchas veces lo que el
conductor podía enviar al cerebro en aquellas condicio-
nes. En cuanto la situación se normalizó con el proceso
que ya hemos visto, el receptor comenzó automática-
mente a recalibrarse a sí mismo, de modo que sólo ad·
mitía la cantidad o volumen de fuerza que luego el con-
ductor pudiera enviar al cerebro sin sobrecargar el glo-
bo ocular y el nervio óptico. Al reducir el área de recep-
ción del receptor, el volumen de fuerza que pasaba al
conductor quedaba disminuido; a pesar de ello, la cali·
dad y el carácter del rayo que lo alcanzaba no sufría
cambios.
El ojo demuestra externamente el exceso en la capaci-
dad del conductor mediante lágrimas y escozores, que
alcanzan a producir lo que puede considerarse estados
de semiceguera, o bien una manifiesta incapacidad por
discernir claramente los objetos.
En ocasiones, el exceso de fuerza lumínica en el ojo
puede ser causado por el receptor al tomar éste un volu-
men de fuerza mayor del que el conductor puede trans-
mitir al cerebro, pues la cantidad de luz que no se puede
asimilar por el nervio óptico queda esparcida por el globo
ocular. Pondré por ejemplo las pipas de agua: cuando ex-
ceden a su punto óptimo, el exceso de agua se derrama
por el conducto del humo. En el ojo, el remedio natural
son las lágrimas; las partículas elementales del agua son

82
muy afines a la fuerza. El agua recoge la fuerza sobrante
y la aparta del ojo en forma de lágrimas.
Cuando se pasa de una habitación brillantemente ilu-
minada a otra en penumbras, la visión se hace otra vez
anómala, sin capacidad para distinguir los objetos en
ella expuestos. Nos encontramos en la situación contraria
al primer ejemplo, y las acciones del ojo son opuestas.
Un examen del ojo pone de manifiesto el hecho de que
en una habitación apenas iluminada el área del receptor
es grande, mientras que en un lugar muy iluminado tal
área es menor.
Cuando la luz es brillante en extremo, como sucede en
las fundiciones, se utilizan cristales de color para la pro-
tección del ojo. Tales cristales repelen todos los rayos
luminoso que no son del propio color del cristal, redu-
ciendo de este modo la corriente de fuerza que golpea el
ojo. Pasaré ahora a examinar el ojo de los animales dota-
dos de visión nocturna, como el búho o el gato.

El búho

El búho es una de las aves que poseen visión perfecta


y clara solamente durante las horas oscuras de la noche.
Si observamos el corte transversal del ojo del búho, vere-
mos que posee una enorme zona de recepción. El ojo apa-
rece con un iris o gobernante extremadamente pequeño.
En este animal el iris no está bajo control cerebral, ni
actúa automáticamente como en otros muchos animales
dotados de visión nocturna. Por ello el búho no puede
adecuar su receptor para ver con claridad durante el día
o a la luz del sol. Al ser incapaz de controlar el gober-
nante, durante el día entra en el ojo por el receptor un
volumen de fuerza lumínica mayor de la que el conduc-

83
tor puede transmitir al cerebro. El resultado es un exce-
so de fuerza y un estado de semiceguera, por lo que estos
animales duermen durante el día y sólo aparecen durante
las horas nocturnas. Por la noche, su enorme receptor es
capaz de recoger de la débil fuerza lumínica existente
un volumen suficiente para llenar la capacidad del con-
ductor. Al producirse esta circunstancia y recoger el
conductor toda la fuerza necesaria para transmitir las
imágenes al cerebro, el búho alcanza a poseer la capaci-
dad de ver los objetos durante la noche con la misma
claridad que nosotros en las horas de más luz.

El gato

El gato es un animal doméstico que tiene la facultad


de ver con la misma claridad durante las horas de luz
~...,..t:,~durante las nootUPnas.- · ~~~.,,~~·17·
<¡~·f"~;'.·,":;-·."·:).,: . ·, "'' ~· ·-'1.: :-·· .. ~ -; ,,

.;,
Los ojos del gato.

Entre los ojos del búho y los del gato existe una dife-
rencia básica, cual es que el primero no tiene control so-
bre el gobernante de su ojo, o iris, mientras que el gato
ha desarrollado a la perfección el control de este órgano.
En el ojo del felino, el gobernante es capaz tanto de ex-

84
pandirse hasta un grado extremo como de desaparecer.
Fig. 1. «Durante las horas de oscuridad.» Esta figura
muestra el estado de los ojos de un gato durante las ho-
ras nocturnas, en las que el gobernante se relaja al má-
ximo, dando una enorme zona de exposición que coincide
con la del receptor del búho, que sólo ve durante estas
horas.
Fig. 2. «Luz disminuida.» Esta figura muestra el esta-
do de los ojos del gato durante las horas del crepúsculo
o de la alborada. Aquí se ve el iris o gobernante móvil
del objetivo abierto aproximadamente en la mitad de la
zona total del receptor, por lo que tal zona de recepción
se reduce aproximadamente a la mitad, para que el con-
ductor sólo recoja la cantidad de fuerza lumínica que es
capaz de transportar por el nervio óptico hasta el ce-
rebro.
Fig. 3. «Luz brillante.» La figura muestra el estado del
ojo del gato durante la.s horas de mayor iluminación del
día. En esta figura se ve el gobernante tan tenso que sólo
se puede observar del receptor una línea fina como un
cabello, con lo que se reduce la corriente de fuerza que
alcanza al receptor hasta un grado mínimo.
Los pájaros y animales de visión nocturna demuestran
así que la visión, la capacidad de distinguir objetos, pue-
de continuar una vez que el cuerpo que ha estado emi-
tiendo rayos luminosos desaparece, y prueba de un modo
terminante que las ondas lumínicas también continúan,
lo que a su vez demuestra que existe en la fuerza un
momento que continúa durante cierto tiempo. También
se comprueba que el momento resultante de las fuerzas
solares continúa durante las horas nocturnas, aunque con
una velocidad y una potencia siempre en descenso. Cuan-
do los rayos solares abandonan la atmósfera, la corriente
de fuerza lumínica terrestre continúa en movimiento

85
como un aspa de molino con posterioridad a que desa-
parezca el poder que impulsa a éste. El aspa prosigue
sus revoluciones una vez desaparece el impulso que le
dota de movimiento, aunque con una velocidad siempre
en descenso. Cada giro se hace más y más lento hasta que
llega un instante en el que se detiene, indicando que la
fuerza magnética fría de la Tierra vence la fuerza del
momento y deja anclada el aspa en una posición fija. La
fuerza magnética fría sólo es capaz de conseguir este
efecto sobre el aspa porque el momento es una simple
fuerza secundaria. Las líneas de momento en el aspa de
molino son centrífugas. El aspa no volverá a ponerse en
movimiento en tanto no intervenga un poder externo a
ella. Lo mismo sucede en la atmósfera terrestre con la
luz. Una vez desunida la fuerza lumínica de sus fuerzas
solares afines, que son las que le proporcionan el poder,
la energía de tal fuerza lumínica en la atmósfera se va
debilitando hora tras hora hasta la anterior al alba, que
es cuando alcanza su cota más baja.
El hombre es incapaz de distinguir con claridad los
objetos durante las horas nocturnas porque el gobernan-
te del ojo humano no alcanza a expandirse en una zona
lo bastante grande para asimilar el suficiente volumen de
fuerza que llene la capacidad del conductor. Si el gober-
nante del ojo humano dispusiera de la misma capacidad
de expansión que los del búho o del gato, el hombre po-
dría, al igual que ellos, ver durante las horas nocturnas
con la misma claridad que durante el día.
Lo que antecede nos proporciona a todos una intere-
sante lección moral.

86
El calor

El calor de la Tierra es una fuerza puramente terres-


tre, y no proviene del Sol. Definiré en qué consiste el
calor:
El calor es un fenómeno que consiste en la unión y
concentración de una subdivisión de la fuerza electro-
magnética en que se divide la fuerza terrestre primaria.
Tal concentración se produce en un punto o una zona
determinada, donde las sustancias que se encuentran al-
rededor son incapaces de proceder a un intercambio tal
que toda la zona quede equilibrada o ecualizada, o bien
que no puedan proceder a esta ecualización con una ve-
locidad tal que impida el aumento de temperatura en tal
punto o zona.
¿Qué es la temperatura?
La temperatura es la indicación y la medida de una
fuerza calórica terrestre en un punto o zona determinada.
El grado de temperatura es la medida del volumen de
dicha fuerza contenido en un punto o zona determinada.
La fuerza calórica es, habitualmente, una fuerza fría.
Durante el tiempo que la fuerza permanece almacenada
en la corteza terrestre está en estado frío, igual que cuan-
do su reserva está situada en la atmósfera.
En cualquier salón de un edificio se mantiene en reser-
va una cantidad de fuerza calórica suficiente para fundir
todo el edificio, en caso de que se provocara en ella un
grado máximo de actividad.
La acción de la fuerza calórica se explica de una ma-
nera muy clara en una antigua tablilla naacal, «y los dar-
dos del Sol encontraron a los dardos del calor de la Tie-
rra en la atmósfera, y le dieron vida, y la faz de la Tierra
se calentó con el calor», y también aparece en los nahuatl,
donde se dice que «las partículas que alcanzaron los dar·
87
dos divinos se animaron de vida, y el calor fue creado».
Las fuerzas afines del Sol se contienen en sus rayos. Las
fuerzas afines a la fuerza calórica terrestre extraen prime-
ro a ésta de la corteza y la superficie del globo y la trans-
portan a la atmósfera. Cuando se encuentran en ella las
dos fuerzas, la terrestre y la solar, se entremezclan y de
esta unión toma vida la fuerza calórica, que toma forma
de ondas. En realidad existen dos fuerzas solares afines
que se relacionan con la actividad de la fuerza calórica. La
primera fuerza solar afín extrae de la piel de la Tierra la
fuerza calórica fría y la traslada a la atmósfera. Esta pri-
mera fuerza solar no anima la fuerza calórica ni le da
vida. La fuerza calórica sólo se pone en contacto con la
fuerza solar afín que le infundirá vida en la atmósfera
del planeta.
La fuerza magnética del Sol, que extrae la fuerza caló-
rica de la corteza terrestre, es incapaz de animarla a la
actividad y de darle movimiento y vida. Es un hecho evi-
dente, por cuanto es fácil comprobar, que la fuerza caló-
rica abandona la corteza en estado frío. Si esta particular
fuerza magnética del astro rey fuera capaz de transfor-
mar la fuerza calórica y de darle vida y actividad, suce-
dería que el proceso tendría lugar aun antes de que ésta
abandonara la superficie del globo y, como sea que la
cotreza terrestre está saturada de fuerza calórica, se pro-
duciría un estado peculiar en la superficie; tal estado
mostraría una superficie terrestre al rojo vivo sobre la
que no podría sostenerse ningún tipo de vida.
El hecho de que la superficie terrestre no esté al rojo
vivo, pese a que está saturada de fuerza calórica que
constantemente está siendo extraída de ella por la fuerza
solar afín, constituye una clara demostración de que esta
fuerza afín que la extrae es diferente de la que propor-
ciona la vida a la fuerza calórica en nuestra atmósfera.

88
Previamente he dejado establecido que la atmósfera
tiene una capacidad de contención de fuerzas controlada,
que cada partícula atmosférica, tanto si es de la atmós·
fera analizable como si es de la esencia de la misma, pue-
de mantener en suspensión una determinada cantidad de
fuerza y no más. Ahora iré más lejos y afirmaré que esta
regulación se aplica tanto a las fuerzas por separado como
al conjunto de todas ellas. Cuando la capacidad de con-
tención de la fuerza calórica se completa, la fuerza mag-
nética no puede extraer más porque no tiene donde co-
locar el exceso.
En los círculos polares se han descubierto fósiles de
vegetales que sólo aparecían en las regiones de clima tro-
pical y subtropical, lo que demuestra que en la época en
que crecían estas plantas en el planeta, las hoy heladas
regiones polares eran entonces zonas cálidas o tropicales.
Ello nos lleva a formularnos una pregunta de gran inte-
rés: ¿Qué se ha hecho del calor que en épocas antiguas
hizo crecer esas plantas en las regiones polares?
El calor es una fuerza que requiere un espacio lleno
de elementos, y como sea que más allá de nuestra atmós-
fera el espacio no contiene elementos sobre los que la
fuerza calórica pueda actuar, se hace evidente que el calor
no se perdió en el espacio.
Durante la época en que las aguas se instalaron sobre
la corteza terrestre, en el cuerpo del planeta no había su-
ficiente lugar de almacenamiento para las fuerzas enton-
ces existentes. En consecuencia, la atmósfera presentaba
una sobresaturación de fuerzas en su interior. Tales fuer-
zas vagaban en espera de encontrar dónde almacenarse.
A medida que la corteza iba alcanzando mayor profun-
didad, se incrementaba la capacidad receptiva de la mis-
ma, y con ella fue reduciéndose gradualmente la sobre-
saturación que padecía la atmósfera. Tal trasvase de

89
fuerzas dio como resultado un decrecimiento de la capa-
cidad calórica de la atmósfera, proporcional al ensancha-
miento y al enfriamiento de la corteza del globo. En los
primeros tiempos, lo que hoy en día son regiones heladas
eran entonces zonas supertropicales, y al irse ensanchan-
do la corteza su temperatura decreció hasta alcanzar los
niveles actuales.
El espacio es, a todos los efectos, una región vacía. La
fuerza calórica no puede ni entrar ni pasar a través del
vacío. El espacio forma una barrera infranqueable al
avance de la fuerza calórica en cualquier dirección. El
espacio es la nada, y la fuerza del calor no puede pe-
netrar en la nada. Las fuerzas imitan de algún modo la
acción de los elementos; esto es, tras realizar el servicio
que la Naturaleza les asigna se quedan sin poder, ex-
haustas.
Cuando los elementos se quedan sin poder tras reali-
zar el servicio designado para ellos por la Naturaleza,
regresan a la madre tierra para regenerarse y renacer con
nuevos bríos. Caen las bojas de árboles y arbustos, la
hierba se marchita y muere; ambos elementos se sumer-
gen en el laboratorio que forma la Naturaleza en la Tie-
rra, donde se descomponen y se unifican con el suelo del
que una vez surgieron, para, en una fecha futura, asomar
de nuevo como una nueva vegetación, pujante y con vida.
Cuando las fuerzas pierden su potencia, son atraídas de
nuevo al gran imán central que forma la línea de fric-
ción. Allí se regeneran y pasan al almacén, la corteza
sólida de la Tierra.
La fuerza calórica así gastada se regenera mediante
tal proceso, y se almacena en la parte indicada. Allí per-
manece en estado inanimado y frío hasta que la Natura-
leza requiere de ella para cualquier otra acción.
En tanto las fuerzas solares extraen de la corteza una

90
cantidad de fuerza calórica regenerada, el gran imán cen-
tral terrestre atrae hacia sí un volumen igual de fuerza
calórica exhausta para regenerarla, siguiendo así la gran
ley que gobierna la vida y el movimiento y que apunta
a un círculo u órbita de tránsito para todos los estados
de la materia. Hasta aquí he remarcado constantemente
el hecho de que la corteza sólida de la Tierra es el alma·
cén de las fuerzas regeneradas. Ahora desearía marcar el
interés sobre los hechos que expongo a continuación:
Cuanto más espesa se hizo la corteza, más bajó la tem-
peratura que registraba el exterior del planeta.
Dicha bajada de temperatura fue proporcional al es-
pesamiento y ensanchamiento de la corteza.
Cuando las fuerzas calóricas se quedan sin poder,
cuando están exhaustas, las fuerzas solares no tienen
modo de influir sobre ella.
Una fuerza magnética de control no puede almacenar-
se en un cuerpo supercalentado. El cuerpo debe estar
frío.
Una fuerza no puede regenerarse en una zona fría.
Varios fenómenos nos indican y demuestran que las
fuerzas de reserva almacenadas en la corteza sobrepasan
con mucho el volumen de fuerzas que se mantienen en
suspensión en la atmósfera. A esta diferencia de poderes
corresponde una línea o zona neutral, que es la encarga-
da en el momento presente de impedir que la Tierra siga
solidificándose y enfriándose a mayor profundidad que
la actual. Cuando quedó establecida esta zona neutral, la
temperatura de la atmósfera terrestre quedó por fin fi.
jada.
Hoy en día el volumen de fuerza calórica suspendida
en la atmósfera es igual en las zonas de clima helado qu.e
en las del cinturón tropical.
En cuanto la fuerza calórica llega a la atmósfera pro·
91
cedente del suelo, según la ley natural, comienza a ecua-
lizarse con ella en busca del equilibrio, y procede a ello
mediante intercambio, es decir, que cada partícula at-
mosférica posee un volumen igual de la fuerza. Lo que
conocemos por radiación no es sino el intercambio y
equilibrio de fuerza calórica de toda una zona, tanto si
es una habitación como si se trata de una zona a campo
abierto. Cuando las fuerzas quedan otra vez exhaustas,
el imán central procede a atraerlas para su regeneración.
Las fuerzas solares mantienen en suspensión en la at-
mósfera a las fuerzas terrestres, incluida la calórica, y
así lo hacen hasta que el día termina y el Sol se hunde en
el horizonte. A partir de ese momento las fuerzas solares
no tienen poder sobre las fuerzas atmosféricas. Entonces
comienza su labor el gran imán central. :e.ste tira de las
fuerzas exhaustas y las atrae a la línea de fricción. Allí
llegan tanto las que están totalmente agotadas como las
que se encuentran en estado de gran debilidad. Gradual-
mente, el momento de las fuerzas va deteniéndose, y con
ello se van haciendo menos activas. Así se explica el fe.
nómeno de que la noche sea más fría que el día. Otro fe-
nómeno observable es que la Tierra experimenta varia-
ciones de temperatura en puntos diferentes de su super-
ficie, que van de caliente y templado a frío. Tal estado
responde a lo siguiente:
En primer lugar, el ángulo con que los rayos solares
inciden en las líneas de fuerzas terrestres.
En segundo lugar, el tiempo que los rayos del Sol ne-
cesitan para cruzar estas líneas terrestres cada día del
año.
De ello se colige que tanto el ángulo como el tiempo
tienen que ver con el fenómeno; sin embargo, lo que se
cumple no es sino una ley natural: cuanto más perpen-
dicular es la línea formada por los rayos solares en rela-

92
ción a las líneas de fuerza terrestres, mayor es el poder
de tales fuerzas solares. En consecuencia, a la altura de
esos ángulos encontraremos la mayor cantidad de calor;
esto sucede en los trópicos.
Las regiones templadas son aquellas sobre las que in-
ciden los rayos solares formando con las líneas de fuerza
terrestres ángulos más abiertos, obtusos.
Cuando los rayos solares dan en el globo en los ángu-
los más obtusos, encontramos la máxima frigidez: las re-
giones polares.
A continuación trataré algunos fenómenos que servi-
rán para comprobar que la fuerza calórica requiere es-
pacio y elementos para actuar; sin elementos no podría
existir.
Si elevamos la temperatura de, digamos, una barra de
acero, ésta se dilatará; el volumen de fuerza adicional, o
mejor añadido, se ha hecho espacio en el acero mediante
el proceso de dilatarlo. Luego, si extraemos la fuerza ca-
lórica procediendo a su enfriamiento, el acero se enco-
gerá hasta su medida original. En esto consiste el fenó-
meno común conocido por dilatación y contracción.
De noche, cuando los rayos solares inciden en la cara
opuesta del planeta, podemos volver a sobrecalentar el
acero y expandirlo. ¿Hemos obtenido entonces el calor
del Sol, que se encuentra en la parte opuesta de la Tie-
rra? Naturalmente que no. El calor se extrae de la atmós-
fera, donde se encontraba en estado frío y letárgico, tras
haber sido extraído y evaporado de la corteza, y sin que
hubiera sido consumido previamente.
Un fenómeno común y bien conocido es que cuanto
más nos acercamos a la fuente calórica, más alta encon-
tramos la temperatura; por ejemplo, imaginemos una
sala alargada con un hogar caliente al fondo. En el ex-
tremo opuesto de la habitación comprobaremos que la

93
temperatura es varios grados inferior a la que se registra
en las inmediaciones del hogar. En el centro de la sala
la temperatura estará entre ambos extremos. Así pues, si
el calor terrestre proviene del Sol como cuentan nuestros
científicos, cuanto más cerca nos hallemos de él más ca-
lor deberíamos encontrar. ¿Sucede esto así? Pasemos a
comprobarlo.
Trasladémonos al trópico, pues es allí donde el Sol
incide directamente sobre nuestras cabezas. Partamos del
nivel del mar, desde las orillas del océano. Medimos la
temperatura y recogemos exactamente 45 grados centí-
grados. Tomas un globo y nos elevamos a tres mil me-
tros, directamente hacia el Sol; a esa altura vemos que
la temperatura ha descendido al punto de congelación,
cero grados. Subimos a doce mil metros sobre el nivel
del mar, todavía en dirección al Sol. Ahora nos hallamos
a varios kilómetros menos del Sol que junto al océano.
Procedemos a medir nuevamente la temperatura. Ha ba-
jado a cincuenta grados bajo cero. Este es un frío inso-
portable, por mucho que los científicos afirmen que a
doce mil metros se está mucho más cerca de la fuente de
calor.
Para corroborar los resultados de nuestro ascenso en
globo, hagamos un poco de alpinismo. Partiremos de un
valle cálido al pie de una montaña de gnm altura. Du-
rante la ascensión vernos que la temperatura se va ha-
ciendo más y más fría. Esto prueba claramente que cuan-
to más nos distanciarnos del nivel del mar, más baja es
la temperatura. También podernos dar por comprobado
que cuanto más se aparta uno de la superficie terrestre
más se aleja también de la fuente terrestre del calor.
Otro fenómeno bien conocido es que cuando ascende-
rnos a partir del nivel del mar, la atmósfera se va hacien-
do cada vez menos densa. Cuanto más subimos, más se

94
ratifica. Tal fenómeno tiene su explicación en que existen
menos partículas atmosféricas por centímetro cúbico a
doce mil metros de altura que a nivel del mar. Tal dismi-
nución de las partículas atmosféricas no siempre está
en una proporción regular, como se demuestra en la obra
de G. L. La Reciprocidad Cósmica.
Nos enfrentamos ahora a dos hechos:
El primero, que cuanto más nos elevamos, más rarifi-
cada es la atmósfera. Esto es, que se cuentan menos par-
tículas atmosféricas por centímetro cúbico flotando en
la esencia atmosférica. El segundo, que cada partícula
atmosférica puede contener solamente una cantidad dada
de fuerza calórica.
Tal es la razón de que la temperatura descienda cuan-
do nos elevamos del nivel del mar. Lo resumiré en una
adición aritmética. A nivel del mar existen diez mil par-
tículas atmosféricas por centímetro cúbico a una tempe-
ratura de cuarenta y cinco grados. A tres mil metros sólo
hallamos cinco mil (?) partículas por centímetro cúbico.
Esta cantidad sólo puede mantener la mitad del volumen
de fuerza calórica. Así, la temperatura debería ser la mi-
tad de la anterior. Descubrimos que es así, pues a esos
tres mil metros la temperatura ha descendido a los vein-
tidós grados. Las cifras anteriores sólo son una base para
explicar este ejemplo. Las cifras reales pueden encontrar-
se en otras obras de contenido más científico.
¿Qué otras pruebas se requieren para demostrar que
el calor terrestre no proviene del Sol, sino que es una
fuerza que nace en sus propias entrañas?
Apuntaré un nuevo ejemplo de carácter totalmente dis-
tinto, cual es los efectos de un pirómetro electromecá-
nico.

95
Los fenómenos calórico$

Un volumen suficiente de fuerza calórica acumulada y


concentrada en un punto determinado es capaz de produ-
cir reacciones o análisis termoquímicos.
El análisis termoquímico es un paso anterior a una
síntesis de dicho tipo. Una síntesis termoquímica que qui-
zás estemos analizando en la actualidad puede haberse
formado hace decenas de millones de años. Existen va-
rios modos mecánicos mediante los cuales puede acumu-
larse y concentrarse fuerza calórica. Esta acumulación y
concentración puede realizarse tanto por medios mecá-
nicos como químicos. Sin embargo, es más sencillo acu-
mular y concentrar un conjunto de varias fuerzas perte-
necientes todas a la división electromecánica de la fuerza
terrestre primaria que aislar y concentrar la fuerza caló-
rica sola. En tal caso, generalmente se acostumbra a
acumular un grupo afín de fuerzas del que tome parte la
calórica, o bien otro del que forma parte la lumínica.
La dínamo, aparato de maquinaria mecánica, no es un
generador de fuerza electromagnética. La dínamo sólo ex-
trae la fuerza de la atmósfera que lo rodea, y donde se
encuentra en suspensión. La atmósfera que rodea la dí-
namo no puede verse despojada de sus fuerzas, pues tal
fenómeno viene controlado y prevenido mediante el in-
tercambio y la ecualización. Cuando la dínamo corta las
líneas de fuerza y las hace divergir hacia sus propios
canales, las fuerzas que la rodean actúan y mantienen la
atmósfera completamente cargada de una corriente cons-
tante proveniente de la masa terrestre que reemplaza a
todas las fuerzas que se agotan. La fuerza calórica es
afín a todos los elementos, fuertes unos, débiles otros, y
negativos, aunque no del todo, otros más. La mayor afini-
dad elemental de la fuerza calórica es con el oxígeno. La

96
fricción, que no es un elemento ni una fuerza, sino un
fenómeno resultante de la acción de fuerzas y elementos,
tiene la facultad de recoger y concentrar la fuerza caló.
rica. Las fricciones que se producen en la superficie te.
rrestre sólo son duplicados mínimos de la acción del gran
imán central. Una fricción suficiente acumulará y concen·
trará un volumen tal de fuerza que permita la combus·
tión de cuerpos sólidos. Las llamas del fuego son el resul-
tado de un análisis termoquímico. Tal análisis, resultado
de la fricción, puede provocar que un sólido se transfor.
me y pase a la atmósfera en forma de gas sobrecalenta-
do. El fenómeno que produce este proceso se conoce
como e:las llamas del fuego». Cuando se ha provocado el
análisis de un compuesto por mediación de la fricción
mecánica, la posterior fricción que conlleva el análisis
debe su existencia a una fricción química causada por la
separación de los elementos del compuesto que forma el
sólido. Esto sucede así porque toda separación termo-
química está acompañada de fricción química. Tal fric-
ción química acumula y concentra continuamente volú-
menes mayores de fuerza calórica en el compuesto que
realiza o continúa la combustión.
El análisis termoquímico puede acelerarse mediante ta
utilización de oxígeno.
La fricción por sí misma es incapaz de dar inicio o de
mantener una llama, pues al igual que la dínamo es sola-
mente un agente que recoge y concentra la fuerza. Tal
fuerza, y sólo ella, es la responsable de la llama. En cuan-
to prende el fuego, el volumen de fuerza que le da inicio
pasa a la atmósfera en la llama y procede a ecualizarse
con el resto de las partículas atmosféricas. Es esta forma
peculiar de ecualización la que caldea la atmósfera que
rodea un fuego. Cuando éste se apaga, la ecualización de
fuerzas continúa, y se extiende hasta que la atmósfera
alrededor del fuego se hace normal; esto sucede así por~
que, bajo la ley natural de la ecualización, el intercambio
debe proseguir hasta que la fuerza se haya distribuido
de forma uniforme en toda la zona afectada por el fuego
y el cambio de temperaturas que éste ha provocado, del
mismo modo que las aguas buscan la horizontalidad tras
la tormenta hasta que toda la superficie del mar queda
igualada.
La explicación del calor que antecede puede aplicarse
perfectamente a otro fenómeno bien conocido, el de que
un fuego puede reducirse o disminuir su intensidad si se
reduce el contenido atmosférico que lo rodea, o bie~
aumentar su intensidad si se aumenta la corriente de aire,
o llega a apagarse por completo si se le priva de atmós-
fera. No es la atmósfera ni ninguno de sus componentes
el principal responsable de los cambios que se producen
en la intensidad del fuego; los cambios sólo se deben al
volumen de fuerza presente en un momento dado. La
fuerza es primaria, los elementos que componen la at-
mósfera secundarios; uno de sus agentes, el oxígeno, es
el que lleva o provoca la actuación de la fuerza. Como ya
se dijo antes, la atmósfera contiene enormes volúmenes
de fuerzas en suspensión; cada átomo o partícula de oxí-
geno lleva su cuota de fuerza calórica. Así pues, cuando
se reduce o incrementa el volumen de atmósfera, se
aumenta o reduce proporcionalmente el volumen de fuer-
za que se está proporcionando a la fricción química. Si
se elimina por completo el suministro de atmósfera al
fuego, la cantidad de fuerza necesaria para continuar la
combustión se corta también, por lo que el fuego deja
de producirse.
He afirmado q'Q.e el calor es una fuerza de origen te-
rrestre y me mantengo en tal afirmación presentando
varios fenómenos de conocimiento general que demues-

98
tran el modo de actuar de dichas fuerzas. Ahora demos-
traré y probaré hasta lo razonable que el calor es una
fuerza, y una fuerza terrestre. A tal propósito utilizaré
en mi ayuda un aparato que se ha venido en denominar
pirómetro termoeléctrico.

s. J.

Pirómetro termoeléctrico.

99
El pirómetro termoeléctrico está diseñado para medir
temperaturas, especialmente las muy altas. Por las prue-
bas y experimentos que he realizado, puedo afirmar que
se pueden realizar con él mediciones precisas hasta los
mil doscientos grados. Pasada esta temperatura ya no re-
gistra con fidelidad, pues el metal que forma su extremo
alcanza su punto crítico y se funde. Se puede realizar
una lectura aproximada en las inmediaciones de los mil
doscientos grados centígrados, pero no puede tomarse
más que como aproximada.
En realidad, el pirómetro termoeléctrico no registra
el calor más de lo que lo hace el prisma. El pirómetro
mide y registra el volumen de corriente magnética, no
la corriente calórica. El calor y las fuerzas magnéticas
que afectan al pirómetro son derivaciones de la división
electromagnética de la fuerza terrestre primaria. Son fuer-
zas que están asociadas, siempre en una proporción exac-
ta, excepto cuando se las aísla a propósito una de otra. La
proporción es invariable. Así pues, si fijamos el volumen
de fuerza magnética com ox= 100 grados C. de calor, ve-
remos que 2=200 grados, y 3x=300 grados, hasta los mil
doscientos que comentábamos.
La manera habitual de calibrar el pirómetro termo-
eléctrico es mediante el agua caliente. Llevo agua caliente
a cuarenta grados medidos con un termómetro ordina-
rio. Luego introduzco el extremo metálico del pirómetro
en el mismo agua y mido dónde alcanza esos cuarenta
grados. Luego, para efectuar una comprobación, llevo el
agua a ochenta grados en el termómetro ordinario y com-
pruebo en el pirómetro que la lectura sea también co-
rrecta.
Pocos hombres no impuestos en el tema conocen la
construcción y el funcionamiento de un pirómetro ter-
moeléctrico, por lo que he dibujado uno, conectado a una

100
pieza de acero caliente introducida en un horno. Sobre
este dibujo realizaré la explicación, que considero estará
al alcance de cualquier lector.
D es el horno. S el acero caliente. F, un par de
cables aislados normales. E, una punta de metal deno-
minada terminal, fabricada de un metal refractario como
platino, platino-rodio o platino-iridio. E.E, la conexión de
la punta anterior con el cable principal que sale del hor-
no. G.G, es la conexión del otro extremo del cable princi-
pal con el pirómetro.
Así se observa que del pirómetro P al horno D, que
contiene el acero caliente S, cuya temperatura se está
procediendo a medir, parten un par de cables aislados
ordinarios, F, del mismo tipo que los utilizados habitual-
mente para electricidad. Tales cables se conectan al exte-
rior del horno en E.E, donde tienen su contacto con el
vértice de metal que servirá para medir y que se compo-
ne también de dos cables, pero de metal refractario. Un
vértice de los cables de metal refractario está sobre el
acero caliente S. El otro vértice, que puede situarse a
cualquier distancia del horno, desde treinta metros a dos
kilómetros, se conecta con el pirómetro en G.G. En este
aparato, la corriente se transmite a una resistencia, y de
allí a una aguja o indicador, que avanza o retrocede se-
gún varía la corriente. La aguja se encuentra en una es-
fera dividida en grados. Así, el movimiento de la aguja
apunta a una marca de la esfera que a su vez indica el
grado de temperatura o el volumen de fuerza calórica
que se está alcanzando en el acero que se encuentra den-
tro del horno. Este perfil muestra todas las posiciones y
todos los estados. Se puede observar que cualquier co-
rriente eléctrica que alcance a mover la aguja o indica-
dor en cualquier dirección que lo haga, bien sea adelante
o atrás, deberá provenir necesariamente del acero con-

101
tenido en el horno, pues ésta es la única conexión del
pirómetro.
Tras esta descripción del instrumento y de su funcio-
namiento, pasaré ahora a ponerlo en marcha.
El lingote se coloca en el horno a temperatura ambien-
te, pongamos 23 grados centígrados. La aguja marcará en
el pirómetro el punto de los 23 grados. El siguiente paso
es lo que técnicamente se conoce por «encender el hor-
no». Cuando el lingote comienza a absorber el calor, lleva
la corriente eléctrica hasta el extremo del cable de metal
refractario; de allí, por los cables, la impresión térmica
llega al pirómetro. La fuerza pasa entonces por los cables
y resistencias y hace avanzar la aguja de los 23 a los 360
grados, señalados con la línea A en el gráfico, lo que
muestra que la acumulación de calor en ese instante en
el lingote de acero ha subido hasta los mencionados 360
grados.
(Se habrá observado que mientras en la figura la lec-
tura de grados se efectúa en la escala Farenheit, en el
texto se ofrece su correspondencia en grados centígrados.)
Procedernos ahora a abrir más el paso de aire y así
aumentamos la intensidad del fuego. El lingote absorbe
más fuerza calórica y la aguja muestra el incremento
avanzando desde el punto de los 360 grados al de los 720,
señalados con la línea a trazos B en el gráfico. Abramos
de nuevo el paso de aire corno hemos procedido en las
ocasiones precedentes. La aguja avanza hasta alcanzar la
marca de los 1.080 grados y se detiene en la línea C del
marcador del aparato. Tenemos ahora 1.080 unidades de
fuerza magnética en el lingote, lo que nos dice que exis-
ten también 1.080 grados centígrados de fuerza calórica.
Al «apagar el horno», es decir, al proceder al cierre de
todas las corrientes de aire en su interior, se produce una
reacción y la aguja retrocede en el marcador, demostran-

102
do de esta manera que las fuerzas están abandonando el
lingote. La rapidez en el movimiento de la aguja está re-
gida por la velocidad con que las fuerzas abandonen el
lingote de acero, y del intercambio que se produzca con
la atmósfera y las sustancias que lo rodean. Esta forma
de intercambio y ecualización se denomina comúnmente
«enfriamiento».
El pirómetro debe colocarse siempre en un punto don-
de la temperatura sea normal, y alejado lo más posible de
la sustancia que se proceda a medir, para que no pueda
afectarlo el calor irradiado del horno y no obtengamos
una falsa medición de la temperatura del material que
introducimos en éste. Además, queda bien demostrado
que sólo hay un tipo de fuerza procedente del lingote ca-
lentado que afecte al instrumento, y ésta es la fuerza
magnética, no la calórica.
Se ha demostrado, pues, que el aumento de temperatu-
ra del lingote de acero iba acompañado por movimientos
atmosféricos, que formaban masas de fuerza calórica
acompañadas de fuerzas magnéticas. Esta última era la
que se transportaba mediante cables al instrumento de
medición y la que medía la aguja; los movimientos de
esta aguja se correspondían continuamente con el volu-
men cada vez mayor de fuerzas que se concentraba en el
lingote.
Sin embargo, se puede argüir que eran los elementos
componentes de la corriente atmosférica los agentes res-
ponsables de la elevación de temperatura en el lingote.
Efectuaré una nueva prueba para resolver dicha obje-
ción y comprobar una vez más lo expuesto anterior-
mente. En esta ocasión usaremos un horno eléctrico en
el que no resulta necesaria la corriente de aire. El horno
eléctrico se utiliza lo más cerca del vacío posible. El
agente utilizado para fundir el acero será lo que se cono-

103
ce por corriente eléctrica, que contiene las ramas princi-
pales de la división electromagnética de la fuerza prima-
ria. En tal caso, la fuerza calórica se acumula y concen-
tra en el acero sin la colaboración de las corrientes de
aire. Mientras la fuerza se acumula en el lingote, la tem-
peratura de éste continúa subiendo hasta que el metal
agota su resistencia y se funde. Comienza el proceso de
análisis termoquímico. La fusión es el primer paso. Con
ello se demuestra que es la fuerza calórica y sólo ella la
causante de que el lingote de acero aumente su tempera-
tura hasta los 1.080 grados en el experimento previo.
Antes de finalizar este capítulo dedicado al calor, quie-
ro añadir unas cuantas líneas acerca de la fricción.
La fricción no es una fuerza. Es el agente natural que
posibilita la acumulación y concentración de fuerzas. Por
ejemplo:
Tomemos dos pedazos de madera y frotémoslos vio-
lentamente el uno contra el otro. Al poco tiempo lama·
dera se encenderá con una llamarada. Este fuego no ema-
na del trabajo manual sobre las maderas, ni es tampoco
el volumen necesario de fuerza contenida en ellas lo que
las encienda, pues de no ser así las maderas se quema-
rían ellas solas, sin necesidad de frotarlas.
La fricción es lo más afín a la fuerza calórica, pues en
cuanto se produce el fenómeno de la fricción, indefecti-
blemente puede recogerse y concentrarse el calor. El fro-
te de las maderas hace que la fricción aumente hasta que
en un punto dterminado de las mismas se recoge y con-
centra el volumen de fuerza necesaria para dar inicio a
la combustión. Las manos y los pedazos de madera son
como la dínamo, meros agentes dedicados a recoger y
concentrar la fuerza.

104
IV. WSRAYOS

Ya me he referido extensamente sobre los rayos en los


dos capítulos precedentes. Hay, sin embargo, ciertos pun-
tos que todavía no he tratado en profundidad.
El universo está constituido por elementos y fuerzas.
Muchos de los elementos son perceptibles mediante la
visión.
Ninguna de las fuerzas puede verse mediante el ojo.
Elementos y fuerzas son indispensables mutuamente.
Todos los movimientos de los elementos se realizan por
medio de la intervención de las fuerzas.
Si no existiesen los elementos, sólo podría haber una
fuerza, la fuerza suprema.
Sin las fuerzas, los elementos estarían muertos y ca-
recerían de movimiento.
Todos los elementos terrestres emiten rayos.
Las fuerzas no emiten rayos.
Algunos elementos sólo emiten rayos visibles a altas
temperaturas, mientras que otros los emiten a baja tem-
peratura. En ciertos casos la temperatura no tiene nada
que ver con los rayos, ni es responsable de ellos.
Todas las fuerzas que emanan del Sol, y todas las que
provienen de la división electromagnética de la fuerza
primaria, son transportadas mediante rayos. Todos los
rayos son portadores de fuerzas; los rayos no son en sí
mismos fuerzas, sino portadores de tales fuerzas. Es
igual que los cántaros de agua: el cántaro no es el agua
sino sólo su portador.

105
Los cuerpos supercalentados emiten rayos. Un cuerpo
supercalentado es de color rojo, aunque mientras el cuer·
po permanece rojo, puede aparecer blanco o color paja,
según los rayos lumínicos propios que lo rodean. Un rayo
visible de color puede llegar a intensificarse tanto que
se haga invisible.
Los rayos multicolores, los rayos lumínicos visibles,
no se deban a cambios de color del cuerpo que los emite,
porque cuando abandonan el cuerpo sólo son oscuros e
invisibles rayos primordiales. Los distintos colores se de-
ben a que nuestra especializada atmósfera divide y filtra
separadamente cada uno de ellos del rayo primordial.
Cuando un rayo ha sido :filtrado, se convierte en portador
de alguna fuerza. Si observamos un horno al rojo, nunca
veremos que el verdadero cuerpo emita rayos. Lo único
que observaremos será el halo formado por los rayos lu-
mínicos visibles, una vez han sido :filtrados del rayo pri-
mordial, y entonces sólo permanece visible hasta que se
dispersa en la atmósfera. Para ver el cuerpo en sí mismo,
debe procederse a velar los rayos lumínicos y a eliminar.
se el halo.
Si el ojo humano pudiera distinguir los rayos oscuros
igual que los rayos luminosos, todos los animales vivien-
tes parecerían existir dentro de un halo.
El rayo primordial oscuro e invisible se descompone
en forma de onda piramidal en zig-zag. Estos zig-zags tie-
nen los colores del espectro. Creo que ésta es la división
entre los rayos lumínicos y los oscuros. A partir de esos
zig-zags, el proceso final de filtrado tiene lugar en forma
de finas líneas rectas, de todos los colores. Cuanto más
se dispersan, más se reduce la onda, hasta que por últi-
mo desaparece por completo; los rayos de color sólo pue-
den trazarse a una distancia próxima de la pirámide, y
luego se pierden a la sensibilidad del ojo.

106
Aunque ya acabo de establecer que el rayo primordial
asume la forma de una pirámide en zig-zag, es apsoluta-
mente imposible afirmar si esta forma piramidal comien-
za exactamente en el momento en que el rayo primordial
abandona el cuerpo o si se desplaza antes de comenzar a
formarse, pues no puede observarse ningún rayo primor-
dial en el momento de abandonar la fuente de la que
procede. Ningún rayo se hace visible hasta que los rayos
lumínicos comienzan a dividirse de los oscuros. Resulta
totalmente posible que el rayo primordial asuma otras
formas antes de mostrarse como una pirámide en zig-zag.
Para ilustrar la afirmación que antecede «que nunca
es posible ver al cuerpo auténtico que emite los rayos»,
puede tomarse como ejemplo la lámpara eléctrica in-
candescente. La superficie que emite la luz es delgada
como un cabello. He procedido a medir cuidadosamente
el diámetro del halo de rayos lumínicos que rodean el
hilo incandescente de una bombilla corriente de 500 wa-
tios y he descubierto que es de 3 mm. de diámetro, varios
cientos de veces el diámetro del cuerpo que los emite.
Vemos los rayos, pero no alcanzamos a ver el cuerpo que
los produce.
En la lámpara eléctrica. incandescente no hay llamas,
sino rayos puros. Las llamas requieren alimentarse de
oxígeno; la bombilla es un vacío, sin oxígeno, y por tanto
no se requiere ni está presente el complemento necesario
para que se den las llamas.
Existen muchos fenómenos muy peculiares relaciona-
dos con los rayos; uno de ellos es que diferentes cuerpos
emiten los mismos rayos de colores a temperaturas enor-
memente diversas.
El extremo de un cigarrillo encendido emite un rayo
de color rojo acerca de 340º C. El acero emite el mismo
rayo a 700º C. Una lámpara incandescente con filamento

107
de carbón emite un rayo de color paja; si se cambia el
filamento por otro de tungsteno, el rayo que emite es de
color blanco.
La llama de una vela de sebo emite un rayo de color
paja. La de cera de abeja refinada lo emite de color
blanco.
Las luciérnagas y gusanos de luz emiten un rayo blan-
co. La temperatura de estos insectos está por debajo de
los 40• C. En cambio, para lograr ese mismo color en los
rayos procedentes del acero se requieren temperaturas de
entre 1.440 y 1.600 grados centígrados.
Yo puedo formar gases con ciertos elementos que
cuando se encienden lo hacen con rayos blancos puros,
mientras que la temperatura de las llamas está por de-
bajo de los cuarenta grados (temperatura ambiente). La
llama pasará por entre los dedos y las manos sin produ-
cir sensación alguna de calor. Para obtener este mismo
rayo de color del acero se requiere una temperatura de
1.600º C. Al añadir un nuevo elemento al compuesto, la
llama subirá inmediatamente a los 2.400-2.600 grados C.
Podría mostrar cientos de ejemplos parecidos que corro-
borasen mis experimentos. Presumo, sin embargo, que los
anteriores serán suficientemente representativos, y que
bastará con los ya expuestos. ~stos, los más sencillos de
comprender, los he escogido para que estuvieran al al-
cance del hombre de la calle que, por regla general, no
realiza estudios profundos de las ciencias complicadas.
Se ha demostrado con claridad que la temperatura no
gobierna el color del rayo emitido en todos los casos.
Como se ha visto, el rayo blanco que habitualmente se
entiende que emana de un cuerpo simplemente superca-
lentado, puede también provenir de cuerpos fríos a la
temperatura ambiente. El factor real que gobierna el co-
lor de un rayo es el componente químico del cuerpo del

108
que emana el rayo, y la diferencia, en su mayor parte,
se debe al grado de radiactividad que posee la sustancia
emisora del rayo.
Como antes ya establecí, todos los cuerpos son radiac-
tivos en mayor o menor grado, aunque en casi todos ellos
el grado es tan ínfimo que no puede medirse ni verse. La
causa de esta radiactividad general es que la división
electromagnética de la fuerza primaria impregna todas
las sustancias y, como las fuerzas nunca permanecen en
reposo, sino que se mueven permanentemente y, al ser los
rayos agentes que transportan las fuerzas, puede obser.
varse fácilmente por qué todas las sustancias son radiac-
tivas.
Anteriormente ya he establecido que el erróneamente
denominado calor solar está regido por el ángulo en que
los rayos del Sol conectan con las fuerzas terrestres en
la atmósfera. A continuación ofrezco una ilustración:

Angulas y fuerzas.

Los ángulos A1 y Aª muestran las fuerzas solares cor-


tando las líneas de fuerzas terrestres en el ángulo más
obtuso del Sol, pero en ángulos rectos con las líneas de
fuerzas. Los ángulos B 1 y B• son obstusos, pero no en el
grado que lo son los ángulos A1 y A•. Las fuerzas solares

109
cortan las líneas de fuerzas terrestres en un ángulo obtu~
so, de modo que en cierto grado las líneas terrestres si-
guen aproximadamente las fuerzas solares, dando un
ejemplo mayor que cuando inciden en ellas en ángulo
recto.
Angulo C. Aquí las fuerzas solares se encuentran con
las líneas de fuerzas terrestres en los extremos, y actúan
de extremo a extremo de la línea produciendo así el efec-
to máximo. Lo que antecede se prueba en el hecho de
que en los puntos en que las fuerzas solares cortan las
líneas de fuerzas terrestres en ángulo recto encontramos
las zonas frías del planeta; donde las líneas terrestres son
cortadas en ángulo obtuso, tenemos las zonas templa-
das; y donde las líneas terrestres son cortadas en toda
su longitud, vemos el efecto en su grado máximo: las re-
giones tropicales o tórridas.
La siguiente ilustración sobre ángulos y efectos será
un par de planchas de acero sometidas a pruebas balís-
ticas.

Dos dianas de acero.

Estas dos planchas tienen igual resistencia. Una se ha


colocado en ángulo obtuso respecto al arma, de modo
similar a los rayos del Sol cuando cortan en ángulo ob-

110
tuso las líneas de fuerzas terrestres. El otro objetivo se
coloca en ángulo recto respecto al arma, como las fuerzas
solares inciden en nuestras zonas tórridas del planeta. Se
utiliza en ambos casos la misma arma, el mismo proyec-
til y la misma carga. Todas las condiciones son iguales
excepto los ángulos en que están dispuestos los objeti-
vos respecto al arma.
Fig. 1. El ángulo obtuso. Al alcanzar el objetivo, el
proyectil resbala ligeramente sobre la superficie a, y sale
por el mismo lado en una tangente, b. El objetivo no re-
sulta traspasado.
Fig. 2. Angulo recto. El proyectil atraviesa con nitidez
el objetivo.
La diferencia en el efecto de ambos disparos está cau-
sada únicamente por los ángulos de disparo; lo mismo
sucede con las fuerzas solares que inciden sobre las fuer-
zas terrestres. El poder y la fuerza son iguales de polo a
polo, y las diferencias en cuanto al efecto -las variacio-
nes de temperatura- se deben por entero a los distintos
ángulos en que las fuerzas solares cortan las líneas de
fuerzas terrestres. Las cuatro estaciones, que no son otra
cosa que variaciones de la temperatura, se deben a la
oscilación de los polos terrestres, que varían el ángulo de
los rayos solares.
Los rayos y sus fuerzas pueden recogerse y concentrar-
se y sus efectos pueden aumentarse mediante el uso de
lentes. Una lupa normal es una pieza de vidrio convexa
por ambos lados. Tiene la facultad de recoger todos los
rayos que caen en su cara o superficie anterior y concen-
trarlos o enfocarlos en un punto dado bajo la superficie
inferior. La distancia entre lente y punto focal se rige
por la convexidad de la lente.
Pasaré ahora a describir un experimento con rayos en-
focados y fuerza calorífera.

111
La fuente será una bombilla eléctrica de cien lux. En
el punto focal, los rayos con sus fuerzas se juntan y for-
man un punto incandescente. Dicho punto brillante surge
de la acumulación y concentración de la fuerza lumínica
en el punto focal. La acumulación se debe a que cierta
cantidad de rayos, con sus contenidos de fuerza lumíni-
ca, se juntan y entrecruzan en la zona representada por
el punto focal. Puede compararse a un embudo sujeto a
superpresión.
Los rayos portadores de fuerza calórica se recogen y
concentran en el punto focal igual que los de la fuerza
lumínica. Así, el calor concentrado es capaz de provocar
que las sustancias entren en combustión. Si la lupa fuera
lo bastante grande y poderosa para fundir platino, los
rayos luminosos quedarán velados y serán repelidos, que-
dando sólo los rayos calóricos enfocados en el punto. En
tal caso no se dará punto de incandescencia, pero el pla-
tino se fundirá igualmente.
Puede argumentarse que el vidrio es de algún modo
responsable del exceso de calor. Para probar que no es
así, fabricaré una lente con un pedazo de hielo y lograré
el mismo efecto. Mientras no se funde, el hielo muestra
que la fuerza calórica se transporta en los rayos que atra-
viesan el hielo, y en tal estado es una fuerza fría.
A este respecto no puedo sino repetir ciertos experi-
mentos realizados por el finado J ohn Tyndall, experimen-
tos que he reproducido en multitud de ocasiones, y que
me han reportado cada vez nuevos conocimientos acerca
de los rayos y las fuerzas.
Así como Cuvier fue el padre de la paleontología, Tyn-
dail, sin que él mismo lo supiera, fue el padre de la cien-
cia de las fuerzas. Tyndall nunca apreció en todo su va-
lor su propia grandeza.
Antes de resumir su exposición y mostrar sus experi-

H2
mentos, haré mención de algunos puntos relativos a afini-
dades y repuliiones, tal y como se muestran con toda
claridad en los trabajos de Tyndall.

Afinidades. La afinidad puede ser tanto una fuerza


como un elemento, o un compuesto elemental, y se ma-
nifiesta cuando éste o aquélla son atraídos mutuamente
o cuando tienden a aproximarse el uno al otro. La aguja
magnética es un ejemplo de afinidad entre una fuerza y
un elemento.
Repulsiones. El repelente puede ser la fuerza o el
elemento, como se muestra cuando uno repele al otro.
Neutros. Un neutro puede ser una fuerza o un ele-
mento, y se muestra en que uno no influye en el otro.
Una fuerza magnética es una fuerza afín cuando atrae
o tira hacia sí.
Una fuerza centrífuga es una fuerza repelente cuando
repele o aparta de ella.
Los movimientos de los cuerpos se basan en las fuer-
zas afines o repelentes, y en ocasiones en ambas.
Los rayos portadores de fuerzas tienen sus afinidades,
sus repulsiones y sus neutralidades en otros rayos y co-
lores. Los colores tienen sus afines, sus repelentes y sus
neutros en los rayos y también en los colores.

Extracto de las conferencias de J ohn Tyndall

Un rayo de sol normal contiene rayos de todos tipos


y colores, pero resulta imposible tamizar o filtrar el rayo
de modo que se intercepten todos los rayos lumínicos y
sólo dejen pasar los oscuros; igualmente imposible resul-
ta filtrar todos los rayos oscuros de modo que pasen so-
lamente los lumínicos. Sin embargo, lo segundo puede
113
conseguirse a todos los fines práeticos de esta investiga-
ción. Se han descubierto sustancias extremadamente opa-
cas a los rayos lumínicos y que son perfectamente trans-
parentes a otros. A la inversa, es posible, mediante las
sustancias adecuadas, interceptar en gran medida los ra-
yos calóricos puros procedentes del Sol (1) y permitir el
paso y la libre transmisión de los rayos lumínicos puros.
Tal separación no puede realizarse de un modo tan
perfecto como la filtración de los rayos lumínicos. Nunca
hemos podido observar los movimientos de las ondas que
producen la luz, pero podemos conocer su presencia, su
posición y su magnitud si procedemos a medir sus efec-
tos. Sin embargo, sí se han determinado sus longitudes,
que se han descubierto varían de 1/75.000 a 1/150.000 de
centímetro.
Sin embargo, además de los rayos que producen luz y
calor, el Sol emite multitud de otros rayos. Los mayores
y más poderosos que nos envía el Sol son de este tipo (2).
El calor que desprende toda fuente que no sea de co-
lor rojo a la vista no puede concentrarse de modo que
produzca los efectos a que nos hemos referido. Para con-
seguirlos es necesario utilizar un rayo emanado de un
cuerpo elevado a su mayor estado de incandescencia (3).
El sol es uno de tales cuerpos y sus rayos oscuros son
por tanto adecuados para nuestros experimentos. Sin em-
bargo, para los experimentos que vamos a realizar nos

(1) Aquí Tyndall parte de la base que el rayo es la fuerza.


Antes ya he señalado que el rayo es el portador de la fuerza, y
no la fuerza en si.
(2) Los rayos solares no son portadores de fuerza lumínica
ni calórica. Ambas fuerzas son de origen terrestre. Los rayos y
fuerzas más poderosas que el Sol nos envía son las que contro-
lan el movimiento de los cuerpos del sistema solar. :estas son
las fuerzas magnéticas.
(3) Ya he demostrado previamente que los cuerpos no son in-
candescentes; el rayo oscuro primordial impide tal posibilidad.

114
basta con un pequeño sol a nuestro alcance, la bombilla
eléctrica. La luz eléctrica tiene además otra ventaja, y es
que su radiación oscura abarca una proporción mayor
que la radiación total de los rayos solares. La luz eléc-
trica es, por tanto, no sólo adecuada, sino preferible para
los experimentos que nos disponemos a realizar (4.)
Experimento 1. Desde la fuente de una lámpara eléc-
trica puede enviarse a la sala un potente rayo, que reve-
lará a su paso las motas de polvo del aire pues, si no
existiesen esas motas, resultaría imposible ver el rayo (5).
Dispongamos un espejo de modo que el rayo incida en
él. El rayo se reflejará en el espejo en forma de un cono
de luz reflejada. El vértice luminoso del cono es el punto
focal. Ahora procedamos a colocar en el recorrido del
rayo una sustancia totalmente opaca a la luz. Se usará
la iodina, disuelta en bisulfato de carbono líquido. La luz
en el punto focal se desvanecerá de inmediato en el ins-
tante en que se introduzca la solución oscura. Sin embar-
go, esta solución es intensamente transparente a los ra-
yos oscuros, y cuando se ha procedido a hacer desapare-
cer la luz, queda un punto focal de estos rayos oscuros.
Puede notarse con la mano el calor que producen estos
rayos oscuros (6). Coloquemos un termómetro en el pun-
to focal y comprobaremos así su presencia o, mejor aún,

(4) ·Por lo menos la mitad de la radiación solar resulta im-


posible de medir debido a su intensidad. Esta parte de la radia·
ción solar es extrema. Las lámparas eléctricas también varían en
su radiación oscura, según cuáles sean los elementos que for-
man sus filamentos.
(5) El rayo del que habla Tyndall no es el rayo primordial,
sino un haz de rayos de todos los colores, pero separados unos
de otros. Se trata de los rayos oue hemos visto antes partiendo
del zig-zag piramidal, al principio de este capítulo. Los rayos
oscuros no revelan las motas de polvo de la atmósfera; sólo los
rayos lumínicos lo hacen.
(6) Los rayos no pueden notarse. lo que se nota es el calor
que transportan.

115
los podemos utilizar para producir una corriente eléc-
trica que afectará a cualquier aguja imantada.
Procederemos ahora a filtrar los rayos oscuros de
modo que queden interceptados. Lo haremos mediante
una solución de alúmina y agua. Ello permitirá el paso
de los rayos puramente lumínicos. Coloquemos un peda-
zo de algodón pólvora en el punto focal y dejemos que
los rayos luminosos ejerzan sobre él su supremo poder;
veremos que no produce efecto alguno. Extraigamos aho-
ra el filtro de alúmina y permitamos que el rayo sin fil·
trar caiga sobre el algodón. ~ste se disipará de inmediato
en una explosión. Ello es prueba de que los rayos lumí-
nicos son incapaces de provocar la explosión del algo-
dón, mientras que los rayos contenidos en el haz com-
pleto sí lo son. De ahí que tengamos que concluir que los
rayos oscuros son agentes verdaderos: sin embargo, tal
conclusión sólo podemos aceptarla como probable, pues
puede argumentarse que se requiere la mezcla de rayos
oscuros y lumínicos para producir tal resultado.
Ahora, por medio de la solución opaca de iodina, fil.
tremos los rayos lumínicos y permitamos que los rayos
oscuros queden enfocados en el algodón pólvora: se pro-
ducirá la explosión, como ya sucedió antes. De ahí que
podamos afirmar que los rayos oscuros y sólo ellos son
los causantes de la ignición del algodón pólvora. Si colo-
camos en este mismo punto focal una lámina de platino,
se calentará inmediatamente al rojo vivo, el cinc se fun-
dirá y el papel arderá de inmediato, y mientras tanto la
atmósfera que rodea el punto focal seguirá tan fría como
en cualquier otro punto de la habitación.

Hasta aquí los hechos descritos por John Tyndall. No


puedo concebir ningún experimento mejor que el aquí

116
expuesto para demostrar y probar:
1. Que los rayos primordiales existen, y que tales ra-
yos están formados por una múltiple variedad de rayos
de colores.
2. Que en nuestra atmósfera especializada tales rayos
primordiales se dividen y separan, y que cada rayo sepa-
rado puede filtrarse y aislarse de todos los demás.
3. Que existen dos divisiones principales de rayos que
parten del primordial. Una de tales divisiones se compo-
ne de los rayos lumínicos visibles, y la otra de rayos os-
curos invisibles.
4. Que los rayos lumínicos transportan la fuerza lu-
mínica y no llevan ni una partícula de fuerza calórica.
S. Que algunos de los rayos oscuros transportan las
fuerzas calórica y magnética, pero que no llevan ni un
ápice de fuerza lumínica.
6. Que algunos colores son afines a los rayos lumíni-
cos, y que tales colores son repelentes de los rayos os-
curos.
7. Que algunos colores son afines de los rayos oscu-
ros, y que tales colores son repelentes de los rayos lumí-
nicos.
8. Que varios colores comparten sus afinidades. Los
rayos oscuros son afines a los colores oscuros, y los ra-
yos luminosos son afines a los colores luminosos.
Al estudiar el experimento anterior, puede parecer que
Tyndall sólo trataba de probar que había dos tipos de
rayos, los lumínicos y los oscuros; que los rayos lumí-
nicos eran responsables de la luz y los rayos oscuros lo
eran del calor y el magnetismo.
l!sta era, en efecto, la conclusión que defendía con más
vehemencia pero, pese a sus limitaciones como orador y
corno conferenciante, sus experimentos probaban diez ve-
ces más de lo apuntado en lo que escribiera.

117
Creo que Tyndall se encontraba bajo la impresión de
que eran los propios rayos los responsables de varios fe.
nómenos, lo cual era cierto de un modo indirecto; sin
embargo, eran directamente las fuerzas transportadas en
los rayos las que actuaban como agentes directos. Tyn-
dall se olvidó de mostrar las diferencias entre los rayos
y las fuerzas que éstos transportaban. También dejó por
explicar el porqué las diferentes soluciones coloreadas y
las sustancias que se utilizaban para velar eran los res-
ponsables de los diferentes efectos. Dejó por señalar las
afinidades y repulsiones, lo que nos lleva a la conclusión
de que o bien no les prestó importancia, o bien no se dio
perfecta cuenta de los hechos.
Este experimento demuestra y prueba algunas de las
características de la actuación de las fuerzas. Por ejem-
plo, muestra que en los colores existen afinidades y re-
pulsiones pues, cuando los rayos emitidos por la lámpara
eléctrica alcanzaron la solución oscura, el color de la so-
lución repelió los rayos lumínicos, pero permitió el paso
de los rayos oscuros y, por otro lado, al mantenerse el
calor en el punto focal, se prueba que la solución oscura
era afín en extremo con los rayos oscuros y sus fuerzas.
Este experimento demuestra y prueba también que la so-
lución lumínica era afín a los rayos luminosos y repelen-
te de los oscuros.
Puede argüirse que la solución lumínica no repele los
rayos oscuros y sus fuerzas, sino que las absorbe. Si tal
fuera el caso, habría una acumulación y concentración de
fuerza calórica en la solución lumínica que haría elevar
la temperatura de ésta. He reproducido el experimento
varias veces y no he advertido que la temperatura de la
solución lumínica subiera en lo más mínimo, demostran-
do así de un modo convincente que los rayos oscuros y
sus fuerzas son repelidas y no absorbidas. Tyndall no ex-

118
plicó tampoco por qué la corriente eléctrica debía influir
en la aguja imantada.
Había dos rayos distintos y separados que pasaban por
la solución oscura. Uno de los rayos era azul cultrame-
tálico», Éste transportaba la fuerza magnética. El otro
era un ultrarrojo o marrón rojizo. Éste llevaba la fuerza
calórica. Debe comprenderse bien que cuando menciono
la presencia de dos rayos, no quiero decir que éstos fue-
ran los únicos que pasaban a través del filtro. Al contra-
rio, sólo eran dos entre una multitud, pero ambos eran
los que se aplicaban al fenómeno en cuestión.
El filtro de iodina era afín tanto al rayo calórico como
al magnético. Era más afín al rayo calórico que al mag-
nético. Había, no obstante, un volumen de fuerza magné-
tica concentrada suficiente para desviar la aguja.
La aguja se desviaba porque todas las fuerzas proce-
dentes de la división electromagnética de la fuerza prima•
ria tenían una tendencia a unirse, agregarse y concen-
trarse. En este caso se trataba de un intento de concen-
tración de la fuerza en el punto focal para extraer la que
había concentrada en la aguja, consiguiendo de este modo
una mayor agregación. La magnitud de la desviación de
la aguja indicaba la medida del volumen de fuerza agre-
gada y concentrada en el punto focal. El experimento de
Tyndall muestra que la electricidad, que es una rama
principal de la división electromagnética, puede subdivi-
dirse en tres subramas separadas: la luz, el calor y el
magnetismo. Además de estas tres, he filtrado una docena
o más de rayos separados, con sus respectivas fuerzas
individuales, y puedo afirmar sinceramente que esta do-
cena no representa ni la primera letra de toda la historia
que queda por narrar.
Para finalizar esta sección, y corroborando lo afirmado
por Tyndall, procederé a explicar un experimento ideado
119
por mí mismo, un fenómeno simple y natural que hasta
un niño puede comprender.
El blanco y el negro. Los siguientes ejemplos son mues-
tras muy sencillas de la afinidad:
Coloque dos piezas de acero en el suelo, una de ellas
cubierta con un paño blanco y la otra con uno negro. Si-
tuémoslas en un lugar donde los rayos del sol incidan
directamente. Dejada transcurrir una hora, midamos la
temperatura de ambas planchas. La que tenemos bajo el
paño negro mostrará varios grados más que la que guar·
damos bajo el paño blanco. Ahora, en lugar de dos pie-
zas de acero, cojamos dos trozos de pastel. El que situa-
mos bajo el paño negro se derretirá por completo antes
de que el situado bajo el paño blanco haya empezado ape-
nas a hacerlo.
Si tendemos dos pedazos de tela al sol durante una
hora, uno blanco y otro negro, el negro estará varios gra·
dos más caliente al cabo de ese tiempo que el blanco. Si
alguna señora no cree que el calor proviene del Sol y
afirma la inexistencia de cosas tales como la afinidad en-
tre colores, convénzala de ponerse una media blanca en
una pierna, con un zapato blanco, y una media y un za-
pato negros en la otra, y que luego se siente en un lugar
donde el Sol incida directamente sobre ellas. En poco
rato decidirá cambiar la ropa negra por otra blanca. Este
experimento parece fuera de lugar, pero está basado so-
bre pruebas auténticas, y créanme si les digo que no hará
falta más para convencer a la señora.
La explicación de estos fenómenos reside en que el ne-
gro es afín a la fuerza calórica, y el blanco es repelente
a ella.
Todos los rayos transportap fuerzas. Algunos tienen
efectos especiales sobre los seres humanos, los animales

120
y las plantas.
La fuerza transportada por un rayo azul especial indu-
ce al sueño y a la resistencia al dolor. La fuerza de un
rayo rojo induce a estados de violencia. Hay mucho de
verdad en la frase «como un trapo rojo atrae al toro•. La
insolación es el efecto de cierto rayo al incidir en la parte
posterior del cuello y penetrar en la médula cerebral. El
repelente de dicho rayo es una tonalidad del rojo, el ber-
mellón. Un lienzo rojo colocado sobre la nuca previene
de la insolación. La fuerza que la causa no puede traspa-
sar el lienzo rojo, al igual que los rayos lumínicos no
podían pasar la solución oscura preparada por John Tyn-
dall.

La cirugía y la medicina del futuro

Las fuerzas son las herramientas con que cuenta la Na-


turaleza para la realización de sus diversas funciones.
Todas las fuerzas tienen su opuesto. Una fuerza en par-
ticular induce al crecimiento, y su opuesto exacto induce
a lo contrario. Las fuerzas pueden conocerse por el color
o tinte del rayo que las transporta. Por ello la fuerza con-
traria u opuesta a una dada será del color exactamente
opuesto. Esto puede representarse gráficamente en forma
de una estrella con los tres colores primarios.
La ciencia de la cirugía y la medicina será gobernada
en el futuro próximo, estoy convencido, por el uso de
las fuerzas mediante rayos, más que por medio de dro-
gas o bisturís. Ya ha llegado el momento de que la fra-
ternidad médica alcance este descubrimiento.
Como la fuerza se conocerá, sin duda, por el color del
rayo que al transporte, hablaré en adelante de la fuerza
como si fuera un rayo para evitar confusiones. y hacer

121
más simple la explicación, pero debe tenerse siempre en
cuenta que afirmo con el mayor énfasis que el rayo no es
la fuerza, sino sólo su portador.
El médico y el cirujano tienen que tratar con la parte
elemental del cuerpo, con la auténtica máquina. Previa-
mente he dejado sentado que las fuerzas tienen sus afini-
dades, sus repulsiones y sus neutralidades en los elemen-
tos, mostrando a partir de ahí que los elementos pueden
ser, y de hecho son, afectados por ellas. Una fuerza in-
duce al crecimiento, otra lo impide y una tercera es neu-
tral y no lo afecta en absoluto.
Cada rayo de color transporta su fuerza propia, pecu-
liar y definitiva. Los rayos pueden dividirse a su vez en
tintes, y cada uno lleva también su fuerza particular.
Todos los compuestos de elementos están sujetos a la
destrucción por la aplicación de alguna fuerza. Por ello
algunas bacterias, gérmenes y cultivos de rayos tales como
el cáncer y la tuberculosis son todos compuestos de ele-
mentos. También por ello todos ellos están sujetos a la
destrucción mediante la aplicación de los rayos adecua-
dos.
Se acabará por encontrar un rayo específico que alcan-
ce a matar los gérmenes y no afecte en cambio al creci-
miento, y viceversa. Sólo es necesario descubrir el rayo
adecuado para cada propósito específico.
Debe evitarse el empleo de los vidrios como filtros, por
cuanto el tinte nunca se distribuirá de modo absoluta-
mente uniforme por la placa, y no habrá dos placas ab-
solutamente iguales. Si tomamos una pieza de vidrio de
color de veinticinco centímetros de largo, uno de sus ex-
tremos dejará pasar un tinte determinado y el otro ex-
tremo dejará pasar otro diferente, e incluso habrá un
tercero distinto en el centro, y cada uno de los tintes será
portador de una fuerza distinta y separada. Al tratar so-

122
bre este punto estoy hablando por mi propia experien-
cia, que me demuestra que el vidrio parece comportarse
siempre igual, no importa los intentos y propósitos que
se hayan previsto para su empleo.
No conozco ninguna sustancia que sea perfecta, pero
ha de existir, y será descubierta por aquellos que poseen
los medios, el tiempo, la vocación y la perseverancia
para ello.

La fiebre

La fiebre se indica mediante un aumento en la tempe-


ratura del cuerpo. Tal subida se debe a una cantidad ex-
trema de fuerza vital en el organismo, y comienza a pe-
queños pasos de tal modo que, si alcanza a continuar, se
irá haciendo cada vez mayor hasta que el aumento so-
brepasará el equilibrio de los elementos del organismo.
Entonces todos los movimientos y funciones se extingui-
rán y la vida desaparecerá de aquel ser.
Para que un cuerpo se comporte con normalidad, la
fuerza que haya pasado a través del cuerpo y de los ór-
ganos en forma de Ziis, y que se haya extinguido o que-
dado exhausta, pasará sin obstáculos a través del cuerpo
por los poros de la piel. El sudor, agua al fin, es una fuer-
za afín poderosa y abundante en demasía. El sudor atrae,
recoge y traslada las fuerzas exhaustas, dejando así abier-
tos los canales para que tomen su lugar las fuerzas que
siguen.
Cuando cesa el sudor, o cuando por cualquier razón
se cierran los poros de la piel, las fuerzas exhaustas no
encuentran salida ni medio de escape. Entonces, si no se
llega a aliviarlas, se agrupan y colapsan todos los cana-
les,_ y repercuten en el corazón. Es así como el calor,

123
que es una de las partes constituyentes de la fuerza vital,
se acumula en el cuerpo elevando su temperatura.
Durante una fiebre, se advierte que la respiración del
paciente es débil, corta y espasmódica, mientras que la
actividad cardíaca es asimismo débil y variable. Esta pe-
culiar actividad del corazón se debe a su imposibilidad de
disponer de todas las fuerzas que cada nueva bocanada
de aire impulsa a los pulmones. El corazón trata de con-
ducir la fuerza que le va entrando a unos canales que ya
están repletos.
Los pulmones, que son los canales por los que la fuer-
za alcanza el corazón, tienen que regirse por las disponi-
bilidades de recepción del corazón, de ahí las respiracio-
nes cortas, débiles y espasmódicas. El corazón, todos los
canales del cual se hallan atiborrados, sólo puede aceptar
de los pulmones la cantidad que sea capaz de forzar a
entrar en los canales ya llenos. Cuando ya no los puede
forzar más, el corazón tampoco puede impulsar más a su
vez e, incapaz de controlar la situación, entra en crisis y
se detiene, fenómeno que se conoce en medicina por «fallo
cardíaco». El volumen de fuerza que se toma en cada
respiración puede sobrepasar en exceso el punto central
de lo que los médicos denominan «normal» sin que se
ponga en peligro la vida, en tanto los poros se mantie-
nen abiertos y la acción acelerada; un ejemplo es cuando
el sudor lo acelera e incrementa. El peligro real de la
fiebre no es el alza de la temperatura, sino el desequili-
brio por exceso de los compuestos elementales del
cuerpo.
Un cambio en el volumen de fuerza representa también
el advenimiento de nuevas formas de vida. Cuando la
temperatura del cuerpo se eleva por encima de lo nor-
mal, puede suceder que aparezcan en el cuerpo nuevas
formas de vida. La sangre es la parte del organismo más

124
íntimamente ligada a la fuerza, y por ello podemos ser-
virnos de la sangre para ver posibles desarrollos de for-
mas de vida. La sangre se compone de corpúsculos. A mi
parecer, cada corpúsculo es en sí mismo una vida. Cada
corpúsculo está químicamente preparado para conducir
cierto volumen de fuerza. Al bloquear los poros de la
piel, los corpúsculos no pueden deshacerse de sus fuerzas
exhaustas; en cambio, tienen que seguir tomando más
procedente del corazón, lo que conlleva que el corpúsculo
se sobrecargue y aumente su temperatura. Viene ahora
una cuestión: ¿Puede formarse una nueva vida en o entre
los corpúsculos? No puedo asegurarlo, pues no lo sé. Sin
embargo, una fiebre prolongada puede hacer que se for-
me en la sangre algún tipo de vida microscópica. El exa-
men de la sangre al microscopio bajo tales condiciones
resolverá posiblemente la cuestión. Ofrezco simplemente
esta sugerencia para beneficio de la ciencia. He estable-
cido anteriormente que las fuerzas exhaustas abandonen
el cuerpo a través de los poros de la piel. Un rayo oscuro
las transporta. Aunque este rayo resulta invisible al ojo
humano, tiene su color. Si nuestra atmósfera fuera lo
bastante especializada, o bien si las fuerzas dejaran el or-
ganismo en volumen suficiente para causar incandescen·
cia en la atmósfera, o fenómenos luminosos de algún tipo,
todos los seres humanos y animales aparecerían rodeados
de un halo de luz, semejante al que se pinta alrededor de
los ángeles. Este halo variaría en cada ser humano, y
también según el momento. La gente de corazón y pul-
mones potentes tendría un halo extenso, y los de corazón
y pulmones débiles uno reducido.
Ciertas fuerzas avanzan, y causan a su vez cierto tipo
de crecimiento. El crecimiento es obra de una fuerza po-
sitiva.
La fuerza negativa retarda o impide el crecimiento.

125
Con la palabra crecimiento quiero abarcar todas las for-
mas de vida, desde gérmenes a mamíferos.
Todas las enfermedades causadas por gérmenes pueden
eliminarse mediante el uso de la fuerza negativa.
Todas las formas de vida y todo crecimiento está go-
bernado por fuerzas. Todas las fuerzas son transportadas
por rayos. Un fusil dispara, y es el disparo el que mata, no
el fusil. El rayo transporta la fuerza, pero es la fuerza la
que actúa, no el rayo. El rayo es el portador de la fuer-
za. El rayo no es la fuerza, del mismo modo que el canal
no es el agua que lleva.
Cada rayo de color, y cada tinte de este rayo, lleva su
fuerza propia, de modo que existen innumerables tona-
lidades, portadoras de innumerables fuerzas. La fuerza
negativa es transportada por el rayo de color opuesto al
que transporta la fuerza positiva.
Las fuerzas positiva y negativa pueden determinarse
mediante una estrella formada por los tres colores pri-
marios.
Una fuerza determinada puede provocar el crecimiento
y expansión de un cáncer; la fuerza opuesta lo elimina.
Un determinado germen puede crecer y multiplicarse
bajo la influencia de cierta fuerza; la opuesta los elimina.

126
V. LA FUERZA VITAL

Una de las fuerzas más preeminentes de las que se


habla en las antiguas escrituras naacal es la denominada
fuerza vital, posiblemente porque es instrumento de la
creación y portadora de la vida. Preeminente es también
este tema en la parte de escritos de estas tablillas mexi-
canas recientemente descubiertas por William Niven a
una distancia de seis u ocho kilómetros de la capital fe.
deral. Los dos juegos de escrituras son tan parecidos en
los detalles que no hay duda alguna del origen común de
ambas.
La acción de la fuerza de la vida era uno de los temas
favoritos entre esas culturas antiguas. A esta fuerza se
le' asignaba el número 9. Su significación esotérica era
«girar en círculos y órbitas».
Estos sabios de la Antigüedad estudiaron la fuerza vi-
tal hasta sus divisiones ínfimas, sus actuaciones y su dis-
posición final. En las escrituras se hallan dos viñetas, una
descripción de la penúltima división, que es una estrella
de cuatro puntas y que se corresponde al electrón actual.
Otro grabado es la fuerza en acción. La estrella de cuatro
puntas se rompe en cuatro glóbulos o esferas. J!stas se
unen a átomos y giran con ellos. Cuando completan el
círculo, quedan descargadas de energía y se difuminan,
desapareciendo por último por los poros de la piel.

127
C/'·

9•1

Ú·

<::1-···

La vida o fuerza vital

Se trata de una viñeta de las escrituras naacal, una


estrella de cuatro puntas denominada Cahun. Esta pala-
bra se compone de dos vocablos de la lengua madre: Ca
significa cuatro y hun significa uno, o sea «cuatro en uno».
Es bastante probable que el significado de esta pala·
bra en la Antigüedad fuera «divisible por cuatro» o «que
se divide en cuatro».
La estrella de cuatro puntas de la Antigüedad se co-
rresponde al electrón de hoy. Es la división penúltima
de la fuerza vital. Tal explicación se explica en el texto.
La he mostrado con líneas punteadas en el centro de la
estrella.
Una vez descompuestas, las divisiones toman su forma
final, como se observa en C1 11 ' . Estas divisiones son pe-
queños mundos girando sobre sí mismos.
En ciertos dibujos de los naacales descubrí que estas
divisiones finales no siempre se mostraban como esferas
perfectas, sino que a veces los dibujos tomaban formas

128
ovales. No sé decir si esto es intencionado o no. No en-
contré nada al respecto en las escrituras.
Estos pequeños mundos en revolución se denominan
Ziis. Tanto los Zii como la Cahun son invisibles al ojo
humano, pues son fuerzas, y al serlo no resultan visibles.
Su presencia, en cambio, se alcanza a conocer por el halo
que provocan en la atmósfera con sus rayos, como el fila-
mento de la luz eléctrica. El filamento en sí mismo no se
ve, pues se oculta tras el halo que emite. El ojo sólo ve
la incandescencia que se forma en la atmósfera.

Este grabado es otra viñeta naacal que explica la ac-


ción de los Zii.
D. Es el átomo, o una partícula menor que el átomo.
C. Son los Ziis moviéndose alrededor del átomo si-
guiéndose el uno al otro como indican las flechas entre
cada Zii.
En el texto se explica que la fuerza magnética del Zii
lo liga al átomo, haciendo que éste gire tal como muestra

129
la flecha D. Una vez completada su circunvalación lle-
vando al átomo con ellos, los Ziis lo abandonan, aunque
no puedo afirmar si actuarán sobre otro átomo o si desa·
parecen en forma de fuerza exhausta.
Cuando la potencia de la fuerza magnética del Zii se
agota o se convierte en tan pequeña que se hace inope-
rante, todo el Zii es expulsado del cuerpo por los poros
de la piel. Todo el Zii desaparece por ellos, incluso la
fuerza calórica, que en el Zii está asociada a la magnéti-
ca. El agua es el gran elemento afín de esta fuerza y, en
forma de sudor, ésta se convierte en el agente transporta-
dor que le hace atravesar los poros de la piel.
La fuerza vital se extiende por todo el cuerpo median-
te la sangre.

Este grabado está en una de las tablillas mexicanas de


Niven, y su antigüedad es de más de 12.000 años.
El jeroglífico de esta tablilla significa Cahun. Es el
mismo nombre con el que lo denominaban los naacal. Sin
embargo, contiene algo más que simple Cahun. Significa

130
también «bajo la guía de los designios del Creador». El
símbolo del Creador proviene de los modelos naga.
En su forma esférica, la división final, se denominan
Ziis. E:stos son atraídos, al igual que otras fuerzas ex-
haustas, de la atmósfera al imán central; allí se regene-
ran y se almacenan a la espera de una nueva llamada de
la Naturaleza.
La fuerza vital es una fuerza compuesta, esto es, está
compuesta de cierto número de fuerzas distintas, que
aparecen como una sola fuerza combinada. Sin embargo,
es capaz de separar sus componentes de modo que cada
una de las fuerzas cumpla su tarea asignada. Es una sub-
división de la división electromagnética. El Zii es una de
tales divisiones en su estado final.
He conseguido dividir parcialmente la fuerza vital, y
he descubierto que existe en ella: 1) Una fuerza calóri-
ca; 2) Una fuerza magnética elemental, esto es, elementos
que mantienen su atracción sobre los demás componen-
tes; 3) Otra fuerza magnética combinatoria, esto es, una
fuerza que combina los elementos cuando éstos se atraen
unos a otros, y 4) Una fuerza magnética de la que ema-
nan los Ziis. Además de. éstas, existen otras fuerzas que
he sido incapaz de aislar.
Existe una cosa cierta, y que siempre se cumple: la
proporción de las diversas fuerzas componentes de la
fuerza vital no varía nunca, por lo que el volumen de
fuerza vital puede medirse a partir de la temperatura que
posee, pues la fuerza calórica constituye uno de los com-
puestos de la fuerza vital.

¿Qué es la vida?

La vida, aunque bien comprendida por los científicos


de la primera gran civilización terrestre, ha resultado
131
siempre uno de los grandes misterios para la ciencia ac·
tual. Desde el tiempo de la usurpación de los templos
naacal por los brahmines hacia el año 2000 antes de J. C.,
y posteriormente desde Darwin, que propugnaba la teoría
imposible de la evolución biológica como hipótesis en la
que ni él mismo creía demasiado, los científicos han ve·
nido dedicando su tiempo y su energía, aparentemente, a
intentar descubrir el origen de las especies, lo que ha
reportado un gran número de chillones adornos a la teo-
ría evolucionista. En lugar de esforzarse por averiguar el
origen de las especies, ¿por qué no han intentado descu-
brir el origen de la vida y qué es ésta? Responder a estas
preguntas también nos daría la clave del origen de las
especies.
Nuestros científicos han tratado de construir un cas-
tillo en el aire, un palacio en arenas movedizas, un en·
gendro sin cimientos.
Para descubrir el origen de algo creo que debemos acu-
dir a su fuente primera. Por tanto, para determinar de
modo satisfactorio el origen de las especies, debemos pri-
mero conocer el origen de la propia vida. Éste sí es un
cimiento sobre el que se pueda edificar, un conocimiento
que soporte el paso del tiempo.
Por desgracia, la mayoría de los científicos ha sido,
desde los tiempos de Atlas, un rebaño de corderos; el
jefe del grupo salta la valla y todo el rebaño le sigue sin
pararse a pensar. Todo el rebaño se acoge a lo que se tie-
ne por ortodoxo.
A lo que parece, al rebaño no le importa lo imposible,
estúpido o infantil que puede ser un argumento, sino que
lo siguen por el mero hecho de que se tiene por ortodo-
xo. ¿Qué razón existe para ello?

132
La vida

Según mi parecer, la vida es un compuesto químico de


elementos constituido en ciertos porcentajes y proporcio-
nes por cierta fuerza terrestre denominada por los anti·
guos la fuerza vital (1).
Cuando los porcentajes y proporciones de los elemen-
tos componentes son los correctos, cierto volumen de
fuerza vital equilibra los elementos del compuesto de
modo que todas las partículas, moléculas, átomos y par-
tes menores que los átomos son impulsados a moverse,
independientemente y como una globalidad, al igual que
los engranajes de un reloj.
Los movimientos son al principio de carácter vibrato-
rio, como el ir y venir de un reloj de péndulo, y cuando
se consigue la energía suficiente comienza a producirse
un movimiento circular. Esta acción la llevan a cabo lo
que los antiguos denominaban Ziis. Éstos rodean el áto-
mo, o la partícula menor que éste, dando vueltas a su
alrededor y siguiéndose unos a otros. La atracción mag-
nética al elemento hace que éste gire alrededor de su eje.
Así pues, la vida consiste en movimientos circulares
de elementos. El poder responsable de este movimiento
es la fuerza vital. Al hablar de movimientos circulares
se incluyen también aquellos que forman órbitas, aun-
que éstas no sean círculos perfectos.
Cuando se han puesto en acción los movimientos circu-
lares, éstos siguen en acción mediante la fuerza vital que
pasa a través del cuerpo como una débil corriente eléc-
trica. El paso constante del volumen exacto de fuerza vi-

(1) A este nivel no se trata de toda ·1a fuerza vital en su


~onjunto, sino de ciert~s ~erzas de las que la componen, y que
incluso pueden estar d1soc1adas del resto; es decir, que pueden
ser indepen<lientes.

133
tal a través del cuerpo pone a todas y cada una de sus
partes y partículas en un movimiento regular y continuo.
Para animar a un compuesto de elementos e infundirle
vida, se requiere que un volumen dado de fuerza vital
tome forma con el necesario equilibrio. El arco en que
se produce este volumen, medido en temperatura, no es
muy grande, pues como máximo es de cinco o seis gra-
dos. El arco no excede habitualmente los cuatro grados.
A continuación pondré algunos ejemplos.
Cuando el volumen de fuerza va por encima o por de-
bajo de este arco, la fuerza se hace incapaz de actuar. En
tal caso se apaga la vida. Como ejemplo cotidiano de lo
anterior describiré la incubación de un huevo de gallina,
que contiene un germen de vida que debe equilibrarse me-
diante un volumen adecuado de fuerza vital, para que sus
partes y partículas se pongan en movimiento y formen
una nueva vida.
El huevo de una gallina clueca normal es puesto a una
temperatura entre 40 y 43 grados centígrados. La tempe-
ratura ideal es, no obstante, de 41 1/2 grados. J?.sta es la
temperatura que proporciona un equilibrio perfecto a los
elementos.
Si durante la incubación la temperatura del huevo des-
ciende muy por debajo de los cuarenta grados, el equili-
brio se altera y el movimiento se detiene. El volumen de
fuerza es insuficiente para equilibrar los elementos y
mantenerlos en movimiento. La fuerza se desequilibra
por el exceso de los elementos y el huevo se pudre.
Si la temperatura sube por encima de los cuarenta y
tres grados, los elementos están equilibrados en exceso
y el movimiento se detiene. El germen muere.
Otro ejemplo instructivo es la puesta de huevas de ma-
riposa. Supongamos que el equilibrio perfecto se produce
a los 30 grados y que el arco sea de 5 grados. Dividamos

134
ahora las huevas en tres lotes, uno de los cuales lo incu-
bamos a 28 grados, otro a 30 grados y el tercero a 32 gra-
dos.
Los incubados a 32 grados serán pequeños e inmadu-
ros, los que lo han sido a 28 grados serán de buen taina·
ño, pero tendrán un color apagado, y los incubados a 30
grados, la temperatura para el equilibrio perfecto, serán
de buen tamaño, fuertes y vigorosos y de colorido bri-
llante. La enorme diferencia entre los incubados a 28 y
32 grados será tan marcada que cualquier no iniciado se
creerá que pertenecen a especies distintas. Ello demues-
tra que a ambos extremos del arco la vida no alcanza la
perfección. Mostraré las razones más alelante en un apar-
tado titulado «Especializaciones».

Crecimiento

La Naturaleza ha hecho sus previsiones para recuperar


las partes que se gastan, y para añadir nuevo material a
los compuestos elementales que forman el organismo,
para incrementar su tamaño y cumplir lo que se denomi-
na crecimiento. Dos son las fuerzas especialmente activas
para producir el crecimiento, la fuerza magnética de los
elementos y las fuerzas combinadas. A estas dos fuerzas
se les proporciona comida para que cumplan su función.
La fuerza magnética elemental atrae y mide el material
necesario de lo que se ha ingerido como comida; lo que
se absorbe de ésta debe constar siempre de los mismos
elementos que los que componen los compuestos del cuer-
po, y deben extraerse en las mismas proporciones y por-
centajes exactos que los elementos que forman e] cuerpo.
No puede ingerirse y asimilarse ningún elemento nuevo
sin que descontrole el equilibrio vital. La fuerza combi·

135
nada transforma entonces este material medido y selec-
cionado en una unión íntima o química con los distintos
compuestos que forman el cuerpo, de modo que éstos no
se vean alterados químicamente. No se hacen ni más sim-
ples ni más complejos, para así no molestar el equilibrio
vital; si así fuera, la vida se acabaría. Debo poner énfasis
en lo que antecede repitiendo que toda materia nueva
debe estar siempre en proporción exacta o en el porcen-
taje preciso en que están constituidos los compuestos ele-
mentales que forman el cuerpo. La razón para ello es que
una alteración en el porcentaje original provoca una al-
teración subsiguiente del equilibrio de la fuerza vital,
que podría llevar a detener la maquinaria de la vida. Una
explicación mucho más extensa de este punto la encontra-
rá el lector en la sección titulada «La máquina de la vida».
Cuando surge la vida, tanto si es de un útero como si
es de un huevo, se ve dotada con cierta cantidad de ins-
tinto. ~ste no proviene de los elementos que forman el
cuerpo, ni de las fuerzas terrestres que lo animan. Se
trata de una de las previsiones realizadas por el Creador
como una necesidad para el mantenimiento de la vida.
El hombre puede, con la ayuda de fuerzas y elementos,
crear vida; sin embargo, petrenece al Poder Supremo el
dotar a esta vida de instinto y razón.
Lo que viene a continuación es mi concepción de la
vida.

Materia orgánica

No hay duda alguna de que todos los científicos y los


hombres profanos que se han detenido a meditar un mo-
mento sobre este tema están de acuerdo en que al prin-
cipio no había materia orgánica de la que pudiera surgir

136
la vida. Durante eones, la Tierra estuvo desprovista de
vida, pues estaba en un estado denominado inorgánico.
También existe un acuerdo general en el hecho de que
sólo fue la Naturaleza la que cambió la materia de su
estado inorgánico al orgánico. ¿Cómo tuvo lugar? La Na-
turaleza utilizó sus herramientas: las fuerzas. ¿Qué es
la materia orgánica? La materia orgánica está compuesta
de elementos de los que se forman las semillas de la vida,
los huevos cósmicos.
Al principio, cuando la corteza de la Tierra se iba en-
friando de su estado de fusión, sólo había una roca sóli-
da, demasiado sólida y compacta para que se formara de
ella la semilla de la vida.
Los gases volcánicos que se habían dispuesto en la
roca granítica y estaban retenidos en el centro de la Tie-
rra rompieron en pedazos la superficie externa de la roca
de granito y la hicieron alzarse y hundirse una y otra
vez. Con estas continuas subidas y bajadas, las rocas se
rompieron por completo, hasta quedar pulverizadas; la
oxidación, acción de una fuerza terrestre, siguió al movi-
miento anterior y actuó sin cesar en las rocas de la su-
perficie. Tales procesos de oxidación redujeron los ele-
mentos a un punto tal de finura que otra fuerza terrestre
estuvo en disposición de combinar cierta proporción de
materias elementales en un compuesto íntimo o quími-
co; estos compuestos elementales se reunieron mediante
una unión química en ciertas proporciones y porcentajes
adecuados, haciéndose así susceptibles de ser influidos y
equilibrados por cierta cantidad de fuerza vital. La mate-
ria inorgánica se hizo entonces no sólo materia orgánica,
sino también semilla de la vida, huevo cósmico.
Así fue como la Naturaleza formó sus primeros gér-
menes de vida, sus semillas de la vida, de las que surgie-
ron las formas vitales propiamente dichas.
137
El germen de vida de la actualidad era el huevo cósmi-
co de los antiguos en la primera gran civilización te-
rrestre.

Los gérmenes de la vida

Como ya se ha establecido anteriormente, la fuerza


primaria terrestre penetra en toda la materia del plane-
ta, así como en la atmósfera que la rodea. La fuerza vital
es una de las subdivisiones de la fuerza primaria.
El germen de la vida es un compuesto de elementos y
se convierte de hecho en germen de vida cuando la agre-
gación de fuerza vital contenida en partes, moléculas,
átomos y partículas menores que los átomos, equilibra el
compuesto entero de modo tal que todas y cada una de
las partículas se ponen en movimiento, no importa lo
infinitesimales que sean.
He utilizado la palabra «agregación» por la siguiente
razón: cada parte constituyente del compuesto de ele-
mentos recibe su propio volumen de fuerza individual. El
volumen depende de la química del compuesto; varios
compuestos químicos son los que posibilitan un organis-
mo vivo.
Algunos elementos y algunos compuestos de elementos
son más afines a las fuerzas que otros. Estos elementos
y compuestos afines transportan un volumen de fuerza
relativamente mayor que los menos afines.

La vida como máquina

La vida es una máquina, con muchos engranajes que


se engarzan y coordinan entre sí. Cada átomo y cada par-

138
tícula menor que el átomo de un organismo vivo repre-
senta una rueda en movimiento.
El volumen de fuerza vital que el átomo o partícula
transporta representa el tamaño de la rueda.
La fuerza vital es el poder que hace funcionar la má-
quina y que mantiene en movimiento las ruedas.
La fuerza vital la toman los organismos vivos del aire
cuando respiran. El aire está saturado de fuerza vital.
De lo anterior puede deducirse claramente que si un
elemento en particular de un compuesto es demasiado
grande o demasiado pequeño en proporción, algunas de
las ruedas resultarán demasiado grandes o pequeñas para
engranarse perfectamente con las demás. En consecuen-
cia, en cualquiera de ambos casos la máquina se estro-
peará, y si el exceso o la escasez es suficiente, llegará un
punto en que la máquina se detendrá. De ahí que antes
hablase de «ciertas proporciones y porcentajes adecua-
dos».
Los organismos de toda forma de vida están formados
por muchos compuestos químicos distintos de elementos,
pero dispuestos todos por la química de la Naturaleza
de modo que cada uno esté equilibrado por el volumen
de fuerza vital presente.
En las partes del cuerpo donde se desarrolla una ac-
ción rápida y poderosa, se verá que la composición quí-
mica de tales partes es muy simple. Cuanto más simple
sea el compuesto, más afín será a su fuerza; consecuente·
mente, cuanto más complejo sea el compuesto, menor
será, proporcionalmente, su afinidad con la fuerza. Así
provee la Naturaleza de un poder suplementario a aque-
llas partes del cuerpo que funcionan con más intensidad
o esfuerzo.
Ciertas secreciones glandulares, por poner un ejem-
plo, son afines en grado máximo a sus fuerzas. Estas se-

139
creciones son trasladadas a su campo de operaciones por
la sangre, y excitan a las células a una mayor actividad.
Los científicos afirman que ciertas secreciones glandu.
lares son los agentes reales que provocan la excitación de
tales células. En realidad no son ellas las agentes, sino
las portadoras de los auténticos agentes. El agente real
es la fuerza vital que se transporta en tales compuestos
en mayor cantidad que los compuestos menos afines.

El origen de las especies

El origen de las especies y sus formas pueden estudiar-


se colectivamente, pues todas se originan al mismo tiem-
po, mediante un cambio en sus compuestos elementales.
Es un fenómeno a estudiar el hecho de que cuanto más
simple sea un compuesto elemental, mayor es el volumen
de fuerza vital necesario para equilibrarlo. Cuanto más
complejo se vuelve un compuesto de elementos, más debe
reducirse, proporcionalmente, el volumen de fuerza vital
que ha de equilibrarlo.
Si el germen de vida es demasiado complejo para el
volumen de fuerza presente, los elementos se equilibran
en exceso y no pueden dar inicio a la vida.
La forma y carácter de una vida se rige por las partes
componentes del compuesto de elementos que forman el
germen del que surgirá la vida, combinado con las pro-
porciones y porcentajes adecuados de elementos.
Un compuesto simple de elementos es la madre de una
forma de vida simple, y una forma de vida compleja re-
sulta de un compuesto complejo. La vida tiene los rasgos
del carácter de sus compuestos elementales.

140
La casa d~ la vida

La vida ha ido desarrollándose gradualmente, paso a


paso, como la construcción de una casa se realiza ladrillo
a ladrillo. Los pilares básicos de la casa de la vida fueron
hierbas y líquenes marinos delicados y microscópicos. Las
antiguas escrituras del hombre recuerdan constantemen-
te al lector que «las aguas son la madre de la vida•; esto
es, que la vida animal tuvo su primera aparición en las
aguas.
Durante cierto tiempo estas minúsculas formas de ve-
getación marina fueron las únicas formas de vida sobre
el planeta. Cuando las condiciones avanzaron lo suficien-
te, lo que sucedió cuando el volumen de fuerzas presente
fue lo bastante bajo por el enfriamiento terrestre, estas
primeras formas de vida murieron y se descompusieron,
y de sus cuerpos marchitos se formaron nuevos gérmenes
de vida. Estos gérmenes nuevos no se componían única-
mente de los restos de material anterior, sino que éste
formaba su mayor parte; antes bien, ciertas partes y por-
centajes de otros elementos de las sustancias que les ro-
deaban tuvieron su participación en la formación de nue.
vos gérmenes, lo que hizo a éstos nuevos y más compli-
cados.
En ciertos casos intervinieron elementos totalmente
nuevos. En otros sólo se trató de una nueva organización
de los anteriores, pero en todos los casos el nuevo ger-
men era más complejo químicamente que la forma de
vida anterior de la que había surgido.
El nuevo germne no podía surgir a la vida hasta que
el volumen de fuerza se redujera mediante el enfriamien-
to del planeta hasta el punto en que la fuerza pudiera
equilibrar a este germen más complejo y hacerlo nacer.
La razón de estos cambios de ~omposición en el nuevo

141
germen de la vida no residía en los propios elementos. Es
bien sabido entre los químicos que ciertos elementos sólo
pueden unirse químicamente con otros a cierta tempera-
tura, lo que significa que sólo se unirán con un volumen
dado de fuerza magnética combinadora de elementos.
Al pasar el tiempo, el enfriamiento de la Tierra fue
aminorando gradualmente el volumen de fuerza presente,
lo que produjo gérmenes nuevos y más complejos, de los
que surgieron formas de vida nuevas y, también, más
complejas. Estos nuevos gérmenes creaban vidas nuevas,
y las nuevas vidas resultaban criaturas nuevas.
La fuerza vital ha ido decreciendo de volumen de for-
ma gradual y regular, tanto en la atmósfera como en la
corteza, durante el proceso de enfriamiento del planeta.
El decrecimiento del volumen de fuerza ha estado en pro-
porción al enfriamiento de la Tierra, y ha quedado por
último establecido en un punto determinado cuando la
Tierra ha logrado su equilibrio magnético definitivo, lo
cual tuvo lugar a fines de la era terciaria.
El decrecido volumen de fuerza vital que mantenía el
equilibrio con las nuevas formas de vida se hizo dema-
siado pequeño para equilibrar los compuestos vitales que
surgían del nuevo german. Así murió la vida antigua.
La vida antigua no evolucionó en nueva vida; la nueva
fue una creación renovada que tomó el lugar de la ante·
rior. Previamente he mencionado que la fuerza vital tie-
ne un arco de alcance, que es realmente muy corto; en el
interior de este arco hay un punto donde el equilibrio en-
tre los elementos y la fuerza es perfecto, y que general-
mente está situado a la mitad del arco.
Si existe un equilibrio superior al perfecto, la máquina
tiene demasiada potencia; los movimientos de sus partes
son demasiado rápidos para tener un desarrollo perfec-
to, lo que da como resultado formas inmaduras, alarga-

142
das o enanas.
Si existe un equilibrio por debajo del perfecto, la má-
quina no tiene la potencia suficiente para funcionar a la
perfección; en consecuencia, los movimientos de las par·
tes son demasiado lentos para un perfecto desarrollo, lo
que da como resultado formas irregulares que los cientí-
ficos denominan especializaciones.
Si las adiciones o los cambios, o bien ambos, son idén-
ticos en dos gérmenes, las dos nuevas formas de vida se-
rán igualmente idénticas. Si, por el contrario, los cam-
bios o adiciones, o ambas, varían en los dos gérmenes
nuevos, pongamos vegetales, entra dentro del espectro de
posibilidades el que uno de los gérmenes dé como resul-
tado un miembro del reino vegetal, mientras que el otro
dé vida a un miembro del reino animal: un protozoo de
orden inferior, una mera célula.
La producción de vida animal, resultante de gérmenes
de vegetación, depende por entero de las alteraciones i::n
los porcentajes relativos de los viejos compuestos y los
nuevos elementos adicionales; en efecto, sin tal adición
de nuevos elementos la vida continuaría en su estado ve-
getal.
En tanto la forma y carácter de una vida está regida
por la composición y disposición de sus compuestos ele-
mentales, y en tanto todas las criaturas provienen de
otras anteriores, y los gérmenes de otras vidas anteriores,
en su mayor parte, la nueva vida debe semejarse y tomar
rasgos, necesariamente, de los caracteres propios de la
vida que le antecedió y, hasta cierto grado, debe ser re-
presentativa de ésta.
Esta íntima relación se ha observado en las formas de
vida que han ido sucediendo a otras a través de la His-
toria, desde el comienzo de la vida en la Tierra.
Desde el momento de las primeras formas de vida de

143
la Tierra hasta la actualidad, tanto los animales como las
plantas han tenido una sucesión tan pareja en cuanto a
apariencia, anatomía y carácter que no es de extrañar la
aparición de teorías como la de la evolución darwiniana,
especialmente si tenemos en cuenta que nuestros científi-
cos no conocen nada acerca de la fuerza vital, que era el
factor que provocaba estos cambios.
Sin embargo, siempre ha habido una gran diferencia
en cada forma de vida que sucedía a otra. Esta gran di-
ferencia consiste en que cada nueva forma de vida ha re-
sultado más compleja que la precedente.
El que la nueva vida no haya tenido existencia al mis-
mo tiempo que la antigua se debe al hecho de que el com-
puesto químico elemental que forma una nueva vida era
más complejo que el de la forma de vida anterior, y por
tanto requería un volumen de fuerza vital inferior para
equilibrarla y que este volumen de fuerza inferior estaba
por debajo del requerido para equilibrar la forma de vida
antigua.
Como sea que el enfriamiento de la Tierra desde el
principio del planeta hasta fines de la era terciaria era
lento, gradual y continuo, sin ningún movimiento de re-
troceso, y como sea que la fuerza vital puede medirse
mediante la temperatura, se alcanza a observar que desde
el comienzo la fuerza vital (al igual que la temperatura
de la superficie de la Tierra) ha ido disminuyendo a la
misma proporción que lo ha hecho la temperatura. Ello
nos demuestra claramente que:
- Era imperioso que cada forma de vida nueva fuera más
compleja que la anterior, pues si la nueva no hubiera
sido más compleja que su antecesora la fuerza vital de-
crecida no la hubiera podido equilibrar, por lo que no
se hubiera producido la nueva vida. Así, la primera forma
de vida hubiera comenzado a existir, se hubiera extin-

144
guido con el cambio de volumen de la fuerza vital y hu-
biera dejado otra vez sin vida al planeta.
La aparente evolución de animales y plantas es, pues,
un mero hecho natural, por las razones que acabo de
apuntar, y esas mismas razones demuestran que la evo-
lución es sólo aparente, no real.

La nueva forma de vida

Una nueva forma de vida es un nuevo edificio, para el


que se aprovechan muchas partes de otro antiguo. El vie-
jo se ha derruido y ya no existe, pero las viejas puertas,
tejados y ventanas se han utilizado otra vez en la nueva
estructura, que por tanto tiene en parte el aspecto del an-
tiguo.
Una vida comienza en forma pequeña y primitiva, por-
que surge a la existencia en el extremo superior del arco
vital, donde la fuerza equilibra ligeramente en exceso a
los elementos. Cuando la fuerza ha decrecido lo suficiente
para actuar como equilibrio perfecto es el momento en
que la comida, el ambiente y las condiciones llevan la
vida a su cenit.

La creación de una nueva vida

Para crear una nueva forma le vida más compleja que


las formas ya existentes, es imperativo que el germen de
la vida a partir del cual se configura la nueva surja de los
restos mortales de otra anterior. De otro modo, el germen
sería menos complejo e incapaz de ser equilibrado por
un volumen de fuerza menor y, siendo menos complejo,
representaría un paso retrógrado en la creación.

145
Citaré una explicación simbólica que aparece en la Bi-
blia, y que he descubierto se originó en la Tierra Madre
del Hombre hace más de 50.000 años: para crear a una
mujer fue necesario que se le extrajera una costilla al
hombre durante el sueño (nombre con que los antiguos
denominaban a la muerte).
Los antiguos no tenían ninguna palabra que se corres-
pondiera a nuestro vocablo «muerte». Cuando querían de-
cir muerte decían sueño. Para ellos era solamente el es-
tado dormido del alma que esperaba ser convocada a
entrar en otra casa de barro para completar su tarea
asignada: «Conseguir la perfección del alma sobre el
cuerpo». Tal es la transcripción literal de una de las es-
crituras naacal.
Lo que viene a continuación está confirmado por la
tablilla mexicana de Niven número 1584, la Creación de
la Mujer.
Tal tablilla muestra la acción de las fuerzas de la crea-
ción sobre la primera pareja, el hombre y la mujer. La
descripción de lo que es la vida la da vívidamente las es-
crituras naacal. De ella hay una traducción completa que
aparecerá en una obra mía titulada Vida.

El imposible de la evolución

La teoría de la evolución como aplicación al origen de


las especies es simple y totalmente imposible, ya que
es totalmente imposible construir un animal vivo de cons-
titución química compleja por la siguiente razón: un
cambio químico en los compuestos elementales de un
organismo vivo altera el equilibrio vital. Cuando el equi-
librio vital se ve modificado, la máquina se ve compelida
a dejar de funcionar.

146
En otras palabras, o en lenguaje popular, el engranaje
se envenena.
La muerte por envenenamiento es simplemente el re-
sultado de añadir o cambiar algún compuesto· elemental
del organismo, dejando a éste sin equilibrio vital. La
evolución biológica, tal como se enseña hoy, afirma que
en los animales vivos tienen lugar cambios químicos que
los hacen más complejos. He demostrado la absoluta
imposibilidad de que esto suceda, pues:

La muerte significa la eliminación de la vida.


Un cambio químico significa envenenamiento,
El envenenamiento representa la muerte, y
La vida desaparece para siempre.

147
VI. LA BSPECIALIZACION

Pondré ahora unos cuantos ejemplos de la acción de


la fuerza vital, y en primer lugar observaremos las es-
pecializaciones, pues éstas muestran las actuaciones más
consistentes de la fuerza a través de la vida, desde los
primeros animales terrestres hasta el final de la era ter-
ciaria.
Las especializaciones son las mayores lecciones obje·
tivas de la Naturaleza a la hora de mostrar la actuación
de la fuerza vital.
La especialización se muestra en un crecimiento o de-
sarrollo extraordinario, en algo anormal en una parte o
varias del organismo. Estas especializaciones, que en
ocasiones dan por resultado fantásticas formas de vida,
marcan el comienzo del fin de las especies que las sufren.
La rapidez del declive posterior viene dado por la fuerza
vital, representada en la temperatura.
Hacía el final de cada especie, sea animal o vegetal,
es fácil que aparezcan formas especializadas, fantásticas
y retorcidas, que toman el lugar de formas anteriores
perfectas y simétricas. Los científicos las denominan «es-
pecializaciones extremas», lo que constituye un término
correcto; sin embargo, aunque establecen en qué consis-
te el fenómeno, no son capaces de establecer o explicar
sus causas. Algunos científicos desvergonzados han lle-
gado a denominar estas especializaciones extremas como
«pasos de la evolución». Esto constituye, como ya había
señalado anteriormente, un perfecto sinsentido.

149
Las especializaciones son hitos de la Naturaleza que
apuntan el hecho de que la especie está tocando a su
fin, y que ese fin se debe al decrecer de la fuerza vital.
Como antes señalaba, existe un arco dentro del cual
la vida comienza y continúa. En el caso de la especiali-
zación la fuerza decrece y se sitúa por debajo del equi-
librio perfefcto. Entonces resulta insuficiente para pro-
porcionar a todas y cada una de las partes y compuestos
lo necesario para mantener las partes de la maquinaria
en perfecto funcionamiento. Como ya he establecido, al-
gunos elementos tienen una afinidad mayor con la fuerza
que otros. Las secreciones glandulares son las más afines,
y también entre ellas la afinidad varía en un grado muy
extremo. Cierta cantidad de fuerza vital entra en el or-
ganismo cada vez que inspiramos el aire. Siendo la se-
creción glandular la más afín, y siendo corto el suminis-
tro de fuerza, dichas secreciones consiguen más fuerza
de la que les es recomendable. Además, las secreciones
más afines son las que consiguen más; la distribución
de la fuerza queda así totalmente fuera de control.
Los científicos han comprobado que cada secreción
glandular realiza un tipo especial de tarea propio de
ella; así, el trabajo realizado por estas secreciones da
como resultado que a veces cumpla su cometido total-
mente y en otras sólo parcialmente, lo que consecuente-
mente provoca un exceso en varios puntos y un defecto
en otros. El crecimiento anormal de una parte, y el ra-
quitismo de otra producen un efecto denominado espe-
cialización.
Creo conveniente que, llegado este punto, veamos un
poco de geología que, como divertimento, no estará fuera
de lugar. Así, en este divertimento trataré de:

150
El ascenso y caida de los grandes reptiles

Escena: Período Carbonífero; pantanos sin fin.


El mastodonosauro: un anfibio del período Carbo-
nífero.
El dimetrodonte: un reptil del período Carbonífero.
Escena: Período Jurásico. Un pantano.
El estegosauro: reptil Jurásico.
Escena: Principios del Cretácico. Terreno menos
blando.
El triceratopo: Reptil de fines del Cretácico.
El tracodonte: reptil de fines del Cretácico.
Escena: Principios de la Era Terciaria: los pantanos
se vuelven marjales.
Escena: Caballo de cuatro dedos. Mamífero.
Titanotero: Mamífero de la Era Tterciaria.
Tigre de dientes de sable.

Los grandes reptiles

Los estudios geológicos nos muestran que los huesos


de los primeros reptiles se han descubierto en las rocas
del período Carbonífero, y de modo especial durante el
Cámbrico. Algunos de los encontrados en el Cámbrico
están altísimamente especializados, demostrando que se
trataba de los restos de unos antecesores lejanos; así
pues, deberemos ir más allá del período Pérmico para
encontrar el principio de la era de los reptiles. ¿Hasta
dónde remontarnos? No sabría decirlo, pero lo que sí
puedo afirmar es que desde el principio de la vida, el
carácter y la forma de la vida estaba regida por cierto
estado, por cierta condición ambiental.
Esta condición ambiental para el advenimiento de la

151
vida anfibia y reptil se terminó de completar antes del
período geológico Devónico, pues cuando éste empezó
las condiciones ambientales eran ya perfectas.
A través de todo el desarrollo de la Tierra, contando
desde la aparición de la vida, se ha demostrado clara-
mente que a cada nueva condición ambiental le acompa-
ñan las formas de vida acordes.
Cuando llegó el período Devónico, la temperatura de
la Tierra era bastante cálida, como lo demuestra la lu-
juriosa vegetación (en tanto que la fuerza vital había
bajado a un punto tal que era capaz de equilibrar com-
puestos elementales más complejos que los de los pe-
ces), y dio lugar a nuevas formas de vida, consistentes
en anfibios y reptiles. En geología se denomina a este
período Mesozoico o Edad Media.
Varios de los anfibios y reptiles pérmicos muestran
especializaciones muy extremas. Sus formas se conver-
tían en apariencias fantásticas, como las del gran an-
fibio, el mastodonosauro y los extraordinarios dimetro-
donte, el naosauro y otros reptiles espinados {véanse
ilustraciones).
Grandes especializaciones aparecían también en la va-
riedad de reptiles acorazados del Pérmico.
Tales especializaciones denotan una cosa, especialmen-
te, y es que estas especies de animales estaban tocando
a su fin; no eran los primeros de su raza, sino los mo-
ribundos restos de una ascendencia inmensamente pro-
longada.
Las especializaciones son el resultado de una condi-
ción ambiental cambiante, y, como lleva una cantidad
de tiempo inmensamente grande cambiar las condicio-
nes ambientales hasta que se establece otra nueva, se
comprende claramente que hayan transcurrido inconta-
bles eras entre el primer reptil, primitivo y pequeño, y

152
los enormes, grotescos y altamente especializados del
período Pérmico.
A través de la Era de los reptiles, y pese a los pocos
conocimientos que hemos ido adquiriendo a partir de
las rocas, se denota con gran claridad que los tipos
de reptiles fueron cambiando poco a poco, no repentina-
mente, y uno por uno. Primero se extinguió una forma.
Apareció otra en su lugar. Luego desapareció otra, y
una nueva vio la luz. Así prosiguió el tiempo hasta que
no quedó ninguna forma de reptil que hubiera vivido en
otra Era anterior. Este cambio completo en el tipo y
las formas de vida muestran que acaeció un cambio com-
pleto en las condiciones ambientales.
Los reptiles alcanzaron su cenit durante el período
Jurásico. ~ste fue el tiempo de su mayor expansión. Cre-
cieron en tamaño y en número como en ningún otro pe·
ríodo de la Era de los grandes reptiles. Cuando alcanza-
ron su cenit, dio comienzo el período Cretácico y la gran
expansión jurásica de los reptiles se transformó en un
nuevo período.
La gradual y constante extinción de los varios tipos
de vida reptil, y la aparición gradual de nuevas formas de
vida que tomaban su lugar, corresponde al gradual en-
friamiento de la temperatura terrestre, y con él a la dis-
minución gradual del volumen de fuerza vital.
Algunas formas sufrieron modificaciones externas de
tiempo en tiempo, hasta que no pudieron soportar más
modificaciones; entonces la especie se extinguió; su ca·
rrera había terminado y se convirtieron en rastros del
pasado.
Avanzando en el período Carbonífero, durante el pe-
ríodo Jurásico, la fuerza vital se hizo lo bastante baja
para equilibrar compuestos elementales aún más com-
plejos. En este tiempo aparecieron los tipos de vida in-

153
feriores que representaban un grado superior a los rep-
tiles más desarrollados; sin embargo, hablando en gene-
ral, la fuerza vital durante el Jurásico y el principio del
Cretácico tenía demasiado volumen para equilibrar otro
tipo de compuesto animal superior a los anfibios y rep-
tiles.
Los reptiles del Carbonífero no pudieron vivir y repro-
ducirse durante el Jurásico, pues la fuerza vital había
decaído más allá del punto o arco vital de los com-
puestos del Carbonífero. Del mismo modo, los animales
del Jurásico no hubieran podido vivir .durante el Carbo-
nífero, pues la fuerza vital estaba por encima de las po-
sibilidades de sus compuestos elementales. Merece la
pena apuntar, respecto a lo que antecede, que cuando
pasamos de nuestra zona templada a los trópicos, los
animales que se hallan en terrenos Jurásicos en nuestra
zona todavía aparecen en la zona del trópico en el pe-
ríodo final del Cretácico, que es muy posterior al Jurási-
co. Hay muchos datos respecto a este fenómeno.

El período Cretácico

Durante el período Cretácico, lo que ahora es la zona


templada de Norteamérica pasó de ser una zona super-
tropical a tener unas temperaturas cálidas, pero ya con
inviernos. Esta baja de la temperatura es observable en
la vegetación de fines del período Cretácico.
A comienzos del último tercio del Cretácico, tuvieron
lugar grandes cambios en la vida de los reptiles. No
quedó ni una sola forma del período anterior, el Jurá-
sico, y muy pocas especies, todas nuevas, sobrevivieron.
Durante el Cretácico aparecieron muy pocos tipos
nuevos, y los procedentes de principios de este período

154
se fueron haciendo más y más especializados. Muchos
asumieron formas grotescas y fantásticas. El decreci-
miento de la fuerza vital fue el causante.
Las formas altamente especializadas del triceratopo
y del tracodonte (ver cuadernillo ilustraciones) no re-
presentan sorpresa alguna para los científicos. Eran el
resultado de una inmutable ley natural. Su enorme espe-
cialización demuestra que los grandes reptiles estaban
próximos a su fin, al borde de sus tumbas.
Este peculiar fenómeno de formas fantásticas, irregu-
lares y retorcidas en especies próximas a la extinción no
se da sólo en las formas animales. Es algo intrínseco a
toda forma de vida, incluidos los peces y los vegetales.
La Naturaleza nos ilustra constantemente a este respec-
to. Sólo tenemos que pasear por un jardín en otoño,
cuando la temperatura ha bajado del calor veraniego, y
con ella la fuerza vital, para ver cómo se cumple esta
ley por dondequiera que miremos.
Las pocas manzanas que quedan en las ramas más
altas, en la copa de los árboles, son pequeñas, deformes
e irregulares. Las últimas rosas de los arbustos son pe-
queñas, irregulares y sus pétalos están deformados. Los
últimos tomates de la enredadera son pequeños, defor-
mes e irregulares, y así todo el jardín. Todos ellos de-
notan que la fuerza vital está por debajo de su equili-
brio perfecto. Según esto, o bien la temperatura del pe-
ríodo Cretácico experimentó una súbita caída, o bien la
duración de dicho período fue diez veces mayor de lo
que la geología le asigna.
Yo no baso la duración del período Cretácico en la
formación de rocas de este período, pues muchas rocas
que la geología afirma que tardaron cientos de miles de
años en formarse lo hicieron, de hecho, en unos pocos
días.

155
Siguiendo una de las grandes leyes naturales, el enfria-
miento de la corteza terrestre ha sido continuo, lento,
regular y metódico. Se hace patente, ante las lecciones
que nos proporciona la vegetación y la vida animal, que
en el período Cretácico no hubieron irregularidades en
el enfriamiento. Por ello le cabe al Cretácico el honor de
haber cubierto un período de tiempo inmensamente lar-
go. Todas las formas, clases y tipos de vida, animales, pá-
jaros, peces y vegetales demuestran de un modo convin-
cente que la temperatura de la Tierra bajó más durante
ese período de lo que lo hizo durante la larga Era Paleo-
zoica geológica.
Durante el período Cretácico la temperatura de la
zona actualmente templada de Norteamérica bajó de un
clima supertropical a un calor moderado. Una disminu-
ción diez veces mayor que la que va de este período hasta
la actualidad, y mucho mayor de la que va desde la for-
mación de la primera roca cámbrica a la última piedra
del Carbonífero.
Al principio del Cretácico la vegetación tenía un cre-
cimiento exuberante, supertropical. Al final del mismo
período los terrenos pantanosos habían dado lugar a
otros más secos, y los árboles mostraban ya círculos in-
dicadores de inviernos.
Ya he apuntado la gran especialización y decadencia
de los grandes reptiles. ¿Por qué se extinguieron? Es
ésta una pregunta que la geología no pretende contestar.
Yo creo poseer la respuesta correcta.
No es de extrañar que murieran las grandes, terrible;;,
desgarbadas, fieras, crueles y toscas monstruosidades de
aquel período, a lo que parece de un modo repentino,
pues el volumen de fuerza vital se hizo demasiado débil
para permitir la incubación de sus huevos. La Natura-
leza impuso su pena por disponer de la tosca e imper-

156
fecta vida del Mesozoico, y llevó a cabo dicha pena a su
manera. Habían crecido en el jardín raíces nauseabun·
das y fueron condenadas a ser arrancadas. Al terminar
el Cretácico, la Tierra se vio libre para siempre Zle la
monstruosa vida mesozoica.

Hechos contra teortas

Muchos amigos me han pedido que incluya en esta


obra un capítulo dedicado a la absorbente teoría de la
evolución biológica.
La teoría siempre está sometida a los hechos.
En el capítulo anterior he demostrado, creo que de un
modo razonable y satisfactorio, que la evolución tal y
como se enseña en la actualidad es imposible, pues las
varias formas de vida que se han ido sucediendo han
estado gobernadas y regidas por la fuerza vital, y esta
fuerza ha provocado que cada nueva forma de vida fuera
más compleja que su predecesora; también he dicho que
cuando esta fuerza da a luz una nueva vida, elimina la
anterior.
En este capítulo sólo puedo mostrar los errores más
evidentes de la teoría de la evolución, presentando cier-
tos hechos y fenómenos que demuestran que lo que se
ha denominado pasos de la evolución no son sino mo-
dificaciones físicas, ejercidas en los animales para ade-
cuarlos a su medio ambiente y a las condiciones en que
se desenvuelven. Tales cambios han sido meras modifi-
caciones, sin que hayan hecho en modo alguno más com-
plejo o más simple al animal.
Durante cincuenta años los científicos de todo el mun-
do han buscado sin fortuna el «eslabón perdido», el es-
labón que conecta al hombre con el mono. Al ser inca-
157
paces de hallarlo, han aba;ndonado la búsqueda. Ahora
empiezan otra. Ahora buscan y persiguen al que fuera
antecesor tanto del hombre como del simio. No alcanzo
a imaginar qué clase de animal pueden estar buscando.
Creo que he probado científicamente, y para todos aque-
llos cuyas mentes sean razonables, que la evolución es
imposible y que he mostrado cómo ocurrieron los fenó-
menos sobre los que se ha construido la teoría de la
evolución.
Incluso en los diccionarios se ha recogido el error que
tan extendido está en la actualidad. Consultando uno de
los más importantes, he encontrado: «Evolución es la
sucesión de cambios por los que un cuerpo pasa a tener
una forma más compleja.» He demostrado que al cam-
biar un cuerpo a una forma más compleja el equilibrio
vital se altera y el cuerpo muere, pues su maquinaria se
detiene. El cuerpo recibe una carga semejante a un ve-
neno.
Un científico escribía, para sostener la teoría de la
evolución: «Además de la línea principal de descenden-
cia, que conduce al moderno caballo, al asno y a la
cebra... »
Aquí se afirma sin ningún género de dudas que el ca-
ballo, el asno y la cebra descienden de un antecesor co·
mún. Hoy se ha visto que difieren químicamente unos de
otros, así que esta afirmación da por buena la idea de
que durante la vida de estos animales, desde el período
del Eoceno, se han producido cambios químicos, lo cual
es imposible por las razones antes apuntadas.
El caballo, el asno y la cebra no descienden de un
antecesor común. Son hoy y siempre han sido animales
separados y distintos. Cada uno de sus primeros antece-
sores eran ya químicamente distintos, y esta diferencia
' química ha continuado a través de los tiempos hasta la

158
actualidad y seguirá existiendo en tanto duren las es-
pecies.
Acabo de realizar una afirmación muy enfática. Algu-
nos evolucionistas preguntarán qué pruebas tengo. No
haría yo afirmaciones tan tajantes si no estuviera pre-
parado para sostenerlas con pruebas razonables. Por tan-
to presentaré una trilogía de pruebas: la química, las
leyes naturales y la acción de las fuerzas.
Cuando la vida animal fue impulsada en un principio
por el Gran Creador, se establecieron de inmediato las
leyes naturales para su continuidad. Tales leyes se han
seguido al pie de la letra desde el principio, y hoy siguen
en pleno vigor. Una de las grandes leyes naturales res-
pecto a la vida es ésta: no habrá confusión de especies.
Esta ley natural resultaba tan conocida y valorada por
los antiguos que incluso formó parte de la ley levítica.
La pena impuesta por la naturaleza para el intento de
introducir la confusión entre las especies era, y es aún
hoy, la esterilidad instantánea del descendiente; así, la
confusión de las especies nunca podía tener lugar, y si-
gue sin poder producirse hoy. Como el primer descen-
diente no podía reproducirse, la confusión comenzaba y
terminaba en el primer descendiente.
Para cambiar la especie de un animal o hacer a éste
más complejo, se requieren cambios químicos. Tal cam-
bio químico debe realizarse en los compuestos elemen-
tales del organismo, no en una o dos partes, sino en el
conjunto. Esto es proceder a un envenenamiento, y el
resultado es la muerte. Los cambios químicos deben rea-
lizarse en las secreciones generadoras y en los fluidos
alimenticios de éstos, una vez animados, que les han de
proteger para continuar la existencia. Cambiar una parte
de los elementos del organismo sin cambiarlos todos en
conjunto sería como poner una rueda grande en una par-

159
te del engranaje que requiere una pequeña, o viceversa.
Mientras la naturaleza permite modificaciones exter·
nas que no afectan a los compuestos elementales del cuer-
po, prohíbe en cambio totalmente los cambios internos
que sí afecten a estos compuestos elementales del orga-
nismo, y en consecuencia al equilibrio vital.
Cuando se cruzan dos especies distintas de animales,
el producto es lo que se denomina un mulo. Los mulos
son estériles y no pueden reproducirse. Esto se debe a
los cambios internos. Al cruzarse, dos compuestos ele-
mentales separados y distintos se mezclan, lo que conlle-
va que ciertas partes de este compuesto dual se desequi·
libren respecto a su fuerza vital. Estas partes son los
órganos reproductores y las secreciones de estos órganos.
Si de una animal o forma más simple pudiera evolu-
cionar otro nuevo y más complejo, no habría razón para
que no pudieran encontrarse especímenes de cada for.
ma que fueran contemporáneos en el tiempo. En uno de
ellos podría haber tenido lugar el cambio, mientras que
en el otro todavía no se habría producido. ¿Se han encon-
trado tales especímenes alguna vez? ¿Contemporáneos
el uno del otro? Parece imposible que millones de espe-
cies se hubieran puesto de acuerdo para realizar un cam-
bio general, y que todas ellas lo realizaran sin dejar atrás
a ningún rezagado.
Si el compuesto elemental de un animal simple estu-
viera equilibrado con la fuerza vital y los compuestos
elementales de animales más complejos estuvieran asi-
mismo en equilibrio con dicha fuerza, no habría razón
por la que algunos de los reptiles gigantes de la Era Me-
sozoica no hubiera sobrevivido y se le pudiera encontrar
en los inmensos pantanos de Sudamérica o de A.frica, o
que en nuestra apacible tarde de pesca apareciera asido
a nuestro anzuelo un obstreperus icthiosaurus o un pe-

160
ligroso pugnacius tirolosaurus, por no hablar de un elas-
mosaurus del que más nos valiera guardar la distancia.
Cuando se le pregunta a un evolucionista por qué no
ha sobrevivido ninguna de estas formas ancestrales, su
respuesta es que «algunos se extinguieron, y los demás
evolucionaron hasta convertirse en los animales actua-
les». Sin embargo, todavía no se ha encontrado ningún
lazo de unión entre los peces y los anfibios, entre los
anfibios y los reptiles, entre los reptiles y los mamíferos,
los monos o los hombres. Con una gran esfuerzo de ima-
ginación, podríamos llegar a pensar en algunos casos de
de formas de vida que pudieran proceder de otras, o que
tienen una gran semejanza con otras coetáneas o ante-
riores; tanto es así, que si uno no supiera que es impo-
sible, podría llegar a la conclusión de que uno procede
del otro, con algunas modificaciones externas para ade-
cuarse a la situación y al ambiente. Sin embargo, un
análisis profundo muestra invariablemente, incluso en
tales casos, notables diferencias. Durante el tramo final
del período Cretácico, la Tierra estaba infestada de enor-
mes y terribles reptiles, como el tiranosauro, el traco-
donte y el triceratopo. Al comienzo del período Eoceno,
a principios de la Era Terciaria, encontramos la Tierra
poblada de pequeños mamíferos de la talla de perros
o zorras. El Eoceno sigue inmediatamente al Cretácico.
Las primeras formaciones del Eoceno descansan sobre
las últimas del Cretácico.
Es un hecho bien conocido entre los geólogos que exis-
te un prolongado período de tiempo entre el final del
Cretácico y el comienzo de la Era Terciaria en la mayor
parte de ·los sedimentos rocosos. De igual modo existe
una brecha correspondiente en la continuidad de las
formas vivas, de modo que ha resultado imposible trazar
el desarrollo de la Tierra durante este período. La NatU·
161
raleza, sin embargo, siempre proporciona alguna lección,
con que sólo la busquemos y sepamos dónde encontrar-
la. La lección, en este caso, que se ha escondido en casi
todas las formaciones de esa época, ha quedado en cam-
bio a la vista en Venezuela.
El doctor Siever, viajero y científico alemán, encon-
tró en las montañas del norte de Venezuela una piedra
caliza a la que denominó «caliza Capacho». En ella en-
contró fósiles «de la primera formación caliza» (Cretá-
cico superior).
Sobre esta base encontró otros estratos a los que lla-
mó «las series de Cerro del Oro», así llamado por la gran
cantidad de piritas de hierro allí encontradas. Tales rocas
representan exactamente la época que va entre el último
Cretácico geológico y las primeras rocas del Eoceno, que
señalan el principio de la Era Terciaria.
Dice el doctor Siever: «Hubo una serie continuada de
sedimentos, de modo que en la base hay piedras calizas
y encima formas pertenecientes al Eoceno. Ello nos pro-
porciona una visión general de cómo fue evolucionando
la vida de aquella época, cómo fue cambiando gradual-
mente.» Tal cambio fue de los reptiles a los mamíferos.
Este gran cambio ocurrió en una sola noche, geológi-
camente hablando. En este punto se encuentra la gran
línea divisoria entre las formas de vida antiguas y mo-
dernas. Es en esta línea donde debería encontrarse ras-
tros de evolución, si es que tal evolución sucedió verda-
deramente. ¿Se han encontrado? Si se aboga o defiende
la teoría de la evolución, el defensor debería estar pre-
parado para señalar los cambios que provocaron el paso
de los reptiles a los mamíferos. En efecto, éste es el pun-
to de la historia del planeta en que tuvo lugar el paso
más radical que se ha realizado en la vida animal desde
que se desarrolló este tipo de vida en el planeta. El de-

162
fensor de la teoría evolucionista debería poder mostrar
los descendientes de los tiranosauros, los triceratopos
y los tracodontes. Debería estar en disposición de señalar
los antecesores de los delicados mamíferos del Eoceno,
y debería encontrar una explicación razonable para la
tremenda disminución de la talla de los animales duran-
te el Eoceno, en comparación con fa vida del último pe-
ríodo del Cretácico.
Los dinosauros del Cretácico alzaban la cabeza del sue-
lo entre cinco y ocho metros. Los animales del Eoceno,
por lo general, no pasaban del medio metro. La respuesta
a la pregunta anterior debería ser simple para un evo-
lucionista, pues el cambio, como ya antes se ha apunta-
do, tuvo lugar «en un abrir y cerrar de ojos» geológico.
¿Acaso puede el evolucionista mostrar un solo caso en
que un animal cambie en otro de modo que se le pueda
considerar el eslabón perdido entre los reptiles y los
mamíferos?
Trataré ahora la cuestión de las modificaciones que
lleva a cabo la Naturaleza en los animales para adecuar-
los al medio ambiente, y que se han considerado esca-
lones de la evolución. Las modificaciones externas no
sólo están permitidas por las grandes leyes naturales,
sino que la propia Naturaleza apoya todas las modifica-
ciones necesarias en los animales. Tales modificaciones
son siempre externas y solamente externas, sin que afec-
ten en grado alguno a los compuestos elementales de los
animales ni a su disposición interna. En modo alguno
ejercen en los animales el efecto de simplificarlos o de
hacerlos más complejos. Ejemplos de modificaciones son:

Un desarrollo extraordinario de un órgano o un


miembro.
El desarrollo o la reducción de los miembros.
163
Cambios en la forma o carácter de las patas.
Cambios en el carácter de la piel o cubierta externa.
Cambios de coloración.

Voy a mostrar algunos de tales ejemplos en la vida


pasada y presente. La formación y carácter de las patas
de una animal proporcionan ciertas indicaciones del
tipo de suelo sobre el que acostumbraba a moverse y a
alimentarse. Animales como el caribú actual, que habi-
tualmente selecciona terrenos blandos y pantanosos para
vivir, tiene unas pezuñas enormes, en forma de sartén.
Cuando este animal, que fue igual que el reno europeo,
se desarrolla durante generaciones en un terreno más
duro y seco, sus pezuñas van acortándose hasta que final-
mente toman la característica común de toda la familia
de los cérvidos.
El ganado salvaje de los marjales tenebrosos de Virgi-
nia, en Estados Unidos, tienen unas pezuñas aplastadas
y grandes al estilo de los caribús, y sin embargo, son
descendientes de las vacas ordinarias que se internaron
en los marjales y se perdieron allí hace mucho tiempo.
Sus pezuñas se modificaron para adecuarse al terreno
donde se desenvolvían.
Los animales del Eoceno poseían extremidades largas
y esbeltas, típicas de nuestras zancudas actuales, que fre-
cuentan las orillas fangosas y blandas de lagos, lagunas
y corrientes. Sus patas estaban modificadas para adap-
tarse a los terrenos fangosos y blandos. En mi obra geo-
lógica he demostrado que el terreno del período Eoceno
era del tipo blando, y he explicado las causas de que fue-
ra así. Entre las tradiciones de los indios pueblo hay
una descripción muy vívida y emocionante del tipo de
suelo de ese período. He transcrito esta tradición en mi

164
libro El continente perdido de Mu (1).
A continuación tomaré al pequeño caballito del Eoce-
no con sus patas delicadas y delgadas parecidas a las
de un pájaro para mostrar las modificaciones relativas,
pues el caballo del Eoceno ha sido uno de los ejemplos
principales que han mostrado los defensores de la teoría
evolutiva.
Se ha establecido geológicamente que el caballo del
Eoceno comenzó su existencia con cinco uñas largas en
cada pata semejantes a las de las aves zancudas. Con
estas pezuñas, al extenderlas, se impedía que el peso de
su cuerpecito se hundiera en el terreno blando sobre el
que habitualmente se desplazaba. Si la Naturaleza no lo
hubiera provisto adecuadamente para desplazarse con ra-
pidez y seguridad sobre dichos terrenos blandos, sus
patas se hubieran hundido fácilmente en el terreno pan-
tanoso. En tal caso su carrera, única defensa contra sus
enemigos, se habría retardado y se habría convertido en
una presa fácil para los variados animales carnívoros,
mucho más bien preparados para viajar sobre terrenos
blandos.
Cuando el terreno fue haciéndose más seco y duro,
durante los períodos que siguieron, Oligoceno, Mioceno
y Plioceno, observamos que la Naturaleza tomó bajo su
amable protección al caballito y le modificó las pezuñas
para adecuarlo al piso, cada vez más duro, de modo que
pudiese mantener su velocidad. Durante la mayor parte
del Mioceno y todo el Plioceno, las patas y pezuñas lar-
gas y delicadas como las que había tenido en el Eoceno
hubieran resultado totalmente inadecuadas para el te-
rreno. Tales pezuñas se hubieran roto fácilmente contra
las rocas al galopar sobre éstas. Así, la Naturaleza pro-

(1) ·Publicado en esta misma colección, ATE, Barcelona, 1980.

16.5
porcionó los cambios adecuados para ceñirse a la reali-
dad de cada tiempo. Las pezuñas de los caballos actuales
tienen la forma más adecuada para desplazarse rápida-
mente por terrenos duros, de tal modo que el caballo
puede poner distancia entre él y sus enemigos cuando
éstos le persiguen.
La teoría de la evolución dice que los animales se
hacen más complejos durante su vida, y los que abogan
por esta teoría se han referido al caballo como ejemplo,
afirmando que los cambios en sus pezuñas son escalones
en la evolución. En primer lugar, desde el período del
Eoceno hasta la actualidad no se han producido más
cambios reales en la forma y disposición de las pezuñas.
Sólo se han producido modificaciones. Todos los cambios
que se produjeron en las pezuñas de los caballos desde
el Eoceno hasta el Plioceno no las hicieron más comple-
jas o más simples, y sus compuestos elementales nunca
cambiaron. Como ya quedó dicho, lo único que sucedió
realmente fue una simple modificación de la forma me-
diante un desarrollo extraordinario del miembro y el
acortamiento de otros. Sin embargo, los científicos afir.
man que esas meras modificaciones son escalones en la
evolución. Si lo fueran, el caballo de la a1,;tualidad debe-
ría ser más complejo que el del Eoceno. Como esto no
es cierto, como el caballo actual sigue siendo básicamen-
te igual que el de entonces, las modificaciones que ha
sufrido en sus pezuñas no representan en absoluto pasos
'evolutivos.
Se puede asegurar con toda certeza que la mayor par-
te de los cambios descubiertos en los animales y de los
que se afirma que son pasos en la evolución, han sido
sólo modificaciones realizadas por la Naturaleza para
adecuarse al ambiente. Los animales, como ya hemos ob-
servado en el caballo del Eoceno, no se hacen más com-

166
piejos; por tanto, sus cambios no pueden apuntarse en
modo alguno a la teoría de la evolución biológica.
He tomado como ejemplo para oponer a la teoría or·
todoxa de la evolución biológica el ejemplo del caballo,
uno de los más adecuados a dicha teoría. Mucho peor
hubiera sido que hubiese tomado otros ejemplos, pero
ya q~e tanto se ha escrito sobre este caballo del Eoceno
para defenderla, he considerado que sería el ejemplo más
conocido para el hombre no versado en el tema. Veamos
ahora si tenía yo razón al tratar con tanta rudeza la
teoría evolutiva respecto al caballo del Eoceno.
Primero haré constar una de fas leyes naturales.
El uso físico regular y continuado de un miembro o
una parte del cuerpo de un ser vivo produce un reforza-
miento, desarrollo y fortalecimiento de tal miembro o
parte.
El abandono físico regular y continuado del ejercicio
de un miembro o parte del cuerpo de un ser vivo hace
que esta parte se debilite o acorte. Estos hechos están
plenamente aceptados por la ciencia.
Cuando el caballo del Eoceno vio la existencia por vez
primera, el terreno en el que se desenvolvía era blando
y esponjoso y nuestro animal disponía de las patas ade-
cuadas para tal tipo de suelo. Tenía cinco dedos largos
parecidos a los de las aves zancudas que impedían que
sus extremidades se hundieran en el terreno.
El primer cambio notable que se observó en las pe-
zuñas del animal tuvo lugar cuando el suelo fue adqui-
riendo consistencia. En esa época observamos que los
dedos o pezuñas laterales se debilitan y se hacen más
pequeñas, en tanto el dedo o pezuña central se hace más
y más predominante. A su vez, esto indica un cambio
en la consistencia del terreno que pisaba. J:!ste se estaba
endureciendo, y la Naturaleza procedía a adaptar la ex.

167
tremidad del animal a la nueva condición. Cuando más
se endurecía el terreno, menos se hundía en él la pezuña.
El dedo central, que era el más largo, era el último en
dejar el suelo cuando el animal levantaba la pata para
dar un paso y, durante los instantes de este paso, el
dedo central era el que sostenía todo el peso del cuerpo
del animal. Así pues, durante cierto espacio de tiempo,
el dedo o pezuña central realizaba el trabajo que ante-
riormente se repartía entre los cinco dedos. Este exceso
de trabajo dejaba elevadas las pezuñas laterales, que se
iban acortando y debilitando; finalmente se convirtieron
en meros espolones situados detrás de la pezuña central.
Cuando todo el trabajo recayó sobre la pezuña central,
ésta se desarrolló y fortaleció de un modo extraordinario,
y la uña de la pezuña se agrandó y robusteció hasta to-
mar la forna que en la actualidad podemos observar. Así
pues, la pezuña central de cada extremidad con su forma
y composición córnea es la única que utilizan los caba-
llos actuales para su locomoción.
~ste es el aspecto físico de la denominada «evolución
del caballo» que, como se ha visto, es una mera modifica-
ción realizada por la Naturaleza para adecuarse a las
condiciones del medio ambiente y que no afecta en modo
alguno a la composición química del animal, pues no se
alteran en absoluto los compuestos elementales que lo
forman. El animal no resulta ni más ni menos complejo
que antes. Los que abogan por la teoría evolucionista
todavía no han presentado ninguna prueba concluyente
o determinante que sostenga tal teoría.
Nuestros científicos modernos no han podido en modo
alguno mostrar la conexión entre las fuerzas y los ele-
mentos. Este fallo es especialmente grave en lo que con-
cierne a la vida. Hace cincuenta mil años, entre los cien-
tíficos de la primera gran civilización de la Tierra, ésta

168
era en cambio la ciencia a la que más intensos estudios
dedicaban.
Por fortuna para la humanidad, muchos de nuestros
pensadores más grandes y profundos todavía no se han
dejado enajenar su razón si se han visto abrumados por
la gran marea que ha traído consigo la teoría de la evo-
lución biológica.
Alfred Russell Wallace, gran científico inglés que en
una época fue partidario acérrimo de la teoría evolucio-
nista, ha escrito en su última obra, World of Life (Mun-
do de vida):
«En el presente estudio me he propuesto sugerir una
razón que me parece ser al mismo tiempo suficiente e
inteligible: es la de si esta Tierra, con su vida, misterios
y bellezas infinitas, y el universo en la que se encuentra,
con sus abrumadoras inmensidades de soles y nebulosas,
de luz y de movimiento, está dispuesta, como así es y de
manera principal, para el desarrollo de la vida que cul-
mina en el hombre; y en segundo lugar, si es una vasta
escuela para la educación superior de la raza humana
que le sirve el hombre como preparación para una con-
fortante vida espiritual a la que el ser humano está des-
tinado.»
Muy pocos seres humanos dejan de creer que el hom-
bre tenga alma o vida futura. Ni siquiera los pobres sal-
vajes carecen de tales creencias. Los evolucionistas se
encuentran ante una propuesta que les resulta casi ina-
ceptable cuando tienen que considerarse a sí mismos casi
como animales irracionales. Para ser un verdadero evo-
lucionista, el hombre debe ser ateo. Si cree en Dios, y
si cree que tiene un alma y una vida futura, no es ateo
ni puede ser tampoco evolucionista. Sólo puede creer que
existe. Lo único que hace es creer en la teoría evolucio-
nista para ser considerado ortodoxo.

169
. Si la evolución biológica fuera un hecho, cosas tales
como las fuerzas no existirían y una forma de vida que
viera la luz y la existencia debería continuar indefinida-
mente. Nunca debería morir. La vida de los grandes rep-
tiles todavía ocuparía parte de la Tierra. Si no existiera
la fuerza vital, todavía estarían con nosotros las grandes
tragedias, y sin embargo, no lo e.stán. ¿Por qué?

Porque existe .una fuerza vital, y


porque la evolución biológica es un mito.

170
VII. EL SOL

El Sol según unas antiquísimas escrituras hindúes.

El tamaño del Sol

Los científicos que han realizado estudios del Sol nos


dicen que el diámetro del mismo es de 1.338.00 Km., y
que su circunferencia es de 4.436.000 Km.
¿Cómo ha podido establecerse el tamaño real del Sol
si se tiene en cuenta que la esfera verdadera del Sol no
se ha podido observar nunca? Todo lo que puede verse
del Sol es una capa doble de nubes especializadas, impe-
netrables y opacas. El espesor real de estas nubes es
desconocido. No se puede medir, sino sólo suponerse.
Luego, detrás de estas nubes, existe un espacio entre las

171
nubes y el Sol que está lleno de rayos oscuros primordia-
les impenetrables a la visión. El espesor o diámetro de
este espacio es, una vez más, imposible de medir. Más
allá de estos rayos primordiales se encuentra el Sol. No
se me ocurre sobre qué bases se ha podido realizar una
media del tamaño del Sol teniendo frente a uno tales
hechos.
Algunos científicos han avanzado que las manchas so-
lares son retazos del cuerpo real del Sol. Yo no lo creo
así. Es mi creencia que las manchas solares son hendi-
duras en las nubes que muestran los rayos oscuros pri-
mordiales provenientes del Sol, y que ocupan la zona
inmediatamente inferior de la doble capa de nubes, don-
de se dividen y se filtran.
Durante el paso de los rayos primordiales por la do-
ble capa de nubes especializadas y atmósfera especializa-
da que rodea al Sol, los rayos primordiales se dividen y
son posteriormente filtrados en rayos separados, y luego
son emitidos al espacio. Algunos de tales rayos filtra-
dos son de la variedad luminosa, y otros son del tipo
oscuro ultrainvisibles, de los cuales forman parte más
del 90 por ciento de todos los emitidos por el astro. Este
porcentaJe es mayor que el proporcionado en nuestras
anteriores obras científicas; la explicación reside en el
hecho de que se produce una división de estos rayos os-
curos, de modo que hay una parte tan extrema que resul-
ta imposible proceder a su medición. :Estoy refiriéndome
a la parte de los rayos solares que transportan fuerzas
afines, afines a las fuerzas del Sol que las controla, pero
no a las que emanan de los varios cuerpos que forman el
sistema solar.
Hershel, el gran científico, quien posiblemente ha rea-
lizado un estudio del Sol más profundo y exhaustivo que
ninguna otra persona, escribió: «Las manchas solares son

172
el cuerpo real del Sol asomando por una resquebrajadura
de la doble capa de nubes que rodean su cuerpo.»
A continuación procederé a trazar una comparación
entre el Sol y el planeta Saturno. Saturno tiene un anillo
rodeando su cuerpo. Si se extendiera tal anillo de forma
que cubriera todo el planeta del mismo modo que las
nubes especializadas cubren el cuerpo del Sol, Saturno
aparecería a nuestros ojos de un tamaño varias veces
mayor que el real.
¿Cuántas veces mayor es el diámetro de la doble capa
de nubes del Sol que su cuerpo real? ¿Se ha determinado
alguna vez? ¿Con qué medios se ha hecho?
Me impresiona el hecho de que nunca se haya podido
observar el cuerpo verdadero del Sol, ni se haya podido
determinar tampoco el espesor de la doble capa de nu-
bes opacas que lo rodea, ni la distancia que existe entre
el cuerpo del astro y dicha doble capa de nubes. Todas
las conclusiones a que se ha llegado respecto al tamaño
del Sol deben sujetarse a correcciones.

El peso del Sol

Los científicos han medido y publicado el peso del Sol


diciendo: «el peso del astro es 730 veces el peso combi-
nado de la Tierra y todos los demás planetas>. No alcan-
zo a comprender cómo puede un científico asociar una
medida de peso a un cuerpo celeste. En el espacio el
cuerpo celeste más grande no pesa más que una pluma.
El peso, corno se sabe, es la medida de la atracción
aplicada por una fuerza magnética fría sobre un elemen-
to. La fuerza emana del propio cuerpo. La fuerza magné-
tica fría atrae y mantiene unidos a los elementos del
cuerpo hacia el imán del que surge la. fuerza. El poder

173
de tal atracción es el peso.
Como ejemplo tomaremos la Tierra. Eliminemos la
fuerza magnética fría y desaparecerá el peso, no importa
el volumen o densidad de la materia. Si en tales condi-
ciones de falta de fuerza magnética fría usted decidiera
caminar por el tejado, flotaría en el aire y le resultaría
imposible volver al suelo; todos los objetos no asidos al
suelo dejarían la superficie de la Tierra y flotarían y se
perderían en el espacio hasta que entraran en la atmós-
fera de un cuerpo en revolución que dispusiera de tal
fuerza magnética. Allí sería atraído a la superficie. Los
meteoritos son un ejemplo de tal fenómeno.
¿Resulta creíble que la fuerza magnética fría del Sol
sea 730 veces mayor que la de la Tierra y los restantes
planetas combinada?¡ Absolutamente no!

La temperatura del Sol

Los trabajos científicos ortodoxos nos cuentan que el


Sol es «Un cuerpo extraordinariamente caliente, super-
calentado».
Herschel se muestra en desacuerdo con la ortodoxia.
Según sus palabras, «el Sol puede ser un cuerpo frío».
De entre los varios trabajos respecto al Sol que rea-
lizó y que yo he leído y estudiado, he extraído la impre-
sión de que los científicos basan su opinión de que el
cuerpo del Sol está a una temperatura altísima en la
lectura de su espectro, y en la creencia errónea de que:
«El Sol dispersa su calor por todo el sistema solar», y que
«El calor de la Tierra procede directamente del Sol.»
Los científicos no han realizado ningún estudio para
determinar en qué consiste el calor, ni de qué modo
funciona. Sus escritos deben considerarse, por tanto, lo

174
que son, meras especulaciones, y además totalmente erró-
neas. A cada paso nos es dado encontrar fenómenos que
demuestran de modo concluyente que nuestro calor no
procede del Sol, sino que es una fuerza terrestre.
Otro fenómeno que confirma el hecho de que el calor
de la Tierra no deriva directamente del Sol y de que
éste no distribuye su calor uniformemente por todo el
sistema solar, como se viene enseñando hoy en día en
nuestras escuelas y centros educativos, puede observarse
en la órbita elíptica de la Tierra.
Por ejemplo, tomaré el hemisferio Norte. Dos veces al
año el Sol está a millones de kilómetros más cerca de
lo habitual. Durante la primavera y el otoño, la Tierra
está a millones de kilómetros más cerca que en verano
o invierno. Si el Sol fuera la fuente de calor, cuando la
Tierra estuviera a millones de kilómetos más cerca del
Sol debería experimentar un aumento de la temperatura,
y por tanto la primavera y el otoño serían las estaciones
más calurosas del año. Sin embargo, no lo son. Experi-
mentamos una temperatura media, lo que prueba con
toda claridad que nuestro calor no procede directamente
del Sol, con lo cual se apunta lo que ya la primera civi-
lización de la Tierra daba por hecho y sabido en sus
escrituras.
La deducción de que el Sol era un astro supercalen-
tado hasta una temperatura abrumadora ha sido un he-
cho determinado mediante el espectroscopio. Tal hecho
es el mayor absurdo, pues el espectroscopio no registra
las temperaturas. Y no puede porque no registra los
rayos portadores de la fuerza calórica. He tenido que
probar este hecho personalmente en un tribunal de jus-
ticia al que fui llamado a declarar como experto. Nues-
tros científicos han ignorado totalmente en sus escritos
respecto al Sol la acción natural de las fuerzas. Las he-

175
rramientas y medios de la naturaleza se han ignorado
por completo.
Yo he realizado muchos experimentos interesantes con
el pirómetro óptico, que es un tipo de espectroscopio,
situando la base de ambos aparatos en un prisma. Se ha
descrito uno de estos aparatos en el capítulo dedicado
al calor.
Podría seguir casi indefinidamente con tales demos-
traciones. Debo reiterar a mis lectores lo que sigue, para
que se les quede bien grabado:
Es absolutamente imposible medir la temperatura con
prismas por la siguiente razón: el prisma no recoge los
rayos portadores de fuerza calórica. Al contrario, los re-
pele porque el prisma es de color blanco puro y los
rayos portadores de calor son oscuros; el blanco repele
la oscuridad, como se demostró en el experimento -de
Tyndall, descrito en páginas anteriores.
El prisma registra únicamente los rayos lumínicos que
rio son portadores de calor. Basándome en los de Tyn-
dall, realicé el siguiente experimento: Tomé primero una
celdilla rellena de una solución de agua de alumbre que
permite la libre transmisión de los rayos de luz y de sus
fuerzas. Tras pasar por la solución con ayuda de una
lente, los enfoqué; entonces, con un pirómetro óptico,
medí la temperatura del punto brillante en el foco. El
pirómetro indicó de 2.000 a 2.100 grados C. Coloqué un
termómetro ordinario en el punto focal y dispuse el rayo
de manera que incidiera precisamente sobre la ampolla
del termómetro. La temperatura siguió siendo la del am-
biente, 28 º C.
Cambié entonces la celdilla, utilizando entonces una
solución de iodina, que proporciona campo libre a la
transmisión de rayos oscuros, así como las fuerzas que
transportan. No se produjo ningún punto brillante en el

176
foco, y el pirómetro no midió ningún aumento sobre la
temperatura ambiente. Coloqué entonces la ampolla del
termómetro sobre el foco. El mercurio subió rápidamen·
te hasta el punto máximo y el termómetro estalló. Re.
cuerdo que es precisamente el prisma o pirómetro ópti·
co el que nuestros científicos han utilizado para medir
la temperatura de nuestro Sol y de otros más lejanos.
Se dice que el halo de nubes que rodea al Sol contiene
elementos que nosotros conocemos, pero que allí se en-
cuentran en estado sólido. Este fenómeno parece ser otra
de las razones de que nuestros científicos opinen que el
Sol es un cuerpo supercalentado. Sin embargo, tal fenó-
meno no nos proporciona criterio alguno. Muchos de
nuestros elementos sólidos pueden convertirse en nubes
gaseosas sin que ello signifique un necesario aumento de
temperatura. Se pueden encontrar miles de ejemplos
de este hecho en los libros de química. ¿Acaso no exis-
ten muchos de tales elementos en nuestra propia atmós-
fera, saturándola?
Ahora viene la pregunta: ¿existen realmente estos ele-
mentos en las nubes o la atmósfera del Sol? Se trata de
una cuestión abierta a muchas posibilidades. Comenzaré
por afirmar que el espectroscopio sí registra tales ele-
mentos. Y si lo hace, es naturalmente por sus colores.
Entre las nubes y la atmósfera del Sol y nuestro aparato
espectroscópico se halla la atmósfera terrestre, que se
interpone entre ambos. Los análisis nos confirman que
todos estos elementos, que se afirma están en las nubes
y en la atmósfera del Sol, se hallan en nuestra atmósfera.
¿No podría suceder que el espectroscopio estuviera re-
gistrando lo que se halla en la atmósfera que nos rodea,
en lugar de la del Sol, como hemos supuesto?
Los rayos absorben parte del color de las sustancias
que atraviesan. Prueba de ello es el siguiente experimen·

177
to: tome una lámpara incandescente y colóquela sobre
una hoja de papel blanca. No aparecerá color alguno.
Coloquemos en cambio cristales de colores entre la bom·
billa y el papel blanco, cristales rojos, azules, amarillos,
verdes anaranjados, malvas o de cualquier otro tono. Si
se coloca el cristal de color directamente entre la lám·
para y el papel, éste varía al color del cristal, cualquiera
que sea éste. Apliquemos una prueba similar al espec·
troscopio de las nubes y atmósfera solares, utilizando la
atmósfera terrestre para representar los cristales de co-
lores. ¿Cuál será el resultado?

Las llamas del Sol

Varios estudios científicos establecen que: «El Sol está


emitiendo constantemente llamaradas de cientos de miles
de kilómetros», y que «El calor del sistema solar provie-
ne directamente del Sol.»
Ambas afirmaciones son totalmente insostenibles. L.
registros nos dicen que los ancestros de la Tierra Madre
y los hindúes de hace 25.000 años sabían más que noso-
tros, y su conocimiento nos viene refrendado por los
mayas, nahuatles y egipcios de tiempos posteriores.
Las pretendidas llamaradas del Sol son rayos, rayos
no caloríferos. Carecen de fuerza calórica porque se trata
de rayos lumínicos visibles del tipo que no transportan
calor.
Siendo los rayos que vemos del Sol de la variedad lu-
mínica que no lleva fuerza calórica, tenemos una prueba
positiva de que las llamaradas que observamos en el
Sol son frías y por tanto no se las debe considerar lla-
maradas.
El cuerpo del Sol se oculta tras una envoltura de nu-

178
bes especializadas, impenetrables a los ojos y a los ins-
trumentos de los seres humano'S actuales.
Los rayos salen del cuerpo del Sol en forma de rayos
primordiales y ultrainvisibles. Tales rayos son los por-
tadores de las fuerzas del Sol, las cuales proceden de su
cuerpo, de donde son extraídas por las fuerzas magnéti-
cas afines de su Sol superior o regidor. Al pasar a través
de la doble capa de nubes y atmósfera, estos rayos pri-
mordiales se dividen y filtran hasta convertirse en rayos
individuales. Entonces se produce una división de los
rayos en la atmósfera del astro que convierte en visibles
al ojo humano los rayos lumínicos. La atmósfera se com-
pone de elementos. Más allá de la atmósfera del Sol no
hay elementos, hasta que se tropieza con la atmósfera del
siguiente cuerpo celeste.
En cuanto los rayos con sus fuerzas llegan a la atmós-
fera terrestre, las fuerzas de éstos afines a las fuerzas
terrestres comienzan a actuar. Así, los rayos solares afi-
nes a la fuerza lumínica terrestre se ponen en acción y
el resultado es el fenómeno denominado «Luz de día»
o «luz del Sol».
Las llamas son el resultado de la combustión de ele-
mentos. Las llamas de la magnitud de las llamaradas del
Sol habrían consumido todo el volumen del Sol hace mu-
chos millones de años, incluso si realmente midiera lo
que se dice. En tal caso, hoy no existiría ningún Sol, y
todos los miembros del sistema solar, incluida la Tierra,
estarían muertos y vagando sin rumbo por el espacio.
Las llamas son gases elementales supercalentados pro-
cedentes de una combustión. La combustión es un análi-
sis térmico de una sustancia mediante el cual los sólidos
se transforman en gases elementales. Así pues, si los cien-
tíficos no están equivocados, el Sol ha estado tratando
deliberadamente de suicidarse durante los millones y

179
millones ·de años que lleva existiendo. El Sol no es tan
estúpido para pretender una cosa así. Por tanto, no se
puede mantener un argumento de este tipo ni por un
instante, desde un punto de vista científico o razonable.
De ahí que:
El Sol no emite grandes llamas de fuego. A menudo
me he preguntado si los científicos que han inventado
las «llamas del Sol» y los que creen en esta invención se
han detenido alguna vez a pensar que están abogando
por la posibilidad de que haya elementos que viajen a
miles de veces la velocidad de la luz. En efecto, si fueran
llamas lo que el Sol emite, estarían formadas entonce~
de elementos. Podrían formularse algunas preguntas muy
interesantes al inventor de esas «llamaradas del Sol» res-
pecto a los conceptos de velocidad y resistencia, cuando
asegura que los elementos pueden desplazarse a mayor
velocidad que las fuerzas. Esto es, que los elementos
pueden llegar a viajar a miles de veces la velocidad de
la luz. Los ejemplos terrestres de las llamaradas solares
son las auroras boreales y otros fenómenos luminosos.
Todos ellos son fríos. En ninguno de ellos se registra
calor. La combustión no requiere necesariamente la emi-
sión de rayos visibles, pues éstos emanan de elementos
radiactivos totalmente fríos, como el radio, el uranio, el
torio, y también de algunos animales, como las luciér-
nagas y ciertos peces.
Es imposible que los cuerpos del sistema solar pue-
dan conseguir su calor del Sol pues el calor es una fuer-
za que necesita espacio entre los elementos, y no puede
existir sin éstos. Entre el Sol y los varios cuerpos del
sistema solar existen decenas de millones de kilómetros
de espacio sin materia elemental, sino simplemente de
esencia. No hay puentes que cubran tales golfos. ¿De qué
manera puede trasladarse entonces el calor?

180
Todas las creaciones son duplicados. Por ello parece
un hecho fuera de controversia el que los grandes rayos
y sus fuerzas surjan del Sol por causa de su Sol gober-
nante, y de manera similar a como la división electromag-
nética de la fuerza primaria de la Tierra se extrae me-
diante las fuerzas afines procedentes del Sol. Una prueba
positiva de que las fuerzas del Sol son extraídas de
su cuerpo por la fuerza magnética afín de su Sol gober-
nante es el hecho de que los polos del Sol oscilen y que
el Sol gira alrededor de su eje. Las regiones polares del
Sol se cargan y descargan magnéticamente, pues de otro
modo los polos no oscilarían. Este fenómeno se explica
en el capítulo titulado «El péndulo terrestre».
Las fuerzas terrestres surgen continuamente a la at-
mósfera desde el cuerpo de la Tierra mediante las fuer-
zas afines del Sol. Nosotros no podemos ver estas fuer-
zas cuando abandonan la corteza terrestre ni tampoco
cuando quedan flotando en la atmósfera. Sin embargo,
los efectos de las fuerzas solares sí se ven en la atmós-
fera. Ello puede deberse bien al carácter especializado
de la atmósfera terrestre, bien a su volumen, o bien a
ambas causas. Aunque constantemente están escapando
de la corteza volúmenes de fuerza, no vemos su efecto
porque el volumen es demasiado bajo para provocar en
el aire incandescencias o luminosidades. Sólo cuando la
atmósfera se sobrecarga y el exceso se agrega, se con-
centra y vuelve a la Tierra, logramos observar alguno
de sus efectos.
Existe la posibilidad de que las llamaradas solares
que observamos sean las incandescencias causadas en su
atmósfera por un volumen suficiente de fuerzas que atra-
viesen las capas de nubes a velocidad suficiente para pro-
vocar su incandescencia.

181
La atmósfera del Sol

Resulta bastante lógico pensar que el Sol tiene una


atmósfera muy especializada, similar en muchos aspec-
tos a la terrestre, sólo que con un grado de especializa-
ción mucho mayor.
Una vez más, queda fuera de toda cuestión que la at-
mósfera solar se extiende a una distancia inmensa por
encima de la doble capa de nubes. No hay duda de que se
extiende muchísimo más allá de donde alcanzan sus lla-
maradas, pues para que exista una incandescencia es ne-
cesario que haya cierta densidad de elementos.
No creo yo que se sepa nada demasiado definido acer-
ca de la naturaleza de la atmósfera solar. Han habido mu-
chos interrogantes científicos, pero cuando se han anali-
zado han demostrado todos que eran pura y simplemente
especulaciones y suposiciones, todas ellas faltas de fun-
damento.

Los movimientos del Sol

Escribía Drayson:
«El sol gira alrededor de un eje y viaja a la velocidad
de sesenta kilómetros por segundo, a 5.530 kilómetros
por hora y a 2.034.104 kilómetros por cada uno de nues-
tros años.
»La órbita del Sol es de 53.000.000.000. 000.000 kilóme-
tros.
»Nuestro Sol tarda 71.000 años en dar una circunvala-
ción alrededor su sol gobernante.»
Proctor escribía:
«El Sol gira sobre su eje una vez cada dieciséis días
de los nuestros.

182
»Los polos del Sol oscilan una vez cada once de nues-
tros años.»
Las afirmaciones anteriores, realizadas por notorios
científicos, me proporcionan los puntos esenciales para
el argumento y la demostración que pretendo.
Proctor establece que once años de los nuestros cons-
tituyen un año del Sol. Algunos científicos formularían
objeciones a mi interpretación de lo que Proctor escri-
bía, sobre la base de que un año del Sol debería tomarse
como el tiempo que tarda en dar una vuelta completa a
su sol gobernante. En contra de ello debo hacer notar
que tomo por año la oscilación completa de los polos,
lo que debe proporcionar las cuatro estaciones, en caso
de que tales estaciones existan. Si las cifras de Drayson
son correctas y las de Proctor también, al Sol le hacen
falta 6.500 años de los suyos para terminar una órbita
alrededor de su sol gobernante.
Los polos de una esfera pueden oscilar cierto número
de veces durante su órbita al sol gobernante, y cada os·
cilación completa constituirá un año. He sido incapaz de
encontrar algún científico que haya establecido el núme-
ro de grados en que se desvían los polos del Sol de su
posición media.
Virtualmente, todos los científicos están de acuerdo en
lo siguiente:
El Sol gira alrededor de un eje, y los polos del Sol
oscilan.
En ambas afirmaciones existe una base para trabajar,
hasta alcanzar a mostrar y determinar más allá de toda
duda y controversia la temperatura real del Sol.
En primer lugar debemos observar qué condiciones
son necesarias para hacer que una esfera dé vueltas so-
bre su eje cuando los agentes para tal acción son las fuer-
zas magnéticas.

183
Un cuerpo esférico debe estar regido por otro superior
para dar vueltas sobre su eje mediante la acción de las
fuerzas.
El cuerpo superior debe también estar girando sobre
su eje para generar fuerzas que controlen el movimiento
de su gobernado. Para conseguir que una esfera dé vuel-
tas sobre su eje, deben ser generalmente fuerzas magné-
ticas afines.
Algunas, por lo menos, de tales fuerzas magnéticas di-
manantes de ambos cuerpos deben ser afines entre sí.
Para que una esfera genere fuerzas magnéticas al gi-
rar, la esfera debe poseer una corteza exterior sólida y
un centro blando. De otro modo no se produciría una lí-
nea de fricción, y sin ella no se pueden generar ni rege-
nerar las fuerzas.
El Sol da vueltas sobre su eje; por tanto, el Sol tiene
una corteza sólida y un centro blando.
Como la corteza del Sol es sólida, es imposible que sea
el cuerpo supercalentado que afirman los científicos, por-
que si lo fuera, su cuerpo elemental se transformaría
rápidamente en gases, y se convertiría en una nebulosa
sin línea de fricción y sin capacidad de generar fuerzas
de ningún tipo. La nebulosa no tiene polos, y por tanto
no puede girar sobre un eje. Los gases en rotación no
producen fuerzas gobernantes. Herschel tenía razón al
escribir que «el Sol debe ser un cuerpo frío>. Lo es. El
único error que cometió fue no proporcionar pruebas su-
ficientes que sostuvieran su teoría.
Las fuerzas no pueden existir en un cuerpo superca-
lentado. Necesitan un lugar de almacenamiento frío. Tam-
poco pueden generarse o regenerarse en otra cosa que no
sea una línea de fricción supercalentada.
Creo que lo expuesto me proporciona suficientes prue-
bas razonables de que el Sol es cuerpo frío.

184
Por tanto no es un cuerpo supercalentado hasta un
grado extremo. Al ser un cuerpo frío, no dispersa calor
por el sistema de astros qua le rodea. De ello deducimos,
entonces, que:
Todos los cuerpos en rotación del Universo son cuer-
pos fríos.
Por frío no entiendo frígido. Quiero decir que las tem-
peraturas de su superficie no son lo suficientemente ele-
vadas para fundir elementos y transformarlos en estado
gaseoso, sino que son lo bastante frías para almacenar
las fuerzas que pueda generar.
Más pruebas de que el Sol es un cuerpo frío se
han dado al hablar de La temperatura del Sol. Allí he
demostrado que el calor es una fuerza terrestre. No se
trata de un descubrimiento. Es más bien un redescubri-
miento, pues era un hecho bien sabido por nuestros an-
tecesores, los científicos de la primera gran civilización
de la Tierra, hace de ello decenas de miles de años.
El Sol que rige al nuestro no ha sido visto y probable-
mente no lo será por las siguientes y sencillas razones:
en primer lugar, según Drayson, puede distar de nosotros
15.000.000.000.000.000 de Km. mucho más de lo que al·
canzan nuestros telescopios. Si Drayson tiene razón, to·
dos los cuerpos celestes que vemos están bajo el control
de este Sol superior.
En segundo lugar, para controlar tal sistema, las fuer-
zas que deberían generarse tendrían que ser tan intensas
que quedan más allá de lo imaginable, y deberían ser
transportadas por los rayos oscuros invisibles más inten-
sos. Por ello el cuerpo que los produjera debería estar
rodeado de un halo negro que haría invisible su cuerpo.
Al ser invisible, los rayos pasarían por el espacio sin ser
vistos ni apreciados excepto por los efectos sobre los
cuerpos siderales que pudiéramos observar.

185
Las fuerzas del Sol

Como el Sol tiene una corteza dura y un centro blando


o fundido, y como gira en torno a su eje, no hay duda
de que está generando fuerzas similares a las que genera
la Tierra. Teniendo en cuenta el tamaño y la velocidad
del Sol, las fuerzas por él generadas deben ser forzosa-
mente mucho más intensas y poderosas que las genera-
das por la Tierra.
El Sol genera fuerzas magnéticas, pues posee una línea
central de fricción.
El Sol genera fuerzas lumínicas, pues se observan en
su atmósfera; también el Sol tiene fuerzas lumínicas
afines a la fuerza lumínica de la Tierra.
El Sol genera fuerza calórica, pues tiene fuerzas ca-
lóricas afines a la fuerza calórica de la Tierra.
El Sol genera fuerza centrífuga, pues es una esfera en
revolución.
El Sol genera fuerza giroscópica, como se demuestra
en la oscilación de sus polos.
La corteza del Sol es sólida y fría, porque en ella al-
macena la fuerza magnética para que el Sol que lo rige
lo atraiga y haga girar, y porque las zonas polares pa-
san de estar supermagnetizadas a estar desmagnetiza-
das, y viceversa. Así lo demuestra la oscilación de los
polos.
Como el Sol gira en torno a su eje, tiene un sol que
lo gobierna cuyas fuerzas son infinitamente más podero-
sas que las suyas.
Las fuerzas de este sol gobernante deben ser afines a
algunas de las fuerzas del Sol, aunque no a todas, pues
si las fuerzas del sol gobernante fueran afines a todas
las de nuestro Sol, las del sol gobernante serían afines
también a las de la Tierra. En tal caso, al ser las fuerzas

186
del sol gobernante mucho más poderosas que las de nues-
tro Sol, las del sol gobernante atraerían a la Tierra y a
los demás planetas del sistema solar, las sacarían de
dicho sistema y las pondría bajo su control directo. En
tal caso nuestro planeta giraría en torno al sol gober-
nante, en lugar de hacerlo en torno al nuestro. Como
nosotros no estamos bajo el control directo del sol go-
bernante, podemos extraer la conclusión de que las fuer-
zas terrestres son neutrales a las del iOl gobernante.
También podemos concluir que nuestro Sol genera fuer-
zas que son neutrales respecto a las de la Tierra, pero
que son afines a ciertas fuerzas del sol gobernante. An-
tes me he referido a que el Sol emite una radiación oscu-
ra que constituía el 90 por ciento de su radiación total.
Se trata precisamente de los rayos oscuros y ultrainvi-
sibles que relacionan a nuestro Sol con su sol gobernante.
Todo cuerpo celeste que no gire en torno a su eje será
incapaz, probablemente, de generar fuerza alguna. Será
un cuerpo muerto. Tales cuerpos poseerán fuerzas, pero,
al igual que los elementos, permanecerán en estado la-
tente e inactivo. Todos los elementos están asociados a
fuerzas y todas las fuerzas están asociadas a elementos.
Incluso los cuerpos que no giran sobre su eje tienen fuer-
zas, pero están inactivas, embotelladas, diríamos.

«El Sol es un imán»

Proctor afirmaba en uno de sus escritos: «El Sol es


imán.»
Naturalmente que lo es. ¿Cómo podría ser de otro
modo? El Sol está emitiendo todo tipo de fuerzas mag-
néticas a través del sistema solar, con una sola excep-
ción, su fuerza centrifuga.

187
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Las fuerzas solares atrayendo la aguja imantada.

Proctor cita las variaciones de la aguja imantada du-


rante las horas de luz solar diciendo:
«La aguja imantada realiza durante las horas de sol
un esfuerzo por volverse hacia el astro. Cuando el Sol
se encuentra en el meridiano cero, la aguja magnética
está en su posición más cómoda.»
«Existe una variación extrema y otra mínima en la
aguja imantada cada período de 11 años.»
Durante las horas matutinas, la aguja es atraída hacia
el Este. A mediodía apunta claramente al Norte, mien-
tras que por la tarde tiende a desviarse al Oeste, como
se observa en el grabado. En este grabado la posición de
la aguja se muestra exagerada, por lo que debe conside-
rarse más como una explicación que como una realidad.
Está dibujada así para que los movimientos de la aguja
puedan comprenderse fácilmente.
Anteriormente he mostrado qué es una aguja iman-

181
tada, así como que contenía un supervolumen de fuerza
magnética procedente de la división electromagnética de
la fuerza primaria. Todas las fuerzas de esta división son
extremadamente afines a ciertas fuerzas solares, de modo
que la fuerza de la aguja magnética padece la atracción
de las fuerzas solares afines. Mientras el efecto de las
fuerzas solares sobre la aguja muestra afinidades, no se
puede observar en ella la verdadera razón de por qué la
aguja tiende a moverse hacia el Sol.
Todas las fuerzas afines, y todas las fuerzas solas in-
tentan, siempre que están dispersas, unirse y agregarse.
Tal tendencia se muestra especialmente en las fuerzas
solas y dispersas, y se evidencia cuando dos cuerpos que
contienen cada uno un volumen de la misma fuerza se
atraen y se unen el uno al otro sin la ayuda de nada tan-
gible. En el caso de la aguja imantada, la fuerza en ella
contenida trata de abandonar la aguja para unirse y
agregarse a la fuerza afín del Sol. No sucede así porque
los elementos que componen la aguja tienen un poder
mayor sobre ella que la fuerza afín del Sol. La aguja
equilibrada sobre un pequeño punto reduce al mínimo la
fricción causada por su balanceo. Aunque la fuerza del
Sol no puede vencer la resistencia de los elementos, sí
que es capaz de vencer dicha fricción.
Al igual que la aguja imantada, el imán ordinario po-
see un supervolumen de la misma fuerza magnética que
la aguja. Observémoslo imaginando el imán como un pe-
queño sol. Cuando el imán se acerca a la aguja, ésta da
vueltas y apunta hacia el imán. La fuerza de la aguja
trata de unirse a la fuerza del imán. Si el imán se lleva
adelante y atrás, la aguja sigue el movimiento de éste.
Marquemos un círculo con él alrededor de la aguja y
ésta lo seguirá, realizando también un círculo completo.
El imán controla los movimientos de la aguja, pero es

189
incapaz de vencer la fuerza que la retiene, y es incapaz
asimismo de extraer de ella la fuerza.
Proctor menciona lo siguiente:
«El descubrimiento de que los cambios periódicos en
la apariencia del Sol están asociados al cambio perió-
dico en el carácter del magnetismo terrestre ... »
Proctor cometió aquí un error indudablemente inad-!
vertido al utilizar el término incorrecto «carácter» refe-
rido al magnetismo. Lo que sin duda quería decir es
«grado».
El magnetismo es una fuerza. Existen varias fuerzas
magnéticas. El carácter de una fuerza no varía nunca,
pero varias fuerzas magnéticas tienen varias caracterís-
ticas distintas; algunas son afines sólo a ciertas fuerzas,
mientras otras son también afines a ciertos elementos;
por eso si se admite la acepción que Proctor da a la
palabra «carácter», querrá decir que una clase de fuerza
magnética puede suplantar y tomar el lugar de otras.
Según creo, Proctor quería decir en efecto «grado», y
utilizó «carácter» en un desliz, lo que resulta muy fácil
que suceda si uno permite que se dé una interrupción
de cualquier tipo en una línea de pensamiento. El fenó-
meno que menciona Proctor es que el magnetismo de la
Tierra varía de gradación.
Sigue diciendo Proctor:
«Durante el período de 11 años la desviación de la
aguja magnética es mayor en el momento que las man-
chas solares son más numerosas y ocupan una mayor
superficie.»
He aquí un fenómeno del mayor interés sobre el que
pueden realizarse las mayores conjeturas y teorías. En
primer lugar, sería necesario conocer las posiciones de
los polos solares cuando «las manchas solares son más
numerosas y ocupan una mayor superficie». Como los

190
polos del Sol oscilan una vez en once afios y las manchas
solares surgen durante un período particular de esos on-
ce años, se hace evidente que tienen lugar o aparecen
cuando los polos están orientados hacia la Tierra, cuando
divergen el máximo de su orientación respecto a nuestro
planeta, o bien cuando está en la posición media.
Si basamos una teoría en que «las manchas solares
son más numerosas y ocupan una mayor superficie» cuan-
do el polo solar está apuntando directamente a la Tierra,
se pueden explicar aparentemente muchos fenómenos.
Las regiones polares del Sol, al igual que las de la
Tierra, están supermagnetizadas; cuando el polo apunta
hacia la Tierra, expone a ésta una mayor superficie su-
permagnetizada. En consecuencia, se abate sobre el pla-
neta un volumen mayor de rayos y fuerzas supermagne-
tizados. ~sta es una posibilidad.
La doble capa de nubes del Sol puede ser más densa
en las regiones ecuatoriales que en las polares. En otras
palabras, pueden disminuir en densidad desde las zonas
ecuatoriales hasta los polos. En tal caso, cuando el polo
está apuntando hacia nuestro planeta pueden aparecer
hendiduras en la capa de nubes de la zona polar, donde
es menos densa y menos gruesa. Tales hendiduras o aber-
turas pueden aparecer como manchas negras, y de ahí la
denominación que reciben de «manchas solares». Tales
aberturas no muestran el cuerpo del Sol, como sugería
Herschel, sino los rayos primordiales oscuros e invisi-
bles que rodean y envuelven al cuerpo, convirtiéndolo
en invisible a los ojos humanos. A través de tales hen-
diduras o aberturas, nos llegan los rayos oscuros primor-
diales sin filtrar y sin diluir. Tales rayos pueden ser más
intensos que los que habitualmente recibimos, y en con-
secuencia pueden tener un poder mayor a la hora de
afectar a la aguja magnética. Así, una vez cada once

191
años, la aguja magnética está sujeta a una desviación
mayor de lo normal.
Un experimento interesante a realizar, si se puede,
consistiría en probar los rayos provenientes de las man-
chas solares, sin que intervinieran los demás rayos que
llegan del astro, y observar si los que provienen de las
manchas solares son capaces de afectar la fuerza lumí-
nica terrestre. Si los rayos de las manchas negras se
mostraran incapaces de hacerlo, sabríamos de una vez
por todas que las nubes y la atmósfera especializadas del
astro son necesarias para la producción de luz en la
Tierra.

.. ---- - - -- . -- -- -c.-------- ... -.... -··-


B

o.
Acción de las fuerzas solares sobre la aguja imantada.

Con este diagrama mostraré ahora cómo la aguja iman-


tada queda influida por las fuerzas afines del Sol.
Para obtener la fuerza representada por A tal como
sucede en la brújula, el peso D debería desligarse de su
atadura. Esto no puede suceder. Sí, en cambio, puede
ceder hacia abajo y desviarse de una línea recta con B.
La desviación de la cuerda representa la desviación de
la aguja magnética.
La variación en la aguja imantada causada por la fuer-
za afín del Sol es un fenómeno natural convincente de
que:

192
El Sol tiene poderosas fuerzas magnéticas.
La Tierra tiene poderosas fuerzas magnética.s
Algunas de las fuerzas magnéticas del Sol son afines
a algunas de las fuerzas magnéticas de la Tierra.

El sistema solar

He tomado el sistema solar como ejemplo de cómo


funcionan probablemente todos los sistemas del Univer-
so. De hecho, debe funcionar de este mismo modo o muy
parecido para evitar colisiones entre los cuerpos side-
rales.
La distancia de la Tierra al Sol se ha calculado en
150.000.000 de Km. La longitud de su circuito anual al-
rededor del Sol se ha establecido en unos 935.285.000 de
kilómetros. La Tierra se traslada por esta órbita a una
velocidad de 2.672.000 de Km. por día. La Tierra efectúa
su órbita alrededor del Sol en forma de elipse. No exis-
te ninguna conexión visible entre el Sol y la Tierra por
la que la Tierra tenga que mantenerse a una distancia
dada del astro. Como resulta que así sucede, ello de-
muestra que unas fuerzas invisibles son los agentes y que
tales fuerzas emanan del Sol.
Se requiere más de una fuerza para que se cumpla
esta órbita. También se demuestra que las fuerzas actúan
en armonía y unidad. A continuación intentaré mostrar
qué son estas fuerzas, cómo se generan y cómo actúan.
Será un intento asombroso, pero tras el que se esconden
más de cincuenta años de estudios sobre el tema que me
inclinan a pensar que seré capaz de llevarlo a cabo.
Para que el Sol mantenga a la Tierra a su alrededor
en una órbita estable se requiere la actuación de cua-
tro fuerzas distintas y separadas.

193
Tres de ellas emanan del Sol, y una de la Tierra.
Las cuatro fuerzas son:
Una fuerza propulsora solar que lleva a la Tierra al-
rededor de su órbita.
Una fuerza repulsora solar que impide a la Tierra
precipitarse sobre él.
Una fuerza magnética solar que impide que la fuerza
repulsora lance la Tierra al espacio, fuera de la órbita.
Una fuerza magnética terrestre, o varias, afines a las
fuerzas propulsora y magnética del Sol.
No puedo precisar si son una o dos las fuerzas magné-
ticas terrestres que actúan.
En el texto que antecede ya he demostrado la existen-
cia de todas estas fuerzas. Dos de las solares, la magné-
tica y la repulsora, deben formar una zona neutral. La
fuerza repulsora en la superficie solar debe ser más po-
derosa que la fuerza magnética, y a partir de la super-
ficie debe ir decreciendo conforme se adentra en el espa-
cio. La fuerza magnética debe ser más débil que la re-
pulsora en la superficie solar, y debe disminuir también
cuanto más se adentra en el espacio, pero a un promedio
tal que su poder disminuye de forma mucho más lenta
que el de la fuerza repulsara; entonces, en un punto
determinado que depende de la capacidad magnética del
planeta, se forma una zona neutral de la que éste no
puede escapar.
Cada uno de los planetas tiene una capacidad magné-
tica distinta. Por tanto, al diferir su magnetimo, las zo-
nas neutrales de cada uno están a diferentes distancias
del Sol. Ello nos explica por qué Mercurio está tan cer-
cano al Sol y Neptuno tan lejano que queda fuera de
nuestra visión.
Aparentemente, y no podría decirlo con toda certeza,
la capacidad magnética está gobernada por la densidad.

194
Si nuestros científicos aciertan en sus afirmaciones res-
pecto a la densidad de los planetas, el más cercano al
Sol debe ser el más denso, y el más lejano el menos
denso de todos.

La fuerza propulsora

La fuerza propulsora es causada por la atracción y el


poder de retención, en proporción uno a otro, de ciertas
fuerzas magnéticas solares y ciertas fuerzas magnéticas
terrestres pertenecientes a la división electromagnética
de la fuerza primaria. Los rayos solares, junto con sus
fuerzas, siguen los movimientos giratorios del Sol, como
los radios siguen la dirección de la rueda cuando ésta
da vueltas, siguiendo al centro. El Sol es el centro y los
rayos con sus fuerzas los radios. Otro medio de ilustrar
la comparación consiste en cambiar el ángulo del pro-
yector; los rayos procedentes del proyector siguen el
cambio de ángulo.
Las fuerzas transportadas por los rayos solares se
unen a las fuerzas afines terrestres del modo ya explicado
en varias ilustraciones anteriores. El poder de estos la-
zos magnéticos es suficiente para mantener a la Tierra
en contacto permanente con el Sol y para transportarla
a través de una órbita fija. Ni la Tierra ni ninguno de
los planetas viajan a una velocidad tan grande como la
de los rayos solares. Si así fuera, efectuarían el recorri-
do de sus órbitas en el tiempo de 16 días.
El dominio magnético, sin embargo, no es suficiente
para mantener rígidos a la Tierra o a los restantes pla-
netas. Existe lo que en términos mecánicos se denomi-
na deslizamiento. Este llamado deslizamiento se debe a
dos factores: un deslizamiento real y una rotura real

195
de las conexiones. En las revoluciones de la Tierra u otro
planeta alrededor de su eje, la zona iluminada por el Sol
va variando, de modo que el contacto entre esta zona
determinada y el Sol se rompe; como sea que cuando
una zona desaparece de la vista del Sol, otra aparece
exponiéndose al astro, resulta que cuando se rompe una
conexión se crea otra.
El deslizamiento magnético puede demostrarse pasan-
do con suavidad un imán sobre una brújula con su aguja
imantada. La aguja seguirá el imán, pero constantemen-
te irá perdiendo terreno, y finalmente acabará por salirse
por completo de control, a menos que otro imán siga
al primero. En tal caso el movimiento de avance de la
aguja será continuo, correspondiendo a nuevas zonas que
aparecen para someterse a la acción magnética.
Un experimento relacionado con la aguja i:rp.antada
muestra que cuanto más lejos de la aguja esté emplazado
el imán, más lentos son los movimientos de aquélla. De
igual modo sucede con los planetas y el Sol: cuanto más
lejos del Sol está un planeta, más lentos se han descu-
bierto que son sus movimientos.
El momento de la Tierra también debe tomarse en
consideración, aunque sea casi infinitesimal, al no existir
peso en el espacio.
La Luna y el planeta Mercurio son ejemplos de puro
deslizamiento magnético. Como no dan vueltas alrededor
de su eje ni se desplazan a la misma velocidad que las
fuerzas que controlan sus órbitas, la causa de sus retra-
sos se debe a un puro deslizamiento. El principal lazo
magnético del Sol sobre la Tierra se realiza en la zona
de las regiones polares, que están supermagnetizadas. El
Sol no tiene manera de influir en aquellas zonas que
estén desmagnetizadas.

196
La fuerza repulsora

La fuerza repulsara es la fuerza centrífuga del Sol, que


impulsa permanentemente a los objetos lejos del astro,
intentando lanzarlos fuera del lugar donde fueron gene·
rados; la fuerza repulsara o centrífuga trata de lanzar
al espacio todo lo que está a su alcance, enviando a to-
dos los satélites del Sol fuera de su alcance y control.
Sin embargo, esto no llega a suceder por la existencia
de otra fuerza que actúa en contra. Esta otra fuerza trata
de impulsar a los cuerpos satélites del Sol, incluidos los
planetas, hacia el astro que ocupa la posición central del
sistema; para evitar una u otra catástrofe, el Supremo
Hacedor instituyó las zonas neutras, donde las fuerzas
contrarias igualan su poder de tal modo que la fuerza
repulsara no puede lanzar la Tierra y los planetas al
espacio.

La fuerza magnética

La fuerza magnética es una de las fuerzas magnéticas


del Sol. Hago esta aclaración de que es sólo una entre
varias porque el astro posee otras fuerzas magnéticas
mucho más intensas que son afines a las fuerzas de su
sol gobernante, y que en cambio no son afines a las
terrestres. Ya he hablado de dicho tema con anterio-
ridad.
No estoy muy preparado para afirmar con absoluta
certeza si es la fuerza magnética solar la que mantiene
a la Tierra en su órbita, si es la que hace girar a la
Tierra en torno a su eje, o si es de una naturaleza to-
talmente distinta, que actúa de antagonista de la fuerza
repulsora.
197
Las fuerzas magnéticas solares alcanzan, indudable-
mente, más allá del último planeta, esté donde esté. Nep·
tuno podría no ser el último planeta del sistema solar.
Plutón puede que también forme parte del mismo.
Resulta evidente, a juzgar por los movimientos mos-
trados por los cuerpos comprendidos en el sistema solar
que en la superficie del Sol la fuerza repulsora es mu-
cho más fuerte y poderosa que la fuerza magnética, y
que a medida que ambas prosiguen su actuación en el
espacio, la repulsora pierde su poder con mucha mayor
rapidez que la magnética.

Las zonas neutras

Las zonas neutras de la Tierra y los planetas se han


explicado ya antes, descritas como círculos paralelos al
Sol, con un planeta en cada uno de los círculos. La zona
neutra de un planeta está regida por su capacidad mag-
nética. A su vez, la capacidad magnética está regida por
los compuestos elementales del cuerpo, por el espesor
de su corteza y por la densidad general. Todos estos da-
tos están plenamente comprobados en los cuerpos que
componen el sistema solar.
Cuanto más elevada o grande es la capacidad magné-
tica de un planeta, más próxima al Sol será su zona neu-
tral. Los cuerpos del sistema solar con menor capacidad
magnética serán los que dispongan de zonas neutrales
situadas a mayor distancia del astro que las gobierna.
Cuando una fuerza temporal da impulso a un cuerpo
determinado, éste se desplaza hacia adelante, comenzando
en una línea recta y continuando en ella hasta que alguna
fuerza magnética la atrae, deteniéndola finalmente, una
vez vencida la fuerza temporal que la impulsara. En este

198
momento la fuerza magnética es la que pasa a regir el
cuerpo.
En cambio, si la fuerza propulsora no es de carácter
temporal ni de movimiento circular, y tiene unas fuerzas
centrífugas y magneticas suficientemente poderosas que
la gobiernan para alcanzar a formar una zona neutra, el
vuelo de tal cuerpo será indefinido, sin someterse nunca
a la fuerza magnética.
Como ésta es la condición en la que están emplazados
la Tierra y los demás planetas, sus giros alrededor del
Sol deberán continuar hasta el fin de los tiempos.
Para poner un ejemplo de la diferencia existente entre
una fuerza temporal y otra indefinida, tomaré una piedra
de amolar con su parte inferior sumergida en una arte-
sa de agua.
Cuando la piedra ae amolar da vueltas, el agua de la
artesa se desplaza un poco y vuelve luego hacia la piedra
debido a la fuerza centrífuga temporal de dicha piedra.
El agua, al abandonar la rueda de la artesa, se desplaza
inicialmente en línea recta, pero pronto comienza a cur-
varse hacia el suelo. Esta curva es indicadora de que
la fuerza magnética indefinida de la Tierra atrae el agua
y vence la fuerza centrífuga de la piedra. Por último, el
agua llega al suelo. La fuerza temporal, debilitada, ha
sucumbido ante la poderosa fuerza permanente e inde-
finida.
Ni la Tierra ni los planetas pueden ser lanzados al
espacio, igual que el agua no puede ser lanzada al espa-
cio por la fuerza centrífuga del molino.
La Tierra y los planetas sólo pueden separarse del Sol
mediante la fuerza centrífuga de éste hasta alcanzar el
punto donde se encuentran en la actualidad, y no más.
Todos y cada uno de ellos se ven compelidos a perma-
necer en las zonas neutras que ocupan. En efecto, a la

199
distancia del Sol a que están colocados, la fuerza mag-
nética de éste los retiene contra la fuerza centrífuga que
los obligaría a perderse en el espacio. Ni la Tierra ni
ningún planeta puede ser atraído por el Sol, pues, den-
tro de sus zonas neutras, la fuerza repulsara del astro
es más fuerte que la magnética y le impide que se apro-
xime más a él.
La Tierra y cada uno de los planetas tienen sus propios
y particulares grados de capacidad magnética y, siendo
todos diferentes, no hay dos que ocupen la misma zona
neutra. Es por ello que no pueden colisionar entre sí.
Para que dos planetas ocuparan la misma zona neutra,
sería preciso que sus dos cuerpos tuvieran exactamente
el mismo volumen, estuvieran compuestos por los mis-
mos elementos y en la misma proporción exacta, y tu-
vieran el mismo espesor de corteza. De no ser así, su
capacidad magnética no sería la misma y, al no serlo,
resultaría imposible que tuvieran la misma zona neutra.
A menudo se me ha preguntado, «¿qué sucedería si
un planeta, a causa de algún desastre cósmico imprevisi-
ble, se saliera de su zona neutra?». No creo que suce-
diera nada importante ni grave.

Un planeta extraviado

El planeta extraviado describiría dos revoluciones


erróneas completas y parte de una tercera antes de que
se reintegrara a su zona neutra. En realidad, el planeta
corregiría su error en la primera revolución, o de otro
modo le llevaría muchas. Todo se reduce simplemente
a un problema de qué sucedería si un error de ese tipo
ocurriera realmente.
En el círculo externo, la fuerza magnética sería más

200
poderosa que la repulsara hasta tal grado que su avance
hacia el espacio exterior se vería rápidamente abortado,
y volvería sobre sus pasos con gran ímpetu. Ello daría
como resultado una vuelta a la zona neutra en un punto
situado aproximadamente en el centro de su órbita. Allí,
la fuerza repulsara ganaría otra vez ascendiente sobre
el planeta, de modo que devolvería una vez más a éste
más allá de la zona neutra, pero a punto no tan lejano
como la primera vez que se produjo el error, y así pro-
seguiría unas cuantas veces más, reduciendo la elipse
hasta que, por último, volvería a instalarse en su zona
neutral.
Por poner un ejemplo, veamos lo que sucede con el
péndulo; el impulso de partida mantiene balanceado al
péndulo durante múltiples bandazos, pero cada uno de
ellos resulta más y más corto que el anterior, hasta que
finalmente se detiene. En este momento se encuentra en
la zona neutra entre la línea en que puede balancearse
y la fuerza magnética fría de la Tierra.
El movimiento de los diversos cuerpos por el Univer-
so muestra claramente que el sistema solar es un dupli-
cado de los muchos otros sistemas de cuerpos que se
extienden por él. Nuestro sol, con sus planetas y satéli-
tes, se mueve alrededor de otro sol que lo gobierna.
Este sol superior, con sus varios sistemas girando a su
alrededor, se mueve a su vez en órbita alrededor de otro
sol mayor, y así indefinidamente hasta alcanzar el centro
del Universo.

Deducciones

Todas las fuerzas relacionadas con la revolución de


la Tierra alrededor del Sol son continuas e imperece-
deras.
201
La Tierra no puede detener su vuelo alrededor del Sol
mientras éste continúe siendo un cuerpo vivo.
La Tierra no puede ser atraída al Sol.
La Tierra no puede ser lanzada al espacio exterior.
La Tierra no puede colisionar con otros cuerpos del
sistema solar.
Cada cuerpo perteneciente al sistema solar posee su
zona neutra.
Cada cuerpo del Universo posee asimismo su zona
neutra.
Dos zonas neutras de dos cuerpos distintos no pue-
den cruzarse entre sí.
Ningún cuerpo del Universo puede ser lanzado fuera
de su zona neutra.
El Sol posee una corteza sólida y un centro blando o
fundido.
El Sol no se está suicidando mediante la autocom-
bustión.
El Sol es un cuerpo frío.
El Sol no suministra calor más allá de su propia at-
mósfera.
El polo de un cuerpo celeste puede ser magnetiza.do y
desmagnetizado muchas veces durante su revolución al-
rededor del cuerpo que lo rige.
Creo que he mostrado de un modo muy poeo adecua-
do qué son las grandes Fuerzas Cósmicas y de qué modo
actúan, pero pienso que al menos algunos de los que
lean este trabajo lo encontrarán lo bastante explícito
para comprender lo que yo deseaba comunicar.

202
VIII. DIVERSOS FENÓMENOS

He denominado como «péndulo de la Tierra» al fenó-


meno de oscilación de los polos terrestres, pues la osci-
lación del polo es un duplicado exacto del movimiento
pendular del reloj.
En la actualidad sabemos que los polos terrestres
oscilan de modo regular y metódico. Los polos de la
Tierra completan una oscilación en cada revolución al-
rededor del Sol que da el planeta. No existe variación
alguna en la oscilación de los polos. Siempre se mueven
exactamente en un grado determinado en un momento
preciso, probando así que la Tierra se encuentra en un
equilibrio magnético defintivo.
El recorrido del Polo Norte va desde unos 23 1/2 gra-
dos al este de su punto medio, hasta los 23 1/2 grados
al oeste del punto medio, lo que nos da un total de 47
grados de oscilación; una oscilación completa está cons-
tituida por el recorrido desde los 23 1/2 grados al este
hasta los 23 1/2 grados al oeste, y vuelta.
Este movimiento hacia adelante y hacia atrás de los
polos nos proporciona las cuatro estaciones del año.
Para completar la oscilación del polo, la actuación de
las fuerzas es como sigue:
Comencemos con el polo situado en su límite occiden-
tal, a 23 1/2 grados de su punto medio. Durante algunos
meses los rayos solares no han iluminado la región po-
lar, y a poca distancia por debajo de ésta el Sol sólo
ha brillado unas pocas horas durante el día, y sus rayos

203
han llegado en un ángulo muy obtuso respecto al plano
terrestre. Durante esos meses todas estas regiones se han
magnetizado en alto grado, pues en este período de tiem-
po prácticamente no ha pasado fuerza alguna de la cor-
teza terrestre a la atmósfera, en tanto no han cesado
de acumularse en ellas las fuerzas. Por esta razón las
regiones polares quedan supermagnetizadas.
Cuando la fuerza giroscópica trajo por última vez el
polo desde su posición a 23 1/2 grados al este, el polo
no se detuvo en su punto medio, sino que su impulso y
velocidad lo llevaron a la posición que ocupa ahora a
23 1/2 grados al oeste. En esta posición a 23 1/2 gra-
dos W, la fuerza giroscópica toma de nuevo el control
del polo y procede a hacerlo retroceder a su posición
media, pero, igual que sucedió cuando el polo volvía de
su posición en el este, pone en contacto las zonas super-
magnetizadas con los rayos solares. En este momento
las fuerzas solares comienzan a proporcionar un impul-
so complementario a las regiones solares. El poder de la
fuerza giroscópica se ve superado otra vez, en esta oca-
sión por las fuerzas magnéticas afines del Sol. ~stas con-
siguen atraer el polo hasta la posición a 23 1/2 grados
al Este. Cuando el polo alcanza esta posición, la región
polar se ha quedado tan desmagnetizada y debilitada por
la acción solar que la fuerza giroscópica logra nuevamen-
te el control del polo. Entonces procede a devolverlo a
su posición media, con el mismo resultado que la vez
anterior. Y así se suceden una y otra vez los movimientos
pendulares, del mismo modo que seguirán produciéndose
hasta el fin de los tiempos.
Las regiones del Polo Norte quedan supermagnetiza-
das y luego desmagnetizadas, mientras el polo se mueve,
como el péndulo de un reloj, de una a otra punta du-
rante la operación.

204
Si las regiones polares no alcanzaran una supermagne-
tización tal que las fuerzas solares no pudieran ejercer
más poder en estas zonas que en las regiones tropicales
del planeta, la Tierra giraría !)Obre su eje sin que se pro-
dujera oscilación en los polos, y por tanto no se produ-
cirían variaciones estacionales.
Si la fuerza giroscópica fuera lo bastante fuerte para
superar las fuerzas magnéticas solares afines, los polos
no oscilarían y no se producirían cambios en las tempe-
raturas durante el año. Si el imán central de la Tierra
fuera lo bastante poderoso para mantener las fuerzas
del planeta en el interior del mismo contra la atracción
del Sol, la Tierra se convertiría en un mundo muerto. No
podría girar sobre su eje y no podría sostener ninguna
forma de vida.

Se me ha preguntado alguna vez por qué el Polo Norte


de la Tierra no se mueve en círculos como el vértice
superior de las peonzas infantiles, en lugar de ir ade-
lante y atrás como el péndulo de un reloj.
Es ésta una cuestión realmente interesante de respon-
der porque las fuerzas involucradas en ambos movimien-
tos son las mismas: la giroscópica y la magnética.
Veamos primero cuál es la diferencia básica. El polo
terrestre oscila como el péndulo de un reloj, mientras
que el polo de la peonza da vueltas.
La fuerza que hace girar a la peonza es una fuerza
temporal. Por tanto, también su fuerza giroscópica será
temporal. La fuerza giroscópica que gobierna los polos
terrestres no es temporal, sino permanente.
Tanto la fuerza giroscópica de la Tierra como la de
la peonza tienen fuerzas magnéticas que las contra-
rrestan.

205
La fuerza giroscópica terrestre tiene unas fuerzas mag-
néticas afines procedentes del Sol que tiran de ella en
un único sentido, por el lado que da al Sol.
La fuerza giroscópica de la peonza tiene la fuerza
magnética fría de la Tierra que tira de ella por todos
lados, pues la peonza gira precisamente sobre dicha fuer-
za y se encuentra totalmente rodeada por ella; así, la
peonza es atraída por todas partes, mientras la Tierra
sólo lo es por una.
El impulso que hace girar la peonza se extingue cuan·
do la fuerza temporal que la ha puesto en movimiento
se va extinguiendo, y, cuando va decreciendo este impul-
so inicial y la velocidad con que inició sus revoluciones,
la fuerza giroscópica que poseía va decreciendo también,
proporcionalmente. Con el debilitamiento de la fuerza
giroscópica de la peonza, la fuerza magnética fría terres-
tre empieza a atraer a la peonza. Esta fuerza magnética
fría terrestre empieza a atraer a la peonza. Esta fuerza
magnética fría procedente de la Tierra comienza a atraer-
la poco a poco; gradualmente, la peonza sucumbe a su
atracción. El polo no puede volver a girar porque la
fuerza magnética es superior a la giroscópica, de modo
que la primera va haciéndose mayor a medida que la
giroscópica se debilita, hasta que finalmente ésta se hace
tan débil que la magnética se adueña por completo de
la peonza. Una vez dueña de ella, la fuerza magnética
tira del polo de la peonza haciendo que dé vueltas en
círculo, agrandándose éstos más y más cuanto más se
debilita la fuerza giroscópica. Por último, la peonza no
se sostiene sobre la punta y cae de lado, pues ésta es la
posición en que puede presentar una mayor superficie
al imán central de la Tierra.
Las fuerzas solares son permanentes. La fuerza giros-
cópica terrestre es también permanente. Esta fuerza no

206
puede debilitarse ni detenerse. La atracción del Sol so-
bre ella es limitada y se debilita gradualmente cuando
el polo llega al punto crítico; la fuerza giroscópica te-
rrestre toma el control del polo y procede a hacerlo
retroceder hasta el punto medio. La tierra, al revés que
la peonza, no puede rodar de lado, y la dirección de la
fuerza giroscópica sólo se aplica de lado a lado, por lo
que el polo se ve obligado a seguir el impulso. Por ello
el movimiento que se forma es adelante y atrás, al modo
de un péndulo.

Las cuatro estaciones

Las temperaturas de la Tierra están regidas por el


ángulo con que caen sobre su superficie los rayos del
Sol y las fuerzas que éstos transportan. Por tanto, la
oscilación de los polos terrestres es la responsable de los
cambios estacionales.
Analicemos estas correlaciones en las cuatro esta-
ciones:
Si el Sol está en la vertical del ecuador, es la época
en que el polo viaja hacia el Este y es primavera en las
zonas templadas del hemisferio norte. Cuando el polo
está viajando hacia el Oeste y el Sol está en la vertical
del ecuador, es otoño en la zona templada del hemisfe-
rio norte y primavera en el hemisferio sur.
Cuando el Sol está sobre la vertical del trópico de
Cáncer, estamos a mitad del verano en las zonas tem-
pladas del hemisferio norte y en medio del invierno en
el hemisferio sur. Los ángulos de incidencia de los rayos
solares en las zonas templadas del hemisferio norte son
obtusos, mientras que en el hemisferio sur son todavía
más obtusos.

207
Pero si el Sol está sobre la vertical del trópico de
Capricornio, ello implicará que sus rayos caigan en
ángulo obtuso sobre las regiones templadas del Sur, por
lo cual todas las temperaturas se han invertido desde
que el Sol abandonara el trópico de Cáncer y empezara
a trasladarse a su posición actual. En las regiones tem-
pladas del Sur será verano y en las del Norte, invierno.
Si la Tierra girara a mayor velocidad de lo que lo
hace, el poder de su fuerza giroscópica aumentaría. En
tal caso, dicha fuerza conseguiría un control sobre el
polo antes de que éste se desviara hasta los 23 1/2 grados
al Este. Con ello se acortaría la oscilación. Si tal hecho
tuviera lugar, no disfrutaríamos de las grandes diferen-
cias de temperatura que en la actualidad experimentan
las regiones templadas y las frías. Tales zonas se harían
mucho más frías, y las regiones tropicales se harían mu-
cho más cálidas.
Si la Tierra girase más lentamente de lo que gira en
realidad, el poder de la fuerza giroscópica del planeta
se vería reducido. En tal caso, los polos tendrían una
oscilación más lenta y más amplia y la Tierra tardaría
en completar una oscilación más de lo que tarda en dar
una revolución alrededor del Sol, lo que provocaría un
verano más largo y caluroso y un invierno más largo y
frío. Y no sólo sucedería esto, sino que habría grandes
cataclismos magnéticos que eliminarían toda la vida
existente, como ha sucedido muchas veces durante la
formación y desarrollo de la Tierra.
Todas las fuerzas relacionadas con los movimientos
de la Tierra tienen zonas neutras. Las fuerzas terrestres
no están influenciadas por ninguna fuerza procedente de
más allá del sistema solar. Todas las fuerzas se encuen-
tran en un estado de equilibrio definitivo, por lo que las
estaciones no pueden alterarse.

208
Las estaciones del año han sido como son desde la
época en que la Tierra logró su equilibrio definitivo, y
así seguirán hasta el fin de los tiempos.

La elipse de la Tierra

La Tierra no se mueve alrededor del Sol en un verda-


dero círculo, sino formando una elipse o un óvalo.
Dos veces en cada revolución en torno al Sol, éste está
más próximo que en las restantes ocasiones. Cuando la
Tierra está en el punto más cercano al Sol, se dice que
está en el perihelio.
Esto tiene lugar en los meses de marzo y setiembre.
Dos veces al año la Tierra está más lejos del Sol que
en cualquier otro momento. Cuando está en este punto,
el más lejano del Sol, se dice que está en afelio. La Tie-
rra está en afelio los meses de junio y diciembre.

La rotación de la Tierra

La rotación de la Tierra, o revolución sobre su eje,


se efectúa mediante la acción de dos juegos de fuerzas:
Las fuerzas magnéticas afines del Sol, y las fuerzas te-

o
La rotación de la Tierra.

209
rrestres afines a las magnéticas del Sol y el gran imán
central terrestre.
Explicación del diagrama:
l. Una cuarta parte de la Tierra se desmagnetiza por
la acción de las fuerzas magnéticas afines del sol (ma-
ñanas).
2. Una cuarta parte de la Tierra se desmagnetiza de
tal modo que las fuerzas solares no tienen más poder
sobre esta superficie desde el mediodía hasta el ocaso.
3. Una cuarta parte de la Tierra vuelve a magnetizar-
se desde el orto hasta el mediodía.
4. Una cuarta parte de la Tierra completa la remag-
netización desde mediodía hasta el ocaso.
5. Rayos que transportan fuerzas de atracción efec-
tivas.
6. Rayos que transportan fuerzas de atracción no
efectivas, que se desprenden de los cuadrantes desmag-
netizados; todas las fuerzas que se encuentran en dicha
zona se han extraído de la corteza terrestre para pasar
a la atmósfera.
Para hacer girar la Tierra sobre su eje, las fuerzas
magnéticas afines del Sol atraen y tiran de las fuerzas
terrestres afines, que se encuentran en el interior de la
Tierra. Estas fuerzas terrestres afines son la división
electromagnética de la fuerza terrestre primaria.
Mientras las fuerzas solares extraen las fuerzas terres-
tres que se encuentran en el interior del planeta, inten-
tando reintegrarlas a la atmósfera, el gran imán central
terrestre trata de impedirlo y las mantiene en la corteza
sólida con todo su poder y toda su fuerza, negándose a
permitir que dejen sus puntos de almacenaje sin oponer
su lucha. Así pues, existen dos fuerzas luchando entre
sí, en un tira y afloja de fuerzas.
El poder del Sol, no obstante, es mayor que el del

210
imán central de la Tierra y, finalmente, tras una intensa
pugna acaba por conseguir extraer estas fuerzas de sus
puntos de almacenaje en el interior de la Tierra y los
hace surgir a la atmósfera. El gran imán central no ceja
la lucha por sus fuerzas almacenadas en un instante,
sino que lo hace paulatinamente. Cuando la potencia de
las fuerzas solares empieza a ser mayor que la resisten-
cia del imán, las fuerzas almacenadas abandonan gra-
dualmente el interior de la Tierra.
Algunos de nuestros hermanos científicos pueden for-
mular la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos saber que
las fuerzas terrestres surgen gradual y no repentinamen-
te? Y la respuesta es obvia, nos lo dice la pura lógica.
Desde el momento en que los rayos del Sol comienzan
a incidir sobre la superficie de la Tierra, lo cual sucede
en el orto, empieza a producirse la atracción del Sol
sobre las fuerzas almacenadas, pero, debido al ángulo
obtuso en que ejercen su tensión tales fuerzas solares,
no alcanzan a tener la potencia suficiente para proceder
a la extracción de las fuerzas terrestres. Sí tienen, sin
embargo, la suficiente para preparar el terreno para el
instante en que esté en un ángulo suficientemente direc-
to para vencer la resistencia del imán central de la Tie-
rra y llevar a la atmósfera esas fuerzas encerradas en la
corteza terrestre. Este hecho produce la desmagnetiza-
ción de esa zona concreta de la superficie terrestre, pues
las fuerzas magnéticas que expele el cuerpo de la Tierra
han abandonado éste y se hallan en la atmósfera. Cuando
la zona está desmagnetizada, las fuerzas solares dejan
de tener poder sobre ellas, pues no son afines a los ele-
mentos que la componen, y en la zona sólo existen ele-
mentos. Mientras tanto, la superficie ha ido trasladán-
dose del Oeste hacia el Este.
Mientras el primer cuarto del diagrama va avanzando

211
y desmagnetizándose paulatinamente, el cuarto núme·
ro 4 avanza gradualmente a su vez y toma el lugar del
primer cuarto. Así, mientras una parte de la superficie
desmagnetizada desaparece, otra totalmente magnetizada
ocupa su lugar. Así se produce una atracción y un avan-
ce inquebrantable, continuo y permanente.
Si no hubiera resistencia a la atracción solar por par-
te del imán central y la atracción de los elementos, el
Sol extraería las fuerzas del interior de la Tierra sin
moverla en absoluto. Si el Sol no alcanzara a desmagne-
tizar la superficie, habría una zona neutra o muerta,
pues las fuerzas solares tendrían igual potencia sobre
los cuartos 1 y 2. Ello nos daría como resultado que el
cuarto 1 sería atraído hacia el Este y el cuarto número 2
lo sería hacia el Oeste; siendo iguales ambas superficies,
las dos atracciones serían iguales. De ahí que se produ-
jera un centro muerto. En tal caso la Tierra estaría de-
tenida, esto es, tendría siempre el mismo lado enfocado
hacia el Sol.
Como antes hemos dicho, cuando una zona de la su-
perficie terrestre sufre una extracción de sus fuerzas in·
ternas, esa zona en particular queda desmagnetizada y
el Sol ya no puede ejercer más poder sobre ella hasta
que vuelva a estar cargada de fuerza magnética.
Tan pronto como una zona de la Tierra ha quedado
fuera del alcance de los rayos solares, el cuarto núme-
ro 3, las fuerzas solares desaparecen. En ese momento
comienza la remagnetización de esa zona concreta de
la superficie. La desaparición de los rayos solares hace
que las fuerzas que quedan en el aire o en la superficie
de la Tierra actúen contra el imán central.
~ste comienza entonces a recoger las fuerzas exhaus-
tas y las que están próximas a agotarse, y procede a re·
generarlas; al mismo tiempo se vuelven a llenar los al-

212
macenes con nuevas fuerzas recién regeneradas.
Las fuerzas que no estén exhaustas permanecen en la
atmósfera para desarrollar su acción natural durante la
noche. Lo anterior no significa que los cambios atmos-
féricos como la luminosidad regresen a la Tierra. Estos
fenómenos no son fuerzas exhaustas.
Ilustraré a continuación lo que antecede con un par
de ejemplos:
Ejemplo 1. La aguja imantada de una brújula.
La agregación de las fuerzas magnéticas terrestres en
las regiones polares atrae y tira hacia sí la fuerza mag·
nética contenida en la aguja imantada. La fuerza del
norte trata de extraer la fuerza de dicha aguja. La fuer-
za del norte es incapaz de hacerlo porque los elementos
que componen la aguja tienen una potencia mayor que
la fuerza. Aunque la fuerza polar no resulta adecuada
para extraer la fuerza de la aguja imantada, sí tiene,
en cambio, el poder de desviar el punto supermagnetiza-
do de la aguja hacia sí. Si la fuerza polar pudiera extraer
la fuerza de la aguja, ésta se convertiría en inoperativa,
igual que sucede con la superficie terrestre desmagneti-
zada. Si el Sol, al igual que la fuerza magnética polar, no
fuera capaz de extraer las fuerzas de la corteza terrestre,
la Tierra, al igual que la aguja imantada, permanecería
estacionaria. No daría vueltas sobre su eje.

B.
J;.lflJ.

Revoluciones de un carrete de hilo.

213
Ejemplo 2. Un carrete de algodón.
Con un carrete de hilo demostraré el principio sobre
el que se basa la revolución de la Tierra sobre su eje.
La mano C representará las fuerzas magnéticas afines
del Sol. B, el hilo, será las fuerzas terrestres afines a
las del Sol.
Cuando la mano tira del hilo, el carrete da vueltas
sobre el punto de apoyo D. De igual manera, cuando las
fuerzas terrestres son desenrolladas del carrete (cuando
se someten a la atracción), hacen girar la Tierra, igual
que sucede con el carrete en este caso. Tanto la Tierra
como el carrete dan vueltas a causa de la resistencia que
ofrecen.
Si el hilo que tira del carrete estuviera flojo, sólo gi-
raría el hilo, y no su carrete portador. Si no hubiese
resistencia a la acción de la atracción solar, las fuerzas
abandonarían la Tierra y su corteza sin hacerla girar.
Si el hilo no tuviera fin y la fuerza que tira de él no
fuera de carácter mecánico y temporal sino una fuerza
permanente, el carrete (al igual que la Tierra) seguiría
dando vueltas sobre el eje hasta el final de los tiempos.

El último cataclismo magnético

Distintos cataclismos magnéticos han acaecido en épo-


cas diversas en la Tierra desde que ésta comenzó a exis-
tir. Sin embargo, nada saben de ellos los científicos
actuales; pese a ello, fueron perfectamente conocidos,
comprendidos y estudiados por nuestros antecesores de
la primera gran civilización terrestre, que incluso les de-
dicaron ciertos escritos, hace más de 25.000 años. Todas
las rocas conglomeradas del planeta son el resultado de
tales cataclismos magnéticos, y no fueron formadas por

214
depósitos sedimentarios, como afirma la geología. El co-
nocimiento de los antiguos respecto a los cataclismos
magnéticos se desarrolló hasta hace 3.500 años, como se
puede observar en los jeroglíficos del reinado de Sti II.

¿En qué consiste un cataclismo magnético?

Antes de proceder a explicar qué es un cataclismo


magnético, será conveniente señalar que la Tierra ha es-
tado sujeta a dos tipos de cataclismos procedentes de
dos tipos de causas distintas. En primer lugar, los cata-
clismos volcánicos surgidos de la actividad volcánica.
Estos cataclismos afectan áreas restringidas solamente.
En segundo lugar, los cataclismos magnéticos, causados
por una sacudida repentina de la tierra al restablecerse
el equilibrio magnético perdido en alguna ocasión. E.ste
afecta a todas las aguas de la Tierra en mayor o menor
medida.
Como se ha establecido previamente, el cataclismo
magnético es el resultado de una pérdida del equilibrio
magnético, y de su restablecimiento. La Tierra sale de
su equilibrio magnético cuando sus polos se inclinan ha-
cia el Sol más de 23 1/2 grados a este u oeste de su
posición media. Cuando el polo se ha desviado más de
23 1/2 grados de su posición media, la fuerza giroscópica
de la Tierra hace retroceder el eje magnético a demasiada
velocidad, lo que causa un desplazamiento de las aguas
que ocupan la superficie del planeta.
Cuando el polo es devuelto a su posición correcta a
demasiada velocidad, el impulso sobrepasa durante cier-
to tiempo la fuerza magnética fría del planeta, de modo
que el gran imán central es incapaz de mantener las
aguas de su superficie en su posición normal. En canse·

215.
cuenda, éstas se «derraman».
Con la repentina sacudida de la Tierra, que causa el
avance demasiado rápido del polo, se forman unas olas
que comienzan en los polos y que van de Norte a Sur
y de Sur a Norte desde los dos extremos opuestos del
globo. Cuando estas dos olas polares abandonan las re-
giones de procedencia, las aguas de las regiones ecuato-
riales comienzan a fluir hacia los polos, en una parte de
la Tierra hacia el Polo Sur, y en el lado opuesto hacia
el Norte. Tales olas llenan los espacios huecos de las
regiones polares y restablecen una vez más el equilibrio
y el nivel de las aguas. Así, puede observarse que se
trata de un movimiento de aguas que circunda por com-
pleto la Tierra, pero que alcanza de modo desigual a las
diferentes regiones. El desplazamiento máximo siempre
se da en las regiones polares, y el mínimo siempre en
las ecuatoriales.
Durante los primeros tiempos de la histoi-ia del pla-
neta, los cataclismos magnéticos ocurrían con bastante
frecuencia, como lo demuestra las variadas formaciones
rocosas. Los cataclismos magnéticos continuaron hasta
la Era Terciaria, cuando la corteza de la Tierra alcanzó
un espesor y un grado de densidad tal que la Tierra entró
en su equilibrio magnético definitivo.
Al conseguir la Tierra una corteza espesa y compacta,
el almacenamiento de sus fuerzas creció de capacidad.
Los cataclismos magnéticos se hicieron menos frecuentes
y el volumen de fuerzas almacenadas se hizo mayor.
Desde el primer cataclismo magnético hasta el penúl-
timo, las olas producidas sólo consistieron en agua. Cuan-
do tuvo lugar el último, ya se habían formado vastas
extensiones de hielo en las regiones polares. Cuando se
produjo este último cataclismo y comenzaron las olas,
todo el hielo de los polos se pulverizó y fue arrastrado

216
por ellas. Las aguas ecuatoriales, en cambio, no llevaban
hielo. 1
Para establecer un equilibrio final, hubieron de esta.
blecerse zonas neutras entre las fuerzas; en lo que res-
pecta al enfriamiento, la condición estacionaria definiti-
va vino dada por la cesación en el proceso de espesa·
miento y enfriamiento.
La existencia de una zona neutra entre las fuerzas,
actuando sobre el proceso de espesamiento y enfriamien-
to de la corteza terrestre, parece a primera vista un reto
directo a las leyes de la ecualización. Sin embargo, fue
de hecho la misma ley de la ecualización la que formó de
manera principal la zona neutra.
Al utilizar la frase equilibrio magnético definitivo,
deseo hacer notar el hecho de que la Tierra ha estado
dentro y fuera del equilibrio magnético muchas veces en
tiempos pasados, y que el equilibrio que ahora estamos
explicando fue el último y definitivo.
En la actualidad todas las fuerzas que podían cam-
biar los movimientos de los polos o causar irregulari-
dades en los mismos han llegado a un punto de equili-
brio en su poder. Por tanto, la acción y movimiento de
los polos desde que se produjo la última recuperación
del equilibrio magnético hasta el final de los tiempos
deberá ser perfectamente continuo y armónico, sin más
variaciones o irregularidades.
El equilibrio magnético final de la Tierra fue una de
las obras mayores y más sublimes del Creador. Cada uno
de sus puntos y detalles fue elaborado más allá de toda
concepción humana.
Los preparativos para este paso comenzaron antes de
que las aguas descansaran sobre las rocas calientes y
chamuscadas que se estaban formando sobre la super-
ficie de la Tierra, y su desarrollo sobre la corteza terres-

217
tre fue continuo desde los tiempos de la Era Arcaica
hasta el día de su realización.

El cataclismo

Al final de la Era Terciaria, el Polo Norte terrestre


había corrido varios grados más hacia el este del punto
de seguridad que desembocaba en un cataclismo mag-
nético .
.E:ste fue el último cataclismo magnético que tenía que
visitar la Tierra. Fue el último que la Tierra verá, pues
a consecuencia de éste la Tierra entró en Equilibrio Mag-
nético Definitivo.
Por definitivo quiero decir que, habiendo conseguido
la Tierra una corteza sólida lo bastante espesa y compac-
ta para mantener un volumen suficiente de sus fuerzas,
se hizo imposible que el equilibrio magnético volviera a
alterarse. Al retener y mantener un volumen suficiente de
fuerzas en su interior sucedieron varias cosas. Por un
lado, y en primer lugar, se impidió que las fuerzas solares
tiraran de los polos más allá de su punto límite de segu-
ridad. En segundo lugar, la atracción que el Sol ejerció
sobre las fuerzas retenidas en el interior de la Tierra
impidió que la fuerza giroscópica lanzara el polo más
allá de ese mismo límite de seguridad.
Una razón de que cierta cantidad de fuerzas terrestres
esté retenida en el interior de la corteza del planeta es
que la atmósfera sólo puede contener y mantener en
suspensión un volumen determinado de tales fuerzas.
Una vez el Sol y sus fuerzas han extraído de la corteza
terrestre todas las fuerzas que la atmósfera puede admi-
tir, las fuerzas solares no pueden seguir afectando a la
Tierra hasta que las fuerzas terrestres exhaustas vuelvan

218
a la zona de fricción para regenerarse. En ese espacio de
tiempo, las fuerzas solares, aunque existentes, se debili-
tan hasta un grado tal que permiten a la fuerza giroscó-
pica tomar el control del polo. Esta atracción solar es
la que rige la rapidez con la que el polo vuelve de su
movimiento pendular.
El equilibrio magnético de la Tierra depende del volu-
men permanente de fuerzas terrestres que estén guarda-
das en su interior.
La corteza de la Tierra es el punto donde se almace-
nan las fuerzas.
Al llegar a este punto es conveniente hacer constar que
las fuerzas a que nos referimos son las contenidas en la
primera gran división de la fuerza primaria terrestre, y
que he venido denominando división electromagnética.
El Sol no tiene ninguna influencia sobre la segunda gran
división,· la magnética fría. Esta segunda división man-
tiene todos los elementos cohesionados e impide que nin-
guna materia móvil salga despedida hacia el espacio.
Las fuerzas terrestres se generan y regeneran en la gran
línea de fricción (la línea de contacto entre la corteza só-
lida del planeta y la materia fundida del interior) y una
vez generadas y regeneradas, pasan a la zona de almace-
naje (la corteza sólida) para ser extraídas de la misma
cuando la Naturaleza lo requiera.
El Sol emite fuerzas magnéticas excesivamente pode-
rosas que son extremadamente afines a las fuerzas de la
primera gran división de la fuerza terrestre primaria,
como son las que causan la supermagnetización de las re-
giones polares.
Así pues, existen fuerzas magnéticas procedentes del
Sol que son extremadamente afines a ciertas fuerzas te-
restres, que es todo lo que se requiere para mostrar la
co.usu del último gnm cataclismo magnético. Las fuerzas
219
magnéticas del Sol, al ser mucho más poderosas que la
atracción magnética del gran imán central de la Tierra,
extraen del interior de ésta a su atmósfera tanto volumen
de fuerzas como ésta es capaz de soportar.
Al final de la Era Terciaria, la capacidad de almace-
namiento de fuerzas por parte de la corteza terrestre, de-
bida a su espesor y a su estado compacto, no sólo fue la
adecuada para responder a las exigencias del Sol, sino
también para retener una parte de tales fuerzas en su
punto de almacenamiento, una vez la Tierra logró su equi-
librio. Sin embargo, para cuando alcanzó tal estado el
polo terrestre había sufrido una desviación hacia adelan-
te muchos puntos por encima del límite de seguridad, y
había que devolverlo hacia atrás antes de poder estable-
cer un equilibrio perfecto.
Desde el principio de la Era Arcaica hasta fines de la
Era Terciaria, la resistencia del imán central del planeta
resultaba insuficiente para impedir que las fuerzas afines
del Sol extrajeran tal cantidad de fuerzas terrestres de
su interior en las regiones polares durante la prolongada
presencia continua del Sol en aquella zona, que el volu-
men que quedaba en el interior de la Tierra era totalmen-
te inadecuado para oponer la resistencia debida al poder
de la fuerza giroscópica, lo cual tenía por consecuencia
que el Sol lanzara el polo terrestre mucho más allá de su
punto de seguridad.
Con la práctica desmagnetización de la superficie po-
lar terrestre, se eliminó la acción del Sol. El control de
la Tierra pasó entonces del Sol a la fuerza giroscópica
del planeta. Esta fuerza procedió entonces a tirar hacia
atrás del polo hasta su posición media, el verdadero
polo. Así se procedió a recuperar la posición vertical del
planeta.
Una vez comenzó el polo su curso hacia atrás, sin que

220
se registrara ningún freno por parte del Sol, su velocidad
fue incrementándose gradualmente hasta que se convirtió
en una perfecta sacudida repentina.
Cuando ocurrió el último cataclismo magnético, todo
el hielo de las regiones polares se partió a causa de la
sacudida, y las aguas se derramaron. Se formaron enor-
mes olas que llevaban en sus crestas montañas de hielo,
un hielo que se había ido formando a lo largo de miles
de años. Este gran cataclismo de hielo y agua arrasó la
mitad del hemisferio norte. Otra gran ola formada sólo
por agua subió hacia el polo desde las regiones ecuatoria-
les por el hemisferio opuesto.
El último cataclismo magnético causó, sin duda, una
pérdida en vidas y una destrucción de las propiedades
mayor que cualquier cataclismo magnético anterior pues,
además del agua que habían movido los precedentes, éste
contó con enormes masas de hielo. La enorme oleada de
agua y hielo alcanzó hasta el paralelo 40º de latitud nor-
te en Norteamérica, y hasta el paralelo 50º en Europa.
Geológicamente hablando, en estos límites se encuentran
los puntos donde el hielo se detuvo y formó la barrera
de sedimentos. Las aguas, en cambio, como se ha visto
tradicional y geológicamente, llegaron mucho más allá.
Estas aguas cubrieron las tierras y eliminaron de ellas la
vida. Entre otras varias tradiciones, una de los indios
pueblo establece que las aguas subieron hasta la altura
de Nuevo México.
Las montañas de hielo y agua que bajaron arrasando
desde el Norte eliminaron todas las formas de vida hasta
tal punto que ahora sólo quedan en las regiones sobre
las que cayó el hielo unos mínimos restos que nos indi-
quen la presencia de vida en esas regiones en tiempos
anteriores a,l cataclismo. Unos pocos restos de esqueletos
humanos y herramientas como flechas y puntas de lanza

221
se han hallado en las cuencas formadas por los últimos
restos del agua del cataclismo. Se han encontrado, por
ejemplo, restos de actividades humanas en Nebraska,
donde el profesor Gilder descubrió hogares en el fondo
de unos túneles excavados bajo el suelo. Aquellas gentes,
como se ve por sus herramientas, tenían un alto grado de
civilización.
Las aguas y el hielo se abatieron entonces sobre las
llanuras donde moraban. Los sedimentos anegaron los
túneles que llevaban a sus viviendas y durante un tiempo
sellaron toda huella de su existencia.
Al tiempo que enormes olas de agua y hielo cubrían
la mitad del hemisferio Norte del planeta en dirección
Sur, unas enormes olas de agua sin hielo producto del
cataclismo subían en dirección Norte por el lado opuesto
del hemisferio Norte.
Estas grandes olas procedentes del Ecuador, conse-
cuencia del cataclismo magnético, cubrieron las llanuras
de Manchuria, Mongolia y Siberia, la parte nordeste de
Asia y terminaron en el océano Ártico.
Al cubrir las aguas estas grandes llanuras del este de
Asia, aplastaron bajo su mortal abrazo a incontable nú-
mero de grandes mamuts siberianos y de otros animales
que tenían su hábitat en aquellas regiones. Sus cuerpos
fueron arrastrados por la potencia de las aguas hasta que
finalmente terminaron entre el cenagal del océano Ártico,
en el tramo de la desembocadura del río Lena. Sus hue-
sos y colmillos forman ahora una isla llamada Llakoff.
Como muchos de los esqueletos han sido hallados intac-
tos, ello nos prueba que ningún hielo acompañó a las
grandes olas. De otro modo no hubieran quedado más
que restos diminutos, como sucedió en el lado opuesto
del hemisferio. Para confirmar este punto, añadiré que
no se han encontrado marcas de hielo en el nordeste

222
asiático, y sí en cambio pruebas geológicas incontrover-
tibles de una ola de agua en dirección al Norte, especial-
mente a través del valle del Lena.
La escena de este último y gran cataclismo magnético
está vívida en mi imaginacióh. He intentado hacer unas
estampas, pero me temo que los pinceles no han logrado
plasmar por completo la impresión que tengo en mi men-
te. No he sido capaz de reproducir los detalles del horror
y el frenesí que embargó la vida animal. Mis estampas
describen las enormes montañas de agua y hielo que
arrasaron las llanuras norteamericanas, rugiendo, mar-
tilleando, pulverizando y crujiendo. Avanzando más y
más, cada vez más cerca, con un rugir y un martillear
cada vez mayor. La Tierra temblaba y se sacudía, y las
poderosas fuerzas iban a su asalto. El Sol aparecía y
volvía a hundirse en el horizonte, dejando tras de sí la
oscuridad más total para acrecentar aún más el terror, y
luego iluminaban los cielos oscuros terribles rayos.
En mi mente están los animales de las praderas, tem-
blorosos de pánico y terror, aullando y berreando, co-
rriendo sin descanso de aquí para allá en un frenesí de
terror, sin saber adónde ir o qué dirección tomar para
escapar a la inminente amenaza.
Manadas de poderosos mastodontes corrían primero
hacia aquí, luego hacia allí, con sus poderosos berridos,
mientras los caballos relinchaban al unísono con los au-
llidos aterrorizados de otros animales. Todo, sin embar-
go, en vano. Las mandíbulas de la muerte se abatieron
sobre ellos y todos fueron aplastados por completo, in-
cluido el hombre.
Con furia y fuerza irresistibles, las montañas de hielo
y agua crujieron y redujeron a pulpa a todo lo que vivía
y yacía en las praderas. La gran ola se extendió más de
mil quinientos kilómetros. Una montaña de hielo caía

223
desde la cresta de las olas sobre las rocas de la superficie,
sobre las melladas sierras de alguna arcaica cámara de
gas natural; las rocas se rompen y cuartean con el im-
pacto. Con furia despectiva, las olas recogen los restos
deshechos de las rocas, las levantan y envían a cientos
de kilómetros de distancia, como si se tratara de simples
guijarros o granos de arena. Este rudo retumbar de rocas
hendidas y astilladas se convierte en cantos rodados, al-
gunos de cientos de toneladas. Por último, la ola co-
mienza a amortiguarse y, una vez ha decrecido, forma
remolinos aquí y allá. Luego empiezan a aposentarse los
sedimentos. Cuando las aguas han desaparecido por com-
pleto, el hielo que queda en estos sedimentos comienza
a fundirse y las rocas reducidas a arena y grava se sedi-
mentan y forman masas sin estratificar, que encontrare-
mos en muchos lugares por donde ha pasado el cataclis-
mo glaciar.
Cuando la ola estaba ya decreciendo, se formaron co-
rrientes que llevaban mezclada agua, fango, hielo, grava,
arena y pequeños cantos. Cuando estas corrientes em-
pezaron a debilitarse, comenzaron asimismo a despren-
derse del lodo y piedras que llevaban. Primero se asen-
taron las materias más pesadas y luego, gradualmente,
todas las demás, de tal modo que en tales cursos encon-
tramos ahora depósitos en forma de estratos. En la
actualidad vemos que nuestros valles y ríos tienen sedi-
mentos en forma de estratos. A lo largo de estos cursos
el hielo que en ellos flotaba y los desechos que llevaban
erosionaron y convirtieron en llanos las rocas de tiempos
anteriores, erosiones y llanos que hoy están patentes ante
nuestros ojos. Los remolinos dejaron sus depósitos a lo
largo de estos llanos; cuando las tierras se alzaron los
depósitos se alzaron con ellas. También se alzaron las
montañas. Por ello encontramos ahora en las cimas de

224
los montes cantos rodados que llevan las marcas de ha-
ber sido formados por el hielo.
Observemos ahora la Tierra una vez fundidos todo el
hielo y retiradas todas las aguas a sus niveles.
¡Qué panorama! Desolación por todas partes, en un
desierto enfangado. ¡Barro, barro y más barro! Todo
cuanto alcanza nuestra vista, a lo largo de miles de kiló-
metros es barro, con pequeños montículos de arena y
grava aquí y allá. En algún punto asoma un canto ro-
dado de entre el fango, marcando la línea de la mayor
destrucción. En algunos puntos aparecen rocas enormes
de cientos de toneladas, monumentos terribles y silen-
ciosos que nos cuentan la historia a los hombres que ve-
nimos después. Que explican a los sucesores de los desa-
parecidos la terrible tragedia que sucedió en el pasado.
¿Dónde están las primitivas selvas que adornaban es-
tas tierras hasta hace sólo unos días? ¿Dónde todas aque-
llas grandes manadas de mastodontes que pacían y em-
bellecían la Tierra? ¿Dónde el hombre que dominaba
todo el planeta? Extinguidos, todos ellos extinguidos.
Todo rastro de vida se ha perdido y se ha mezclado con
el fango para servir de fertilizante. Nunca, desde que la
vida empezó en la Tierra ha recibido el suelo un trato
tan beneficioso. Ha sido arado y fertilizado como nunca,
y está preparando para cultivar y hacer crecer más que
nunca.
Nuestros árboles frutales con las ramas cargadas de
frutos, la profusión de vegetales, la galaxia de flores y
los campos de dorados cereales sólo han sido posibles
gracias a la intensa y formidable preparación que la
superficie de la Tierra ha recibido con la gran catástrofe.
Una admirable provisión realizada por la Naturaleza para
el provecho del hombre que había de llegar en el futuro.
El último cataclismo magnético fue la gran piedra

225
maestra sobre la que se edificó la casa que el gran Crea-
dor preparaba para el hombre.
De lo anterior se puede ver que no acepto la teoría
geológica que afirma la existencia de un período glaciar,
teoría que se encuentra en oposición a todas las leyes
naturales. Creo haber demostrado aqué se debió el fenó-
meno, y creo que esta explicación sostiene mis argu-
mentos.
El último gran cataclismo magnético corresponde al
«diluvio» del que nos habla la Biblia.

226
APENDICE

La geologf.a y las fuerzas cósmicas

El Nacimiento de la Tierra. Comenzaré este capítulo


reproduciendo lo que dicen las sagradas escrituras de
Mu respecto a la creación. En ellas, la creación se ha
dividido en siete mandatos del Creador. Las sangradas
escrituras de Mu datan de 70.000 años atrás.
Extractos: «El primer mandato intelectual fue: "Que
los gases dispersos por el espacio se junten y que con
ellos se formen los mundos." Entonces los gases se reu-
nieron en masas que circulaban en torbellinos.
»El segundo mandato intelectual fue: "Que los gases
se enfrían y solidifiquen." Y siguiendo este mandato, al-
gunos gases se enfriaron, se solidificaron y formaron
mundos esféricos. Fuera de estos mundos quedaron Ji.
bres ciertos gases mientras otros eran retenidos en su
interior.
»El tercer mandato intelectual fue: "Que los gases ex-
teriores se separen, y que formen la atmósfera y las
aguas." Y los gases exteriores se separaron; una parte
formó las aguas, y los restantes formaron la atmósfera.
La luz y el calor se contuvieron en ésta.
»Las aguas se dispusieron en la superficie de la Tierra
y la cubrieron de manera que no quedó ningún terreno
seco en toda ella.
»Entonces los rayos del Sol incidieron en la luz que
contenía la atmósfera y le dieron vida, y la luz iluminó
227
la faz de la Tierra y los rayos del sol incidieron en el
calor de la atmósfera y también le dieron vida, de modo
que el calor inundó la faz de la Tierra.
»El cuarto mandato intelectual fue: "Que aparezca la
Tierra entre las aguas." Entonces los fuegos gaseosos del
interior del globo alzaron la Tierra sobre las aguas que
en ella descansaban, y la Tierra apareció sobre la faz
de las aguas.»
Los mandatos quinto, sexto y séptimo se refieren úni-
camente a la vida.
Tras un cuidadoso estudio de las antiguas escrituras
naacal, realicé un estudio de la composición química de
la corteza terrestre, las formaciones rocosas y los fenó-
menos geológicos, para asegurarme del grado de certeza
de aquellas escrituras legadas por la primera gran civi-
lización terrestre.
Dejo al criterio de mis lectores el decidir si los cientí-
ficos de nuestros días son meros bebés en pañales com-
parados con nuestros grandes antepasados científicos.
Puede crerse que las Fuerzas Cósmicas no tienen nada
que ver con la geología; no la tienen directamente, pero
indirectamente poseen el control de todas las cosas. Las
Fuerzas Cósmicas, como se ha visto, son las responsa-
bles de la. rotación del planeta, y esta rotación ha sido,
y es, la causante de toda actividad volcánica.
Para comprender perfectamente la acción de las gran-
des fuerzas, que al cabo del tiempo produjeron el equi-
librio magnético final, creo conveniente en primer lugar
hacer una pequeña sinopsis del nacimiento de la Tierra.
Los geólogos han edificado sus teorías con los elementos
y compuestos que han ido apareciendo ante sus ojos.
Yo tomaré el mismo material, y también mostraré el
papel que han jugado las Fuerzas Cósmicas y la termo-
química.

228
Tras estudiar muchos de los fenómenos cuestionables,
creo que las deducciones de los geólogos han sido erró·
neas; estos errores parten del hecho de que los geólogos,
en general, han ignorado por completo la presencia de
estas grandes fuerzas; asimismo, la peculiar disposición
en forma de panal de la estructura fundamental del pla-
neta, la roca granítica primaria de la Era Arcaica. Esta
disposición en forma de panal tiene que haber existido,
necesariamente; a continuación daré las razones.
Uno de los mayores errores de los geólogos consiste
en su teoría sobre la manera en que la materia fundida
se enfría y solidifica.
El proceso que sigue la materia fundida para enfriarse
y convertirse en cuerpos sólidos es: en primer lugar, se
forma en la parte externa de la masa una delicada cás-
cara de cristales, que forman así una corteza o muro.
Cuando queda formada dicha corteza o muro, no existe
disminución material en el tamaño del cuerpo hasta el
momento en que toda la masa se solidifica y alcanza la
temperatura atmosférica. Por tanto, la corteza terrestre
no disminuyó de tamaño cuando pasó de su estado en
fusión al estado sólido. La única reducción de tamaño
de un cuerpo es la reducción en el tamaño de los cris-
tales, o contracción de los mismos, que forman la capa
más externa, cuando quedan a la temperatura ambiente
o atmosférica. Así, en un cuerpo esférico como la Tierra,
la única disminución en el diámetro será la cantidad de
contracción de dos cristales, uno de cada extremo de la
esfera, que puede considerarse infinitesimal. Así pues,
cuando la Tierra se enfrió no perdió volumen en el pro-
ceso.
Me imagino cómo será acogida esta afirmación entre
los geólogos, científicos y hombres de la calle. Con ros-
tros ruboriiados, aspavientos y gritos, declararán: cFal-

229
so, se ha demostrado clarísimamente que el diámetro de
la Tierra ha sufrido una contracción de treinta kilóme-
tros en el proceso de enfriamiento.» Yo no discutiré con
ellos que la Tierra haya perdido treinta kilómetros de
diámetro desde el comienzo de su existencia, porque es-
toy totalmente de acuerdo con ellos en la cantidad de
contracción; sin embargo, afirmo tajantemente que esta
contracción no fue debida en absoluto por el proceso de
enfriamiento. Más aún, si la contracción hubiese sido
debida al proceso de enfriamiento, las grandes leyes di-
vinas de la creación, como fueron expuestas por el Crea-
dor, no hubieran podido desarrollarse.
Explicaré cómo se enfrió la corteza de la Tierra y cómo
se solidificó, siguiendo una ley natural que vemos repro-
ducirse cotidianamente. Me refiero a la experiencia prác-
tica sobre el enfriamiento y solidificación de grandes
masas de materia en fusión.
En cuanto queda formada la corteza externa mediante
una epidermis de materia fundida externa que se enfría,
se convierte en cristales y da lugar a uniones entre .és-
tos; la materia en fusión contenida bajo esta epidermis
continúa el mismo proceso. Cada nuevo cristal que se
forma se une a los ya existentes, que forman el exterior.
Así se continúa hasta que toda la masa cristaliza y toda
la materia en fusión se convierte en sólido.
Como se ve, la construcción de cuerpos sólidos co-
mienza en el exterior y continúa hacia el centro.
Cuando la materia en fusión se enfría y cristaliza,
cada porción de materia en fusión que va a convertirse
en cristal ocupa más espacio que el cristal en que se
convertirá; en consecuencia, cuando el proceso avanza,
la adhesión de los diferentes planos de cristales redu-
cen la zona, y por ello la fuerza del conjunto, y la fuerza
de adherencia entre los cristales.

230
Una revisión cuidadosa de lo expuesto nos indica que
cuanto mayor es la cristalización, más disminuye la pro-
porción de materia fundida en cada cristal, por norma
general, aunque su tamafio sigue igual; de ello resulta un
debilitamiento de la cohesión entre los cristales. La cor-
teza externa nunca se hunde hacia el centro para igualar
las tensiones que sufren los cristales que ocupan la zona
media.
Este estado, combinado con el posterior enfriamiento
de la masa, provoca unas tensiones internas en el cuer-
po que se incrementan gradualmente a medida que la
temperatura de la masa baja hasta la temperatura atmos-
férica. Tal hecho viene causado por la pérdida de fuerza
calórica por parte de la masa. Previamente he demostra-
do que el calor es una fuerza que ocupa el espacio, y
que la temperatura es la medida del volumen de calor
presente en un determinado cuerpo o espacio.
Ahora puede comprenderse fácilmente que cuando el
calor es extraído de un cuerpo supercalentado, cuando
sufre un proceso de enfriamiento a partir de un estado
de fusión, los cristales centrales de la masa, en lugar de
tener el efecto reforzante de una fuerza, la reemplaza por
un vacío, de tal modo que las adherencias se debilitan,
lo que provoca habitualmente una quiebra de las adhe-
rencias y grandes roturas en el cuerpo de la masa. Cuan-
do se procede a fabricar lingotes de acero, es fácil que
se produzcan en ellos hendiduras, burbujas o huecos· si
se vierte el metal a una temperatura demasiado alta. Tal
circunstancia sólo ocurre porque al proceder al enfriado
de la corteza todo el material del lingote se dirige a la
parte externa, dejando hueco y debilitado el centro. La
corteza exterior no se contrae entonces para cubrir estos
huecos internos, que por tanto permanecen cuando todo
el lingote se ha enfriado. De igual modo, tampoco la cor-

231
teza terrestre se hunde para cubrir los huecos y hendi-
duras de la roca primaria que se forman durante el pro-
ceso de enfriamiento. Estas hendiduras y huecos de las
rocas que forman los cimientos de la corteza terrestre
se constituyeron según ciertos propósitos de la natura-
leza. Eran circunstancias ordenadas previamente para de-
sarrollar la creación a la manera pensada por el Crea-
dor. A continuación demostraré y explicaré a qué me
refiero con lo que antecede.
La formación de las rocas primarias, el granito, fue
un hecho geológico que necesitó un proceso destinado
a hacer compactos los elementos antes de que se cons-
truyera sobre ellos una superestructura pesada y contun-
dente. El desarrollo y realización completa de tal pro-
ceso fue la causa y razón de casi todos los cambios que
tuvieron lugar en la superficie terrestre durante millones
de años. Fue la causa de que las tierras emergieran y se
sumergieran en las aguas, proceso que ocurrió constan-
temente durante los millones y millones de años trans-
curridos entre la Era Arcaica y el final de la Era Ter-
ciaria. Las fuerzas activas agentes de tales cambios fue-
ron los gases. Los gases fueron los responsables de las
montañas y sierras, de las profundidades de nuestros
mares y océanos y también de los fenómenos volcánicos
y telúricos de nuestros días.
Si desde el comienzo los gases se hubieran mostrado
inactivos, no habría aparecido sobre las aguas ni un solo
metro de tierra firme.
Los gases se encontraron encerrados dentro de las ro-
cas primarias de la Era Arcaica por un motivo: conver-
tirse en los agentes de la aparición de las tierras sobre
las aguas, para formar un suelo, permitir el cultivo de
éste y preparar el planeta para el advenimiento del hom-
bre. El hombre no pudo aparecer antes de que se com-

232
pletaran las circunstancias adecuadas para su existencia;
sólo cuando estas circunstancias se completaron hizo
éste su aparición.

Los gases

Primer mandato. Comenzaré con la forma original de


la Tierra, que era gaseosa. Empezaré desde este punto
porque permitirá a mis lectores una mejor comprensión
de mis ideas y conceptos respecto a la disposición de los
varios gases durante el período de enfriamiento de la
Tierra, los gases que habían venido en formar la nebu-
losa que en el futuro sería la Tierra.
Los gases han sido los responsables de los cambios
más importantes sucedidos en la topografía del planeta
a lo largo de los tiempos. La acción de los gases tiene
su incidencia en muchos fenómenos conocidos, cuyos
orígenes son, y siempre han sido, unos temas envueltos
en el misterio y la controversia entre los más famosos
científicos.
La nebulosa terrestre era una masa de gases elemen-
tales y calientes que circulaban como un torbellino, y
que se ha calculado medía entre 600.000 y 700.000 kiló-
metros de diámetro. Antes de proseguir asegurémonos de
que la forma original de la Tierra era gaseosa, como se
establece en las sagradas escrituras inspiradas de Mu.
Para alcanzar el estado original y primario de todo
cuerpo compuesto de elementos, tenemos que invocar el
auxilio y asistencia de la química. Un análisis químico
es el paso previo a un proceso químico denominado sín-
tesis. El análisis químico es, por tanto, la disolución de
un vínculo químico establecido previamente. El último
análisis químico o disolución del último lazo químico

233
debe consistir, por tanto, en devolver la materia a su
forma original.
El análisis químico realizado mediante ácidos comu-
nes no devuelve la materia a su forma original; sólo se-
para los elementos de un compuesto y no de un modo
perfecto, pues sigue dejando lo que se denomina impu-
rezas. Por tanto he debido emplear una rama mayor de
la ciencia para ir un poco más allá en el análisis. Así pues,
emplearé termoquímica con la que el análisis final se
realiza con la ayuda de la fuerza calórica, que transforma
los elementos en gases.
Como no hay ninguna otra forma más perfecta de
análisis, deberemos presumir que hemos alcanzado la
forma original de la materia. Esto confirma las escritu-
ras sagradas y prueba que lo que ahora constituye la cor-
teza sólida de la Tierra fue en un principio gases elemen-
tales. Como una prueba más de que lo anterior es correcto
volvamos los elementos terrestres en gases con ayuda
del calor y luego volvamos a enfriar dichos gases. Vol-
verán a convertirse en sólidos, probando así más allá de
toda duda que la forma original de la Tierra fue gaseosa.
Como ejemplo que nos ofrece hoy la naturaleza, permí-
tanme centrar la atención en lo que se ha denominado
nubes de polvo, que normalmente aparecen tras una erup-
ción volcánica de importancia. Es éste un fenómeno bien
conocido por los científicos. Después de una erupción
importante se observan a considerables alturas de la at-
mósfera vastas nubes de polvo, tan densas que a menudo
afectan a la luz del día. Tales nubes llegan a extenderse
miles de kilómetros.
Los productos que expulsan los volcanes son habitual-
mente lava, que es roca fundida, llamas y humo. Es in•
concebible que las llamas supercalentadas transportaran
partículas de polvo sin fundirlas para transformarlas en

234
gases. La temperatura en el cono volcánico es suficien-
temente alta como para fundir las rocas y formar con
ellas la lava; el polvo también se encuentra en el cono,
así que ¿por qué no se funde con la roca? Para mí, la
única solución razonable a la existencia de tales nubes
es la siguiente: El polvo abandona el cráter en forma de
gases supercalentados que, al ser de temperatura más
elevada que la atmosférica, ascienden; cuanto más arri-
ba llegan, más fría es la temperatura que encuentran;
las llamas se componen tanto de gases no solidificables
como de solidificables. Cuando estos últimos llegan a los
estratos fríos de la alta atmósfera terrestre, la baja tem-
peratura les enfría y les hace solidificarse en forma de un
polvo fino, que la ciencia ha venido en llamar nubes os-
curas.
Tales nubes de polvo flotan hasta que son atraídas a
la superficie terrestre por el gran imán central. Tras apo-
sentarse en el suelo, las lluvias transportarán el polvo
al interior de la corteza, y si éste cae en el agua, se
hundirá por sí solo hasta el fondo.
Con este proceso, vemos que la Naturaleza extrae del
centro del planeta materias que luego se depositan en Ja
superficie. Sin duda las tormentas eléctricas tienen mu-
cho que ver con el proceso de recuperación del polvo
volcánico desde la atmósfera a la superficie del planeta.

Enfriamiento de los gases de la nebulosa te"estre

La gran fuerza centrípeta universal, si puede llamarse


así, reunió los gases terrestres disueltos en el espacio y
actuó sobre ellos para proporcionarles un centro.
Hoy en día podemos observar este mismo fenómeno
en varios puntos del Universo. Uno de ellos, que creo

235
imita perfectamente la nebulosa terrestre, incluida la
Luna, aparece en la constelación de Andrómeda.
Cuando los gases fueron atraídos a un punto central
mediante la gran fuerza moldeadora, poseían una tem-
peratura inmensamente alta, lo que se demuestra en el
hecho de que ahora, para devolver la materia a su forma
original, se requiere una temperatura inmensamente ele-
vada.
No estoy capacitado para afirmar si fue a causa del
éter que rodeaba los gases en proceso de enfriamiento,
por la división de los propios gases, por afinidades quí-
micas, por la gran fuerza moldeadora, o por una combi-
nación de todo ello, pero ciertos gases formaron com-
puestos químicos y uniones íntimas, se enfriaron, se so-
lidificaron, y acabaron por dar lugar a la corteza inicial
del planeta.
Había más de ochenta gases elementales en la compo-
sición de la nebulosa terrestre. De este número, sólo seis
pasaron a formar la roca inicial, el granito, y fueron
éstos el aluminio, el calcio, el magnesio, el potasio, el
silicio y el oxígeno. En adelante, denominaré a estos
seis los gases solidificantes y al resto los no solidificantes.
Algunos de estos gases que empezaron a asumir una
forma fundida, comenzaron aparentemente a dividirse
sólo hasta cierto punto; a lo que parece, una masa de
gases productores de rocas pesadas situado en mitad de
la nebulosa fue constreñido hacia el centro en forma
de esfera. Sin embargo, con ella fueron arrastrados vas-
tos volúmenes de gases no solidificables. No se realizó
una separación total entre los gases solidificables y los
que no lo eran, de modo que la corteza terrestre comenzó
a formarse con todos los gases sin separar.
Como se ha dicho previamente, el proceso de enfria-
miento y solidificación comenzó cerca del centro de la

236
nebulosa. Masas de gases de todo~ tipo yacían en el infe..
rior de la corteza en formación, y masas de gases de todo
tipo lo hacían fuera de ella. Entre los gases externos ha-
bía grandes volúmenes de gases pesados y solidificables.
Tales gases acabaron por formar las rocas del gneis, que
se asienta sobre el granito. El resto de los gases exterio-
res pasaron a formar la atmósfera y las aguas. El mate-
rial del gneis sufrió varias combinaciones químicas y
uno tras otro se enfriaron y fundieron. La Tierra estaba
en movimiento por aquella época y su impulso hizo que
la materia en fusión se extendiera y fluyera. Como no
todas las rocas se formaron al mismo tiempo, sino unas
después de otras, se fueron disponiendo en estratos. Tal
es la razón de que hallemos rocas de gneis estratificadas
y granito no estratificado, pese a que las más antiguas
rocas de gneis están constituidas de idénticos compues-
tos químicos que el granito.
El granito era inmensamente caliente cuando se for-
maron las primeras rocas de gneis. Todavía no estaba
lo bastante solidificado para impedir que el gneis se mez.
clara con él.
Durante la formación de las rocas de granito, algunos
gases no solidificables se combinaron químicamente for-
mando gases de alto poder explosivo, que ahora se deno-
minan gases volcánicos.
Estos gases volcánicos estaban encerrados en las ro-
cas de granito. Formaban en ellas cámaras, y dentro de
la propia corteza quedaron encerrados enormes volúme-
nes de tales gases. :estos no podían escapar si previa-
mente no se resquebrajaban las rocas que los contenían.
Al principio eran incapaces de lograr agrietarlas, pues
las rocas estaban demasiado calientes y eran demasiado
moldeables.
Vemos que la roca granítica está formada por un tipo

237
de gases, y al mismo tiempo los gases explosivos volcá-
nicos están formados por otra clase, y que en el interior .
de la roca granítica existen enormes volúmenes de gases
explosivos en espera de su liberación.

Cómo los gases explosivos formaron cdmaras


por sí mismos

Al estar los gases volcánicos asociados a los gases so-


lidificables en la época en que se estaba formando la
roca granítica, se necesitaba espacio para acomodarlos.
Estos gases no podían repartirse en la masa en solidifi-
cación, pues en tal estado hubieran impedido la forma-
ción de rocas al no permitir la adherencia entre los dis-
tintos cristales. En el supuesto de que se hubiera impe-
dido tal conglomeración de cristales, sólo hubiera podido
formarse enormes masas de materia en forma de polvo.
Los gases volcánicos se recogieron, en cambio, en bol-
sas, formando enormes burbujas; alrededor suyo se for-
mó la roca, que por tanto las encerró. De este modo, la
morfología de la Tierra se formó de roca granítica en
cuyo interior quedaban encerrados los gases en su forma
más explosiva.
Por lo anterior se puede apreciar que el granito, los
cimientos sobre los que se edificó la Tierra, era una
mina perfecta, en forma de panal, de gases explosivos.
Según un cálculo aproximado que realicé del posible vo-
lumen de tales gases, creo que casi la mitad de las rocas
se formaron con tales cámaras y que, a finales de la Era
Terciaria, debido a una serie de explosiones de esas cá-
maras, la Tierra perdió hasta treinta kilómetros de diá-
metro. He realizado este cálculo mediante la profundidad
media del cinturón de bolsas de gas que rodea actualmen-

238
te el planeta. La causa de que la Tierra redujera su diá-
metro es, pues, esta explosión de las cámaras de gases y
no a la contracción debida al proceso de enfriamiento.
Creo que esta aseveración debe terminar con el mito
geológico actual que atribuye a «las fallas» el origen de
los movimientos sísmicos. El origen de un terremoto está
en el movimiento de los gases, y sólo de los gases, que
tratan de encontrar una salida a las cámaras que los
oprimen y que, al encontrarla, la hacen explotar para
abrirse paso.
Cuando una cámara de gas estallaba, el techo se venía
abajo, las aguas llenaban el hueco y otra roca superes-
tructura! se formaba en el lugar.
En lo que concierne al tamaño de estas cámaras, no
hay duda de que variaban mucho. Algunas eran meras
bolsas de pocos palmos de altura, mientras otras se ex-
tendían cientos o miles de kilómetros y tenían una gran
altura. La altura media era, sin embargo, de aproxima-
damente cien metros de techo a suelo. He verificado este
dato midiendo rocas calizas coralinas formadas en el te-
cho de ciertas cámaras hundidas.
No creo que los puntos más profundos de nuestros
océanos sean el resultado de la explosión de una sola
cámara. Más bien opino que se trató de una serie de
cámaras colocadas una sobre otra, a poca distancia.
Siguiendo las huellas dactilares, estas antiguas cáma-
ras de gases de la Era Arcaica representarían más bien
zonas horizontales que alturas considerables. Varios fe.
nómenos que siguen a una explosión de este tipo parecen
corroborar esta afirmación.
A través de los millones y millones de afíos transcurri-
dos desde la Era Arcaica hasta la Terciaria, la roca sobre
la que se asienta la corteza terrestre, el granito ha sufri-
do hendiduras y grietas por acción de la actividad volcá·
239
nica. La Tierra y las rocas se han alzado y sumergido una
y otra vez. En cada ocasión .han sido comprimidas por
el peso del agua, por lo que casi todas las antiguas cáma-
ras de gases, por no decir todas, han explotado y han
sido moldeadas y comprimidas posteriormente en todos
los puntos cercanos a la superficie de la Tierra. Si queda
alguna será muy pequeña, meras bolsas, y de la variedad
aislada; esto es, sin conexión alguna con el centro de la
Tierra y sin fisuras que lleven a éste. En la actualidad,
la roca primaria es durante muchos kilómetros (hasta la
línea de bolsas de petróleo) una base sólida para la su·
perestructura que descansa sobre ella.

Eliminación de cdmaras

Ya he explicado que la corteza terrestre estaba llena


de hendiduras y fisuras causadas por las tensiones inter-
nas en el momento de enfriarse; éstas se convirtieron
en las salidas de los gases contenidos en el centro de la
Tierra hasta las cámaras de más arriba.
El centro de la Tierra está compuesto de todos los
gases elementales que formaban la nebulosa. Son los ga-
ses •internos». Muchos dé los gases pesados se han
mudado al estado de fusión, liberando los gases no soli-
dificables. La Tierra, en su revolución en torno a su eje,
transporta esta materia en fusión, pero con un giro no
lo bastante rápido para hacer mover la corteza. Este
hecho causa una fricción entre la materia fundida cen-
tral y la corteza sólida. Esta línea de fricción forma un
imán y es la fuente de lo que denominamos gravedad.
Tiene dos divisiones, como se ha venido explicando. La
fricción se intensifica mediante el empuje de la fuerza
centrífuga central contra la corteza sólida.

240
Mientras dan vueltas, los ga5es liberados entran en
contacto con la corteza sólida. Debido al tremendo peso
de la materia fundida que es impulsado contra dicha cor-
teza por el inmensurable poder de la fuerza centrífuga
central, los gases liberados se ven forzados a introducir-
se en las hendiduras y grietas de las cámaras. Esta pre-
sión sufrida hace que ocupen desde la cámara más pro-
funda hasta la más cercana a la superficie. Ésta, al estar
ya llena tiene que hacer lugar a los nuevos gases que
irrumpen. Esto se realiza elevando el techo de la cámara,
pues ésta es la línea menos resistente. El techo se fuerza
más y más a medida que nuevos gases fluyen o son pre-
sionados a este lugar. El proceso continúa hasta que la
resistencia y espesor del techo no toleran más alzamien-
tos. Se desarrollan en dicho techo puntos débiles, que
los gases perforan y aprovechan para escapar, formando
volcanes. Cuando las bolsas quedan vacías hasta el pun-
to de cesar su poder de apoyo del techo, éste se hunde.
Las rocas al caer sellan el paso a la cámara situada de-
bajo. Es entonces ésta la que ha de hacerse cargo de los
nuevos gases procedentes del centro de la Tierra. Así
sucede hasta que le alcanza el mismo destino de la que
anteriormente explotara sobre ella, y así continúa el
proceso hasta que las rocas acumuladas por encima son
más resistentes de lo que los gases pueden alzar o rom-
per. Los gases tratan de alzar y romper las rocas situa-
das sobre ellos pero no son capaces de lograrlo. Las rocas
son elevadas hasta que se forma un enorme túnel que
alcanza a la cámara situada al lado, y así sucede de una
cámara a otra, hasta formar un cinturón. De trecho en
trecho los gases descubren puntos débiles en el techo;
por allí escapan hacia arriba, destrozando el techo y for-
mando un cráter por el que los gases del cinturón se
evacuan. En ciertos lugares la formación de tales cintu-

241
rones rompe el techo de tal modo que los gases tienen
un paso libre a una cámara aislada que había quedado
repleta de agua. Tal hecho causa que la cámara se vea so-
metida a un exceso de compresión. Entonces estalla y la
tierra situada encima con todo lo que contiene se hunde
y queda sumergida. Unos ejemplos preminentes de tal
hecho en el pasado son el hundimiento de Mu, la Atlán-
tido, el puente del estrecho de Bering, el paso terrestre
entre América y Europa y el que unía antiguamente
Ceilán y la India. En otros lugares no hay cámaras a las
que pudieran acudir los gases; los cinturones se exten-
dían entonces en las líneas de menor resistencia, alzan-
do montañas y sierras.
Estos cinturones de gases no se pudieron formar has-
ta que las rocas por encima de ellos fueron demasiado
gruesas para ser alzadas o hendidas. Tal hecho ocurrió
hace unos 12.500 ó 13.000 años, de modo que las mon-
tañas, como yo siempre he mantenido, son de origen re-
lativamente reciente.
Cuando los cinturones de gases estuvieron formados,
vastas zonas de tierra resultaron sumergidas, y de las
zonas circundantes apareció agua que llenó los agujeros
resultantes de los hundimientos. Así emergió mucha su-
perficie de tierra que había estado cubierta por agua y
se extendieron las riberas de las tierras ya emergidas, al
tiempo que ciertos pasos y brazos de mar poco profun-
dos se secaban. Ejemplos notables son la desecación del
mar Amazónico de Sudamérica, el valle marítimo del
Mississippi y del San Lorenzo en Norteamérica, la emer-
sión de Florida y la extensión de las riberas del subcon-
tinente norte de América, tanto al Este como al Oeste.
El cuerpo de la Tierra, hoy en día, está recorrido como
un panal por cinturones de gases, grandes y pequeños.
Hay dos especialmente grandes. Uno es el Gran Cinturón

242
Central, que da la vuelta al mundo por las regiones ecua-
toriales del hemisferio norte; este cinturón tiene dos di-
visiones y muchas ramificaciones. El otro es el cinturón
del Pacífico, que rodea a dicho océano; éste tiene varias
divisiones y muchas ramificaciones. El cinturón del Pa-
cífico tiene más volcanes que todo el resto del mundo.

Leyes naturales

Al comienzo de la Creación, se crearon unas leyes uni·


versales para la realización completa del desarrollo de la
Tierra. Tales leyes han seguido inmutables desde el co-
mienzo de los tiempos hasta la actualidad. Se las conoce
comúnmente como leyes naturales. Tales leyes han sido
regidas y llevadas a efecto mediante las fuerzas.
La existencia de muchas de estas leyes naturales re-
sulta bien comprendida, pero se ignora qué es lo que
las controla. En esta obra me he propuesto proporcionar
a la ciencia este eslabón perdido. No es mi intención re-
visar todas las leyes naturales, antes bien, pretendo hacer
hincapié en unas que son las menos comprendidas.
Las leyes naturales a las que voy a prestar atención
deben valorarse y comprenderse, pues facilitarán al lec·
tor una comprensión más amplia de qué son las fuerzas
y cuál es su modo de obrar, en especial la acción de la
gran fuerza primaria terrestre y de sus múltiples ramas.

Extremos

Utilizaré aquí la denominación extremo para designar


una ley natural y para diferenciar a ésta de todas las
demás leyes nturales.

243
Un extremo es lo que no puede ser recibido por el
cuerpo humano o comprendido por la mente. Pero aun·
que los extremos existen, no pueden ser vistos, notados
o comprendidos. También hay extremos que no concier-
nen al cuerpo ni a la mente. Todas las mentes razona-
bles y juiciosas deben valorar que estamos viviendo en
medio de fuerzas tremendas y superpoderosas, muchas
de las cuales nos privarían de nuestra existencia con sólo
tocarnos.
Existe una gran fuerza que transporta la Tierra aire·
dedor del Sol, otra que hace girar a nuestro planeta en
torno a su eje cada día, y otra más que se mantiene
en suspensión en nuestra atmósfera y que es capaz de
superar millones de veces toda la energía producida por
máquinas en todo el mundo, y otra aún que si actuara
a toda su potencia haría arder todo cuanto de combus-
tible existe en la superficie de nuestro globo, y que fun.
diría las rocas hasta acabar con el planeta.
Cuando se creó al hombre, se le hizo delicado y extre-
madamente complejo; era tan frágil que, con sólo to·
cario, cualquiera de estas grandes fuerzas lo reducirían a
polvo. Por fortuna, sin embargo, estas grandes fuerzas
no acostumbran a poder actuar en detrimento del hom-
bre ni de cualquier otro elemento. Sólo una de estas
fuerzas puede afectar a los elementos. Se trata de una
fuerza secundaria que proviene precisamente de la pro-
pia Tierra.
Ninguna fuerza proveniente del Sol puede tocar o
afectar un elemento terrestre.
Aunque estemos en medio de las grandes fuerzas y
rodeados por ellas, no podemos notarlas porque no al-
canzan a tocarnos; no podemos recibirlas porque nues-
tros cuerpos elementales resulta que son neutros a su
acción.

244
De la propia Tierra emanan fuerzas grandes, tremen-
das. Son, sin embargo, tan delicadas en su actuación que
es realmente difícil que bajo circunstancias normales se
acumule al azar un volumen suficiente en un punto dado
como para que nos pudiera causar daílo. Incluso en el
caso de que así estuvieran acumuladas, deberíamos po-
nernos en línea directa con su paso para recibirlas. Como
ejemplo, hablaremos de los relámpagos, acumulación de
una de las divisiones de la fuerza primaria terrestre, muy
por encima de lo que la atmósfera puede. nevar en sus-
pensión.
En nosotros se ha creado una escala de recepción, esto
es, que estamos construidos de tal modo que sólo pode-
mos recibir impulsos dentro de ciertos límites. Hablamos
de que estos límites son el centro entre los extremos.
Más allá de estos límites, tanto por encima como por
debajo, todo impulso se transforma para nosotros en un
extremo. Al ser extremos, no podemos recibirlos; por
tanto no pueden dañarnos. Lo importante no es lo pode-
rosa o terrible que pueda ser la fuerza, pues si está más
allá de nuestro límite no puede tocarnos. Sólo conozco
una excepción a esta regla general, y es el caso del re-
lámpago. Pondré ahora algunos ejemplos de extremos que
son conocidos popularmente:
1. El oído humano tiene un límite de recepción. No
podemos escuchar ni un tono muy alto ni uno muy bajo.
2. El nervio óptico está limitado en su capacidad para
transportar la fuerza lumínica. No puede llevar al cere.
bro un volumen suficiente de luz que alcance a dafiarlo.
3. Dos litros de agua no caben en un recipiente de un
litro. Cuando se ha vertido un litro en tal recipiente, el
resto se derrama. Este resto es un extremo.
4. Una barra de acero de tres centímetros de diáme-
tro no puede pasar por un agujero de dos centímetros

245
de diámetro. Este centímetro sobrante de la barra de
acero es un extremo para el agujero.
A continuación demostraré los dos primeros de estos
cuatro ejemplos.
Ejemplo 1. El sonido. Coloquemos a cierta cantidad
de personas en una sala, formando un círculo, y dispon-
gamos en el centro a una con un silbato de escala. J;:sta
debe comenzar en la nota o tono más bajo e ir subiendo
gradualmente en la escala. Al llegar a un determinado
tono o nota, una o más de las personas de la sala deja-
rán de escuchar el sonido proveniente del silbato, aun-
que otras personas seguirán oyéndolo. Si se sigue alzan-
do el tono, todos los oyentes irán dejándola de escuchar,
uno tras otro, hasta que por último nadie será capaz de
escucharlo. Ello demuestra que el límite de recepción de
sonidos varía de individuo a individuo, y que algunos
tienen límites mayores que otros.
En cuanto se alcance un tono del silbato que nadie
pueda captar, se hará entrar en la sala a un gato común.
En cuanto éste entre alzará las orejas en dirección al
silbato, pues estos animales pueden captar todavía el so-
nido del instrumento. El gato lo oirá porque su límite
de audición es más alto que el de los seres humanos.
Puede corroborarse el experimento mediante una prueba
de ondas sónicas procedentes del silbato.
Lo que antecede es una demostración de que existe
un límite en la recepción de sonidos agudos por parte
del ser humano; ciertos animales tienen unos límites si.
túados en tonos más altos que los que un hombre puede
alcanzar.
A continuación realizaré una prueba para demostrar
que también existe un límite en los bajos, y para ello
utilizaremos un órgano de gran escala. Mucha gente no
alcanza a escuchar ciertas notas. Sin embargo, las ondas

246
sónicas atmosféricas corroboran la presencia de sonido.
Con ello queda determinado que existe también un lími-
te de recepción de sonidos bajos en los seres humanos,
y que también éste difiere según los individuos. Al com-
probar que el oído tiene un límite tanto en los agudos
como en los graves, queda demostrado que el hombre
sólo puede recibir sonidos en unas ondas medias o cen-
trales. Todos los sonidos que estén por encima del límite
humano para los agudos o que estén por debajo del lí-
mite para los graves son extremos para tal ser humano.
Empero, los sonidos que están comprendidos dentro de
los límites de recepción pueden intensificarse hasta un
punto tal que resulten dañinos para el oído. Tal tipo de
intensidades son habitualmente producto de las obras
humanas, y por tanto las personas pueden salvaguardar-
se de ellas mediante la adecuada protección de las orejas
y el sistema auditivo.
Ejemplo 2. El nervio óptico. Respecto a este tema,
debemos remitir al lector al capítulo titulado «La Luz»,
donde se habla del tema en profundidad.
La mente del hombre también está regida por extre-
mos.
La mente humana no alcanza a concebir dónde co-
mienza o termina el espacio.
La mente humana no puede concebir dónde comienza
o termina el tiempo.
Los conceptos de las dos frases que anteceden son ex-
tremos para la mente humana.

Duplicaciones

Es ésta una gran ley natural, que sin embargo resulta


poco o nada comprendida se trata de la ley natural de

247
la duplicación. La Tierra ha sido construida sobre unos
modelos y leyes originales. Cada nueva vida ha recogido
y forma parte del modelo de su predecesor. En cada
modelo que se va repitiendo en el tiempo pueden tener
cabida ligeros cambios. Tenía que suceder así para ir
haciéndose más complejos y acoplarse al continuo en-
friamiento de la Tierra, y al descenso del volumen de
fuerza vital proporcionado a la temperatura. La semidu-
plicación o semirrepetición de la vida ha sido llamada
erróneamente «evolución» por los científicos.
Esta semiduplicación de la vida era necesaria para
convertir a los seres en entes más complejos, pues de
otro modo la vida hubiera muerto en el planeta en su
primer estadio. En tal caso, la Tierra sería hoy solamen-
te una superficie de deshechos sin ninguna vida. El ca-
pítulo V de este libro muestra qué es la vida y por qué
cada descendiente es un poco más complejo que su pre-
decesor, y por qué cada descendiente tiene una parte
tan grande de la forma y carácter de su predecesor. De-
mostraré que simplemente se trata de un seguimiento
normal y habitual de la gran ley de la duplicación.
En cualquier parte de la Naturaleza nos es dado ob-
servar grandes muestras de dicha duplicación. El pro-
ceso empieza con la Hberación de humedad por parte de
los ríos. Estas partículas de humedad de los ríos ascien-
den a la atmósfera, que forman gotas y caen al suelo.
La lluvia se hunde en el suelo y forma fuentes y corrien-
tes subterráneas, que salen a la superficie, forman arro-
yos, ríos y corrientes que fluyen majestuosamente hacia
el océano.
De parecida manera, los árboles tienen su origen en las
semillas.
El rayo de un cuerpo supercalentado comienza con un
rayo primordial invisible, que luego se divide y subdivide

248
una y otra vez, para finalizar descompuesto en innumera-
bles rayos de colores. Cada uno de estos rayos es por-
tador de una fuerza que será utilizada por la Naturaleza.
Las mismas grandes fuerzas del planeta comienzan
como una fuerza primordial, que se divide y subdivide
en innumerables fuerzas, cada una de las cuales tiene su
actuación precisa y concreta en la Naturaleza.
El sistema nervioso y el sanguíneo de los seres hu-
manos son otros ejemplos. Podría seguir poniendo ejem-
plos de duplicaciones indefinidamente.

El sol superior. Nuestro Sol da vueltas sobre su eje,


y por tanto está regido por un sol superior, que a su vez
gira también sobre un eje.
Los astrónomos han avanzado la teoría de que en el
espacio exterior existe un gran sol oscuro más allá de la
estrella que denominamos Rigel. Los movimientos de los
cuerpos celestiales y la aparición de espacios aparente-
mente desocupados en esa parte del Universo ha llevado
a muchos científicos y astrónomos a dicha conclusión,
que tienen unos fundamentos muy sólidos.
Ese gran sol oscuro se supone de una extensión mu-
chas veces superior a los soles que conocemos. No obs-
tante, no se ha podido establecer, ni siquiera aproxima-
damente, cuál es su tamaño. Difícilmente podría calcu-
larse, dado que se trata de un astro oscuro e invisible.
Algunos escritores estúpidos aceptan la teoría de los
soles oscuros e invisibles y van más allá al afirmar que
se trata de astros muertos. Si fuera así, podría verse en
los límites de nuestros telescopios, pues la luz de la re-
flexión podría proporcionarnos los datos necesarios para
descubrir su posición y tamaño. Existen buenas razones
para que no se le pueda ~er: en primer lugar, puede que
esté demasiado lejos para ser captado incluso por el ins·

249
trumento más poderoso de que dispongamos; es mucho
más probable que sus rayos sean tan extremadamente
intensos, que todos ellos se hallen fuera del alcance vi-
sual del ojo humano.
Parece totalmente cierto que el sol superior alrede-
dor del cual gira el nuestro no ha sido visto nunca; re-
sulta posible, en cambio, aunque altamente improbable,
que se encuentre más cerca de nosotros que otros soles
que sí vemos. Este sol superior está a una distancia in-
calculablemente mayor que Rigel.
Un sol lo bastante poderoso para controlar una exten-
sión tan enorme del espacio, y a cuyo control se hallan
sometidos decenas de miles de cuerpos, debe poseer fuer-
zas que resulten extremas a los sentidos humanos, y que
resultarán neutrales a todas las fuerzas terrestres. Como
no existe ninguna zona del espacio que no esté ocupada
por cuerpos, a excepción posiblemente de un sol oscuro
invisible que está situado más allá de Rigel, queda la
posibilidad de que todos los cuerpos que alcanzamos a
ver en el espacio estén bajo su control.
Si tenemos en cuenta que los rayos oscuros intensos
de nuestro Sol resultan invisibles y extremos al ojo hu-
mano, debemos razonar que los rayos oscuros extrema-
damente intensos provocados por el sol superior son mil
veces mayores que aquéllos. Así pues, a lo que parece, el
sol superior seguirá siendo siempre un misterío y un
secreto oculto para los hombres y la ciencia.

El fin de la Tierra

La pregunta de cuándo llegará el fin de la Tierra ha


sido siempre una cuestión y una especulación de interés
no sólo entre los científicos sino entre todos los seres

250
humanos de las distintas épocas. El interés por el tema
ha dado lugar a muchas teorías, la mayoría de las cua-
les terminan en alguna calamidad cósmica que borra del
Universo nuestra querida y vieja Tierra.
Voy a añadir una más a la lista de teorías; y, como
ya supondrán los que hayan alcanzado a leer hasta este
punto, tampoco será científicamente ortodoxa.
La Tierra alcanzó su forma y estado definitivos du-
rante el período del Pleistoceno, y esta forma y estado
permanecerán inmutables hasta el fin de los tiempos.
Cada uno de los cuerpos del Universo se está movien-
do en una zona neutra, fuera del alcance de todos los
demás cuerpos. Para que algo afectara a cualquiera de
los cuerpos celestes, tendría que sucederle algo a la gran
fuerza suprema que controla todo el Universo. Las zonas
neutras están dispuestas de tal modo que dos cuerpos
no puedan colisionar o chocar unos con otros. Cada sol
controla sus planetas y satélites y no tiene poder sobre
los demás. Ningún sistema astral invade a otro ni coin-
cide en parte con ninguno. Ningún cuerpo del espacio
puede ser atraído de un sistema a otro. La Tierra no
puede convertirse en un astro muerto en tanto exista
nuestro Sol. Las temperaturas y estaciones meteoroló-
gicas del planeta no pueden alterarse porque los movi-
mientos de los polos se han fijado definitivamente.
Continuarán las oxidaciones y las erosiones. Las mon-
tañas sufrirán los efectos de estas acciones hasta alla-
narse y con el material procedente de éstas arrastrado
por los ríos se formarán islas. El hombre se hará cargo
de estas tierras y las hará más productivas que cuando
formaban parte de las laderas de los montes. Dentro de
millones de años todos los gases volcánicos contenidos
en el interior de la Tierra se habrán extinguido. Enton-
ces los terremotos y la actividad volcánica habrán pa-

251
sado a formar parte de la historia del planeta.
El hombre será mejor y estará más cerca de la per-
fección, y vivirá de acuerdo con sus grandes conocimien.
tos. Las luchas y riñas serán desconocidas. cEl león ya·
cerá junto al cordero.» Desaparecerán las naciones, con
su afán de poder y riqueza. Habrá una gran unión de
las comunidades de hombres, cada uno de los cuales será
auténticamente hermano de los demás. Después...
Sólo el Supremo sabe qué sucederá.

252
INDICE

Agradecimiento 9

Introducción 11
I. El origen de las grandes fuerzas 17
II. Las fuerzas de la Tierra 37
III. La atmósfera 65
IV. Los rayos 105
v. La fuerza vital 127
VI. La especialización 149
VII. El Sol . 171
VIII. Diversos fenómenos 203
Apéndice 227
Relámpago. La fuerza primaria terrestre es atraída a la corteza terrestre .
Su volumen es superior a lo que la atmósfera puede mantener en sus-
pensión.

Relámpago. La fuerza primaria terrestre se ecualiza en la atmósfera .


El anfibio mastodonosauro. Período Carbonífero (Pérmico). Alta especialización, que se observa en cabeza,
boca y dientes.
Esta reproducción fue realizada expresamente para este libro por el doc-
tor C. W . Gilmore, conservador de Vertebrados del National Museum,
Washington, D. C.
El reptil dimetrodonte, período Carbonífero (Pérmico). Especialización
extrema, ver su enorme aleta dorsal. El final de una antigua especie.

Paisaje típico de principios del Cretácico, cuando murieron los grandes


sarópodos y nuevas formas de vida ocuparon su lugar. Muchos pantanos
se transformaron en marjales. Temperaturas supertropicales.
El tracodonte de fines del Cretácico.
Fig. 1 - En su época de máximo desarrollo. Fig. 2 - Altamente especializado. En extinción. La especialización se
ve en su cresta y sus 3.000 dientes.
Principios de la Era Terciaria. La superficie terrestre se ha transformado
de pantanos en marjales, habitualmente muy blandos, y los ·animales
cuentan con patas largas , parecidas a las de las aves zancudas actuales.

El caballo, especimen perteneciente a principios de la Era Terciaria, con


sus patas alargadas y zancudas .
La ola en dirección norte del último cataclismo magnético. Sin hielo que la acompañe. Sus resultados son observables
en Asia Oriental y en el oeste de Alaska, en América del Norte.
La ola en dirección sur procedente del último cataclismo magnético, el
Diluvio bíblico ... y también un mito de la geología: el período Glacial.
El titanotero, uno de los primeros mamíferos especializados de la Era
Terciaria. Se extinguió durante el Eoceno. El cuerno nasal muestra. su
especialización.

El tigre de dientes de sable, una de las grandes especializaciones de


los mamíferos terciarios. Los colmillos son muestra de su especialización .
fig.2

Fig. 1 - El tricerátopo en su época de máximo desarrollo. Fig. 2 - Se ve su especialización en su complicada


cabeza. Indica la proximidad del fin de los grandes reptiles .
Estegosauro, uno de los reptiles más- especializados del período Jurásico . Ver su e5pecialización en las placas dorsales .
Final del período Jurásico, cuando los grandes reptiles estaban en su momento álgido. Tierras secas y pantanos
de aguas más profundas que en los tiempos del Carbonífero. Temperaturas supertropicales.

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