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University of Massachusetts Amherst

Center for Latin American, Caribbean and Latino Studies

Interrogating the Civil Society Agenda:


Social Movements, Civil Society, and Democratic Innovation

Social Movements’ demands and the constitution


of the Feminist people .

Graciela Di Marco
Centro de Estudios sobre Democratización y
Derechos Humanos.
CEDEHU
ESCUELA DE POSGRADO
UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN MARTÍN
democ@unsam.edu.ar
www.posgrado.unsam.edu.ar

Introducción

Este artículo presenta algunas observaciones sobre los discursos de las


acciones colectivas en la Argentina, a través de la nueva construcción
de significados que articulan cotidianamente. Una mirada compleja
acerca de los movimientos trata de dar cuenta de su heterogeneidad, de
los cambios en el tiempo, de la construcción de identidades individuales
y colectivas, y de potencialidad que portan en torno a la
transformación de la política, la sociedad y la cultura. Asimismo se
interroga acerca de la interacción con las instituciones -entre ellas,
con el estado- y de las diversidades de estrategias que generan, como
aspectos de un proceso que consideramos deben ser abordados
simultáneamente. Para nuestro propósito, analizaremos el caso de los
Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) y los de Empresas
Recuperadas y Autogestionadas (ERA), desde una perspectiva que
incluye el análisis de las relaciones de género y del movimiento de
mujeres. Nos hemos formulado las siguientes preguntas:
Estas acciones colectivas se encuadran en la política “normal” de las
sociedad civil organizada o bien presentan aspectos que no se
encuadran en los típicos discursos del sociedad civil, y que son hasta
políticamente incorrectos? Son los no contados que portan otras
demandas y discursos? En que aspectos? Que diferencias existen si las
consideramos desde el movimiento de mujeres y con un enfoque de
género? Si la mayor parte de los movimientos piqueteros recibió planes
de subsidios del gobierno nacional y provincial, el uso de los mismos se
enmarcó en los discursos del gobierno, los expertos y las ongs,
civilizando sus demandas? Los obreros y obreras de las empresas
recuperadas y autogestionadas se inscriben en las definiciones de
trabajo asalariado y propiedad del capitalismo o saltan esas categorías
con la autogestión, que implica que todos son patrones? Que sucedió
con las demandas?¿Se constituyeron nuevas identidades individuales y
colectivas? ¿Se construyeron equivalencias que pudieron desafiar el
poder hegemónico o fueron absorbidas diferencialmente por el estado?

Adoptamos una perspectiva feminista de análisis y tuvimos en cuenta


las relaciones de género en estos movimientos, ya que si se sostiene
una perspectiva universalista, es probable que no se considere que
haya diferencias entre los discursos y prácticas de los varones y de las
mujeres o que, considerándolas, no se tenga en cuenta que
frecuentemente tales diferencias suponen desigualdad: de poder, de
autoridad, de recursos, etc. Lo cual, adquiere especial significado: si
ningún discurso es transparente en sí mismo, si no está ahí para ser
aprenhendido, menos lo son los discursos desde las subordinaciones
naturalizadas, como las del sistema patriarcal. Comprender los
discursos de género significa tener a mano la teoría feminista y jugarla
en la interpretación de significados frecuentemente escurridizos,
opacos, confusos, lo cual es totalmente diferente a considerar a varones
y mujeres como informantes de lo que hace su movimiento, o a
describir actividades de unos y otras.
Se pone el acento en la diferencia y en la desigualdad, pero también en
un concepción de las mujeres como agentes, considerando que éstas
pueden ejercer poder y autoridad en sus relaciones, y que este proceso
incluye el reconocimiento de sus derechos. Estos procesos se facilitan
en espacios democráticos que posibilitan el disenso, la lucha y el
cambio (Batliwala, en León, 1997: 209).

Desde el feminismo, nos interrogamos sobre las articulaciones políticas


y sus posibilidades contra hegemónicas. Nos distanciamos de algunos
enfoques sobre las acciones colectivas, uno institucional y otro
movimientista[1]. El primero pone el foco en la dimensión vertical de los
procesos de articulación política, observando los aportes de dichas
acciones a los cambios institucionales, especialmente vinculados con el
sistema político y a dar respuestas a algunas preguntas típicas como:
¿cuántos son?, ¿qué impacto tienen?, ¿qué producen?. Cuando
escribimos acerca de asambleas barriales, surgidas al calor de los
eventos del 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina,
considerábamos que de las repuestas a estas preguntas, se llegaría a
reconocer en las mismas alguna capacidad para la discusión de temas
vinculados con intereses y derechos ciudadanos, pero simultáneamente
se señalaría que con el paso del tiempo se redujo el número de sus
integrantes estables, y que no produjeron impactos significativos en la
vida partidaria, social y económica del país[2]. Un enfoque
movimientista, simétricamente opuesto al anterior, considera en tonos
épicos a estas acciones y pone el énfasis en las articulaciones
horizontales. Desdeña las articulaciones verticales, que significarían la
capacidad de incidencia política contestataria en torno al estado o a
parte del mismo.

La situación específica de los actores en estos movimientos ha sido


considerada desde estos discursos, opuestos y complementarios. Por un
lado, el que sostiene una perspectiva institucionalista, por ejemplo en el
caso de las Empresas Recuperadas y Autogestionadas por los/as
trabajadores/as, enfatiza sus relaciones con los sindicatos y los aspectos
organizacionales de las fábricas y deja en un lugar marginal los
elementos políticos y económicos, como las expropiaciones, el nuevo
carácter de las cooperativas, el retiro igualitario de dinero y la
participación de los trabajadores/as en el proceso productivo. Desde
esta posición resultaba difícil reconocer los nuevos liderazgos e
identidades, , minimizando la experiencia intensa de aprendizaje del
movimiento popular que se intensificó durante los meses y años que
siguieron al 19 y 20 de diciembre de 2001. En este sentido, estimaban
que era difícil que se desarrollaran actores con capacidad de decisión,
sino más bien estos constituirían una masa disponible para ser
cooptada por mediadores simbólicos y políticos. Se desaprovechaba de
este modo la posibilidad de examinar qué sucedía en la conformación
de estas nuevas identidades que, que a partir de las demandas y
discursos que plantearon en las épocas inmediatamente posteriores la
crisis del 2001, han irrumpido en la concepción civilizada del
trabajador/a. En resumidas cuentas, el discurso se asentaba en el
lenguaje y las prácticas de los sindicatos (y de los partidos políticos),
como intermediarios y canalizadores de las demandas, lo que
conllevaba una visión acrítica del papel que tanto unos como otros han
cumplido en la etapa del ajuste neoliberal en Argentina, por nombrar
solo ese período.

El segundo discurso, al que también denomino “movimientista” o


“mujerista”, ya que enfatizaba los discursos y las prácticas de las
mujeres piqueteras o de las trabajadoras de algunas empresas,
presentándolas como el paradigma del protagonismo femenino en la
lucha, dejando bajo un manto de invisibilidad las complejas relaciones
de género en el interior de estos movimientos, asi como las relaciones
con el Estado. Esto se puede ilustrar con el caso de una ERA, donde
predominan las mujeres, cuyo caso ha pasado a ser emblemático. Esta
perspectiva se nutría y a la vez amplificaba el accionar de las
trabajadoras de esta empresa. Las obreras, después de recuperar la
fábrica y ponerla a producir, sufrieron dos desalojos y continuaron su
movilización en la calle, sobreviviendo con la ayuda solidaria de
numerosos aliados, hasta que finalmente conformaron una cooperativa,
con el asesoramiento de un abogado de un matiz ideológico totalmente
opuesto al que habían adoptado al principio, cuando reclamaban la
estatización con control obrero. En general, este es el caso que más se
conoce y uno de los más estudiados, por el gran impacto que tuvo en los
medios y por su ubicación geográfica en el centro de la ciudad, que
facilitaba los peregrinajes a la fábrica ocupada, y al campamento que
luego sea organizó cuando fueron desalojadas. Lo cual ha contribuido a
velar la situación de puñados de mujeres trabajadoras en otras ERA,
que no tuvieron procesos de toma y recuperaciones tan notorios, ni son
tan homogéneas en su composición por sexo, o en las cuales las
relaciones de género presentan más contradicciones.
Ambas perspectivas tienden a opacar la comprensión de la complejidad
de los procesos y relaciones sobre los que estamos reflexionando.
Mientras que la óptica institucionalista se centra en los enfoques
tradicionales de análisis, (especialmente de las relaciones con el
sistema político con los sindicatos, en el caso de las ERA) y menoscaba
las posibilidades que se abrieron en este nuevo escenario, la
movimientista o “mujerista” queda inmersa en un discurso épico, sin
matices. Ninguna de las dos permite profundizar en torno a los desafíos
que plantean simultáneamente el movimiento y la institucionalización,
si se desea una construcción política de una nueva hegemonía, entre los
cuales no es menor el análisis de la existencia o no de una
construcción de discursos de derechos, a partir de las demandas.

El enfoque de este trabajo se caracteriza por partir del análisis de


las demandas de las bases de los movimientos, más que en el estudio
de alguna organización en particular, ya que las demandas serán las
que constituirán –o no-la identidad colectiva. Esto permite movernos
con libertad por los discursos que se enarbolan, y establecer a
posteriori que tipo de identidad surge, sin necesidad de anclarnos más
de lo necesario en las fronteras siempre móviles de las organizaciones y
sus discursos, pues lo que nos interesa es observar como estas
demandas construyen o no discursos de derechos y posibilitan la
emergencia de identidades individuales y colectivas[3]. La unidad
mínima del análisis es la categoría de demanda, por dos motivos. En
primer lugar, el sujeto nunca está completo y sus discursos surgen de
–y a partir de– esta incompletitud. En segundo lugar, porque al grupo
social se llega cuando se pueden observar las demandas. La unidad de
aquel es concebida como una articulación de demandas heterogéneas.
Cada demanda comienza como una petición, si se ve frustrada, puede
darse un proceso por el cual se convierte en demanda, “en la medida
que el pueblo se ve a sí mismo como portador de derechos no
reconocidos” (Laclau, 2005:98; 2006:8-9).

Nos referiremos en este artículo al proceso de construcción del pueblo


feminista, noción que hace referencia a la cadena de equivalencias que
permitió la emergencia de un pueblo que excede al feminismo, pero del
cual éste es un punto nodal. El pueblo feminista es una construcción
que en Argentina antagoniza con el catolicismo integral y las demandas
de un laicismo más profundo y de más democracia.
Aludiremos al integrismo católico para poder comprender la posición de
la Iglesia católica institucional con respecto a los derechos de las
mujeres, destacando su peculiar conformación en Argentina, sin
desconocer la dominación que ejerce sobre el Estado, las sociedades y
al cultura en la mayoría de los países latinoamericanos, ni las
características de los discursos y practicas del Vaticano, que se han
vuelto cada vez más rígidas, acompañados por la dirigencia de la
derecha conservadora desde los ochenta en casi todos los países, con
algunos matices que se pudieron observar en las Cumbres de Población.
El discurso católico de la sexualidad aparece contestado en Argentina,
en una sociedad que se declara mayoritariamente católica, pero que
desea practicar su libertad de conciencia y de expresión fuera de todo
dogmatismo. Y la contestación tiene un nombre: el feminismo.

Movimientos de trabajadores desocupados y de empresas


recuperadas

Los movimientos de trabajadores desocupados

Para esta presentación analizaremos algunas dimensiones de los


discursos de los miembros de los movimientos de trabajadores
desocupados (en adelante, MTD o piqueteros y ERAs). No
presentaremos datos del contexto de emergencia de los movimientos, ni
descripciones de los mismos, que se puede encontrar en la vasta
bibliografía sobre el tema y en trabajos anteriores de la misma
autora[4].

Los distintos movimientos piqueteros se fueron conformando en


diversas organizaciones, lo que se presenta actualmente como un
mosaico de agrupaciones con características diversas. Esta
heterogeneidad deriva de sus orígenes y alianzas: algunos surgieron de
partidos políticos, otros, de organizaciones sindicales y otros, se
organizaron en forma independiente. Un aspecto menos conocido se
refiere a los emprendimientos colectivos en los cuales lo político, lo
económico y lo comunitario forman una compleja red fuertemente
entrelazada. Alrededor del 70% del total de las personas involucradas
son mujeres, que trabajan especialmente en la gestión de los proyectos
comunitarios, y participan en las marchas y acampes. Sin embargo,
salvo en estudios realizados mayormente por académicas feministas
(pero que solo estudian a las mujeres) , se toma al “sujeto piquetero”
como sujeto universal, o bien, se consideran a las mujeres solo desde el
punto de vista estadístico.

El desarrollo de las organizaciones piqueteras en el Gran Buenos


Aires, delimitación territorial que por su importancia que tomamos para nuestras
investigaciones, se vincula a las diversas redes de organizaciones
gubernamentales y no gubernamentales (organizaciones comunitarias
de base, ongs, donantes, programas y profesores de universidades que
trabajan en el territorio, jóvenes militantes) que existen desde
mediados de los 80. Este conjunto heterogéneo llevó adelante,
especialmente a partir de hiperinflación de 1989, programas
alimentarios, producción para el autoconsumo o autoabastecimiento:
microemprendimientos, cooperativas de trabajo y servicios, huertas y
panaderías comunitarias. También en esa época se recurrió a las
tomas de tierras (en las localidades de La Matanza, Lanús, Solano).
Algunas asociaciones recibieron asistencia y apoyo económicos de los
programas sociales financiados por diversos organismos
internacionales. Estos programas requerían de la participación de la
sociedad civil para su ejecución, justificado en el clima de la época de
traspaso de las responsabilidades del estado a la sociedad. Es de
destacar que de este modo se fueron construyendo en el Conurbano
diversos discursos, algunos más vinculados a los organismos
internacionales, otros, relacionados con las redes políticas locales,
aunque estas categorías no son excluyentes ya que se puede observar
la coexistencia de alianzas, conflictos y tensiones entre las diferentes
modalidades[5].

En general, para insertarse en el territorio y disputar la población que


ya estaba involucrada con algunas las organizaciones -en especial, las
vinculadas con el poderoso aparato del gobierno y partido justicialista
de la provincia de Buenos Aires y de los municipios del conurbano- e
incluir a los nuevos desocupados, la dirigencia y algunos militantes de
las organizaciones utilizaron las estrategias conocidas en los barrios
para enfrentar la pobreza: las modalidades de prestación de los
diversos planes sociales: armaron cuadrillas para la limpieza de calles,
para hacer alguna plazoleta donde había algún baldío, al estilo del Plan
Trabajar, comenzaron a organizar comedores, roperos populares, como
los servicios comunitarios, por ejemplo[6]. Lo cual alude a las huellas
en la memorias y en los cuerpos de los discurso de los planes sociales,
que los sobrevive en el tiempo.

Los MTD presentaron una mayor visibilidad con respecto a los otros
movimientos sociales (las asambleas y las empresas recuperadas),
relacionada con sus dimensiones y sus modalidades de acción, los
cortes de ruta[7]. Las movilizaciones han tenido como objetivo central la
obtención de subsidios y bolsas de alimentos, interpelando al estado por
la concreción de los derechos fundamentales. Las organizaciones
piqueteras que ya eran actores políticos desde mediados de los noventa
se consolidaron por la lucha en las rutas y por la respuesta en el 2002
del gobierno de transición en encabezado por el presidente Duhalde, el
Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados (PJJHD)[8].La implementación
de este plan permitió un crecimiento casi exponencial de aquellas, a
través de la oferta de las transferencias monetarias. Como nos dijeron
algunos piqueteros: Duhalde nos creó[9]. No obstante, es necesario
tener en cuenta que aún en el pico de las inscripciones al Plan, las
organizaciones piqueteras en su conjunto solo administraron el 10 % de
los 2 millones de planes.

Las empresas recuperadas y autogestionadas


“Nosotros reventamos primero, después
reventó el país...”
(ERA, trabajadora)
A partir de 2001 se incrementó la difusión de las experiencias de
recuperación de fábricas, y el desarrollo de las nuevas formas de
producción[10]. Las “empresas recuperadas y autogestionadas” a las
que nos referiremos son mayormente aquellas que surgieron en el
contexto de movilización y politización promovido por las
manifestaciones y cacerolazos que condujeron al colapso institucional
del 19 y 20 de diciembre de 2001, derivando en la organización de las
asambleas en los barrios de la Ciudad de Buenos Aires y en otros
grandes centros urbanos. Su lema fue: “ocupar, resistir, producir”. A
estas empresas las consideraremos pertenecientes al segundo ciclo,
para distinguirlas del primer ciclo, conformado por el conjunto de
experiencias que surgieron entre los años 70 y 90[11]. Las recuperadas
desde el 2004 en adelante serán consideradas las del tercer ciclo. En
las que hemos agrupado en el segundo ciclo, los trabajadores se
plantearon la ocupación de las fábricas y empresas como modo de
conservar sus trabajos y autogestionan las empresas. Desde las
necesidades inmediatas, construyeron sus demandas, politizándolas, al
pasar de ser sólo demandas por la conservación del trabajo a la
exigencia de la expropiación, y en algunos casos, la estatización y el
control obrero. Si bien esto último no fue logrado, la conformación de
cooperativas de trabajo, legitimó la experiencia de autogestión y
horizontalidad que, de un modo u otro, tuvieron desde la ocupación. Se
transformaron en patrones. Por eso es que prefiero denominarlas
Empresas Recuperadas Autogestionadas (ERA).

La autogestión y la democratización de la propiedad y el trabajo.

Las ERA redefinen la típica relación salarial obrero–patrón, ya que al


constituirse en cooperativas, son los trabajadores quienes asumen la
gestión de la empresa. Las responsabilidades laborales se han
organizado bajo el criterio de la polifuncionalidad, con una alta rotación
y movilidad, que les permite a obreros y obreras conocer el proceso
productivo completo, en contraposición con la forma organizativa
previa caracterizada por la rigidez de una organización de tipo
taylorista, con conducciones verticales, y puestos de trabajo
segmentados. El disciplinamiento y las técnicas del self fueron
desafiados por al mayor parte de obreros y obreras.

En la nueva situación no existen sueldos, son asociados de una


cooperativa, y juntos llevan a cabo la gestión de la empresa. Operan
bajo la modalidad del ‘retiro a cuenta de resultado’.El reparto de
ganancias se produce después de la compra de materia prima y el pago
de servicios (luz, agua, gas y teléfono), que se asumen como
prioritarios. Se modifica la estructura salarial previa, que fijaba sueldos
según las diferentes funciones y niveles de responsabilidad, ya que en
la distribución igualitaria no se distingue por estos factores. Un aspecto
a considerar es que la igualdad de salarios y la rotación en las
actividades han beneficiado a las mujeres, aunque no se observe como
un problema que las tareas sean segmentadas por sexo.

En algunos casos, se debatieron en el “interior” de la ERA, para tomar


las vías mas rupturistas con el sistema, para terminar en muchos casos
organizando la cooperativa de trabajo con el sector mas reaccionario
del movimiento, que en vez de enarbolar el famoso Ocupar, resistir y
producir, les ofrecía, trabajo y trabajo y hacía desaparecer de su
discurso los contenidos mas revulsivos e incivilizados[12].
Aparentemente, porque seguía siendo una toma de una empresa, una
recuperación y algo nuevo. Y todos lo sabían. Algunos cambiaron su
discurso, aludiendo a que no fueron tomas y ocupaciones, sino que
permanecieron en las fábricas para cuidar las instalaciones y máquinas,
en una operación discursiva que intentaba invisibilizar la toma, la
ocupación, las demandas de expropiación y el corazón mismo de sus
demanda, los trabajadores vs el capital.
Las demandas por trabajo. Demandas solo por trabajo?

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca,


jamás, sucedió. (Joaquín Sabina, cantautor “Con
la frente marchita”).

Tomaremos la demanda que aparece como central y desencadenante de


la inclusión de los actores en estos movimientos, la referida al trabajo,
para luego observar cómo se abre el abanico de las demandas y como
se articulan entre ellas. La demanda por trabajo es compartida por
varones y mujeres y se concreta en la exigencia de trabajos genuinos.
Mientras tanto, sobreviven con los subsidios del estado en el caso de
muchos MTD. Las empresas recuperadas por los obreros lograron
mantener sus fuentes de trabajo, no sin denodadas luchas. Sin embargo
las mujeres en unos y otros no presentaron demandas por trabajos más
calificados y por entrenamientos laborales que les permitan aprender
otros oficios y escapar de la segmentación laboral.

Las mujeres y los jóvenes de base se refieren al tiempo que


llevaban en la organización en estos términos: yo trabajo desde….,
equiparando la contraprestación con un trabajo. En el caso de las
mujeres (y de los jóvenes), que en su mayoría no eran asalariadas, ya
que realizaban trabajos informales o eran amas de casa, existe sin
embargo la nostalgia de lo que constituyó el complejo salarial, mediante
el salario familiar, que implicaba un orden de género patriarcal y
heterosexual: el hombre cabeza de familia, considerado el proveedor,
recibía un salario que permitía mantener a la mujer y los hijos; y la
mujer, o no trabajaba o lo hacía en trabajos que complementaban el
salario del proveedor. Pocas de estas familias populares lograrían en su
curso de vida ser ciudadanos plenos de la sociedad salarial patriarcal,
que operaba, sin embargo, como el imaginario igualador y cohesionador
(Castel, 1997: 325; 1998: 72/73). La demanda por trabajo de los
miembros de base de los MTD no incluye una mirada crítica sobre el
trabajo asalariado, la plusvalía, o el papel subordinado del trabajador y
la posibilidad de la autonomía de los mismos. Ellos añoran y demandan
trabajo digno. Este y el discurso de la cultura del trabajo remite a los
discursos del welfare y se vincula con el esfuerzo, el cumplimiento de
horarios y tareas. En fin, poseer una cultura del trabajo es
cumplimentar lo anterior, sin discutir su posición en la jerarquía
laboral, esto es, abajo en la pirámide.
En las ERA, en cambio, las demandas se procesaron de otro modo, dado
que frente a la amenaza de quedarse desocupados decidieron tomar las
fábricas y ponerlas a producir. Existe una relación entre la intensidad
del conflicto, que expuso públicamente a los trabajadores y generó
múltiples articulaciones, con la defensa de la autogestión y la
horizontalidad. Esa contingencia fue el campo de posibilidades para el
incremento de las ocupaciones, así como para la modalidad de gestión
que adoptaron.Las relaciones laborales y la organización de los
procesos de trabajo de las ERA desafían muchos de los conocimientos
establecidos tanto en la academia como en los ámbitos políticos,
sindicales y jurídicos, toda vez que los aspectos legales,
organizacionales, económicos, sociales y políticos que siguieron no se
ajustaron a lo que ninguna de estas áreas prescribía. Ni desde la teoría,
ni desde las experiencias históricas, ni desde las prácticas legales. Se
fueron organizando partir de ensayos y errores, propios y ajenos; según
la especificidad de cada una, del tiempo y espacio en que comenzaron
a organizarse, del momento en la red conflictual en que se insertaron.
Se diferencian de las viejas formas cooperativas: no hay asalariados,
todos son socios y en vez de sueldos, hacen retiros a cuenta de
resultados, que en la mayor parte de los casos estudiados se realizan en
forma igualitaria. También se diferencian de la típica empresa
capitalista, ya que la producción, la distribución, el consumo, la relación
con otras experiencias, constituyen un modelo alternativo al esperado
en la economía de mercado. Ponen en el centro del debate actual en
Argentina las relaciones capitalistas y la autogestión por parte de los
trabajadores, además del derecho al trabajo y el valor público del
mismo. El componente de cambio social que portan, las prácticas
políticas, económicas y culturales que politizan la economía y la cultura,
por su difícil encasillamiento escapan a las tradicionales nociones de
sociedad civil, cooperativa de trabajo, derechos del trabajador. Y hacen
de estas fábricas y servicios autogestionados, fábricas de conceptos y
de herramientas políticas. En nuestras investigaciones nos encontramos
con obreros y obreras que producen, organizan, deciden, en espacios
horizontales. El derecho al trabajo consagrado en la Constitución no es
el mismo derecho que enarbolan, que es el de controlar los medios de
producción y el de romper la figura patrón-obreros. En las era se
pusieron en crisis la propiedad privada, las formas de gestión y las
escalas salariales y, de ser necesario, las formas de hacer alianzas con
el Estado. Predominan los discursos de autodeterminación y autonomía,
caracterizados por la búsqueda de autonomía y democratización de las
relaciones laborales, enarbolando así un nuevo discurso de derecho al
trabajo. La democratización de la propiedad y el trabajo es la
característica más importante del proceso de ocupación y autogestión,
mas allá de las contradicciones y ambigüedades de los diferentes
procesos seguidos por las heterogéneas unidades productivas y los
reacomodamientos, cambios, rupturas y nuevas organizaciones que
intentan contener y respaldar estas propuestas.
Tal democratización tiene como núcleo central, trabajar si patrón. Las
cooperativas convierten en patrones a los trabajadores, al ser socios la
misma en paridad de situación. Y esto lo hace dueños de sus
decisiones sobre la producción, el espacio, etc, aunque se de en medio
de la precariedad legal que ya mencionamos.
No, no, al contrario: ahora creo que estamos mejor. Yo
prefiero ahora: estar así, solo. Prefiero trabajar sin patrón.
Y además yo dije: si no tenemos la suerte de seguir con
esto, viene gente nueva a hacer algo, a seguir con el
trabajo, a tirar esto, o no sé. Y capaz que van a seguir. Pero
con patrones yo no quiero: me voy. Que me paguen, y me
voy.
(ERA, trabajador)

La definición en sus propios términos escapa la taxonomía de derechos


y se narra como responsabilidad basada en la autonomía. La mayoría
conocía sus derechos como trabajadores, pero lo que remarcan es una
nueva definición de derechos, que se juega en la autodeterminación y la
autonomía, no es el derecho entendido como el del trabajador
asalariado. Estas solo pueden inscribirse en un marco de
responsabilidad para lo propio, que incluye la igualdad entre los
trabajadores de la ERA. Esta característica se da de igual modo en las
ERA del segundo ciclo como las del tercero.

El derecho de autodeterminarse lo tenes por arriba de todo que


son derechos y obligaciones. Tenes el derecho a
autordeterminarte y entonces después tenes todos los derechos y
obligaciones que eso fija. (ERA, Trabajador)

Las demandas en torno de (alguna forma) de ciudadanía sexual


Nosotras decimos: hacemos talleres, pero
queremos preservativos. (MTD, mujer)

Las demandas vinculadas con el trabajo y los planes eran compartidas


por varones y mujeres. Las mujeres en movimiento (Molineux, 2003)
demandan derechos laborales y derechos sexuales Las demandas
surgen de los diferentes espacios en los que se realizan las actividades
barriales, en especial, los comedores; y a partir de éstas se comienzan a
armar las comisiones de mujeres. Las vinculadas al derecho a la
educación, al derecho a la salud sexual y reproductiva, a recibir
anticonceptivos gratuitos, al derecho al aborto legal, la planificación
familiar, al control de la natalidad, a la lactancia materna, la prohibición
de despidos por maternidad; se encuentran inscritas en la demanda por
el observancia de dos pilares de los derechos sociales en la sociedad
argentina: la gratuidad y calidad de los sistemas públicos de salud y de
educación, defendidos por las mujeres como las garantes de los
derechos para sus hijos e hijas y para ellas mismas. Las actividades de
las mujeres en los movimientos, articuladas con el movimiento más
amplio de mujeres y el feminista, se dirige hacia la politización de lo
privado: las actividades para hacer visible la violencia contra las
mujeres y sus formas comunitarias de resolverlas, frente a la
indiferencia y las siempre insuficientes respuestas concretas desde los
servicios del estado. También se diferencian de las actividades
propuestas por muchas ONGs, que con la mejor de las intenciones, han
llevado adelante numerosos talleres sobre los derechos de las mujeres,
en especial, de prevención de la violencia.
Las mujeres demandan derechos que, históricamente, formaron parte
de los ámbitos privados: el de estar libres de la violencia ejercida por
los varones, y los que se asocian a la libre decisión sobre el cuerpo,
como la anticoncepción y el aborto. El derecho a vivir libres de
violencia y a disponer libremente del propio cuerpo forma parte de la
ciudadanía, y puede ser definido como ciudadanía sexual[13]. Los
reclamos basados en las prácticas sexuales, especialmente los
vinculados con los derechos al placer sexual y al control sobre el propio
cuerpo, se relacionan con la autodeterminación sexual y reproductiva.
Se vinculan con la autonomía y la integridad corporal. Al hablar de
integridad corporal también nos referimos a un reclamo que se enlaza
con varios derechos, y cuyo énfasis está puesto en las relaciones
basadas en la ausencia de dominación, el miedo/rechazo a los
embarazos no deseados y a contraer enfermedades de transmisión
sexual. En él se incluyen el derecho a ser libres del acoso y la violencia,
el acceso a métodos anticonceptivos y al aborto. Son, a su vez,
demandas por derechos civiles y por derechos sociales y políticas
públicas, entre ellas, las referidas a la educación y la salud, que son las
que permiten hacer concretos muchos de esos derechos, especialmente
los que atañen a la autonomía sobre los cuerpos en relación con los
embarazos no deseados. (Richardson, 1998:114, 115).

La respuesta a la violencia ejercida hacia las mujeres muestra en


muchas organizaciones analizadas nuevos discursos y prácticas. En
algunos casos se elige una forma “violenta“ en torno al intento de
resolver una situación, priviligeando la vida de la mujer afectada.. Se
realiza desde la constatación de que la existencia de Leyes de Violencia
Familiar y las denuncias a la policía frecuentemente no sirven, ya que
ellas no son tenidas en cuenta en su búsqueda de justicia. Por eso, entre
las leyes y la vida, se eligen estas prácticas, que conllevan una crítica a
las instituciones del Estado encargadas de este tema: las comisarías, los
refugios, los tratamientos en servicios públicos, acompañados de una
sensación de vulnerabilidad, bronca e impotencia.

Las mujeres más organizadas despliegan un abordaje colectivo y las actividades son
propuestas, organizadas y lideradas por grupos de mujeres y, en algunos casos, también
participan algunos varones. Comienzan con los intentos de disuasión del grupo de
mujeres; y, si estos fracasan, siguen con algunas acciones organizadas como
movimiento.Las prácticas muestran alternativas creativas, contextualizadas y tomadas
luego de un análisis basado en sus propias experiencias, frecuentemente de mujeres
golpeadas. Se prioriza organizarse colectivamente, Pero si continúa la situación de maltrato,
también pueden pasar a la acción directa, que puede ser violenta o pacífica, según la
gravedad de la situación y de lo que desea hacer la mujer golpeada.
… No tenemos la política de ir a cagar a palos a nadie, en primera
instancia. Primera instancia nos parece que tiene que ser tratar
de convencer, un espacio de disuasión: “pensalo bien” “volvelo a
pensar”. Ahora, cuando el compañero, toda la política de
disuasión fracasa, hay otros elementos de disuasión que son muy
contundentes y que son efectivos. Es lamentable tener que llegar
a ese extremo pero a veces hay que llegar a ese punto y el caso
de Dora lo demuestra. O sea... el tipo la quería matar, estaba
pasado de todo. Las compañeras de la copa de leche hicieron
turrruuuu, se avisaron todas. Lo cagaron a piñas, no volvió nunca
más. (Risas) (Yanina, 29 años, La Matanza).

Los procesos y alternativas que utilizan son dinámicos; y no obstante el


conocimiento de la citada ley que pregonan, en algunos casos no dudan
en extender la metodología piquetera, si es necesario: se ha ido a la
comisaría a hacer un piquete para acompañar a alguna mujer que
deseaba hacer una denuncia. En algunos casos, se pasa a acciones
organizadas como movimiento, que generan mayor nivel de compromiso
entre los participantes y un más eficaz apoyo a la mujer golpeada. En
estos movimientos se deciden a hacer pública una situación
naturalizada, confinada a lo privado doméstico, lo cual es un ejemplo de
la politización contextualizada de las necesidades (Fraser, 1991:16).
Y trabajaron en estas asambleas la situación de que éste ya no
era un problema privado, que éste era ya un problema público; y
si era un problema público, era un problema del Movimiento,
aunque esa señora no perteneciera al Movimiento (Mercedes, 38
años, Mar del Plata).

En las comisiones de mujeres se debate acerca de la penalización del


aborto, como una amenaza a la salud y también como un problema de
desigualdad, ya que mujeres de sectores medios y altos pueden acceder
a él en forma segura, mientras las pobres no. Tienen claro el control de
los discursos religiosos sobre los cuerpos y las emociones de las
mujeres, que impiden muchas veces una discusión abierta sobre el
tema.

… desde la comisión de mujeres nosotras decimos que,


lamentablemente, está muy arraigado y más, por ahí, en muchas
compañeras de barrios humildes está el tema de la Iglesia ¿sí?
Entonces el aborto no se puede tocar porque me voy al infierno y
me quema la llama (María Laura, 35 años, La Matanza).

La despenalización del aborto no se plantea como un tema de derechos


sexuales, lo cual no sorprende. La estrategia para la demanda es situar
el problema en el campo de la salud y la desigualdad, tal como muchas
feministas lo ubican. En consecuencia, reclaman preservativos, porque
es un recurso que las mismas mujeres pueden distribuir, en tanto que
no sucede lo propio con otros métodos anticonceptivos. Han unido
provocativamente esa demanda a la de los productos básicos para la
supervivencia y denunciaron la escasez de unos y otros.

Pero tendemos un puente para llegar al derecho al aborto. Tal vez


porque no somos defensoras del derecho al aborto estrictamente,
sino que lo que somos es defensoras de que las mujeres tengan
todos los métodos anticonceptivos necesarios para no llegar al
aborto... Acá, como las mujeres no tienen otros recursos, el
aborto es el método anticonceptivo a mano cuando todo falló….
Entonces decimos: para no llegar al aborto qué mejor que
preservativos.
Y estamos en la misma situación de la lavandina o la leche: la
cajita de preservativos o un kilo de pan y un litro de leche o un
pedacito de carne. Nos llegaron a dar 2500, ridículo para cinco
organizaciones nacionales (Carmen, 39 años, La Matanza).

Estas demandas serán el germen de la articulación con las mujeres de


otros movimientos y la constitución de un “pueblo feminista”. Para
explicarnos, consideremos los discursos de las mujeres en los
movimientos.

Discurso mujerista o discurso de derechos en su propios


términos? Esencialismo o resistencia?
“Acá las que van adelante son las mujeres”
(MTD, mujer)
Cuando escuchamos por primera vez la expresión: “El piquetero tiene
cara de mujer”, aparecieron nuestros prejuicios contra el esencialismo.
En realidad, una segunda lectura permite observar que las mujeres
elaboran un discurso que ensalza las virtudes femeninas, como la
puesta en acto y en palabra de la posibilidad de emerger desde una
situación de subordinación, ensalzando sus virtudes.

Y la mujer banca...Es la primera que sale. Es la primera que


soluciona y da de comer a los chicos. La mayoría de las
compañeras vinieron solas y hubo una pelea, una disputa...
algunos divorcios... gracias al movimiento... Los del MTD
cambiaron a mi mujer... Y después, muchos hombres, por suerte,
acompañan y empiezan ellos ¿no? Y entonces ahora están los dos
pero, quién llegó primero... en la mayoría de los casos, fue la
mujer. (MTD, mujer)
De donde surge esta afirmación, si por años las mujeres han
desarrollado estrategias de subsistencia para responder a las
necesidades de su grupo familiar, en especial, de sus hijos.? Es lo
aprendido en la calle, vinculado a la aparición pública .
……la valorización principal de las compañeras se da en la calle.
La experiencia de poder, que nosotras tenemos al cortar una ruta
es lo que después nos permite volver a nuestras casas y empezar
a intentar. Eso es fundamental.
Porque la experiencia del poder dentro de la ruta, en una ruta hay
una cosa, se da una cosa de poder que no se experimenta en otros
aspectos, porque esa cosa de unidad donde todos codo a codo,
independientemente de las simpatías o antipatías que haya entre
nosotros, nos permite enfrentar un enemigo común hace que al
volver, esa misma práctica se empiece a desarrollar en otros
ámbitos de la vida que es donde nos empezamos a unir para
poder enfrentar hasta las pequeñas cosas, donde se empiezan a
hacer, inclusive ese sistema de alianzas, se hacen también dentro
del hogar. Es una experiencia nueva, digo para nosotras donde
empezamos a hacer alianzas dentro del hogar, donde empezamos
a negociar, en los casos de las compañeras que no se separan
negocian la convivencia,, para ver, bueno, dentro de que parte,
las que no se pueden negocian las separaciones, o sea, empiezan
a aprender desde la práctica política a la concreta de la vida
cotidiana. (MTD, mujer)

En el caso de las obreras de las ERA, también se señala con orgullo lo


mismo:
- Nosotros... la mayoría éramos mujeres, después se fueron
sumando. Porque los hombres son siempre los maricones ...
porque cuando nosotros nos quedamos ese día, el 18 de
diciembre cuando nos quedamos ahí , ¡muy poquitos hombres se
quedaron! Después se fueron sumando y el día del estado de sitio,
hay una gordita ahí que después ..., ella se quedó toda la noche.
......simplemente siempre fue las mujeres... acá por lo menos las
mujeres las que iban adelante por ejemplo cuando había algún
problema así, laboral, las que llevaban la voz cantante... Los
hombres siempre más quedados... En ese entonces yo por lo
menos pensaba que los hombres son siempre más temerosos de
que los echen. Eso pensé siempre yo. Siempre estaba ahí y jamás
iban a .... la que peleaba eran las mujeres con los dueños, con el
gerente, con el que sea. Y los hombres ahí... siempre. Y después
cuando... en la toma... no en la toma, el quedarse ahí y que pelear
que venían las cosas bravas y quererse irse, los que más se fueron
los hombres. Los que más nos quedamos fueron las mujeres.
(ERA, mujer)

Cuando el discurso que celebra a las mujeres y denigra a los varones


(maricones) es elaborado por las propias actoras, parece en una
primera lectura un discurso esencialita y retaliador, al mismo nivel del
construido por los varones que condescendientemente hablan de las
virtudes de ”la mujer” . Sin embargo, son dos discursos muy diferentes.
El discurso de las mujeres, que incluye lo que dicen, sus llantos, sus
risas, su poner el cuerpo para resistir en la ocupación, es equivalente al
que elaboran los sectores subalternos para mostrar la diferencia con los
dominadores. El discurso de las mujeres que van al frente y los
varones son maricones, tiene una cuota de retaliación, necesaria para
demarcar un exterior constitutivo en una nueva subjetividad de mujeres
en lucha, sin tomar las etiquetas previas.

La identidad qua mujeres aparece marcada en las demandas que


enarbolaron. La definición de si son feministas o no, se enmarca en el
contexto en el que se elabora ese discurso. Esa identidad no es fija,
porta contenidos históricos, culturales y situacionales. Por eso, como
dice una de las trabajadoras, reconociendo la multiplicidad de
demandas desde donde se construye la identidad:

Antes éramos obreras y amas de casa. Y ahora tenés que ser


obrera, ama de casa, vendedora, charlatana para ir a hablar con
un político. Tenés que ser de todo un poco. (ERA, trabajadora)

La constitución de identidades y el discurso de derechos.


La visibilidad de la acción colectiva: las protestas, ocupaciones y
marchas

Los significados que construyen la identidad colectiva tiene un


momento nodal de construcción: los piquetes y marchas, así como la
toma de las fábricas quebradas y abandonadas por sus dueños
La lucha… Gracias a Dios, todo lo que ganamos, fue por la lucha.
Todo bien: siempre que salimos, ganamos. Y eso nos fortalece. Te
da ganas de seguir, ¿entendés? Siempre ganamos. (MTD, mujer)
Es una cosa que te da orgullo: que salís a la calle porque conseguís
(MTD, mujer)

Los piquetes, marchas y tomas de fábricas marcan el momento de la


aparición, como dice Arendt (1958, 2003:239). Vinculada con la
demanda por trabajo, la dignidad y cambio social, (consigna de los
MTD) y ocupar, resistir y producir (consigna de las ERA), esos discursos
fueron construyendo la identidad colectiva, junto con el trabajo
territorial en un caso y en la fabrica, como territorio de relaciones, en
otro. En el caso de los MTDs, lo verdaderamente disruptor como forma
de funcionamiento fue ganar la calle y en ambos, el encuentro con otros
movimientos en la lucha, cada uno portando sus elementos
identificatorios. Las demás actividades son bien conocidas en los
barrios de la provincia de Buenos Aires, pero aquellos que distingue el
nosotros que construyeron en lo colectivo tiene un marcado sello de la
salida a la calle: admitido en la esfera publica, es decir, apareció en
publico (Arendt, (1958, 2003:239) Recordemos con esta autora en la
Condición humana (1958, 2003:239): “Los laborantes, cuando entraron
en la historia, sintieron la necesidad de adoptar una indumentaria
propia, el sans culotte. Con esa indumentaria se distinguieron y dicha
distinción iba en contra de los demás” y la esclarecedora cita a pie de
paginan que no puedo dejar de transcribir:
Una anécdota de la Roma imperial, relatada por Séneca, nos
ilustra de lo peligroso que se consideraba la mera aparición en
público. En ese tiempo se propuso ante el senado que los esclavos
se vistieran de la misma forma en público con el fin de poderlos
diferenciar rápidamente de los ciudadanos libres. La propuesta
fue rechazada por creerla demasiado peligrosa, ya que los
esclavos podían reconocerse y comprender su potencial poder. De
este hecho los interpretes modernos han sacado la conclusión de
que el número de esclavos debía ser muy elevado; sin embargo, la
conclusión es errónea. Lo que el instinto político de los romanos
juzgaba peligroso era la aparición como tal, independientemente
del número de personas involucradas (veáse Westerman, op sit
pág 1000).Arendt, op cit: 272.
Veamos dos aspectos centrales en la constitución del discurso de
derechos y de las identidades: el nombre propio y la autonomía.

Afecto y nombre. De la identidad individual a la colectiva.

La demanda de trabajo aparece como la primera razón de la incorporación y permanencia


en el movimiento. Luego surgen la demandas por otros derechos. Esto sucede en un
entramado en el cual los investimientos afectivos son primordiales. Como efecto de la
nominación “piqueteros”, los actores pasaron a nombrase. La nominación los constituyó, a
través de una carga emocional (catexia). Esta nominación, cargada de afecto, hizo posible
que el nombre propio se independizara tanto de la significación que terminara siendo el
apellido de aquellos y aquellas que descubrieron la lucha colectiva: Yo soy Juan, piquetero,
y que está presente en el grito que une en las marchas: “Piqueteros, carajo!”. Es el
reconocimiento de sí mismos/as como luchadores. Es un nosotros, los piqueteros, con el
agregado de la interjección carajo, como expresión de disgusto o de ira, que refuerza el
sentido del antagonismo. Ese “nosotros” está definiendo necesariamente a un “otro”: el
gobierno, el sistema, hacia los que se dirigen las demandas. Destaquemos que las mujeres
construyeron un nosotras dentro del nosotros del movimiento de desocupados, y que desde
ese nosotras presentaron sus demandas especificas. No obstante, y como veremos mas
adelante, estas demandas no quedaron encapsuladas en lo particular y buscaron articularse
con otras.[14].
El nombre que asume la denominación del movimiento: en el caso de
los MTD, piquetero/a, o el nombre de la empresa recuperada produce
también una carga emocional en el nombre propio del sujeto, más que
el nombre del líder[15]. Es el reconocimiento de sí mismos/a como un
luchadores. Ese “nosotros” está definiendo necesariamente a un “otro”,
la patronal, el gobierno, el sistema.

Por el tema de representar algo, y representarnos a nosotros


mismos. Porque hoy me doy cuenta de que me reconocen, hoy soy
Ana de la Clínica Rojas adonde vaya. Hacer un cambio dentro de
lo mismo, por mi nombre y mi identidad real, no me reconoce
nadie. (ERA, trabajadora)

La identidad de los que demandan se transforma en el proceso de la


misma articulación de estas, ya que las estrategias crean las
identidades (Laclau, 2005: 243). Si se extiende una equivalencia entre
reclamos y se universalizan las demandas, puede construirse
discursivamente al oponente, al enemigo. La identidad se construye así
a partir de la demanda, y los aspectos de catexia y afectos son
centrales a este proceso.

El reconocimiento esta íntimamente relacionado con la identidad.


Cuando el sujeto dice yo soy, yo puedo actuar, yo puedo narrarme,
construye su identidad, en un contexto histórico y social, donde se
valida su poder, en este sentido se concreta su autoridad. Se construye
como sujeto de derecho al designarse como sujeto capaz. El registro de
la capacidad constituye el reconocimiento, que es posible en la relación
con los otros/as. Existe una conexión entre la voz activa (yo soy, yo
puedo yo hablo), y la pasiva (ser identificado/a, ser reconocida/o como
capaz, esto es, como libre e igual), lo cual vincula el reconocimiento con
la ciudadanía (Ricoeur, 2006: 33; 125; 139; 250). Los actores
construyen su identidad en una práctica de reconocimiento que los
vincula con la ciudadanía. El reconocimiento mutuo en las acciones
colectivas proporciona sentido a las prácticas, del mismo modo que los
discursos de los sujetos confieren sentido al movimiento.

Estas mujeres que hablan de sí mismas –y no sólo de sus hijos–, que


manifiestan placer en participar en marchas, que deciden pasar a
cumplir tareas de seguridad, que regresan tarde o se ausentan por
algunos días de sus casas por primera vez en sus vidas o que llegan a
armar sus propias comisiones y a activar en la campaña por el aborto
legal, ya no son las mujeres pasivas de la asistencia estatal o de las
ongs, presentando asi una dislocación de la identidad femenina popular
en varios niveles, lo que condujo a la constitución del feminismo
popular.

La acción colectiva tuvo un efecto transformador de las identidades de


mujeres y varones, no obstante fue más marcado en el caso de las
primeras, sobre todo por las nuevas relaciones que establecieron fuera
de los ámbitos privados familiares. Debido a la escasa o nula formación
política de los miembros de base, al principio eran, en general,
dependientes de la dirigencia. Las mujeres que iniciaron procesos de
democratización se alejaron de esta dependencia y lucharon por
espacios más autónomos, hasta en algunos casos claramente
confrontativos con la dirigencia masculina[16]. Para las mujeres que se
autoorganizaron –ya sea solas o en asociaciones con varones– la acción
colectiva implicó un camino hacia discursos y prácticas de derechos,
mediados por la historia e identidad personal y los propios tiempos
subjetivos. Hemos visto como las mujeres de algunos movimientos, al
tener la condición de posibilidad de autoorganizarse (por su vinculación
con el movimiento de mujeres y el feminista), la aprovecharon y
desafiaron los liderazgos masculinos.

El pueblo feminista.

La narrativa de algunas trabajadoras muestra un discurso de demandas


de derechos, que es político. En este discurso, desear que otros se
enteren es desear contar y ser contado (Ranciere, 1996). El
cuestionamiento de las relaciones de poder politizó sus discurso
(Fraser, 1991:12/13) .Y si bien algunas/os se sedujeron por lo político
partidario, la politización de sus demandas llevó a otro concepto de la
política, entendida como la que surge cuando el orden natural de la
dominación es interrumpido por una parte de los que no tienen parte
(Ranciere, 1996: 24/25)
Se trata, una y mil veces de hacerse ver, contar y darse cuenta

Y, te enterás más o menos, porque hay cosas que uno está acá y está
aislado de lo que pasa en la calle, de los gobiernos, y todo eso. Y
nosotros en las marchas, todo, nos informamos, todo, y uno se da
cuenta de las cosas, como son, todo. (MTD, mujer)

Claro que sí, porque es la manera que encontramos de


organizarnos y de que nos vean. Si no cortamos rutas no
existimos (MTD, mujer) [17].

Este proceso está en la base de las articulaciones a las que nos vamos
a referir, que dieron como resultado la emergencia de un feminismo
popular que surge de la participación de las mujeres en diferentes
espacios de lucha y en especial en los Encuentros Nacionales de
Mujeres . Los Encuentros comenzaron en 1986 por iniciativa de un
grupo de mujeres feministas argentinas que había participado en la
Tercera Conferencia Internacional de la Mujer en Nairobi convocada
por Naciones Unidas (1985). Son autónomos, se realizan una vez al año
en una provincia elegida por las participantes y es organizado por una
comisión ad-hoc de la misma. La concurrencia a estos eventos fue
creciendo desde dos mil mujeres en el primero, para llegar a una cifra
de alrededor de quince mil en los últimos, realizados en Jujuy (2006) y
Córdoba (2007), con picos importantes en los realizados en Mendoza
(20.000) y Mar del Plata (30.000)[18]. A partir de 1997 las mujeres de
las incipientes organizaciones de trabajadores desocupados y de otras
organizaciones que surgieron en el segundo ciclo de protestas
comienzan a aparecer en los Encuentro[19]. Simultáneamente
comenzaron a recibir cada vez más la atención de los sectores más
reaccionarios, la injerencia de la iglesia y de autoridades provinciales,
para impedir que se debatiera acerca de la anticoncepción y el aborto y
se cuestionaran las familias y los valores tradicionales del patriarcado.
Partidos políticos de izquierda vinculados a algunas organizaciones
piqueteras, también intentaron influir en sus demandas, para poner el
énfasis en las luchas sociales y políticas, pero sin vincularlas a las
luchas de las mujeres por sus derechos. En 2003, con la concurrencia
de 12.000 mujeres, el Encuentro de Rosario (ciudad de la provincia de
Santa Fe) marca un punto de inflexión en los Encuentros de Mujeres,
preanunciado en el de Salta, el año anterior. Los derechos relacionados
con la sexualidad estuvieron entre los más reclamados. El uso de
pañuelos de color verde, para identificarse a favor de la legalización del
aborto, se inspiró en los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de
Mayo, lo cual también indica la articulación con algunos sectores de
Madres[20].
La presencia de las mujeres de los movimientos sociales en los ENM,
sumada a la avanzada católica para boicotear el encuentro, están en la
base de la radicalización del propuesta de la lucha para la legalización
del aborto, que, al lado de las reivindicaciones vinculadas a la violencia
contra las mujeres y la demanda por trabajo digno, son los tres
derechos fundamentales que demandan las mujeres populares. En el
Encuentro de Mendoza (2004) se exigió la legalización del aborto y al
acceso gratuito al mismo, así como a los métodos anticonceptivos y a la
incorporación de la educación sexual el sistema educativo. La Campaña
Nacional por el Derecho al Aborto, la primera de alcance federal en
Argentina, surgió de los talleres de estrategias para la despenalización.
Para entender estos complejos procesos, detengámonos por un
momento en el análisis de las dos fuerzas antagónicas: el catolicismo
integral y el feminismo.

La hegemonía del catolicismo integral

En la Argentina –como en casi todos los países latinoamericanos– las


orientaciones del Vaticano son modeladoras de políticas públicas. Para
encaminar este punto, citaremos brevemente algunos antecedentes que
permiten ubicar el papel de la Iglesia católica en nuestro país[21]. Su
influencia encontrará un cauce en los años treinta, a partir de los
golpes de Estado[22]. Las Fuerzas Armadas y la Iglesia se convirtieron
en los actores que impulsaron el proyecto de catolizar y nacionalizar la
sociedad, argentinizar integralmente el catolicismo, catolizar
íntegramente a la Argentina, consolidando un nuevo orden nacional
(Mallimanci, 2006a:8; 2007:2-4).
Este orden católico nacional es entendido entonces como totalidad. El
movimiento católico integral se caracteriza por identificar lo “nacional”
con lo “católico”, de allí que el catolicismo tuviera presencia en lo
estatal y también se conformara como sociedad civil. Esto hizo que
fuera mucho más que una religión a la que adhería la mayor parte de la
población. Debe tenerse en cuenta, además, que la mayoría de los
inmigrantes que llegaron al país entre 1870 y 1929 y entre 1948 y 1952
pertenecía a la religión católica[23].
Desde la década del 30 hasta el presente la Iglesia católica mantuvo
una presencia activa en el Estado, el gobierno y la sociedad civil, e
impregnó tanto a ésta como a su cultura, su política, sus organismos de
gobierno, sus actores políticos y sus organizaciones. De allí que no se
hiciera necesario organizar un partido católico, ya que el catolicismo
estaba presente en todas y cada una de las dimensiones de la vida
privada y pública de la Argentina. El dispositivo católico integral está
conformado por dos ejes: el discurso acerca de la sexualidad y el
discurso sobre el trabajo/los trabajadores. Y también por un modo de
llevarlo a cabo: un orden asentado en las fuerzas conservadoras,
representadas por las Fuerzas Armadas, los sindicatos y el control de
Áreas especificas del Poder Ejecutivo, tales como las políticas
educativas y de salud, y las decisiones que sobre ellas se toman en los
poderes Legislativo y Judicial. El catolicismo integral, en su defensa de
la sexualidad sujeta a la procreación, de la maternidad tradicional como
base de la identidad femenina, de la negación a las diferentes formas de
vivir la sexualidad, se basa en y al mismo tiempo refuerza al
patriarcado.

Cuando se debatió la Reforma Constitucional (1994), frente a las


demandas de los movimientos de mujeres, las autoridades del gobierno
de Carlos Menen y las de la Iglesia no hicieron más que poner en
funcionamiento los dispositivos de la Nación católica para evitar que
fuera cuestionada la hegemonía de la Iglesia en temas vinculados con la
sexualidad, la familia y la educación. Obviamente, nos referimos a estas
instituciones y a sus jerarquías, no a los individuos, que pueden no
haber estado de acuerdo con tales estrategias. El gobierno de esa época
necesitaba, además, que la Iglesia no avanzara en sus incipientes
críticas a la situación de social del país, que comenzaba su camino
descendente, hasta desembocar en la crisis de 2001. En los años
noventa acompañó al Vaticano en la reunión de El Cairo, en 1994, junto
con los países musulmanes y Guatemala, El Salvador, Ecuador y Malta,
etc.
Esta posición conservadora se fue acentuando, en una postura de
mayor confrontación. No es ajeno a este hecho que la Iglesia, que se
denomina a sí misma Experta en Humanidad vea dislocarse su
hegemonía en un país en el cual, aun cuando la mayoría de la población
se define como católica, proclama cada vez más sus derechos a vivir su
“humanidad” fuera del escrutinio religioso[24].
El feminismo y la cuestión del aborto
Desde el retorno a la democracia, la cuestión del aborto atravesó las
luchas feministas con diferentes estrategias y resultados, en un marco
de soledad con respecto a otras fuerzas sociales. Cómo se avanza o no
en esta cuestión constituye un predictor inestimable sobre el estado de
la ciudadanía de las mujeres.
El 8 de marzo de 1988, diferentes grupos de mujeres fundaron la
Comisión por el Derecho al Aborto, fue pionera en la discusión y
difusión de información y clarificaciones conceptuales acerca de la
anticoncepción, el aborto, la despenalización y la legalización. Estos
grupos han tenido una importante participación en los Encuentros de
Mujeres. Impusieron la consigna que aún hoy es distintiva del
movimiento de mujeres: Anticonceptivos para no abortar, aborto legal
para no morir. Entre sus principales actividades figura la organización
de un taller en el quinto Encuentro Feminista Latinoamericano y del
Caribe, realizado en San Bernardo en 1990. En este encuentro se
resolvió declarar el 28 de septiembre como Día de Lucha por la
Legalización del Aborto en América Latina y el Caribe y se acordó
impulsar una campaña por el derecho al aborto en el marco de los
derechos humanos, que se realiza desde 1993 en 18 países, con
coordinaciones acordadas por las organizaciones. Con la
incorporación de mujeres de organizaciones políticas,
feministas, lesbianas y de varios grupos estudiantiles, pasaron a
denominarse Coordinadora por el Derecho al Aborto. En 1991 se
constituyó el Foro por los Derechos Reproductivos. En 1994, se
organizó Mujeres Autoconvocadas para Decidir en Libertad (madel),
formada por cien organizaciones políticas y sociales. Ellas se
organizaron para enfrentar el propósito de introducir una cláusula
sobre el derecho a la vida desde la concepción en la reforma de la
Constitución Nacional, que fue sostenida por la Iglesia Católica y el
gobierno justicialista. Cumplieron un importantísimo papel en tres
instancias cruciales para el avance de los derechos de las
mujeres: la Convención Constituyente para la Reforma Constitucional,
el debate acerca del proyecto de Ley de Salud Reproductiva y la
Convención Estatuyente de la Ciudad de Buenos Aires.
A las estrategias llevadas a cabo hasta ese entonces: entre ellas, el
lobby sobre los constituyentes, actividades callejeras y la publicación de
solicitadas en los diarios (Gutiérrez, 1998), en ocasión del debate
acerca de la Ley de Salud Reproductiva y Procreación Responsable de
la Ciudad de Buenos Aires, se agregaron la Asociación de Abogados,
algunos rabinos, pastores y pastoras de las iglesias evangélicas y
también algunos medios de comunicación y profesionales médicos/as.
Los intereses, las estrategias y el poder de los sectores más
reaccionarios fueron derrotados por esta estrategia que articuló al
movimiento de mujeres y al feminista, a las legisladoras con creciente
poder en el legislativo, a legisladores. No obstante, faltaba todavía un
paso más: la articulación con las mujeres populares.

El cambio de escenario

La Comisión por el Derecho al Aborto y otras organizaciones


propiciaron que el debate sobre el tema entrara en las discusiones de
las Asambleas que surgieron después del 19/20 de diciembre de 2001.
Se constituyó entonces la Asamblea por el Derecho al Aborto. Sus
integrantes supieron captar el cambio de época que se avizoraba luego
de los sucesos de diciembre del 2001 y participaron activamente en los
espacios asamblearios portando las demandas de los derechos de las
mujeres. Trabajaron sobre la incorporación de las demandas vinculadas
a la anticoncepción, la educación sexual y la legalización del aborto en
una organización que reunía las distintas comisiones de salud de las
asambleas, llamada Intersalud.
Fue un intento de acercarse a la sociedad, de romper el cerco, para
que ésta asumiera nuestra lucha (Coledesky, 2003).
De la Asamblea por el Derecho al Aborto surgió la propuesta de realizar
una al comienzo del Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario, en
agosto de 2003. Allí se organizó, por primera vez, un taller sobre
Estrategias para el Derecho al Aborto, que implicó un paso superador
de los talleres sobre el tema. Lo que se debatía ya no era la legalización
sino cómo llevarla a cabo. Esta iniciativa fue propuesta también para
desmantelar la ofensiva católica, ya que en los talleres de
anticoncepción y aborto era donde se congregaban las mujeres
enviadas por al Iglesia católica para boicotear los debates e imponer
sus ideas. Fue un punto de inflexión en dos sentidos: a) el feminismo,
que en anteriores luchas había basado su accionar en la alianza con las
mujeres políticas, con campañas de divulgación y con lobby, se
articulaba ahora con las mujeres populares y b) pasó a una fase
propositiva, con la plataforma de las luchas anteriores y la experiencia
ganada por las militantes feministas.
Muchas militantes consideran que se estaba en presencia de un
contexto favorable por las siguientes razones: a) en el nivel regional,
por la creación de una comisión intergubernamental para promover una
política integrada de salud sexual y reproductiva en el ámbito del
Mercosur a la que se sumaron Bolivia y Chile; la sanción en Brasil de
una ley de despenalización del aborto en caso de violación, sin
obligación para las víctimas de hacer la denuncia penal; la aprobación
en Uruguay de normas para la atención humanitaria del pre y post
aborto; b) en el contexto nacional, la articulación de ongs para
producir documentos en ocasión de El Cairo + 10 y Beijing +10; a
partir de 2003, orientados por el nuevo gobierno, algunos cambios en la
política en las reuniones internacionales y una alineación con Brasil,
Venezuela, Chile, Uruguay y otros países de América Latina, el
abandono de la alineación automática con el Vaticano (Rosemberg,
2005); las iniciativas que surgieron del Ministerio de Salud vinculadas
al enfoque de género de las políticas de salud y las declaraciones
Ministro de Salud a favor de la despenalización del aborto; la
aprobación de la Ley Nacional de Salud Reproductiva; la firma del
Consejo Federal de Salud en octubre de 2004 de un compromiso para la
reducción de la muerte materna en Argentina, en el que se establecía,
entre otros, el objetivo de “Garantizar el acceso a la atención del aborto
no punible en los hospitales públicos, dando cumplimiento a lo
estipulado en el código penal” ; c) de parte de la sociedad, el
debilitamiento de los argumentos religiosos en contra del uso de
anticonceptivos, que genera un efecto cascada sobre la discusión del
aborto; el paulatino crecimiento de la reivindicación de un Estado laico
por parte de diversos sectores, incluso religiosos progresistas; el
crecimiento de la adhesión a la propuesta de legalización del aborto por
parte de las mujeres de sectores populares en los encuentros
nacionales; el aumento de la adhesión a la legalización por parte de
mujeres y varones jóvenes (Gabarra, 2005).
“Hay una concientización sobre el tema sexualidad, derechos
reproductivos y sexuales a mujeres de movimientos de base que
no se planteaban esta problemática como parte de sus programas
políticos”. (Rosemberg, 2005)
Según ella, se observa la unión de la reivindicación del aborto con la
lucha por los derechos humanos. Con ello habían colaborado las
declaraciones del Ministro de Salud a favor de la despenalización del
aborto y de la distribución de anticonceptivos (2005), y el resultante
enfrentamiento del gobierno contra el obispo castrense Baseotto, quien
en marzo de 2005 lo había criticado con su “merecen que les cuelguen
una piedra de molino al cuello y lo tiren al mar”[25].

Final del formulario


En mayo de 2005 se organizó la Campaña Nacional por el
Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. El lema fue: Educación
sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para
no morir.Los fundamentos de las demandas refieren a cuestiones de
democracia, de respeto de los derechos humanos de las mujeres, de
equidad y la justicia social, y se basan en el reconocimiento de que son
las mujeres pobres quienes sufren o mueren por la práctica del aborto
clandestino.

Del feminismo popular al pueblo feminista

Laclau denomina demandas democráticas a las realizadas al sistema,


que reclaman la solución de alguna exclusión, y las distingue de las
demandas populares, que intentan crear una nueva hegemonía. Si las
primeras son satisfechas, se inscriben en la lógica de la diferencia. Es
lo que Ranciere (1996:43) expresa con otras palabras: “las políticas se
ocupan de agregar las partes”[26]. En cambio, cuando no son
satisfechas y se articulan con otras demandas, pueden entrar en una
relación equivalencial. Cuando el discurso de las demandas en torno a
las necesidades se escapa de los discursos hegemónicos, de lo privado
y de la economía de mercado, puede aparecer un momento de
demandas, las demandas fugitivas politizadas. También hicimos
referencia a que, si las demandas son satisfechas por el sistema
institucional, se inscriben en la lógica de la diferencia y quedan aisladas
de la relación equivalencial con otras. En cambio, si no son absorbidas,
puede darse una articulación en una cadena de equivalencias.

Las demandas de los movimientos fueron respondidas generalmente


desde lo institucional y con el discurso de los expertos, al estilo de
programas sociales (transferencias condicionadas de dinero, subsidios
para poner en marcha pequeños emprendimientos), encubierto en un
nuevo y vacío discurso de derechos. Los movimientos de desocupados
usaron esos planes para satisfacer las demandas, aumentar el número
de miembros y profundizar la movilización, según el tipo de
organización. Algunos dirigentes entraron a formar parte del actual
gobierno, mientras los movimientos, al no poder generarse una cadena
de equivalencias, comenzaban a fracturarse, a desmovilizarse, y sus
alianzas, a transformarse. Finalmente se impuso la lógica de la
diferencia. Las demandas de trabajo y de subsidios de parte de los
movimientos fueron absorbidas en parte (y deficientemente) por el
Estado, y perdieron su potencial de construcción de un pueblo, en el
sentido que Laclau le otorga a esta categoría.

Una sociedad que postula el estado benefactor como su horizonte


último, solo la lógica de la diferencia sería aceptada como un
modo legítimo de construcción de lo social. En esta sociedad,
concebida como un sistema en constante expansión, cualquier
necesidad social sería satisfecha diferencialmente; y no habría
una base para crear una frontera externa (…) y por lo tanto no
podría totalizarse y crear un “pueblo” (Laclau, 2005:104).

El populismo supone una articulación equivalencial de demandas que


hace posible el surgimiento del pueblo; una frontera entre el pueblo y el
poder, denominada formación antagónica, y la unificación de estas
diversas demandas en un sistema estable de significación que permite
la consolidación de las equivalencias. (Laclau, 2005:99).

Así como los reclamos por trabajo y en contra de la violencia hacia las
mujeres se dirigen a las instituciones y pueden ser satisfechos
diferencialmente, el reclamo por la legalización del aborto, como
significante de la ciudadanía plena de las mujeres, del laicismo y el
pluralismo, construye una frontera, y sobrepasa los discursos de la
hegemonía patriarcal representada hegemónicamente por la jerarquía
de la Iglesia católica.

Las relaciones de género operan en los sistemas simbólicos, las


instituciones y organizaciones y en los procesos de construcción de la
identidad (Scott, 1990: 47). Entre ellas, las instituciones religiosas
ocupan un lugar importante. En el caso argentino que analizamos, el
integrismo católico es el actor clave en torno a la contraofensiva sobre
los derechos de las mujeres. Frente a éste, la articulación de las
demandas de distintos movimientos de mujeres y de otros actores,
construyó el pueblo feminista, que no es lo mismo que el feminismo
popular ni es lo mismo que las mujeres, aunque su núcleo fundamental
esté conformado por las demandas acerca de la ciudadanía plena de
ellas. La Campaña por el aborto es el significante vacío que articula las
demandas por el laicismo y el pluralismo, frente al vetusto y poderoso
integrismo católico. Se enfrentan de este modo dos proyectos
antagónicos, impensables antes de 2001, uno como campo de lucha y
de posibilidades democráticas –a la ofensiva–; y el otro, que se resiste a
la consolidación de nuevos derechos, a la contraofensiva.

Tanto la participación de las mujeres de los movimientos sociales en los


Encuentros Nacionales de Mujeres como las estrategias de la Iglesia
católica desde 1997 para boicotearlos, aparecen en la base de la
radicalización del propuesta de la lucha para la legalización del aborto
que, al lado de las reivindicaciones vinculadas a la violencia contra las
mujeres y la demanda por trabajo digno, son los tres derechos
fundamentales que demandan las mujeres populares. La emergencia de
un feminismo popular surgió de tales articulaciones, con nuevas
actoras, las mujeres populares en lucha.

La articulación de la política feminista y la de otros movimientos


sociales, articulación contingente de elementos heterogéneos, de
demandas diversas como las que constituyen la multiplicidad de los
movimientos (piqueteras, obreras de empresas recuperadas,
asambleístas, campesinas, indígenas y feministas) dio lugar a una
cadena de equivalencias, representada hegemónicamente en la
legalización del aborto que, obviamente, no reduce el particularismo de
cada demanda individual (demandas por trabajo, por la tierra, por los
derechos de los pueblos originarios, etc.). Esta cadena de equivalencias
posibilitó que una identidad heterogénea, las mujeres, con todas las
particularidades dentro de esa categoría, construyera discursivamente
al adversario –que en nuestro análisis está conformado por las fuerzas
portadoras de valores tradicionales y patriarcales– y que apareciera
como una identidad política, un pueblo. O, en palabras de Ranciere, las
no contadas demandan ser integradas plenamente a la cuenta de la
democracia. Surgió una demanda que significa a todas las demandas y
se articularon las mujeres en movimiento y otros actores sociales en la
pugna por la legalización del aborto, para que las mujeres puedan
ejercer la capacidad de decidir sobre sus propios cuerpos, que
condensa la lucha por la el laicismo, la pluralidad y la ciudadanía.
Antes de la emergencia de estos movimientos, el particularismo de la
demanda por la legalización del aborto no podía ser articulado con
otras demandas, relacionadas con la necesidad de trabajo o con
políticas contra la violencia hacia las mujeres, porque era considerada
como opuesta a los objetivos particulares de estas. Es en esta situación
histórica que se produce esta relación equivalencial, que da como
resultado la emergencia del pueblo feminista, que articula diversas
luchas para la ampliación de los derechos de las mujeres y para la
consolidación de una democracia pluralista. El feminismo popular va a
ser parte central del pueblo feminista.

La naturalización de las relaciones de dominación, especialmente


referidas a las relaciones de género, existe tanto entre los líderes de
movimientos sociales como entre los funcionarios/as del estado. Es
posible encontrar más coincidencias entre últimos y los lideres de los
movimientos, con respecto a los intereses distributivos, en un tipo de
alianza basada en la dominación masculina que hemos denominado
pactos conservadores implícitos, que entre los lideres y las mujeres de
base sobre los derechos de las mismas. Estos pactos se configuran
como contratos autoritarios que excluyen o desvalorizan a las mujeres.
Se dan frecuentemente tanto entre los varones, más allá de su posición
de clase o su posición en las organizaciones, como entre varones y
mujeres tradicionales. También hemos podido observar lo mismo en
relación con las orientaciones sexuales e identidades de género
diferentes al par dicotómico varón/mujer[27]. Varios autores han
considerado cómo los discursos establecidos y las prácticas
institucionales que se derivan de ellos operan sobre las formas
entender las relaciones sociales y las decisiones de los individuos. En su
análisis sobre las relaciones de poder, la pregunta de Lukes que sigue,
se vincula con la noción que años después Bourdieu denominó violencia
simbólica de los sistemas de dominación (Bourdieu, 2000: 49-50).
“¿No es una forma de ejercicio del poder más supremo e insidioso
evitar que la gente tenga quejas, por la modelación de sus
percepciones, conocimientos y preferencias, de tal modo que ellos
acepten su lugar en el orden existente, tanto si no pueden
imaginar alternativas a éste, o lo ven como natural y no
cambiable, o lo valoran como ordenado divinamente y
beneficioso?” Lukes (1974:24).

Así como los reclamos por trabajo, y contra la violencia hacia las mujeres, se dirigen a las
instituciones y pueden ser satisfechos diferencialmente, el reclamo por la legalización del
aborto, como significante de los derechos sexuales, construye una frontera, sobrepasando
los discursos de la hegemonía patriarcal. La irrupción de lo heterogéneo aparece cuándo se
articulan las mujeres en movimiento y surge una demanda que significa a todas las
demandas: la lucha por la legalización del aborto, que condensa la lucha por la ciudadanía
de las mujeres, esto es, ejercer la libertad sobre sus propios cuerpos. Los pactos
conservadores que mencionamos intentan dejan afuera lo que es, en el fondo –y a pesar de
todos los avances en la prosecución de los derechos de las mujeres–, revulsivo para el
discurso patriarcal: los derechos de las mujeres, mientras que la respuesta de parte de las
mujeres fue el piquetero tiene cara de mujer. Ellas forzaron el esencialismo para marcar la
resistencia y para competir por el poder. Pusieron en la esfera pública las identidades de
mujeres populares que se inscriben en la demanda por ciudadanía, con sus discursos
políticamente incorrectos (como hemos observado en páginas anteriores al hacer
reverencia las demandas de las mujeres).
El nosotras dentro del nosotros (Piqueteros, carajo!) se articuló con otras demandas y
actores. Mediante esta articulación se constituyó un pueblo. Recordemos que pueblo, para
la teoría de la hegemonía, es un actor histórico potencial, una construcción que constituye
agentes sociales y “no constituye una expresión ideológica, sino una relación real entre
agentes sociales” (Laclau, 2005: 96/99/151). Este pueblo, en palabras de Ranciere (1996:
25), es la cuenta de los no contables, la parte de esos que no tienen parte. Para este autor,
“la política es el proceso de contar la parte de los que no tienen parte” La definición de
quién será considerado/a en la cuenta de la democracia es conflictiva, contingente y no está
predeterminada.
Como muchas feministas lo reconocen, mientras las alianzas fueron
básicamente entre las mismas feministas, no se podía avanzar en la
ampliación de las demandas, aunque no fueron pocos los logros
obtenidos desde la restauración democrática. Era necesaria la
articulación de las feministas con otras demandas e identidades. El
campo contrahegemónico se conformó a partir de varios factores: la
articulación de feministas y las mujeres populares, recién mencionada,
que venía produciéndose desde 1997; la coyuntura histórica post-crisis
de 2001; un gobierno que no levantó abiertamente las demandas de las
mujeres, pero sí las de los Derechos Humanos, y que tomó varias
decisiones políticas a favor de los derechos de las mujeres (destrabó la
aprobación del Protocolo de la cedaw, designó personas reconocidas
por su laicidad y hasta por su ateísmo como jueces del Tribunal
Supremo de la Nación, nombró a un reconocido sanitarista favorable a
la despenalización del aborto como Ministro de Salud)

La legalización del aborto es un significante vacío, la demanda va a


adquirir una centralidad que la excede. La catexia de este elemento
singular (Laclau, 2005:153), condensa las demandas por un Estado
verdaderamente laico, y se opone a la influencia de la Iglesia católica
en casi todos los aspectos de la vida social, política y cultural del país,
que ya hemos explicado, especialmente su oposición a la plena
realización de los derechos de las mujeres, además de su nefasto papel
durante la dictadura militar. Para una sociedad y una cultura como la
argentina, esto es contrahegemónico. Es posible que la cadena de
equivalencias requiera de un líder que pueda constituir la plenitud del
pueblo En la lucha que se viene desarrollando se encuentra la búsqueda
para que la dimensión horizontal de estas equivalencias se
complemente con la absorción vertical dentro del sistema político, esto
es, con una influencia institucionalizada en los poderes del Estado, lo
cual es parte de las estrategias de esta nueva identidad popular
(¿alguien en lo más alto de la pirámide de gobierno que tome
institucionalmente la demanda?).
Para el autor mencionado, la unidad del grupo tiene lugar en el nombre
del líder, el investimiento afectivo clave (Laclau 2005:127/130).
Nosotros no podemos afirmar que es el nombre del líder el que
representa la cadena de equivalencias, pues la conformación del pueblo
feminista es horizontal y no presenta autoridades delimitadas, sino
situacionales. Las demandas que se articularon en la cadena de
equivalencias favorecieron la emergencia de identidades colectivas
diversas, pluralistas y democráticas y se generaron desde multiplicidad
de locaciones e identidades particulares. Encontraron su condición de
posibilidad en el feminismo popular que se constituyó en el encuentro
de las mujeres de los movimientos con el movimiento de mujeres y el
feminista, que tuvo su punto nodal en los Encuentros Nacionales de
Mujeres. Tal multiplicidad tiene su razón de ser en la estructura
horizontal y rizomática de los movimientos de mujeres, sus redes y sus
articulaciones locales, globales, cara a cara y por el ciberespacio. ¿Es
esto un obstáculo para la constitución del pueblo feminista? Creemos
que no. El mismo autor, al referirse al nuevo internacionalismo y a la
posibilidad de crear cadenas de equivalencias, mediante un lenguaje en
común, reflexiona acerca de la obsolescencia de las formas
institucionales tradicionales de mediación política (Laclau, 2005:287).
Nos inclinamos a pensar que nuevas formas de articulación y nuevas
identidades populares guardan un potencial de nuevas alternativas que
nos permiten reflexionar acerca de algunos elementos nuevos de la
constitución de un pueblo.
Algunas reflexiones finales

Los obreros y obreras de las ERA producen, organizan, deciden, en


espacios horizontales. El derecho al trabajo consagrado en la
constitución no es el mismo derecho que enarbolan, que es el de
controlar los medios de producción y el de romper la figura patrón-
obreros. Predominan los discursos de autodeterminación, autonomía y
el juego pragmático con el estado. En las ERA se puso en crisis la
propiedad privada, las formas de gestión y las escalas salariales y
cuando lo necesitan hacen alianzas pragmáticas con el estado. La forma
de cooperativa y el retiro igualitario, aseguran mayor democratización
de las relaciones laborales.
En cambio, para muchos piqueteros, el derecho al trabajo esta definido
por la relación de dependencia, aun en las empresas que logran armar.
También, existen organizaciones piqueteras cuyos dirigentes se sientan
en las mesas de negociación con funcionarios del estado para obtener
recursos para luego encarar proyectos públicos más ambiciosos e
innovadores que aquéllos que figuran en los menus de opciones de las
áreas del aquel[28]. Transforman y gestionan los proyectos, como
bienes públicos (edificaciones de barrios, por ejemplo). Mientras las
ongs siguen una lógica vinculada a las instrucciones que les dan los
funcionarios, algunas organizaciones piqueteras hacen un trabajo
político-social.
En general y más allá de las contradicciones, en este proceso seguido
por los movimientos se han conformado lo que denomino identidades no
civilizadas, en el sentido de no domesticadas: especialmente las de
muchas mujeres, que resisten el poder y el policiamiento de sus
cuerpos y emociones.
Son identidades políticamente incorrectas, basadas en las diferencias
con lo que esta instituido. Se conocen las leyes y las instituciones, pero
no se confían en ellas o bien se desean empujarlas más allá de sus
límites o cambiarlas. Para los ojos de la sociedad civil organizada, y de
los políticos, hay algo salvaje, no civilizado, en estos discursos
políticamente incorrectos. Entre la propiedad y el trabajo, se elige el
trabajo, entre la ley y la vida se elige la vida, definida por sus propios
términos y en su propio contexto económico, cultural y relacional, que
se inserta en el contexto político más general.

En general, y más allá de las contradicciones, en este proceso seguido


por los movimientos se han conformado lo que denominamos
identidades no civilizadas, en el sentido de no domesticadas:
especialmente las de muchas mujeres que resisten el poder y el
policiamiento de sus cuerpos y de sus emociones. Son identidades
políticamente incorrectas, basadas en las diferencias con lo que está
instituido. Conocen las leyes y las instituciones, pero no confían en ellas
o bien desean empujarlas más allá de sus límites o, directamente,
cambiarlas. Para los ojos de la sociedad civil organizada, y de los
políticos, en estos discursos políticamente incorrectos hay algo de
salvaje, de no civilizado. Entre la ley y la vida se elige la vida, definida
en sus propios términos y en su propio contexto económico, cultural y
relacional, que se inserta en el contexto político más general. Nos
referimos en especial a las prácticas y discursos de las mujeres que han
iniciado procesos de transformación referidos a la violencia y al control
de sus cuerpos, mediante los cuales critican la legislación y las
instituciones que deberían ser garantes de sus derechos.
Las diferencias de género marcan las transformaciones de las
identidades individuales. Si las hubiéramos subsumido en las
identidades colectivas, y además, no hubiéramos considerado un
análisis de género, no habríamos sido capaces de ver estos matices, ni
tampoco habríamos podido elaborar los conceptos de feminismo
popular ni de pueblo feminista.

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[1] Esta discusión se aparta de los ya tradicionales enfoques sobre los movimientos sociales, aunque es
heredera de la discusión generada por los mismos.
[2] Desde hace unos años los sectores afectado por la instalación de papeleras en las márgenes del Río
Uruguay, utilizan esta modalidad. En marzo de 2008 esta metodología mas la de los cortes y piquetes fue
tomada por la protesta del “campo”, con características similares a los cacerolazos que derribaron a Salvador
Allende en Chile en 1974.

[3] Laclau (2006) “Why constructing a ‘people’ is the main task of radical politics”. Para ser publicado en
Critical Enquiry. Pág. 7/8.
[4] L.Beccaria Empleo e integración social. Buenos Aires. FC E. (2001); G.Di Marco; H.Palomino
Movimientos Sociales en la Argentina. Asambleas: la politización de la sociedad civil. Ediciones Buenos
Aires. Baudino, UNSAM. (2003).

[5] El tejido de actividades barriales a fines de los ‘80 y ‘90, vinculados con las tomas de tierras en el Gran
Buenos Aires, han sido estudiados por varios autores: Forni y Longo (2003) “Las respuestas de los pobres
ante la crisis: Las redes de organizaciones comunitarias y la búsqueda de soluciones a los problemas de las
áreas periféricas de Buenos Aires”. IDICSO - Universidad del Salvador; Auyero Política, dominación y
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[6] Una parafernalia de “paquetes“y “herramientas“de planes sociales diversos fueron financiados por el
Banco Mundial y el BID: programas de empleo transitorio, nutricionales, para la salud materno infantil,
para la equidad educativa educativa, etc. Todos tuvieron algún “componente” referido a la participación de la
sociedad civil. Entre los programas de empleo transitorio se destacan el Plan Trabajar (1995-1999) y el de
Servicios comunitarios (1997-2000).Los beneficiarios del primero trabajaban en proyectos y obras de
infraestructura. Los del segundo trabajaban vinculados a actividades de servicios a la comunidad (atención a
niños, ancianos y grupos en situación de riesgo, comedores y roperos comunitarios, campañas de promoción
de la salud y proyectos vinculados a la regularización de documentación personal y dominial). En la práctica,
la mayoría de las veces el Plan Trabajar era ofrecido a los varones desocupados y el de Servicios
comunitarios, a las mujeres pobres.

[7] Para una discusión acerca de la emergencia de MTDs y su caracterización: Svampa; Pereyra. Entre la
ruta y el barrio: la experiencia de las organizaciones piqueteras. 1ª y 2ª. ed. Buenos Aires: Biblos, 2003.
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Genealogía de la revuelta: Argentina: La sociedad en movimiento (La Plata: Letra Libre, 2003).

[8] El gobierno nacional, en abril de 2002, puso en marcha un programa nacional de subsidios, denominado
Plan Jefes y Jefas de Hogar desocupados. Los mismos se otorgan a hombres y mujeres desocupados de
hogares pobres y con hijos menores de 18 años o discapacitados de cualquier edad o con la mujer (Jefa o
Cónyuge) embarazada. El conjunto de los movimientos de trabajadores desocupados cuenta con el 10% de
estos planes aproximadamente. A cambio de los 150 pesos recibidos los beneficiarios/as deben realizar alguna
contraprestación en actividades comunitarias y de capacitación; finalización del ciclo educativo formal ;
acciones de formación profesional; incorporación a una empresa a través de un contrato de trabajo formal.

[9] Hacen referencia a Eduardo Duhalde, designado presidente provisional luego de la renuncia del
presidente Fernando De La Rua, y de interinatos por pocos días de tres legisladores designados como
presidentes.
[10] Estás prácticas colectivas no son nuevas. En Yugoslavia, entre 1950 y 1973, se observaron casos de
autogestión obrera impulsada por el régimen socialista. En la revolución de 1952 en Bolivia se impulsó el
sistema de autogestión de trabajadores (sobre todo en el sector minero), pero en 1964 un golpe de Estado
llevó a la ocupación militar de las minas. En 1967, en Perú, un grupo de oficiales nacionalistas tomó el poder
e impulsó un sistema de cooperativas y comunidades industriales. En Chile, bajo el Gobierno de Salvador
Allende (1970-1973), más de 125 fábricas estaban manejadas por obreros. En Brasil, hay más de 200
empresas recuperadas por trabajadores y la primera experiencia data de 1991 en una fábrica de calzados. En
1994 se creó la Asociación Nacional de Trabajadores en Empresas Autogestionadas (ANTEAG) para
coordinar diversas experiencias que surgían debido a la crisis de la industria.

[11] Si bien existen precedentes de modalidades de autogestión en varios países y en Argentina, en la


segunda mitad de los años noventa comienzan a intensificarse las acciones de trabajadores que se enfrentan
con la pérdida progresiva de las fuentes de trabajo. A principios de la década de los setenta se observan en
Argentina los casos de la petroquímica PASA en Rosario y la Papelera Mancuso y Rossi en La Matanza, y en
1985 la ocupación y puesta en producción de la planta de la automotora Ford en Pacheco (provincia de
Buenos Aires). Con la hiperinflación de 1989-1990 se produjeron conflictos y ocupaciones en las empresas
Moscón (metalúrgica), Adabor (construcciones metálicas) y Cooperativa Vélez Sarsfield (partes de
automóviles), las tres en Quilmes (provincia de Buenos Aires). En esa época, los obreros realizaban las
negociaciones con el apoyo de pocos aliados (alguna central sindical, unos cuantos funcionarios, políticos y
abogados) y carecían de capacidad para imponerse ante la sociedad como una respuesta social frente a la
amenaza de cierre de empresas y a la desocupación.
[12] Las históricas entidades de segundo grado que representaron a las cooperativas de trabajo
tradicionales, fueron: la Federación Nacional de Cooperativas de Trabajo de Empresas Reconvertidas
(FENCOOTER), - y la Federación de Cooperativas de Trabajo de la República Argentina (FECOOTRA).
Dentro del clima de movilización social que comenzó en 2001, se formó el Movimiento Nacional de ER
(MNER), Su lema es “ocupar, resistir y producir”, similar a la consigna del Movimiento de Campesinos sin
Tierra de Brasil y su prioridad, mantener la fuente de trabajo.En 2003 se desprendió el MFRT-Movimiento de
Fábricas Recuperadas por los Trabajadores, que contribuyo a la organización de numerosas cooperativas,
incluso de aquellas que en sus primeras etapas pensaban organizarse bajo la forma de estatización y control
obrero. Otro sector estuvo conformado por las ERA que fueron acompañadas por dirigentes vinculados al
Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), como los casos de Cerámicos Zanón, Supermercados Tigre y
Textil Brukman, en los cuales se promovió la “estatización con control obrero”. Esta última, se organizó luego
como cooperativa, bajo el asesoramiento de del MFRT, que impulso el cambio de discurso hacia uno que no
mencionara los contenidos vinculados a la ocupación y la resistencia. En los últimos años se produjeron
reacomodamientos en este mapa de movimientos que no presentaremos en esta ocasión.

[13] La noción feminista de la ciudadanía sexual intenta hacer visible el desbalance de derechos existente
entre varones y mujeres. Coincidimos con Richardson (1998) en que no hay una definición estándar de
ciudadanía sexual. Esta concepción se alza sobre la demanda por el reconocimiento de las necesidades y
deseos de las mujeres sin vincularlos necesaria y únicamente a la reproducción, esto es, a ninguna visión
esencialista de alguna finalidad de la sexualidad. esta noción, al ser más amplia, contiene a los derechos
reproductivos.
[14] Agradezco a Oscar Grillo por esta observación.
[15] Laclau señala en la centralidad del nombre del lider, el investimiento afectivo clave como significante
vacío que representa la cadena de equivalencias. Laclau La razón populista. Buenos Aires. FCE. (2005)
Pág.127/130.
[16] Sin embargo, sólo en un caso una experimentada militante (una “señora de nadie”) rompió con la
dirigencia y armó otra organización.
[17] Testimonio recogido por Marta Dillon, nota Rebelión en el piquete Periódico Página 12 2004/7-9.
[18] Para una ampliación de este tópico: G. Di Marco. “Igualdad de género y movimientos sociales en
Argentina”. En E.Maier y N.Lebon ed. (comp.) De lo privado a lo público: 30 años de lucha ciudadana
de las mujeres en América Latina. México. UNIFEM-Lasa-Siglo XXI. (2006)

[19] En 1997, se contabilizaron 104 cortes de rutas en diferentes provincias argentinas, cuyos objetivos
estaban vinculados con el reclamo de puestos de trabajo y subsidios y la demanda por incremento del gasto
social en salud, alimentación y educación, junto con peticiones de ayuda del gobierno nacional para evitar el
cierre de fuentes de trabajo y el pago de salarios atrasados.

[20] Una de las organizadoras, de Católicas por el Derecho a Decidir, dice: .... Pero debemos reconocer que
la idea de lograr impacto con pañuelos la hemos tomado del impacto que significaron los pañuelos blancos
de las Madres de Plaza de Mayo.
[21] No haremos lo mismo con el proceso seguido en otros países latinoamericanos.

[22] En 1930, el golpe militar, el primero en el país, derrocó al presidente constitucional, Hipólito Irigoyen
(Partido Radical). Al periodo inaugurado por este golpe y los sucesivos presidentes emparentados con los
conservadores, se lo conoce como década infame, caracterizada por: gobierno autoritario, corrupción y fraude
electoral. Los autores del siguiente golpe de Estado (1943) proclamaron que se alzaban contra los que habían
gobernado durante la “década infame”. Entre los militares que formaban parte del grupo que derrocó al
entonces presidente Ramón S. Castillo se encontraba Juan Domingo Perón. Perón fue Secretario de Trabajo y
Previsión y en 1944 al desplazar el general Edelmiro Farrell de la presidencia al general Pedro Ramírez, fue
nombrado Ministro de Guerra y Vicepresidente. En 1946 fue elegido presidente de la Nación.
[23] La inmigración italiana fue la más numerosa, seguida por la española. Entre 1857 y 1940, la primera fue
del 45% del total de la inmigración, y la segunda, 31%.

[24] Según los resultados de una encuesta publicada en 2008, el 76% se define como
católico, el 9% como evangélico y un 11.3% dice ser ateo, agnóstico o no tener
ninguna religión. Está de acuerdo con el aborto en algunas circunstancias un 63,9 %,
mientras que el 92,4 por ciento apoya la educación sexual en las escuelas.
[25] El obispo es también defensor de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura.

[26] En la traducción en español se menciona con el término policía.


[27] Nos referimos a la inclusión de travestis en los grupos de base. Sólo en un caso hemos observado la
inclusión de alguna travesti, y se dio en la organización liderada por una mujer. En esa organización también
existió el otorgamiento de planes a jóvenes en conflicto con la ley, a través de la realización de la probation en
las actividades de contraprestación del movimiento.
[28] Los variados e importantes emprendimientos de la Unión de Trabajadores Desocupados ( UTD) de
Mosconi (Provincia de Salta) son un ejemplo, asi como los planes de vivienda del Movimiento Territorial de
Liberación (MTL)

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