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Conociendo al Dios que Salva

Introducción

Conociendo al Dios que Salva. ¡Cuán necesario es conocer al Dios que


Salva, al Dios Verdadero! Gerald Nyenhuis (Nainhus), en su libro “El Dios
que Adoramos” dice: “Conocer a Dios es saber algo acerca de Él; pero el
saber algo acerca de Dios no es en sí conocerle... Tenemos que distinguir
entre el saber y el conocer... Por ejemplo, uno puede saber los Nombres de
Dios, sin conocer a Dios y sin “invocar el nombre de Dios”. Es posible
memorizar una larga lista de estos nombres y pasar un examen riguroso de
los mismos sin conocer a Aquel a quien esos nombres pertenecen. Sin
embargo, podemos conocer a Dios por medio de sus nombres, y quizás
debamos decir que no es posible conocerlo sin saber sus nombres”.

Y a través de todo este libro, el Dr. Nyenhuis, muestra la necesidad que


tenemos de conocer a Dios, pero tener el conocimiento verdadero de Él.
Puede que nosotros tengamos una idea de quién es Dios, puede que
tengamos formada una imagen de Él. Pero es indispensable que sea un
conocimiento conforme a la Palabra de Dios porque, de lo contrario,
caeremos en adorar a un dios que no es el Dios verdadero, y eso se llama
idolatría. Adoraremos a un Dios de acuerdo a nuestros propias ideas, y no
al Dios de la Biblia.

Creo que es excelente que estemos reunidos, estos días, para conocer
más de nuestro Dios, para que podamos entender mejor quién es nuestro
Señor, y eso nos llevará a una relación más íntima y personal con Él.

Entonces veamos al “Dios que Salva”. Y veamos lo que Dios ha revelado


de Él mismo a través del Profeta Isaías. Isaías es conocido como el profeta
evangélico, porque el libro que lleva el nombre del profeta, habla de la
Salvación que Dios proporciona a su pueblo, esas Buenas Nuevas de
Salvación. Es interesante cómo en la Palabra del Señor, nuestro Dios
relaciona el nombre de las personas con lo que quiere comunicar. Isaías
significa: “Jehová es Salvación”.

Y tal vez podríamos entrar en muchas consideraciones históricas y


teológicas. Pero para los fines que perseguimos, podemos ver la hermosura
de este libro mostrándonos (1) la condición del pueblo de judío, la
corrupción en la que había caído, (2) la confianza en la fidelidad del Señor
proveyendo salvación, pese a la condición del pueblo y (3) el consuelo del
Señor, sabiendo que en sus planes está la restauración.

Cuando estudiaba la Palabra para hablar de “conocer al Dios que Salva”,


el Señor puso ante mis ojos este hermoso Salmo que se encuentra en el
capítulo 12 de Isaías que nos habla del Dios de la Salvación.

Isaías 12.1–6 (RVA)


1
En aquel día dirás:
"¡Te doy gracias, oh Jehovah!
Aunque te enojaste contra mí,
tu ira se apartó, y me has consolado.
2
¡He aquí, Dios es mi salvación!
Confiaré y no temeré,
porque JAH Jehovah es mi fortaleza y mi canción;
él es mi salvación."
3
Con regocijo sacaréis agua
de los manantiales de la salvación.
4
En aquel día diréis:
"¡Dad gracias a Jehovah!
¡Invocad su nombre!
Dad a conocer entre los pueblos sus hazañas;
recordad que grande es su nombre.
5
¡Cantad salmos a Jehovah,
porque ha hecho cosas magníficas!
Sea esto conocido en toda la tierra.
6
Grita y canta, oh habitante de Sion,
pues el Santo de Israel
es grande en medio de ti."

Estamos aquí para conocer al Dios que salva, no sólo saber acerca de Él.
Y es justamente de lo que está escribiendo Isaías. Son palabras de alguien
que ha experimentado en carne propia la obra del Dios Salvador en su vida.
En ese sentido, vamos a hablar de tres aspectos que encontramos en este
pasaje:

1) Conocer al Dios que salva, nos trae esperanza.


2) Conocer al Dios que salva, nos trae confianza.
3) Conocer al Dios que salva, nos trae gratitud y alabanza.

1 Conocer al Dios que Salva nos trae esperanza

En los primeros 10 capítulos de Isaías, vemos la condición moral en la


que se encuentra el Reino de Judá , y las consecuencias de su pecado. Pero
también presenta la esperanza de un Libertador divino, el Dios Salvador. La
profecía muestra al Libertador rechazado, pero también muestra a un
remanente que acepta a este Libertador.

En los capítulos 11 y 12 Isaías presenta esperanza que hay en el futuro,


el reinado del Libertador. El Reinado del Salvador. Es ahí que dice: “En aquel
día dirás...” Nuestra esperanza está depositada en ese futuro, en el día en
el que el lobo habitará con el cordero, el leopardo se recostará con el
cabrito, el ternero y el cachorro del león crecerán juntos, porque la tierra
estará llena del conocimiento de Jehovah.

Y, con nuestra mirada puesta en “...aquel día...”, podremos decir con


Isaías: “¡Te doy gracias, oh Jehovah! Aunque te enojaste contra mí, tu ira se
apartó, y me has consolado”.

Al escuchar del Dios que Salva, es decir, al escuchar las buenas nuevas
de Salvación, lo primero que llegamos a comprender es que Dios es Santo,
y vemos la condición en la que estamos. La ira de Dios está sobre nosotros,
por nuestro pecado. Él está enojado contra nosotros. Él es Santo, y en
nuestra condición de pecadores, sólo merecemos recibir su ira.

No puede pasar por alto nuestro pecado, porque el Dios que Salva
también es Justo. Merecemos la justa retribución por nuestro pecado. Pero
si nos quedamos con un Dios Santo y justo, no tenemos ninguna esperanza.
Lo único que podemos esperar es condenación, y verdaderamente no
podríamos conocer en su plenitud al Dios que Salva.

Es entonces que el pasaje nos muestra que el Dios que Salva, es un Dios
que actúa con Amor y Misericordia, porque, aunque Él estaba enojado, y su
ira estaba sobre nosotros, Él apartó su ira, y nos consoló.

Dios es Amoroso y Misericordioso, porque ve la condición en la que


estamos y obra en justicia, ofreciéndose a sí mismo, a través del Dios hecho
hombre, para que nosotros podamos alcanzar misericordia y consolación.
¡Cuán hermoso es conocer al Dios que Salva! Es a través de conocerle que
tenemos esperanza. Entonces podremos decir: “¡He aquí, Dios es mi
salvación!”

¿Dónde está puesta nuestra esperanza? ¿Es el Dios que Salva el centro
de nuestra esperanza? ¿Dios es mi salvación?

La filosofía del mundo, nos ha llevado a poner nuestra esperanza en


muchas cosas y, por lo general, desviamos nuestra mirada del Salvador.
Vivimos pensando en los próximos 30, 40, 50 años. Pensamos que todo se
trata de esta vida, y dejamos de pensar en “...aquel día...” Nos preparamos,
y preparamos a nuestros hijos, para que puedan vivir bien, y que tengamos
una buena vejez, que tengamos lo mejor, y que podamos hacer lo que, tal
vez, nuestros padres no pudieron hacer por ellos, o por nosotros.

Pero todo esto verdaderamente no nos trae esperanza, ni salvación. Si


conocemos al Dios que Salva, nuestra esperanza no está puesta en esta vida,
en lo que somos o en lo que tenemos. Nuestra esperanza está puesta en
“...Aquel día...”, nuestra esperanza está puesta en nuestro Dios, nuestro
Salvador, en una vida con Él por la eternidad.

La Salvación, que tenemos de Dios, no consiste en obtener un pase “vip”


al cielo y evitar el infierno. La salvación no consiste solo en que somos
librados del castigo que debíamos recibir. Conocer al Dios que Salva nos
lleva a entender que estamos separados de Dios, que somos sus enemigos,
que su ira está sobre nosotros, y que no podemos hacer nada en nuestras
fuerzas para reconciliarnos con Él.

Dios pone en nosotros, a través de su Espíritu, la convicción de que


somos pecadores, y la necesidad que tenemos de reconciliarnos con Él. Y Él
provee, a través del Cristo, el Mesías, la forma a través de la cual lo
podemos hacer. Por su obra, obtenemos Salvación, obtenemos la
reconciliación con Él. De ser enemigos, ahora somos hijos y además
tenemos la promesa de Vida Eterna, pero Vida Eterna con Él.

Eso es lo que a través de toda la historia, los hijos de Dios anhelaron,


habitar en la presencia del Dios verdadero, del Dios que Salva, todos los días
de su vida y por la eternidad. David en Salmos 27 dice que una cosa le pidió
a Jehovah, y eso era lo que buscaba, morar en la casa de Jehovah para
contemplar su hermosura. Era la esperanza que tenía al escribir el Salmo 23
y concluir diciendo: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos
los días de mi vida, y en la casa de Jehovah moraré por días sin fin”.

Fue la esperanza que tuvieron y que deberíamos que tener todos los
hijos del Señor. Fue con esa esperanza que los hijos de Dios, soportaron
persecuciones, tribulaciones y martirio, con su mirada puesta en “...aquél
día...” junto a Dios, a su Salvador, contemplando toda su Gloria.

Y es ahí donde debe estar nuestra esperanza, en “...aquel día...” en el


que moraremos en la casa de Jehovah por la eternidad, para poder
contemplar su hermosura. Conocer al Dios que Salva nos trae esperanza.
Porque nuestra esperanza no está basada en lo que somos, lo que tenemos,
o podemos conseguir, en esta vida. Nuestra esperanza está sólo en nuestro
Señor y lo que él dice que tendremos con Él por la eternidad.

Pero conocer al Dios que salva no sólo trae esperanza. También nos trae
confianza.

2 Conocer al Dios que salva, nos trae confianza.

2 ¡He aquí, Dios es mi salvación!


Confiaré y no temeré,
porque JAH Jehovah es mi fortaleza y mi canción;
él es mi salvación.

Si Dios es nuestra salvación vivimos confiados y sin temor. ¿Por qué?


Por Él es nuestra fortaleza. Conocer al Dios que Salva nos trae confianza,
porque el Dios que Salva es Fiel. Cuando Isaías dice: “...porque JHA
Jehovah...” quiere decir el Señor Jehovah, reiterando el nombre personal de
Dios, queriendo recalcar que Él guardará el Pacto que ha hecho.

Es decir la fidelidad del Dios que Salva, no depende de nosotros, no


depende de lo que hacemos, no depende de nuestra infidelidad. Él es el Dios
Fiel que cumple lo que ha dicho. Desde el Génesis, el prometió un Salvador,
que pisaría la cabeza del engañador, de la serpiente.

Y es por eso que en nosotros hay confianza y no temor. Porque el Señor


Jehovah, que cumple su Pacto, el Dios Fiel, es nuestra Salvación. Es en Él y
no en nosotros, es en su mano y no en la nuestra, que está nuestra
Salvación. Es porque Él es Fiel, y no por nosotros, que tenemos Salvación.

Si dependiera de nosotros, verdaderamente tendríamos que vivir con


temor. Porque en nuestra infidelidad, somos cambiantes. Un día decimos
una cosa, y al otro, otra completamente diferente. Hacemos algo y en otro
tiempo hacemos lo opuesto.

Pero en el Señor, con nuestra esperanza puesta en el Dios que Salva,


podemos sentiros confiados, porque él es nuestra fortaleza. Es quien nos
da confianza, porque acudimos a un Dios Fiel, al Dios que no Cambia, al que
Permanece, al Dios que no miente, que no cambia de opinión.

No sé qué sería de nosotros, si el Señor dijera un día: “eres salvo” y al


otro día “no, ya no”. ¿Qué sería de nosotros si Él cambiase la Vida Eterna
por otra cosa, o si él decidiera reponer hacia nosotros el castigo que
debíamos recibir?

Lo hermoso es que tenemos confianza en un Dios Fiel, un Dios que no


cambia con el tiempo, o que no cambia de acuerdo a las circunstancias. Por
eso podemos decir junto a Isaías:

2 ¡He aquí, Dios es mi salvación!


Confiaré y no temeré,
porque Jehovah es mi fortaleza y mi canción;
él es mi salvación."
3 Con regocijo sacaré agua
de los manantiales de la salvación.
El Dios que Salva, en un Dios en el que podemos confiar, con el cual no
vivimos en temor, porque: “Él es nuestra Fortaleza”. Pero, además, es quien
produce en nosotros gozo y, como dice Isaías: “podemos sacar agua de esos
manantiales de la salvación”.

De ese manantial, es del que Jesús le habló a la mujer samaritana,


cuando le dijo: “Todo el que bebe de esta agua (del pozo de Jacob) volverá
a tener sed. Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más
tendrá sed, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que
salte para vida eterna”.

Es interesante cómo Jesús estaba haciendo el contraste para mostrar


que el agua que tenían por el esfuerzo de Jacob era algo para el momento.
El que bebiera de esa agua, volvería a tener sed. Y eso es lo que pasa cuando
depositamos nuestra confianza en nuestro esfuerzo o el esfuerzo de otros.

Nuevamente, cuando ponemos nuestra confianza en lo que somos, lo


que podemos hacer, lo que podemos conseguir, hay temor, porque es algo
que en algún momento va a terminar. En nuestra vida, las cosas vienen y se
van, empiezan y terminan. Nada es para siempre.

En cambio, cuando nuestra confianza está puesta en el Dios que Salva


y bebemos de los manantiales de la salvación, nuestra perspectiva cambia
por completo. El Señor sacia nuestra “sed”. No confiamos en nosotros,
confiamos en el Dios Fiel, que ha prometido darnos esos manantiales con los
cuales nunca más tendremos sed, porque nuestra esperanza y nuestra
confianza estará en nuestra vida futura con el Señor, en la vida eterna que
Él nos da.

¿Cómo no ver en todo esto al Señor que Salva como nuestra fortaleza?
¿Cómo no vivir confiados? ¿Cómo estar temerosos? Si el Señor nos ha
perdonado, si su ira se ha apartado de nosotros, y nos ha consolado. Si el
Señor es nuestra Salvación, tenemos una esperanza futura con Él, y sabemos
que podemos vivir confiados entonces lo que nos queda por hacer es vivir
en gratitud y alabanza a Él.

Y es el último aspecto que podemos ver en este pasaje. Conocer al Dios


que Salva, nos trae gratitud y alabanza.

3 Conocer al Dios que Salva, nos trae gratitud y alabanza

2 ¡He aquí, Dios es mi salvación!


Confiaré y no temeré,
porque Jehovah es mi fortaleza y mi canción;
él es mi salvación."
...
4 En aquel día diréis:
"¡Dad gracias a Jehovah!
¡Invocad su nombre!
Dad a conocer entre los pueblos sus hazañas;
recordad que grande es su nombre.
5 ¡Cantad salmos a Jehovah,
porque ha hecho cosas magníficas!
Sea esto conocido en toda la tierra.
6 Grita y canta, oh habitante de Sion,
pues el Santo de Israel
es grande en medio de ti."

Cuando realmente conocemos al Dios que Salva, nuestro corazón se


llena de gratitud y alabanza. ¿Qué más podría suceder?

El Señor, pone a nuestro alcance su mensaje de Salvación, su Evangelio,


las Buenas Nuevas. Y, a través de su Espíritu Santo, obra en nosotros
poniendo convicción de pecado, justicia y juicio, en nuestra vida.

Por su amor y misericordia obtenemos Salvación, la solución a la


desesperada situación en la que nos encontramos, alejados de Dios y sin
esperanza, a través de la obra de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz.

Entonces, reconciliados con el Señor, con nuestra esperanza puesta en


Él, y confiando en el Dios fiel, podemos decir: “...el Señor Jehovah es mi
canción, Él es mi Salvación”.

Y los versículos del 4 al 6 une al pueblo de Dios a una voz y dice: “En
aquél día diréis...” Los que conocemos al Dios que Salva, unidos a una voz:
daremos gracias y alabaremos a Jehovah. Esta escena nos hace recuerdo
cuando el Pueblo de Israel vio las grandes maravillas que el Señor hizo por
ellos al Salir de Egipto.

Luego de cruzar el Mar Rojo en seco, y ver cómo el Señor enterraba en


paredes de agua al ejército de Faraón, el pueblo de Dios, agradeció al Señor
y celebró cantando alabanzas al Él. El pueblo dio a conocer entre los
pueblos, las hazañas de Dios, las cosas magníficas que hizo, y todos
recordaron lo Grande del nombre de Jehovah, A través de generaciones,
esas maravillas fueron y son recordadas por los pueblos de la tierra.

De la misma forma en la que el pueblo de Israel estaba agradecido y


alabó al Señor, nosotros debíamos agradecerle y alabarle, maravillados por
lo que el Señor hizo por nosotros, asombrados por cómo el Señor obró en
nuestros duros corazones. Es por eso que Isaías dice: “En aquel día diréis...”
Al conocer al Dios que Salva sólo podremos darle gracias y alabarle,
porque reconocemos que es el Dios Verdadero y el Señor de nuestras vidas.
Y nuestra gratitud y alabanza tiene (1) primero un propósito: Dar Gloria al
Dios de nuestra Salvación, mostrar lo Grande de su Nombre, y (2) segundo:
Dar a conocer a las personas al Dios que Salva, predicando las Buenas
Nuevas, ese Evangelio de Salvación, para que, por medio de nuestra gratitud
y alabanza, mostremos a nuestro Dios Santo, Justo, Amoroso,
Misericordioso, Fiel, Todopoderoso.

Me gusta mucho la definición que el autor de Hebreos da al término


“Alabanza” en Hebreos 13:15 y dice: “Así que, por medio de él (de Cristo),
ofrezcamos siempre a Dios sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que
confiesan su nombre”.

Entonces nuestra gratitud y alabanza tiene que ver con reconocer y


manifestar lo que el Señor ha hecho con nosotros, pero también tiene que
ver con comunicar (fruto de labios) a las personas el mensaje que nosotros
hemos recibido del Dios que Salva.

Aplicación

¿Cómo puedo aplicar estas verdades de la Palabra del Señor a mi vida?


El capítulo 12 termina diciendo: “Grita y canta, oh habitante de Sion, pues el
Santo de Israel es grande en medio de ti”.

No basta con saber o decir, no basta con tener los conceptos y enseñar
o predicar acerca de esos conceptos. El Santo de Israel es grande en medio
de nosotros.

El Dios que Salva no sólo se da a conocer, a través de su Palabra, y


obrando en nuestras vidas por su Espíritu, para que tengamos un bonito
discurso filosófico, que impresione a las personas. Él está en medio de
nosotros, y su Presencia, en medio de nosotros, obra de forma real en
nuestras vidas. Nuestro canto, nuestra alabanza, viene de vidas
transformadas por su obra perfecta en nosotros.

Es en esa relación íntima, personal y real, con el Dios que Salva, que Él
nos habla a través de su Palabra, y su Espíritu Santo nos guía, y nos da el
poder sobrenatural para hacer y vivir en su voluntad. Pero también nosotros
respondemos en oración, en plena dependencia, y todo el tiempo le damos
gracias y le alabamos.

Será a través de una verdadera alabanza del Señor, por nuestras bocas
y en nuestros actos, que las personas conocerán las hazañas de nuestro
grande Dios, y tendrán la oportunidad de ver y escuchar acerca de la
Salvación que el Señor nos ha dado y ha puesto también a su disposición.

¿Conocemos al Dios que Salva? ¿Es el Dios en el que creemos? O tal vez
hemos creado una imagen de un dios, que verdaderamente no es el Dios
Verdadero.

Que este sea un tiempo en el que el Señor escudriñe nuestros corazones


y ponga convicción en nosotros de lo que realmente creemos y estamos
viviendo.

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