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Sobreabundan, en la actualidad, las críticas a la corrección política.

La Derecha actual
(aquella que se reparte entre comentarios de redes sociales y se camufla adjetivando sus ideas
como el “sentido común”) asume cada vez más un discurso de repudio hacia –cierto tipo de-
corrección política. Entre sus argumentos, esgrimen que no son tolerados por el hecho de pensar
distinto a la ideología predominante, abogando muchas veces por la revitalización de un
conservadurismo que implica la existencia de principios más o menos fijos acerca de la realidad
humana. Muchas veces este principio es Dios: Dios que creo un hombre y una mujer y no
entremedios, que puso en una determinada posición a la mujer dentro de la familia y de la
sociedad, que explicó en su enseñanza lo perjudicial del aborto al existir la vida al momento de la
concepción. Cuando no es Dios, es la nación, la tradición o la raza. Repudian el relativismo hippie
actual, que es en realidad la posibilidad de otras formas de convivencia y relación humana. Toman
posiciones radicales en contra de –lo que ellos llaman- la ideología de género, el feminismo, los
inmigrantes y cualquier lucha social u opinión que les parezca progresista. Se sienten pasados a
llevar al entramarse en el más mínimo debate, ya que estar a favor de estas luchas actuales es lo
políticamente correcto.

Desde una vereda completamente distinta, el filósofo marxista y crítico cultural esloveno,
Slavoj Žižek (acaso el pensador de izquierda más reconocido en la actualidad), emprende a su vez
una crítica a la corrección política: “La corrección política es totalitarismo moderno” afirma. Esta
crítica tiene un claro tinte diferente de la primera mencionada. En ella, Žižek apuesta por una
firme (y muy polémica) apología de la intolerancia, de lo políticamente incorrecto, de aquella
causa perdida (que para estos efectos, puede ser por ejemplo, el comunismo) por no ajustarse a
los criterios de la corrección política posmoderna que entiende que no existen verdades y que por
tanto toda postura es factible de ser respetada. Para este autor, los movimientos sociales actuales
se entrampan en el individualismo llevando como slogan la frase “el cambio está en uno mismo”.
Bajo este marco, las relaciones de dominación capitalistas no solo no pueden ser cambiadas
debido al entorpecimiento de la acción colectiva y del respeto por el pensamiento diferente, sino
que incluso se ven sostenidas y reforzadas, volviéndose el activismo social un mero objeto de
consumo en el contexto del capitalismo cultural en el cual “se hace que unas cuantas cosas
cambien, para que en la realidad no cambie nada”. Una de sus clásicas frases afirma que “comer
manzanas orgánicas no soluciona nada”, ejemplificando el cómo hoy en día somos bombardeados
por información que nos incita a cambiar nuestros hábitos de consumo personales (y en definitiva,
a consumir más y más) para, por ejemplo, resguardar nuestro medioambiente. De esta manera,
achacamos la responsabilidad en nosotros mismos , haciendo así olvido de cualquier acción
colectiva que vaya en contra de quienes son verdaderamente responsables de la contaminación
medioambiental: las grandes empresas.

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