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J.J.

Benítez

Caballo de Troya
La vista de Jerusalén
Capítulo 108
Al comprobar que Jesús de Nazaret se ofrecía gustosamente al diálogo, aproveché la
ocasión y le pregunté su opinión sobre aquella tarde.
-He estado en medio del mundo y me he revelado a ellos en la carne. Les he encontrado
a todos borrachos. No he encontrado a ninguno sediento. Mi alma sufre por los hijos de
los hombres, porque están ciegos en su corazón; no ven que han venido vacíos al mundo
e intentan salir vacíos del mundo. Ahora están borrachos. Cuando vomiten su vino, se
arrepentirán...
-Esas son palabras muy duras -le dije-. Tan duras como las que pronunciaste sobre el
Olivete, a la vista de Jerusalén...
-Tal vez los hombres piensan que he venido para traer la paz al mundo. No saben que
estoy aquí para echar en la tierra división, fuego, espada y guerra... Pues habrá cinco en
una casa: tres contra dos y dos contra tres; el padre contra el hijo y el hijo contra el
padre. Y ellos estarán solos.
-Muchos, en mi mundo -añadí procurando que mis palabras no resultaran excesivamente
extrañas para Lázaro- podrían asociar esas frases tuyas sobre el fin de Jerusalén como el
fin de los tiempos. ¿Qué dices a eso?
-Las generaciones futuras comprenderán que la vuelta del Hijo del Hombre no llegará de
la mano del guerrero. Ese día será inolvidable: después de la gran tribulación -como no
la hubo desde el principio del mundo- mi estandarte será visto en los cielos por todas las
tribus de la tierra. Esa será mi verdadera y definitiva vuelta: sobre las nubes del cielo,
como el relámpago que sale por el oriente y brilla hasta el occidente...
-¿Qué será la gran tribulación?
-Vosotros podríais llamarlo un «parto de toda la Humanidad...»
Jesús no parecía muy dispuesto a revelarme detalles.
-Al menos, dinos cuándo tendrá lugar.
-De aquel día y de aquella hora, nadie sabe. Ni los ángeles ni el Hijo. Sólo el Padre.
Únicamente puedo decirte que será tan inesperado que a muchos les pillará en mitad de
su ceguera e iniquidad.
-Mi mundo, del que vengo -traté de presionarle-, se distingue precisamente por la
confusión y la injusticia...
-Tu mundo no es mejor ni peor que éste. A ambos sólo les falta el principio que rige el
universo: el Amor.
-Dame, al menos, una señal para que sepamos cuándo te revelarás a los hombres por
segunda vez...
-Cuando os desnudéis sin tener vergüenza, toméis vuestros vestidos, los pongáis bajo
los pies como los niños y los pateéis, entonces veréis al hijo del Viviente y no temeréis.
Lázaro, afortunadamente, seguía identificando «mi mundo» con Grecia.
Eso me permitió seguir preguntando al Maestro con un cierto margen de amplitud.
-Entonces -repuse- mi mundo está aún muy lejos de ese día. Allí, los hombres son
enemigos de los hombres y hasta del propio Dios...
Jesús no me dejó seguir.
-Estáis entonces equivocados. Dios no tiene enemigos.
Aquella rotunda frase del Nazareno me trajo a la memoria muchas de las creencias sobre
un
Dios justiciero, que condena al fuego del infierno a quienes mueren en pecado. Y así se
lo expuse. Cristo sonrió, moviendo la cabeza negativamente.
-Los hombres son hábiles manipuladores de la Verdad. Un padre puede sentirse afligido
ante las locuras de un hijo, pero nunca condenaría a los suyos a un mal permanente. El
infierno -tal y como creen en tu mundo- significaría que una parte de la Creación se le ha
ido de las manos al Padre... Y puedo asegurarte que creer eso es no conocer al Padre.
-¿Por qué hablaste entonces en cierta ocasión del fuego eterno y del rechinar de
dientes?
-Si hablando en parábolas no me comprendéis, ¿cómo puedo enseñaros entonces los
misterios del Reino? En verdad, en verdad os digo que aquel que apueste fuerte, y se
equivoque, sentirá cómo rechinan sus dientes.
-¿Es que la vida es una apuesta?
-Tú lo has dicho, Jasón. Una apuesta por el Amor. Es el único bien en juego desde que se
nace.
Permanecí pensativo. Aquellas palabras eran nuevas para mí.
-¿Qué te preocupa? -preguntó Jesús.
-Según esto, ¿qué podemos pensar de los que nunca han amado?
-No hay tales.
-¿Qué me dices de los sanguinarios, de los tiranos?...
-También esos aman a su manera. Cuando pasen al otro lado recibirán un buen susto...
-No entiendo.
-Se darán cuenta que -al dejar este mundo- nadie les preguntará por sus crímenes,
riquezas, poder o belleza. Ellos mismos y sólo ellos caerán en la cuenta de que la única
medida válida en el «otro lado» es la del Amor. Si no has amado aquí, en tu tiempo, tú
solo te sentirás responsable.
-¿Y qué ocurrirá con los que no hemos sabido amar?
-Querrás decir, con los que no habéis querido amar.
Me sentí nuevamente confuso.
-…Esos, amigo -prosiguió el rabí captando mis dudas-, serán los grandes estafados y, en
consecuencia, los últimos en el Reino de mi Padre.
-Entonces, tu Dios es un Dios de amor...
Jesús pareció enojarse.
-¡Tú eres Dios!
-¿Yo, Señor?...
-En verdad te digo que todos los nacidos llevan el sello de la Divinidad.
-Pero, no has respondido a mi pregunta. ¿Es Dios un Dios de amor?
-De no ser así, no sería Dios.
-En ese caso, ¿debemos excluir de su mente cualquier tipo de castigo o premio?
-Es nuestra propia injusticia la que se revela contra nosotros mismos.
-Empiezo a intuir, Maestro, que tu misión es muy simple. ¿Me equivoco si te digo que
todo tu trabajo consiste en dejar un mensaje?
El Nazareno sonrió satisfecho. Puso su mano sobre mi hombro y replicó:
-No podías resumirlo mejor...
Lázaro, sin hacer el menor comentario, asintió con la cabeza.
-Tú sabes que mi corazón es duro -añadí-. ¿Podrías repetirme ese mensaje?
-Dile a tu mundo que el Hijo del Hombre sólo ha venido para transmitir la voluntad del
Padre: ¡que sois sus hijos!
-Eso ya lo sabemos...
-¿Estás seguro? Dime, Jasón, ¿qué significa para ti ser hijo de Dios?
Me sentí nuevamente atrapado. Sinceramente, no tenía una respuesta válida. Ni siquiera
estaba seguro de la existencia de ese Dios.
-Yo te lo diré -intervino el Maestro con una gran dulzura-. Haber sido creado por el Padre
supone la máxima manifestación de amor. Se os ha dado todo, sin pedir nada a cambio.
Yo he recibido el encargo de recordároslo. Ese es mi mensaje.
-Déjame pensar... Entonces, hagamos lo que hagamos, ¿estamos condenados a ser
felices?
-Es cuestión de tiempo. El necesario para que el mundo entienda y ponga en práctica
que el único medio para ello es el Amor.
Tuve que meditar muy bien mi siguiente pregunta. En aquellos instantes, la presencia
del resucitado podía constituir un cierto problema.
-Si tu presencia en el mundo obedece a una razón tan elemental como la de depositar
un mensaje para toda la humanidad, ¿no crees que «tu iglesia» está de más?
-¿Mi iglesia? -preguntó a su vez Jesús que, en mi opinión, había comprendido
perfectamente-. Yo no he tenido, ni tengo, la menor intención de fundar una iglesia, tal y
como tú pareces entenderla.
Aquella respuesta me dejó estupefacto.
-Pero tú has dicho que la palabra del Padre deberá ser extendida hasta los confines de la
tierra...
-Y en verdad te digo que así será. Pero eso no implica condicionar o doblegar mi mensaje
a la voluntad del poder o de las leyes humanas. No es posible que un hombre monte dos
caballos ni que dos arcos. Y no es posible que un criado sirva a dos señores. él honrará a
uno y ofenderá al otro. Nadie que bebe un vino viejo desea al momento beber vino
nuevo. No se vierte vino nuevo en odres viejos, para que no se rasguen, ni se trasvasa
vino viejo a odres nuevos para que no se estropee. Ni se cose un remiendo viejo a un
vestido nuevo porque se haría un rasgón. De la misma forma te digo: mi mensaje sólo
necesita de corazones sinceros que lo transmitan; no de palacios o falsas dignidades y
púrpuras que lo cobijen.
-Tú sabes, que no será así...
-¡Ay de los que antepongan su permanencia a mi voluntad!
-¿Y cuál es tu voluntad?
-Que los hombres se amen como yo les he amado. Eso es todo.
-Tienes razón -insinué-, para eso no hace falta montar nuevas burocracias, ni códigos ni
jefaturas... Sin embargo, muchos de los hombres de mi mundo desearíamos hacerte una
pregunta...
-Adelante -me animó el Galileo.
-¿Podríamos llegar a Dios sin pasar por la iglesia?
El rabí suspiró.
-¿Es que tú necesitas de esa iglesia para asomarte a tu corazón? Una confusión extrema
me bloqueó la garganta. Y Jesús lo percibió.
-Mucho antes de que existiera la tribu de Leví, hermano Jasón, mucho antes de que el
hombre fuera capaz de erguirse sobre sí mismo, mi Padre había sembrado la belleza y la
sabiduría en la Tierra. ¿Quién es antes, por tanto: Dios o esa iglesia?
-Muchos sacerdotes de mi mundo -le repliqué- consideran a esa iglesia como santa.
-Santo es mi Padre. Santos seréis vosotros el día que améis.
-Entonces -y te ruego que me perdones por lo que voy a decirte- esa iglesia está de
sobra...
-El Amor no necesita de templos o legiones. Un hombre saca el bien o el mal de su
propio corazón. Un solo mandamiento os he dado y tú sabes cuál es... El día que mis
discípulos hagan saber a toda la humanidad que el Padre existe, su misión habrá
concluido.
-Es curioso: ese Padre parece no tener prisa.
El gigante me miró complacido.
-En verdad te digo que El sabe que terminará triunfando. El hombre sufre de ceguera
pero yo he venido a abrirle los ojos. Otros seres han descubierto ya que es más rentable
vivir en el Amor.
-¿Qué ocurre entonces con nosotros? ¿Por qué no terminamos de encontrar esa paz?
-Yo he dicho que a los tibios los vomitaré de mi boca, pero no trates de consumir a tus
hermanos en la molicie o en la prisa. Deja que cada espíritu encuentre el camino. El
mismo, al final, será su juez y defensor.
-Entonces, todo eso del juicio final...
-¿Por qué os preocupa tanto el final, si ni siquiera conocéis el Principio? Ya te he dicho
que al otro lado os espera la sorpresa...
Tengo la impresión de que Tú resultarías excesivamente liberal para las iglesias de mi
mundo.
-Dios es tan liberal, como tú dices, que permite, incluso, que te equivoques. ¡Ay de
aquellos que se arroguen el papel de salvadores, respondiendo al error con el error y a la
maldad con la maldad! ¡Ay de aquellos que monopolicen a Dios!
-Dios... Tú siempre estás hablando de Dios. ¿Podrías explicarme quién o qué es?
El fuego de aquella mirada volvió a traspasarme. Dudo que exista muro, corazón o
distancia que no pudiera ser alcanzado por semejante fuerza.
-¿Puedes tú explicarles a éstos de dónde vienes y cómo? ¿Puede el hombre apresar los
colores entre sus manos? ¿Puede un niño guardar el océano entre los pliegues de tu
túnica?
¿Pueden cambiar los doctores de la Ley el curso de las estrellas? ¿Quién tiene potestad
para devolver la fragancia a la flor que ha sido pisoteada por el buey? No me pidas que
te hable de Dios: siéntelo. Eso es suficiente...
-¿Voy bien si te digo que lo siento como una... energía?
No me daba por vencido y Jesús lo sabía.
-Vas muy bien.
-¿Y qué hay por debajo de esa «energía»?
-Es que no hay arriba y abajo -atajó el Nazareno, saliendo al paso de mis atropellados
pensamientos-. El Amor, es decir, el Padre, lo es Todo.
-¿Por qué es tan importante el Amor?
-Es la vela del navío.
-Déjame que insista: ¿qué es el Amor?
-Dar.
-¿Dar? Pero, ¿qué?
-Dar. Desde una mirada hasta tu vida.
-¿Qué podemos dar los angustiados?
-La angustia.
-¿A quién?
-A la persona que te quiere...
-¿Y si no tienes a nadie?
El Maestro hizo un gesto negativo.
-Eso es imposible... Incluso los que no te conocen pueden amarte.
-¿Y qué me dices de tus enemigos? ¿También debes amarles?
-Sobre todo a ésos... El que ama a los que le aman, ya ha recibido su recompensa.
La conversación se prolongaría aún hasta bien entrada la madrugada. Ahora sé que mi
escepticismo hacia aquel hombre había empezado a resquebrajarse...

Cap 108 de tomo 1 de Caballo de Troya por J.J. Benítez

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