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general Marcos Pérez Jiménez (1952-1958). El proyecto civilista del Trienio (1945-1948) no se concretará verdaderamente hasta fines de los años sesenta, en una
coyuntura económica altamente favorecida por el alza del petróleo.
En esos años de marcado auge de los nacionalismos en todo el continente se inaugura no sólo una simbiosis entre civiles y militares, sino también una serie de
acomodos mediante los cuales la institución armada logra redefinir no sólo su papel, sino también sus medios de expresión, como a todas luces refleja la represión
de la lucha armada al principio de los sesenta.
Asentada en el imprescindible “control civil”, esta profesionalización llevaba consigo la pérdida del carácter “pretoriano”, que no se volverá a manifestar hasta el final
del siglo con la “Rebelión de los Ángeles”, el intento de golpe de Estado de 1992 encabezado por Hugo Chávez contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, punto
de partida de la proyección mediática del teniente coronel; y aparecerá de nuevo a partir de 2001 con la radicalización del régimen chavista, la promulgación de las
primeras “leyes habilitantes” y, sobre todo, ya en 2002, a consecuencia de los “Sucesos de abril”, el fallido golpe de Estado contra Chávez.
El segundo aspecto de esta compleja cuestión se remonta al período formativo de la democracia representativa nacida del pacto de Punto Fijo y de la caída de la
dictadura de Pérez Jiménez (1958): la alianza de las fuerzas armadas con sectores civiles radicalizados, una conjunción nada nueva en la historia de Venezuela y
que volvemos a presenciar en la actualidad. Consistió en cierta forma en repetir la llamada “Revolución de octubre”, el golpe encubierto que en 1945 llevó al
escenario político a quien sería presidente de la Venezuela de los sesenta, Rómulo Betancourt, “padre de la democracia venezolana”... Esta renovada conjunción
de fuerzas políticas y militares aparecería con la insurrección militar de Puerto Cabello y Carúpano de 1962, cuyo fracaso incentivó la creación en los siguientes
años de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y del Frente de Liberación Nacional (FLN). La siguiente década se caracteriza por el nacimiento del
MAS (Movimiento al Socialismo) de Teodoro Petkoff, la división del PCV, y la afirmación de estrategias electorales y democráticas. Será también, sin embargo, el
momento en que las Fuerzas Armadas Venezolanas intensifiquen la represión de la guerrilla gracias al respaldo logístico norteamericano.
El tercer punto, derivado precisamente de este funcionamiento sui generis hasta la década de los noventa de la “simbiosis civiles-militares”, radica en el precio que
debió pagar el poder civil, habida cuenta de la importancia y los privilegios económicos adquiridos por las Fuerzas armadas y de los lazos que ante un “enemigo
común” tejieron entre sí los dirigentes de los dos partidos protagonistas de la alternancia democrática (AD y COPEI) y los jefes militares, en el llamado consenso de
las élites.
En estas condiciones, la imagen de un control civil consolidado que se había querido promover tras la caída de la dictadura en enero de 1958 resultó algo
totalmente ilusorio. Los militares reciben desde entonces formación académica en la Academia Militar —origen de los oficiales que impulsaron el golpe de 1992 — y
en el Instituto de los Altos Estudios de la Defensa Nacional (IAEDEN), creado en 1969-1970. Los fracasados guerrilleros, por su parte, en varios casos establecieron
vínculos con el mundo universitario y con jóvenes oficiales, entre ellos los fundadores del movimiento bolivariano, los tenientes coroneles Izarra y Chávez, Douglas
Bravo y Pablo Medina como representante de la sociedad civil. Estas “logias militares organizadas”, entre ellas el MBR-200 (antecedente directo del Movimiento V
República), no se manifestarán de forma violenta hasta las dos intentonas golpistas de 1992. Una de ellas fue la protagonizada el 4 de febrero (convertido en fecha
conmemorativa por el actual gobierno) por el movimiento bolivariano tras la toma de conciencia que representó para los jóvenes oficiales la represión de las
rebeliones populares de febrero de 1989 — el “Caracazo” — por el gobierno de C.A. Pérez.
Esta tendencia a una conspiración permanente en cierta forma canalizada dentro de un marco democrático -pero de cuño inequívocamente presidencialista-, y a
diferencia de los países vecinos, gobernados por regímenes autoritarios o dictaduras, explica la frecuencia de las recientes aproximaciones a la naturaleza del poder
bolivariano como régimen “militarista”.
La desaparición de un líder cuyo carisma se extendió mucho más allá de las fronteras nacionales, la estrecha colaboración con Cuba -y la consiguiente imposición
de un modelo exógeno- y los rumores de golpe fomentados, de acuerdo con el discurso oficialista, desde el “Imperio”, explican los numerosos interrogantes que han
surgido recientemente acerca del papel que en la actual coyuntura corresponde a la institución militar. Más allá del consabido discurso anti-imperialista y de la tesis
del complot manejada por el Gobierno, la detención de tres generales de la aviación y de unos treinta oficiales de distintos grados (2014) indica según varios
analistas, que se repite el fenómeno “sociológico” que genera las tradicionales conspiraciones militares en Venezuela. Otros analistas del sector militar, como Rocío
San Miguel, contradicen esta interpretación y consideran que no se dan las condiciones para un golpe de Estado.
Por su parte, la opinión pública percibe que la actual estructura militar no está exenta de tensiones internas, debido sobre todo a las distintas reformas de la Ley
Orgánica y a una estructuración centralizada en beneficio exclusivo del presidente de la República -dotado de grado militar y mando efectivo, con una Milicia
Bolivariana reforzada constantemente en perjuicio de las demás fuerzas-, convirtiendo al Ministerio de la Defensa en un órgano fundamentalmente administrativo,
desvirtuando de esta forma la simbiosis entre civiles y militares forjada a lo largo de los años de democracia representativa.
In fine, y como ha puesto de relieve recientemente Hernán Castillo (Militares y control civil en Venezuela, Universidad de los Andes, 2013), la ausencia de control
civil afecta no sólo a la política de seguridad y defensa sino también a la propia institución militar. La situación venezolana debe resolverla un árbitro civil», recalca
Luis Alberto Buttó en una entrevista reciente. El debate sigue abierto, en la línea trazada por Irwin, el fundador de la problemática en Venezuela, y como lo puso de
relieve en la última síntesis que publicó conjuntamente con Ingrid Micett.
Imagen de cabecera: Anónimo, El Presidente venezolano Rómulo Betancourt durante un discurso a un grupo de oficiales, ca. 1960. Archivos de la
Fundación Rómulo Betancourt
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